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Teoría de la virtud



Partes: 1, 2

    1. Teoría
      del deber
    2. Teoría
      de la consecuencia
    3. Conclusión
    4. Bibliografías

    Definición
    de virtud:

    Aristóteles define la virtud como la excelencia. La
    virtud es la acción
    más apropiada a la naturaleza de
    cada ser; el acto más conforme con su esencia. Esta
    acción propia de cada ser que es la virtud, es
    también el bien propio de cada ser. En el hombre, por
    tanto, la virtud es la excelencia de su parte esencial que es el
    alma.

    Ahora bien, habiendo dos partes en el alma,
    así también habrá dos tipos de virtudes. Las
    virtudes éticas, correspondientes a la
    parte irracional del alma, y las virtudes
    dianoéticas
    correspondientes a la parte racional del
    alma. Pero la parte irracional del alma debe seguir los dictados
    de la parte racional, luego las virtudes éticas responden
    en su excelencia al comportamiento
    guiado por la parte racional del alma.

    • Virtudes éticas

    «La virtud ética es
    una disposición adquirida de la voluntad, consistente en
    un justo medio relativo a nosotros, el cual está
    determinado por la regulación recta y tal como lo
    determinaría el hombre
    prudente.»

    Por tanto, la virtud ética es un hábito,
    no un don de la naturaleza, y así mismo, se niega con ello
    la posibilidad defendida por los socráticos de que la
    virtud moral pueda
    ser susceptible de una elaboración científica. Con
    ello, Aristóteles pretende señalar el
    papel que las pasiones juegan en la realización de una
    vida virtuosa, pues muchas veces estas pasiones la obstaculizan,
    aun a sabiendas de que no es lo mejor. La moralidad por
    tanto, no pertenece únicamente al orden del
    logos, sino también a la pasión y
    a las costumbres (ethos en griego, de donde
    proviene la palabra ética). Diríamos que la moral
    requiere, por tanto, de una educación,
    fundamentalmente mediante el ejemplo, que tenga como principal
    objetivo
    introducir la razón en las costumbres de manera duradera,
    elaborando una serie de hábitos adecuados.

    • Virtudes dianoéticas

    La sabiduría se refiere a lo necesario, lo que no nace
    ni perece; la prudencia, es la capacidad de deliberar sobre las
    cosas contingentes, es decir, sobre las cosas en tanto que pueden
    no ser. No es, por tanto, ciencia, sino
    juicio, discernimiento correcto de los posibles. La prudencia es
    la habilidad del virtuoso, que guía a la virtud moral
    indicándole los medios para
    alcanzar los fines. Como virtud intelectual, no es, sin embargo,
    la forma más elevada del saber; es simplemente, la
    capacidad de discernir y realizar el «bien del
    hombre», una virtud que no conocen ni los animales ni los
    dioses; es virtud media, como lo es la posición del hombre
    en el universo.

    TEORÍA DEL
    DEBER

    Definición de Deber:

    El concepto de deber
    ocupa uno de los lugares centrales de nuestro lenguaje
    moral. Nos referimos con él a los mandatos y obligaciones mediante los cuales modificamos
    nuestra conducta y, en
    general, al conjunto de exigencias que conforman nuestra
    praxis
    cotidiana. Añadir el predicado moral implica
    introducir un factor diferenciador esencial: se trata ahora
    de una auto-obligación, de una auto-limitación,
    que, a diferencia de otro tipo de coacciones, se enfrenta
    sólo a las sanciones internas derivadas de
    nuestra propia conciencia de la
    responsabilidad de la acción. Como
    todas las formas de obligación, el deber moral limita
    el ámbito posible de elección y, por tanto, de
    actuación. Pero aquí nos encontramos con una
    obligación libre, es decir, voluntaria y 
    reflexivamente aceptada. La existencia de este tipo de
    actuaciones la encontramos directamente reflejada en nuestra
    capacidad de realizar juicios morales. De ahí que
    podamos afirmar que estamos ante un hecho o factum que no
    admite discusión. Las dificultades aparecen más
    bien cuando dejamos el nivel intuitivo de nuestro propio
    lenguaje moral y nos comprometemos a explicar el sentido de
    este tipo de acciones. Esta ha sido y es, precisamente,
    una de las tareas básicas de la filosofía moral o ética: dar razones
    del porqué de esta peculiar forma de
    obligación y, de esta forma, hacerse cargo de los
    fundamentos de la actuación moral. Dentro de esta
    tarea, la tematización del concepto deber apunta
    hacia las posibles respuestas a la pregunta « ¿Por
    qué ser moral?», esto es, « ¿por
    qué actuar moralmente?». Detrás de estas
    cuestiones no se esconde sino la necesidad
    de orientación de la acción que caracteriza al
    actuar humano. La distinción entre ser y deber ser no
    viene impuesto por la
    reflexión ética, sino que la reflexión
    ética intenta responder a esta escisión inherente
    a nuestra praxis social.
    Tales respuestas forman parte, como nos recuerda Aranguren,
    de esa necesidad de ajustamiento, de iustum facere de
    justificar nuestros actos, sin la cual perdería la
    conducta su sentido y razón de ser. De tal necesidad
    ya se habían dado perfecta cuenta los pensadores
    estoicos cuando adelantaron las palabras que después
    Toulmin convertiría en tema central de la ética:
    deber hacer algo implica tener buenas razones para hacer
    algo. A la ética, como teoría
    de la moral, le corresponde averiguar qué convierte a una
    razón en «buena razón» para
    justificar nuestra conducta.En la historia de la ética
    encontramos dos respuestas globales al tema del deber en
    este sentido general. En primer lugar, aquellas posiciones
    que ven en el deber un medio para alcanzar el fin propio
    del hombre. Son las denominadas éticas
    teleológicas (telos = fin), para las cuales lo moral
    tiene que ver con los resultados de la acción,
    según se acerquen o se alejen de ese fin. En segundo
    lugar, aquellas posiciones que encuentran en el deber mismo
    el elemento moral de la acción. Son las denominadas
    éticas deontológicas (deon = deber), encargadas
    de definir lo debido o correcto para todos y, por tanto, de
    establecer el marco normativo de lo justo.

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