Indice
1.
Introducción
2. Mario Briceño-Iragorry, el
joven liberal
3.
Bibliografía
1. Introducción
No ha habido en Venezuela
intelectuales más influyentes en el destino literario
nacional que aquellos que integraron las generaciones
modernistas, de 1918 y de 1928. No cabe duda de que ellos
cimentaron las bases de las letras venezolanas. Mario
Briceño-Iragorry, integrante fundamental de la
Generación del 18 fue uno de esos intelectuales.
Briceño-Iragorry nace en la ciudad de Trujillo el 15 de
septiembre de 1897. Fue el hijo mayor del matrimonio entre
Jesús Briceño Valero y María Iragorry. Por
la rama paterna, los Briceños descendían del
conquistador español
Sancho Briceño, natural de Arévalo, provincia de
Ávila; y por la rama Iragorry, de dos hermanos vascos
llegados a Maracaibo, uno de los cuales dio origen a la familia
Iragorry de Popayán, Colombia, y otro
tuvo como descendiente a Andrés María Iragorry
Montiel, nacido en Maracaibo y casado, en Trujillo, con Teresa
Briceño, en 1853, según lo afirma su hija Beatriz
Briceño Picón.
Mario Briceño-Iragorry forma parte de esas familias
provincianas de abolengo que se vinieron a menos. Familia que hace
una especie de peregrinaje hacia Maracaibo en 1907 buscando mejor
fortuna. Maracaibo, ciudad importante en la vida de
Briceño-Iragorry por dos razones fundamentales: en 1909
muere su padre, aquel de quien heredó su afición a
las letras y quien graba en su corazón el
signo oscuro de la muerte,
pero a su vez el niño abre los ojos al deseo de escribir y
funda junto a un amigo su primera hoja literaria que denominaron
Venus. Luego, vuelven a Trujillo. El interés
por el progreso científico hace mella en el niño y
parte a Caracas para estudiar Ingeniería en la Universidad
Central de Venezuela,
pero la dictadura de
Gómez frustra sus intenciones cerrando la UCV. Ingresa a
la Academia Militar para luego abandonarla. Vuelve a Trujillo, y
de allí nace al mundo.
Ya por sus manos e interés
inquieto habían pasado libros como La
Edad de Oro de José Martí y Juan Cristóbal
de Romain Rolland. En su permanencia caraqueña
conoció durante una conferencia al
intelectual argentino Manuel Ugarte, que marcará
profundamente a Briceño-Iragorry por la fuerte carga
ideológica de la palabra ugartiana. Así llega al
libro
definitivo: Ariel de José Enrique Rodó. Su lectura fue un
impacto para la juventud
latinoamericana. En torno al nombre
del espíritu alado surgieron en Venezuela varios
agrupaciones, la primera de ellas fundada en marzo de 1900 en
Maracaibo de la mano de poetas y ensayistas como Jesús
Semprúm, Elías Sánchez Rubio, Rogelio
Yllaramendy, entre otros, que lograron introducir la vena
modernista en el Zulia. La otra agrupación surge en
Trujillo en 1914, con Mario Briceño-Iragorry a la cabeza,
junto a Samuel Barreto Peña, José Félix
Fonseca, entre otros. Cada agrupación la
acompañó una revista, que
sin duda fue el órgano de principal difusión de los
primeros años del modernismo en
Venezuela.
En 1918 parte a Mérida a licenciarse en derecho,
única alternativa de formación para los humanistas.
La Universidad de
Los Andes se transforma en una farmacia para el alma para
Briceño-Iragorry. En Mérida estrecha fuertes lazos
de amistad que lo
acompañarán durante toda su vida; Caracciolo Parra
León, con quien iniciaría el revisionismo de la
época Colonial venezolana y la reivindicación de la
influencia hispana en nuestra cultura;
José Humberto Quintero, quien será el primer
Cardenal venezolano. Otros de sus amigos serán Mariano
Picón Salas, Julio Sardi, Roberto Picón Lares;
quien le ofrecería a Briceño-Iragorry una
perspectiva distinta del mundo espiritual.
Su actividad intelectual se energiza radicalmente produciendo
textos como Los libros y el
verdadero concepto
modernista, los orígenes del Arte, Elogio del
Dr. Eloy Paredes, y una serie de artículos para la
prensa que
integrarán sus dos primeros libros Horas y Motivos.
Mario Briceño-Iragorry culmina sus estudio de Derecho
gracias a las virtudes de la Ley Guevara
Rojas, que permitía a estudiantes sobresalientes cursar la
carrera a través de un régimen especial de evaluación
aminorando el tiempo de
permanencia en la Universidad. Pero Mérida no sólo
tendrá un enorme significado en el joven Mario por la
posibilidad que le brindó de abrir su espíritu a
nuevas experiencias intelectuales, también en ella
conoció a la mujer que
sería la madre de sus hijos y la esposa abnegada Josefina
Picón Gabaldón.
En 1921 parte a Caracas para ingresar en el Ministerio
de Relaciones Exteriores, bajo la tutela del Dr. Esteban Gil
Borges, en la
Dirección de Política
Internacional, junto a Lisandro Alvarado, Jacinto Fombona Pachano
y José Antonio Ramos Sucre, este último
compañero generacional. A su vez, ejerce labores docente
en el mítico Liceo Andrés
Bello hasta ser Director. Forma parte de la Cámara de
Diputados como Secretario, cargos que de ninguna manera lo
transformaba en seguidor del régimen.
En la capital
venezolana Mario Briceño-Iragorry frecuenta una casa de
pensión en donde realiza largas tertulias con Domingo
Martínez. De igual forma es habitual verlo en el estudio
fotográfico de Ramón
Ignacio Baralt, ubicado entre las esquinas de Salvador de
León y Coliseo. Así recuerda aquella calle
Briceño-Iragorry: "En 1923 aún era sitio de gran
rango esta céntrica cuadra caraqueña. Se asomaban a
la ventana en las tardes luminosas, lindas muchachas, de cuyos
vistosos trajes emanaban ricas esencias de Francia"
(BRICEÑO-IRAGORRY. 1981:189).
Ese mismo año parte como Cónsul a New
Orleáns, junto a Josefina Picón Gabaldón
"Pepita", que ahora es su esposa. En Norteamérica nace su
primer hijo, Raymond, y empiezan las correcciones del que
será su tercer libro Ventanas
en la Noche. Dos años después vuelve a Caracas para
llevar a la imprenta su libro. Reanuda su vieja amistad con
Caracciolo Parra León, quien se había dedicado
exclusivamente a la investigación histórica, contagiando
enormemente al trujillano. A partir de este momento, cuando
Briceño-Iragorry une sus ideología fundada en la senda
utópica latinoamericana con los estudios históricos
sobre Venezuela, emergerá la figura que se transforma en
conciencia
elaboradora de un mensaje para los nuevos navegantes; el
Briceño-Iragorry que deja atrás su fogosidad
arielista para transformarse en el viejo Próspero, el
cansado maestro que dicta su clase al porvenir de América
latina, a la juventud, su
única y verdadera preocupación.
2. Mario
Briceño-Iragorry, el joven liberal
Sobre Mario Briceño-Iragorry se ha publicado una
obra crítica más o menos extensa en cuanto al
análisis de su pensamiento.
Desde el año de 1991, cuando ingresan sus restos mortales
al Panteón Nacional, y que a su vez marca el inicio
de los preparativos del centenario de su nacimiento en 1997,
viene dándose una revisión minuciosa de su obra.
Una revisión que lo inserta en la dinámica del debate actual
en torno al pensamiento
latinoamericano, su profunda vinculación con el relance de
nuevas concepciones éticas y su sometimiento dentro del
acontecer nacional. La inmensa mayoría de los estudios
realizados sobre Briceño-Iragorry descansan en la obra que
éste publicó en su madurez, fundamentalmente la
originada en sus años del exilio madrileño.
Perdiéndose la posibilidad de construir un análisis de sus años de
formación intelectual en donde se condensa el pensador en
ciernes. Poco o casi nada se ha escrito o discutido en torno a
sus textos iniciales, que se extienden desde 1912, cuando
él junto a sus compañeros de la Generación
del 18 invaden la prensa regional,
y sus reflexiones llegan a los periódicos de Mérida
y Maracaibo, hasta que publica en 1925 el libro que marca el deslinde
entre el adolescente y el hombre que
llegó a ser. Es justamente en este lapso en el cual Mario
Briceño-Iragorry sienta las bases de su pensamiento que lo
acompañará hasta su muerte en
Caracas el 6 de junio de 1958.
En este trabajo intentaremos extraer de ese pensamiento en
formación la corriente filosófica a la cual
responde la pluma del trujillano. Corriente que será la
esencia de su discurso, y
que a su vez lo conectará con un pensamiento
orgánico diluido en Latinoamérica desde finales del siglo XIX.
Los tres primeros libros de Briceño-Iragorry serán
los documentos que
sirvan para el análisis: Horas, Motivos y Ventanas en la
noche. En ellos encontraremos cuáles eran las lecturas que
animaban al joven intelectual , la visión que en el
momento tenía del hombre, la
Historia y el
mundo, y finalmente la particularidad de su pensamiento
religioso, punto que nos separará de lo que hasta ahora se
ha venido pregonando acerca de su catolicismo. En estos libros,
como en todos sus trabajos anteriores tendremos a un joven
Briceño-Iragorry "abrazado a la emoción y la
pasión en medio de un época que adopta al Modernismo
como campo literario y al liberalismo
romántico como concepción del pensamiento".
(HERNÁNDEZ. 1993:20).
Había culminado sus estudios en Mérida, ciudad
fundamental en el devenir de Briceño-Iragorry. La
Mérida del Dr. Diego Carbonell y la Universidad de Los
Andes, en donde entrará en contacto con jóvenes
intelectuales de la talla de Mariano Picón Salas,
Jesús Enrique Lossada, Roberto Picón Lares,
Caracciolo Parra León, Julio Sardi y el Obispo Enrique
María Dubuc, personajes que, de una u otra forma,
orientarán al joven desollado en la senda de un diálogo
que pretende la interpretación del pueblo latinoamericano,
a través de la creación de un nuevo contingente de
manifestaciones y símbolos que sirviesen de guías
para el otro en la construcción de una sociedad distinta
y mejorada de la barbárica en donde hacen vida. Estas
amistades proveen al trujillano de lecturas y nuevas
experiencias. Lecturas diversas e ‘irresponsablemente`
leídas con pasión. Así lo observa el mismo
Briceño-Iragorry:
Inicié mis lecturas con profundo desorden. Sin cuidarme de
la preceptiva literaria, ni aun de las leyes del buen
sentido, di en atiborrar mi cabeza de la más
extraña literatura: Víctor
Hugo, Schopenhauer, Voltaire,
Diderot, Volney, Jovellanos, Humboldt, Queiroz y Vargas Vila,
hacían una mezcolanza extraordinaria en mi indisciplinada
mente. A poco divulgaba en mi ciudad nativa las ideas
atomizadoras de Federico Nietzsche al
mismo tiempo que
rendía parias al pseudo misticismo de Amado Nervo.
(BRICEÑO-IRAGORRY.1966:XIII)
Lista a la cual debemos agregar los nombres de
Rodó, Martí, Ugarte, Vasconcelos, el francés
Romain Rolland con su Juan Cristóbal, y los fundamentales
del 98 español:
Antonio Machado, Unamuno, Ortega y Gasset, Azorín y
Baroja. Acerca de los místicos españoles del Siglo
de Oro, Briceño-Iragorry los lee, los disfruta y los
asimila desde sus formulaciones metafísicas que lo
hermanan con Jesús Enrique Lossada ya que:
¿Qué se ha hecho la lozanía vivificadora,
sanguínea en la corola de los labios pretéritos?
¿Qué fuerza los
obliga a semejarse a sus azules sombras de otras
épocas?… ¡Ah! la corriente panteísta que
los transfunde, que hace viajar su esencia creadora hacia lo
Absoluto, les ha arrebatado la fuerza vital y
efectúa ahora como un cambio
mágico entre sus organismos corpóreo y astral y el
Todo Supremo: les roba lozanía física, les disminuye
energías aparentes, pero les va dando lentamente la
perfección metafísica
y les proporciona el éxtasis final, último elemento
de transformación que los lleva hasta los complicados
círculos del Eterno Todo.
(BRICEÑO-IRAGORRY. 1991:34)
Estas son sus lecturas cuando se publica en Caracas por
Tipografía Mercantil en 1921 su primer libro: Horas.
Está gobernado por un espíritu de
introversión y de una orientación casi
mística (Misticismo al estilo de sus lecturas
Modernistas): "Es un silencio de seres y de almas: nada
canta, nada llora, nada ríe, a no ser el río que
mientras más subimos se hace más pequeño".
(BRICEÑO-IRAGORRY.1921:18). Más adelante agrega:
"Cada vez más pequeño y más humilde, ya su
música no
es sonar de orquesta sino uniforme voz de flauta
monorrítmica; poco agua, poca voz
y poco lecho, ya no es río sino hilo cantarino allá
en la cumbre" (BRICEÑO-IRAGORRY. 1921:19). Es un
misticismo que busca la exaltación del espíritu a
través del rescate de la sensibilidad. Un misticismo
(¿exilio?) silencioso; que es a su vez la obligatoriedad
de guardar silencio para escuchar las voces del pasado que
reclaman desde todos los rincones de Latinoamérica su participación en la
vida social. Guardar silencio para escuchar las voces de un
‘diálogo`
de sus compañeros generacionales que intentan elucubrar
desde la pasión la senda hacia la Venezuela posible. Para
ello consumirá des-horas de angustia en la vena modernista
que lo alimente de herramientas
suficientes para hallar la armonía entre la realidad real
y la realidad literaria. Están presentes en la obra
primigenia de Briceño-Iragorry constantes referencias a la
oposición, por un lado, del ideal Positivista que intenta
con éxito
sostener regímenes dictatoriales en Venezuela y el resto
de Latinoamérica; por el otro a una sociedad burguesa
que se rinde boquiabierta a los placeres del materialismo:
Cabe la misericordia de su rusticidad el alma se simplifica, se
desnuda toda de las vanas complicaciones que diérale el
progreso de hierro de los
pueblos, ese progreso que destruye todo lo que no se aviene a su
sed de movimiento,
con su agitación, con su inquietud; ese progreso que odia
todo valor no
susceptible de ponerse en una caja de ahorros o de ser
representado por billetes de banco… Don Quijote
piensa con Epicteto que es mejor amueblar el alma con la
liberalidad y la justicia que
llenar la casa con suntuosos objetos por vano amor al
lujo.
(BRICEÑO-IRAGORRY.1921:26)
La solidificación del Positivismo y
su filosofía del gendarme necesario, unido a las
limitaciones de universalidad de los nacionalismo
que resurgen vertiginosamente, y sobre todo la explosión
de la Primera Guerra
Mundial, serán los detonantes del despertar de un
compromiso intelectual basado en el rescate del humanismo
fundamentado espiritualmente alrededor de la Tierra
Americana (La Patria Grande de Bolívar). Y quien asume la
voz cantante para asumir y convocar a otros a este compromiso
será José Enrique Rodó desde su Ariel
(1900). A esto volveremos más tarde.
En las páginas de Horas se dejan ver una serie de
planteamientos que podrían ser identificados con un
posible ideal cristiano en proceso de
maduración, pero que efectivamente no era así. Un
ideal cristiano que se formaría desde ese misticismo al
que recurre Briceño-Iragorry para expresarse. Sin embargo,
podríamos decir que este cristianismo
que aparentemente se deja ver es un arma de doble filo con la
cual pretende levantar su voz crítica ante un dogma que se
hace insuficiente para resolver la crisis de la
humanidad. Es por ello que Briceño-Iragorry va a compartir
con Nietzsche su
visión del mundo en sus vertientes: apolínea y
dionisíaca. Dos almas que aparecen fundidas en un solo
cuerpo como en El lobo estepario de Hesse. Dos vertientes con las
cuales alcanza el ser humano la delicia de la existencia: el
sueño y la embriaguez. No acepta Briceño-Iragorry,
como modernista, la realidad que lo rodea, en tal sentido asume
otra concepción de la vida como consecuencia de su
adhesión a una corriente idealista:
Que busca la verdadera realidad detrás de las apariencias,
y así, a la certeza empírica del positivismo
oponen los modernistas la creación de un mundo distinto,
ideal, al cual se penetra por medio de la imaginación; de
esa aventura del espíritu se desprende un misticismo en la
aceptación originaria del vocablo: "lo que incluye
misterio o razón oculta" (CASTRO. 1973:17).
Comienza así a vislumbrarse la aceptación
en Briceño-Iragorry del discurso
utópico desde la agonía, una agonía que nos
recuerda la proclamada por Unamuno: "La agonía es, pues,
lucha" (Unamuno. 1984:31). Un discurso que se hará
más duro y complejo, más incisivo, más
urticante. La utopía que ya viene decantándose
desde sus escritos de adolescencia
estará sostenida sobre dos bases que la nutren: la
ensoñación y el liberalismo
romántico.
Mario Briceño-Iragorry intenta crear ese mundo ideal que
parte del modernismo, crear "universos que llegan a absorber el
tiempo histórico y envolverlo en su manto de
fantasía y ensoñación" (HERNÁNDEZ.
1993:131). A esto le agregamos el siguiente pensamiento de
Bachelard: "Hay horas en la vida de un poeta en las que la
ensoñación asimila lo real mismo. Lo percibe
entonces asimilado. El mundo real es absorbido por el mundo
imaginario" (Bachelard. 1982:29). Era su respuesta a la
intoxicación del mundo que lo rodea: auge del Positivismo,
la dictadura
gomecista, una sociedad hipócrita y vacía, y no es
descabellado agregar a una Iglesia
complaciente de los desmanes anteriores que se oponen al
espíritu creador que enaltece a la esencia de los pueblos.
Una respuesta que va a encontrar brazos abiertos en las palabras
de Rodó, Darío, Martí, Ugarte, Vasconcelos y
los demás intelectuales que buscan mejorar la realidad de
Latinoamérica. Esa ensoñación, esa
utopía tendrán como basamento filosófico los
postulados del liberalismo romántico.
El Liberalismo Romántico "es la afirmación
dialéctica del hombre en su
doble faceta individual y social" (REQUENA. 1982:XXXVIII).
Surge como una antítesis del
Positivismo, aunque disminuido en cierta medida por la otra
corriente filosófica de oposición a lo establecido:
el marxismo. Esta
va a oponer el ideal al mundo material, es decir, va a llevar al
plano real la lucha entre Ariel y Calibán que vienen
pregonando Renán, en primer lugar; y Rodó y
Darío, después. El Liberalismo Romántico va
a entronizar la moral como
rasgo insustituible en el espíritu del individuo,
desmembrando al dinero como el
elemento en donde descansa el poder
absoluto. A través de él, Briceño-Iragorry,
y en fin todos los modernistas, va a volver el rostro hacia sus
orígenes fundacionales; una mirada hacia atrás que
obliga el contacto con el siglo XIX y la generación de
humanistas que abonaron el camino del tiempo hasta su
actualidad.
Hoy son nadie, y como para ellos, también para sus hombres
hubo orfandad de laude. Viven en nuestras ideas, en nuestro
progreso, en nuestro espíritu, de una manera
subconsciente, y cuando vamos por calles que ellos cruzaron hace
mucho –sitios ocultos que fueron sombra propicia para la
germinación de sus ideales apostólicos, riego de
júbilo para sus anhelos muertos- voces que duermen en la
quietud expiatoria de cosas viejas, nos hablan de ellos, de sus
entusiasmos y sus luchas en pos de una trágica idea
libertaria que nunca llegaron a consolidar.
(BRICEÑO-IRAGORRY. 1991:29)
Por ello, Briceño-Iragorry, utiliza la
confrontación de situaciones para ilustrar de mejor manera
lo que pretenden con tal corriente filosófica:
"Caminó todas las calles suplicando una limosna en puertas
ricas y en el morral la lleva a casa a regalar con ella su
apetito castigado" (BRICEÑO-IRAGORRY.1921:31).
Briceño-Iragorry busca sustituir la aristocracia del
dinero y del
poder material
por una aristocracia del espíritu, originándose en
él una profunda conciencia del
desarraigo. ¿Pero es sólo un fenómeno de
conciencia? Según Enzo Faletto y Julieta Kirkwood:
Muchos de estos nuevos intelectuales urbanos pertenecían a
familias tradicionales, que en función de
su pérdida de importancia económica (generalmente
su desaparición como hacendados tradicionales),
sufrían una fuerte disminución de su prestigio
social. Este desarraigo se refuerza por los contenidos
intelectuales del Romanticismo. Hay
en tal formación ideológica una fuerte
orientación individualizante que los induce a concebirse
como individuos y no como grupo.
(FALLETO-KIRKWOOD. 1977:58)
Sobre este punto es curioso notar que figuras
principales de la Generación del 18 responden a esta
premisa pertenecen a familias tradicionales del país; los
Lossada en Maracaibo, los Picón en Mérida, los
Briceño en Trujillo, los Paz Castillo en Caracas, los
Ramos Sucre en Cumaná. Esta noción de
individualidad les viene heredada de las concepciones manejadas
por José Enrique Rodó desde las páginas de
Ariel. Estos jóvenes de 18, y entre ellos
Briceño-Iragorry, entran en una enorme
contradicción existencial significada en no poder
identificarse ni con el Pueblo y mucho menos con la
burguesía; esto unido a su idea de que en Venezuela se
dejó de tener contacto con las raíces fundacionales
en términos de ‘articulación`, los
transforman en individuos desarraigados, hombres de ninguna parte
como Nietzsche, individuos casi por exclusión.
Esta particular conciencia de individualidad implica una serie de
exigencias que se expresan en una moralidad individual, para la
cual y, primordialmente, los convencionalismos sociales aparecen
como falsos. Dentro del pensamiento burgués, la idea de
igualdad
llevada a su extremo lógico implicaría
gravísimas consecuencias… El pensamiento
romántico, quien niega tanto la validez del orden
existente como las convenciones en que este se expresa, percibe
la imposibilidad de la propia realización dentro del
sistema y
pretende superarlo como una pura realización
individual.
(FALETTO-KIRKWOOD. 1977:58-9)
Esta realización individual se producirá a
través de la escritura como
único territorio en el cual alcanzar la idealidad.
Allí, en la escritura
encontrará Briceño-Iragorry el abono perfecto para
la creación de su discurso utópico. Evoca, como lo
expresa Luis Javier Hernández en su texto "La
Generación del 18 venezolana en la senda de la
utopía latinoamericana", "un espacio de armonía que
es negado fuera de los reinos de la palabra… La literatura se transfigura en
la ciudad ideal donde el espíritu del hombre vuela
libremente como su homólogo en el Ariel de
Rodó".
Este pensamiento ha madurado cuando Briceño-Iragorry
se separa del Ministerio de Relaciones Exteriores y Horas se
agota en cuestión de seis días "puesto que lo
liquidaron las llamas del incendio ocurrido en la vieja
librería Maury" (BRICEÑO-IRAGORRY. 1991:XI).
Briceño-Iragorry hace nuevamente una recopilación
de sus textos esparcidos en la prensa y publica su segundo
texto:
Motivos, que aparece también en Caracas bajo la responsabilidad editorial de Tipografía
Mercantil.
Motivos no se va a distanciar en gran medida de Horas,
quizás la diferencia más palpable es que nos
topamos con un escritor ya más maduro y más
conciente de su responsabilidad creadora: "Me pasa a mí
algo parecido, todos los días siento más pereza
para escribir sobre algún tema que no lleve en sí
una idea de elevación espiritual o cerque un motivo
religioso" (BRICEÑO-IRAGORRY. 1998:14). Reúne
así un conjunto de motivos , de pequeñas
reflexiones, 23 en total, en torno a temas espirituales, morales,
de derecho y de justicia, pero
con una unidad temática de la cual carecía el
anterior. Está plenamente dedicado a su amigo Julio Sardi.
Los textos que lo componen son de mayor profundidad
filosófica, su ‘misticismo` se vuelve ahora
más complejo. Pero sería bueno hacer un alto acerca
de sus reflexiones en torno al tema de la muerte, ya
que puede brindarnos nuevas pistas para entender el discurso y el
pensamiento de Briceño-Iragorry para 1922, y en
consecuencia para el resto de su vida.
Mario Briceño-Iragorry comienza a ver a la
muerte como
una transición que ayuda al proceso de la
renovación y purificación del hombre.
Briceño-Iragorry "inaugura el diálogo silente con
la muerte que produce vértigo y angustia pero que
también posibilita la reflexión para la vida y el
ser en su afán de realización" (HERNÁNDEZ.
1998:198). Este pensamiento se hace evidente en uno de los
textos que componen el libro. "El Sentido de la Muerte" es un
artículo que publica para celebrar la aparición del
último libro del novelista francés Ricardo
León. No perdamos de vista el cuadro que nos ofrece el
clima
bélico que se expande por Europa. La
Primera Guerra Mundial va
a significar un llamado a la conciencia humana del intelectual, y
a su vez, servirá de acicate para las reflexiones en torno
a la condición humana. Escribe
Briceño-Iragorry:
Cuando el alto novelista francés hubo de convencerse de la
inutilidad de los sacrificios consumados en nombre de la Justicia
y del Derecho; cuando meditó sobre la esterilidad de
tantas vidas truncas sobre los campos de batalla, esterilidad que
en un concepto
materialista tendría como único resultado "el
ingreso prematuro de innumerables organismos humanos en el ciclo
de descomposiciones y reconstituciones
físico-químicas", miró con ojos inquisitivos
hacia lugares superiores y comprendió que sobre la vida
animal del hombre flota la vida alta del espíritu y
terminó su libro "El Sentido de la Muerte" parafraseando a
Pascal en esta
forma: "Cuando creemos que Dios nos falta es que le tenemos
cerca. "Tú que me buscas, me has hallado ya", dice el
padre con palabras del hijo de Etienne Pascal.
(BRICEÑO-IRAGORRY. 1991:171)
Para Mario Briceño-Iragorry sólo a
través de la muerta puede afirmarse la vida. Para poder el
bien vivir hay que bien morir. Esto nos recuerda un poco la
filosofía orientalista que pregonaba Schopenhauer:
La muerte es el genio inspirado, el Muságetas de la
filosofía… Sin ella difícilmente se hubiera
filosofado.
Nacimiento y muerte pertenecen igualmente a la vida y se
contrapesan. El uno es la condición de la otra. Forman los
dos extremos, los dos polos de todas las manifestaciones de la
vida. Esto es lo que más sabia de la mitologías, la
de India, expresa
con un símbolo, dando como atributo a Siva, dios de la
destrucción, al mismo tiempo que su collar de cabezas de
muerto, el linga, órgano y símbolo de la
generación. El amor es la
compensación de la muerte, su correlativo esencial; se
neutralizan, se suprimen el uno al otro…
… La muerte es el desate doloroso del nudo formado por la
generación con voluptuosidad. Es la destrucción
violenta del error fundamental de nuestro ser, el gran
desengaño.
(SCHOPENHAUER. 1998:48).
Por ello Briceño-Iragorry asume a la muerte como
el momento propicio para la gran reflexión que brinde como
consecuencia el término de la realización humana.
La muerte es el ente purificador: para ser seres de una capacidad
espiritual superior hay que volver a ser niños;
es decir, hay que morir en el hombre para
nacer en una nueva dimensión humana, ¿el
superhombre?. Sin embargo, Briceño-Iragorry hace su
inclinación es hacia el mundo de lo material: el hombre
debe morir en la materia para
nacer en el espíritu.
La vida no se explica sino llevándola a la muerte.
¿Se cae, o se sube, cuando nuestros pasos llegan a la
tumba? No digamos nuestros pasos, sino nuestro esfuerzo, nuestros
empeños de vida, nuestra fuerza, nuestro anhelo, nuestro
deseo… Hablar de la muerte no es matar la vida: es alargarla,
darle un campo de acción donde alcanzará lo que
antes no.
(BRICEÑO-IRAGORRY. 1991:172-3)
Lo que Briceño-Iragorry va a resaltar con este
interés en la muerte, no es la muerte misma, sino el hecho
de la trascendencia que de ella depende. Sólo a
través de ella el hombre podrá vencer al tiempo que
lo hace un ser miserablemente finito: el hombre es sólo
tiempo, tiempo que se acaba, dice Octavio Paz.
Años más tarde cuando publique sus Prosas de Llanto
volverá sobre este tema, pero esta vez no será el
joven que ve en la muerte un mero tema para filosofar, sino el
viejo que ve sus días agotándose sin remedio, y que
se siente, por qué no decirlo, como un Quijote vencido por
las arbitrariedades de un mundo en donde nunca cupo; un Quijote
que nos recuerda la figura a la que cantó León
Felipe. De esas impresiones sobre la muerte surgirá un
pensamiento ético que busca en la fuentes de la
mística y el silencio su razón que lo
‘acople` con el universo. Un
universo en
donde se mantenga la primacía de lo interior sobre lo
exterior:
Caminar hacia la victoria del Derecho sobre la Fuerza, del
Pensamiento sobre la Masa, del Ideal y la Justicia sobre las
mezquinas aspiraciones de colectividades pedantes, es la idea
victoriosa que incuba en los espíritus del nuevo siglo,
llamado a levantar la bandera blanca del Ensueño.
(BRICEÑO-IRAGORRY. 1922:9).
Nuevamente aparece la constante del ensueño por
donde trafica su pensamiento social acercándose seriamente
a los postulados del romanticismo que
ingresa en América
en el siglo XIX, y que asumen Rodó y los demás
ensayistas modernos de Latinoamérica. Mario
Briceño-Iragorry se siente responsable de unir su voz a
ese coro que hablaba "del valor profundo
de la paz, como base única y granítica para el
futuro templo de la justicia, eterna e inmutable"
(BRICEÑO-IRAGORRY. 1922:17). Este templo de la justicia es
la América
del delirante Bolívar sobre el Chimborazo, es el trazo
fecundo que viene en la mente inigualable de Miranda, es la
ciudad de Sarmiento que ha superado la barbarie. Un templo de la
justicia construido bajo las bases de una sociedad igualitaria.
En esto insiste una y otra Briceño-Iragorry: tolerancia,
caridad, equidad, son los principios que va
a fundamentar desde las páginas de Motivos. Allí
mismo denuncia a través de ejemplos de la historia de la Iglesia la
hipócrita actitud de
este frente a los desmanes en que se debate la vida
del pueblo:
… lejos de indicar o de buscar la fórmula que acaso
trajese el equilibrio y
que condujera a dar un paso hacia la perfección,
creyó mejor bajar las ideas hasta conformarlas al modus
social; y entonces no fue el Derecho quien triunfó sino
que en cambio hubo de
inclinarse ante la fuerza y el utilitarismo quien ganó
largos pasos a la equidad y a la justicia.
(BRICEÑO-IRAGORRY. 1922:36)
Son estas nuevas ideas, que unidas a las que ya defiende
su pensamiento, las que le gobiernan cuando contrae matrimonio por
poder con Josefina Picón Gabaldón, prima de su gran
amigo Mariano Picón Salas. Viajan juntos a Nueva
Orleáns como Cónsul de Venezuela. Ocurre en agosto
de 1924 un hecho fundamental que le dará una vuelta a su
trabajo de intelectual, y es el nacimiento de su hijo
Raymond:
La sonrisa que empieza a dibujarse en el rostro de mi hijo me
empieza a brillar como un alba nueva en el horizonte de mis
años también… La risa de mi hijo se me adentra
también como un refrescamiento en el corazón, y
estoy por creer que pueda reír de nuevo como reía
en mis años matinales.
(BRICEÑO-IRAGORRY. 1998:16)
Horizonte que va a ampliarse aún más con
el nacimiento de su segundo hijo Obdulio un año
después. Son los acontecimientos que rodean a
Briceño-Iragorry cuando publica su tercer libro Ventanas
en la noche.
Ventanas en la noche, bajo la edición de Parra León
Hermanos aparece en Caracas en 1925. Es el texto que recoge las
reflexiones de un Mario Briceño-Iragorry que ha dejado
atrás los años de la adolescencia,
y que transforma el preciosismo modernista que caracteriza sus
primeros escritos por un discurso más intenso, apasionado
y ‘chocante`. Asume definitivamente el compromiso del
intelectual latinoamericano, va a construir ese nuevo mundo que
pregona en Motivos , y lo va a hacer desde la agonía,
desde el dolor, desde la angustia, desde la soledad: "El camino
del desierto, rodeado el viajero de la espesa sombra nocturna,
sin avizores que le anuncien las quiebras de la vía,
doloridos los pies por la jornada larga que no concluye
aún, surgen inesperados los marcos luminosos de claros
ventanales" (BRICEÑO-IRAGORRY. 1925:7). Mario
Briceño-Iragorry utiliza la imagen del
desierto como módulo para la purificación del
espíritu, lo mismo que el pueblo hebreo que parte de
Egipto
buscando la tan anhelada tierra
prometida, que es obligado a transitar por el desierto del
Sinaí durante cuarenta años o hasta que haya
desaparecido el último de los herederos de la cultura
egipcia. A la tierra
prometida sólo entrarían los puros, aquellas nuevas
generaciones de hebreos que no conocieron o sintieron sobre sus
espaldas los padecimientos del látigo esclavizador; en
fin, lo que llegó a esa tierra fue una
mentalidad distinta, purificada por el calor
abrasador del desierto. ¿No será ese nuevo estado de
conciencia la tan nombrada tierra donde mana leche y miel?.
Sobre el significado de las ventanas nos habla Manuel Díaz
Rodríguez:
Hay hombres que no tienen sino una ventana en el espíritu.
Probablemente son aquellos mismos pobres de espíritu a
quienes el Evangelio llama bienaventurados, porque de ellos es el
reino de los cielos. No tienen más que abrir los ojos para
ganar la eterna venturanza…
A uno u otro lado de esa ventana única no hay más
ventanas que se abran hacia otros tantos paisajes diferentes,
divirtiendo o cautivando el espíritu con sendas
tentaciones. Así, libres de tentación, los que
tienen una sola ventana en el espíritu no se distraen , y,
sin esfuerzo ninguno, sin turbarse jamás, consiguen la
bienaventuranza eterna.
(DÍAZ RODRÍGUEZ. 1968:636)
Avergonzado por ello, Díaz Rodríguez asume
que prefiere construirse él mismo su reino en donde pueda
habitar. Un reino que se construye en la palabra, ya que odia
la pobreza de
alma y de aspiraciones superiores del colectivo nacional. Por
allí anda el discurso de Briceño-Iragorry. Y si
cada uno de los primeros textos de Mario Briceño-Iragorry
va ofreciendo conceptos para el análisis, en estas
ventanas en la noche, será su particular visión de
Cristo lo que podría ser resaltado ahora.
El Cristo que expone Briceño-Iragorry asemeja al
que le canta Antonio Machado en su poema La Saeta:
¡Oh! La saeta el cantar
al Cristo de los gitanos
siempre con sangre en las
manos
siempre por desenclavar.
Cantar del pueblo andaluz
Que todas las primaveras
Anda pidiendo escaleras
Para subir a la cruz.
Cantar de la tierra mía
Que echa flores
Al Jesús de la agonía
Y es la fe de mis mayores.
¡Oh¡ no eres tú mi cantar
no puedo cantar ni quiero
a ese Jesús del madero
sino al que anduvo en la mar.
(MACHADO. 1979: 32)
Pero surgen otras referencias obligatorias cuando
hablamos del Cristo que se crea desde la escritura de
Briceño-Iragorry. Es imperioso hablar del Cristo de
Kazantzakis y el de Papini; un Cristo demasiado viril, un Cristo
hombre, deslumbrante con la energía que le ofrece el
látigo vapulador de los mercaderes del templo… Es un
Cristo acaso semejante al Cristo feo de la escuela rusa, ya
desvirtuado en mucho por el misticismo anárquico de los
eslavos comunistas; un Cristo posible en medio de los
hombres.
(BRICEÑO-IRAGORRY. 1925:99)
Surge un Jesús descristianizado y más
cerca de la sociedad, del pueblo. Un Jesús humanizado que
proviene de la literatura del siglo XIX; esto es, un Cristo
sometido a la pluma ‘liberal` de los románticos y
los socialistas utópicos. Mario Briceño-Iragorry
utiliza a este Cristo recreado en el siglo XIX para justificar su
anticlericalidad juvenil y aumentar la dureza de su
crítica contra la Iglesia. Utiliza a un Cristo
contestatario, irreverente, rebelde para justificar su propia
rebeldía. De allí emanan nuevas claves para la
construcción de ese mundo ideal, de un
hombre ideal:
Lucha invisible, silenciosa, callada, reacción del
espíritu contra los mil obstáculos que le opone a
la materia para
su perfección, batalla de un soldado contra todo un
ejército aguerrido, labor de arquitecto que levanta a
solas la gran torre que habrá de sostener fina campana que
guíe los espíritus en su marcha hacia la ciudad
ideal.
(BRICEÑO-IRAGORRY. 1991:221)
Contrariamente a sus observaciones acerca del silencio
místico de sus escritos pasados; ahora va a oponerle
rotundamente la acción como única vía para
hallar a este nuevo Cristo: "Jesús no se ha ido de la
tierra y para hallarlo no se necesita el silencio de la cenobia,
ni la disciplina
conventual, ni el yermo silente" (BRICEÑO-RAGORRY.
1925:100). Para hallarlo hay que buscarlo dentro de la sociedad,
en sus necesidades espirituales y, ¿por qué no?
Materiales,
trabajar hombro a hombro para hacerla superar, hacerla
trascender.
Cómo se inserta este Cristo en la sociedad, pues
Briceño-Iragorry lo hace encarnándolo en los
pobres, en los sectores sumamente marginales de la sociedad;
tanto los pobres materiales y
los hombres que aceptan su pobreza
espiritual. Por ello en el apartado denominado Glosas
místicas va a servirse de un ciego pobre, interesante es
notar cómo a pesar de ser ciego logra, a través de
su marginalidad,
reconocer a Cristo. Una adúltera como la única
persona en
reconocer los trazos que hace Jesús en la arena. Y
así continúa dándole un rasgo de
superioridad a los marginales sobre otros sectores de la
sociedad. Acá logra Briceño-Iragorry concebir una
alta capacidad de ironía, burlándose a placer de
los factores del poder económico. Recordemos su
posición de hombre cuyo rango familiar se vino a
menos.
Al intentar reflexionar acerca del pensamiento de Mario
Briceño-Iragorry son sus textos iniciales los que
brindarán las claves para entender la multidimensionalidad
de su discurso. Allí están cimentadas las bases de
las cuales no podrá alejarse, gracias a un aferrado
sentido del dolor y la angustia que desarrollará como
nutrimento de una obra monumental. A Briceño-Iragorry no
puede hallársele desde el academicismo, ni desde falsas
posturas intelectuales. A Briceño-Iragorry no se le puede
encontrar desde el raciocinio frío de los intereses
creados. A Don Mario, el nuestro, el de la juventud venezolana,
sólo puede mirarse con los ojos de la pasión
irracional. Pero se equivoca quien trate de hallarlo desde una
pasión venezolanista, ya que su pasión es de
trascendencia, es apatrida. Por ello ese aviso a los navegantes
que se mantiene sin destino no tendrá puerto de llegada a
este que muramos un poco a lo que somos para renacer en medio de
las deshoras que despiertan en la noche.
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Autor:
Valmore Muñoz Arteaga