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La libertad




Enviado por latiniando



    Indice
    1.
    Introducción

    2. La Libertad Y Sus
    Límites

    3. Historia
    4. Problemas Modernos
    5. Apéndice
    6. Conclusión
    7. Bibliografía
    consultada

    1. Introducción  

    Libertad, capacidad de autodeterminación de la
    voluntad, que permite a los seres humanos actuar como deseen. En
    este sentido, suele ser denominada libertad
    individual. El término se vincula a de la soberanía de un país en su vertiente
    de ‘libertad
    nacional’. Aunque desde estas perspectivas tradicionales la
    libertad puede ser civil o política, el concepto moderno
    incluye un conjunto general de derechos individuales, como
    la igualdad de
    oportunidades o el derecho a la
    educación.

    2. La Libertad Y Sus
    Límites
     

    Como es lógico, el reconocimiento de una libertad
    ilimitada haría imposible la convivencia humana, por lo
    que son necesarias e inevitables las restricciones a la libertad
    individual. La libertad se define como el derecho de la persona a actuar
    sin restricciones siempre que sus actos no interfieran con los
    derechos
    equivalentes de otras personas.

    La naturaleza y
    extensión de las restricciones a la libertad, así
    como los medios para
    procurarlas, han creado importantes problemas a
    los filósofos y juristas de todos los tiempos.
    Casi todas las soluciones han
    pasado por el reconocimiento tradicional de la necesidad de que
    exista un gobierno, en
    cuanto grupo de
    personas investidas de autoridad para
    imponer las restricciones que se consideren necesarias.
    Más reciente es la tendencia que ha subrayado la
    conveniencia de definir legalmente la naturaleza de las
    limitaciones y su extensión. El anarquismo representa la
    excepción a todo esto, al considerar que los gobiernos son
    perversos por su propia naturaleza, y sostener que es preferible
    su sustitución por una sociedad ideal
    donde cada individuo observe los elementales principios
    éticos.
    El equilibrio
    perfecto entre el derecho del individuo a actuar sin
    interferencias ajenas y la necesidad de la comunidad a
    restringir la libertad ha sido buscado en todas las
    épocas, sin que se haya logrado alcanzar una
    solución ideal al problema. Las restricciones son en no
    pocas ocasiones opresivas. La historia demuestra que las
    sociedades han
    conocido situaciones de anarquía junto a periodos de
    despotismo en los que la libertad era algo inexistente o
    reservado a grupos
    privilegiados. Desde estas situaciones hasta su evolución hacia los estados de libertad
    individual cristalizados en los gobiernos democráticos,
    conocidos en algunos círculos como ‘la menos mala de
    las soluciones’ respecto a ese deseo natural del
    hombre por ser
    libre.

    3. Historia  
    En la antigüedad, la esclavitud fue
    considerada como una institución necesaria para la
    sociedad. En
    la edad media, la
    más importante demostración de cómo los
    grupos
    organizados de personas se encontraban en disposición de
    exigir determinados privilegios a los poderosos fue la Carta Magna,
    impuesta en el siglo XIII al rey Juan Sin Tierra de
    Inglaterra por un
    grupo de
    barones ingleses. El documento tiene gran significado en la
    historia de las libertades de los pueblos. Cuando la época
    medieval tocaba su fin, el renacimiento
    planteó el problema de la libertad intelectual y de
    conciencia, con
    constantes desafíos a los dogmas de la Iglesia
    católica. La Reforma protestante trajo ideas bastante
    diferentes acerca de la consideración de estas
    libertades.
    Las grandes revoluciones contribuyeron a definir la libertad
    individual y a asegurar su implantación. En el siglo XVII,
    la Revolución Gloriosa supuso la
    culminación de cientos de años de intentos de
    imponer restricciones a los monarcas absolutos ingleses. El Bill
    of Rights, aprobado en el Parlamento en 1689, trajo consigo el
    establecimiento de un gobierno
    representativo en Inglaterra.

    La guerra de la
    Independencia
    estadounidense (1775-1783) combinó los problemas de
    la libertad individual con los de la libertad nacional, propios
    de la creación de un nuevo Estado. La
    Declaración de Independencia
    proclamó la libertad frente a Inglaterra, y la Constitución de Estados Unidos,
    cuyas diez primeras enmiendas, siguiendo el modelo del
    Bill of Rights, contienen la enumeración de los derechos
    civiles, supuso el primer eslabón en la cadena de las
    sucesivas constituciones nacionales.
    La Revolución
    Francesa de 1789 destruyó el sistema feudal en
    Francia y
    estableció el sistema del
    gobierno representativo. La
    Ilustración, fuente intelectual de la Revolución
    Francesa, definió la libertad como un derecho
    natural del hombre a
    actuar sin interferencias de ninguna clase, al tiempo que
    estableció la necesidad de limitaciones a la libertad para
    con ello procurar la existencia de una organización social propia. Enterrada la
    teoría
    del origen divino del poder real,
    las nuevas teorías
    ponían el fundamento del poder en el
    pueblo, y que la tiranía comienza cuando, ignorando esa
    procedencia, se violan los derechos individuales. En la Revolución
    Francesa se encuentra el origen ideológico de la
    Declaración de los Derechos del hombre y del ciudadano,
    que sirvió como modelo para la
    mayoría de las declaraciones sobre la libertad adoptadas
    por los estados europeos del siglo XIX.
    En Latinoamérica, los principios
    liberales que rigieron las luchas por la emancipación
    durante las dos primeras décadas del siglo XIX estuvieron
    enmarcadas también en los ideales de libertad, personal y de
    comercio, que
    dieron origen a la Revolución Francesa.
    Diverso concepto de
    libertad fue el sustentado en la Revolución
    Rusa de 1917. El Estado
    resultante (Unión de Repúblicas Socialistas
    Soviéticas), de acuerdo con la ideología marxista en la que se basó
    su Constitución, mantuvo que todo
    reconocimiento de la libertad individual favorecía al
    individuo concreto, pero
    siempre en perjuicio de la mayoría de la población. La verdadera libertad era
    posible sólo por medio de la eliminación de la
    clase explotadora. El éxito
    de la revolución consistió en el anuncio de una
    nueva era de la libertad del hombre. Pero el gobierno de tipo
    dictatorial y opresor de Iósiv Stalin llevó a no
    poca gente a considerar que el socialismo,
    basado en la tesis de la
    propiedad
    colectiva de los medios de
    producción, desemboca sin remedio en la
    dictadura.

    4. Problemas Modernos
     

    Desde que tuvieron lugar las revoluciones aludidas, el principal
    problema en relación con la libertad nacional se ha
    desarrollado en paralelo con las ansias de soberanía e independencia de
    pequeños países y colonias. A ello deben
    añadirse los problemas de las minorías raciales,
    siempre dispuestas a ganar autonomía interior en
    relación con el Estado.
    Respecto a la libertad individual en su estado actual,
    el problema ha consistido en la protección y
    extensión de los derechos civiles, como son la libertad de
    expresión, la libertad de prensa, la
    libertad religiosa, la de expresión, reunión,
    cátedra, manifestación y otras, o lo que es lo
    mismo, en la búsqueda del punto en el que termina la
    libertad de una persona y
    comienza la de los demás. Así, la libertad de
    información o de expresión no puede
    ejercitarse sin límites,
    pues un ejercicio abusivo de las mismas puede vulnerar el derecho
    al honor o la intimidad de otra persona.

    Aparte de la experiencia soviética y de sus
    países satélites
    (Polonia, Checoslovaquia, Hungría, etc.), otras amenazas a
    la libertad tuvieron lugar en la primera mitad del siglo XX
    europeo en forma de gobiernos totalitarios en Alemania,
    Italia y España. En
    estos países las libertades civiles fueron destruidas, y
    los derechos individuales quedaron por entero subordinados a las
    exigencias gubernamentales, de modo que quienes no comulgaban con
    esta política eran castigados (delitos de
    opinión, por ejemplo). La libertad se restauró al
    final de la II Guerra Mundial en
    Alemania e
    Italia, pero en
    España
    quedó restringida hasta la muerte de
    Francisco Franco en 1975. Otras dictaduras se han sucedido en
    numerosos países iberoamericanos, destacando los casos de
    Chile,
    Argentina,
    Paraguay y
    Panamá.
    En los dos primeros casos, tanto en 1973 (Chile) como en
    1976 (Argentina)
    surgieron férreas dictaduras a cuyo fin renacieron los
    sistemas
    democráticos. El caso paraguayo es diferente, dado que,
    durante décadas fue gobernada por el dictador Alfredo
    Stroessner, el cual fue depuesto en la década de 1980.
    Asimismo, el caso panameño tiene matices, dado que la
    lucha del dirigente nacionalista Omar Torrijos por la defensa del
    Canal de Panamá
    tuvo un carácter
    distinto a la del general Manuel Antonio Noriega, acusado por
    Estados Unidos
    de tráfico de drogas.
    También en Nicaragua la dictadura de
    la familia
    Somoza acabó en una revolución que, luego de un
    gobierno provisional, desembocó en elecciones
    democráticas.

    5.
    Apéndice

    El valor positivo
    de la libertad humana:
    La  afirmación de la existencia, del "valor de
    realidad"-del libre albedrío humano, testimoniada por la
    experiencia de él, no es todavía la
    afirmación de que este modo de la libertad sea valioso en
    su esencia.  Desde el punto de vista de lo meramente
    biológico-entendiendo por meramente biológico 
    lo que el hombre
    tiene en común con los seres vivientes infrahumanos-, la
    libertad de arbitrio es juzgada un contravalor o valor
    negativo-,una imperfección- por ARNOLDO GEHLEN.  De
    ésta, digámoslo así, "descalificación
    biológica" de libre albedrío humano a hechos 
    M.MULLER  un breve y optimo resumen, contrastándolo
    con la valoración tradicional: "la libertad es inseguridad,
    privación, por tanto, de fijeza y univocidad en el
    comportamiento.  La querencia de fijeza, y
    univocidad y estabilidad lleva el nombre de indeterminatio en la
    tradición de la filosofía clásica, en la
    llamada philosophia perennis,.  Y la definición de la
    libertad como indeterminación o inestabilidad,…, es
    antigua, pero solo significaba originariamente la característica negativa de un
    fenómeno en si mismo positivo,…,para GEHLEN,  es su
    perspectiva biológica esa característica es el rasgo
    predominanante.  La libertad es un fenómeno
    biológicamente negativo, la carencia de coordinación univoca del estimulo y la
    reacción".

    El propio GEHLEN reconoce como antecedentes de su
    concepción algunas ideas de SCHILLER y HERDER, y hasta
    KANT e incluso de
    SANTO THOMAS (señaladas esta por J.PIEPER y A.SZALAI),
    todas ellas referidas de una u otra manera, a la
    indefensión natural del cuerpo humano,
    comparativamente a lo de los otros animales. Sin
    embargo, en ninguno de estos "antecedentes" aparece el libre
    albedrio humano como un hecho esencialmente negativo, aunque
    suponga en el organismo corporeo del hombre una cierta
    negatividad o imperfección.  Es-para decirlo con
    M.MULLER en su alusión a la idea tradicional de la
    libertad-"la característica negativa de un fenómeno
    en si mismo positivo".  El aspecto negativo del libre
    albedrío humano es la indeterminación que este
    requiere, por una parte, en el cuerpo mismo del hombre (carente
    de los dispositivos necesarios para la conducta
    inivocante determinada por los instintos en los demás
    animales) y,
    por otra parte, en la voluntad humana, naturalmente indeterminada
    en relación a todo bien limitado o que como tal
    aparece.  Pero el libre albedrío humano no se reduce
    a ese necesario aspecto negativo, que es más una
    condición que una nota constitutiva de su esencia. 
    La indeterminación es necesaria precisamente para la
    autodeterminación, en la cual consiste el aspecto positivo
    de la libertad de arbitrio de nuestra potencia
    volitiva.
    De ningún modo puede ser explicada la
    autodeterminación como una consecuencia o un efecto de la
    indeterminación.  Sólo hasta cierto punto cabe
    lícitamente sostener que el hombre
    tiene que autodeterminarse porque en virtud de su propia
    naturaleza no se encuentra determinado.  Si no tuviese ya
    por naturaleza una cierta potencia de
    autodeterminación-es decir, sin poseyese esta potencia de
    una manera innata-,no podría autodeterminarse de modo
    alguno.  Para darse así mismo el correspondiente
    poder, tendría ya que tenerlo y ciertamente la
    indeterminación no puede darselo.  Para "sacar
    fuerzas de flaqueza" es menester tenerlas, aunque no estén
    activas, y el "hecho" de que la necesitamos no tiene poder
    bastante para determinar su producción.

    Estas observaciones criticas a GEHLEN son también
    aplicables a ZUBIRI.  No es que ZUBIRI mantenga-de ninguna
    manera lo ha afirmado- el libre arbitrio del hombre es un hecho
    esencial y primordialmente negativo; pero, en cambio es
    verdad el libre albedrío humano queda interpretado por
    ZUBIRI como algo que emerge de la relativa
    indeterminación-"inconclusión"-de la tendencias
    humanas: "no es que las tendencias humanas dejen un margen dentro
    del cual puede jugar la libertad.  Es algo más que
    eso.  Pero lo más grave y decisivo es que las
    tendencias exigen precisamente de que hayan libertad, y lo exigen
    por su inconclusión, por lo que nos colocan
    inexorablemente es en situación de libertad.  La
    libertad no es algo que se superpone para manejar dentro de
    ciertos límites lo
    anterior a ellos, lo natural, si no que es exigido por la
    inconfusión de lo natural para poder subsistir, incluso en
    tanto que natural ".  O también: "la función
    primaria de la tendencia es hacer posible por su
    inconclusión la emergencia de la libertad.
    De ahí que las tendencias, es un ser como el hombre, si
    bien no son formalmente libres, si bien en muchos casos son
    participativamente libres, la verdad es que en todo caso son
    exigitivamente la raíz de la libertad, que es cosa
    distinta".
    Si ZUBIRI se hubiese limitado a sostener lo que dice en el inicio
    del segundo de los dos pasajes consignados, a saber que la
    función
    primera de las tendencias es hacer posible, por su
    inconclusión la emergencia de la libertad, se
    podría discutir si la función  primera de la
    tendencia es precisamente esa y no otra pero no estaría
    justificado aplicarle a ZUBIRI la misma objeción arriba
    hecha al pensamiento de
    GEHLEN.  Pues el hacer posible la emergencia de la libertad
    no es tanto como exige esa emergencia y como poner en
    situación de libertad al hombre.

    Pero es el caso que en el primero de los dos textos, en
    el final del segundo afirma ZUBIRI, que las tendencias
    inconclusas requiere la libertad, siendo en el hombre,
    exigitivamente, la raíz de ella para lo que natural pueda
    subsistir, incluso en tanto que natural.  Ya estas
    afirmaciones coinciden básicamente con la doctrina de
    GEHLEN, por cuanto en ella la autodeterminación viene
    exigida-, y, por cierto, también para que el hombre pueda
    subsistir-precisamente por la indeterminación. 
    Insisto no es igual "hacer posible" que "exigir".  Ni
    "exigir algo" es lo mismo que "ponerlo".  (las ganas de
    comer exigen el alimento que las quita, más no por ello lo
    ponen, ni me confieren tampoco el poder de elegirlo, por
    más que sean efectivamente una tendencia inconclusa, al
    menos en el sentido de que no determinará concreto
    alimento he de tomar, ni como concretamente he de
    tomarlo).

    6.
    Conclusión

    1-  El valor del libre albedrío humano no es
    el valor de lo mas radical en el ser específico del hombre
    ni tampoco el más alto de los valores
    que a este le son posible sino el más alto de los valores que el
    hombre tiene como virtud de su innata realidad.
    No puede ser el valor de lo más radical en la
    índole específica del hombre-ni tampoco, por tanto,
    el más radical de los valores de
    esta índole-porque el libre albedrío humano
    presupone la libertad trascendental del entendimiento y de la
    voluntad, cuyos valores son
    por ende, más radicales que el de la libertad de arbitrio
    de nuestra potencia volitiva.  El más radical de los
    valores de nuestro ser específico es el valor de nuestro
    entendimiento y ellos no solo porque el entendimiento hace
    posible los actos libres de la voluntad, sino porque
    también hace posible a la libertad misma, tanto en su
    libertad trascendental, cuanto la libertad de arbitrio que ella
    tiene. "La inteligencia-dice, con acierto solo parcial,
    ZUBIRI-es lo que hace posible que una facultad
    intrínsicamente es libre pueda efectivamente ser libre en
    acto, ejecutar en acto segundo su propia libertad".  El
    acierto de ZUBIRI, es solamente parcial, porque la inteligencia
    no podría hacer posible que fuese libre el ejercicio del
    libre albedrío humano sino hiciese también en
    nuestra potencia volitiva tengan intrínsicamente esta
    forma de libertad.  La libertad humana está dotada de
    libertad de arbitrio porque todo bien limitado, captado de una
    manera intelectiva precisamente como no absoluto, puede ser
    querido, o sea, porque la voluntad no quiere necesariamente lo
    que el entendimiento representa como un bien que lo que es con
    alguna limitación.  Sin la lucidez intelectiva que
    hace posible captar en cada bien limitado la limitación
    correspondiente, la voluntad se comportaría de un modo tan
    necesario como el propio apetito sensorial o, mejor dicho, solo
    habría apetito sensorial, no facultad volitiva, en tanto
    que esta implica, ya en si misma, intrínsicamente-,que su
    sujeto está dotado así mismo de la facultad de
    entender.

    2-  Los progresos de las ciencias y, en
    especial, lo de la sicología y lo de la ciencias de la
    educación
    nos permiten ser realistas a la hora de formular los conceptos
    antes vertidos.  Entre los avances podemos citar el mayor
    conocimiento
    de: los mecanismos y procesos en
    la
    comunicación humana de los antecedentes sanos para una
    socialización óptima del ser, la
    instrucción racional de los procesos de
    las soluciones de los problemas humanas, en las relaciones
    personales y sociales, las tomas de decisiones grupales y
    humanas, la nueva irrevelada visión de la creatividad y
    especialmente las posibilidades de su potencia y mejora, la
    visión dialéctica y bidireccional de las relaciones
    interpersonales.  El crítico papel del
    autocontrol, las posibilidades del autoconocimiento y de la
    auto-sensibilización, la revalorización del
    papel de los
    sentimientos y de su expresión.
    Los Padres, los amigos, los maestros, la gente de la calle, nos
    van mostrando el mundo desde que nacemos. La madre pone el pecho
    en la boca del recién nacido, y éste chupa, se
    alimenta, y recibe al mismo tiempo una
    caricia. Lo viste, lo arropa, y el niño vive esas prendas
    como abrigo. Agitan ante él el juguete. Le impiden acercar
    la mano a una llama, o se quema con ella, y entran en el
    horizonte de su vida la prohibición, el dolor, el peligro.
    Intenta el niño levantar una mesa, y descubre el peso
    –y la impotencia-. Se da un golpe contra la pared y cuenta
    con la resistencia de
    las cosas. Lo amenazan jovialmente y aprende a distinguir entre
    lo serio y la broma. Le cuentan cosas, y descubre que antes que
    él había otros, y sucesos que no eran suyos. Le
    prometen algo, y se pone a esperar en el futuro. Lo elogian o le
    regañan, y el niño empieza a darse cuenta de que
    hay lo bueno y lo malo, la aprobación y la
    desaprobación. Le reprochan haber hecho algo que no ha
    hecho, y tropieza con la injusticia. Lo engañan, y ve que
    junto a la verdad, en la cual vivía sin saberlo, hay la
    falsedad o la mentira. Empieza a explorar la casa, el
    jardín, las calles del pueblo o de la ciudad, el campo, y
    ve que hay "más allá", que el mundo es abierto,
    dilatado, desconocido, atractivo, peligroso, hermoso o feo.
    Distingue muy pronto dos formas de los "otros": hombres, mujeres;
    y muy poco después una tercera forma: los "semejantes",
    los niños,
    a diferencia de los "mayores".

    Le hablan y oye hablar. Distingue voces, y los tonos, y
    sabe cuándo se dirigen a él o no. Le gustan
    más o menos: se siente atendido, acariciado, mimado,
    reprendido, olvidado. Va entendiendo "de qué se trata";
    luego, lo que se dice. Conoce algunas palabras, y otras que no;
    adivina su significado unas veces, otras quedan oscuras. Empiezan
    a "enseñarle" cosas: a andar, a comer, a vestirse, a
    pronunciar, a mover las manos, a jugar, a hacer las cosas "bien",
    a saludar, a contar, luego a leer, a escribir, a rezar, a
    callarse, a esperar, a obedecer, a resignarse. Y luego, noticias,
    informaciones, ritos, ciencias.
    Casi toda la vida va regida por esas formas que nos han sido
    "inyectadas" por los demás, conocidos o desconocidos,
    sobre todo al verlos vivir ante nosotros. Estamos en la creencia
    de que las cosas son "así", de que hay que hacer tales o
    cuales cosas, de que podemos contar con ellas de cierta manera.
    Nuestros deseos, nuestros proyectos, nos
    llevan a hacer algo de acuerdo con esas líneas de conducta.
    Solamente cuando tropezamos con algo imprevisto, cuando las cosas
    no se comportan como esperábamos, cuando alguien se
    enfrenta con nosotros, no podemos seguir viviendo
    espontáneamente. Nos paramos. ¿A qué? A
    pensar.

    Lo primero que hacemos es ver si alguien sabe qué
    hay que hacer. Si no lo encontramos, recordamos lo que sabemos,
    lo que hemos aprendido, los conocimientos adquiridos, para ver si
    nos sirven, si nos permiten salir del apuro. Un tercer paso es
    tratar de conseguir más conocimientos, preguntar a otros
    maestros, otros libros, otras
    ciencias.
    Pero puede ocurrir que, entre tantos saberes, nos encontremos
    perdidos, en la duda. No sabemos qué hacer, no sabemos
    qué pensar. Ha aparecido ante nosotros algo nuevo, con lo
    cual no contábamos. O lo que creíamos o
    pensábamos choca con lo que vemos; ¿cómo
    decidir? O, finalmente, sabemos muchas cosas, estamos rodeados de
    objetos, recursos,
    aparatos, pero nos preguntamos ¿qué es todo esto?
    ¿Qué sentido tiene? ¿Qué es esto que
    llamamos vivir, y para qué, y hasta cuándo?
    ¿Y después, que podemos esperar?

    El nacimiento de la filosofía
    Cuando el hombre primitivo estaba agobiado por las dificultades,
    cuando le era difícil seguir viviendo, comer, beber,
    abrigarse, calentarse, defenderse de las intemperies, de las
    fieras, del miedo a lo desconocido, no tenía respiro para
    hacerse preguntas. No solo cada día, cada hora
    tenía su afán. Y no sabía casi nada. Pero
    cuando, al cabo de los siglos, el hombre consiguió alguna
    riqueza, cierta seguridad,
    instrumentos que le permitieron desarrollar una técnica,
    noticias y conocimientos, cuando su memoria no fue
    sólo suya y la de sus padres, sino la de la tribu o la
    ciudad o el país –una memoria
    histórica-, cuando hubo autoridades y mando y alguna forma
    de derecho y estabilidad, consiguió el hombre holgura,
    tiempo libre, se pudo divertir, cantar, tocar algún
    instrumento, bailar, componer versos, dibujar o esculpir,
    levantar edificios que no eran sólo cobijo, sino que
    debían ser hermosos, inventar historias, y a veces
    representarlas. Y entonces, en esa vida más compleja, mas
    atareada y a la vez con más calma, sintió sorpresa,
    la admiración, el asombro, la extrañeza: ante lo
    bello, lo magnífico, lo misterioso, lo horrible. Y
    empezó a lanzar sobre el mundo una mirada abarcadora, que
    en lugar de fijarse en tal cosa particular contemplaba el
    conjunto: y al entrar en sí mismo, al ensimismarse como
    decimos con una maravillosa palabra en español,
    empezó a atender al conjunto de su vida y a preguntarse
    por ella. Así nació, seis o siete siglos antes de
    Cristo, en Grecia, una
    nueva ocupación humana, una manera de preguntar, que vino
    a llamarse filosofía.

    Hay un paralelismo entre lo que ocurrió a la
    humanidad entonces y lo que ocurre al hombre y a la mujer cuando
    llega a cierta altura de su vida. Todavía es mayor el
    paralelismo si se piensa que no todos los pueblos han cultivado
    la filosofía, y que sólo algunos hombres se hacen
    esas preguntas. Los demás siguen viviendo sin claridad, o
    se contentan con la certidumbre que da la acción, o
    aquella otra en que se está por una creencia, o con otra
    distinta que dan los conocimientos, las ciencias particulares,
    que nos enseñan tantas cosas. Hoy, tantas que nadie las
    sabe, que, por tanto, funcionan para cada hombre como otra forma
    de creencia: creemos que se saben todas esas cosas, que las sabe
    la ciencia.
    Pero ¿quién es la ciencia?

    Para que alguien se haga las preguntas de la
    filosofía hace falta que se den varias condiciones. 1) Que
    se sienta perdido, que no sepa qué hacer o qué
    pensar, que no sepa a qué atenerse. 2) Que los conocimiento
    particulares no lo saquen de su duda, no le den una certeza
    suficiente, porque lo que necesita saber es qué es todo
    esto, quién soy yo, qué será de mí 3)
    Que tenga la esperanza de poder encontrar respuesta a esas
    preguntas, de poder salir él mismo de la duda. Lo cual
    quiere decir: 4) Que suponga que esas preguntas pueden tener
    respuesta, que tienen sentido. Y finalmente: 5) Que el hombre
    perdido y lleno de dudas tiene algún medio de interrogar a
    la realidad y obligarla a manifestarse y responder, a ponerse en
    claro, a manifestar la verdad. Ese medio es lo que se suele
    llamar pensamiento o
    razón.

    La vida humana
    " Ya se han escrito todas las buenas máximas, solo falta
    ponerlas en práctica.", lo decía Pascal.
    Siempre mi vida ha girado en un constante aprendizaje de
    aplicación de la filosofía en la vida. Pero resulta
    que eso es tan extraño, complejo y misterioso que llamamos
    filosofía se parece mucho a lo que todos los hombres hacen
    todos los días desde el principio del mundo. Por lo
    cuál, tal vez no sea tan extraño, y desde luego es
    algo muy propio del hombre.
    Yo me encuentro en el mundo, rodeado de cosas, haciendo algo con
    ellas, "viviendo". Cuándo caigo en la cuenta de eso, llevo
    ya mucho tiempo viviendo, es decir, que mi vida ha empezado ya,
    no he asistido a su comienzo. Entre las cosas que encuentro
    está mi propio cuerpo, que se presenta como una cosa
    más, que me gusta más o menos, que funciona bien o
    mal, que no he elegido. Es cierto que me acompaña siempre,
    que lo llevo siempre "puesto", que lo que le pasa me interesa y
    me afecta, que por medio de él veo, toco, me relaciono con
    todas las cosas; que por él esta aquí estoy yo
    aquí, y que gracias a él cambio de
    lugar.

    Y también encuentro eso que llaman las
    "Facultades psíquicas": la inteligencia, la memoria, la
    voluntad, el carácter.
    A lo mejor mi inteligencia es buena para algo, pero mala para
    otras cosas; o recuerdo bien los versos y mal
    los números de teléfono; o tengo voluntad débil, o
    mal genio. Nada de eso he elegido, nada de eso soy yo, sino que
    es mío, como el país o la época en que he
    nacido, la familia a la que
    pertenezco, mi condición social, etc.
    Con todo eso que encuentro a mi disposición,
    bueno o malo, tengo que hacer mi vida, tengo que elegir en cada
    momento lo que voy a hacer, quién voy a ser. Lo más
    grave es que la parte más interesante del mundo no
    está presente, no dispongo de ella, porque lo que
    elijo es quién voy a ser mañana, y el mañana
    no existe; existirá… mañana; es el futuro. Y el
    futuro es inseguro, incierto, está oculto.

    ¿Qué hacer?, ¿Que
    elegir?, ¿Que camino tomar?, no tengo más
    remedio que tratar de ver juntas todas mis posibilidades, para
    poder elegir entre ellas. Y, ¿Cómo
    elegiré? depende de quién quiero ser, de mi
    proyecto. Es
    decir, que tengo que imaginarme primero como tal persona, como
    tal hombre o mujer, y ese
    proyecto
    imaginario es el que, ante las posibilidades que tengo ante
    mí, decide. Dicho con otras palabras, para vivir tengo que
    ponerme ante todo a pensar, a imaginarme a mi mismo y ver en su
    conjunto el mundo. Por eso, el gran filósofo español
    José Ortega y Gasset hablaba de la razón vital, sin
    la cuál no puedo vivir porque solo puedo vivir pensando,
    razonando.
    Vemos ahora que la filosofía no es más que hacer a
    fondo, con rigor, con un método
    adecuado eso que todos hacemos a diario para poder vivir
    humanamente. Los individuos y los pueblos y las épocas que
    filosofan viven con mayor claridad, no se dejan arrastrar,
    saben lo que hacen, tienen una iluminación superior a los
    demás. Y tienen también la audacia de creer que
    ellos mismos pueden intentar buscar la verdad, orientarse por si
    mismos cumpliendo las reglas de método,
    del camino que puede conducir a ese descubrimiento. La
    consecuencia es que el que filosofa pretende ser más el
    mismo, más de verdad, ser lo que se llama más
    auténtico.

    La historia de la filosofía
    Es larga y compleja la historia de la
    filosofía. Iniciada en Grecia a fines
    del siglo 7 o a comienzos del 6ª. De C. (Tales de Mileto,
    Anaximandro, Anaxímenes, Parménides,
    Heráclito, Empédocles, Anaxágoras,
    Demócrito, Sócrates),
    llevada a su perfección por Platón y
    Aristóteles, desarrollada luego, en Grecia
    y en Roma
    (Séneca, Marco Aurelio, Plotino), cristianizada luego,
    sobre todo en San
    Agustín, y en la Edad Media
    (San Anselmo, San Buenaventura, Santo Tomás de
    Aquino, Escoto, Ockam), sin olvidar a los judíos
    (Maimónides) o musulmanes (Avicena, Averroes,
    Ebenjaldún), continuada en el Renacimiento por
    Nicolás de Cusa, Luis Vives, Erasmo, Giordano Bruno,
    llevada a nuevo esplendor por Descartes,
    Spinoza, Leibniz, Bacon, Locke, Hume; Zubiri, Wittgenstein y
    tantos otros, esa historia ha sido vista a veces como una
    historia de errores de la mente humana; pero no es
    así.

    Hay una continuidad y coherencia en la historia de la
    filosofía, que hace que los verdaderos filósofos se entiendan, aunque cada uno
    tenga que formular el problema a su manera propia, desde su punto
    de vista personal, que no
    excluye forzosamente los otros, porque las perspectivas reales
    son muchas y complementarias. Un gran filósofo dijo: "Todo
    lo que un hombre ha visto es verdad". Quería decir que la
    falsedad viene sólo de lo que cada uno añade a lo
    que verdaderamente ha visto; y ahí es donde puede
    producirse la contradicción y la discordia. La historia
    entera de la filosofía es el camino de la mente humana
    para conocer la realidad, para aproximarse a ella y descubrirla,
    rectificar los errores e integrar la visión personal con
    las de los demás.

    La visión responsable
    Ante una cosa, el filósofo no se pregunta, como el
    científico, por sus propiedades particulares
    –mineral, vegetal, animal, cuerpo celeste, echo
    psíquico o histórico, forma social o
    política, ley, enfermedad,
    obra literaria o artística, etcétera-; se pregunta
    por lo que tiene de realidad, es decir, por el tipo de realidad
    que le corresponde. No es lo mismo una piedra o un pino o un
    caballo, o bien el número 7, o el triángulo
    isósceles, o la raíz cuadrada de 2; o una sirena o
    un centauro; o un soneto; o Don Quijote; o
    Cervantes; o Dios.
    El filósofo se pregunta cuál es el puesto que en la
    realidad tiene cada uno de esos objetos, dónde hay que
    ponerlo, cuáles son sus atributos y su manera de
    comportarse y cómo se lo puede conocer. Y tiene que
    preguntarse igualmente por la realidad en su conjunto, por su
    estructura,
    las jerarquías o grados de realidad que hay dentro de
    ella, las relaciones o conexiones entre todas las cosas que son
    en un sentido o en otro, reales.
    Se puede pensar que la filosofía es muy difícil,
    que no se puede comprender, que sólo muy pocas personas la
    entienden. No es así; hemos visto que en el fondo es lo
    que todos los hombres hacemos todo el tiempo; si es así,
    ¿cómo no vamos a comprender eso que sin darnos
    cuenta hacemos?

    Cuando se es muy joven, no se comprende la
    filosofía, pero no porque sus razonamientos sean muy
    complicados –los de las matemáticas suelen ser más
    difíciles- sino porque el niño no ve el problema,
    no ve en que consiste la pregunta. Cuando se llega a la primera
    juventud se
    puede entender, y el joven que "ve" la filosofía suele
    entusiasmarse. Los discípulos de Sócrates y
    Platón
    eran muchachos muy jóvenes. Y es mejor acercarse a la
    filosofía con frescura, con inocencia, sin saber nada,
    dispuesto a abrir los ojos y mirar.

    La única dificultad que tiene la filosofía
    es que tiene una estructura, un
    orden, distinto del que tienen otras ciencias, por ejemplo la
    matemática. Ésta tiene una
    estructura lineal: si un libro de
    matemáticas tiene veinte teoremas, necesito
    entender los tres primeros para entender el cuarto, pero no
    necesito saber el quinto; cada uno se apoya en los anteriores,
    pero no en los posteriores, y se estudian y aprenden linealmente.
    En la filosofía, las verdades se apoyan unas en otras,
    mutuamente. Si se lee la primera página de un escrito
    filosófico, no se la comprende íntegramente; al
    leer la segunda la primera empieza a aclararse, y así
    sucesivamente; la comprensión total de la primera
    página no se logra hasta que se ha llegado a la
    última. Ésta estructura circular (o espiral) es lo
    que se llama sistema: un conjunto de verdades, cada una de las
    cuáles esta sostenida y probada por todos los
    demás.

    Por esto es un error, cuando se lee un libro
    filosófico, no pasar del principio hasta haberlo entendido
    perfectamente: no se entenderá nunca. Hay que seguir,
    recibiendo nuevas aclaraciones a medida que se avanza, hasta el
    final. Las iluminaciones se van sucediendo, se van viendo nuevas
    conexiones, se descubren relaciones inesperadas, y por eso
    la lectura de
    un libro filosófico es apasionante, como la de una buena
    novela.
    Esta comparación no es justificada: la filosofía es
    una teoría
    dramática, una aventura humana, del hombre que filosofa
    creadoramente o del lector que revive esa teoría. No se
    entiende nada humano más que contando una historia, y la
    filosofía tiene ese elemento dramático o novelesco,
    que la hace plenamente inteligible. La dificultad de la
    filosofía reside en esa estructura: una vez reconocida y
    aceptada, resulta ser lo verdaderamente inteligible; lo que de
    verdad se comprende; a su lado, todas las demás formas de
    intelección carecen de última claridad.

    A la filosofía le corresponde la evidencia. Nada
    es filosóficamente entendido sino se ve que es así,
    que tiene que ser así. Y ésta evidencia tiene que
    renovarse en cada momento, si se trata de una comprensión
    filosófica. Supongamos que un profesor demuestra
    perfectamente en la pizarra que los tres ángulos de un
    triangulo valen dos rectos, o el teorema de Pitágoras, o
    la regla de la división. Si se nos pregunta porque es
    así, porque aquello es válido, contestaremos que
    "está demostrado", que un profesor nos lo demostró
    de manera concluyente cuando estudiábamos en el colegio o
    el instituto. No nos acordamos de la demostración, pero
    recordamos perfectamente que el profesor la dio de manera
    convincente. ¿Vale esto en filosofía? No. Esta
    evidencia debe estar renovándose en cada instante, tiene
    que estar presentando sus títulos de justificación;
    no se puede aceptar nada por autoridad
    –ni siquiera por el recuerdo de la evidencia, por la
    evidencia pasada-, sino por la evidencia actual.
    Por eso la filosofía puede definirse como la visión
    responsable: es una visión, algo que en cada momento se
    esta viendo; pero no basta; es una visión que se
    justifica, que muestra sus
    razones, que "responde" de lo que ve y responde a las
    preguntas.

    Las preguntas radicales
    La filosofía se hace las preguntas radicales, aquellas que
    necesitamos responder para estar en claro, para saber a
    qué atenernos, para orientarnos sobre el sentido del mundo
    y de nuestra vida, para saber quiénes somos y qué
    tenemos que hacer y qué podemos esperar, qué
    será de nosotros. Entre muchas certezas y conocimientos,
    necesitamos una certidumbre radical, tenemos que buscarla, si
    queremos vivir como hombres lúcidamente, y no a ciegas o
    como sonámbulos.
    Se dirá: ¿Es que podemos alcanzar esa certidumbre?
    ¿Es posible ese saber superior y más profundo, ese
    núcleo del pensamiento filosófico que se llama
    metafísica? No sabemos si es posible:
    sabemos que es necesario, que lo necesitamos para
    vivir.

    Las ciencias son diferentes. Un problema
    científico que no tiene solución no es un problema.
    En filosofía, no. En primer lugar, porque no se sabe si
    acaso pueda tener solución con otro método,
    planteado de otra manera mejor; en segundo lugar, porque la
    filosofía no necesita tener éxito:
    tiene que enfrentarse con sus problemas, no puede contenerse con
    eliminarlos. Es la condición de la vida humana; el hombre
    no necesita tener éxito, le basta con intentar hacer, lo
    mejor posible, lo que debe hacer. La filosofía no puede
    renunciar a sus problemas fundamentales, porque entonces renuncia
    a si misma, deja de ser filosofía (es lo que le pasa a
    gran parte de lo que hoy se llama filosofía).

    No hace falta ser un filosofo creador, original, para
    tener acceso a la filosofía.

    El que lee filosóficamente a un filósofo,
    o lo escucha, repiensa su filosofía, se la apropia, la
    hace suya. Repite dentro de sí mismo el movimiento
    mental que llevó al filósofo a preguntarse algunas
    cosas, que lo condujo con un método riguroso de evidencia
    en evidencia, a ciertas visiones: soluciones o un nuevo
    planteamiento más adecuado del problema.

    El filósofo es un hombre audaz, que se atreve a
    enfrentarse con la realidad, interrogarla, levantar el velo que
    la cubre y tratar de ponerla de manifiesto, hacerla patente. Por
    eso, la tentación del filósofo es soberbia. Pero si
    es verdadero filósofo, tendrá que llegar a una
    profunda humildad: primero, porque tendrá conciencia de que
    la realidad es problemática, que ninguna verdad la agota
    que cuando dice "A es B", no quiere decir "A es B y nada
    más", sino que su propia visión se podrá y
    deberá integrar con otras, que no se excluyen
    forzosamente; segundo, porque lo que hace no es dictar a la
    realidad cómo es o debe ser, sino al contrario. Ver
    cómo es, reconocer que es así, aceptarlo. La
    filosofía requiere el valor de enfrentarse con la realidad
    –toda realidad, sin amputaciones ni exclusiones, en todo su
    problematismo-, pero significa la aceptación de la
    realidad, el sometimiento a una verdad que el filósofo no
    produce ni impone, sino descubre.
    Los otros conocimientos, las otras ciencias, la experiencia de la
    vida, las crisis
    históricas, todo eso lleva al hombre a algunas preguntas
    esenciales que van más allá, que no tienen
    respuestas prácticas ni dentro de cada una de las ciencias
    positivas. Hay problemas que no tienen su lugar en la física, la psicología o la
    historia; pero son problemas para el físico, el
    psicólogo o el historiador, para el hombre que cada uno de
    ellos es (como para el hombre de la calle). Esas mismas ciencias
    plantean un problema que excede de ellas mismas:
    ¿cuál es su puesto en el conjunto del saber? Y
    ¿cuál es la realidad de su objeto? El físico
    estudia la naturaleza, la mide, descubre sus leyes; pero no se
    pregunta qué es la naturaleza o por qué hay
    naturaleza. La pregunta por la realidad histórica no es
    tema de la historia. Las ciencias particulares dan por supuesto
    su objeto (por eso se llaman ciencias positivas), pero el hombre
    no puede dar nada por supuesto si quiere tener una ultima
    claridad. Esa es la función, la exigencia de la
    filosofía.

    Por otra parte, la filosofía no empieza nunca en
    cero. No solo parte de innumerables noticias, experiencias,
    conocimientos, sino que descansa sobre un subsuelo de creencias,
    se inicia en una situación social, histórica,
    personal que condiciona el horizonte de los intereses, las
    curiosidades, las inquietudes; que hace que un filosofo mire en
    una u otra dirección, que eche de menos, claridad
    sobre unas cosa y no sobre otras. La filosofía tiene
    siempre, para emplear una expresión de Ortega, una
    "prefilosofía" que normalmente olvida y deja a su
    espalda.
    Hay que aclarar este importante cuestión. La idea de una
    filosofía sin supuestos, que no parta de otros saberes,
    que empiecen en cero, como antes dije, es completamente ilusoria.
    Pero si la filosofía olvida todo eso, no tiene plena
    realidad, no se aclara sobre si misma, no es estrictamente
    filosófica. Tiene que contar con todo eso que es su punto
    de partida que la condiciona, pero tiene que dar razón de
    ello, es decir, justificar filosóficamente. Nada de eso
    será filosofía hasta que la filosofía lo
    absorba, lo ilumine, justifique, y así lo eleve hasta el
    nivel de la filosofía misma.

    En este sentido, toda filosofía es
    histórica, esta "a la altura del tiempo", es la propia de
    cada época. Y no puede olvidar que lleva dentro toda las
    demás del pasado, que a llegado a ese nivel, es un
    proceso sin el
    cual se la podría entender. La filosofía no es
    separable de su historia, pero esta remite al presente: nos
    obliga a hacer filosofía, por que todas las demás,
    de pretérito, no nos sirve, no son suficientes, porque
    están pensadas en situaciones distintas de la nuestra,
    porque no se enfrentan, al menos de manera adecuada, con nuestros
    problemas, aquellos que nos obligan a filosofar. La
    filosofía del pasado no queda arrumbada o rechazada: queda
    absorbida, incorporada en la actual; el filósofo filosofa
    con todos los demás que lo han precedido, y no puede
    reducirse a ninguno.

    La verdad de la vida
    "Una vida no examinada (es decir, sin filosofia) no
    es vividera para el hombre", decía Platón. "Todas
    las ciencias son más necesarias que la
    filosofía-decía Aristóteles-; superior, ninguna." La
    filosofía "no sirve para nada", y por eso no sirve a
    nadie: es la ciencia de
    los hombres libres. "Si la sabiduría es Dios, el verdadero
    filósofo es el amador de Dios", decía San
    Agustín. Y Spinoza la ve como amor Dei
    intellectualis. "amor
    intelectual a Dios". Y Ortega, en su primer libro. Definía
    la filosofía como la "ciencia
    general del amor".
    Esa conexión entre amor y filosofía es esencial,
    porque la filosofía busca la conexión general de
    todas las cosas-eso es precisamene la razón-, y eso es
    obra del amor. Por eso la filosofía consistió,
    desde el principio, en la máxima dilatación del
    espíritu, hasta llegar a preguntarse por el todo.
    ¿Qué es todo esto? Por este camino se llegó
    a descubrir la naturaleza, más allá de cada cosa,y
    como principio de explicación de ellas (la naturaleza de
    las cosas). La idea cristiana de creación llevó a
    ver el mundo como criatura, con una realidad fundada en la de
    Dios creador. La evidencia del carácter único e
    irreductible de eso que llamamos "yo" llevó al pensamiento
    moderno (Descartes y
    sus continuadores) al idealismo, a
    la afirmación del yo pensante como la realidad primaria,
    de quién serían "ideas" todas las cosas. Pero
    nuestro tiempo ha visto que, si bien es verdad que nada puedo
    saber sin mí, sin ser yo testigo de los demás. Yo
    no me encuentro nunca solo, sino rodeado de cosas, en un mundo,
    haciendo algo con él, algo que se llama vivir. Y al vivir
    encuentro, de una manera o de otra, todo lo que hay, presente y
    manifiesto o latente y oculto, accesible o inaccesible, desde mi
    propio cuerpo y las cosas que me rodean hasta Dios, del cual
    encuentro en mi vida al menos la noticia o revelación.
    La filosofía es el descubrimiento de un horizonte de
    preguntas ineludibles. Volverse de espaldas a ellas es renunciar
    a ver, aceptar una ceguera parcial, contentarse con lo
    penúltimo. Significa, pues, la filosofía un
    incalculable enriquecimiento del mundo. Es además una
    disciplina
    moral: la
    exigencia de no engañarse, de no aceptar como evidente lo
    que no lo es. (Sin que esto quiera decir que hay que rechazar lo
    que no es evidente, porque muy pocas cosas lo son.) Es sobre
    todo, una llamada a la lucidez, a ese "señorío de
    la luz sobre las
    cosas y sobre nosotros mismos", de que hablaba Ortega. Y con
    ello, una llamada a la autenticidad, a la verdad de la vida, a
    ser cada uno quien verdaderamente pretende ser.
    El último fruto de la filosofía es la
    aceptación del destino libremente elegido, eso que se
    llama vocación

    7. Bibliografía
    consultada

    "El Valor De La Libertad" de Antonio Millán
    Puelles.
    "Pedagogía visible y educación invisible"
    de Victor García Hoz.
    "Psicología
    y educación para la prosocialidad" de Robert Roche
    Olivar
    Los estudios de un joven de hoy, de la Editorial Fundación
    UniversidadEmpresa, Madrid 1982.
    Diccionario de
    la Lengua
    Española.
    El libro de la virtudes, Javier Vergara Editor, Buenos Aires,
    1995.
    Platón, Diálogos, Porrúa, México,
    1976.
    Ser hombre, de Elías M. Zacarías.
    Fundamentos de Filosofía, Madrid 1986
    Las Virtudes Fundamentales, Josef Pieper, Ed. Rialp, Madrid,
    1988.
    Filosofía Cristiana, José M. De Torre, Ediciones
    Palabra, S.A.,Madrid, 1982.

      

     

     

    Autor:

    Lic. José Luis Dell'ordine

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