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América Latina, narración y cartografías




Enviado por Gregory Zambrano



Partes: 1, 2

    1. Resumen
    2. La espacialidad
      simbólica
    3. La cartografía
      fundante
    4. Otro
      espacio, otra tradición regional
    5. Referencias
      Bibliográficas

    Este artículo forma parte del Proyecto de
    Investigación H-938-06-06-B, financiado por
    el Consejo de Desarrollo
    Científico, Humanístico y Tecnológico
    (CDCHT) de la Universidad de
    Los Andes. Mérida, Venezuela.

    Resumen

    El sentido de cartografía como mapa legible, nos ayuda a
    comprender un espacio cultural –o lingüístico-,
    un territorio real o simbólico, amurallado en sus
    fronteras. Éste puede definirse por su complejidad ante
    los requerimientos de lo real. Culturalmente se encuentra marcado
    por un sentido de ruptura, que permite ser leído
    hacia el interior de sus tradiciones, estáticas y
    dinámicas, donde puedan asimilarse las identidades pero
    más aún las disonancias, las diferencias. La
    literatura
    posibilita la comprensión de esa espacialidad y promueve
    una forma alternativa de comprensión de las realidades
    delimitadas por los planos simbólicos que desde ella se
    construyen.

    PLABRAS CLAVES: AMÉRICA
    LATINA, MAPAS, NARRATIVA,
    ESPACIALIDAD, SIMBOLOGÍA

    La espacialidad
    simbólica

    El concepto de
    espacialidad se haya impregnado de paradojas. Éstas
    corresponden a un amplio espectro polisémico. Es un
    concepto que denota concreción territorial, pero
    también temporalidad, desplazamiento, distancia; puede ser
    real o imaginario, pero en todo caso, desde su contenido
    cósmico o su variable tangible, es una necesidad para el
    desarrollo de las colectividades. Es también, desde el
    punto de vista literario, una categoría estructural que
    remite a lo dramático, a lo escénico, a lo
    lúdico o a lo lírico. Cada una de esas variables se
    reviste de un valor vital,
    con ello simbólico o alegórico.

    El concepto de «región» como espacialidad,
    implica una serie de paradigmas que
    deben considerarse a la hora de establecer variables.
    Éstas abarcan no sólo geografías, sino
    también sustratos culturales, lenguas, usos
    y costumbres. Pensar en «regiones» desde América
    Latina supone un conocimiento
    detallado, menudo, de las diversas realidades enmarcadas en ese
    amplio diagnóstico que siempre está
    renovándose, enriqueciéndose y
    complejizándose.

    Por supuesto que esta consideración va más
    allá de la noción de paisaje. Ésta se
    establece como una resignificación que va de lo objetivo hacia
    lo intuitivo, nutriéndose de una carga que es afectiva,
    sensorial, intelectiva. La misma se ubica en una dimensión
    que no es sólo espacio-temporal, sino simbólica o
    alegórica. El paisaje se sitúa en el punto de
    convergencia entre lo real y lo imaginario, en esa zanja
    indefinible donde es posible la duda, la sorpresa, la pregunta,
    el estremecimiento, en fin, el lugar donde se percibe, en el
    sentido más amplio del término, la belleza de la
    creación.

    Los modos como la realidad espacial se construye pasan por el
    tamiz subjetivo de quien narra. La palabra hace posible la
    realidad, pero sólo cuando supera la sintaxis, y se
    convierte en relato. Así, cuando en la famosa
    crónica de 1568, La Historia Verdadera de la
    Conquista de
    la Nueva España
    , Bernal Díaz del Castillo
    (1496-1584) se maravilla ante la presencia mágica del
    antiguo Tenochtitlan, nombra un paisaje, una geografía, una
    imagen que se
    organiza discursivamente como una posibilidad dentro de lo
    inexplicable. Y con ello construye también el sintagma
    perfecto que engloba una realidad nueva, compleja en su grandeza
    y por ello casi irreal. Allí también la palabra
    funda una geografía, un paisaje, nombrado de manera
    novedosa. Tal capacidad de síntesis,
    le serviría muchos años más tarde a otro
    observador atento a los matices de la representación, como
    Carlos Fuentes
    (1928), quien partiendo de una frase de Bernal da título a
    una de sus más sugerentes novelas La
    región más transparente
    (1958).

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