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Aportes de mujeres a la teoría psicoanalítica




Enviado por schneebeli



    Indice
    1.
    Introducción

    2. El tiempo de los
    intentos

    3. Segunda parte
    4. Conclusiones
    5. Bibliografía

    1.
    Introducción

    Siempre es una dificultad recortar un campo para
    investigar. En el presente trabajo se intenta enhebrar los
    aportes a la teoría
    psicoanalítica a través del hilo de las mujeres.
    Ellas siempre han estado
    ahí, poniendo el cuerpo como puerta de entrada a una
    dimensión más que desconocida. Luego,
    animándose a innovar, jugándose con nuevos aportes
    que merecen ser tenidos en cuenta, bregando por un psicoanálisis inquieto y en crecimiento,
    igual que los hijos que vienen a través de ellas.
    El material aparece ordenado en un "durante" y en un
    "después" de Freud. Las
    mujeres aparecen nombradas y, bajo sus nombres, se esbozan sus
    aportes. No se pretende igualar a las histéricas de los
    comienzos freudianos con las psicoanalistas post-freudianas
    más allá de que, compartiendo un mismo género,
    han nutrido a la teoría psicoanalítica con sus
    quejas, sus goces, su cuerpo, su saber no sabido, su compromiso.
    Igual que con los hijos.
    Ojalá que haya valido la pena el intento (igual que con
    los hijos…).

    2. El tiempo de los
    intentos

    Primera parte
    Debes amar el tiempo de los
    intentos, debes amar la hora que nunca brilla.
    Y si no, no pretendas hallar lo cierto…
    Silvio Rodríguez
    Emmy de N.
    Emmy de N. es la primera paciente con la que Freud utiliza el
    método
    catártico para hacer desaparecer por sugestión
    hipnótica los múltiples tics y contracciones
    histéricas que la aquejaban. En sus ataques, la sujeto se
    halla bajo la impresión de una terrorífica
    alucinación periódica.
    La paciente en estado
    hipnótico es interrogada sobre las causas de su enfermedad
    y sobre el origen de los primeros síntomas. Sin embargo,
    no todas las preguntas obtienen una inmediata respuesta. A veces,
    la paciente responde con una negativa. Esta forma negativa de
    responder, observada por Freud en otros sujetos, le señala
    que se trata de un tema especialmente molesto de recordar. Con el
    tiempo, estas negativas o interrupciones se convertirán en
    una constante del discurso
    histérico, puntuando el flujo discursivo e
    incorporándose como concepto
    teórico (concepto de
    resistencia) a
    la lectura de
    los fenómenos histéricos.
    De acuerdo con esta teoría, aquello que se reprime (esos
    acontecimientos angustiosos o vergonzosos, que luego se
    revelarán como deseos encubiertos, intolerables a la
    conciencia y que
    no gozan de la posibilidad de una descarga eficaz) tiene una
    satisfacción suplementaria por cualquiera de las
    producciones del inconsciente. Una de estas producciones son los
    síntomas histéricos, los que mediante el mecanismo
    de conversión llevan a la inervación
    somática.
    Hay algo que el sujeto, para su constitución primera, no puede. Algo a lo
    que debe renunciar ver cumplido si quiere sobrevivir, una
    ley a la que
    se tiene que someter: esa ley se denomina
    la ley del Incesto y se encuentra enmarcada dentro de esa
    máquina hominizante que es el complejo de Edipo. El
    niño debe renunciar al goce con la madre, pero el deseo
    sigue funcionando aunque se haya renunciado a cumplirlo. Esta
    represión provoca que el sujeto quede desde ese momento
    dividido en una alteridad: la conciencia y el
    inconsciente. Reprimir, en este sentido, significa hacer
    inconsciente. El deseo reprimido busca su realización en
    la realidad psíquica pero, en virtud del complejo de
    castración, la conciencia reprime este deseo censurando
    todas sus manifestaciones.
    El deseo no juzga, no piensa ni calcula, sólo desea
    expresar y jamás deja de pulsar. Su realización
    tiene que llevarse a cabo engañando la censura que se le
    impone. Debe disfrazarse y hacer uso de cualquier recurso para
    expresarse. Así, dos instancias, dos órdenes se
    enfrentan: una instancia que reprime y una instancia que es
    reprimida o, en otras palabras, dos órdenes
    anímicos se relacionan por la represión. Este
    mecanismo de represión que desencadena el desplazamiento
    de afectos, de acentos psíquicos, desde el deseo
    inconsciente hacia la formación del síntoma, del
    sueño o de la palabra, es el modo en que opera lo
    psíquico en general y se encuentra en permanente
    funcionamiento.
    La represión de la que habla el psicoanálisis no es la represión
    moral, sino el
    mecanismo de entronización a la civilidad en tanto que,
    mediante ella, accedemos al lenguaje e
    ingresamos en el orden de lo simbólico.
    Freud, en este historial, repara en que la paciente da
    explicaciones a sus afecciones diferentes a las que ofrece en su
    estado normal de conciencia. Durante su permanencia en Nancy
    había observado que algunos pacientes de Bernheim a los
    que había dado determinadas órdenes durante la
    hipnosis para llevar a cabo actos precisos con posterioridad a
    ella, interrogados sobre los motivos que los empujaban a
    realizarlos, daban explicaciones completamente falsas a las que
    sin embargo prestaban su más completa adhesión.
    En Emmy, esta situación tan particular de olvidar y dar
    pistas falsas se revela a través de uno de los factores
    que determinan la histeria: la disociación de la
    conciencia. Una disociación que, según Freud, no es
    completa dado que fragmentos sueltos que escapan a la censura
    llegan a la conciencia y el sujeto se ve en la necesidad de
    integrarlos en una cadena causal.
    A pesar de la total sugestibilidad hipnótica de la
    paciente, los síntomas permanecían inalterables.
    Freud inicia un abandono de la hipnosis como tratamiento
    sugestivo al comprobar su ineficacia para transformar las
    inervaciones somáticas, cambiándolo por lo que
    él denomina en aquel momento "análisis psíquico".
    Al reflexionar sobre Emmy, Freud expresa sus dudas acerca de la
    etiología de la histeria. Afirma que debe existir
    algún factor mayor que desencadene la explosión de
    la enfermedad dado que las condiciones expuestas por la paciente
    se hallan presentes desde mucho tiempo atrás sin que se
    produjera por ello ningún efecto patológico. Le
    sorprendía también que ninguna de sus confesiones
    tuviera una referencia sobre su vida sexual.

    Lucy R.
    En el presente historial, para Freud la condición
    indispensable que desencadena el fenómeno histérico
    es que entre el yo y una representación a él
    afluyente (desencadenada por el trauma) surja una relación
    de incompatibilidad. Esta situación, que sirve de materia prima
    al concepto de represión, activa en la histeria el
    mecanismo de conversión que transforma la
    excitación producida por la incompatibilidad en una
    inervación somática. No hay una destrucción
    de la representación incompatible; el deseo que emerge no
    se destruye sino que se desplaza, dando lugar a la
    sintomatología histérica.
    Miss Lucy R. es una institutriz inglesa que desempeña su
    oficio en la casa de un acaudalado hombre de de
    negocios,
    viudo, con dos pequeñas niñas a su cargo. La sujeto
    presenta como síntomas visibles una supuración
    permanente de la nariz, con alucinaciones olfativas de carácter
    histérico, depresión
    y fatiga.
    Ante la imposibilidad de someter a hipnosis a la paciente, Freud
    se enfrenta al límite de la técnica que
    había utilizado hasta ese momento. Para seguir adelante
    tiene que variar la técnica del método
    catártico, dejar a un lado la sugestión por
    vía hipnótica e intentar otro recurso. Pero
    renunciar a la hipnosis significaba renunciar a una de las
    premisas del método catártico,según la cual
    mediante la hipnosis se habría de conseguir una
    ampliación de la memoria del
    paciente para obtener información sobre los sucesos que motivaron
    la afección psíquica; es decir, para establecer una
    determinación causal de la histeria, que aparentemente no
    está al alcance de la conciencia.
    Sin embargo, Freud recordó un experimento llevado a cabo
    por Bernheim, que demostraba que los sujetos hipnotizados
    guardaban en su memoria todo lo
    ocurrido durante la hipnosis.
    Freud decide emplear este procedimiento
    adoptando como punto de partida la hipótesis de que el sujeto sabe todo lo que
    tiene que ver con su enfermedad, tratándose sólo de
    obligarlo a comunicarlo. De forma que, cada vez que
    obtenía una respuesta negativa, Freud insistía en
    que debía poseer alguna reminiscencia, alguna idea de
    aquello que se le preguntaba. El sujeto, venciendo su
    espíritu crítico, debía comunicar todo lo
    que le pasara por la mente sin juzgarlo, con la seguridad de que
    aquello que se le ocurriera sería precisamente lo que
    estaban buscando.
    Aunque no fue Lucy R. el primer paciente con quien usó
    esta técnica, es en su historial donde se expresan los
    precedentes del concepto de asociación libre, sin cuya
    asistencia resulta impensable la práctica del
    psicoanálisis. El método de la asociación
    libre se rige por la idea de que el sujeto posee un saber que
    él mismo ignora poseer, es decir, un saber no sabido por
    el sujeto. Para convocar ese saber el sujeto debe intensificar la
    atención de sus percepciones
    psíquicas y suspender la crítica con que acostumbra
    a expurgar los pensamientos que le afloran. En realidad, nada es
    libre en las asociaciones del sujeto, puesto que está
    doblemente sobredeterminado.
    Mientras se produce la asociación libre, está en
    juego lo que
    se conoce como mecanismo de regresión . Un mecanismo que
    expresa, por decirlo de forma peligrosamente breve, el objeto
    imposible del deseo incosciente: la identidad de
    percepción; ese momento de
    satisfacción de la primera necesidad; el umbral del deseo;
    esa incesante búsqueda del objeto perdido que lleva a cabo
    el deseo inconsciente. Tal mecanismo está en
    funcionamiento en todas las operaciones
    mentales, y representa una sustitución alucinatoria a la
    motilidad.
    Lo que se está produciendo en esta regresión, en
    esta realización del deseo, es una transferencia de
    afectos, de energía psíquica, en virtud de la
    censura, desde el deseo inconsciente hacia representaciones
    inocuas o inofensivas para la conciencia. De esta manera,
    asociación libre y transferencia se convierten en las dos
    armas
    principales con las que cuenta el psicoanálisis en su
    labor terapéutica. Con ellas, se intenta construir ese
    deseo que genera el discurso, el
    sueño, el síntoma del sujeto sometido a análisis. Un deseo que no se agota en su
    interpretación ni en sus formas de realización; un
    deseo que carece de objeto por cuanto el objeto que busca nunca
    existió. Por esta razón cualquier cosa puede ser su
    objeto y ninguna lo satisface plenamente.
    Podemos comprender la dimensión de la ruptura que, con
    respecto al método catártico, se estaba produciendo
    al variar Freud la técnica de la hipnosis por la
    técnica de la asociación libre.

    Catalina
    Freud, en su Teoría del Inconsciente, con el
    propósito de expresar la diferencia radical con respecto
    al sentido cronológico del tiempo en la conciencia, llega
    a decir que el inconsciente no tiene tiempo. Lo que intenta
    explicar es que el tiempo en el
    inconsciente no es el tiempo del reloj ni el de nuestro
    calendario, en una lenta y simétrica sucesión de
    momentos, en un orden lineal que parte del pasado y se dirige
    hacia el futuro a través del presente.
    El método catártico y el concepto de trauma
    presuponían esta noción de tiempo real, del tiempo
    de la medida: una causa eficiente localizada en el pasado, que
    condiciona el destino del sujeto desde su infancia.
    Pero el inconsciente no tiene ese tiempo. Está pulsando y
    repitiendo siempre; tiene un tiempo recursivo, un futuro
    anterior, un tiempo que trabaja el pasado desde el presente, que
    no deja nada detrás suyo, que rumia todo de nuevo, que
    vuelve sobre lo mismo una y otra vez, haciéndolo
    diferente. En psicoanálisis nunca se repite lo mismo, sino
    una diferencia.
    En el historial de Catalina es donde resulta más claro
    cómo estamos condenados a aprender la segunda vez. Es
    decir, sólo después de hablar y de ser interpretado
    es posible para el sujeto transformarse en un verdadero sujeto
    psíquico.
    La joven se queja de ahogos repentinos y de sensaciones
    angustiosas. Desde hace algún tiempo sufre ataques de
    angustia que le dificultan enormemente la respiración, acompañados por la
    pavorosa alucinación de un rostro que la mira con ojos
    terribles.
    Freud sabía por experiencia que la angustia solía
    presentarse en las jóvenes cuando el fenómeno de la
    sexualidad
    hacía aparición por primera vez en sus vidas.
    Resulta que la paciente había sorprendido a su tío
    y a su prima juntos, motivo por el cual el matrimonio de sus
    tíos se había roto, y ella se había ido a
    vivir a otro sitio con su tía. Aunque la joven no
    comprendió en aquel momento lo que estaba sucediendo,
    comenzó a padecer los ataques y la sensación de
    asfixia. Por el mecanismo de represión que caracteriza la
    actitud del yo
    frente a las representaciones moralmente antagónicas, la
    sujeto olvidó todo lo que en aquel momento pasaba por su
    mente, dando con ello vía libre a la conversión
    histérica y a la expresión sintomática de le
    reprimido.
    En un momento de su relato, Catalina comienza a describir dos
    experiencias anteriores en las que también había
    sido atacada sexualmente por su tío. Estas experiencias se
    hallaban hasta ese instante desvinculadas del hecho
    desencadenante. Confiesa, entonces, que siempre ha tenido las
    sensaciones que ahora acompañan sus ataques de angustia,
    si bien nunca habían sido tan intensas.
    La sujeto llevaba en sí, pues, dos series de impresiones
    que no había conseguido comprender. Cuando descubre la
    pareja en la habitación establece un enlace entre ambos
    grupos
    comenzando en seguida a comprenderlas y simultáneamente a
    defenderse contra ellas. De esta manera Freud interpreta lo que
    Catalina piensa en el momento en que descubre a su tío con
    su prima: "ahora hace con Francisca lo que quiso hacer conmigo
    aquella noche y luego otras veces".
    De esta manera se expresa, de forma suficientemente clara, el
    modo en que trabaja el tiempo en el inconsciente: una experiencia
    anterior que no había tenido efecto alguno en su momento,
    se ve activada con poder
    traumático cuando se produce una experiencia posterior que
    la explica y dota de sentido.
    No es suficiente la expresión oral de los acontecimientos,
    pues de hecho la sujeto ya había hablado con otras
    personas y no por ello había dejado de padecer la
    conversión histérica. Había sido necesaria
    la interpretación de su relato para poder
    construir esa realidad que representa el vínculo
    establecido entre los dos conjuntos
    disociados de impresiones.
    Este historial es de particular importancia porque nos entrega
    una muestra de lo que
    será la técnica que, junto con la transferencia y
    la asociación libre, definirá el método del
    psicoanálisis: la técnica de la
    interpretación-construcción. Decimos construcción y no reconstrucción
    porque no se trata de rehacer algo ya existente, algo que tiene
    una localización previa como el trauma, localizado en un
    punto determinado del pasado. Es construcción de lo que
    hasta el momento de la interpretación no posee existencia:
    el deseo inconsciente.

    Elisabeth de R.
    Freud se enfrenta aquí con su ideología positivista, con su modo de
    pensar médico. Es sabido que durante este período
    realiza un último esfuerzo por vincular sus
    descubrimientos con la medicina y la
    biología
    escribiendo el "Proyecto de una
    psicología
    para neurólogos"; donde trata de establecer los nexos
    neurológicos de ese nuevo campo que comienza a vislumbrar
    y que llegará a inaugurar con "La interpretación de
    los sueños": el campo de lo propiamente
    psíquico.
    Elisabeth era una joven de carácter
    vivaz e inteligente, cuya familia
    había sufrido duros reveses tras la muerte del
    padre, a quien la paciente había asistido durante su larga
    y penosa enfermedad. Su situación se agravó con la
    repentina muerte de una
    de sus hermanas. Como síntomas histéricos Elisabeth
    presentaba dificultad al caminar, acompañada de intensos
    dolores, así como fatiga al andar y al permanecer de
    pié.

    Tras auscultar a Elisabeth, Freud plantea dos
    diferencias interesantes entre las reacciones que experimentan
    los pacientes con afecciones orgánicas y aquellos que
    padecen afecciones histéricas. La descripción que realizan los primeros de
    sus dolores orgánicos suele ser precisa y detallada. En
    cambio el
    histérico, al describir sus dolores parece encontrarse
    entregado a una difícil tarea intelectual, para la que
    ninguna palabra parece ser lo suficientemente adecuada. En
    efecto, Elisabeth parecía más ocupada con los
    pensamientos ligados a estos dolores que con los dolores mismos.
    Por otra parte, mientras que los enfermos orgánicos
    reaccionan al tacto de las zonas afectadas con muestras visibles
    de molestia, las reacciones de Elisabeth eran más bien de
    placer que de dolor, ruborizándose ante el cosquilleo que
    le producía el estímulo de aquella zona de sus
    piernas en las que debía manifestarse el dolor.
    En primera instancia, la sujeto reconoce el origen de ciertos
    dolores del muslo de su pierna derecha. La razón era que
    en esa zona solía su padre apoyar sus piernas diariamente
    mientras ella cambiaba las vendas que las cubrían.
    Sorprende a Freud que la paciente, aunque tal escena se
    había repetido un centenar de veces, no hubiera reparado
    hasta entonces en la relación existente entre los dos
    hechos. Resulta particularmente revelador la transferencia que
    produce el mecanismo de conversión, al transformar una
    determinada zona del cuerpo en lo que Freud denomina una "zona
    histerógena típica"; desplazando lo reprimido que
    intenta emerger como síntoma histérico. Así,
    el síntoma se convierte en una metáfora, una
    representación simbólica de lo reprimido. Aquella
    zona de su muslo se había convertido, en virtud de la
    transferencia, en una zona erógena. Esta era la
    razón de que, al tacto, la reacción de la sujeto
    fuera más de excitación que de dolor
    manifiesto.
    En algún momento Freud llega a decir que la
    condensación y el desplazamiento son los obreros del deseo
    inconsciente, en tanto que están trabajando constantemente
    para su realización; transformándolo y
    expresándolo. Los síntomas histéricos y el
    relato de la paciente (el texto
    manifiesto) son producto de un
    trabajo de condensación y desplazamiento (metáfora
    y metonimia) donde opera la censura. Esta se aplica a las
    representaciones y a sus contenidos, pero no a las cargas
    afectivas, al acento psíquico con el que se valoriza una
    representación cualquiera desde el inconsciente. El deseo
    inconsciente, que no puede como tal acceder a la conciencia dada
    la censura que se ejerce sobre él, necesita transferir su
    carga afectiva para poder expresarse. Este deseo es inconsciente
    desde el momento en que se renuncia a él y se le reprime
    como producto de
    poner en juego el
    complejo de castración. Hay, por tanto, una transferencia
    primera que constituye la original y fundamental renuncia: esa
    transferencia y las que se producen a continuación son
    edípicas.
    En este sentido es importante resaltar que la sexualidad que
    el psicoanálisis estudia es la sexualidad que se reprime,
    la sexualidad edípica, en virtud del ingreso del
    niño al lenguaje.
    El corrimiento hacia la palabra que el método
    catártico consigue propiciar, pone en evidencia que el
    deseo está desplazándose
    en el lenguaje;
    que el inconsciente, como dice Lacan, está estructurado
    como un lenguaje. Cada vez que hablamos se pone en juego el
    mecanismo de transferencia. Por eso la sexualidad, desde el
    psicoanálisis, es todo lo que podemos decir. Es aquello
    que podemos expresar mediante el lenguaje,
    lo que está vehiculizado en la palabra. Freud dice que la
    histeria bebe en las fuentes mismas
    del lenguaje. Es la fuente común que comparte con el
    inconsciente, con lo reprimido que forma síntoma, cuyas
    manifestaciones pueden ser interpretadas, para transformar el
    sujeto en sujeto psíquico. Por eso podemos situar en la
    misma cadena de significantes la asociación libre, los
    sueños, los síntomas y todas las demás
    producciones del inconsciente.
    Freud observó que Elisabeth solía terminar algunos
    de sus relatos lamentándose de "lo sola que estaba",
    señalándonos que la palabra alemana stehen
    significa al mismo tiempo "estar" y "estar de pié". En
    otros hablaba de su "impotencia" o de que "no lograba avanzar un
    sólo paso" en sus propósitos. Esto le
    confirmó que toda una serie de pensamientos habían
    intervenido en el proceso
    doloroso, utilizando la imposibilidad de andar y los demás
    síntomas como símbolos.
    Aunque Freud ya sospechaba algo, la pista hacia la cual
    debía orientar el análisis la sumunistra la propia
    paciente, cuando en cierta ocasión cree escuchar la voz de
    su cuñado durante la consulta. Freud descubre de este modo
    la representación que provoca la disociación de la
    conciencia que, al ser reprimida, sirve de materia prima
    para que el mecanismo de conversión transforme lo
    psíquicamente intolerable en una expresión
    somática y dolorosa de su sufrimiento. Aquí
    está en juego algo más que la sensibilidad moral de la
    paciente, pues se trata de una violación de una ley
    más poderosa y fundamental que cualquiera de nuestros
    principios
    morales: la llamada ley del incesto. En la posibilidad de amar a
    su cuñado, el marido de su hermana, Elisabeth ve la
    posibilidad de amar al marido de otra mujer, es decir,
    al Padre. Como Edipo, que arranca sus ojos para no ver
    lo que ha hecho, Elisabeth censura sus pensamientos y transforma
    ese deseo inconfesable en síntoma.
    Posteriormente, Freud se entrevista con
    la madre de Elisabeth en un intento de encontrar la verdad del
    discurso histérico (la correspondencia de las palabras con
    los hechos, según el criterio de verdad kantiana).
    Elisabeth se entera y se siente profundamente herida y
    traicionada. Retornan los dolores en las piernas y parece
    fracasar todo el tratamiento. Más allá del error de
    Freud al hablar con la madre, supo utilizar la transferencia de
    la que era objeto para llevar a Elisabeth a realizar un
    importante trabajo psíquico: el vencimiento de sus
    resistencias
    de transferencia. Una labor que representará una
    modificación duradera de su economía
    anímica. La carga transferencial depositada por la
    paciente en Freud hubo de transformarse y desplazarse,
    permitiéndole rehacer su vida y contraer posteriormente
    matrimonio.

    3. Segunda
    parte

    Debes amar la arcilla que está en tus manos,
    debes amar su arena hasta la locura.
    Y si no, no lo emprendas que será en vano.
    Silvio Rodríguez
    Paula
    Freud describe la actitud del
    analista durante el análisis similar a la del cirujano
    durante una intervención, o planteando la metáfora
    del espejo. Estas opiniones parecen haber llevado a la creencia
    de que la contratransferencia es una fuente de dificultades.
    Paula define la contratransferencia como la totalidad de los
    sentimientos que el analista vivencia hacia su paciente. Sostiene
    que la respuesta emocional del analista a su paciente dentro de
    la situación analítica representa una de las
    herramientas
    más importantes para su trabajo. "La contratransferencia
    del analista es un instrumento de investigación dirigido hacia el
    inconsciente del paciente". Más allá de la atención flotante, el reparar en los
    sentimientos despertados en el analista por las asociaciones y la
    conducta del
    paciente provee un medio muy valioso de saber si se ha entendido
    al paciente o no.
    La contratransferencia no es necesariamente un factor de
    perturbación ni el analista debe abstenerse y prescindir
    de ella. Más bien, debe utilizar su respuesta emocional
    "como una llave hacia el inconsciente del paciente". Así,
    se abstendrá de participar como actor en la
    repetición de las formas de construcción de los
    objetos de deseo que el paciente dramatiza en la transferencia.
    Pero esto debe mantenerse en su privacidad y no convertirse en un
    "sincericidio" que cargaría al paciente y
    desdibujaría los límites de
    la situación analítica. Las emociones del
    analista deben usarse para impulsar las asociaciones, para salvar
    los conflictos y
    las defensas del paciente. Al incluírlas, al ser
    interpretadas y elaboradas, reforzarán el sentido de la
    realidad del yo del paciente al mostrar al analista como un ser
    humano. Así, la "humanización" del proceso
    analítico no pasa por convertirlo en un confesionario del
    analista, sino en la virtud de éste de mostrarse al
    servicio del
    proceso en función de
    favorecer la asociación libre del paciente sin anteponer
    su valores,
    deseos o fantasías.

    Bárbara
    Ante estas exigencias planteadas al analista por el trabajo que
    realiza surge la cuestión de la "compensación".
    Sabemos que no existe el "análisis total" dado que el
    inconsciente no puede tolerar más que un cierto grado de
    privación sin compensación. Para ilustrar algunas
    de las privaciones que podrán ser compensadas luego al
    analista (ya veremos cómo), tenemos la inhibición
    del placer narcisista especialmente en el nivel pregenital, la
    inhibición de la certeza dogmática en la esfera
    intelectual y la modificación del súper-yo. Estamos
    otra vez aquí ante el hecho de que el analista debe poder
    traducir e interpretar el material del paciente sin reaccionar
    emocionalmente ante él, la "emoción en calma". Ya
    sabemos que permitir la propia respuesta emocional al propio
    material es algo muy diferente de la reacción a las
    emociones del
    paciente, y que lo primero es tan esencial para el trabajo
    analítico como lo segundo es destructivo para
    él.
    Estas inhibiciones pueden ser compensadas y transformadas en
    positivas. Se puede cambiar la gratificación del
    narcisismo predeterminado por el placer de una vida sin ansiedad,
    los standars del super-yo modificados reemplazados por impulsos
    del yo menos obstaculizados, y la inhibición de la
    certidumbre dogmática por una curiosidad
    legítimamente audaz.
    Bárbara nos habla de compensación y no de
    sublimación porque rescata la posibilidad de movilidad de
    la primera que no impide la actividad ni la participación.
    "No es el caso de reaccionar a las fantasías del paciente,
    más bien es una forma de banquete de amor
    cooperativo". El analista no es profeta, salvador o consolador
    del paciente. Es como el artista y el científico. Freud
    ejemplifica con la tragedia de Leonardo el peligro del analista
    si trata de mantener la ficción de inmunidad de la
    emoción en el proceso analítico: "…él
    ni amaba ni odiaba… él investigó en lugar de
    haber amado…"
    El analista tiene la posibilidad de obtener un medio de
    liberación al estar en contacto con su paciente,
    obteniendo su material, iluminándolo por fusión con
    su propio inconsciente y presentándolo nuevamente
    reformado de maneras aceptables a las demandas de la realidad y
    del inconsciente del mundo. Así, su propia
    liberación alcanza a sus congéneres. Esta es su
    gran compensación.

    Margaret
    Para evitar que la palabra contratransferencia signifique cosas
    tan diferentes según quien la diga, Margaret propone el
    símbolo R y lo define como "la respuesta total del
    analista a las necesidades de su paciente, sean cuales fueren
    esas necesidades y cualquiera que sea la respuesta". Incluye
    aquí todo lo que el analista dice, hace, piensa, imagina,
    sueña o siente durante el análisis con
    relación a su paciente. Si bien la necesidad fundamental
    es la obtención de insight, el término es amplio y
    abarca otras necesidades como pueden ser la
    hospitalización, control de
    fármacos, condiciones del encuadre, etc.
    El analista debe saber que no sólo tiene una responsabilidad para con el paciente, sino
    también para consigo mismo, para el psicoanálisis y
    para la comunidad. Sin
    duda esta responsabilidad tiene un límite,
    ningún ser humano puede más que con cierta cantidad
    de ella. El analista debe conocer sus límites,
    asumirlos junto con la porción de responsabilidad tomada y
    pasar así a ser una persona
    responsable y confiable con quien el paciente puede
    identificarse.
    Asumida la responsabilidad, el analista asume también un
    compromiso. "Comprometerse significa dar algo y renunciar a
    los
    propios derechos". El
    analista se deja tomar por su paciente y lo deja formar parte de
    él. Presta su psique, se deja emocionar, se presta a todo
    tipo de identificaciones, acepta la fusión y a
    la vez se sabe entero y separado. Todo esto sabiendo de antemano
    que el analista como "persona que tiene
    algo de lo que puede prescindir", dará a "una persona con
    una necesidad" sólo un símbolo o un substituto de
    lo que necesita.
    Mientras, el analista sentirá algo por su paciente. Debe
    poder aceptar ese sentimiento y estar dispuesto a compartirlo
    espontánea y sinceramente con su paciente en el momento
    adecuado. Deberá autolimitar sus emociones, pero no
    refrenarlas totalmente, y tener presente que las reacciones o las
    expresiones de los sentimientos no son subtitutos de las
    interpretaciones aunque, ocasionalmente, puedan funcionar como
    tales.
    Los límites, ya sean de la responsabilidad, el compromiso
    o los sentimientos, le darán al paciente cuenta de su
    estado de separación con respecto al analista. Su yo
    tendrá oportunidad de ponerse a prueba y, si se da cuenta
    de que el analista se expone a su favor, lo intentará por
    sí mismo.
    El analista es una persona real con quien es posible establecer
    una relación humana. La contratransferencia debe ser
    reconocida. Lo que es indispensable es una técnica
    fexible, fiable y sólida; y buen criterio y buena voluntad
    para utilizar todos los recursos
    disponibles.
    Margaret nos insta a experimentar seriamente para que el
    psicoanálisis "como algo vivo y, como todas las cosas
    vivientes en perpetuo movimiento"
    pueda crecer y desarrollarse en un marco de seriedad y
    responsabilidad.

    Ella
    Cómo llega una persona a ser un analista capaz de
    responder a todo lo descripto anteriormente? Ella nos habla de
    los requisitos esenciales para adquirir la específica
    técnica del psicoanálisis, y plantea dos fuentes de
    formación: el propio análisis y la lectura de
    material que proporciona experiencias analíticas.
    La asimilación inconsciente de la técnica durante
    el propio análisis permite ver su especificidad con
    respecto a una persona única, como lo es cada ser humano.
    Es esencial, entonces, un análisis personal tan
    profundo como sea posible para justificar la esperanza de que
    resultará un técnico exitoso. Durante el
    análisis el aspirante habrá mostrado un interés
    real en los mecanismos inconscientes y habilidad para
    comprenderlos. La libertad con
    que pueda abordar estos mecanismos tiene directa relación
    con la libertad del
    propio inconsciente. "Sólo el inconsciente puede seguir la
    pista del inconsciente".
    El análisis habrá mostrado los puntos ciegos, las
    cicatrices, donde hay una carencia en nuestra experiencia, dado
    que en esos puntos nuestra técnica será defectuosa.
    Nos habrá hecho saber por qué hemos elegido ser
    psicoanalistas, para encontrar las raíces más
    profundas de semejante sublimación.
    El manejo de nuestro sadismo infantil reprimido y el
    conocimiento de las fantasías personales de
    omnipotencia son otros criterios para evaluar un adecuado
    análisis personal como
    parte de la incorporación de la técnica. Si el
    interés
    está puesto realmente en el inconsciente podremos soportar
    la frustración, el desacuerdo y la
    falsificación.
    La realidad actual no debe ser un pretexto para sostener la
    enfermedad, ni para el paciente ni para el analista. Por lo
    tanto, debemos tener capacidad para resolver nuestros conflictos
    actuales en términos de nuestro ello y super-yo. No
    trabajamos a
    través de un cuerpo conciente de saber (aunque sea
    necesario tenerlo), ni a través de la razón, ni por
    una disposición lógica
    de nuestra mente conciente, sino a través de nuestro
    inconsciente dinámico. Y a través de esta
    condición sensitiva veremos al
    inconsciente dinámico del otro.
    Y, por sobre todas las cosas, el analista debe saber que fuera de
    su lugar de trabajo es un ser humano que está con seres
    humanos y, como tales, "no es la ausencia de conflictos lo que
    cuenta sino su resultado".
    A través del campo de la literatura, el analista
    sabrá de la vida y del vivir. El inconsciente debe
    inferirse a partir de sus representaciones. La literatura ofrece toda una
    gama de personas, aspectos de la vida y de la conducta que
    enriquecerán este saber. La literatura
    infantil y el saber sobre los mismos niños
    es otro aspecto fundamental en la adquisición de la
    técnica, dado que toda sublimación de la vida
    adulta es el resultado de intereses de la infancia. El
    adulto reconstruye su infancia durante su análisis, y es
    preciso escuchar con "oídos de niño" esta
    reconstrucción.
    "Fuera de la sala de consulta necesitamos ver la vida al completo
    (a pleno?) y recordar que nuestra cultura es
    inseparable de nuestros conflictos".

    4.
    Conclusiones

    Es indudable que las mujeres han tenido y tienen mucho
    para darle al psicoanálisis. En los comienzos, Freud supo
    prestarles atención, revalorizándo sus quejas,
    creyendo que allí había algo más para
    escuchar. El bebió de las mujeres cada aspecto de su
    técnica. Escuchó a cada una como si fuera la
    única y sistematizó cada uno de los
    descubrimientos.
    Resistencia,
    represión, asociación libre, trauma, tiempo del
    inconsciente, censura, negación, transferencia. Baluartes
    de la técnica psicoanalítica mamadas del cuerpo de
    las mujeres histéricas.
    Contratransferencia. Tema dejado abierto por Freud, tomado por
    varias mujeres psicoanalistas para concluir que, cuando se
    produce, debe ser reconocida y valorada. Y, sobre todo, orientada
    hacia un propósito útil que, si hablamos de
    psicoanálisis, no puede ser otro que favorecer las
    asociaciones del paciente. Contratransferencia. Debe estar
    "limpia" de la oscuridad del analista, lo cual se logra a
    través de una adecuada adquisición de la
    técnica que incluye un profundo y comprometido
    análisis personal.
    Sin duda, las mujeres han nutrido al psicoanálisis. El
    psicoanálisis a venido a través de ellas, como los
    hijos. Llama la atención que, aún hoy, siga abierto
    el misterio mayor de la teoría psicoanalítica:
    Qué quiere una mujer?
    Será tal vez que, si el misterio se devela, el
    psicoanálisis se quedará quieto y dejará de
    crecer y moverse. Si se conocen todas las respuestas se muere el
    deseo. Mientras no estemos seguros de
    qué es lo que quiere la mujer,
    habrá curiosidad suficiente para abrir una puerta y salir
    al mundo a buscar una pista que se convertirá en el camino
    interminable hacia nuestro propio deseo. Como con los
    hijos.

    5.
    Bibliografía

    MARGARET LITTLE: "R. La respuesta total del analista a
    las necesidades de su paciente". 1957
    BARBARA LOW: "Las compensaciones psicológicas del
    analista". 1935
    ELLA SHARPE: "El analista. Requisitos esenciales para la
    adquisición de la técnica". 1930
    PAULA HEINMANN: "Acerca de la contratransferencia."
    "Contratransferencia".
    ALICIA HARTMANN: "Lo que Margaret Little nos enseña".
    HENRIQUEZ G., RUY JORGE: "La mujer como
    instrumento de conocimiento.
    El papel de la
    mujer en los orígenes del psicoanálisis". Revista
    Acheronta, vol. V. Agosto de 1997. Psiconet, Argentina.
    FREUD, SIGMUND: "Estudios sobre la histeria. Historiales
    clínicos". 1895 "Autobiografía". 1924

     

     

    Autor:

    Alejandra Schneebeli

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