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Administración pública gerencial y burocracia




Enviado por Maria German



    Indice
    1.
    Introducción

    2. El contexto de la "revolución
    gerencial

    3. Modelos de administración
    pública

    1.
    Introducción

    Este ensayo trata
    fundamentalmente de la integración entre política y administración, atributo presente desde los
    clásicos griegos en el ideal del buen gobierno y punto
    central en las discusiones contemporáneas sobre la buena
    gestión
    de gobierno. En este
    ensayo
    pretendo analizar este atributo en el contexto cambiante de la
    burocracia
    contemporánea, que tiende a incorporar formas de organización y de gestión
    pública originadas en la llamada "revolución
    gerencial".
    El texto
    está estructurado en tres partes. En la primera parte
    procuro delinear el contexto en el cual la "revolución
    gerencial" hizo eclosión, y relacionarlo con el tema
    más general de la crisis del
    Estado y con
    el tema más específico de la reforma del Estado.
    Argumento que la gestión efectiva de la crisis del
    Estado debe basarse en una estrategia total,
    en la búsqueda de soluciones
    económicas, administrativas y políticas
    en forma integrada.
    En la segunda parte, procuro desarrollar una
    caracterización genérica del modelo de
    administración
    pública preconizado por la
    "revolución gerencial", en un ejercicio de
    contraposición de tres tipos ideales de administración
    pública: el ortodoxo, el liberal y el empresarial.
    Argumento que los modelos de
    administración pública preconizados
    por la "revolución gerencial" siguen presentando, aunque
    sea en forma diferenciada, el mismo carácter
    dicotomizante entre política y administración,
    típico de la burocracia.
    Finalmente, expongo algunas reflexiones sobre una
    "revolución post-gerencial", principalmente en lo que
    concierne al papel del
    conocimiento
    científico en el campo de la
    administración pública en la construcción de modelos
    "post-gerenciales" de administración pública, en
    busca de formas integradas de política y
    administración.

    2. El contexto de la
    "revolución gerencial

    Respuestas y cuestionamientos a la crisis del Estado
    social
    El patrón de caracterización de la crisis del
    Estado engloba algunos puntos recurrentes que se interrelacionan
    en diferentes medidas: a) fin del desarrollismo de postguerra
    debido al fin de Bretton Woods, las crisis del petróleo,
    las crisis de liquidez y la inestabilidad del mercado
    financiero internacional, los nuevos requisitos de integración competitiva de la
    globalización, etc.; b) crisis del welfare state
    keynesiano por las disfunciones y desventajas de la
    intervención estatal como garantía del bienestar o
    de la estabilidad económica, en relación con los
    atributos del mercado, de
    acuerdo con lo sostenido por las corrientes de inclinación
    neoliberal a partir de los años 70; c) disfunciones
    burocráticas o crisis del modo de implementación
    estatal de servicios
    públicos; y d) ingobernabilidad: sobrecarga fiscal, exceso
    de demandas y crisis de legitimidad, entre otros problemas.
    Lo sucedido en Europa y en los
    Estados Unidos
    con anterioridad a la "revolución gerencial" se encuadra
    en la macro-referencia antes señalada. En particular en
    Inglaterra se
    consolidó un patrón de welfare state de carácter
    universalista y un patrón de administración
    pública de orientación más ortodoxa –
    Whitehall, que ya entre 1966 y 1969,, según la
    comisión Fulton, presentaba disfuncionalidades.
    Experimentaba, además, una aguda transformación
    demográfica que sobrecargaría al Estado
    (ampliamente demostrada por Pollit, 1990) y una
    confrontación política que culminó con el
    ascenso de los conservadores y sus prácticas reformistas,
    inicialmente más desestatizantes – rolling back the state
    – que racionalizadoras. Los Estados Unidos,
    que consolidaron un patrón residual de welfare state –
    pero un sólido patrón de warfare state – y de
    burocracia federal, se debatían con cuestiones semejantes,
    pero las respuestas liberales a estas cuestiones fueron de
    cuño aún más descentralizante. La
    revolución gerencial hizo eclosión en este contexto
    que hemos presentado en forma bastante resumida.
    Las respuestas administrativas a esta situación fueron,
    sin embargo, diferentes en los casos de Gran Bretaña y de
    Estados Unidos. En el contexto inglés
    se sucedieron tres categorías de soluciones
    administrativas: el gerencialismo puro, el consumerism y el
    modelo del
    Public Service Oriented (PSO). El gerencialismo puro, más
    desestatizante que racionalizador, consistió en una
    reacción inicial a la crisis del Estado inglés,
    como parte de una estrategia
    centrada en el aumento de la productividad y
    en la reducción de costos y de
    personal.
    Apuntaba a establecer una definición de responsabilidades
    de funcionarios y organizaciones
    públicas, de sus misiones y objetivos. En
    lo fundamental, se apoyaba en una ética de
    valorización del costo de los
    recursos – value
    money. Entre las acciones
    prácticas del gerencialismo puro figuran la
    racionalización presupuestaria, la evaluación
    del desempeño, la administración por objetivos, la descentralización y la delegación de
    autoridad.
    Entre las principales críticas que se plantean al modelo
    están la falta de atención a la efectividad, derivada del
    énfasis en la eficiencia – que
    dio lugar, inclusive, a que se lo rotule de neo-taylorista – y la
    despolitización de las aacciones estatales (Pollit,
    1990).
    El consumerism consistió en una segunda respuesta, una
    reorientación del gerencialismo puro, más volcada
    hacia la racionalización, teniendo como punto central la
    cuestión de la satisfacción de las necesidades de
    los ciudadanos/consumidores de servicios
    públicos. Este modelo hacía énfasis en una
    estrategia de calidad, a ser
    controlada por el programa
    Citizen's Charter, cuyos resultados se apoyaban en medidas tales
    como la descentralización, el estímulo a la
    competitividad, modelos contractuales flexibles y
    direccionados hacia la calidad. El
    problema básico que se planteó en relación
    con este modelo fue el conflicto de
    intereses del consumidor y del
    ciudadano, que implica límites
    respecto de los resultados (accountability), problemas de
    equidad y efectos perversos de la competitividad
    – como los de suma cero.
    Estas críticas indujeron la concepción de un tercer
    modelo no típicamente gerencial, que propone la
    reconstrucción de la esfera pública bajo la
    denominación de public service oriented. Contrariamente a
    los dos anteriores, que se centraban en el "cómo" de la
    acción estatal, este modelo se preocupa por el
    "qué". De esta forma, propone una revalorización de
    la política en la definición de las finalidades
    estatales, aumento de accountability, participación,
    transparencia, equidad y justicia. Este
    movimiento se
    basa en una visión colectiva del ciudadano, enfoca la
    esfera pública como un locus de aprendizaje
    social y propone el perfeccionamiento de la cultura
    cívica del ciudadano, del burócrata y del
    político. Lo más interesante es que, al tiempo que
    procura retomar el concepto
    clásico de lo público, no descarta la tecnología gerencial
    desarrollada por los modelos anteriores. 

    El contexto estadounidense se caracteriza por la
    hibridación entre una tendencia generalista, que
    está presente en la cultura
    empresarial y en los ideales de fundación del Estado
    federado, y una tendencia más ortodoxa, más
    próxima al tipo ideal burocrático utilizado por
    Weber, que ha
    desempeñado un papel de
    barrera frente a las formas patrimonialistas de
    administración pública, como el patronaje. En el
    contexto norteamericano, la reducción de la transferencia
    de recursos
    federales hacia los estados, en una radicalización de la
    descentralización, generó una respuesta en las
    instancias subnacionales bastante identificada con sus bases
    culturales gerencialistas, suscitando el movimiento de
    reinventing government, que siendo originariamente municipal y
    estadal, fue posteriormente extrapolado hacia el ámbito
    federal – según lo expresa el National Performance
    Review. 
    Lo fundamental es que el contexto general de estas experiencias
    no se agota en ellas. La razón está en que su
    éxito o
    fracaso dependerán en buena medida de la noción que
    se tenga de la crisis del Estado y de la gestión de los
    procesos de
    reforma. El punto a destacar es que, en su gran mayoría,
    los abordajes de adecuación organizacional del Estado
    están centrados en visiones desintegradoras y fragmentadas
    de la crisis del Estado. Soluciones económicas,
    organizacionales e institucionales son propuestas y practicadas
    en formas no siempre conexas y coherentes con un marco general de
    comprensión política acerca del carácter
    social del Estado.
    Como resultado, la categoría Estado social que se
    desprende de su función de
    reproducción de la democracia
    capitalista es sistemáticamente confundida con patrones
    empíricos del welfare state, principalmente el keynesiano.
    En este sentido, su función de
    reproducción del orden capitalista
    democrático es frecuentemente polarizada y mal
    dialectizada 1, principalmente porque se incurre en el presupuesto
    determinista según el cual la continuidad y la evolución del Estado social requieren de
    las mismas condiciones en las cuales se consolidaron los patrones
    típicamente keynesianos de welfare state. En esta
    perspectiva, el Estado
    social no aparece como un orden acabado, absoluto, ni tampoco
    como un ideal. Presenta condiciones estructurales y restricciones
    funcionales, mayormente de naturaleza
    fiscal,
    burocrática y política, cuya superación
    podría sugerir la necesidad de trascender la propia
    sociedad
    democrática capitalista; pero cuya persistencia implica la
    formulación de combinaciones óptimas
    específicas, que permitan obtener el máximo efecto
    de las políticas
    públicas teniendo en cuenta el carácter
    recalcitrante y mutuamente contradictorio de las restricciones
    estructurales. "El desagradable secreto del Estado social reside
    en que, a pesar de que su efecto sobre la acumulación
    capitalista muy bien podría tornarse destructivo (como el
    análisis conservador lo demuestra tan
    enfáticamente), su eliminación sería
    evidentemente disruptiva (hecho que la crítica
    conservadora sistemáticamente ignora). La
    contradicción consiste en que el capitalismo no
    puede coexistir con el Estado
    social ni continuar existiendo sin él. (…) Parece que el
    Estado social, a pesar de ser atacado tanto por la derecha como
    por la izquierda, no puede ser fácilmente sustituido por
    una alternativa conservadora o progresista" (Offe, 1984:
    122-7).

    De la problemática de los límites
    del Estado social se deriva una enorme variedad de
    críticas y posicionamientos en torno a
    cuestiones específicas y generales de la
    intervención estatal, en las que prevalecen los aspectos
    económico-fiscales, o adquieren matices
    político-ideológicos en relación con la
    gestión del orden social. Este tratamiento tiende a
    reducir la discusión, manteniéndola en torno a enfoques
    sobre más o menos Estado, sin tomar conciencia de que
    el núcleo de esta cuestión no es cuantitativo, sino
    cualitativo: la cuestión que subyace es la que se refiere
    a un mejor o peor Estado. Los enfoques económicos del tema
    afirman que el mejor Estado es el Estado posible, bien entendido
    a partir de distintas nociones sobre posibilidades. Los enfoques
    políticos del tema afirman, también en distintas
    formas, que el mejor Estado es el Estado necesario. El conflicto
    entre posibilidad y necesidad del Estado ha sido, en las sociedades
    organizadas, el gran desafío del Estado social
    contemporáneo. La reforma del Estado, lema que se confunde
    con el requisito básico de la evolución del Estado, se basa en la
    gestión de este conflicto entre posibilidad y necesidad.
    Tanto o más crítico que el problema del Estado es
    el de la reforma del Estado. A la crisis del Estado se
    sumó la crisis de la reforma del Estado.
    En primer lugar, porque el ideal de superación de la
    crisis del Estado se evidenció como falaz: se refiere con
    más propiedad a su
    gestión crítica, al ecuacionamiento y a la efectiva
    acción estratégica teniendo en cuenta sus problemas
    estructurales y no a una noción de esfuerzo de
    trascendencia rumbo a un modelo ideal de Estado, aún
    cuando este modelo sea el no-Estado.

    En segundo lugar, un requisito esencial de la
    gestión efectiva de la crisis del Estado ha sido
    sistemáticamente desestimado: la percepción
    de los problemas estructurales debe ser lo más total
    posible. La crisis del Estado social es de naturaleza
    múltiple, total, pero su abordaje tanto teórico
    como práctico ha sido excesivamente categorizado y
    compartimentado en aspectos económico-fiscales que se
    expresan, básicamente, por el déficit
    público, la pérdida del crédito
    público, la tasa negativa de ahorro
    público, el excesivo endeudamiento público y la
    falta de credibilidad (Bresser-Pereira, 1992 y 1993); aspectos
    burocrático-administrativos, que se caracterizan, entre
    otros, por la ineficacia y la ineficiencia del inoperante aparato
    estatal; y aspectos político-institucionales, que se
    caracterizan, entre otros, por las crisis de legitimidad y de
    racionalidad de las deliberaciones.
    Administrar la crisis del Estado requiere de una estrategia
    amplia y diversificada – económico-fiscal,
    burocrático-administrativa y político-institucional
    – y sobre todo convergente – según la cual los ajustes
    fiscales, administrativos y políticos no sean
    contradictorios entre sí. La crisis fiscal afecta y es
    afectada por la crisis burocrática; impone costos y
    límites. Pero la falta sistemática de una
    visión integrada de la crisis del Estado ha sido puesta en
    evidencia por la prescripción ya sea de políticas
    de ajuste predominantemente fiscales que contribuyeron, en muchos
    casos, a la declinación de la capacidad del Estado, ya sea
    de transformaciones de carácter meramente organizacional o
    institucional, sin la debida inclusión de las mismas en la
    pauta de las macro-referencias políticas sobre el
    carácter social del Estado.
    En parte, la visión fiscal reduccionista de la crisis del
    Estado se deriva de una confusión sistemática entre
    crisis fiscal del Estado y crisis del Estado fiscal 2(Pedone,
    1986), situación ésta en la cual se oscurece la
    relación entre financiamiento
    y dimensionamiento y, por lo regular, se pierde la noción
    de la extensión en la cual un downsizing del
    aparato estatal resulta en saneamiento fiscal del Estado sin
    perjuicio de la efectividad del Estado fiscal. De otra forma, el
    ecuacionamiento de la crisis burocrática no se limita, ni
    implica necesariamente reducción de costos, ni siquiera de
    acuerdo con una motivación
    meramente fiscal, basada exclusivamente en criterios de eficiencia del
    gasto. La evolución de los modelos ingleses parece mostrar
    un aprendizaje en
    este sentido.

    La buena gestión de la crisis del Estado depende
    de la superación de la crisis de la reforma del Estado. O
    sea, sólo tiene sentido si su ecuacionamiento y
    patrón de intervención no incide en un agravamiento
    del todo. Si existe un punto de
    equilibrio entre los ajustes fiscales, políticos y
    burocráticos, también existe, en contrapartida, un
    carácter global de cada uno de ellos, cuya percepción
    es un prerrequisito para la sustentación del orden
    social.
    Es necesario que los esfuerzos de teorización y de
    intervención institucional en esta materia, en
    particular en el terreno de la
    administración y de las políticas
    públicas, se desprendan del carácter
    episódico del momento actual de la crisis del Estado
    social, sobre todo en los casos occidentales – lo que no
    invalida, obviamente, su contribución analítica con
    fines de analogía, siempre que no se incurra en el
    razonamiento analógico presente en el mimetismo ni en los
    transplantes acríticos.

    3. Modelos de
    administración pública

    Un debate oculto
    acerca del Estado
    Holmes & Shand (1995), presentan una caracterización
    genérica de los modelos gerenciales de
    administración pública: a) carácter
    estratégico u orientado por resultados del proceso
    decisorio; b) descentralización; c) flexibilidad; d)
    desempeño creciente; e) competitividad
    interna y externa; f) direccionamiento estratégico; g)
    transparencia y responsabilidad por los resultados
    (accountability); etc. Si bien esta caracterización es lo
    suficientemente genérica como para abarcar los diferentes
    matices de los modelos gerenciales de administración
    pública, es por otro lado, de poca o de ninguna utilidad para
    revelar la imagen o el
    proyecto de
    Estado subyacente en estos modelos.
    Los modelos de administración pública que se
    presentan a continuación han sido reconstituidos a partir
    de la literatura
    corriente sobre administración pública. De ellos,
    los dos primeros se encuentran sugeridos en Stillman (1991). Mi
    intención es la de caracterizar un modelo ortodoxo que ha
    sido objeto de críticas y cambios mediante la
    implementación de otros dos, el uno liberal y el otro
    empresarial. El presente análisis crítico no tiene el
    propósito de recusarlos ni de sugerir la ampliación
    de su aplicabilidad. Aún cuando ellos puedan reflejar la
    orientación o incluso una gama de determinados procesos de
    modernización verificados en la práctica, el
    objetivo de su
    elaboración y contraposición es meramente
    analítico, porque permite visualizar el formidable
    debate en
    torno del Estado, que subyace en los modelos de
    administración pública disponibles en el mercado –
    debate éste que no siempre es claro. 

    Una visión ortodoxa de la administración
    pública
    La visión ortodoxa de la administración
    pública es la que más se aproximó
    originariamente a la concepción del tipo ideal utilizado
    por Weber,
    aún cuando haya evolucionado en lo que respecta a su
    morfología. Tiende a prescribir reformas
    centradas en el empleo y
    mejoramiento de medios como
    factores de eficiencia para el fortalecimiento institucional de
    organizaciones
    y poderes (O’Toole, 1984). La visión ortodoxa de la
    administración pública se remonta a las primeras
    iniciativas de la administración pública
    estadounidense para estructurarse, hacia 1870, como
    reacción al patrimonialismo, y posteriormente, en 1939 con
    la Comisión Brownlow, que sentó las bases del
    welfare state estadounidense contemporáneo y
    alcanzó una sólida tradición en la disciplina
    (Rosenbloom, 1971). Su mayor exponente podría ser Woodrow
    Wilson, taxativo al afirmar que las cuestiones administrativas no
    son cuestiones políticas (Wilson, 1887), seguido por los
    fundadores de la administración pública moderna, a
    partir de las obras de Luther Gulick, Louis Brownlow y Leonard
    White, perfeccionadas por diversos autores contemporáneos,
    entre los cuales se destacan Paul Volcker, Robert Denhardt,
    Edward Jennings, Robert Reich, Steven Cohen, James Stever y
    Charles Goodsell.
    El pensamiento
    ortodoxo ha evolucionado en el sentido de prescribir reformas que
    apuntan a la consolidación de una administración
    pública actuante, basada en la expansión efectiva
    del Estado y en la construcción de instituciones
    fuertes (institution building) para la maximización de las
    respuestas a los desafíos sociales, con las siguientes
    características:
    control federal
    central sobre las actividades de planificación, coordinación, dirección, formulación e
    implementación de políticas públicas;
    – énfasis en el aumento global de la capacidad de
    implementación de políticas en las diversas esferas
    del Estado;
    – ocupación de cargos-clave por funcionarios de carrera,
    profesionales especializados, entrenados y equipados con
    tecnologías y métodos
    gerenciales, y dotados de recursos presupuestarios;
    – énfasis en la capacidad gerencial del servidor
    público como incentivo para la innovación;
    – limitación de la interferencia política sobre la
    administración, mediante contratos de
    gestión flexibles, inclusive por medio de arreglos
    organizacionales experimentales;
    – responsabilidad desde la base hacia el
    vértice, versus dirección desde el vértice hacia la
    base;
    – énfasis en los ciudadanos usuarios y clientes
    – prioridad en la administración de cargos y salarios
    públicos;
    – incremento de los programas de
    reclutamiento
    en polos de excelencia profesional

    Desde el punto de vista organizacional, se trata de una
    propuesta de aumento de la productividad del
    ejecutivo federal, cuyo principal aspecto es el énfasis en
    la aplicación de tecnologías administrativas para
    el mejoramiento de la gestión pública. Los
    teóricos de esta vertiente desarrollaron, a lo largo de
    las últimas seis décadas, un amplio arsenal
    técnico y metodológico centrado en el aumento de la
    eficiencia de los sistemas
    burocráticos públicos.
     

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    Maria German

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