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Víctimas del futuro – Adiós al liberalismo: en busca de la confianza perdida (página 6)




Enviado por Ricardo Lomoro



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– Tribuna: Laboratorio de
ideas Pablo Bustelo – ¿Podrá China capear
el temporal? (El País – 25/1/09)

La recesión internacional está empezando a
tener efectos adversos en China, cuya economía -que se convirtió el
año pasado en la tercera mayor del mundo, adelantando a la
de Alemania– ha
crecido hasta ahora a tasas muy elevadas, contribuyendo mucho a
la expansión global. Baste recordar que en 2007 el
PIB de China
aumentó el 11,9%, la tasa más alta, con diferencia,
del planeta. A China se debió nada menos que el 17% del
crecimiento global entre 2000 y 2007, proporción similar a
la de Estados Unidos,
cuya economía es cuatro veces mayor, e incluso
superior al 16% correspondiente a la UE, que tiene un PIB cinco
veces superior.

Las cifras provisionales para 2008 sugieren que el PIB
de China aumentó alrededor del 9%, una cifra
todavía muy alta. Sin embargo, las tasas trimestrales
superaron el 10% en el primer y segundo trimestre, fueron del 9%
en el tercero y de apenas el 6% en el cuarto. Las previsiones
para este año varían entre el 8% de la
estimación oficial y el 6% de la Economist Intelligence
Unit, pasando por el 7,5% del Banco
Mundial.

¿Hay realmente indicios de que China pueda ver
desacelerarse su crecimiento a la mitad -del 12% al 6%- en apenas
dos años? Tal cosa sería ciertamente grave, en
parte porque el país ha sido, junto con Estados Unidos y
la UE, locomotora del mundo y en parte porque se considera que,
por debajo del 8%, el crecimiento podría ser insuficiente
para crear el empleo
necesario y, por tanto, para mantener la estabilidad social e
incluso política.

Es cierto que las exportaciones
empezaron a caer en noviembre pasado, por vez primera en siete
años. También lo es que la producción industrial, con tasas anuales
del 15% o más en el primer semestre de 2008,
aumentó apenas el 8,2% en octubre y el 5,4% en noviembre.
Por si esto fuera poco, la inflación, que estaba desbocada
a principios de
año (8,7% en febrero), ha pasado al 2,4% en noviembre, una
caída en picado que hace temer un posible retorno de la
deflación, fenómeno que el país
registró ya a finales de los años noventa y
también en 2002.

También resulta plausible esperar que la
recesión en los países desarrollados, adonde van a
parar más de la mitad de las exportaciones chinas,
provoque un descenso importante del ritmo al que crecen las
ventas al
exterior. Las exportaciones aumentaron el 30% al año entre
2003 y 2007 y el 20% en 2008, pero se redujeron el 5,3%, en tasa
interanual en diciembre. Algunos analistas incluso anticipan ya
una reducción de esas ventas durante 2009, pero se trata
seguramente de una predicción exagerada, pues incluso en
2001, en plena crisis
internacional, aumentaron el 7%.

La desaceleración y la caída de las
exportaciones se producen, además, en un entorno en el que
el consumo
interno no puede tomar el relevo de las ventas al exterior, al
menos a corto plazo. El derrumbe de la Bolsa, que se
desplomó el 66% en 2008, y el deterioro del mercado
inmobiliario, cuyos precios
empezaron a caer a mediados de año, frenan el crecimiento
del consumo. Además, la altísima tasa de ahorro
familiar en China obedece a causas estructurales, como son los
altos gastos en
educación
y sanidad y las escasas pensiones, factores que, claro
está, no se pueden resolver en poco tiempo.

Por añadidura, cabe anticipar un menor
crecimiento o incluso una caída de la inversión
extranjera, directa y en cartera, en 2009, como consecuencia
de las dificultades de las grandes empresas
multinacionales y de la mayor aversión al riesgo,
especialmente entre los inversores en economías
emergentes.

Hay especialistas que llegan incluso a razonar que la
caída del consumo privado en Estados Unidos durante 2009
tendrá que verse compensada con una reducción
más o menos equivalente de la producción en China, puesto que no
habrá forma de encontrar fuentes de
consumo alternativas, tanto dentro de Estados Unidos como fuera
del país. Un frenazo en seco de la economía
china sería una muy mala noticia para el mundo, que se
vería privado de uno de sus principales motores y en el
que se agravaría mucho la recesión.

Sin embargo, conviene tener en cuenta que en China el
Gobierno y el
banco central
tienen armas muy
poderosas para luchar contra un parón del crecimiento. Una
situación presupuestaria saneada (el déficit fue
del 1% del PIB en 2008 y la deuda ronda el 18% del PIB) ha
permitido a las autoridades lanzar, en noviembre pasado, un
plan de
estímulo fiscal por
valor de 4
billones de yuanes (585.000 millones de dólares), cifra
que supera el 13% del PIB. Esa política
fiscal expansiva apenas duplicaría el tamaño
relativo del déficit público, con lo que
podría verse acentuada en caso de necesidad.
Además, las autoridades podrían recurrir, si fuese
preciso, a las enormes reservas en divisas, que ya
rondan los dos billones de dólares, para financiar, por
ejemplo, inversiones en
infraestructuras.

Para ayudar a los exportadores se han reducido impuestos y
ampliado el crédito
al sector y, sobre todo, se ha frenado la apreciación del
yuan desde mediados de año. La apreciación del yuan
con respecto al dólar fue del 7% en el primer semestre,
para luchar contra la inflación, reducir las fricciones
comerciales con Estados Unidos y reorientar el crecimiento hacia
el mercado interior. Pero ha sido de apenas el 0,5% en el segundo
semestre. No cabe descartar que las autoridades dejen caer el
yuan si las exportaciones se resienten mucho o si la
inflación se reduce al mínimo y no digamos si la
variación de los precios se torna negativa.

El banco central ha reducido sustancialmente los tipos
de interés, con cinco recortes sucesivos desde
septiembre, y el coeficiente de reserva de los bancos. Tiene
todavía margen para reducirlos aún más. Los
bancos, a diferencia de otros casos, tienen una situación
relativamente saneada y han respondido a ese estímulo con
un crecimiento apreciable del crédito, de manera que no se
dan en China los problemas de
liquidez que hay en otros países.

Por tanto, salvo que el entorno exterior se deteriore
mucho más de lo previsto (por ejemplo, si las
caídas del PIB en Estados Unidos, Japón y
la UE superan apreciablemente el 2% anticipado hasta ahora), todo
parece indicar que China logrará mantener una tasa de
crecimiento del PIB del 7% u 8% en 2009 y acrecerla en 2010. Ese
ritmo debería ser suficiente para mantener la estabilidad
social y política, aunque seguirán naturalmente los
ajustes de plantilla en el sector exportador. También
debería bastar para evitar un efecto contractivo adicional
sobre la economía
mundial.

Otra cosa muy distinta es, claro está, si resulta
sostenible una pauta de crecimiento global basada, como ha
ocurrido en los últimos años, en el sobreconsumo de
Estados Unidos y la sobreproducción de China. El ajuste
estadounidense tendrá que verse, antes o después,
correspondido con una reorientación del crecimiento chino
desde las exportaciones y la inversión hacia el consumo interior. Pero
esa reorientación llevará su tiempo.

(Pablo Bustelo es investigador principal (Asia-Pacífico) del Real Instituto Elcano y
profesor
titular de Economía Aplicada en la UCM)

– La "fábrica" de China pierde mano de obra (El
Mundo – 2/2/09)

Pekín.- La crisis económica mundial pasa
factura a la
fábrica del mundo, ya que más de 20 millones de
inmigrantes rurales que trabajaban en las industrias chinas
perdieron su empleo, según datos del
Ministerio de Agricultura.

El director de la Oficina del
Grupo Central
de Trabajo Rural,
Chen Xiwen, afirmó que alrededor del 15,3% de los 130
millones de trabajadores inmigrantes que tiene China regresaron a
sus localidades sin trabajo.

No obstante, otros organismos contabilizan más de
200 millones de inmigrantes desplazados en el gigante
asiático por esta razón.

La tasa oficial de desempleo
"urbano" a finales de 2008 se situó en un 4,2%, el nivel
más alto desde 2003, y eso teniendo en cuenta que el
cómputo no incluye a los mencionados millones de
campesinos que viajan a las ciudades en busca de trabajo y que no
aparecen registrados oficialmente.

Según un estudio de la Academia China de Ciencias
Sociales (CASS), si se incluye esa masa de inmigrantes, el
índice real de paro en China
se sitúa en la actualidad en un 9,4%.

El director de la Oficina del Grupo Central de Trabajo
Rural ha revelado estas cifras durante la presentación del
primer documento del año 2009 elaborado conjuntamente por
el Consejo de Estado
(Ejecutivo) y el Comité Central del Partido Comunista de
China (PCCh).

En el texto,
Pekín remarca la importancia de impulsar la agricultura y
el sector rural como respuesta a la crisis económica y
laboral que
vive China.

La caída de la demanda
exterior obligó al cierre de miles de pequeños
fabricantes de manufacturas en el litoral chino, que han venido
acompañados de numerosas protestas de los
obreros.

El propio Gobierno ha reconocido que durante 2009 China
vivirá "posiblemente el año más duro" en
materia
económica desde el inicio del nuevo siglo, y apostó
por mejorar la agricultura como motor de cambio.

El presidente Hu Jintao alertó días
atrás del riesgo de inestabilidad social debido al impacto
de la crisis financiera en China.

Además del desempleo, la recesión
está afectando a China -tercera economía mundial,
sólo por detrás de Estados Unidos y Japón-
con una desaceleración económica, un enorme riesgo
de deflación en el actual trimestre y una cada vez mayor
diferencia entre ricos y pobres…

Facebook (alertas y
trasvases)

– Los 25 culpables de la crisis (El Confidencial –
27/1/09)

Monografias.com

(Por E. Sanz / Agencias)

Los culpables de la mayor crisis financiera de la
historia desde
la Segunda Guerra
Mundial tienen nombres y apellidos. Según el
periódico británico The Guardian, lo
que viene sucediendo durante el último año y medio
no se debe a un fenómeno natural sino a un
desastre humano que ha llevado a las principales economías
y empresas del mundo al borde del abismo y en el que 25
personajes han jugado un papel decisivo.

¿Quién nos ha llevado a la ruina?, se
pregunta el diario.

Alan Greenspan, presidente de la Reserva Federal
entre 1987 y 2006 se alza con el primer puesto. Tras una vida
prácticamente entera dedicada al organismo regulador y
retirado como un auténtico héroe, Greenspan
pasará a la historia, entre otros aspectos, por su defensa
del libre mercado, su capacidad para rescatar a la
economía de Estados Unidos del colapso financiero de 1987
y de mitigar los devastadores efectos derivados de los ataques
terroristas del 11-S. Greenspan es, para muchos expertos y
según The Guardian, el principal culpable de la
crisis al permitir la formación de una gran burbuja
inmobiliaria gracias a unos tipos de interés bajos y a la
ausencia de regulación en torno a los
préstamos hipotecarios. Apoyó, según el
diario, los préstamos subprime e
instó a los hipotecados a cambiar tipos fijos por variables, lo
que dejó a muchos de ellos al descubierto incapaces de
hacer frente a sus compromisos cuando los tipos subieron. Durante
años, Greenspan también defendió el boom de
los derivados, un mercado que apenas existía cuando se
hizo con las riendas de la Fed y que bajo su mandato
creció como la espuma. De hecho, el periódico
le acusa de haber protegido a un mercado que ha provocado muchos
de los problemas actuales. La publicación destaca, no
obstante, que Greenspan también ha sido capaz de reconocer
sus errores. Por ejemplo, que demasiada regulación
podría dañar Wall Street o que los bancos
pondrían siempre por delante la protección de sus
accionistas.

Mervyn King, gobernador del Banco de Inglaterra.
Cuando accedió al cargo en Threadneedle Street, la
economía del Reino Unido crecía al 3% y la
inflación se situaba en el 1,4%. En su primera
reunión rebajó los tipos al 3,5% y su
ambición consistía en que la política
monetaria del Banco llegara a ser "aburrida". Cuando la
crisis estalló, King insistía en que no se
transformaría en una crisis internacional. De hecho, en un
primer momento, se negó a inyectar liquidez al sistema
financiero e insistía en que no habría rescates
bancarios. Ahora, algunos miembros del Tesoro británico
aseguran que debería haber sido "más proactivo".
The Guardian le echa en cara que debería haberse
dado cuenta de la burbuja inmobiliaria y haber tomado medidas,
así como haber previsto más recientemente la
recesión del país y haber actuado con mayor
celeridad a la hora de recortar los tipos de
interés.

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Los políticos también han jugado un papel
clave en la actual crisis financiera. Bill
Clinton 
forzó a las hipotecarias a relajar sus
requisitos a la hora de conceder hipotecas a los más
desfavorecidos. En 1999 revocó la ley que
garantizaba la completa separación entre los bancos
comerciales -que ofrece depósitos- y la banca de
inversión -que invierte y asume riesgos-. Esta
decisión supuso el nacimiento de la era de la superbanca,
que favoreció el desarrollo y
la extensión de las hipotecas subprime. Su
sucesor, George W. Bush, no consiguió que mejoraran
las cosas al no poner coto a la inmensa cantidad de los
denominados "hipotecados Ninja" -no income, no jobs, no
assets-. Otro de los políticos culpables de la crisis
para The Guardian es el primer ministro
británico, Gordon Brown, quien puso los intereses
de la City por delante de cualquier otro aspecto
económico. La oposición le ha acusado de no haber
tenido en cuenta que una economía "construida sobre deuda"
no es una economía "construida para durar" durante su
cargo como responsable del Tesoro durante diez años en el
gobierno de Tony Blair.

El periódico británico también se
acuerda del primer ministro islandés, Geir Haarde,
después del colapso financiero de los tres grandes bancos
del país por culpa de sus millonarias deudas. Islandia se
vio forzada a recibir prestados 2.100 millones de dólares
del FMI además
de fondos procedentes de diferentes países
europeos.

Culpables en la Gran Manzana

Wall Street tampoco queda al margen de su
implicación en la crisis financiera. Según el
diario, en este apartado suena el nombre de Abi Cohen,
directora de estrategia de
Goldman Sachs y que hace unos años llegó a ser una
de las mujeres más poderosas de Estados Unidos. Sin
embargo, no fue capaz de ver el crash de la bolsa y se hizo
famosa por sus previsiones alcistas. Fue sustituida en el cargo
el pasado mes de marzo. Kathleen Corbet, antigua consejera
delegada de Standard & Poor's, también ocupa un puesto
destacado. No en vano, las agencias de rating no advirtieron de
los riesgos los activos
respaldados por las hipotecas subprime. Corbet
dirigía las riendas de la mayor de las tres agencias de
calificación de riesgos y dejó su puesto en 2007
por las enormes críticas recibidas. Standard &
Poor's, Fitch y Moody's han sido cuestionadas por el rol jugado
en la actual crisis subprime, mientras ellas recuerdan
que lo hicieron lo mejor que pudieron con la información disponible. Corbet dijo que su
marcha de Standard & Poor's había sido "largamente
planeada" y negó que tuviera que ver con presiones de
ningún tipo.

Hank Greenberg, presidente del grupo asegurador
AIG. A sus 83 años convirtió AIG en la mayor
aseguradora del mundo. Tenía un enorme negocio de CDS y
por ende, una enorme exposición
a la crisis hipotecaria. Cuando su rating fue recortado, se
enfrentó a una enorme crisis de liquidez y necesitó
de 85.000 millones de dólares públicos para evitar
el colapso. Posteriormente necesitaría de ayuda
pública estatal adicional, pero eso no evitó que
los principales ejecutivos del grupo renunciaran a viajes
lujosos.

Quienes lo vieron venir

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The Guardian reserva también un hueco
para algunos de los inversores más importantes de los
últimos cincuenta años y cuya visión del
mundo financiero les hizo anticipar la que se venía
encima. Como el gestor de hedge funds John
Paulson
, calificado en el mundo financiero como "el mayor
ganador del credit crunch". Paulson se embolsó 3.700
millones de dólares en 2007al apostar por el estallido de
la burbuja inmobiliaria. También aparece, el
multimillonario Warren Buffett, quien no se cansó
de advertir sobre los peligros de los derivados que nadie
entendía. En su carta anual
dirigida a sus accionistas en 2003, comparó estos productos con
el mismo infierno. "Fácil de entrar y casi imposible de
salir". En una muestra de
optimismo, en octubre dijo que había empezado a comprar de
nuevo en el mercado estadounidense, sugiriendo que lo peor de la
crisis podría haber pasado.

También advertía en 2006 sobre una
"gigantesca burbuja inmobiliaria", el inversor George
Soros
, así como al economista y profesor de la
Universidad de
Nueva York, Nouriel Roubini, quien fue el primero en
augurar el credit crunch. En 2006 advertía a los
economistas del FMI que Estados Unidos se enfrentaba una
histórica burbuja inmobiliaria, un shock en el mercado de
materias primas a una recesión. Todavía hoy se
muestra muy pesimista respecto a la crisis. Sin ir más
lejos, la semana pasada vaticinaba la bancarrota del sistema bancario
estadounidense y europeo. Tras los rescate financieros y
nacionalizaciones, es muy famosa su frase para describir a George
Bush, Henry Paulson y Ben Bernanke como "la troika
de bolcheviques que fue capaza de convertir Estados Unidos en
la
República Socialista de Estados Unidos de América".

La lista, hasta 25 responsables, incluye otros nombres
del mundo financiero de la Gran Manzana. Como el presidente de
HBOS –Andy Hornby-, el de Royal Bank of Scotland –Sir
Fred Goodwing
– o Bradford&Bingley –Steve
Crwashaw
-. Sin olvidar a los máximos responsables
Citigroup –Chuck Prince-, Merrill Lynch –Stan
O"Neil
– o Bear Stearns –Jimmy Cayne.

– Un fracaso arancelario que cuesta 130.000 millones
(Cinco Días – 31/7/08)

(Por Bernardo Díaz)

Decepción, desencanto, desafortunado desenlace,
oportunidad perdida… son los comentarios comunes realizados en
las últimas horas por los representantes de las 153
delegaciones comerciales presentes en Ginebra y que tras nueve
días de intensas negociaciones llevaron, una vez
más (por séptima vez), al fracaso de la Ronda de
Doha, iniciada en noviembre de 2001 por la
Organización Mundial del Comercio
(OMC) para la
reducción de aranceles a
escala
multilateral. En este caso el fracaso duele aún mucho
más si se tiene en cuenta que tras siete años de
negociaciones se ha estado a punto de encontrar una
solución de equilibrio,
abortada por las diferencias en materia de subvenciones
agrícolas entre países emergentes y
desarrollados.

El fracaso es más importante si cabe si, como
ahora, todas las áreas desarrolladas (Estados Unidos,
Europa y
Japón) se encuentran en proceso de
estancamiento o desaceleración económica, y las
emergentes, están muy afectadas por el encarecimiento de
las materias primas, algo que no ocurría a la vez desde
hace décadas. "Necesitábamos el éxito
de Doha porque la economía mundial está en una
situación incierta y cada elemento de certidumbre interesa
a largo plazo al Planeta", se lamenta el comisario europeo de
Comercio, Peter Mandelson.

Incentivo al consumo

Y no es para menos, con una previsión de crecimiento
económico mundial del 4% para este ejercicio
según estimaciones del Fondo Monetario
Internacional, la más baja de los últimos
cuatro años, la OMC había calculado que un acuerdo
arancelario satisfactorio podría impulsar los intercambios
comerciales en un montante superior a 130.000 millones de
dólares (84.000 millones de euros), una cantidad
significativa para capear el temporal de la
desaceleración.

A estas alturas las delegaciones reconocen que todos los
países salen perdiendo por la falta de acuerdo, aunque
unos, los menos desarrollados, serán los más
perjudicados ya que sumarán a su pobreza las
trabas arancelarias que ponen los Estados más
ricos.

El éxito de la Ronda de Doha habría
servido para estimular el comercio y el PIB mundial

Ayer, Susan Schwab, la representante de Estados Unidos
intentó limar asperezas, asegurando que su país
mantendrá en lo sucesivo las ofertas que ha hecho su
país en Ginebra. Entre ellas, rebajar su límite
máximo de subsidios a 15.000 millones de dólares
anuales, con respecto a los 48.000 millones actuales. "Si los
demás están listos para seguir adelante y responder
a nuestro ofrecimiento de forma significativa aquí
estamos", sostuvo.

Sin embargo, Schwab insistió en responsabilizar a
China e India del
fracaso de las negociaciones por defender un nuevo mecanismo de
salvaguardas que les hubiese permitido subir sus aranceles en
caso de un incremento importante de las importaciones
agrícolas o una fuerte caída de los precios
internacionales.

El director general de la OMC, Pascal Lamy,
propuso un límite del 40% de aumento de las importaciones
a partir del cual se podía activar dicho mecanismo pero un
amplio grupo de países en desarrollo, liderado por India,
exigió una rebaja de hasta el 15% que no fue aceptada por
el resto.

Y es que la regla del consenso es la que ha viciado las
conversaciones de partida. La OMC no tiene un sistema de toma de
decisiones jerarquizado de forma que sus 153 miembros deben
dar el visto bueno a cada una de las propuestas de
liberalización comercial, con el riesgo de que las
discrepancias sobre sólo una de ellas puedan llevar al
traste un hipotético acuerdo sobre las restantes. Lamy
intentó en Ginebra con una treintena de ministros reducir
las voces
discordantes.

Regla de consenso

En vista de que los primeros días no se llegaba a
acuerdos fructíferos pasó a reuniones más
reducidas de los siete países o áreas considerados
claves en el proceso (Australia, Brasil, China,
EEUU, India, Japón y la Unión
Europea). Pero ni siquiera a siete se pudo poner de acuerdo
sobre la lista de salvaguardas agrícolas. Desde ahora
todos deberían asumir su parte del fracaso y sin repartir
acusaciones mutuas. Estados Unidos porque planteó escasas
rebajas en sus subsidios sobre lo ya anunciado antes de Ginebra.
La UE, porque se fijó más en la contrapartida
norteamericana que en el resto. China e India, porque forzaron la
máquina al máximo en su intento de poner sobre la
mesa su creciente influencia en la economía
mundial.

Ahora sólo queda, esperar a ver si se puede
recomponer el desaguisado, conscientes de que habrá que
pasar al menos dos años para celebrar nuevas reuniones,
con un escenario de elecciones en EEUU en noviembre, europeas e
indias en el primer semestre de 2009. Lamy recogió ayer
rápidamente el guante que le lanzó Schwab e
indicó que el "progreso hecho sobre el 85% de los asuntos
debería ser preservado".

Países como Venezuela ya
han expresado sus reservas sobre mantener lo ya acordado. Brasil,
tras el fracaso de las negociaciones multilaterales,
trabajará también para promover acuerdos
comerciales bilaterales.

Mientras tanto, la patronal europea Business Europe se
mostró igualmente decepcionada por el bloqueo de las
negociaciones y pidió a Lamy, que no se dé por
vencido, informa Efe. En la mesa hay mucho que impulsar. Tanto
como unas exportaciones mundiales de mercancías que en
2007 alcanzaron los 13,6 billones de dólares.

– Si quieren crecer giren a la izquierda (El País
7/9/08)

(Por Joseph E. Stiglitz)

Tanto la izquierda como la derecha de Estados Unidos
afirman que defienden el crecimiento económico. Por lo
tanto, ¿deberían los votantes que intentan
decidirse por una de las dos opciones tomárselo como una
cuestión de elegir entre dos equipos alternativos de
gestión?

¡Ojalá fuese así de sencillo! La
suerte forma parte del problema. Durante la década de los
noventa, la economía estadounidense se vio bendecida por
unos precios bajos de la energía, un ritmo elevado de
innovación, y una China que ofrecía
productos cada vez mejores y a menor precio, una
combinación que tuvo como resultado un crecimiento alto y
una inflación baja.

El presidente Clinton y el entonces presidente de la
Reserva Federal, Alan Greenspan, no tuvieron mucha mano en esto,
aunque, por supuesto, una mala política podría
haberlo estropeado todo. Sin embargo, los problemas a los que nos
enfrentamos actualmente -unos precios de la energía y los
alimentos por
las nubes y un sistema financiero en ruinas- sí han sido,
en gran parte, consecuencia de una mala
política.

En efecto, existen diferencias importantes entre las
estrategias de
crecimiento, y es muy probable que lleven a resultados distintos.
La primera diferencia reside en el concepto mismo de
crecimiento. El crecimiento no es un simple aumento del PIB. Debe
ser sostenible: el crecimiento basado en la degradación
del medio
ambiente, en los empachos de consumo financiados por la
deuda, o en la explotación de recursos
naturales escasos, sin que haya una reinversión de los
beneficios, no es sostenible.

El crecimiento también tiene que ser inclusivo:
debe verse beneficiada al menos una mayoría de los
ciudadanos. Las economías de goteo no funcionan: de hecho,
un incremento del PIB puede incluso empeorar la situación
de la mayoría de los ciudadanos. El crecimiento
estadounidense de los últimos tiempos no ha sido ni
económicamente sostenible ni inclusivo. La mayoría
de los estadounidenses están peor ahora que hace siete
años.

Pero no hay por qué elegir entre crecimiento y
desigualdad. Los gobiernos pueden potenciar el crecimiento
aumentando la integración. La mayor riqueza de un
país es su población. Por eso es fundamental
asegurarse de que todo el mundo pueda alcanzar su potencial, para
lo cual es necesario que todos tengan oportunidades para recibir
una educación.

Una economía moderna también requiere que
se asuman riesgos. Los individuos están más
dispuestos a arriesgarse cuando existe una buena red de seguridad. En
caso contrario, puede que los ciudadanos exijan protección
frente a la competencia
extranjera. La protección social es mucho más
eficiente que el proteccionismo.

La incapacidad para fomentar la solidaridad
social puede tener también otros costes, como el gasto
social y económico que requieren la protección de
la propiedad y la
encarcelación de criminales, que no es nada
desdeñable. Se calcula que en unos años en Estados
Unidos habrá más trabajadores en el sector de la
seguridad que en el de la educación. Un
año en la cárcel puede costar más que un
año en Harvard. El coste que conlleva encarcelar a dos
millones de estadounidenses (una de las tasas per cápita
más altas del mundo) debería restarse del PIB, pero
a pesar de ello se añade.

Una segunda diferencia importante entre la izquierda y
la derecha es el papel que desempeña el Estado en
el fomento del desarrollo. La izquierda comprende que el Gobierno
tiene una función
vital en las infraestructuras y la educación, en el
desarrollo tecnológico, e incluso como empresario. El
Gobierno estableció las bases de Internet y de las
revoluciones modernas de la biotecnología. Durante el siglo XIX,
la
investigación llevada a cabo en las universidades
estadounidenses con dinero
público creó la base para la revolución
agraria. Gracias al Gobierno, estos avances llegaron a millones
de agricultores estadounidenses. Los préstamos para
pequeñas empresas han sido cruciales en la creación
no sólo de nuevas empresas, sino también de nuevos
sectores.

La última diferencia puede parecer un tanto
extraña: la izquierda ahora comprende los mercados, y el
papel que pueden y deben tener en la economía. La derecha,
especialmente en Estados Unidos, no. La Nueva Derecha,
representada por la
Administración de Bush y Cheney, no es más que
el viejo corporativismo con un traje nuevo.

No son libertarios. Creen en un Estado fuerte, con
importantes poderes ejecutivos, pero utilizados en la defensa de
intereses establecidos, sin prestar demasiada atención a los principios del mercado. La
lista de ejemplos es larga, pero incluye subsidios a grandes
empresas agrícolas, aranceles para proteger el sector del
acero y,
más recientemente, los megarrescates de Bear Stearns,
Fannie Mae y Freddie Mac. Pero la falta de coherencia entre la
teoría
y la práctica viene de lejos: el proteccionismo
aumentó con Reagan, entre otras cosas, mediante la
imposición de limitaciones supuestamente voluntarias a la
exportación de automóviles
japoneses.

La nueva izquierda, en cambio, intenta que los mercados
funcionen. Los mercados sin trabas no funcionan bien por
sí solos, una conclusión que se ve confirmada por
el actual desastre financiero. Los defensores de los mercados a
veces admiten que efectivamente fallan, incluso desastrosamente,
pero afirman que los mercados se "autocorrigen". Durante la Gran
Depresión, se oían argumentos
similares: el Gobierno no tenía por qué intervenir,
puesto que, a la larga, los mercados harían que la
economía volviese al pleno empleo. Pero como bien dijo
John Maynard Keynes, a la
larga todos estamos muertos.

En un marco de tiempo relevante, los mercados no se
autocorrigen. Ningún gobierno puede permanecer de brazos
cruzados mientras un país entra en recesión o en
una depresión, ni siquiera cuando han sido causadas por la
avaricia de los banqueros o por los errores en la evaluación
de riesgos que cometen los mercados de valores y las
agencias de rating. Pero si los gobiernos van a pagar la factura
sanitaria de la economía, deben tomar medidas para que sea
menos probable que se necesite ingresar en el hospital. La
cantinela de la derecha sobre la liberalización
resultó estar equivocada, y ahora estamos pagando el
precio. Y el total de la factura, en lo que se refiere a
producción perdida, será alto, posiblemente
superior al billón de euros sólo en Estados
Unidos.

La derecha a menudo atribuye sus orígenes
intelectuales
a Adam Smith,
pero aunque Smith reconocía el poder de los
mercados, también admitía sus límites.
Incluso en su época, las empresas habían
descubierto que podían aumentar sus beneficios con mayor
facilidad conspirando para incrementar los precios que creando
productos innovadores de manera más eficiente. Hacen falta
unas leyes
antimonopolio, fuertes.

Organizar una fiesta es fácil. En un primer
momento, todo el mundo puede sentirse a gusto. Fomentar el
crecimiento sostenible resulta mucho más complicado. Hoy
en día, la izquierda, a diferencia de la derecha, tiene un
programa
coherente, que ofrece no sólo un mayor crecimiento, sino
también justicia
social. Para el electorado, la decisión debería ser
sencilla.

(Joseph E. Stiglitz es catedrático de la
Universidad de Columbia. Recibió el Premio Nobel de
Economía en 2001. © Project Syndicate,
2008)

Entrevista:
Almuerzo con… Jean-Luc Greau – "Los economistas han
traicionado a la realidad" (El País –
2/10/08)

(Por Octavi Martí)

Vive en Montmartre pero la cita es en el centro de
París, en Marais. Comemos en la terraza pues, aunque ya
hace fresco, nos ahorramos el zumbido de la música de fondo.
Lleva un traje oscuro y -previsor- un jersey de lana por encima
de la camisa. Jean-Luc Gréau nació en Argelia hace
65 años. Entonces el país era francés pero
dejó de serlo cuando él cumplió los 18. "En
1962 llegamos a Montpellier. Y allí cursé mis
estudios. La ciudad nos acogió bien". Ningún trauma
de pied noir, de colonizador que desentona en la
metrópoli. Y enseguida trabajó en la patronal. Como
economista. "Durante 27 años he estado dedicado a
presionar a los diputados franceses. Había que asesorarles
en materia económica. Y defender nuestro punto de vista,
claro". Que era el de un estricto liberal.

Su premonitorio libro sobre la
crisis le ha puesto en órbita en Francia

Pero eso es ya un pasado remoto porque hoy, convertido
en autor de éxito y subido a los púlpitos de
opinión gracias a La trahison des économistes (La
traición de los economistas), un bombazo en plena crisis,
se ha descubierto como un intenso orador que no presta demasiada
atención al menú. La ensalada se aburre en el plato
y el salmón a l'unilateral se queda
frío.

"Hace mucho que dejé de confiar en la capacidad
autorreguladora del mercado. Lentamente. Primero Nixon
abandonó la garantía del llamado
patrón-oro. Luego
vinieron Reagan y Thatcher, la desregulación y la venta del
patrimonio del
Estado. El paro y la miseria se hicieron endémicos. Los
ricos lo eran cada vez más y la parte del salario cada vez
es menor en el coste final de un producto".

Sus dos primeros libros fueron
tan minoritarios como premonitorios, pero el tercero llega en el
momento adecuado y se vende como rosquillas en un país
ansioso de explicaciones. "Lo que yo defiendo, antes era
inaudible". Porque la crisis le ha conferido una autoridad que
antes monopolizaban esos "economistas traidores". ¿A
qué? "A la realidad".

Él es una excepción en un contexto donde
domina el discurso no
intervencionista: proteccionista, contrario a la moneda
única y defensor del Estado. "No creo que Europa tenga que
ser proteccionista respecto a EEUU o Canadá, pero es
absurdo que no lo sea frente a China, Corea o Ucrania".
Gréau pone el dedo en la llaga: los intercambios son
desiguales cuando en un país existe protección
social y en el otro no, cuando en uno los salarios son
altos y en el otro, miserables.

La crisis actual, dice, es el final de un proceso de
financiarización de la economía. "Hoy el consejo de
administración deja que el gerente o
director se fije el propio sueldo. Es descomunal. Fuera de toda
lógica.
Y él, a cambio, se ocupa de multiplicar el valor de las
acciones en
muy poco tiempo. Jugando con la deuda. Se confunde el
interés de la empresa con el
de sus accionistas, de unos pocos. Y la burbuja
estalla".

Lo explica con orden y calma. Con la calma del converso.
"Soy una mezcla de keynesiano y schumpeteriano que se reconoce
deudor ante Marx y, sobre
todo, ante Adam Smith. Difícil de clasificar". Pero si
hace un año nadie quería escuchar a los augures
inclasificables, hoy los lectores franceses dan la razón a
sus libros.

Y a nuestro alrededor, ahora caemos, el restaurante no
se ha llenado. Impensable hace seis meses.

– Krugman vs. Greenspan: Una crítica
al ex de la Reserva Federal (Urgente24 –
23/10/08)

(Por Ricardo Becerra)

Alan Greenspan ha perdido mucha influencia porque
él estuvo en la Reserva Federal cuando se incubaba la
crisis financiera estadounidense, que explotó en el mundo,
y queda la duda si o no comprendió que estaba ocurriendo o
subestimó el fenómeno. El autor contrasta a
Greenspan con Paul Krugman, flamante premio Nobel de
Economía.

Ciudad de México, DF
(La Crónica de Hoy). Si existe un libro útil que
nos hace comprender el crack universal desplegado ante nuestras
narices ese es El Retorno a la Economía de la
Depresión, y no La Era de las Turbulencias.

El primero fue escrito hace 10 años por el premio
Nobel recién galardonado, Paul Krugman; el 2do., vio el
mercado este mismo año, de la pluma de Alan
Greenspan.

A pesar de la posición privilegiada que durante
18 años y medio gozó el ex jefe de la Reserva
Federal (acceso a casi toda información económica,
asesores de alta competencia, roce y relación con los
actores centrales del drama financiero internacional) y a pesar
de la contigüidad temporal de su libro y la crisis (el
desplome hipotecario ya había cobrado sus primeras
víctimas, 6 meses antes de la publicación), la
verdad es que el poder explicativo de lo que sucede habita en las
páginas escritas por Krugman.

Y no es que Greenspan sea un tonto, en absoluto; lo que
ocurre es que sus mofletudas anteojeras intelectuales no le
permiten reconocer esas zonas de la realidad que no se dejan
domesticar por su doctrina.

En La Era de las Turbulencias abundan frases como
éstas:

> "Lo que está pasando es que millones de
agentes de todo el mundo buscan comprar activos infravalorados y
vender aquellos que parecen sobrepreciados";

> "…lejos de la caracterización de
especulación que hacen de él los críticos
populistas, son factor de primer orden para el crecimiento de la
productividad…";

> "…la incesante búsqueda de ventajas
entre los agentes financieros reequilibra en todo momento la
oferta y la
demanda a un ritmo demasiado rápido para la
comprensión humana";

> "el poder para supervisar las transacciones se
está evaporando";

> "el fracaso del mercado es una rara
excepción";

> "la vigilancia del sector
público ya no está a la altura de la tarea", y,
en el culmen de la ingeniería financiera, Greenspan
sentencia:

> "los derivados y otros productos complejos -como
las subprimes, apunto yo- pueden distribuir el riesgo a lo largo
y ancho de los productos financieros, la geografía y el
tiempo" (pp. 10, 472 y 554).

Ese sistema de creencias asaltó la razón
económica desde hace casi tres décadas y durante 18
años de esos años, Greenspan se instituyó
como el máximo oráculo del absolutismo
liberal.

Ahora que el crack precipita casi todo (ahorros, bancos,
crédito, empresas, precios del petróleo,
crecimiento, ingresos,
empleos, etcétera), y que todo el mundo reclama
intervenciones gubernamentales multimillonarias, que se ingenian
nuevas regulaciones planetarias, nacionalizaciones y hasta
redadas policiales en Wall Street, sus ditirambos suenan
extravagantes cuando no francamente estúpidos.

Y es que Greenspan fue el icono administrativo de un
pensamiento
económico que se volvió dominante, no por su
capacidad de interpretación o por sus demostraciones
empíricas, sino por una extraña mezcla de
circunstancias históricas -incluida la implosión de
la Unión Soviética- que parecían expulsar la
acción
del Estado en la economía.

Pero lo que debía ser una crítica puntual,
la extracción puntual de las lecciones históricas,
se convirtió en una escuela
fanática, sin matices (conocida como monetarismo) y
que apenas puede esconder los grandes intereses que
defiende.

Y, mientras Greenspan, con sus decisiones en la Reserva
Federal fabricaba una burbuja tras otra (la puntocom, la
inmobiliaria), Krugman insistía por todos los medios a su
alcance, en regresar a las evidencias,
los hechos y las fórmulas demostradas por la ciencia
económica que nunca recomiendan visiones ni medidas
extremas, sino evaluación concreta, buen juicio y pragmatismo.

Desde su primer libro de divulgación La Era de
las Expectativas Limitadas, y Vendiendo la Prosperidad, Krugman
ha explicado que el muchas veces sepultado pensamiento keynesiano
sigue teniendo razón en un montón de cosas
fundamentales, por ejemplo, los límites fatales de la
política monetaria, la forma como los gobiernos deben
gestionar el ciclo económico echando mano de varios
instrumentos al mismo tiempo y cómo deben actuar en casos
de pánico
y de crack.

Pero el trabajo de
Krugman es mucho más que una vivificación de
Keynes: es la
rigurosa construcción de una teoría de
la
globalización y del comercio
internacional opuesta a las versiones que cómodamente,
se sientan y exclaman "el Estado ya es un impotente".

Todos los textos de Krugman están llenos de
recomendaciones prácticas y de dilemas
presentísimos: la actuación de los bancos centrales
en las crisis cambiarias (lectura
obligada para Banxico en estos días); la política
industrial factible en economías abiertas; la coordinación de políticas
entre estados que conforman un solo mercado; la naturaleza de
la expansión financiera y cómo domarla,
etcétera.

O sea: Krugman no es el experto de voz délfica
cuyo papel es "mandar señales" a los mercados, sino el economista
práctico que sabe hacer el diagnóstico de una situación
concreta y puede, caso por caso, hacer recomendaciones distintas:
privatizar o nacionalizar, devaluar o establecer controles,
regular o liberalizar, sin miedos atávicos ni
remordimientos ideológicos.

Krugman: el mejor ejemplo del economista
pragmático en nuestro tiempo.

– Muy cuestionado, Greenspan reconoce que se
equivocó cuando apostó por la desregulación
(Urgente24 – 24/10/08)

El ex presidente de la Reserva Federal estadounidense,
Alan Greenspan, y otros ex responsables de la supervisión del sistema financiero
estadounidense fueron criticados abiertamente durante su
presentación ante el Comité de Supervisión y
Reforma del Gobierno, en la Cámara de
Representantes.

Durante una durísima reunión en la
Cámara de Representantes estadounidense, Alan Greenspan
dijo que los mercados deberían haber estado más
regulados y reconoció que estuvo "parcialmente" equivocado
cuando apostó por la desregulación.

El presidente del Comité, el demócrata
Henry Waxman, de California, acusó a Greenspan de haber
tenido "en sus manos la autoridad para impedir las
prácticas de préstamo irresponsables que llevaron a
la crisis de las hipotecas de alto riesgo".

"Muchos le aconsejaron a usted que así lo
hiciera", añadió. "Y ahora toda nuestra
economía paga el precio".

Greenspan -quien durante su etapa al frente de la Fed
(1987-2006) habló con lenguaje casi
indescifrable en decenas de audiencias similares- dijo que las
empresas y mercados
financieros "deberían estar mucho más regulados
para impedir el peor tsunami financiero del último
siglo".

Durante el período en el que Greenspan
encabezó la Reserva Federal, en USA se aceleró el
proceso de desregulación, mientras que en los mercados
financieros se multiplicaron los sofisticados "instrumentos" de
inversión especulativa.

Greenspan estuvo acompañado por el ex secretario
del Tesoro, John Snow, y el presidente de la Comisión de
Valores, Christopher Cox, y reconoció durante la
sesión que estuvo "parcialmente equivocado" cuando se
opuso a la regulación de algunos aspectos de la
especulación financiera.

En un discurso en mayo de 2005, Greenspan afirmó
con su estilo sabelotodo habitual que "la regulación
privada ha demostrado que es mucho más adecuada que la
regulación gubernamental para constreñir la
excesiva toma de riesgos".

"Quienes confiamos en el interés de las instituciones
prestamistas en proteger el patrimonio del accionista -incluido
yo- estamos atónitos y no podemos creerlo", afirmó
ahora.

Por su parte, Cox reconoció que los responsables
gubernamentales por la vigilancia y regulación de los
mercados financieros cometieron "errores fatales" que han llevado
el sistema financiero global al borde del caos.

El funcionario dijo que él y otros responsables
de organismos reguladores "hemos aprendido muchas lecciones, y la
principal es que la regulación voluntaria no
funciona".

Cox instó al Congreso a que "tape los agujeros en
las regulaciones" que siguen poniendo en peligro la estabilidad
económica. "Las lecciones de esta crisis del
crédito apuntan, todas, a la necesidad de una
regulación fuerte y eficaz, pero sin grandes agujeros",
agregó.

En lo que va de año, el Gobierno de USA ha
asumido el control de
entidades hipotecarias como Freddie Mac y Fannie Mae, ha
nacionalizado parte del negocio de seguros con su
intervención en American International Group (AIG), ha
iniciado la compra de acciones en bancos privados y ha
garantizado pagarés comerciales en un esfuerzo por
desbloquear el crédito.

Con ello ha tratado de devolver la confianza a los
mercados y de desatascar el mercado de crédito, que se
encuentra constreñido.

La crisis financiera está dañando
también a las familias, que se enfrentan a ejecuciones sin
precedentes de hipotecas, y el derrumbe de los precios de
propiedades y otros activos.

– Los críticos del libre comercio
esperan ganar terreno en EEUU (The Wall Street Journal –
31/10/08)

(Por Greg Hitt y Brad Haynes)

Desde la Segunda Guerra
Mundial, Estados Unidos ha liderado los esfuerzos para
relajar las barreras al comercio global, pese a la
oposición por parte de sus sindicatos y
votantes que se sienten amenazados por la competencia extranjera.
Estas elecciones presidenciales podrían paralizar los
esfuerzos de liberalización comercial.

Una economía en declive, años de salarios
estancados y la inquietud respecto al surgimiento de China como
una potencia
económica están alimentando un escepticismo popular
frente al libre comercio y dando argumentos a los candidatos
demócratas que tratan de aprovecharse de la ansiedad que
provoca la globalización.

Un defensor republicano del libre comercio que
está sintiendo la presión es
el senador de Oregón, Gordon Smith, que se complace en
recordarles a los votantes que uno de cada cinco empleos en el
estado depende del comercio internacional. El político
respaldó el Tratado de Libre
Comercio de Norteamérica (Nafta) y el
Tratado de Libre Comercio entre Estados Unidos,
Centroamérica y República
Dominicana (Cafta).

"Oregón es probablemente el estado que depende
más del comercio en EEUU", dice Smith. "Portland se llama
así porque es un puerto". Sin embargo, ahora el senador
está pasando apuros para conservar su asiento, mientras su
oponente demócrata Jeff Merkley insiste en el tema
comercial.

Aumenta la tensión

Merkley quiere una legislación que exija
estrictas medidas de seguridad en los centros de trabajo,
estándares laborales y medioambientales en futuros
acuerdos comerciales, y la revisión de los pactos
vigentes. Las encuestas
muestran que Merkley está sólo ligeramente rezagado
detrás de Smith.

Desde Oregón a Georgia, pasando por el estado de
Nueva York, el recelo frente a las ventajas del libre comercio
está incrementando la tensión que se respira en las
campañas que pelean por varios asientos en la
Cámara de Representantes y en el Senado. Los legisladores
que resulten elegidos bajo sus promesas de frenar el libre
comercio podrían enfrentar dificultades si una vez en
funciones, no
las cumplen, especialmente si los sindicatos y otros grupos
demócratas opuestos a las políticas abiertas al
comercio de George W. Bush y Bill Clinton se mantienen encima del
asunto.

Los intentos del presidente Bush para que se aprobaran
los TLC con Corea
del Sur, Panamá
y Colombia se
estancaron después de que, gracias a su argumento contra
el libre comercio, los demócratas tomaran el control del
Congreso en 2006. Este año, los miembros de ambos partidos
esperan que el margen de los demócratas se expanda
aún más.

La mayoría de los demócratas no pide
medidas flagrantemente proteccionistas como la elevación
de aranceles o la reinstauración de las cuotas de importación como las que controlaron el
comercio automotriz en los años 80. En su lugar, los
demócratas, empezando por el candidato presidencial Barack
Obama, hablan de la necesidad de que el comercio sea justo, e
insisten en que se les exija a los socios comerciales de EEUU que
cumplan con estándares más estrictos en sus
controles medioambientales y los derechos de sus trabajadores
a sindicalizarse.

Visiones opuestas

Los dos candidatos presidenciales reflejan una
perspectiva más amplia sobre la división en torno
al comercio.

El candidato republicano, el senador John McCain, es un
defensor del libre comercio y se ha rodeado de asesores que
comparten su visión, como el economista de la Universidad
de Stanford, John Taylor. El asesor
dirigió las políticas de economía
internacional en el Departamento del Tesoro de EEUU durante
el primer mandato de Bush y es un candidato a convertirse en el
Secretario del Tesoro si McCain llega a la Casa
Blanca.

Otros colaboradores de McCain, como el ex director de la
Oficina de Presupuesto del
Congreso, Douglas Holtz-Eakin, la ex presidenta ejecutiva de
eBay, Meg Whitman y la ex presidenta ejecutiva de
Hewlett-Packard, Carly Fiorina, son fervientes defensores de los
mercados abiertos.

El senador Obama ha cubierto sus apuestas sobre el
comercio. En sus discursos,
habla sobre nivelar el campo de juego,
llamándole la atención con frecuencia a Corea del
Sur por sus limitadas cuotas de importación para los
autos
estadounidenses. Se opone abiertamente al TLC con
Colombia, asegurando que el país latinoamericano sigue
siendo violentamente hostil a la organización de sus líderes
sindicales. Durante las primarias, sugirió que
apoyaría la imposición de requisitos laborales y
medioambientales más estrictos al Nafta.

Sin embargo, su principal asesor económico, Jason
Furman, fue consejero del secretario del Tesoro de Clinton,
Robert Rubin, el cual apoyaba el libre comercio. Rubin, junto con
el secretario del Tesoro en el gobierno Clinton, Lawrence
Summers, se ha visto mucho más involucrado en la
campaña de Obama desde que la senadora Hillary Clinton fue
derrotada en las primarias.

"Los estadounidenses están inquietos por la
pérdida de empleos", dice el senador demócrata de
Ohio, Sherrod Brown, que fue elegido en 2006 después de
dirigir una campaña con aires populistas. "La
mayoría de estadounidenses, no sólo en mi estado,
entienden de forma intuitiva que ha sido una política
gubernamental la que ha permitido, y ha empujado, a muchas
compañías a marcharse al extranjero".

– Sarkozy y cierra Europa (ABC –
9/11/08)

(Por Ana I. Sánchez)

"No me gustaría que los ciudadanos europeos se
despertaran dentro de unos meses descubriendo que las empresas
europeas pertenecen a capitales no europeos que han comprado al
precio más bajo de las bolsas". El autor de estas
declaraciones intensamente nacionalistas no es otro que el
presidente comunitario de turno, Nicolás Sarkozy, que hace
tan sólo unos días abanderó ante el
Parlamento Europeo la vuelta a las políticas
proteccionistas como bote salvavidas para escapar del naufragio
al que nos puede llevar la crisis financiera o, en sus palabras,
"el fallo del capitalismo".

El presidente galo ha sido el primero en defender
públicamente el retroceso del libre mercado, temeroso de
que la semilla que sirvió para alumbrar la Unión
Europea se vuelva ahora en su contra. Sus temores están
fundados. China y los grandes productores de petróleo otean el horizonte en busca de un
destino dónde anclar su liquidez amasada a manos
llenas.

Dispondrán de 13 billones

En la última década no han perdido el
tiempo. Mientras las productividades de Europa y Estados Unidos
afianzaban su paso en la senda descendente, los países
emergentes con altos ingresos se lanzaban a constituir fondos de
inversión soberanos, vehículos con los que
gestionar y rentabilizar las riquezas públicas. A nivel
mundial, su fortuna se estima en 2,2 billones de dólares
que en diez años se podría disparar hasta los 13
billones de billetes verdes, y su catalejo se orienta hacia el
asequible Viejo Continente, cuyos emporios empresariales se
ofrecen hoy a precio de saldo en los mercados internacionales.
Indudablemente, los fondos soberanos pueden ser una fuente de
estabilidad para los mercados financieros, ya que son inversores
bien capitalizados con vocación de largo plazo.
Además, hasta ahora adoptaban una posición pasiva
dentro de la compañía en la que desembarcaban,
solamente preocupados por la maximización de su
inversión.

Herramientas políticas

Sin embargo, esta candidez ha comenzado a dar visos de
diluirse y reviste cierta lógica temer que dado que estos
vehículos de inversión son propiedad de gobiernos
extranjeros, sus autoridades nacionales los conviertan en nuevas
y potentes herramientas
para su política exterior. Junto a ello, nueve de cada
diez fondos soberanos dependen de países sin derechos
plenamente democráticos, con las consecuencias
políticas que eso conlleva.

La lógica del libre mercado siempre defendida por
Occidente es simple. El país con exceso de efectivo puede
realizar adquisiciones allí donde escasean los "posibles"
y así impulsar el crecimiento mundial. El discurso, sin
embargo, ha dejado de entusiasmar a Europa y Estados Unidos ahora
que precisan de efectivo y otros pueden convertirse en
propietarios de sus joyas empresariales, forjadas en otro tiempo
a golpe de talonario.

El pilar central de esa vuelta atrás o "necesaria
refundación del capitalismo", que dice Sarkozy, es muy
claro: "impedir que empresas europeas caigan en manos
extranjeras". El presidente galo clama para ello por la
creación de fondos soberanos en los distintos
países europeos que puedan adquirir el capital
depreciado de sus grandes compañías y, en caso
necesario, "coordinarse para dar una respuesta".

A favor y en contra

Las palabras de Sarkozy han suscitado reacciones
encontradas. Reino Unido y los países pequeños de
Europa Central y Oriental han dado la "bienvenida a los fondos
soberanos" atendiendo tan sólo a los beneficios que les
reporta un aumento de la actividad financiera. Los estados de
mayor tamaño como Italia han
mostrado su inclinación a restringir la actividad de los
inversores extranjeros. Sin embargo, la fuerza del
discurso de Sarkozy reside en que ha colocado al Viejo Continente
ante un debate
intelectual del que dependerá su devenir
económico.

Recuperar poder perdido

Los analistas económicos así lo anuncian
calificando la instrumentalización política de la
actividad empresarial como el grave riesgo que esta crisis
financiera encarna a largo plazo. La tentación es
flagrante. Cuestionado el libre mercado por la crisis y con los
Estados asumiendo el papel de grandes salvadores de los excesos
capitalistas, la intervención pública en el sector
privado ha perdido su anterior cariz negativo.

La ayuda estatal suplicada por las entidades financieras
más contaminadas por el virus "subprime"
representa la excusa perfecta para una mayor
estatalización económica que devolvería a la
clase
política parte del poder perdido a manos de los grandes
grupos empresariales. Además, elevaría su control
sobre los agentes privados. Una seducción a la que puede
resultar difícil no sucumbir, pero que conlleva riesgos
económicos. La fórmula de vetar la entrada de
capital extranjero para que sean los Estados los que retornen al
capital privado, puede convertir al Viejo Continente en el gran
perdedor de esta crisis.

A segunda división

Con una competitividad
menguante y una capacidad de reacción limitada por su
falta de coordinación, la Unión Europea puede
debilitarse económicamente si se entrega al nacionalismo;
si no encuentra el punto equidistante entre frenar la amenaza que
personifican los fondos soberanos y despedirse de la liquidez que
pueden aportar.

El aumento del proteccionismo europeo dejaría
rápidamente su huella en la inversión y el comercio
y, tras ellos, el clima de
incertidumbre regulatoria haría mella en los sectores
productivos. La inevitable inseguridad
jurídica que conllevaría el conocer que una
adquisición puede abortarse desde un palacio presidencial
acarrearía, inevitablemente, una reducción de las
transacciones realizadas en suelo
europeo.

Un panorama nada halagüeño para el
presidente de la Comisión Europea, José Manuel
Durao Barroso. Su posición es cristalina: "La defensa de
los campeones nacionales a corto plazo, por lo general termina
relegando a la segunda división en el largo
plazo".

Por "seguridad nacional"

Pese a las advertencias, lo cierto es que los estados
europeos se muestran sorprendidos por las formas, que no por el
fondo, del discurso nacionalista de Sarkozy. No reconocidos
públicamente y amparadas en la manida "seguridad nacional"
las maniobras proteccionistas están aflorando de forma
creciente en la Unión Europea.

Según el informe "Fortress
Europe – The risk of rising protectionism in Europe" elaborado
por el despacho de abogados CMS Albiñana &
Suárez de Lezo, excepto en Reino Unido y Países
Bajos, el resto de naciones del Viejo Continente disponen de
normas en
contra de los inversores extranjeros. Tal es así que, en
la práctica, a ningún Estado le hace falta
pronunciarse públicamente en favor de las reformas que
propone Sarkozy para seguir su camino.

Protección estratégica

En Bruselas, Alemania ha censurado duramente la
línea intervencionista del presidente galo, pero dentro de
sus fronteras está endureciendo su Ley de Comercio Exterior
para limitar el capital extranjero en empresas germanas. El goteo
proteccionista es constante. España,
República Checa Italia, Rumania, Rusia,
Eslovaquia y Ucrania, han protegido sus sectores
estratégicos, incluyendo el militar, mientras Francia,
además, guarda con celo sus negocios
tecnológicos y satelitales.

Por su parte, Suiza ha optado por proteger sus servicios
financieros en tanto que Austria, Polonia, Eslovaquia, Ucrania,
República Checa, Francia y Rumania y piden consentimiento
oficial a todo aquel extranjero que quiera operar en la industria de
las apuestas y lotería. Incluso el Gobierno del Reino
Unido se ha reservado la posibilidad de intervenir en casos de
seguridad nacional.

El comercio, limitado

La vigilancia de la Comisión Europea sobre las
políticas proteccionistas es constante pero los Estados
suelen preferir pecar por exceso que por defecto. Así,
entre 2007 y 2008, el Ejecutivo comunitario acabó abriendo
procedimientos
de infracción nada menos que contra Portugal,
España, Polonia, Hungría e Italia por restringir la
libre circulación de capital con leyes locales.

Pero el cierre de fronteras al capital extranjero no es
el único recurso del proteccionismo. La limitación
del comercio de bienes y
servicios es otra de las armas nacionalistas, y el colapso de la
Ronda de Doha de la OMC el pasado mes de julio es uno de sus
signos
más evidentes a nivel internacional.

La esperada realidad comercial multilateral
quedará limitada a la constitución de acuerdos bilaterales entre
países y las medidas "antidumping" y la imposición
de nuevos impuestos a las importaciones estarán para todos
a la orden del día. Las más afectadas por todo ello
serán las compañías cuyas cadenas de
suministro se encuentran repartidas entre distintos
países.

Contagio internacional

Una tendencia que, sin duda, seguirá aumentando a
la sombra del desfavorable panorama económico, el
proteccionismo creciente de EEUU y la agresividad con la que
Rusia quiere ganar peso internacional. Así lo teme el
director general de la Organización Mundial del Comercio,
Pascal Lamy, que acaba de advertir de que "por muy tentador que
parezca en momentos de crisis, es preciso evitar el aislamiento y
el proteccionismo" económicos. "No dan buenos resultados"
ha asegurado. "Se trata de políticas del pasado que no
tienen lugar en el futuro", ha remachado en su último
discurso público.

Al igual que el empresarial, el proteccionismo comercial
repercute negativamente tanto para las empresas extranjeras que
operan en Europa como para las empresas del Viejo Continente que
podrían verse beneficiadas de esa liquidez.

El tiempo dirá si el clamor a "Cerrar Europa"
lanzado por Sarkozy es, como auguran los liberales, una trampa en
el solitario.

– Tribuna: Daniel Innerarity – ¿Un mundo fuera de
control? (El País – 20/11/08)

La idea de un mundo interconectado, que nos ha servido
como lugar común para designar la realidad de la
globalización, implica, en principio, un mundo de responsabilidad limitada, cuando no difusa o
abiertamente irresponsable, sobre el que no puede establecerse
ningún control y del que nadie se hace cargo. La
interconexión significa, por una parte, equilibrio y
contención mutua, pero también alude al contagio,
los efectos de cascada y la amplificación de los
desastres, como es el caso de la reciente crisis financiera. El
mundo interconectado es también ese "mundo desbocado" del
que hablaba Giddens a la hora de calificar los aspectos menos
gratos de la globalización.

En el caso concreto de la
reciente crisis financiera la irresponsabilidad ha comenzado por
la imprevisión. Han funcionado muy mal los sistemas de
advertencia y prevención de riesgos. Las autoridades
correspondientes han tenido una mala percepción
de la gravedad de la crisis. Esta falta de anticipación
revela no tanto un problema moral o
político cuanto una grave deficiencia cognoscitiva, pues
es difícil entender por qué no se sacan las
conclusiones lógicas de una historia saturada de burbujas
especulativas con consecuencias desastrosas. Tenemos muy reciente
la crisis de la nueva economía y no hemos aprendido la
lección: entonces se nos anunciaba una nueva era
económica muy prometedora. Cuando domina la euforia
financiera la hipótesis de una crisis parece lejana y por
tanto incapaz de provocar las reacciones que aconsejaría
la prudencia. La primera explicación antropológica
de esta inadvertencia es que los profetas de las malas noticias no
son nunca bienvenidos. Pero hay también una
explicación ideológica y es que los defensores de
la teoría de la eficiencia
financiera llevan mucho tiempo diciendo que el mercado no se
equivoca nunca y celebrando "la sabiduría de las masas"
(Surowiecki). Y eso desincentiva la creación de
instrumentos de regulación.

No sé si es una falta de memoria
financiera, como ha dicho alguno, o una ceguera ante el desastre.
En cualquier caso, está claro que prevenimos muy mal los
desarrollos catastróficos y eso que no andamos faltos de
cálculos matemáticos sofisticados. No
disponíamos de una cartografía precisa de los riesgos que
permitiera anticipar su encadenamiento irracional. Una parte de
los riesgos había sido dispersada en el mercado, de manera
que las instituciones financieras apenas podían medirlos y
estimar su impacto futuro. Cuando el horizonte temporal se
estrecha y sólo es tenido en cuenta el interés
más inmediato es muy difícil evitar que las cosas
evolucionen catastróficamente. Tanto desde el punto de
vista informativo como de control, los mecanismos de
autorregulación se han revelado como insuficientes. Lo que
todo esto pone de manifiesto es que no sabemos todavía
detectar, gestionar y comunicar los riesgos globales.

La crisis financiera es, en última instancia, una
crisis de responsabilidad y el procedimiento que
mejor lo ha representado ha sido la extensión de productos
financieros como la titulización, que traducían la
voluntad de desplazar los riesgos hacia el infinito, es decir,
aceptar riesgos sin querer asumir las consecuencias. Se
trataría de algo que podríamos denominar como
"riesgos sin riesgos". La titulación ha actuado como un
mecanismo global de irresponsabilización, que diseminaba y
disimulaba a la vez los riesgos, haciendo opacos los mercados.
Éste y otros productos financieros permitían
evacuar o neutralizar los riesgos de las operaciones de
préstamo transfiriendo la carga hacia los mercados de
naturaleza especulativa. La opacidad de los mercados
impedía el control y toleraba riesgos excesivos,
títulos opacos cuyos riesgos nadie era capaz de evaluar.
De este modo se ha constituido un mercado financiero global en el
que los accionistas minoritarios de las empresas han presionado
para obtener unas tasas de rentabilidad
cada vez más elevadas. La irrealidad de los intercambios
económicos ha revelado que la globalización
financiera es mucho más frágil que la
globalización comercial.

Todo ello no hubiera sucedido si, al mismo tiempo, no
hubiera habido una dejación de responsabilidad por parte
de los Estados, de los bancos centrales y las instituciones
financieras mundiales. Los dirigentes económicos y
financieros han cometido el error de confiar absolutamente en la
capacidad autorreguladora de los mercados financieros y han
aceptado esta irresponsabilidad de los mercados de
crédito, sometidos al mismo modelo de
comportamiento
que el que funciona en las Bolsas. A esto se han añadido
unas operaciones de rescate que serán inevitables pero que
no van a servir para promover las conductas responsables. Se han
beneficiado de esas medidas aquellos actores económicos
que pueden asumir riesgos excesivos sin tener que sufrir las
consecuencias en virtud de las catástrofes en serie que su
quiebra
podría producir en el resto de la
economía.

La crisis nos exige construir una nueva responsabilidad
financiera, algo que se llevará a cabo más a
través del control y la supervisión que mediante la
regulación normativa. Nuestros dirigentes deberían
comprender que les corresponde poner a los grandes actores
económicos y financieros cara a sus responsabilidades:
responsabilidad de los prestamistas, limitando la
titulización, es decir, la opacidad de los riesgos en el
mercado de los productos derivados, de manera que las deudas no
sean instrumentos de especulación; responsabilidad de los
accionistas, reservando el derecho de voto a quienes se
comprometen establemente con la empresa para
permitirle llevar una verdadera estrategia; responsabilidad de
los Estados que se deben entender sobre un sistema de paridades
estables, impidiendo así las oscilaciones violentas de
divisas, desconcertantes para los agentes económicos;
responsabilidad de los bancos centrales, que deben aceptar
someter su gestión a la aprobación de los Estados
democráticos, con la preocupación de tomar en
cuenta todos los grandes parámetros decisivos para la
marcha de las economías: producción, empleo,
precios, endeudamiento, saldo presupuestario y saldo
exterior.

Pero conviene no perder de vista que estos compromisos
han de conseguirse en medio de una red cada vez más
densa de dependencias, donde las obligaciones
pierden visibilidad y nitidez. Al mismo tiempo, un mundo de
crecientes interdependencias aumenta también el
número de consecuencias de las acciones que no resultan
fáciles de imputar. Este conjunto de circunstancias y
otras similares justifican la denominación de
"irresponsabilidad organizada" (Ulrich Beck) a la hora de
calificar a nuestras sociedades,
aunque también cabe preguntarse si no se trata más
bien de una falta de organización, de que no hemos sido
capaces de organizar socialmente la responsabilidad a la vista de
que algunas de esas dinámicas contradicen claramente
muchos de nuestros derechos y nuestros deberes. La
debilitación del sentido de responsabilidad no es una
cuestión que pueda achacarse únicamente a los
políticos o a la desafección ciudadana, sino que
resulta más bien de esa mezcla de debilidad institucional
y fatalismo que caracteriza a nuestros compromisos
democráticos. Se pueden organizar muchas cosas para
identificar la responsabilidad y transformar dinámicas
ciegas en procesos
gobernables.

Han cambiado las condiciones en las que se pensaba y
ejercía la responsabilidad política. El problema
estriba en cómo representar esa responsabilidad en un
momento en el que ha perdido evidencia la relación entre
mi comportamiento individual (como prestamista, consumidor,
accionista, votante o cliente) y los
resultados globales. La
ilustración de esta nueva articulación entre lo
propio y lo común sólo se conseguirá si
desarrollamos un concepto de responsabilidad que haga justicia a
la actual complejidad social y corresponda a nuestras
expectativas razonables de conseguir un mundo que pueda ser
gobernado, del que nos hagamos cargo.

(Daniel Innerarity es profesor de Filosofía en la Universidad de Zaragoza y
autor de El nuevo espacio público)

– Reportaje: Primer plano – ¡Peligro!
Proteccionismo a la vista – La OMC renuncia a salvar este
año la ronda del comercio mundial (El País
14/12/08)

(Por J. P. Velázquez-Gaztelu)

Todo en Washington fueron buenas palabras. Reunidos para
hacer frente a la mayor crisis económica en ocho
décadas, los países miembros del G-20 prometieron
hacer todo lo posible para cerrar antes de fin de año las
negociaciones destinadas a revitalizar el comercio mundial y
ayudar a salir de la pobreza a
millones de personas. Un mes después, las probabilidades
de que se cumpla el compromiso se han esfumado. Un fracaso de
esta magnitud, advierten los expertos, puede ocasionar el retorno
de políticas proteccionistas que tan graves consecuencias
económicas, políticas y sociales tuvieron en
épocas pasadas.

Ni siquiera ha habido margen para pasar de las palabras
a los hechos. Los líderes de los países ricos y en
desarrollo tenían que demostrar si de verdad están
dispuestos a hacer los sacrificios necesarios para cerrar de una
vez la llamada Ronda de Doha, lanzada hace siete años en
la capital de Qatar con el ambicioso objetivo de
crear un entorno más justo para los países en
desarrollo mediante el derribo de las barreras comerciales y los
subsidios. Esa voluntad política en realidad no
existía.

Las reticencias de los países a abrir sus
mercados y recortar las ayudas a sus agricultores e industrias
han hecho imposible llegar a un acuerdo. El último
intento, en julio pasado, a punto estuvo de tener éxito,
pero el diálogo
quedó interrumpido ante la insistencia de India y China de
reservarse el derecho a imponer aranceles de salvaguardia para
proteger a sus campesinos en caso de un repentino aumento de las
importaciones de alimentos.

Pocas son las cuestiones pendientes en materia
agrícola e industrial, pero sí son muy sensibles
políticamente. Son los países en desarrollo,
ávidos de modernizar sus aparatos productivos y de mejorar
el nivel de vida de sus ciudadanos, los que más se juegan
en la partida. Economías en plena expansión como
Brasil y la India, pero también la mayoría de los
países africanos, quieren mejor acceso a los mercados de
las naciones ricas para vender sus productos, principalmente
agrícolas, aunque sin reducir demasiado sus propias
barreras a las importaciones. India, por ejemplo, considera que
sus más de 200 millones de agricultores no están -y
menos en los tiempos que corren- en las mejores condiciones de
someterse a la libre competencia mundial, de ahí su
exigencia de contar con aranceles de salvaguardia.

Estados Unidos y Europa, por su parte, se niegan a hacer
más concesiones -principalmente, bajar las subvenciones a
sus agricultores y abrir sus mercados de alimentos- si los
países emergentes no facilitan la entrada a sus productos
químicos, electrónicos y de maquinaria. La
Comisión Europea dejó caer, incluso, que si
comenzaban las negociaciones no tenían que hacerlo desde
el punto alcanzado en julio.

La tormenta mundial desatada por las hipotecas basura en Estados
Unidos ha hecho aún más urgente cerrar el proceso
de Doha. Para los defensores del libre comercio, el derribo de
barreras aumentaría los intercambios comerciales y
daría a la economía global un impulso que necesita
como agua de
mayo.

Pero en tiempos de crisis, con el desempleo al alza en
Los Ángeles,
Barcelona y Pekín, los Gobiernos parecen más
dispuestos a dejar a un lado el beneficio común para
proteger los intereses nacionales más inmediatos. "Los
malos tiempos económicos llevan a los países a
mirar hacia dentro, pero es una tentación en la que no
deberían caer", afirma Sidney Weintraub, experto del
Centro de Estudios Estratégicos e Internacionales, con
sede en Washington. Se verá, dice, "si existe la voluntad
política necesaria para cerrar con éxito las
negociaciones".

Antes de que la OMC admitiera su fracaso, Robert
McMahon, del Consejo de Relaciones Exteriores, también
desde Washington, ponía en duda la voluntad
política sobre todo de Estados Unidos, pero también
de India y China, cuyas actitudes en
la reunión de julio, a su juicio, impidieron el
acuerdo.

Hay serios motivos para no perder el tiempo: con la
mayoría de las grandes economías del mundo en
números rojos, el comercio mundial ha comenzado a notar el
impacto. Grandes países exportadores como Alemania,
Japón y Estados Unidos están en recesión, en
buena parte, como consecuencia de la caída de sus ventas
al exterior. El descenso de los intercambios comerciales trae
consigo una menor actividad en las fábricas, en las
oficinas y en los campos de cultivo de todos los países.
En una palabra, más paro.

Aunque apenas se vislumbraba la gravedad de la
situación actual, el tráfico de servicios y
mercancías aumentó el año pasado a un ritmo
más lento que el anterior. La falta de financiación
al transporte ha
agravado aún más las cosas, y miles de toneladas de
mercancías aguardan en los puertos a ser trasladadas a su
destino. El Banco Mundial pronostica que el comercio
internacional va a decrecer un 2,5% en 2009, en lo que
sería la primera caída desde 1982.

Aunque la mayoría de los economistas cree que un
aumento de los intercambios comerciales ayudaría a
revitalizar la actividad, se calcula que los cambios que
traería consigo el cierre de la Ronda de Doha
inyectarían en la economía tan sólo 700.000
millones de dólares al año, el 0,1% del PIB
mundial.

Si se trata de una cifra tan insignificante, ¿por
qué es tan importante llegar a un acuerdo? Para los
expertos, lo fundamental es que un éxito en las
negociaciones frenaría las tendencias proteccionistas,
impediría la reaparición de regímenes
totalitarios y contribuiría a garantizar la seguridad
mundial. La estabilidad social y política en China, por
ejemplo, depende de la modernización de su aparato
productivo, y éste se apoya sobre todo en las
exportaciones. Las ventas chinas en el extranjero descendieron en
noviembre pasado un 2,2% con respecto al mismo mes de 2007, la
mayor caída desde abril de 1999, mientras que las
exportaciones indias bajaron un 12% en el mismo periodo. Son
datos que no invitan precisamente al optimismo.

Federico Steinberg, investigador del Instituto Elcano y
profesor de la Universidad Autónoma de Madrid,
sostiene que lo más importante es no repetir los errores
de los años treinta, cuando las medidas proteccionistas
agravaron todavía más la situación
económica y propiciaron el nacimiento del nazismo y otros
regímenes. "Si cada uno va por su cuenta, y en eso
consiste el proteccionismo, acabaremos peor", afirma.

Para Sidney Weintraub, renunciar a un acuerdo puede
poner en duda la utilidad de
cualquier negociación comercial, socavar el prestigio
de la OMC y debilitar las actuales reglas del juego. Si la Ronda
de Doha fracasa definitivamente, eso dejaría el comercio
mundial en manos de las normas aprobadas al final de su
antecesora, la Ronda Uruguay, en
1994. Desde entonces, muchos países han rebajado
unilateralmente sus aranceles, pero aún tienen derecho a
subirlos hasta los límites fijados entonces.

La falta de unas bases mínimas de acuerdo para
convocar una reunión en Ginebra lanza, además, un
mensaje muy pesimista sobre la cooperación multilateral en
cualquier terreno. Un aspecto muy destacado de la Ronda de Doha
es que economías emergentes como India o Brasil
están desempeñando un papel determinante, tratando
de igual a igual a los países que tradicionalmente dominan
la escena internacional. Ahora no faltan quienes acusan a estos
países de no asumir su nuevo papel de potencias mundiales
que les obliga a trabajar activamente por un acuerdo.

Para cumplir el objetivo fijado en Washington, el
director general de la OMC, Pascal Lamy, ha estado intentando
desde hace unas semanas convocar en Ginebra una reunión de
ministros de comercio. Todo en vano. El pasado viernes finalmente
reconoció a los embajadores ante la OMC que no
había un consenso mínimo para convocar una
reunión ministerial. "Ha sido una decisión prudente
dadas las diferencias que existen", admitió el embajador
estadounidense ante la OMC, Peter Allgeier.

Malas noticias para otras reformas pendientes. Una
fuente de la OMC destaca que si con el 90% de la
negociación cerrada los países no consiguen llegar
a un acuerdo, "¿cómo van a reformar los mercados
financieros partiendo de cero?".

Lamy arrancó los tanteos con optimismo,
considerando que el momento era "maduro" para llegar a un acuerdo
y con el convencimiento de que aprobar las llamadas modalidades
(en el lenguaje de
la OMC, los porcentajes en que se recortarán los aranceles
agrícolas e industriales clave, que deben servir de base
de cualquier acuerdo) enviaría una señal clara de
que los 153 países miembros de la OMC "tienen la voluntad
de afrontar juntos los desafíos que presenta la crisis
actual". Esa señal ha sido la contraria.

El sábado pasado, la organización hizo
públicas dos propuestas -una sobre agricultura y otra
sobre productos manufacturados- que debían servir de base
para un acuerdo en la reunión ministerial. Lamy, que
aspira a un nuevo mandato de cuatro años al frente de la
organización, se ha encontrado en las consultas previas
con obstáculos difíciles de vencer. El ministro de
Comercio de India, Kamal Nath, ya había dejado claro al
director de la OMC que su país no tenía
intención de mostrar flexibilidad alguna desde las
posiciones de julio.

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