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La esperanza bíblica




Enviado por latiniando



Partes: 1, 2

    Indice
    1.
    Introducción 

    2. Inspiración
    Bíblica

    3. El Antiguo
    Testamento

    4. La Evolución Del Antiguo
    Testamento

    5. Los Libros
    Proféticos

    6. El Antiguo Testamento Y La
    Historia

    7. Temas Doctrinales Del
    Antiguo Testamento

    8. La literatura del nuevo
    testamento

    9. Principales Temas Del
    Nuevo Testamento

    10.
    Conclusión

    1. Introducción  

    Biblia, también llamada Santa Biblia, libro sagrado
    o Escrituras, de judíos y cristianos. Sin embargo, las
    Biblias del judaísmo y del cristianismo
    difieren en varios aspectos importantes. La Biblia judía
    son las escrituras hebreas, 39 libros
    escritos en su versión original en hebreo, a
    excepción de unas pocas partes que fueron redactadas en
    arameo. La Biblia cristiana consta de dos partes: el Antiguo
    Testamento y los 27 libros del
    Nuevo Testamento. Las dos principales ramas del cristianismo
    estructuran el Antiguo Testamento de modo algo diferente. La
    exégesis del Antiguo Testamento leída por los
    católicos es la Biblia del judaísmo más
    otros siete libros y adiciones (véase la tabla adjunta).
    Algunos de los libros adicionales fueron escritos en su
    versión primitiva en griego, al igual que el Nuevo
    Testamento. Por su parte, la traducción protestante del
    Antiguo Testamento se limita a los 39 libros de la Biblia
    judía. Los demás libros y adiciones son denominados
    apócrifos por los protestantes y libros
    deuterocanónicos por los católicos.

    El término Biblia llegó al latín
    del griego biblia o ‘libros’, forma diminutiva de
    byblos, el término para ‘papiro’ o
    ‘papel’
    que se exportaba desde el antiguo puerto fenicio de Biblos. En la
    edad media,
    los libros de la Biblia eran considerados como una entidad
    unificada.

    Orden De Los Libros  
    El orden y el
    número de los libros es distinto entre las versiones
    judía, protestante y católica de la Biblia. La
    Biblia del judaísmo se divide en tres partes bien
    diferenciadas: la Torá, o Ley,
    también llamada libros de Moisés; Profetas, o
    Neviím, dividida en Profetas Antiguos y Profetas
    Posteriores; y Hagiográficos, o Ketuvim, que incluye
    Salmos, los libros sapienciales y literatura diversa. El
    Antiguo Testamento cristiano organiza los libros según su
    contenido: el Pentateuco, que se corresponde con la Torá;
    los libros históricos; los libros poéticos o
    sapienciales, y los libros proféticos. Hay quienes han
    percibido en esta organización una cierta sensibilidad en
    cuanto a la perspectiva histórica de los libros: primero,
    los relativos al pasado; a continuación, los que hablan
    del presente; por último, los orientados hacia el futuro.
    Las versiones protestante y católica del Antiguo
    Testamento ordenan los libros en la misma secuencia, aunque los
    protestantes incluyen sólo los libros que aparecen en la
    Biblia judía.

    El Nuevo Testamento incluye los cuatro Evangelios; los
    Hechos de los Apóstoles, que es la historia de los primeros
    tiempos del cristianismo; las Epístolas, o cartas, de Pablo
    y otros autores; y el Apocalipsis o Libro de la
    Revelación. Algunos libros identificados como
    epístolas —en particular la Epístola a los
    Hebreos— son en realidad tratados
    teológicos.

    Uso  
    La Biblia es un libro religioso, no sólo en virtud de su
    contenido, sino también del uso que le dan cristianos y
    judíos. Se lee en la práctica totalidad de los
    servicios de
    culto público, sus palabras conforman la base de la
    predicación y la instrucción, y se emplea en el
    culto y estudio privados. El lenguaje de
    la Biblia ha moldeado y dado forma a las oraciones, liturgia e
    himnos del judaísmo y del cristianismo. Sin la Biblia,
    estas dos religiones habrían
    sido mudas.

    Tanto la importancia reconocida como la real de la
    Biblia difieren de una forma considerable entre las diversas
    subdivisiones del judaísmo y del cristianismo, aunque
    todos sus fieles le atribuyen un mayor o menor grado de autoridad.
    Muchos reconocen que la Biblia es la guía íntegra y
    suficiente para todos los asuntos de la fe y de su
    práctica; por su parte, otros respetan la autoridad de
    la Biblia a la luz de la
    tradición o de la continuidad de la fe y de la
    práctica de la Iglesia desde
    los tiempos de los apóstoles.

    2. Inspiración
    Bíblica  

    Los primeros cristianos
    heredaron del judaísmo una concepción de las
    Escrituras que daba por sentado que constituían una fuente
    autorizada. En un principio no se propuso ninguna doctrina formal
    acerca de la inspiración de las Escrituras, como es el
    caso del islam, que
    sostiene que el Corán fue dictado desde los cielos. Sin
    embargo, por lo general los cristianos creían que la
    Biblia contenía la palabra de Dios tal y como fue
    transmitida por su Espíritu: primero a través de
    los patriarcas y profetas y más tarde por boca de los
    apóstoles (véase Apocalipsis). De hecho, los
    autores de los libros del Nuevo Testamento aludieron a la
    autoridad de las Escrituras hebreas en apoyo de sus alegaciones
    con respecto a Jesucristo.

    La doctrina de la inspiración de la Biblia por el
    Espíritu Santo y de la infalibilidad de su contenido
    surgió en realidad durante el siglo XIX como respuesta al
    desarrollo de
    la crítica bíblica, estudios científicos que
    parecían poner en entredicho el origen divino de la
    Biblia. Esta doctrina sostiene que Dios es autor de la Biblia;
    por eso la Biblia es Su palabra. Los científicos
    bíblicos y los teólogos han propuesto numerosas
    teorías
    para explicar esta doctrina, que van desde un dictado verbal
    directo de las Escrituras por Dios, hasta una iluminación que ayudó al autor
    inspirado a comprender la verdad que expresaba, tanto si
    ésta era revelada como aprendida por la
    experiencia.

    Importancia E Influencia  
    La importancia
    e influencia de la Biblia entre cristianos y judíos puede
    explicarse, en general, en términos externos e internos.
    La explicación externa es el poder de la
    tradición, de las costumbres y del credo: grupos religiosos
    que manifiestan estar guiados por la Biblia. En cierto sentido,
    el verdadero autor de las Escrituras es la comunidad
    religiosa, que las desarrolló, las reverenció, las
    utilizó y las canonizó (es decir, las
    incluyó en listas de libros bíblicos reconocidos de
    una forma oficial). Por otra parte, la explicación interna
    es lo que numerosos cristianos y judíos continúan
    sintiendo como poder del
    propio contenido de los libros bíblicos. El antiguo
    Israel y la
    primitiva Iglesia
    conocían muchos más textos religiosos que los que
    constituyen la Biblia actual. Sin embargo, los escritos
    bíblicos fueron venerados y utilizados por lo que
    decían y por cómo lo decían. Fueron
    canonizados con rango oficial porque la gran mayoría de
    los creyentes los utilizaba y creía en ellos. La Biblia es
    el auténtico documento fundamental del judaísmo y
    del cristianismo.

    Es de público conocimiento
    que la Biblia, en sus centenares de diferentes traducciones, es
    el libro de mayor difusión en la historia de la humanidad. Es
    más: en todas sus formas, la Biblia ha sido influyente
    hasta llegar a extremos insólitos, y no sólo entre
    las comunidades religiosas que la consideran sagrada y la
    reverencian. En especial, la literatura, el arte y la
    música del
    mundo occidental tienen una enorme deuda con los temas, motivos e
    imágenes de la Biblia. Algunas traducciones
    al inglés,
    como la así llamada "Biblia Autorizada" (o versión
    del rey Jacobo, 1611) o la traducción de la Biblia al
    alemán por Martín Lutero (terminada en 1534), no
    sólo influyeron en la literatura sino que también
    promovieron el desarrollo de
    ambos idiomas. Estos efectos siguen vigentes en las naciones en
    proceso de
    formación, donde las traducciones de la Biblia a la
    lengua
    vernácula contribuyen a moldear las tradiciones
    lingüísticas futuras.

    3. El Antiguo Testamento
     

    Es notable que el cristianismo incluya dentro de su
    propia Biblia las escrituras íntegras de otra religión, el
    judaísmo. El término Antiguo Testamento (de la
    palabra latina para ‘alianza’) se aplicó a
    estas Escrituras sobre la base de las obras de Pablo y de otros
    primitivos cristianos, que diferenciaron entre la ‘Antigua
    Alianza’ que Dios estableció con Israel y la
    ‘Nueva Alianza’ sellada a través de Jesucristo
    (véase, por ejemplo, Heb. 8,7). Como la primitiva Iglesia
    creía en la continuidad de la historia y de la actividad
    divinas, incluyó en la Biblia cristiana los registros
    escritos de la antigua y de la nueva alianza.

    Literatura Del Antiguo Testamento  
    El Antiguo Testamento puede considerarse desde numerosas y
    diversas perspectivas. Desde el punto de vista literario el
    Antiguo Testamento (de hecho, la Biblia entera) constituye una
    antología, una colección de muchos libros
    diferentes. No es en absoluto un libro unificado por lo que
    respecta a sus autores, su fecha de composición o su
    estilo literario. Por el contrario, representa una
    auténtica biblioteca.

    En general los libros del Antiguo Testamento y las
    partes que los componen pueden clasificarse como narraciones,
    obras poéticas, escritos proféticos, códices
    legales o apocalipsis. En su mayoría, se trata de
    categorías amplias que incluyen diversos tipos o
    géneros diferentes de literatura y tradiciones orales.
    Ninguna de estas categorías se limita al Antiguo
    Testamento, ya que puede hallarse en otras literaturas antiguas,
    en especial la del Oriente Próximo. Sin embargo, es
    necesario subrayar que algunos estilos no quedaron al fin
    incluidos en el Antiguo Testamento. Las cartas o
    epístolas, tan importantes en el Nuevo Testamento, no se
    encuentran en el Antiguo en forma de libros separados (a
    excepción de la Carta de Jeremías en algunas
    tradiciones manuscritas). No es posible hallar tampoco
    autobiografías, dramas ni sátiras. Sorprende de una
    forma especial el hecho de que la mayor parte de los libros del
    Antiguo Testamento contiene varios géneros
    literarios. Por ejemplo, el Éxodo incluye narraciones,
    leyes y
    poesía;
    la mayoría de los libros proféticos incorporan
    narraciones y poesía,
    además de los géneros proféticos como
    tales.

    Narraciones  
    Tanto en su contexto como en su contenido, la gran mayoría
    de los libros del Antiguo Testamento son narraciones, es decir,
    recogen y refieren los acontecimientos del pasado. Si tienen,
    como casi todos, una trama (o al menos el desarrollo de una
    tensión y su resolución), una
    caracterización de los personajes y una descripción del escenario en el que se
    producen los acontecimientos, son relatos. Por otra parte, muchas
    obras narrativas del Antiguo Testamento son historias, aunque no
    se ajusten a la definición científica del
    término. Una historia es una narración escrita del
    pasado guiada por los hechos, en la medida en que el autor pueda
    determinarlos e interpretarlos, y no por consideraciones
    estéticas, religiosas o de otra índole. Las
    narraciones históricas del Antiguo Testamento son obras
    más populares que críticas, ya que los autores
    recurrieron a menudo a tradiciones orales, algunas de ellas poco
    fiables, para escribir sus relatos. Además, todas las
    narraciones se compusieron con un propósito religioso.
    Pueden, en consecuencia, llamarse historias de salvación,
    ya que su propósito es demostrar cómo
    participó Dios en los acontecimientos humanos. Ejemplos de
    dichas obras son la Historia deuteronomística (desde el
    Deuteronomio hasta el 1 y 2 Reyes), el Tetrateuco (desde el
    Génesis hasta el libro de los Números) y la
    Historia del Cronista (1 y 2 Crónicas, Esdras y
    Nehemías). La así llamada Historia de la
    sucesión del trono de David (2 Sam. 9-20, 1 Re. 1-2) es la
    narración bíblica que más se acerca al
    concepto
    moderno de la historia. El autor presta atención a los detalles de los eventos y
    personajes históricos e interpreta el curso de los
    acontecimientos a la luz de las
    motivaciones humanas. No obstante, puede intuirse la
    intervención divina en el trasfondo de los
    textos.

    Otros libros narrativos son: Rut, un breve episodio;
    Jonás, un relato didáctico; y Ester, una novela
    histórica o una leyenda festiva. Es probable que estos
    libros tengan su origen en cuentos
    populares o leyendas. En
    los libros deuterocanónicos pueden encontrarse algunos
    relatos didácticos: Tobías, Judit, Susana y Bel y
    el dragón.

    En los libros del Antiguo Testamento pueden hallarse
    muchos de estos y otros géneros narrativos. El
    Génesis, como la mayoría de las demás obras
    narrativas, está compuesto de diversos relatos
    individuales, muchos de los cuales circulaban de forma oral e
    independiente. Las historias patriarcales del Génesis
    (11-50) han sido denominadas leyendas,
    sagas y, con mayor precisión, sagas familiares. Muchas de
    ellas son etiológicas, es decir, que explican un lugar,
    una práctica o un nombre en términos de su
    origen.

    Obras Poéticas  
    Entre los libros poéticos del Antiguo Testamento se
    incluyen Salmos, Job, Proverbios, Eclesiastés, Cantar de
    los Cantares (canónicos), Eclesiástico
    (deuterocanónico) y Plegaria de Manasés
    (apócrifo). Sabiduría tiene mucho en común
    con los libros poéticos sapienciales, aunque no es
    poesía. La mayoría de los libros proféticos
    están escritos de acuerdo con las reglas líricas
    hebreas, aunque son lo bastante distintos como para que puedan
    ser diferenciados.

    Características generales  

    La poesía hebrea tiene dos características principales, una
    fácil de reconocer incluso en una traducción, y una
    segunda más difícil de discernir. La característica más obvia es el uso
    del parallelismus membrorum o paralelismo de versos u otras
    partes. Por ejemplo, el significado de un versículo puede
    reformularse o repetirse en un segundo versículo, como en
    Sal. 6,1: "Yahvé, no me corrijas en tu cólera, en
    tu furor no me castigues". Se trata, como resulta obvio, de
    sinónimos. Por otra parte, la segunda línea de la
    unidad puede exponer el aspecto negativo de la aseveración
    de la primera, como en Prov. 15,1: "Una respuesta suave calma el
    furor, una palabra hiriente aumenta la ira". En otros casos, la
    segunda línea puede ampliar o explicar la primera y en
    otras circunstancias el paralelismo es pura formalidad. Una
    importante ventaja de la mayoría de las traducciones
    modernas de la Biblia es que mantienen la forma poética
    del hebreo, permitiendo al lector disfrutar y comprender la
    estructura del
    original.

    La otra característica importante de la
    poesía hebrea es el ritmo, que parece haberse basado en el
    número de acentos en cada línea. Una de las
    métricas más fáciles de reconocer es la de
    la kiná (endecha o lamentación), en la que la
    primera línea tiene tres sílabas acentuadas y la
    segunda, dos.

    Los libros poéticos abarcan una gran diversidad
    de géneros. Los más difundidos son los diversos
    cantares de adoración (Salmos) y la poesía
    sapiencial. Además, la Biblia incluye un libro de
    poesía amorosa, el Cantar de los Cantares.

    Poesía lírica  La literatura cultual
    (del culto religioso) de Israel era poesía lírica;
    es decir, poesía pensada para ser cantada. La
    mayoría de estos libros, aunque no todos, están
    recopilados en Salmos. Muchos son himnos: canciones de alabanza a
    Dios, a sus obras a favor de Israel o a su creación. Otros
    son lamentaciones de la comunidad o
    cantares de queja que, de hecho, son oraciones de
    petición, cantadas por el pueblo cuando se veía
    enfrentado a una situación difícil. Casi una
    tercera parte de los Salmos son lamentaciones individuales,
    cánticos utilizados por o en nombre de individuos al borde
    de la muerte o
    del desastre. Una vez que la nación
    o el individuo han sido salvados de sus infortunios, se cantan
    poesías
    de acción de gracias. Unos pocos salmos, como 2, 45 y 110
    celebran la coronación de un rey en Israel como egregio
    siervo de Dios.

    Poesía sapiencial  La poesía
    sapiencial incluye colecciones de refranes de sabiduría y
    poemas breves,
    como en Proverbios, y largas composiciones, como en Job,
    Eclesiastés y Eclesiástico. Los materiales
    sapienciales más concisos son proverbios, refranes y
    admoniciones, por lo general de uno o dos versos de longitud.
    Algunos eran sin duda refranes tradicionales o populares mientras
    que otros llevan el sello de la reflexión y la
    composición creativa. Proverbios 1-9 contiene un conjunto
    de poemas sobre
    la naturaleza de
    la propia sabiduría, mientras que Job es una
    composición poética larga en forma de diálogo
    enmarcado en un cuento
    popular. Eclesiastés es una obra un tanto inconexa y
    Eclesiástico es un libro escrito por un maestro
    judío que más tarde tradujo su nieto.

    La temática central de los refranes sapienciales
    abarca desde los consejos prácticos para una vida
    provechosa y próspera, hasta reflexiones acerca de la
    relación entre transitar por el camino de la
    sabiduría y obedecer a la ley revelada por
    la divinidad. A Job, al menos en cierto sentido, le atormenta el
    sufrimiento de los justos, en tanto que Eclesiastés es una
    triste reflexión acerca del significado de la vida por
    parte de alguien que se halla a las puertas de la muerte.

    Materiales Proféticos  
    Los profetas eran conocidos en otras regiones del antiguo Oriente
    Próximo, pero ninguna otra cultura
    desarrolló un cuerpo de
    literatura profética comparable al de Israel. Por ejemplo,
    los antiguos autores egipcios escribieron obras literarias
    llamadas ‘profecías’, pero por su forma y
    contenido eran diferentes de los libros proféticos de la
    Biblia.

    La mayoría de los libros proféticos
    hebreos contienen tres tipos de literatura: narraciones,
    oraciones y discursos
    proféticos. Por lo general, las narraciones son relatos o
    reseñas de la actividad profética, atribuidos al
    propio profeta o contados por una tercera persona. Incluyen
    descripciones de visiones, reseñas de acciones
    simbólicas, relaciones de actividades proféticas
    (como, por ejemplo, los conflictos
    entre los profetas y sus opositores) y narraciones o notas
    históricas. Uno de los libros de la colección
    profética, Jonás, es en realidad un relato acerca
    de un profeta, y contiene un solo versículo de mensaje
    profético (Jon. 3,4). Las oraciones incluyen himnos y
    peticiones, como las lamentaciones de Jer. (por ejemplo, Jer.
    15,10-21).

    En la literatura profética predominan los
    discursos, ya
    que la actividad inherente del profeta consistía en
    difundir la palabra de Dios relativa al futuro inmediato. Los
    mensajes más comunes son profecías de castigo o de
    salvación. Tanto unas como otras están
    contextualizadas, como la mayoría de los discursos
    proféticos, por fórmulas que identifican las
    palabras reveladas por Dios; por ejemplo, "oráculo de
    Yahvé". Por lo general, la profecía de castigo
    explica las razones de éste en términos de
    injusticia social, arrogancia religiosa o apostasía y
    asimismo detalla la naturaleza del
    desastre, militar o de otra índole, que recaerá
    sobre la nación,
    grupo o
    individuo a la que va dirigida. Las profecías de
    salvación anuncian la inminente intervención de
    Dios para rescatar a Israel. Otros discursos incluyen las
    profecías contra las naciones extranjeras, discursos de
    aflicción que enumeran los pecados del pueblo,
    admoniciones o advertencias (véase
    Profecía).

    LEYES  
    La materia legal
    es tan destacada en las Escrituras hebreas que el judaísmo
    llamó Torá (del hebreo torah, ‘ley’) a
    los primeros cinco libros y los primitivos cristianos a la
    totalidad del Antiguo Testamento. Los textos legales son
    dominantes en Éxodo, Levítico y Números. El
    quinto libro de la Biblia fue denominado Deuteronomio
    (‘segunda ley’) por sus traductores griegos, aunque
    el libro es en síntesis
    un informe de las
    últimas palabras y hechos de Moisés. Contiene, no
    obstante, numerosas leyes, por lo
    general en el contexto de la interpretación y la
    predicación o el sermón.

    Según la tradición bíblica, la
    voluntad de Dios fue revelada a Israel a través de
    Moisés al establecer la alianza en el monte Sinaí.
    En consecuencia, todas las leyes —a excepción de las
    contenidas en Deuteronomio— pueden encontrarse desde
    Éxodo 20 hasta Números 10, donde se relatan los
    acontecimientos que tuvieron lugar en Sinaí.

    Los especialistas han detectado en las leyes hebreas dos
    modalidades principales, las apodícticas y las
    casuísticas. La ley apodíctica está
    representada por los Diez Mandamientos (Éx. 20,1-21;
    34,14-26); (Dt. 5,6-21), aunque no se limita a ellos. Estas
    leyes, que por lo general se encuentran en compilaciones de cinco
    o más, son sucintas manifestaciones, inequívocas y
    sin ambigüedades de la conducta humana
    que Dios exige. En caso de ser positivas, se denominan
    mandamientos; si son negativas, se trata de prohibiciones. Por
    otra parte, cada una de las leyes casuísticas consta de
    dos secciones. La primera establece una condición ("Si un
    hombre roba un
    buey o una oveja, y los mata o vende…") y la segunda las
    consecuencias legales ("…pagará cinco bueyes por el
    buey, y cuatro ovejas por la oveja", Éx. 21,37). Por lo
    general, estas leyes se refieren a los problemas que
    pueden surgir en la vida rural y urbana. Las leyes
    casuísticas son similares en su forma, y a menudo en su
    contenido, a las normas recogidas
    en el Código
    de Hammurabi y otros códigos legales del antiguo Oriente
    Próximo.

    Escritos Apocalípticos  
    El apocalipsis, como género
    diferenciado, surgió en Israel en el periodo posterior al
    exilio, es decir, tras el cautiverio de los judíos en
    Babilonia entre el 586 y el 538 a.C. Un apocalipsis o
    revelación expone una serie de acontecimientos futuros
    mediante una larga y detallada reseña de un sueño o
    de una visión. Utiliza imágenes
    de fuerte contenido simbólico y con frecuencia
    extravagantes, que a su vez son explicadas e interpretadas. Los
    escritos apocalípticos suelen reflejar la perspectiva
    histórica que tiene el autor de su propia era, en un
    momento en que las fuerzas del mal se aprestaban para librar su
    batalla final contra Dios, tras lo cual nacería una nueva
    edad.

    Daniel es el único libro apocalíptico,
    como tal, de las Escrituras hebreas, y su primera mitad
    (capítulos 1 al 6) es en realidad una serie de historias
    legendarias. Sin embargo, partes de otros libros son en muchos
    aspectos similares a la literatura apocalíptica (Is.
    24-27; Zac. 9-14; y algunas partes de Ezequiel). Entre los
    apócrifos, Esdras es un apocalipsis. El judaísmo de
    los dos últimos siglos a.C. y del primer siglo d.C.
    produjo muchas otras obras apocalípticas que nunca fueron
    consideradas canónicas. Entre ellas se incluyen Enoc,
    Guerra de los
    Hijos de la Luz y los Hijos de la Oscuridad, y el Apocalipsis de
    Moisés. Véase Pseudoepígrafos.

    Hasta hace poco tiempo, la
    mayoría de los especialistas sostenía que el
    desarrollo de la literatura y el pensamiento
    apocalípticos estuvo muy influido por la religión persa. Este
    punto de vista está siendo objetado por la
    identificación de las raíces de la literatura
    apocalíptica en el propio pensamiento
    israelita, en especial en la concepción del futuro por
    parte de los profetas, así como en las más antiguas
    tradiciones del Oriente Próximo.

    4. La Evolución Del Antiguo
    Testamento

    No cabe ninguna duda de que todos los libros del Antiguo
    Testamento no tuvieron su origen en la misma época y en el
    mismo lugar. Por el contrario, son el producto de la
    evolución de la fe y la cultura
    israelitas durante al menos un milenio. En consecuencia, otra
    perspectiva literaria analiza los libros y sus elementos
    constituyentes en términos de sus autores y de su historia
    literaria y preliteraria.

    En la práctica, todos los libros atravesaron un
    largo periodo de transmisión y evolución antes de
    llegar a ser recopilados y canonizados. Es más: es
    necesario distinguir entre los puntos de vista tradicionales
    judíos y cristianos en cuanto a la autoría y
    datación de los libros, por una parte, y su historia
    literaria real como ha sido reconstruida por los especialistas a
    partir de las pruebas
    contenidas en los libros bíblicos y en otros lugares, por
    la otra. El presente artículo no tiene por objeto
    presentar una reseña detallada de la historia literaria
    del Antiguo Testamento. Muchos de los hechos reales se
    desconocen, la historia es larga y por lo general complicada, y
    las conclusiones más antiguas deben revisarse cada cierto
    tiempo a la
    luz de nuevos hallazgos y métodos de
    investigación. Sin embargo, es posible resumir el
    perfil general de dicha historia.

    Casi todos los libros del Antiguo Testamento recorrieron
    un largo camino desde el momento en que se pronunciaron o
    escribieron las primeras palabras hasta que adquirieron su forma
    definitiva. En este proceso
    participaron muchas personas, como narradores, autores, editores,
    oyentes y lectores. Y en este devenir les cupo un papel
    importante, no sólo a los individuos, sino a las
    diferentes comunidades de fe.

    Detrás de muchas de las actuales obras literarias
    pueden discernirse tradiciones orales. Por ejemplo, la
    mayoría de los relatos del Génesis circularon de
    forma oral antes de ser transcritos. Los discursos
    proféticos, hoy en forma escrita, se transmitieron primero
    de modo oral. De hecho, todos los Salmos, tanto si fueron
    escritos como si no, se compusieron para ser cantados o recitados
    en voz alta durante las ceremonias religiosas. Sin embargo, no
    sería prudente deducir que la difusión oral fuera
    tan sólo precursora de la literatura escrita, y que
    cesó una vez que se escribieron los libros porque
    está probado que las tradiciones orales coexistieron con
    el material escrito durante muchos siglos.

    El Pentateuco  
    Según la tradición judeo-cristiana Moisés
    fue el autor del Pentateuco, los primeros cinco libros de la
    Biblia. Sin embargo, tal aseveración no aparece en ninguno
    de estos libros. La tradición tiene su origen en la forma
    en que son denominados por los hebreos, libros de Moisés,
    aunque con ello quisiesen significar relativos a Moisés.
    Ya en la edad media,
    los eruditos judíos reconocieron que existía un
    problema con la tradición: Deuteronomio (el último
    libro del Pentateuco) relata la muerte de
    Moisés. En realidad, los libros son obras compuestas por
    autores anónimos. Sobre la base de numerosas copias y
    repeticiones, incluyendo dos designaciones diferentes para la
    deidad, dos relatos separados de la creación, dos
    historias entrelazadas del diluvio, dos versiones de las plagas
    de Egipto y
    muchas otras pruebas, los
    especialistas modernos han llegado a la conclusión de que
    los escritores del Pentateuco utilizaron varias fuentes
    distintas, cada una de un escritor y de un periodo
    diferentes.

    Las fuentes
    difieren en su vocabulario, estilo literario y perspectiva
    teológica. La más antigua es la Jehovística
    o Yahvista (J, porque utiliza el nombre divino Jahvé,
    transcrito también como Jehová, o Yahvé),
    que por lo general suele datarse entre los siglos X o IX a.C. La
    segunda es la Elohísta (E, porque utiliza el nombre
    general de Elohím para designar a Dios), y suele situarse
    en el siglo VIII a.C. A continuación está la
    Deuteronómica (D, limitada al Deuteronomio y a unos pocos
    pasajes de otros libros), de finales del siglo VII a.C. La
    última es la Sacerdotal (P, de ‘priest’,
    sacerdote en inglés,
    por su énfasis en la ley cúltica y en los asuntos
    sacerdotales), situada en los siglos VI o V a.C. J incluye una
    reseña narrativa completa desde la creación hasta
    la conquista de Canaán por Israel. E ya no es una
    narración completa, si es que alguna vez lo fue; su
    material más antiguo se remonta a Abraham. P se concentra
    en la alianza y en la revelación de la ley en el monte
    Sinaí, aunque sitúa ambos elementos dentro de una
    narración que se inicia en la creación.

    Ninguno de los autores de estos documentos, si es
    que fueron individuos y no grupos, fue un
    autor creativo en el sentido moderno del término.
    Más bien trabajaron como editores que recopilaron,
    organizaron e interpretaron tradiciones más antiguas,
    tanto orales como escritas. En consecuencia, la mayor parte del
    contenido de las fuentes es mucho más antiguo que las
    propias fuentes. Algunos de los materiales
    escritos más antiguos son pasajes extraídos de
    obras poéticas como Paso del Mar (Éx. 15), y parte
    del material legal tiene su origen en antiguos códigos.
    Una opinión reciente sugiere que los relatos individuales
    del Pentateuco fueron compilados bajo un epígrafe que
    aludía a diversas temáticas trascendentales (la
    promesa a los patriarcas, el éxodo, la travesía del
    desierto, Sinaí y la conquista de la Tierra
    Prometida), adquiriendo su forma básica en torno al
    1100 a.C. En cualquier caso, el relato de las raíces
    de Israel se conformó en y bajo la influencia de la
    comunidad de la fe.

    Historia Deuteronomística  
    En los últimos años, Deuteronomio, Josué,
    Jueces, 1 y 2 Samuel y 1 y 2 Reyes han sido reconocidos como un
    relato unificado de la historia de Israel desde los tiempos de
    Moisés (siglo XIII a.C.) hasta el exilio en Babilonia (el
    periodo que arranca desde la caída de Jerusalén en
    el 586 a.C. hasta culminar en la reconstrucción en
    Palestina de un nuevo Estado
    judío tras el 538 a.C.). Por cuanto el estilo
    literario y la perspectiva teológica son similares a las
    del Deuteronomio, esta reseña se ha dado en denominar
    Historia deuteronomística. Sobre la base de los
    últimos acontecimientos que reseña, entre otras
    evidencias, se ha llegado a la conclusión de que puede
    haber sido escrita en torno al
    560 a.C., durante el exilio. Sin embargo, es posible que al
    menos una edición fuera anterior.

    El escritor (o escritores) de la obra tenía como
    objetivo
    registrar la historia de Israel, así como dar cuenta de la
    catástrofe que recayó sobre la nación a
    manos de los babilonios. Por un lado, trabajó como lo
    haría cualquier otro historiador, recogiendo y organizando
    fuentes más antiguas, tanto escritas como orales.
    Empleó materiales muy heterogéneos, incluyendo
    relatos de los profetas, relaciones de diversa índole,
    crónicas más antiguas e incluso registros de la
    corte. De hecho, suele derivar al lector a sus fuentes (por
    ejemplo, Jos. 10,13; 2 Sam. 1,18; 2 Re. 15,6). No obstante
    aplicó también la visión del teólogo,
    quizá de alguien que ya tenía firmes convicciones
    acerca del curso y significado de los acontecimientos que iba
    registrando. Estas convicciones hallaron su expresión en
    la forma en que organizó el material y
    añadió los discursos, que él mismo
    había escrito, en boca de los principales protagonistas
    (por ejemplo, Jos. 1). Creía que Israel había sido
    sojuzgada por Babilonia debido a la desobediencia a la ley de
    Moisés (como en Deuteronomio), en especial por adorar
    dioses falsos en altares paganos; creía asimismo que los
    profetas habían advertido del exilio mucho tiempo antes de
    que se produjera.

    Los Libros Poéticos  
    Resulta muy difícil datar o atribuir a un determinado
    autor o autores tanto la poesía cultual como la sapiencial
    del Antiguo Testamento, sobre todo por contener tan pocas
    alusiones históricas. Se considera que David es el autor
    de Salmos porque, según la tradición, cantaba y
    componía. De hecho, sólo 70 de los 150 salmos se
    identifican de modo inequívoco con David, y
    muchísimos menos datan de la época de este rey
    hebreo. Las atribuciones a David y a otros se hallan en los
    encabezados, añadidos mucho después que los Salmos
    fueran escritos. La identificación de Proverbios y de
    otros libros sapienciales con Salomón tiene su origen en
    la tradición de la gran sabiduría de este monarca,
    y es fiable por cuanto promovió instituciones
    que desarrollaron este tipo de literatura. La poesía
    sapiencial contiene algunos de los materiales más antiguos
    de las Escrituras hebreas (en los refranes y proverbios), y las
    composiciones como Eclesiastés y Eclesiástico
    algunos de los más recientes.

    Salmos se convirtió en el libro de himnos y
    oraciones del Segundo Templo de Israel, pero muchos de los
    cánticos son anteriores a la construcción del santuario. Contienen
    motivos, temas y expresiones que Israel heredó de sus
    predecesores cananeos. Muchas voces hablan en y a través
    de los Salmos, pero sobre todas se oye la expresión de una
    comunidad que se entrega a la oración.

    5. Los Libros Proféticos
     

    Muy pocos libros proféticos, si acaso, fueron
    escritos en su integridad por la persona con cuyo
    nombre han sido designados. Es más: en la mayoría
    de los casos, incluso las palabras del profeta original fueron
    registradas por otros. La historia de Baruc, escriba de
    Jeremías (Jer. 36 y también Is. 8,16) ilustra uno
    de los métodos
    con los que las palabras pronunciadas por los profetas se
    convirtieron en libros. Las diversas manifestaciones de los
    profetas deben de haber sido recordadas y recopiladas por sus
    seguidores y, según lo indicaran las circunstancias,
    transcritas. Más tarde, la mayoría de los libros
    fueron editados y ampliados. Por ejemplo, cuando Amós
    (c.7 55 a.C.) se utilizó en tiempos del exilio,
    se le dio un final nuevo y esperanzador (Am. 9,8-15).
    Isaías refleja siglos de la historia israelita y la obra
    de varios profetas y otras personalidades; Is. 1-39 se basa sobre
    todo en el profeta original (742-700 a.C.); los
    capítulos 40 al 55 son obra de un profeta desconocido del
    exilio, denominado Segundo Isaías (539 a.C.); y los
    capítulos 56 al 66, identificados con el Tercer
    Isaías, provienen de diversos escritores del periodo
    posterior al exilio.

    El Canon  
    La Biblia hebrea y las versiones cristianas del Antiguo
    Testamento fueron canonizadas en distintos momentos y lugares,
    aunque el desarrollo de los cánones cristianos debe
    entenderse en los términos de las Escrituras
    judías.

    El Canon Hebreo  
    En Israel, la idea de un libro sagrado data, como mínimo,
    del 621 a.C. Durante la reforma de Josías, rey de
    Judá, cuando se estaba rehabilitando el Templo, el sumo
    sacerdote Jilquías descubrió "el libro de la Ley"
    (2 Re. 22). El rollo era probablemente la parte central del
    actual Deuteronomio, pero lo importante es la autoridad a la que
    se atribuyó. Más respeto se
    concedió al texto
    leído por Esdras, el sacerdote y escriba hebreo, ante la
    comunidad a finales del siglo V a.C. (Neh. 8).

    La Biblia hebrea se fue convirtiendo en Sagradas
    Escrituras a lo largo de tres etapas diferenciadas. La secuencia
    se corresponde con las tres partes del canon hebreo: la
    Torá, los Profetas y los Hagiográficos. Sobre la
    base de las pruebas externas, parece evidente que la Torá
    o Ley fue aceptada como texto sagrado
    entre las postrimerías del exilio de Babilonia
    (538 a.C.) y el cisma samaritano del judaísmo, hacia
    el 300 a.C. Los samaritanos reconocen como Biblia
    sólo a la Torá.

    La segunda fase fue la canonización de
    Neviím (Profetas). Tal y como lo indican los
    encabezamientos de los libros proféticos, las palabras de
    los profetas que habían quedado registradas comenzaron a
    considerarse palabra de Dios. A todos los efectos, la segunda
    parte del canon hebreo se concluyó a finales del siglo III
    a.C., no mucho antes del 200 a.C.

    Entre tanto se compilaban, leían y utilizaban
    otros libros en el culto y el estudio. Hacia la época en
    que se escribió Eclesiástico
    (c. 180 a.C.), se había desarrollado la idea de
    una Biblia tripartita. El contenido de la tercera parte, Ketuvim
    (Hagiográficos), se mantuvo bastante fluido en el
    judaísmo hasta después de la caída de
    Jerusalén en poder del Imperio romano,
    en el 70 d.C. Hacia finales del siglo I d.C., los rabinos de
    Palestina ya habían determinado y cerrado la lista
    definitiva.

    En el proceso de canonización obraron tanto
    fuerzas positivas como negativas. Por una parte, la
    mayoría de las decisiones ya habían sido adoptadas
    de facto: Torá, Profetas y la mayor parte de
    Hagiográficos venían sirviendo como Escrituras
    desde hacía varios siglos. La controversia giró
    sólo en torno a unos pocos libros de los
    Hagiográficos, como Eclesiastés y Cantar de los
    Cantares. Por la otra, se escribían y difundían
    otros muchos libros religiosos, que aducían ser
    también la palabra de Dios. Entre éstos se
    incluían los actuales apócrifos de los protestantes
    (algunos de ellos deuterocanónicos para los
    católicos y ortodoxos, y otros apócrifos
    también para éstos), algunos de los libros del
    Nuevo Testamento, y muchos más. En consecuencia, la
    decisión oficial de establecer una Biblia debe
    considerarse como la respuesta a un planteamiento
    teológico: ¿según qué libros
    definirá el judaísmo su propia doctrina y su
    relación con Dios?

    El Canon Cristiano  
    El segundo canon, el que hoy es la versión católica
    del Antiguo Testamento, surgió primero como una
    traducción de los primeros libros hebreos al griego. El
    proceso se inició en el siglo III d.C. fuera de Palestina,
    debido a que las comunidades judías de Egipto y de
    otros lugares necesitaban las Escrituras en el idioma de su
    propia cultura. La mayoría de los libros adicionales de
    esta Biblia, incluyendo suplementos de libros más
    antiguos, tuvo su origen entre las comunidades judías no
    palestinas. Hacia finales del siglo I d.C., cuando se recopilaban
    y difundían los primeros escritos cristianos,
    existían ya dos versiones de las Escrituras del
    judaísmo: la Biblia hebrea y el Antiguo Testamento en
    griego (conocido como Septuaginta). Sin embargo, la Biblia hebrea
    marcaba la norma oficial de la teología y la
    práctica. Ninguna prueba indica que en el judaísmo
    haya existido alguna vez una lista oficial de Escrituras en
    griego. Los libros adicionales de la Septuaginta fueron
    reconocidos de forma oficial sólo por el cristianismo. Los
    escritos de los primeros Padres de la Iglesia contienen numerosas
    y diversas listas, pero es evidente que prevaleció el
    Antiguo Testamento en griego, más extenso.

    El último paso importante en la historia del
    canon cristiano tuvo lugar durante la Reforma protestante. Cuando
    Martín Lutero tradujo la Biblia al alemán,
    redescubrió lo que otros (destacando de modo muy notable
    san Jerónimo, el erudito bíblico del siglo IV) ya
    sabían: que el Antiguo Testamento original estaba escrito
    en hebreo. Eliminó de su Antiguo Testamento todos los
    libros no incluidos en la Biblia judía y los tildó
    de apócrifos. Esta medida tuvo por objeto volver al texto
    y al canon acaso más antiguos y por consiguiente mejores,
    y oponer a la autoridad de la Iglesia la autoridad de aquella
    versión más antigua de la Biblia. Véase
    Apócrifos; Libros Deuterocanónicos;
    Apócrifos del Nuevo Testamento.

    Los Textos Y Las Versiones Antiguas  
    Todos los traductores contemporáneos de la Biblia intentan
    recuperar y utilizar el texto más antiguo, quizá el
    más fiel al original. No existen copias originales ni
    autográficas, sino centenares de manuscritos diferentes
    con numerosas versiones distintas. En consecuencia, todo intento
    de determinar cuál es el mejor texto de un libro o
    versículo concretos debe basarse en el trabajo
    meticuloso y en el juicio de los científicos.

    Textos Masoréticos  
    Con respecto al Antiguo Testamento, la principal
    diferenciación es la existente entre los textos en hebreo
    y las versiones o traducciones en otros idiomas antiguos. Los
    testimonios más importantes y por lo general más
    fiables en hebreo, son los textos masoréticos, obra de los
    eruditos judíos (denominados masoretas) que se encargaron
    de la tarea de copiar y transmitir con fidelidad la Biblia
    (véase Masora). Estos sabios, que trabajaron desde los
    primeros siglos de la era cristiana hasta la edad media,
    también insertaron en el texto la puntuación, las
    vocales (el texto hebreo original contiene sólo
    consonantes) y diversas notas. La Biblia hebrea modelo que se
    utiliza en nuestros días es la reproducción de un texto masorético
    escrito en 1088. El manuscrito, en forma de códice o
    libro, se encuentra en la colección de la Biblioteca
    Pública de San Petersburgo. Otro texto masorético,
    el Códice de Alepo (primera mitad del siglo X d.C.) es el
    sustrato básico de una nueva edición del texto que
    está preparando la Universidad
    Hebrea de Jerusalén. El Códice de Alepo es el
    manuscrito más antiguo de la Biblia hebrea íntegra,
    aunque data de más de un milenio después de que se
    escribieran los últimos libros bíblicos, y
    quizá más de 2.000 años después de
    los primeros.

    No obstante, se conservan manuscritos hebreos más
    antiguos —masoréticos y de otra índole—
    de libros individuales. Muchos de ellos, que datan del siglo VI,
    fueron descubiertos a finales del siglo XIX en la guenizá
    (depósito en el que se guardan los escritos inutilizados o
    desechados para evitar que se profane el nombre de Dios escrito
    en ellos) de la sinagoga de El Cairo. Numerosos manuscritos y
    fragmentos, muchos de ellos de la era precristiana, fueron
    recuperados en la región del mar Muerto desde 1947
    (véase Manuscritos del Mar Muerto). Aunque muchos de los
    manuscritos más importantes son bastante tardíos,
    en particular los textos masoréticos conservan una
    tradición textual que se remonta cuando menos a un siglo
    antes de la era cristiana.

    La Septuaginta Y Otras Versiones En Griego  
    Las versiones más valiosas de la Biblia hebrea son las
    traducciones al griego. En algunos casos las versiones griegas
    presentan un material superior al de la hebrea, ya que se basan
    en textos hebreos más antiguos que los que nos han llegado
    hasta hoy. Muchos de los manuscritos griegos son mucho más
    antiguos que los manuscritos de la Biblia hebrea íntegra,
    y fueron incluidos en copias de la Biblia cristiana completa que
    datan de los siglos IV y V d.C. Los manuscritos más
    importantes son el Códice Vaticano (en la Biblioteca del
    Vaticano), el Códice Sinaítico y el Códice
    Alejandrino (ambos se encuentran en el Museo
    Británico).

    La versión griega más importante se
    denomina Septuaginta (en griego, ‘setenta’), porque
    la leyenda afirma que la Torá fue traducida en el siglo
    III d.C. por 70 (o 72) traductores. Tal vez, la leyenda sea
    cierta en algunos aspectos: la primera traducción al
    griego incluía sólo a la Torá y fue
    realizada en Alejandría en el siglo III a.C. Más
    tarde se tradujeron las demás Escrituras hebreas, aunque
    parece lógico que esta tarea fuese realizada por otros
    eruditos cuya pericia y concepciones eran distintas.

    Se emprendieron muchas otras traducciones al griego, que
    en su mayoría se conservan sólo gracias a
    fragmentos o citas de los primeros Padres de la Iglesia y otros.
    Entre ellas se incluyen las versiones de Áquila,
    Símaco, Teodoción y Luciano. El teólogo
    cristiano Orígenes (siglo III) estudió los problemas que
    presentaban estas versiones diferentes y preparó una
    Hexapla, una crítica textual en la que organizó en
    seis columnas paralelas el texto hebreo, el texto hebreo
    transliterado al griego, y las versiones de Áquila,
    Símaco, Teodoción y Luciano.

    Pešitta, Antigua Latina, Vulgata Y Los Targum
     
    Entre otras versiones merecen mencionarse la Pešitta, o
    siríaca, iniciada con toda probabilidad en
    el siglo I d.C.; la Antigua latina, que no fue traducida del
    hebreo sino que procede de la Septuaginta en el siglo II; y
    la Vulgata, traducida del hebreo al latín por san
    Jerónimo a finales del siglo IV d.C.

    Otras versiones que deben considerarse son los Targum
    arameos. En el judaísmo, cuando el arameo sustituyó
    al hebreo como idioma cotidiano, se hicieron necesarias
    traducciones, primero para acompañar la lectura
    oral de las Escrituras en la sinagoga, y más tarde
    transcritas al papel. Los Targum no eran traducciones literales,
    sino más bien paráfrasis o interpretaciones del
    original. Los dos Targum más importantes son el que tuvo
    su origen en Palestina y los revisados en Babilonia. En el
    último decenio se descubrió un manuscrito
    íntegro del Targum palestino, el Neofiti I, guardado
    en la Biblioteca del Vaticano. De los Targum babilónicos,
    los más conocidos son el de Onquelos (Pentateuco) y el de
    Jonatán (Profetas).

    Las versiones suelen ser testimonios cualificados, en
    ocasiones los mejores, del texto original. Además,
    incluyen importantes pruebas de la historia del pensamiento entre
    las comunidades para las que la Biblia constituía un texto
    fundamental.

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