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La formación de los primeros Estados-naciones: de comunidades a imperios (página 2)



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Luego, con el reinado de Luis IX, se dictaron nuevas
medidas como leyes contra el
saqueo y la emisión de monedas falsas. También los
señores feudales fueron obligados a residir en las
ciudades para permitir su mayor vigilancia y al mismo tiempo, evitar
posibles conspiraciones.

En Inglaterra, con
otras condiciones, contó por supuesto con otros medios para la
centralización.

Desde año tan antiguo como 1215 la nobleza y el
clero obligaron al rey Juan Sin Tierra a
firmar la Carta Magna
que respetaba los bienes y
propiedades de la aristocracia y garantizaba a todos los servidores su
libertad
individual. Ello fortaleció el pensamiento
común de ciudadanía del inglés
que ahora se veía libre y con plenos derechos como tal. Sin
embargo, hizo lo mismo con las riquezas de la nobleza que
mantuvieron sus privilegios y por tanto, sus prerrogativas de una
nación
dividida a sus intereses.

Lo positivo de este acuerdo consistiría en que ya
al menos una sección del pueblo que no pertenecía a
la realeza o al clero podía, a través de uno o
varios representantes, presentar solicitudes a su soberano. Los
llamados estamentos del poder popular
también serían recordados por identificar a su
nación:
en España
las Cortes, en Inglaterra el Parlamento y en Francia los
Estados Generales, convocados por primera vez por Felipe el
Hermoso para que le asistan en su conflicto con
el papa Bonifacio VIII.

Es solo en el siglo XIV, con el poderío militar y
las primeras conquistas de Eduardo III, que el país
comenzó a pensar en un todo. Posteriormente, en la
Guerra de las
Dos Rosas, acontecida
en el siglo XV entre las casas de aristócratas, se
fortificó la unidad política del
país ya que se eliminó su enemigo principal: la
nobleza.

¿Por qué no sucedió lo mismo en los
territorios de las futuras Alemania e
Italia?

Alemania estaba constituida por varios
señoríos feudales cuyos amos estaban más
empeñados en luchar entre sí o conquistar
territorios que en reunirse como nación.

En Italia ocurría una situación parecida
aunque en el ámbito económico. Las prósperas
ciudades italianas, con el dominio del
Mediterráneo y sus conexiones comerciales con Oriente
tampoco necesitaban la unidad. Entre ellas mismas
competían por vender sus mercancías. Aunque en
ellas fueron donde aparecieron en el ámbito literario las
primeras ansias de unidad a través del lenguaje
toscano que Dante hizo el idioma nacional cuando lo
reflejó en su obra. También el poeta Francesco
Petrarca en sus rimas se duele de aquella Italia dividida que
por la indolente ambición de sus ciudades sufriría
continuos saqueos de alemanes, franceses, españoles y
austríacos.

El Concilio de Constanza, en el siglo XV,
constituyó el primer claro indicio del nacimiento
de las naciones cuando los territorios votantes exigieron ser
nombrados no como reinos sino como
países debidamente organizados y agrupados.

De conquistas y
conquistadores

La última Cruzada trajo consigo profundos cambios
en las poblaciones del continente. A pesar de su indiscutible
derrota en esta gran escaramuza territorial propugnada por la
Iglesia y
apoyada por las ciudades comerciales italianas, Europa se
benefició del contacto con la civilización
oriental. Como resultado positivo aprendió de los
árabes mejores procedimientos
para cultivar la tierra,
así como el establecimiento del comercio con
novedosos y útiles productos como
el arroz, cítricos, caña, albaricoques, seda y
cristal entre otros.

En general, se fortaleció el intercambio
mercantil a través del transporte
marítimo con Oriente y de ello las máximas
favorecidas fueron las ciudades italianas. En el aspecto social,
ocurrió una solidificación del sentimiento nacional
pues con la muerte de
muchos señores feudales en las batallas los reyes
volvieron a tomar las riendas de sus dominios, al frente de las
ciudades constituidas cada vez más por antiguos campesinos
cansados de las miserias de la ruralidad. Además la
diferenciación entre los distintos reinos participantes de
las cruzadas influyó en la consolidación de las
diferentes nacionalidades. Aunque luchaban bajo el mando
único de la Iglesia, cada territorio conocía por
separado de las victorias o desastres de sus hombres.

Los siglos XIV y XV se destacaron como eras convulsas,
plagadas de reyes ambiciosos y consecuentes guerras de
conquista. El
pueblo, arrastrado en esta vorágine de poder,
comenzó a despertar de su existencia ajena al curso de los
acontecimientos y a rebelarse contra conflictos que
solo aumentaban su miseria.

En Francia se evidenció esto claramente. Durante
la conocida guerra de Cien Años que realiza contra
Inglaterra, su población llega a límites
insospechados de miseria. Los propios efectos devastadores de
todo conflicto, el continuo pillaje de los ingleses y los
numerosos impuestos para
pagar rescates de poderosos señores que nunca llegaron a
ver, influyeron en el sentimiento definitivo de rebeldía
nacional. Pero los primeros levantamientos fueron ahogados en
sangre por los
príncipes del territorio. Entonces aparece la figura de
Juana de Arco.

Aunque teóricos como Hans Kohn afirman que esta
muchacha de 19 años no influyó de manera meritoria
en la conformación de la nacionalidad
francesa resulta significativo cómo una simple campesina
pudo guiar un ejército de sus semejantes e infligirles
importantes derrotas a los británicos. Desde el momento en
que demostró que a pesar de su cuna humilde podía
vencer y salvar a su pueblo, la guerra pasó de ser una
confrontación entre señores feudales a una lucha
nacional, por mantener los territorios de Francia que eran de
Inglaterra como Poitou, Angulema, Roerga, Guvena, Gascuña
y Bigorra

Este proceso de
unidad política culminó bajo la égida de
Luis XI.

Pero indudablemente, el gran ganador de esta
época y de los siglos venideros sería la nueva
clase que
surgía a la sombra de la decadente monarquía y que condujo a la más
clara demarcación de los Estados-nación.

Los reyes del
comercio

Paradójicamente, la burguesía
surgió primero en uno de los países que más
demoró en conformarse como estado
unitario: Italia. Por supuesto, esto tiene su explicación.
En la Alta Edad Media
eran las ciudades italianas las de comercio floreciente y
manufacturas que luego se convertirían en
fábricas.

A los burgueses se les llamó así por
constituir los habitantes representativos de los burgos
(ciudades), no solo por su prosperidad sino también por su
progresivo dominio de la autoridad
territorial (recordar los estamentos del poder).

Su origen viene de aquellos primeros comerciantes que se
enriquecieron con sus ventas y el
excedente lo dedicaron en perfeccionar la técnica y
mejorar la producción. Con el incremento en la
extracción de minerales y el
desarrollo del
transporte aparecen las primeras fábricas y se mejoran los
modos de cultivo.

En poco tiempo los gremios van a depender de estos
mercaderes para comprar sus productos y herramientas
de trabajo. Esta
pasmosa superioridad de la nueva clase tiene su
explicación: en sus primeros pasos ningunos de los
Estados-nación que se formó, ni siquiera los
más poderosos, dependió para su fortalecimiento de
la industria sino
de la agricultura y
su posterior colocación en el mercado. De
ahí que el comerciante tuviera más importancia en
la sociedad que
el hacendado.

Con el alza progresiva de los precios que
lleva aparejada la modernización en el modo de vida de la
humanidad, los salarios solo
alcanzarán para una parte de lo necesario y los
prestamistas (luego banqueros) entrarían a jugar su rol en
la sociedad, incluso ante la propia realeza que subsistía
de los impuestos para sus gastos.

Esta dependencia acarreó que los antiguos
mercaderes, convertidos en empresarios y propietarios de grandes
fábricas con miles de obreros invirtieran para multiplicar
sus riquezas tanto en otras ramas prósperas de la economía como en sus mismas propiedades.
Así aparecen las primeras máquinas
como generadoras del desempleo y de la
transformación del obrero en proletario, un empleado sin
medios ni instrumentos de producción que tiene solo su
fuerza de
trabajo.

Con la aparición y fortalecimiento de esta nueva
clase social, la monarquía se erige como su mediador ante
las contradicciones cada vez más aguda con la nobleza
caduca y como el protector de ambas ante las ansias de las masas
populares. Al principio, los reyes los apoyaron para asegurarse
el respaldo financiero de sus descomunales empresas y a la
vez los antiguos comerciantes tenían las garantías
de una competencia
eficiente ante la producción extranjera.

Pero después cambiaría la constitución de poder en los siglos
venideros: el rey, luchando por mantener la integridad nacional
desde su mando político y la burguesía, creciendo
sin límites para su ambición de poseer algo
más que el cetro económico. Y abalanzaron el
principio del fin monárquico: las revoluciones.

Resurge la
creación

El Renacimiento es
conocido como el más importante fenómeno de las
artes y las ciencias
ocurrido en la Edad Media en los siglos XV y XVI. Pero
también se le llama el "pórtico de la era
capitalista" debido a que verdaderamente representó la era
del fortalecimiento de la ideología y la cultura
burguesa. De ahí que fuera en las ciudades italianas no
solo las primeras donde se manifestó tal suceso sino
también donde más fuerte se
evidenció.

Los italianos se sentían verdaderos herederos de
las tradiciones romanas que ahora constituía el espejo por
donde el resto del mundo occidental se miraba. Pude decirse
entonces que el nacionalismo
político que tuvieron tan tarde, lo suplió con el
de carácter cultural. Aunque los demás
países también tuvieron su patrimonio
renacentista y les sirvió igualmente para estrechar su
unidad territorial por lo que el fenómeno adquirió
pronto el calificativo de europeo.

Ello reafirma lo dicho por Hans Kohn cuando afirma que
"el nacionalismo es el resultado de las condiciones
históricas, sociales e intelectuales;
su aparición en los diferentes países varía,
por consiguiente, de acuerdo con las condiciones
existentes."

Pasan a la inmortalidad científicos como Galileo
y Copérnico, artistas de la talla de Miguel Ángel y
Da Vinci y renombrados escritores como Rabelais y Shakespeare. Se
ensalza la belleza del cuerpo, el pensamiento razonado, la
experimentación y el centralismo como
ideal de poder político en un Estado moderno.

Pero al mismo tiempo, el sistema de ideas
sufre transformaciones irreversibles. Junto a los inventos
científicos y el perfeccionamiento del valores acorde
con la concepción burguesa del mundo.

Ante los novedosos pensamientos sobre la
autonomía del hombre como
centro de sí mismo y su individualidad, se van derrumbando
las viejas concepciones, de las bases de la vida medieval y los
que la sustentan.

Descubriendo el
mundo

El desarrollo alcanzado por la ciencia y
el interés
de las principales compañías inversoras de
expandirse, causaron el comienzo de los primeros viajes de
navegación en busca de nuevas tierras.

Los más significativos fueron los de
Cristóbal Colón en 1492 (América
Central y del Sur), Vasco de Gama en 1497 (Las Indias) y Fernando
de Magallanes en 1519 al realizar la primera
circunnavegación del planeta.

A partir de entonces, como otra distinción de las
diferencias nacionales europeas, aparecieron las colonias en su
función
de sostén económico de las empresas emprendidas por
los gobiernos venideros. Así, España dominaba toda
la región central y sur de las Américas, Inglaterra
y Francia el norte, Portugal el África y
Brasil y
Holanda el sur de Asia.

Después del establecimiento de este sistema
geográfico, Italia perdió el papel rector en cuanto
al dominio de las rutas de comercio, que se traslada del
Mediterráneo al Océano Atlántico. Los viajes
de descubrimiento no solo llevaron a la interacción trascendental entre dos mundos
diferentes. Causaron también, con las sucesivas riquezas
extraídas en las colonias, a la aceleración de la
entrada en la era industrial de sus metrópolis.

Dios en la lucha
por el poder

Aunque ya la burguesía contaba con la
supremacía absoluta en cuestiones económicas, no
cesó de batallar por el cetro político. Sus
primeras manifestaciones se sucedieron bajo otras apariencias
como la religiosa. Y utilizaron todo lo que pudieron para
criticar el imperio de la religión
católica.

Los papas parecías más príncipes
terrenales que protegían las artes y se inmiscuían
en los asuntos políticos, sin abandonar la exigencia de
sus tributos
mediante las rentas pontificias. También la propia
decadencia de la teología escolástica ante esa
nueva mentalidad del hombre independiente y seguro de
sí mismo característico de la época
capitalista, se hacía más evidente. Para esta
lucha, la burguesía contó con los mismos monarcas
que deseaban la liberación del mandato clerical y
así introducir sus propias ideas autonómicas en su
región.

La reforma predicada por el monje agustino Martín
Lutero en Alemania abogaba además de una iglesia modesta y
más cercana al pueblo, también menos relacionada
con los dogmas de dominación eclesiástico. Es
decir, una fe sin ningún tipo de mediación humana.
Sin embargo, no todo transcurrió como lo planeaban. Las al
principio pálidas e inconsecuentes peticiones de Lutero se
radicalizaron bajo el prismas de las masas populares que con la
guía de Tomás Munzer realizaron las conocidas
guerras campesinas de 1524 y 1525 en busca de reivindicaciones
sociales. Ante tal peligro, la burguesía olvida sus
diferencias y pacta con la nobleza para aplastar las
rebeliones.

Sin embargo, el ejemplo del nuevo culto derivado de la
reforma y conocido como protestantismo se extendió por el
resto de Europa, a pesar de los esfuerzos desesperados de la
Iglesia a través del movimiento de
la contrarreforma. Esta última maniobra del clero
pretendió corregir las faltas de la
institución y hacer frente a la ola luterana mediante la
reestructuración eclesiástica, la
modificación de las órdenes religiosas y la
reimplantación de los tribunales de la inquisición.
El Concilio de Trento para apaciguar a católicos y
protestantes y así lograr la unidad cristiana se
ejecutó demasiado tarde. Además este suceso
fortaleció el nacionalismo alemán y adelantó
los pasos para su definitiva congregación
territorial.

Aunque la nobleza se benefició con las tierras
que gradualmente se le apropió al Vaticano, la verdadera
vencedora resultó la integridad territorial de las
naciones que, ya libres del yugo pontificio, fortalecieron sus
políticas individuales como naciones en
sí.

En Inglaterra, Enrique VIII, proclamó la independencia
de la Iglesia Anglicana y se nombró su jefe espiritual.
Francia por otra parte, también mostró avances
mediante el Edicto de Nantes, dictado en 1598 por Enrique IV,
donde se proclamaba la tolerancia
religiosa y así cada príncipe podía escoger
la religión para su territorio.

Desde mucho antes el mundo había dejado de
dividirse entre fieles e infieles para organizarse ahora en
franceses, ingleses, alemanes y las otras nacionalidades
existentes. Lo mismo pasa con las lenguas
vernáculas, libres del yugo del latín.

En el siglo XVII, la Iglesia católica, perdida su
batalla contra la extensión del protestantismo, se
desligó completamente del poder político. La
inevitable decadencia del poder papal constituyó uno de
los pasos finales para el decisivo afianzamiento de la unidad
territorial.

Francia e
Inglaterra: un rey, una nación

Pese al nacionalismo literario expandido durante
el
Renacimiento, siguieron las guerras civiles y el consecuente
alejamiento del pueblo del ideal de unidad territorial. Los
nuevos Estados laicos surgidos después de la Reforma
giraban alrededor de sus soberanos, no del espíritu
nacionalista. Sin embargo, este proceder, más tarde
conocido como absolutismo,
propició muchos de los avances en este campo.

Francia e Inglaterra, los dos Estados más
poderosos desde su mismo nacimiento, son un ejemplo fehaciente de
la contribución monárquica al nacionalismo. Por
ello, merecen un análisis más
diferenciado.

Ya en el siglo XVI, específicamente en 1539, el
rey Francisco I mediante la Ley de
Villers-Cotterets, obligaba la circulación de todos los
documentos en
idioma francés. Asimismo Claude Seyssel, historiador de
Luis XII, propuso en lo adelante una literatura nacional en ese
mismo idioma.

Aquella Francia que salió victoriosa de la Guerra
de los Cien Años, se convirtió en una potencia
agresiva. Durante los siglos posteriores, agredieron
Burgundía, el norte de Italia, algunas ciudades alemanes.
El Rey Sol, Luis XIV, enfrentó a los españoles de
1648 1659 y los holandeses de 1672 1678. Luego la nación
se enfrascaría en la guerra de los nueve años
contra los ingleses y la guerra de sucesión
española de 1701 a 1713 contra holandeses y
austríacos.

Desde entonces, el resto de los países siempre
trataron de controlar a la belicosa Francia, que gracias a su
gran población, su próspera economía, su
ilimitada productividad y
su ideal de gobierno
centralizado era, sin lugar a dudas, una potencia
mundial.

Conscientes de su poderío creciente, los
soberanos sucesivos se tomaron muy en serio el tema de la
nacionalidad y
protegieron la cultura y la pureza de su lengua,
esencias formativas de la comunidad. Si
Inglaterra era la autoridad del comercio y las ciencias, Francia
lo era a su vez del pensamiento filosófico y las letras,
con figuras como Francois Rabelais, Voltaire,
Balzac y Descartes.

La nación, junto con el propio desarrollo de la
unidad territorial, engendró la creencia tradicional de la
divinidad del rey, acentuada por estos que se autodenominaban
descendientes de Carlomagno y del mismísimo David.
Alrededor de estos reyes giraba la vida social y económica
del país. Ello representó, sin duda el germen del
absolutismo monárquico. Así lo representa
Shakespeare en Hamlet cuando
alega que "nunca exhala el rey a solas un suspiro sin que gima
con él la nación entera."

Por otra parte, Inglaterra, aunque también tuvo
sus reyertas como las tres guerras contra los holandeses por el
control de las
rutas marítimas, hizo énfasis primero en su
desarrollo comercial para luego empezar la dominación
económica. Tuvo condiciones favorables para ello. La clase
gobernante heredó de las catastróficas guerras
entre la nobleza la
organización y la disciplina de
la unidad. Los campesinos, que gozaban desde hace siglos de su
libertad, constituían un medio para aumentar las riquezas
y las filas del ejército. Además, existía un
interés general por la práctica del
comercio.

Por tanto, la Inglaterra de Enrique VII en el siglo XV
era un fuerte estado centralizado, con una voluntariosa
política exterior y los medios necesarios para hacerla
cumplir. En una etapa posterior aparecieron las primeras
compañías y sociedades
accionistas permitidas por el rey, aún el principal
regulador de la actividad económica.

Precisamente en la dinastía de los Tudor el
país alcanzó la supremacía en el transporte
mercantil a través de su poderosa flota, vencedora en el
reinado de Isabel I de la Armada Invencible
española.

En este país ocurría una situación
curiosa. Aunque pocas veces dejó de estar presente la
monarquía como clase en el poder, los Parlamentos
adquirieron fuerza extraordinaria desde el siglo XIV, donde en
1362 comenzaron a emplear como lengua general el inglés.
Aquellos grupos de hombres
electos por las capas dominantes que discutían sobre
asuntos medulares del país promovieron con su
representatividad el sentimiento nacional.

En el gobierno de Enrique VIII, se incrementó
conscientemente este espíritu. El rey se cuidó bien
de identificar su ambición personal con la
exigencia nacional de grandeza y desarrollo. Su trifulca
victoriosa con el Vaticano llevó a la fundación
gloriosa de la Iglesia Anglicana y del progresivo fortalecimiento
de la clase media que ya no tenía las barreras del clero
para el comercio.

El acrecentamiento de las riquezas, la expansión
colonial, la actividad literaria y la universalidad de sus
instituciones
científicas (Real Sociedad de Ciencias de Londres)
hicieron de Inglaterra un país con un inmenso orgullo
patriótico y un sentimiento de superioridad sobre las
otras naciones.

En la propia literatura, se evidencia en la obra de
Shakespeare, sus poemas de loas
a la tierra que le vio nacer:

Este otro Edén, este semiparaíso/ Esta
fortaleza que la naturaleza ha
construido/ Contra la invasión y el brazo armado de la
guerra,/ Este florido plantel de hombres, este pequeño
universo,/
Este trozo bendito, esta tierra, este reino, esta
Inglaterra.

La Europa moderna, en los umbrales del siglo XVIII,
había cambiado radicalmente sus rasgos. Las nuevas
potencias (Francia e Inglaterra) habían dejado en el
camino a las antiguas como España, Holanda y Suiza,
desgastadas por las guerras o la disminución de las
riquezas de sus colonias. Aunque la nobleza tenía
aún el control político, la burguesía se
erigía ahora como la matriarca
económica.

Las guerras dejan de ser por motivos religiosos para
volverse asuntos nacionales. Y es que el empuje de estas
vigorosas naciones precipitaría al mundo en una era llena
de cambios y revoluciones encabezadas, principalmente, por
aquellas pequeñas comunidades que se habían
convertido en imperios.

 

 

 

 

 

Autor:

Mailén Aguilera
Rivas

Partes: 1, 2
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