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Mario Briceño-Iragorry, liberal romántico




Enviado por patriarriba



    Indice
    1.
    Introducción

    2. Mario Briceño-Iragorry, el
    joven liberal

    3.
    Bibliografía

    1. Introducción

    No ha habido en Venezuela
    intelectuales más influyentes en el destino literario
    nacional que aquellos que integraron las generaciones
    modernistas, de 1918 y de 1928. No cabe duda de que ellos
    cimentaron las bases de las letras venezolanas. Mario
    Briceño-Iragorry, integrante fundamental de la
    Generación del 18 fue uno de esos intelectuales.
    Briceño-Iragorry nace en la ciudad de Trujillo el 15 de
    septiembre de 1897. Fue el hijo mayor del matrimonio entre
    Jesús Briceño Valero y María Iragorry. Por
    la rama paterna, los Briceños descendían del
    conquistador español
    Sancho Briceño, natural de Arévalo, provincia de
    Ávila; y por la rama Iragorry, de dos hermanos vascos
    llegados a Maracaibo, uno de los cuales dio origen a la familia
    Iragorry de Popayán, Colombia, y otro
    tuvo como descendiente a Andrés María Iragorry
    Montiel, nacido en Maracaibo y casado, en Trujillo, con Teresa
    Briceño, en 1853, según lo afirma su hija Beatriz
    Briceño Picón.
    Mario Briceño-Iragorry forma parte de esas familias
    provincianas de abolengo que se vinieron a menos. Familia que hace
    una especie de peregrinaje hacia Maracaibo en 1907 buscando mejor
    fortuna. Maracaibo, ciudad importante en la vida de
    Briceño-Iragorry por dos razones fundamentales: en 1909
    muere su padre, aquel de quien heredó su afición a
    las letras y quien graba en su corazón el
    signo oscuro de la muerte,
    pero a su vez el niño abre los ojos al deseo de escribir y
    funda junto a un amigo su primera hoja literaria que denominaron
    Venus. Luego, vuelven a Trujillo. El interés
    por el progreso científico hace mella en el niño y
    parte a Caracas para estudiar Ingeniería en la Universidad
    Central de Venezuela,
    pero la dictadura de
    Gómez frustra sus intenciones cerrando la UCV. Ingresa a
    la Academia Militar para luego abandonarla. Vuelve a Trujillo, y
    de allí nace al mundo.
    Ya por sus manos e interés
    inquieto habían pasado libros como La
    Edad de Oro de José Martí y Juan Cristóbal
    de Romain Rolland. En su permanencia caraqueña
    conoció durante una conferencia al
    intelectual argentino Manuel Ugarte, que marcará
    profundamente a Briceño-Iragorry por la fuerte carga
    ideológica de la palabra ugartiana. Así llega al
    libro
    definitivo: Ariel de José Enrique Rodó. Su lectura fue un
    impacto para la juventud
    latinoamericana. En torno al nombre
    del espíritu alado surgieron en Venezuela varios
    agrupaciones, la primera de ellas fundada en marzo de 1900 en
    Maracaibo de la mano de poetas y ensayistas como Jesús
    Semprúm, Elías Sánchez Rubio, Rogelio
    Yllaramendy, entre otros, que lograron introducir la vena
    modernista en el Zulia. La otra agrupación surge en
    Trujillo en 1914, con Mario Briceño-Iragorry a la cabeza,
    junto a Samuel Barreto Peña, José Félix
    Fonseca, entre otros. Cada agrupación la
    acompañó una revista, que
    sin duda fue el órgano de principal difusión de los
    primeros años del modernismo en
    Venezuela.

    En 1918 parte a Mérida a licenciarse en derecho,
    única alternativa de formación para los humanistas.
    La Universidad de
    Los Andes se transforma en una farmacia para el alma para
    Briceño-Iragorry. En Mérida estrecha fuertes lazos
    de amistad que lo
    acompañarán durante toda su vida; Caracciolo Parra
    León, con quien iniciaría el revisionismo de la
    época Colonial venezolana y la reivindicación de la
    influencia hispana en nuestra cultura;
    José Humberto Quintero, quien será el primer
    Cardenal venezolano. Otros de sus amigos serán Mariano
    Picón Salas, Julio Sardi, Roberto Picón Lares;
    quien le ofrecería a Briceño-Iragorry una
    perspectiva distinta del mundo espiritual.
    Su actividad intelectual se energiza radicalmente produciendo
    textos como Los libros y el
    verdadero concepto
    modernista, los orígenes del Arte, Elogio del
    Dr. Eloy Paredes, y una serie de artículos para la
    prensa que
    integrarán sus dos primeros libros Horas y Motivos.
    Mario Briceño-Iragorry culmina sus estudio de Derecho
    gracias a las virtudes de la Ley Guevara
    Rojas, que permitía a estudiantes sobresalientes cursar la
    carrera a través de un régimen especial de evaluación
    aminorando el tiempo de
    permanencia en la Universidad. Pero Mérida no sólo
    tendrá un enorme significado en el joven Mario por la
    posibilidad que le brindó de abrir su espíritu a
    nuevas experiencias intelectuales, también en ella
    conoció a la mujer que
    sería la madre de sus hijos y la esposa abnegada Josefina
    Picón Gabaldón.

    En 1921 parte a Caracas para ingresar en el Ministerio
    de Relaciones Exteriores, bajo la tutela del Dr. Esteban Gil
    Borges, en la
    Dirección de Política
    Internacional, junto a Lisandro Alvarado, Jacinto Fombona Pachano
    y José Antonio Ramos Sucre, este último
    compañero generacional. A su vez, ejerce labores docente
    en el mítico Liceo Andrés
    Bello hasta ser Director. Forma parte de la Cámara de
    Diputados como Secretario, cargos que de ninguna manera lo
    transformaba en seguidor del régimen.
    En la capital
    venezolana Mario Briceño-Iragorry frecuenta una casa de
    pensión en donde realiza largas tertulias con Domingo
    Martínez. De igual forma es habitual verlo en el estudio
    fotográfico de Ramón
    Ignacio Baralt, ubicado entre las esquinas de Salvador de
    León y Coliseo. Así recuerda aquella calle
    Briceño-Iragorry: "En 1923 aún era sitio de gran
    rango esta céntrica cuadra caraqueña. Se asomaban a
    la ventana en las tardes luminosas, lindas muchachas, de cuyos
    vistosos trajes emanaban ricas esencias de Francia"
    (BRICEÑO-IRAGORRY. 1981:189).
    Ese mismo año parte como Cónsul a New
    Orleáns, junto a Josefina Picón Gabaldón
    "Pepita", que ahora es su esposa. En Norteamérica nace su
    primer hijo, Raymond, y empiezan las correcciones del que
    será su tercer libro Ventanas
    en la Noche. Dos años después vuelve a Caracas para
    llevar a la imprenta su libro. Reanuda su vieja amistad con
    Caracciolo Parra León, quien se había dedicado
    exclusivamente a la investigación histórica, contagiando
    enormemente al trujillano. A partir de este momento, cuando
    Briceño-Iragorry une sus ideología fundada en la senda
    utópica latinoamericana con los estudios históricos
    sobre Venezuela, emergerá la figura que se transforma en
    conciencia
    elaboradora de un mensaje para los nuevos navegantes; el
    Briceño-Iragorry que deja atrás su fogosidad
    arielista para transformarse en el viejo Próspero, el
    cansado maestro que dicta su clase al porvenir de América
    latina, a la juventud, su
    única y verdadera preocupación.

    2. Mario
    Briceño-Iragorry, el joven liberal

    Sobre Mario Briceño-Iragorry se ha publicado una
    obra crítica más o menos extensa en cuanto al
    análisis de su pensamiento.
    Desde el año de 1991, cuando ingresan sus restos mortales
    al Panteón Nacional, y que a su vez marca el inicio
    de los preparativos del centenario de su nacimiento en 1997,
    viene dándose una revisión minuciosa de su obra.
    Una revisión que lo inserta en la dinámica del debate actual
    en torno al pensamiento
    latinoamericano, su profunda vinculación con el relance de
    nuevas concepciones éticas y su sometimiento dentro del
    acontecer nacional. La inmensa mayoría de los estudios
    realizados sobre Briceño-Iragorry descansan en la obra que
    éste publicó en su madurez, fundamentalmente la
    originada en sus años del exilio madrileño.
    Perdiéndose la posibilidad de construir un análisis de sus años de
    formación intelectual en donde se condensa el pensador en
    ciernes. Poco o casi nada se ha escrito o discutido en torno a
    sus textos iniciales, que se extienden desde 1912, cuando
    él junto a sus compañeros de la Generación
    del 18 invaden la prensa regional,
    y sus reflexiones llegan a los periódicos de Mérida
    y Maracaibo, hasta que publica en 1925 el libro que marca el deslinde
    entre el adolescente y el hombre que
    llegó a ser. Es justamente en este lapso en el cual Mario
    Briceño-Iragorry sienta las bases de su pensamiento que lo
    acompañará hasta su muerte en
    Caracas el 6 de junio de 1958.
    En este trabajo intentaremos extraer de ese pensamiento en
    formación la corriente filosófica a la cual
    responde la pluma del trujillano. Corriente que será la
    esencia de su discurso, y
    que a su vez lo conectará con un pensamiento
    orgánico diluido en Latinoamérica desde finales del siglo XIX.
    Los tres primeros libros de Briceño-Iragorry serán
    los documentos que
    sirvan para el análisis: Horas, Motivos y Ventanas en la
    noche. En ellos encontraremos cuáles eran las lecturas que
    animaban al joven intelectual , la visión que en el
    momento tenía del hombre, la
    Historia y el
    mundo, y finalmente la particularidad de su pensamiento
    religioso, punto que nos separará de lo que hasta ahora se
    ha venido pregonando acerca de su catolicismo. En estos libros,
    como en todos sus trabajos anteriores tendremos a un joven
    Briceño-Iragorry "abrazado a la emoción y la
    pasión en medio de un época que adopta al Modernismo
    como campo literario y al liberalismo
    romántico como concepción del pensamiento".
    (HERNÁNDEZ. 1993:20).
    Había culminado sus estudios en Mérida, ciudad
    fundamental en el devenir de Briceño-Iragorry. La
    Mérida del Dr. Diego Carbonell y la Universidad de Los
    Andes, en donde entrará en contacto con jóvenes
    intelectuales de la talla de Mariano Picón Salas,
    Jesús Enrique Lossada, Roberto Picón Lares,
    Caracciolo Parra León, Julio Sardi y el Obispo Enrique
    María Dubuc, personajes que, de una u otra forma,
    orientarán al joven desollado en la senda de un diálogo
    que pretende la interpretación del pueblo latinoamericano,
    a través de la creación de un nuevo contingente de
    manifestaciones y símbolos que sirviesen de guías
    para el otro en la construcción de una sociedad distinta
    y mejorada de la barbárica en donde hacen vida. Estas
    amistades proveen al trujillano de lecturas y nuevas
    experiencias. Lecturas diversas e ‘irresponsablemente`
    leídas con pasión. Así lo observa el mismo
    Briceño-Iragorry:
    Inicié mis lecturas con profundo desorden. Sin cuidarme de
    la preceptiva literaria, ni aun de las leyes del buen
    sentido, di en atiborrar mi cabeza de la más
    extraña literatura: Víctor
    Hugo, Schopenhauer, Voltaire,
    Diderot, Volney, Jovellanos, Humboldt, Queiroz y Vargas Vila,
    hacían una mezcolanza extraordinaria en mi indisciplinada
    mente. A poco divulgaba en mi ciudad nativa las ideas
    atomizadoras de Federico Nietzsche al
    mismo tiempo que
    rendía parias al pseudo misticismo de Amado Nervo.
    (BRICEÑO-IRAGORRY.1966:XIII)

    Lista a la cual debemos agregar los nombres de
    Rodó, Martí, Ugarte, Vasconcelos, el francés
    Romain Rolland con su Juan Cristóbal, y los fundamentales
    del 98 español:
    Antonio Machado, Unamuno, Ortega y Gasset, Azorín y
    Baroja. Acerca de los místicos españoles del Siglo
    de Oro, Briceño-Iragorry los lee, los disfruta y los
    asimila desde sus formulaciones metafísicas que lo
    hermanan con Jesús Enrique Lossada ya que:
    ¿Qué se ha hecho la lozanía vivificadora,
    sanguínea en la corola de los labios pretéritos?
    ¿Qué fuerza los
    obliga a semejarse a sus azules sombras de otras
    épocas?… ¡Ah! la corriente panteísta que
    los transfunde, que hace viajar su esencia creadora hacia lo
    Absoluto, les ha arrebatado la fuerza vital y
    efectúa ahora como un cambio
    mágico entre sus organismos corpóreo y astral y el
    Todo Supremo: les roba lozanía física, les disminuye
    energías aparentes, pero les va dando lentamente la
    perfección metafísica
    y les proporciona el éxtasis final, último elemento
    de transformación que los lleva hasta los complicados
    círculos del Eterno Todo.
    (BRICEÑO-IRAGORRY. 1991:34)

    Estas son sus lecturas cuando se publica en Caracas por
    Tipografía Mercantil en 1921 su primer libro: Horas.
    Está gobernado por un espíritu de
    introversión y de una orientación casi
    mística (Misticismo al estilo de sus lecturas
    Modernistas): "Es un silencio de seres y de almas: nada
    canta, nada llora, nada ríe, a no ser el río que
    mientras más subimos se hace más pequeño".
    (BRICEÑO-IRAGORRY.1921:18). Más adelante agrega:
    "Cada vez más pequeño y más humilde, ya su
    música no
    es sonar de orquesta sino uniforme voz de flauta
    monorrítmica; poco agua, poca voz
    y poco lecho, ya no es río sino hilo cantarino allá
    en la cumbre" (BRICEÑO-IRAGORRY. 1921:19). Es un
    misticismo que busca la exaltación del espíritu a
    través del rescate de la sensibilidad. Un misticismo
    (¿exilio?) silencioso; que es a su vez la obligatoriedad
    de guardar silencio para escuchar las voces del pasado que
    reclaman desde todos los rincones de Latinoamérica su participación en la
    vida social. Guardar silencio para escuchar las voces de un
    ‘diálogo`
    de sus compañeros generacionales que intentan elucubrar
    desde la pasión la senda hacia la Venezuela posible. Para
    ello consumirá des-horas de angustia en la vena modernista
    que lo alimente de herramientas
    suficientes para hallar la armonía entre la realidad real
    y la realidad literaria. Están presentes en la obra
    primigenia de Briceño-Iragorry constantes referencias a la
    oposición, por un lado, del ideal Positivista que intenta
    con éxito
    sostener regímenes dictatoriales en Venezuela y el resto
    de Latinoamérica; por el otro a una sociedad burguesa
    que se rinde boquiabierta a los placeres del materialismo:
    Cabe la misericordia de su rusticidad el alma se simplifica, se
    desnuda toda de las vanas complicaciones que diérale el
    progreso de hierro de los
    pueblos, ese progreso que destruye todo lo que no se aviene a su
    sed de movimiento,
    con su agitación, con su inquietud; ese progreso que odia
    todo valor no
    susceptible de ponerse en una caja de ahorros o de ser
    representado por billetes de bancoDon Quijote
    piensa con Epicteto que es mejor amueblar el alma con la
    liberalidad y la justicia que
    llenar la casa con suntuosos objetos por vano amor al
    lujo.
    (BRICEÑO-IRAGORRY.1921:26)

    La solidificación del Positivismo y
    su filosofía del gendarme necesario, unido a las
    limitaciones de universalidad de los nacionalismo
    que resurgen vertiginosamente, y sobre todo la explosión
    de la Primera Guerra
    Mundial, serán los detonantes del despertar de un
    compromiso intelectual basado en el rescate del humanismo
    fundamentado espiritualmente alrededor de la Tierra
    Americana (La Patria Grande de Bolívar). Y quien asume la
    voz cantante para asumir y convocar a otros a este compromiso
    será José Enrique Rodó desde su Ariel
    (1900). A esto volveremos más tarde.
    En las páginas de Horas se dejan ver una serie de
    planteamientos que podrían ser identificados con un
    posible ideal cristiano en proceso de
    maduración, pero que efectivamente no era así. Un
    ideal cristiano que se formaría desde ese misticismo al
    que recurre Briceño-Iragorry para expresarse. Sin embargo,
    podríamos decir que este cristianismo
    que aparentemente se deja ver es un arma de doble filo con la
    cual pretende levantar su voz crítica ante un dogma que se
    hace insuficiente para resolver la crisis de la
    humanidad. Es por ello que Briceño-Iragorry va a compartir
    con Nietzsche su
    visión del mundo en sus vertientes: apolínea y
    dionisíaca. Dos almas que aparecen fundidas en un solo
    cuerpo como en El lobo estepario de Hesse. Dos vertientes con las
    cuales alcanza el ser humano la delicia de la existencia: el
    sueño y la embriaguez. No acepta Briceño-Iragorry,
    como modernista, la realidad que lo rodea, en tal sentido asume
    otra concepción de la vida como consecuencia de su
    adhesión a una corriente idealista:
    Que busca la verdadera realidad detrás de las apariencias,
    y así, a la certeza empírica del positivismo
    oponen los modernistas la creación de un mundo distinto,
    ideal, al cual se penetra por medio de la imaginación; de
    esa aventura del espíritu se desprende un misticismo en la
    aceptación originaria del vocablo: "lo que incluye
    misterio o razón oculta" (CASTRO. 1973:17).

    Comienza así a vislumbrarse la aceptación
    en Briceño-Iragorry del discurso
    utópico desde la agonía, una agonía que nos
    recuerda la proclamada por Unamuno: "La agonía es, pues,
    lucha" (Unamuno. 1984:31). Un discurso que se hará
    más duro y complejo, más incisivo, más
    urticante. La utopía que ya viene decantándose
    desde sus escritos de adolescencia
    estará sostenida sobre dos bases que la nutren: la
    ensoñación y el liberalismo
    romántico.
    Mario Briceño-Iragorry intenta crear ese mundo ideal que
    parte del modernismo, crear "universos que llegan a absorber el
    tiempo histórico y envolverlo en su manto de
    fantasía y ensoñación" (HERNÁNDEZ.
    1993:131). A esto le agregamos el siguiente pensamiento de
    Bachelard: "Hay horas en la vida de un poeta en las que la
    ensoñación asimila lo real mismo. Lo percibe
    entonces asimilado. El mundo real es absorbido por el mundo
    imaginario" (Bachelard. 1982:29). Era su respuesta a la
    intoxicación del mundo que lo rodea: auge del Positivismo,
    la dictadura
    gomecista, una sociedad hipócrita y vacía, y no es
    descabellado agregar a una Iglesia
    complaciente de los desmanes anteriores que se oponen al
    espíritu creador que enaltece a la esencia de los pueblos.
    Una respuesta que va a encontrar brazos abiertos en las palabras
    de Rodó, Darío, Martí, Ugarte, Vasconcelos y
    los demás intelectuales que buscan mejorar la realidad de
    Latinoamérica. Esa ensoñación, esa
    utopía tendrán como basamento filosófico los
    postulados del liberalismo romántico.
    El Liberalismo Romántico "es la afirmación
    dialéctica del hombre en su
    doble faceta individual y social" (REQUENA. 1982:XXXVIII).
    Surge como una antítesis del
    Positivismo, aunque disminuido en cierta medida por la otra
    corriente filosófica de oposición a lo establecido:
    el marxismo. Esta
    va a oponer el ideal al mundo material, es decir, va a llevar al
    plano real la lucha entre Ariel y Calibán que vienen
    pregonando Renán, en primer lugar; y Rodó y
    Darío, después. El Liberalismo Romántico va
    a entronizar la moral como
    rasgo insustituible en el espíritu del individuo,
    desmembrando al dinero como el
    elemento en donde descansa el poder
    absoluto. A través de él, Briceño-Iragorry,
    y en fin todos los modernistas, va a volver el rostro hacia sus
    orígenes fundacionales; una mirada hacia atrás que
    obliga el contacto con el siglo XIX y la generación de
    humanistas que abonaron el camino del tiempo hasta su
    actualidad.
    Hoy son nadie, y como para ellos, también para sus hombres
    hubo orfandad de laude. Viven en nuestras ideas, en nuestro
    progreso, en nuestro espíritu, de una manera
    subconsciente, y cuando vamos por calles que ellos cruzaron hace
    mucho –sitios ocultos que fueron sombra propicia para la
    germinación de sus ideales apostólicos, riego de
    júbilo para sus anhelos muertos- voces que duermen en la
    quietud expiatoria de cosas viejas, nos hablan de ellos, de sus
    entusiasmos y sus luchas en pos de una trágica idea
    libertaria que nunca llegaron a consolidar.
    (BRICEÑO-IRAGORRY. 1991:29)

    Por ello, Briceño-Iragorry, utiliza la
    confrontación de situaciones para ilustrar de mejor manera
    lo que pretenden con tal corriente filosófica:
    "Caminó todas las calles suplicando una limosna en puertas
    ricas y en el morral la lleva a casa a regalar con ella su
    apetito castigado" (BRICEÑO-IRAGORRY.1921:31).
    Briceño-Iragorry busca sustituir la aristocracia del
    dinero y del
    poder material
    por una aristocracia del espíritu, originándose en
    él una profunda conciencia del
    desarraigo. ¿Pero es sólo un fenómeno de
    conciencia? Según Enzo Faletto y Julieta Kirkwood:
    Muchos de estos nuevos intelectuales urbanos pertenecían a
    familias tradicionales, que en función de
    su pérdida de importancia económica (generalmente
    su desaparición como hacendados tradicionales),
    sufrían una fuerte disminución de su prestigio
    social. Este desarraigo se refuerza por los contenidos
    intelectuales del Romanticismo. Hay
    en tal formación ideológica una fuerte
    orientación individualizante que los induce a concebirse
    como individuos y no como grupo.
    (FALLETO-KIRKWOOD. 1977:58)

    Sobre este punto es curioso notar que figuras
    principales de la Generación del 18 responden a esta
    premisa pertenecen a familias tradicionales del país; los
    Lossada en Maracaibo, los Picón en Mérida, los
    Briceño en Trujillo, los Paz Castillo en Caracas, los
    Ramos Sucre en Cumaná. Esta noción de
    individualidad les viene heredada de las concepciones manejadas
    por José Enrique Rodó desde las páginas de
    Ariel. Estos jóvenes de 18, y entre ellos
    Briceño-Iragorry, entran en una enorme
    contradicción existencial significada en no poder
    identificarse ni con el Pueblo y mucho menos con la
    burguesía; esto unido a su idea de que en Venezuela se
    dejó de tener contacto con las raíces fundacionales
    en términos de ‘articulación`, los
    transforman en individuos desarraigados, hombres de ninguna parte
    como Nietzsche, individuos casi por exclusión.
    Esta particular conciencia de individualidad implica una serie de
    exigencias que se expresan en una moralidad individual, para la
    cual y, primordialmente, los convencionalismos sociales aparecen
    como falsos. Dentro del pensamiento burgués, la idea de
    igualdad
    llevada a su extremo lógico implicaría
    gravísimas consecuencias… El pensamiento
    romántico, quien niega tanto la validez del orden
    existente como las convenciones en que este se expresa, percibe
    la imposibilidad de la propia realización dentro del
    sistema y
    pretende superarlo como una pura realización
    individual.
    (FALETTO-KIRKWOOD. 1977:58-9)

    Esta realización individual se producirá a
    través de la escritura como
    único territorio en el cual alcanzar la idealidad.
    Allí, en la escritura
    encontrará Briceño-Iragorry el abono perfecto para
    la creación de su discurso utópico. Evoca, como lo
    expresa Luis Javier Hernández en su texto "La
    Generación del 18 venezolana en la senda de la
    utopía latinoamericana", "un espacio de armonía que
    es negado fuera de los reinos de la palabra… La literatura se transfigura en
    la ciudad ideal donde el espíritu del hombre vuela
    libremente como su homólogo en el Ariel de
    Rodó".

    Este pensamiento ha madurado cuando Briceño-Iragorry
    se separa del Ministerio de Relaciones Exteriores y Horas se
    agota en cuestión de seis días "puesto que lo
    liquidaron las llamas del incendio ocurrido en la vieja
    librería Maury" (BRICEÑO-IRAGORRY. 1991:XI).
    Briceño-Iragorry hace nuevamente una recopilación
    de sus textos esparcidos en la prensa y publica su segundo
    texto:
    Motivos, que aparece también en Caracas bajo la responsabilidad editorial de Tipografía
    Mercantil.
    Motivos no se va a distanciar en gran medida de Horas,
    quizás la diferencia más palpable es que nos
    topamos con un escritor ya más maduro y más
    conciente de su responsabilidad creadora: "Me pasa a mí
    algo parecido, todos los días siento más pereza
    para escribir sobre algún tema que no lleve en sí
    una idea de elevación espiritual o cerque un motivo
    religioso" (BRICEÑO-IRAGORRY. 1998:14). Reúne
    así un conjunto de motivos , de pequeñas
    reflexiones, 23 en total, en torno a temas espirituales, morales,
    de derecho y de justicia, pero
    con una unidad temática de la cual carecía el
    anterior. Está plenamente dedicado a su amigo Julio Sardi.
    Los textos que lo componen son de mayor profundidad
    filosófica, su ‘misticismo` se vuelve ahora
    más complejo. Pero sería bueno hacer un alto acerca
    de sus reflexiones en torno al tema de la muerte, ya
    que puede brindarnos nuevas pistas para entender el discurso y el
    pensamiento de Briceño-Iragorry para 1922, y en
    consecuencia para el resto de su vida.

    Mario Briceño-Iragorry comienza a ver a la
    muerte como
    una transición que ayuda al proceso de la
    renovación y purificación del hombre.
    Briceño-Iragorry "inaugura el diálogo silente con
    la muerte que produce vértigo y angustia pero que
    también posibilita la reflexión para la vida y el
    ser en su afán de realización" (HERNÁNDEZ.
    1998:198). Este pensamiento se hace evidente en uno de los
    textos que componen el libro. "El Sentido de la Muerte" es un
    artículo que publica para celebrar la aparición del
    último libro del novelista francés Ricardo
    León. No perdamos de vista el cuadro que nos ofrece el
    clima
    bélico que se expande por Europa. La
    Primera Guerra Mundial va
    a significar un llamado a la conciencia humana del intelectual, y
    a su vez, servirá de acicate para las reflexiones en torno
    a la condición humana. Escribe
    Briceño-Iragorry:
    Cuando el alto novelista francés hubo de convencerse de la
    inutilidad de los sacrificios consumados en nombre de la Justicia
    y del Derecho; cuando meditó sobre la esterilidad de
    tantas vidas truncas sobre los campos de batalla, esterilidad que
    en un concepto
    materialista tendría como único resultado "el
    ingreso prematuro de innumerables organismos humanos en el ciclo
    de descomposiciones y reconstituciones
    físico-químicas", miró con ojos inquisitivos
    hacia lugares superiores y comprendió que sobre la vida
    animal del hombre flota la vida alta del espíritu y
    terminó su libro "El Sentido de la Muerte" parafraseando a
    Pascal en esta
    forma: "Cuando creemos que Dios nos falta es que le tenemos
    cerca. "Tú que me buscas, me has hallado ya", dice el
    padre con palabras del hijo de Etienne Pascal.
    (BRICEÑO-IRAGORRY. 1991:171)

    Para Mario Briceño-Iragorry sólo a
    través de la muerta puede afirmarse la vida. Para poder el
    bien vivir hay que bien morir. Esto nos recuerda un poco la
    filosofía orientalista que pregonaba Schopenhauer:
    La muerte es el genio inspirado, el Muságetas de la
    filosofía… Sin ella difícilmente se hubiera
    filosofado.
    Nacimiento y muerte pertenecen igualmente a la vida y se
    contrapesan. El uno es la condición de la otra. Forman los
    dos extremos, los dos polos de todas las manifestaciones de la
    vida. Esto es lo que más sabia de la mitologías, la
    de India, expresa
    con un símbolo, dando como atributo a Siva, dios de la
    destrucción, al mismo tiempo que su collar de cabezas de
    muerto, el linga, órgano y símbolo de la
    generación. El amor es la
    compensación de la muerte, su correlativo esencial; se
    neutralizan, se suprimen el uno al otro…
    … La muerte es el desate doloroso del nudo formado por la
    generación con voluptuosidad. Es la destrucción
    violenta del error fundamental de nuestro ser, el gran
    desengaño.
    (SCHOPENHAUER. 1998:48).

    Por ello Briceño-Iragorry asume a la muerte como
    el momento propicio para la gran reflexión que brinde como
    consecuencia el término de la realización humana.
    La muerte es el ente purificador: para ser seres de una capacidad
    espiritual superior hay que volver a ser niños;
    es decir, hay que morir en el hombre para
    nacer en una nueva dimensión humana, ¿el
    superhombre?. Sin embargo, Briceño-Iragorry hace su
    inclinación es hacia el mundo de lo material: el hombre
    debe morir en la materia para
    nacer en el espíritu.
    La vida no se explica sino llevándola a la muerte.
    ¿Se cae, o se sube, cuando nuestros pasos llegan a la
    tumba? No digamos nuestros pasos, sino nuestro esfuerzo, nuestros
    empeños de vida, nuestra fuerza, nuestro anhelo, nuestro
    deseo… Hablar de la muerte no es matar la vida: es alargarla,
    darle un campo de acción donde alcanzará lo que
    antes no.
    (BRICEÑO-IRAGORRY. 1991:172-3)

    Lo que Briceño-Iragorry va a resaltar con este
    interés en la muerte, no es la muerte misma, sino el hecho
    de la trascendencia que de ella depende. Sólo a
    través de ella el hombre podrá vencer al tiempo que
    lo hace un ser miserablemente finito: el hombre es sólo
    tiempo, tiempo que se acaba, dice Octavio Paz.
    Años más tarde cuando publique sus Prosas de Llanto
    volverá sobre este tema, pero esta vez no será el
    joven que ve en la muerte un mero tema para filosofar, sino el
    viejo que ve sus días agotándose sin remedio, y que
    se siente, por qué no decirlo, como un Quijote vencido por
    las arbitrariedades de un mundo en donde nunca cupo; un Quijote
    que nos recuerda la figura a la que cantó León
    Felipe. De esas impresiones sobre la muerte surgirá un
    pensamiento ético que busca en la fuentes de la
    mística y el silencio su razón que lo
    ‘acople` con el universo. Un
    universo en
    donde se mantenga la primacía de lo interior sobre lo
    exterior:
    Caminar hacia la victoria del Derecho sobre la Fuerza, del
    Pensamiento sobre la Masa, del Ideal y la Justicia sobre las
    mezquinas aspiraciones de colectividades pedantes, es la idea
    victoriosa que incuba en los espíritus del nuevo siglo,
    llamado a levantar la bandera blanca del Ensueño.
    (BRICEÑO-IRAGORRY. 1922:9).

    Nuevamente aparece la constante del ensueño por
    donde trafica su pensamiento social acercándose seriamente
    a los postulados del romanticismo que
    ingresa en América
    en el siglo XIX, y que asumen Rodó y los demás
    ensayistas modernos de Latinoamérica. Mario
    Briceño-Iragorry se siente responsable de unir su voz a
    ese coro que hablaba "del valor profundo
    de la paz, como base única y granítica para el
    futuro templo de la justicia, eterna e inmutable"
    (BRICEÑO-IRAGORRY. 1922:17). Este templo de la justicia es
    la América
    del delirante Bolívar sobre el Chimborazo, es el trazo
    fecundo que viene en la mente inigualable de Miranda, es la
    ciudad de Sarmiento que ha superado la barbarie. Un templo de la
    justicia construido bajo las bases de una sociedad igualitaria.
    En esto insiste una y otra Briceño-Iragorry: tolerancia,
    caridad, equidad, son los principios que va
    a fundamentar desde las páginas de Motivos. Allí
    mismo denuncia a través de ejemplos de la historia de la Iglesia la
    hipócrita actitud de
    este frente a los desmanes en que se debate la vida
    del pueblo:
    … lejos de indicar o de buscar la fórmula que acaso
    trajese el equilibrio y
    que condujera a dar un paso hacia la perfección,
    creyó mejor bajar las ideas hasta conformarlas al modus
    social; y entonces no fue el Derecho quien triunfó sino
    que en cambio hubo de
    inclinarse ante la fuerza y el utilitarismo quien ganó
    largos pasos a la equidad y a la justicia.
    (BRICEÑO-IRAGORRY. 1922:36)

    Son estas nuevas ideas, que unidas a las que ya defiende
    su pensamiento, las que le gobiernan cuando contrae matrimonio por
    poder con Josefina Picón Gabaldón, prima de su gran
    amigo Mariano Picón Salas. Viajan juntos a Nueva
    Orleáns como Cónsul de Venezuela. Ocurre en agosto
    de 1924 un hecho fundamental que le dará una vuelta a su
    trabajo de intelectual, y es el nacimiento de su hijo
    Raymond:
    La sonrisa que empieza a dibujarse en el rostro de mi hijo me
    empieza a brillar como un alba nueva en el horizonte de mis
    años también… La risa de mi hijo se me adentra
    también como un refrescamiento en el corazón, y
    estoy por creer que pueda reír de nuevo como reía
    en mis años matinales.
    (BRICEÑO-IRAGORRY. 1998:16)

    Horizonte que va a ampliarse aún más con
    el nacimiento de su segundo hijo Obdulio un año
    después. Son los acontecimientos que rodean a
    Briceño-Iragorry cuando publica su tercer libro Ventanas
    en la noche.
    Ventanas en la noche, bajo la edición de Parra León
    Hermanos aparece en Caracas en 1925. Es el texto que recoge las
    reflexiones de un Mario Briceño-Iragorry que ha dejado
    atrás los años de la adolescencia,
    y que transforma el preciosismo modernista que caracteriza sus
    primeros escritos por un discurso más intenso, apasionado
    y ‘chocante`. Asume definitivamente el compromiso del
    intelectual latinoamericano, va a construir ese nuevo mundo que
    pregona en Motivos , y lo va a hacer desde la agonía,
    desde el dolor, desde la angustia, desde la soledad: "El camino
    del desierto, rodeado el viajero de la espesa sombra nocturna,
    sin avizores que le anuncien las quiebras de la vía,
    doloridos los pies por la jornada larga que no concluye
    aún, surgen inesperados los marcos luminosos de claros
    ventanales" (BRICEÑO-IRAGORRY. 1925:7). Mario
    Briceño-Iragorry utiliza la imagen del
    desierto como módulo para la purificación del
    espíritu, lo mismo que el pueblo hebreo que parte de
    Egipto
    buscando la tan anhelada tierra
    prometida, que es obligado a transitar por el desierto del
    Sinaí durante cuarenta años o hasta que haya
    desaparecido el último de los herederos de la cultura
    egipcia. A la tierra
    prometida sólo entrarían los puros, aquellas nuevas
    generaciones de hebreos que no conocieron o sintieron sobre sus
    espaldas los padecimientos del látigo esclavizador; en
    fin, lo que llegó a esa tierra fue una
    mentalidad distinta, purificada por el calor
    abrasador del desierto. ¿No será ese nuevo estado de
    conciencia la tan nombrada tierra donde mana leche y miel?.
    Sobre el significado de las ventanas nos habla Manuel Díaz
    Rodríguez:
    Hay hombres que no tienen sino una ventana en el espíritu.
    Probablemente son aquellos mismos pobres de espíritu a
    quienes el Evangelio llama bienaventurados, porque de ellos es el
    reino de los cielos. No tienen más que abrir los ojos para
    ganar la eterna venturanza…
    A uno u otro lado de esa ventana única no hay más
    ventanas que se abran hacia otros tantos paisajes diferentes,
    divirtiendo o cautivando el espíritu con sendas
    tentaciones. Así, libres de tentación, los que
    tienen una sola ventana en el espíritu no se distraen , y,
    sin esfuerzo ninguno, sin turbarse jamás, consiguen la
    bienaventuranza eterna.
    (DÍAZ RODRÍGUEZ. 1968:636)

    Avergonzado por ello, Díaz Rodríguez asume
    que prefiere construirse él mismo su reino en donde pueda
    habitar. Un reino que se construye en la palabra, ya que odia
    la pobreza de
    alma y de aspiraciones superiores del colectivo nacional. Por
    allí anda el discurso de Briceño-Iragorry. Y si
    cada uno de los primeros textos de Mario Briceño-Iragorry
    va ofreciendo conceptos para el análisis, en estas
    ventanas en la noche, será su particular visión de
    Cristo lo que podría ser resaltado ahora.

    El Cristo que expone Briceño-Iragorry asemeja al
    que le canta Antonio Machado en su poema La Saeta:
    ¡Oh! La saeta el cantar
    al Cristo de los gitanos
    siempre con sangre en las
    manos
    siempre por desenclavar.

    Cantar del pueblo andaluz
    Que todas las primaveras
    Anda pidiendo escaleras
    Para subir a la cruz.

    Cantar de la tierra mía
    Que echa flores
    Al Jesús de la agonía
    Y es la fe de mis mayores.

    ¡Oh¡ no eres tú mi cantar
    no puedo cantar ni quiero
    a ese Jesús del madero
    sino al que anduvo en la mar.
    (MACHADO. 1979: 32)

    Pero surgen otras referencias obligatorias cuando
    hablamos del Cristo que se crea desde la escritura de
    Briceño-Iragorry. Es imperioso hablar del Cristo de
    Kazantzakis y el de Papini; un Cristo demasiado viril, un Cristo
    hombre, deslumbrante con la energía que le ofrece el
    látigo vapulador de los mercaderes del templo… Es un
    Cristo acaso semejante al Cristo feo de la escuela rusa, ya
    desvirtuado en mucho por el misticismo anárquico de los
    eslavos comunistas; un Cristo posible en medio de los
    hombres.
    (BRICEÑO-IRAGORRY. 1925:99)

    Surge un Jesús descristianizado y más
    cerca de la sociedad, del pueblo. Un Jesús humanizado que
    proviene de la literatura del siglo XIX; esto es, un Cristo
    sometido a la pluma ‘liberal` de los románticos y
    los socialistas utópicos. Mario Briceño-Iragorry
    utiliza a este Cristo recreado en el siglo XIX para justificar su
    anticlericalidad juvenil y aumentar la dureza de su
    crítica contra la Iglesia. Utiliza a un Cristo
    contestatario, irreverente, rebelde para justificar su propia
    rebeldía. De allí emanan nuevas claves para la
    construcción de ese mundo ideal, de un
    hombre ideal:
    Lucha invisible, silenciosa, callada, reacción del
    espíritu contra los mil obstáculos que le opone a
    la materia para
    su perfección, batalla de un soldado contra todo un
    ejército aguerrido, labor de arquitecto que levanta a
    solas la gran torre que habrá de sostener fina campana que
    guíe los espíritus en su marcha hacia la ciudad
    ideal.
    (BRICEÑO-IRAGORRY. 1991:221)

    Contrariamente a sus observaciones acerca del silencio
    místico de sus escritos pasados; ahora va a oponerle
    rotundamente la acción como única vía para
    hallar a este nuevo Cristo: "Jesús no se ha ido de la
    tierra y para hallarlo no se necesita el silencio de la cenobia,
    ni la disciplina
    conventual, ni el yermo silente" (BRICEÑO-RAGORRY.
    1925:100). Para hallarlo hay que buscarlo dentro de la sociedad,
    en sus necesidades espirituales y, ¿por qué no?
    Materiales,
    trabajar hombro a hombro para hacerla superar, hacerla
    trascender.
    Cómo se inserta este Cristo en la sociedad, pues
    Briceño-Iragorry lo hace encarnándolo en los
    pobres, en los sectores sumamente marginales de la sociedad;
    tanto los pobres materiales y
    los hombres que aceptan su pobreza
    espiritual. Por ello en el apartado denominado Glosas
    místicas va a servirse de un ciego pobre, interesante es
    notar cómo a pesar de ser ciego logra, a través de
    su marginalidad,
    reconocer a Cristo. Una adúltera como la única
    persona en
    reconocer los trazos que hace Jesús en la arena. Y
    así continúa dándole un rasgo de
    superioridad a los marginales sobre otros sectores de la
    sociedad. Acá logra Briceño-Iragorry concebir una
    alta capacidad de ironía, burlándose a placer de
    los factores del poder económico. Recordemos su
    posición de hombre cuyo rango familiar se vino a
    menos.
    Al intentar reflexionar acerca del pensamiento de Mario
    Briceño-Iragorry son sus textos iniciales los que
    brindarán las claves para entender la multidimensionalidad
    de su discurso. Allí están cimentadas las bases de
    las cuales no podrá alejarse, gracias a un aferrado
    sentido del dolor y la angustia que desarrollará como
    nutrimento de una obra monumental. A Briceño-Iragorry no
    puede hallársele desde el academicismo, ni desde falsas
    posturas intelectuales. A Briceño-Iragorry no se le puede
    encontrar desde el raciocinio frío de los intereses
    creados. A Don Mario, el nuestro, el de la juventud venezolana,
    sólo puede mirarse con los ojos de la pasión
    irracional. Pero se equivoca quien trate de hallarlo desde una
    pasión venezolanista, ya que su pasión es de
    trascendencia, es apatrida. Por ello ese aviso a los navegantes
    que se mantiene sin destino no tendrá puerto de llegada a
    este que muramos un poco a lo que somos para renacer en medio de
    las deshoras que despiertan en la noche.

    3.
    Bibliografía

    Bachelard, G. (1982). La poética de la
    ensoñación. México:
    Fondo de Cultura Económica.
    Belrose, M. (1999). La época modernista en Venezuela.
    Caracas: Monte Ávila Editores.
    Briceño-Iragorry, M. (1921). Horas. Caracas:
    Tipografía Mercantil.
    Briceño-Iragorry, M. (1922). Motivos. Caracas:
    Tipografía Mercantil.
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    Caracas: Parra León Hermanos.
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    Briceño-Iragorry, M. (1981). Presencia e imagen de
    Trujillo. Caracas: Biblioteca de
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    Edime.
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    Hernández, L. J. (1997). La palabra en el tiempo. Caracas:
    Fundación Mario Briceño-Iragorry.
    Machado, A. (1979). Antología poética. Madrid:
    Salvat.
    Requena, I. (1982). Cómo leer a Lossada. Obras Selectas de
    Lossada. Maracaibo: Universidad del Zulia.
    Schpenhauer, A. (1998). El amor y
    otras pasiones. Madrid: Alba.
    Unamuno, M. (1984). La agonía del Cristianismo.
    Buenos Aires:
    Losada. 

     

     

    Autor:

    Valmore Muñoz Arteaga

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