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Eugenio Montejo: Viaje a lo sagrado (página 2)



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dejando que mi cuerpo se borrara en sus
ríos

Nada traigo conmigo

salvo sensaciones,

asombros

poesía.

Como los antiguos héroes, busca aquello que habita "en
la otra luz del
horizonte" y cuando está cerca, se extiende más
allá, "al fin del arcoiris que nace en El Dorado".
¿Qué es, si no, la vocación de plenitud
sembrada en el espíritu, qué significa la
vocación de ser, ser siempre?

Algo muy adentro le habla de otra ciudad, de otro mundo:

Cuando me vaya de la tierra
dormido

todos mis poemas
volarán por el aire

…retornaré al lugar donde me hallaba

antes de haber nacido.

Montejo viaja con la punta de un lápiz en el atlas del
universo:

Si Dios no se moviera tanto

en las ondas del
agua,

en el sol o en los
cuerpos. …

Trópico Absoluto: el viaje de Eugenio Montejo con la
punta de un làpiz por el atlas de Dios, al encuentro con
lo sagrado.

Bitácora del
alma

Regocijo por el Premio de Poesía
Octavio Paz
otorgado al poeta venezolano Eugenio Montejo. La noticia es una
fuente de agua clara para nuestro convulsionado país.
Esperaba este reconocimiento después de años de
leer sus versos, escribir notas al borde de sus libros y
aprenderme de memoria algunas
estrofas por lo mucho que me gusta pronunciarlas. Hace unos
días lo vi pasar por los pasillos de la Feria del Libro, con su
andar pausado, quizá algo distraído como
corresponde a todo poeta. Un señor joven que conserva algo
de muchacho y no sé por qué evoca otras
épocas, dueño de una sencillez que sólo se
observa en las inteligencias cultivadas y en los espíritus
refinados.

Sus versos son una especie de bitácora para asomarse al
mundo desde el centro de uno mismo. Especialmente me atrae el
poema Mi lámpara que es, según él
mismo confiesa, uno de sus preferidos:

De noche, al apagarla, en mi silencio

puedo oírla rezar.

Cansada ya de arder, de tanto estar en vela

frente a la oscuridad del mundo,

ruega no sé en qué lengua
solitaria

por ti, por mí, por todos los que doblan

atormentados el último periódico

y en sueño apartan la sombra de sus
letras,

como quien ya no indaga, aunque le importe,

cuánta vida nos guarda la tierra
todavía

cuando mañana se despierte.

(Del libro Alfabeto del Mundo)

Se puede atisbar a Montejo como un faro que nunca deja de
arder a pesar de las tempestades. La lámpara de su mesita
se apagará "cansada ya (…) de tanto estar en vela
/frente a la oscuridad del mundo", mas su alma generosa "ruega no
sé en qué lengua solitaria" por todos nosotros,
para que no nos sintamos desolados por tanto desamor en un mundo
que con frecuencia nos asusta.

La poesía de Eugenio Montejo es una conversación
con sus recuerdos y con los personajes que en él se
refugian. Cautiva el encanto que se desprende de la manera como
pone a jugar los vocablos. Es también una reflexión
no discursiva, volcada en palabras de una manera hermosa. Y es un
viaje hacia su concepción del mundo, una
re-creación del universo a través del lenguaje.

Hace unos años escribí sobre su libro
Trópico Absoluto publicado por Fundarte en 1982,
que conduce a una ciudad presentida en medio de la vegetación cerrada verdinegra del
trópico. Cada ser humano es una aldea, un pueblo, una
ciudad, con sus costumbres, barrios y lenguaje. Con sus calles
luminosas y su selva particular.

La ciudad de muros que crea Montejo se parece un poco a
él, cuenta su historia entre millones de
árboles
abrazados, frescos como las noches en el bosque:

No vi a Manoa, no hallé sus torres en el
aire

(…)

seguí el cortejo de sombras ilusorias

que dibujan sus mapas

(…)

Nada vi parecido a Manoa

ni a su leyenda.

Anduve absorto detrás del arcoiris

que se curva hacia el sur y no se alcanza.

Manoa no estaba allí, quedaba a leguas de esos
mundos, siempre más lejos.

Ciudad habitada por la luz de la palabra, entramada con versos
vegetales:

Me envuelven los ávidos anillos

de esta luz anaconda.

Sus lianas de cal van atando mis huesos.

Luz, testigo del tiempo y
espejo de otra luz que ilumina más allá de los sentidos,
más allá de esta tierra:

Me dejaron solo a la puerta del mundo

poeta expósito cantándome a mí
mismo

De un golpe seco me arrancaron a la nada

Mi único padre es el deseo

y mi madre la angustia del huérfano en la
tierra.

El ritmo en la poesía de Eugenio Montejo, tiende un
puente al encuentro de su razón de ser en el mundo:

No adivino mi origen, mi futuro

y aunque por sangre soy fiel a
las palabras

puedo jurar que cuando escribo

proviene como yo de algo muy lejos…

Estos versos revelan su misión de
poeta. Confiesa que "soñó ser pájaro/ y no
trajo las alas para el vuelo". No es cierto, él levanta
vuelo sobre su propio ser y encuentra la llama que lo conduce a
Manoa, la ciudad legendaria:

Subo en las alas del pájaro que vuela

me oigo cantar en él más allá de la
muerte

Escuchemos el canto antiguo del poeta, que no le pertenece
porque nos pertenece a todos. En cada hombre hay un
lugar que aún no hemos encontrado:

Manoa no fue cantada como Troya

ni cayó en sitio

ni grabó sus paredes con
hexámetros.

Montejo ha descubierto que "Manoa no es un lugar/sino un
sentimiento." También es la mujer
amada:

La que amo duerme lejos, en otro país, en otro
mundo

aunque su cuerpo al lado me acompaña.

Cierra los ojos y desaparece,

se va, la noche me la niega.

El deseo del poeta es la alquimia que transforma a la ciudad
en mujer: "Toda
mujer que amamos se vuelve Manoa", aquella sin la cual se es un
cuerpo inerme, un universo detenido.

La fascinación que obra Aquello que nos falta, nos
persigue desde la infancia, nos
atrae como si estuviéramos incompletos. De pronto, aparece
alguien a quien no habíamos visto jamás y ese ser
se vuelve la parte de nuestro ser que andaba perdida. Desde ese
instante, la persona
encontrada se nos hace imprescindible, no podemos estar sin su
presencia o, al menos, sin su memoria: "Descubre tu presencia/y
máteme tu vista y hermosura;/mira que la dolencia/de
amor, que no
se cura/sino con la presencia y la figura" , dice San Juan de la
Cruz en su Cántico Espiritual. "No hay aviones que lleguen
adonde se dirige/ninguna palabra me borra su silencio" dice
Montejo. El ser amado no es sustituíble por nadie ni por
nada.

Así Eugenio Montejo, encuentra su alma, confundida con
la ciudad que soñó. Confiesa su experiencia con lo
sagrado. Como él dice a Miguel Szinetar en una entrevista
publicada en el diario El Nacional: "la poesía es una
bendición, porque uno tiene la certeza, cuando se vincula
con ella, incluso como lector, de que la poesía es la
última religión que nos
queda, substratum de lo que en un tiempo fue lo sagrado
en la tierra."

* * *

Mi lápiz amarillo traza estas letras y me asalta la
figura entre nieblas de la dama del clavel negro. Se puede
entrever en la obra de Montejo el duelo cortés, a veces
doloroso con la muerte:

A tientas, al fondo de la niebla,

que cae de los remotos días,

volvemos a sentarnos

y hablamos, ya sin vernos.

(…)

charlamos horas sin saber

quién vive todavía, quién está
muerto

(Sobremesa, del libro Muerte y Memoria)

Así conversa el poeta con algún pariente, con
algún amigo entrañable. Él imagina
también su propia partida a otros mundos, quien sabe si a
un tiempo de esplendor:

Seré un cadáver fácil de
llevar

a través de los bosque y los mares

en una carroza, en un blanco navío

(…)

(Salida, del libro Muerte y Memoria)

No será una caja si no un árbol de
pájaros transformado en navío el que algún
día nos conducirá a la liberación del alma
de su cárcel de huesos:

Mi cuerpo errante se fatiga

de llevarme despacio por las horas

(…)

(Vecindad, del libro Algunas Palabras)

Llega a su fin esta nota con esta noble composición del
poeta dedicada a la existencia en la tierra. Inicié este
viaje por los predios de la poesía de Montejo, y
así concluye el periplo, en ferviente admiración
por el prodigio de la Vida, sin temor a su inseparable amante y
compañera, la hermana muerte:

Pavana para mi vida aquí en la tierra,

en esta tierra que no atormenta con la muerte

sino con la belleza.

Pavana que celebra cada instante y su prodigio

(…)

Pavana para el mundo que se abre en su milagro,

el antiguo milagro que siempre nos sorprende

(…)

(Pavana, del libro Poemas Selectos)

 

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