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Influencia de Mario Vargas Llosa en la Cultura Peruana (página 2)




Enviado por Giulio Soto Privat



Partes: 1, 2, 3

Paralelamente a sus estudios desempeña hasta
siete trabajos diferentes: redactar noticias en
Radio Central
(hoy Radio Panamericana), fichar libros y
revisar los nombres de las tumbas de un cementerio, son algunos
de ellos. Sin embargo, sus ingresos totales
apenas le permitían subsistir. En 1959 parte rumbo a
España
gracias a la beca de estudios "Javier Prado" para hacer un
doctorado en la Universidad
Complutense de Madrid;
así, obtiene el título de Doctor en Filosofía y Letras. Luego de un año
se instala en París. Al principio su vida en la ciudad de
la luz transcurre
entre la escasez y la
angustia por sobrevivir, por lo que acepta trabajos que, o bien
lo mantenían en contacto con su idioma a través de
la enseñanza (fue profesor de
español en
la Escuela Berlitz),
o le permitían trabar amistades literarias, como cuando
fue locutor en la ORTF francesa o periodista en la sección
española de France Presse.

Los esfuerzos por llevar a cabo su vocación
literaria dan su primer fruto cuando su primera
publicación, un conjunto de cuentos
publicados en 1959 con el título Los jefes,
obtiene el premio Leopoldo Arias. Anteriormente había
escrito una obra de teatro, el drama
La huída del Inca. En 1964 regresa al
Perú, se divorcia de Julia Urquidi y realiza su segundo
viaje a la selva donde recoge material sobre el Amazonas y sus
habitantes. Viaja a La Habana en 1965, donde forma parte del
jurado de los Premios Casa de las Américas y del Consejo
de Redacción de la revista
Casa de las Américas; hasta que el caso Padilla
marca su
distanciamiento definitivo de la revolución
cubana en 1971. En 1965 se casa con Patricia Llosa. De la
unión nacen Álvaro (1966), Gonzalo (1967) y Morgana
(1974). En 1967 trabaja como traductor para la UNESCO en Grecia, junto
a Julio
Cortázar; hasta 1974 su vida y la de su familia
transcurre en Europa,
residiendo alternadamente en París, Londres y Barcelona.
En Perú, su trayectoria sigue siendo fructífera. En
1981 fue conductor del programa
televisivo La Torre de Babel, transmitido por
Panamericana Televisión; en 1983, a pedido expreso del
presidente Fernando Belaúnde Terry, preside la
Comisión Investigadora del caso Uchuraccay para averiguar
sobre el asesinato de ocho periodistas. En el ´87 se
perfila como líder
político al mando del Movimiento
Libertad, que
se opone a la estatización de la banca que
proponía el entonces presidente de la
República Alan García Pérez.

El año 1990 participa como candidato a la
presidencia de la República por el Frente
Democrático-FREDEMO. Luego de dos peleados procesos
electorales (primera y segunda vuelta), pierde las elecciones y
regresa a Londres, donde retoma su actividad literaria. En marzo
de 1993 obtiene la nacionalidad
española, sin renunciar a la nacionalidad
peruana. En la actualidad colabora en el diario El
País
(Madrid, España, Serie Piedra de
toque
) y con la revista cultural mensual Letras
Libres
(México
D.F., México, Serie Extemporáneos). Los
méritos y reconocimientos lo acompañan a lo largo
de su carrera. En 1975 es nombrado miembro de la Academia Peruana
de la Lengua y en
1976 es elegido Presidente del Pen Club Internacional. En 1994 es
designado como miembro de la Real Academia
Española.

Asimismo, ha sido Profesor Visitante o Escritor
Residente en varias universidades alrededor del mundo, como en el
Queen Mary College y en el King´s College de la Universidad
de Londres, en la Universidad de Cambridge y en el Scottish Arts
Council (Inglaterra); en
el Washington State, en la Universidad de Columbia, en el Woodrow
Wilson International Center for Scholars del Smithsonian
Institution, en la Universidad Internacional de Florida, en la
Universidad de Harvard, en la Universidad de Siracusa, en la
Universidad de Princeton y en la Universidad de Georgetown
(Estados
Unidos); en la Universidad de Puerto Rico en
Río Piedras (Puerto Rico); en el Wissenschaftskolleg y en
la Deutscher Akademischer Austauschdienst (Berlín,
Alemania);
entre otras.

1.2. Obras y el surgimiento
literario:

Las siguientes obras forman parte de su vasta producción literaria: El
desafío
, relato (1957); Los jefes,
colección de cuentos (1959); La ciudad y los
perros
, novela (1963);
La casa verde, novela (1966); Los cachorros,
relato (1967); Conversación en La Catedral,
novela (1969); Carta de batalla por Tirant lo Blanc,
prólogo a la novela de
Joanot Martorell (1969); Historia secreta de una novela,
ensayo (1969); García Márquez: historia de un
deicidio
, ensayo
literario (1971); Pantaleón y las visitadoras,
novela (1973); La orgía perpetua: Flaubert y Madame
Bovary
, ensayo literario (1975); La tía Julia y
el escribidor
, novela (1977); La señorita de
Tacna
, teatro (1981); La guerra del fin
del mundo
, novela (1981); Entre Sartre y
Camus
, ensayos
(1981); Kathie y el hipopótamo, teatro (1983);
Contra viento y marea, ensayos políticos y
literarios (1983); Historia de Mayta, novela (1984);
La suntuosa abundancia, ensayo sobre Fernando Botero
(1984); Contra viento y marea, volúmenes I
(1962-1972) y II (1972-1983), (1986); La Chunga, teatro
(1986); ¿Quién mató a Palomino
Molero
?, novela policial (1986); El hablador,
novela (1987); Elogio de la madrastra, novela (1988);
Contra viento y marea, volumen III
(1983-1990), (1990); La verdad de las mentiras, ensayos
literarios (1990); A Writer"s Reality, colección
de conferencias dictadas en la Universidad de Siracusa
(1991).

Un hombre triste
y feroz
, ensayo sobre George Grosz (1992); El pez en el
agua
, memorias
(1993); El loco de los balcones, teatro (1993);
Lituma en los Andes, novela (1993); Desafíos
a la libertad,
ensayos sobre la cultura de la
libertad (1994); Ojos bonitos, cuadros feos, obra
dramática para radio (1994); La utopía arcaica,
José María Arguedas y las ficciones del
indigenismo
, ensayo (1996); Making Waves, selección
de ensayos de Contra viento y marea, publicado
sólo en inglés
(1996); Los cuadernos de don Rigoberto, novela (1997);
Cartas a un joven novelista, ensayo literario (1997);
La fiesta del Chivo, novela (2000); Nationalismus
als neue Bedrohung
, selección de ensayos
políticos, publicado sólo en alemán (2000);
El lenguaje de la
pasión
, selección de artículos de la
serie Piedra de toque (2001).

Sus obras han sido traducidos al francés,
italiano, portugués, catalán, inglés,
alemán, holandés, polaco, rumano, húngaro,
búlgaro, checo, ruso, lituano, estonio, eslovaco,
ucraniano, esloveno, croata, sueco, noruego, danés,
finlandés, islandés, griego, hebreo, turco,
árabe, japonés, chino y
coreano.[3]

CAPÍTULO II

Estilo
Literario

  • Figuras Literarias:

"La literatura es una actividad
fundamental y de ninguna manera una especialidad. Debe ocupar un
lugar importante en las vidas de todas las personas, porque es
una fuente de conocimientos y una fuente extraordinaria de
placer. Ese es el mensaje que yo traigo a los jóvenes:
convencernos de que los libros son importantes porque no hay una
diversión que sea más sana, exaltante y
estimulante; un buen libro
realmente creativo, agudiza nuestra sensibilidad, desarrolla en
nosotros un gran sentido crítico y transforma nuestra
existencia."
[4]

Mario Vargas Llosa es un escritor peruano que
nació en el año 1936 en la ciudad de Arequipa,
comenzó a estudiar derecho y desde temprana edad
sentía que su gran vocación era la literatura: "Yo
creo que la literatura es lo mejor que existe en el mundo, es la
creación humana por excelencia, lo que más ayuda a
la gente a vivir, a soportar los momentos tristes, a
enriquecerse, y lo creo porque es lo que ha ocurrido en mi caso.
Yo aprendí a leer cuando tenía cinco años de
edad, y siempre digo que es lo mejor que me ha pasado en la vida.
Recuerdo como si fuera ayer esa extraordinaria
transformación de la realidad, el poder vivir
varias vidas a la vez; salir del ámbito, del tiempo o del
espacio y poder viajar hacia el futuro, o hacia el pasado por
medio de los protagonistas de las historias que en aquel entonces
leía…Ser muchos seres sin dejar de ser yo mismo, creo
que esa es la gran constitución de la literatura
interactiva."

Hoy Vargas Llosa confiesa que las pasiones de su vida
son la literatura y la libertad. Sus ideas liberales lo llevaron
a interesarse en el ámbito político, y llegó
a ser candidato a presidente en Perú, perdiendo las
elecciones con el polémico Fujimori, a quien
después combatió en carácter de opositor. Su primera
publicación fue un libro de relatos llamado "Los Jefes",
en el año 1959, cuando Vargas Llosa tenía tan solo
26 años. Más tarde publicó "La ciudad y los
perros"
(1963), "La casa verde" (1966), "Conversación en la
catedral", y la última de este autor, "Los cuadernos de
don Rigoberto". Al ser consultado sobre sus inicios como
escritor, manifestó que paralelamente a escribir,
dedicó gran parte de su tiempo a estudiar abogacía:
"El momento decisivo para mí fue el año 1958, ya
había terminado la universidad, con seguí una beca
para hacer un doctorado en España y al llegar allá,
recuerdo haber tenido una reflexión y me dije, lo que
más me gusta, lo que más me importa en la vida es a
lo que menos tiempo dedico.

Entonces me pregunté si podía realmente
ser escritor, de ahí en más organicé mi
tiempo y le brindé la mayor parte de mi energía a
lo que realmente amo, que es la literatura. También voy a
tratar de conseguir trabajos alimenticios, en la medida que no
interfieran ni destruyan mi compromiso con mi vocación.
Fue una decisión magnífica y formidable, porque me
dio mucha seguridad,
entonces pude emprender trabajos como periodista, traductor, y
otros, que me dejaban mucho tiempo para la literatura, y que
fueron haciendo de mí en la práctica, cada vez
más, un escritor. Hasta que de pronto, para mi sorpresa y
como si fuese un milagro, la literatura se convirtió en
una profesión que me permitía vivir de una manera
digna y mejor de lo que yo esperaba."

Así Vargas Llosa llegó a convertirse en un
escritor de fama mundial; Su estilo literario es muy rico, sus
relatos son sumamente inteligentes, y el humor en sus libros es
permanente. Los Cuadernos del Señor Rigoberto, es un
relato en el cual el sexo en sus
más perversas y desenfrenadas expresiones se mezclan con
el humor constante y el sentido subjetivo para analizar el mundo
de Rigoberto, un hombre mañoso y cerrado que dentro de su
biblioteca tiene
la descripción de su forma de pensar. En este
libro se leen cartas, relatos y
ensayos del protagonista, que seguramente reflejan ideas del
escritor. La crítica
desmesurada e irónica hacia la gente en general, es
constante.

  • La creación de nuevos
    mundos:

Camilo José Cela, Nobel de Literatura, fue el
académico que respondió al discurso de
ingreso de Vargas Llosa. En su intervención elogió
los méritos literarios del autor de "La casa verde", su
"pasión narrativa" al tiempo que puso algunos reparos a
determinadas apreciaciones de Vargas Llosa sobre la obra y la
trayectoria de Azorín.

El texto del
discurso de Cela es el siguiente:"Entra hoy en nuestra casa un
escritor, suceso que, quizá por no agobiadoramente
sólito, deberíamos señalar con piedra blanca
y disparando cohetes de alegría. De pasada y como en un
aparte teatral, os recuerdo, señor novicio, que fuisteis
presentado por los tres más antiguos individuos de
número de la Academia, y la antigüedad, según
pienso y se dice en la milicia, es un grado.

Os deseo, excelentísimo señor don Mario Vargas
Llosa, que entréis con buen pie en esta atalaya desde
la que se vela por la correcta salud y opima cosecha humana
y literaria de la gloriosa lengua española, tan zarandeada
por tirios y troyanos ante la irresponsable indiferencia de los
administradores del procomún. También pido a los
clementes dioses que os concedan muy larga vida para que
podáis sentaros tiempo y tiempo en la silla que os ha
correspondido tras las ionesquianas piruetas –el adjetivo
es vuestro, don Mario- que acompañaron al alumbramiento
académico que hoy culmina y se perfecciona. Señores
académicos: Mario Vargas Llosa, español del
Perú, acaba de hablamos de Azorín con muy medidas y
sagaces palabras. A nadie, que en estos momentos recuerde,
había oído
comentar la figura y la obra del maestro de Monóvar con
tanto fundamento y brillantez como a nuestro recipiendario, si
hago omisión del maestro Ortega, en su diáfano
ensayo Primores de lo vulgar concitado por nuestro
recipiendario, y de la honda e inteligente glosa que le
dedicó el alto poeta y eximio profesor Pedro Salinas en
sus clases de literatura española contemporánea en
la Facultad de Filosofía y Letras de la entonces
Universidad Central; en el tiempo inmediatamente anterior a la
guerra civil. Y en esta casa quedan, por fortuna, dos testigos de
aquel curso memorable.

Vargas Llosa acaba de decirnos que leyó por
vez primera a Azorín en su último año de
colegio, allá en la calurosa y remota tierra de
Piura, tan distinta, de la cervantina ruta de Don Quijote, cuya
crónica literaria fue publicada hace ya noventa
años pero sigue aún fresca y lozana, quizá
fuera mejor decir inmarcesible, pese a todo el accidentado y
devorador tiempo transcurrido. Nos dice quien acaba de
deleitarnos con su discurso que el autor tratado con tanto mimo y
respeto, con
tanta inteligencia,
simpatía y, ¿por qué no decirlo?,
también con tanta tan bella y noble complicidad, se erige,
sólo con este libro, en uno de los más elegantes
artesanos del español y en el creador de un proteico
género
literario que de todo tiene –de fantasía y de
observación, de crónica viajera y
ensayo crítico, de diario íntimo, de reportaje y de
emocionada ficción-, pero yerra, a lo que pienso, al
afirmar que Azorín, en su férrea estética literaria, se propuso no salir
jamás fuera de las lindes y de la estrecha celda del
arte menor.
¿A qué llama usted, don Mario, arte menor? Pero no
juguemos con las palabras, porque, tras cada palabra esgrimida,
siempre puede agazaparse la idea de una liebre huyendo. Y usted
también acaba de decirnos que cada uno de los
dieciséis capitulillos de La ruta de Don
Quijote
ensaya a rebasar sus fronteras y a volar por su
cuenta y a su altura, como esas "novelas
insolentes" de las que nos habla con muy sagaz
señalamiento.

Duda nuestro recipiendario de que La Mancha fuera tal
como Azorín nos la pinta, y en esa apreciación
tampoco acierta del todo, a mi juicio, ya que las recreaciones
del maestro no están más quietas que el mundo que
reflejan, o que son genial trasunto de su misma esencia, calidad y
estupor. Cuatro figuras del 98: Valle-Inclán, Unamuno,
Baroja y Azorín,
en las que, hablo de estos,
contraponiendo sus figuras y ensayaba a dibujar sus siluetas con
todo el amor y el
respeto que les profesaba y sigo profesando, y con todo el rigor
del que pude ser capaz. Azorín, trataba entonces de
señalar y repito ahora, sufre viendo cómo se quema
el tiempo, cómo se agotan los plazos de los últimos
poderes terrenales y el paso del tiempo, el cruel y
desconsiderado caminar del reloj, y del calendario es su
permanente, más fiel y mejor dibujado personaje.
También con traponía el espíritu que animaba
a los héroes de Baroja –Silvestre Paradox, el
arbitrista; Jaun de Alzate, el caballero; Zalacaín, el
arrojado; Aviraneta, el conspirador- que morían
incendiados en la acción,
con los antihéroes de Azorín –Antonio
Azorín, el resignado; don Bernardo Galavís, cura de
Riofrío de Ávila, el resignado; dan Juan, el
resignado- que agonizaban helándose en la inacción,
en la contemplación. Baroja –y termino con lo que
entonces dije- viene de Nietzsche y de
Sorel, y Azorín, por el otro camino, llega desde los
piadosos limbos de Orígenes y de Molinos. Baroja –de
lo dicho se desprende- guarda un petardo anarquista en la cabeza.
Azorín –tras de lo que se habla cabe suponerlo-
esconde una maquinista quietista y casi virtuosa entre los
pliegues y los surcos del cerebro. Vargas
Llosa, al hablarnos de que los personajes de Azorín ni se
desean ni se odian, sino que vegetan y se entregan a sus menudas
labores con tanto fatalismo como perseverancia y tanta ternura
como espiritualidad, acierta en la diana misma de los
propósitos literarios de Azorín, quien sin
proponérselo siquiera, refleja el mundo en torno a
través de unos personajes introvertidos, que viven y
mueren cuidándose en sus últimos pulsos. Y cuando
comenta el libro Al margen de los clásicos,
resalta el papel de Azorín como escritor puente entre los
grandes autores pretéritos y el actual lector ignaro, al
que él llama, piadosamente, profano, y señala que
nadie trabajó con más ahínco que el maestro
Azorín para acercar a los clásicos al hombre "del
común", y no es gratuito su recuerdo de
Montaigne.

Quisiera pasar como sobre ascuas por encima del pensamiento de
Vargas Llosa acerca de las convicciones políticas
de Azorín, que fue un conservador, es cierto, pero no
más que por el sendero de la inexplicable adoración
que sentía por el poder constituido, sea el que fuere, y
el último que le tocó vivir fue el del general
Franco; querer encontrar connotaciones políticas, y menos
aún ideológicas, entre Azorín y los
sucesivos gobernantes españoles que le tocó padecer
en su larga vida, es tanto como querer buscarle los cinco pies al
gato. Vargas Llosa acierta una vez más cuando descubre que
en la obra de Azorín se prueba que al genio
literario le son indiferentes los temas e incluso las ideas, y
que en su prosa ha idealizado la realidad y ha suplido el mundo
real de la historia por el mundo ficticio de la
literatura.

Y poco más me quedaría ya por decir sobre
Las discretas ficciones de Azorín y el gozoso
evento que aquí nos reúne esta tarde: la entrada en
la Academia de un escritor, Mario Vargas Llosa, que a todos ha de
honrarnos con su presencia y aleccionamos con su
sabiduría. Azorín, en el capítulo II de su
libro Valencia, en el que titula "La
eliminación", nos habla con muy honda perspicacia del
estilo literario. "Entre todo el laberinto del estilo –nos
dice- se levanta el vocablo eliminación. Porque de la
eliminación depende el tiempo propio a la prosa. Y un
estilo es bueno o malo según discurra la prosa, con
arreglo a un tiempo o a otro. Según sea más o menos
lenta o más o menos rápida. Fluidez y rapidez:
ésas son las condiciones esenciales del estilo, por encima
de las contradicciones que preceptúan las aulas y
academias: pureza y propiedad".
Estos ingredientes también se cuecen, con eficacia y
hondura, en la olla literaria de Vargas Llosa, que no está
tan lejos como supone de la de Azorín, ya que, por encima
de la mera palabra y la efímera y siempre repetida
circunstancia, sobrevuelan en todo momento y por fortuna las
devociones comunes y los idénticos y más
arriesgados afanes humanos y literarios.

Abdicaría de mis convicciones más hondas
si a la postre de esta sucinta bienvenida al nuevo
académico también postergase, al referirme a
él, la consideración de la materia prima
para ensalzar la estimación del escolio. Don Mario Vargas
Llosa nos acaba de demostrar su capacidad para, iluminar la obra
creativa de otro escritor y académico: don José
Martínez Ruiz, Azorín, como ya lo había
hecho cumplidamente con Flaubert, con García
Márquez, con José María Arguedas o con
clásicos de nuestras lenguas como
Amadis de Gaula o Tirant lo Blanc.

Estamos sobre todo ante un poeta en el sentido
etimológico de la palabra, ante un hombre que con su
imaginación, con su arte y con su lengua es capaz de
conseguir lo que pocos mortales alcanzan: crear una realidad
verbal que remeda, enriquece o trasciende la realidad
común. En cierto modo, para él escribir novelas es
un acto de rebelión constante, una forma sutil de
deicidio, pues, como una especie de divinidad escribidora,
alcanza a crear otros mundos para corregir las limitaciones del
que le ha tocado vivir. Para don Mario, la raíz de su
vocación es un sentimiento de insatisfacción contra
la vida, y cada novela representa un asesinato simbólico
de la realidad.

Asesinato que, paradójicamente, produce vida, y
reconforta y regocija a sus lectores. La pasión narrativa,
el placer de contar que Mario Vargas Llosa tanto admiraba en
Martorell es lo que todas sus novelas, desde La ciudad y los
perros o La casa verde
hasta Elogio de la madrastra o
Lituma en los Andes,
nos transmiten junto a otra virtud
creativa no menos apreciable que las mencionadas, y con la que he
de concluir. Vargas Llosa, lector él mismo impenitente,
glosador de sus clásicos y de algunos de sus propios
coetáneos, se transmuta en escritor original, con voz
propia, cuando enfrenta el sumo y último reto literario,
que es el de crear mundos. Y para ello juega con el lenguaje,
incorporando a través de él la tradición que
va desde los romances medievales a la renovación del gran
realismo del
pasado siglo, pero asimilando igualmente formas, géneros y
registros
característicos de la cultura popular
contemporánea.[5]

CAPÍTULO III

Análisis
de sus obras

  • Conversación en la
    Catedral:

Ambrosio habla […] Su voz le llega titubeante,
temerosa, se pierde, cautelosa, implorante, vuelve, respetuosa o
ansiosa o compungida, siempre
vencida.[6]

La publicación de Conversación en La
Catedral fue recibida con admiración, controversia y
desconcierto en 1969. Mario Vargas Llosa (Arequipa, 1936),
entonces joven escritor de la generación del 50 ya con el
reconocimiento internacional e integrante del boom
hispanoamericano, hacía noticia esta vez con una novela
que para la crítica sería considerada luego una de
sus mejores producciones por el dominio de las
técnicas narrativas más audaces. Con
más de seiscientas páginas la novela era y es
todavía un reto para un lector promedio quien tras una
lectura
exigente comprende que el tema principal se centra en la dictadura en
el Perú de los años cincuenta. La intención
es clara representar lo mejor posible y de la manera más
descarnada la historia de Santiago Zavala, teniendo como
referente inmediato el gobierno del
general Odría. En realidad, visto de otra forma la
historia de "Zavalita" es un pretexto para develar la corrupción, la discriminación y la violencia que
testimonian la decadencia del gobierno militar para hacerse y
quedarse en el poder. Para entender en su justa medida la
importancia de esta novela, sería pertinente detenernos
por una momento en la clasificación de la
novelística de Vargas Llosa, que van en su haber
dieciséis. Como se sabe, el escritor siempre ha sido un
asiduo lector de las novelas de caballerías y en
éstas ha descubierto la libertad con la que los autores
pueden franquear la frontera entre
lo real y lo imaginario, fundiendo en uno varios niveles que
permiten presentar una imagen más
completa de la realidad. Es así que surge la idea de la
novela total entendida "como un universo
autosuficiente y como una suma abarcadora capaz de comprender
diversos niveles de realidad".

Hay dos tipos de novelas: "clásicas" y las "de
género". Las primeras se orientan a la concepción
de novela total en un intento por construir un mundo imaginario
donde se explora una diversidad de temas. A este tipo
corresponden La ciudad y los perros, La casa verde,
Conversación en La Catedral y La guerra del fin del mundo.
Curiosamente son las más complejas y extensas, de lectura
permanente. En cambio, al
segundo tipo de novelas al que pertenecen Pantaleón y las
visitadoras, La tía Julia y el escribidor, Historia de
Mayta, ¿Quién mató a Palomino Molero?, El
elogio de la madrastra, El hablador, y demás; se inscriben
dentro de los géneros menores: la novela paródica,
la rosa, la de política-ficción, la policial, la
erótica, la antropológica, etc. Al parecer Vargas
Llosa experimenta y casi agota cada posibilidad genérica
de la novela, con el objetivo de
abarcarlo todo. Se trata de novelas que no son totalmente
verosímiles y de menor complejidad, incluso algunas
fallidas de poca trascendencia.

Si consideramos lo recientemente planteado, podemos
clasificar a Conversación en La Catedral dentro del primer
tipo, en las novelas donde la idea de totalidad cobra relevancia.
De ahí nuestro interés
sea observar cómo gracias a esta representación
totalizante de la realidad en esta novela, se puede apreciar
tanto el juego de las
relaciones de poder como el conflicto
interracial entre blancos y mestizos (incluido el elemento
afro-peruano), como parte integrante de una sociedad en la
que predominan la discriminación, el racismo y la
violencia política.

3.1.1. LA DICTADURA IMAGINADA:

Como se sabe, en el corpus de la literatura
hispanoamericana hay toda una vertiente que se ha optado por
llamar "narrativa de la dictadura". Esta problemática
social que es parte de la historia de nuestros países hace
mucho se ha vuelto además un tema literario de
interés de algunos escritores. La imagen del sujeto
dictatorial ha proporcionado diversos tipos y perfiles
(déspota, omnipotente, omnipresente) así como el
fenómeno del autoritarismo se ha ficcionalizado de
distintas maneras (corrupción, coerción moral,
tráfico de influencias, chantaje, etc.), describiendo
predominantemente sus efectos (fuerza bruta,
exilios, torturas, desaparición, encarcelamiento,
persecución y asesinato) antes que el sistema de la
dictadura en sí.

Sin lugar a dudas esto es lo que se puede apreciar en
novelas como por ejemplo: El señor presidente (1946) de
Miguel Ángel Asturias, El recurso del método
(1974) de Alejo
Carpentier, Yo el Supremo (1974) de Augusto Roa Bastos, El
otoño del patriarca (1975) de Gabriel García
Márquez, entre las más conocidas. A esta lista
habría que agregar dos novelas de Vargas Llosa, me refiero
a Conversación en La Catedral y La fiesta del Chivo
(2000). La primera acabamos de decirlo describe la dictadura del
general Odría en el Perú de los años
cincuenta, mientras que la segunda novela se ocupa de representar
el gobierno del general Trujillo en la República
Dominicana. Es decir, el autor está muy interesado en
describir los temas del militarismo autoritario y la
corrupción del poder en su obra. Para el análisis de Conversación en La
Catedral es necesario remitirse antes a la historia y ésta
se centra en Santiago Zavala, joven de 30 años y
editorialista de La Crónica, quien inicialmente debe
rescatar su perro de la perrera. Al llegar al local municipal se
encuentra con Ambrosio, el antiguo chofer en la casa familiar;
así que deciden beber unos tragos en La Catedral, un sucio
y apestoso bar del centro de la ciudad. La conversación
dura alrededor de cuatro horas y se remonta al pasado, 15
ó 20 años atrás. Santiago está muy
interesado en que Ambrosio le cuente la verdad sobre la
relación homosexual con su padre, Don Fermín
Zavala, y el asesinato de La Musa, antigua amante del poderoso
Cayo Bermúdez. Pero Ambrosio prefiere mentir o negar su
vinculación con ambos personajes. Así el diálogo se
quiebra, Santiago
regresa a casa más frustrado que antes y sin respuestas;
mientras que Ambrosio, cansado y sin esperanzas, espera su
final.

Lo llamativo está en que la novela de Vargas
Llosa plantea además una complejidad mayor en el nivel
narrativo, con cuatro partes bien definidas y capítulos al
interior de cada una. De modo que es notoria la presencia de un
narrador extradiégetico-heterodiégetico que nos
alcanza la perspectiva de Santiago sobre los hechos ocurridos, en
tanto que se accede a la voz de los demás personajes
actualizando diálogos yuxtapuestos que nos completan la
mirada sobre el pasado. De este modo a la conversación
principal entre Santiago y Ambrosio en presente se suma una
pluralidad de voces y
focalizaciones internas (Carlitos-Santiago, Ambrosio-don
Fermín, Queta-Ambrosio, etc.). Estamos en buena cuenta
ante una novela que logra su complejidad y polifonía
gracias a la simultaneidad, la fragmentación y las
técnicas narrativas más audaces (cajas chinas,
vasos comunicantes, salto cualitativo, etc.). Cabe agregar que el
narrador vuelve una y otra vez sobre el narratorio, para
replantear preguntas que se hace el propio Santiago en su
interior: "¿En qué momento se había jodido
el Perú? […]Él era como el Perú, Zavalita,
se había jodido en algún momento. Piensa:
¿en cuál?"[7]. Es decir, cuando
empezó su degradación y marginalidad, la
ruptura con la familia y
con la burguesía. No hay respuesta posible y si la hay se
duda o se la deja para después. Volveremos sobre este tema
más adelante.

Ahora bien, si nos concentramos en la imagen del
dictador que describe la novela observaremos que éste
permanece en ausencia, salvo algunas alusiones muy concretas
como, por ej.: "Odría es un soldadote y un cholo" u
"Odría era el peor tirano de la historia del Perú".
En vez del dictador tenemos a Cayo Bermúdez quien es, en
realidad, el que hace el trabajo,
ejecuta las políticas y prolonga su poder. Como él
mismo revela, la posición que ocupa en el gobierno tiene
dos razones: "La primera, porque me lo pidió el general.
La segunda, porque él aceptó mis condiciones:
disponer del dinero
necesario y no dar cuenta a nadie de mi trabajo, sino
a él en persona"[8]. De esta manera Cayo
Bermúdez resulta la "mano derecha" y el "hombre de
confianza" del dictador. En su nombre entonces encarcela,
corrompe, persigue, reprime y manda matar si es
necesario.

La historia personal de Cayo
Bermúdez se origina en la provincia. Su padre fue el
llamado Buitre, ex capataz de la Hacienda La Flor, prestamista y
alcalde, quien logra una cierta fortuna que le permite establecer
una ferretería y un almacén en
Chincha. En cambio su madre, Catalina, fue una mujer muy
religiosa, conocida como la Beata. Cuando Cayo Bermúdez se
enamora y rapta a Rosa, la hija de la lechera, se produce la
ruptura familiar. Más tarde, al fallecer el padre
él se hace cargo de los negocios hasta
el día en que el general Espina, amigo de infancia y
Ministro del general Odría, lo manda llamar para darle un
puesto en el gobierno. Es ahí cuando cobra importancia
política Cayo Bermúdez al ser nombrado, primero,
Director de Gobierno y, después, Ministro de Interior.
Dejando atrás en provincia y casi en el olvido a su
impresentable esposa, convive con Hortensia, conocida como La
Musa, bailarina, prostituta y lesbiana. Es Cayo Bermúdez,
el que entonces concentra el poder y asciende socialmente, a
pesar de tratarse de un mestizo resentido y excluido por una
sociedad prejuiciosa y racista. Recuérdese su
caricaturesca descripción física y
moral:

"Don Cayo era chiquito, la cara curtida, el pelo
amarillento como tabaco pasado,
ojos hundidos que miraban frío y de lejos, arrugas en el
cuello, una boca casi sin labios y dientes manchados de fumar,
porque siempre andaba con un cigarrillo en la mano. Era tan
chiquito que la parte de delante de su terno se tocaba casi con
la de atrás […] Apenas si se cambiaba de terno, andaba
con las corbatas mal puestas y las uñas sucias. Nunca
decía buenos días ni hasta luego […] Siempre
parecía muy ocupado, preocupado, apurado, encendía
sus cigarrillos con el puchito que iba a botar y cuando hablaba
por teléfono decía solo sí, no,
mañana, bueno"[9].

Estamos ante el sujeto disminuido y vengativo pero
aceptado por su dinero en los diferentes espacios en que se
ostenta el poder y la corrupción. Por ejemplo, en el
burdel Malvina soporta sus desplantes porque él
"sacó unos billetes de su cartera y los puso sobre un
sillón"; mientras que para Queta, Cayo Bermúdez es
"un impotente lleno de odio" y "un asqueroso"[10].
Asimismo, en el ministerio, cuando la esposa del senador Ferro,
en un intento por salvar a su esposo que ha sido descubierto como
parte de la conspiración contra el gobierno, trata de
sobornarlo Cayo Bermúdez por el contrario aprovecha el
momento para insinuarse. Los insultos de ella no se dejan
esperar: "Cómo se atreve, canalla […] Cholo miserable y
cobarde". La venganza de él es presentarle a La Musa,
quien indiscreta le revela los amoríos
de su esposo; de esta manera, Cayo Bermúdez la humilla,
dejando en claro que: "La deuda está pagada
ya"[11].

Más adelante, Cayo Bermúdez es destituido
al no lograr apaciguar la huelga y la
revolución
de Arequipa. Entonces se convierte en la cabeza visible de la
corrupción, deja el ministerio y huye al extranjero,
abandonando a La Musa a su suerte. Al cabo de algunos años
regresa cuando la democracia se
ha restablecido y en el poder está el presidente Prado.
Regresa a su casa en Chaclacayo para asociarse con la Sra.
Ivonne, dueña de uno de los prostíbulos más
encumbrados de la ciudad. Es decir, se salva del castigo judicial
pero no así de la sanción moral
posterior.

De otro lado, la imagen de la dictadura construida a
partir de la novela de Vargas Llosa tiene que ver con los las
estrategias de
poder y los efectos del sistema. Para empezar, Odría asume
el gobierno a la fuerza con ayuda de una Junta Militar derrocando
a Bustamante. Por consiguiente, ocurre una campaña de
limpieza de los enemigos políticos, es decir apristas y
comunistas que son catalogados como "pillos"; la represión
de los sectores de trabajadores y estudiantes, se asalta la "olla
de grillos" en que se ha convertido la Universidad de San Marcos;
la manipulación de los medios de
comunicaciones, El Comercio
está con el gobierno por odio al APRA y don Cayo instruye
a los de ANSA sobre qué noticias difundir en el exterior;
los inversionistas extranjeros apoyan el gobierno por
interés, la International y la Cerro quieren sindicatos
apaciguados; los empresarios burgueses pagan comisiones para
obtener favores del gobierno, don Fermín vive de los
suministros a los institutos armados; etc.

Para mantener las formas en política es necesario
evitar el rechazo de las mayorías por lo que se convoca a
elecciones y se reabre el congreso. Las maniobras para quedarse
en el poder son ampliamente descritos en la novela: el JNE tacha
la lista aprista; Montagne, el candidato opositor con más
preferencia, es encarcelado y acusado de conspiración; las
elecciones son boicoteadas, se roban los votos para favorecer al
candidato del gobierno; la élite criolla tradicional se
olía a Odría para compartir el poder,
Arévalo, Ferro, Arvélaez son sus senadores;
etc.

Cabe señalar que el lado más oscuro del
poder también queda representado en la novela. Por un
lado, la casa de La Musa en San Miguel sirve de escenario para
las reuniones de Cayo Bermúdez con algunos miembros de los
círculos de poder como congresistas, burgueses,
empresarios y militares de alto rango, y para congraciarse con
ellos comparte a su amante y complace sus vicios. Es claro que la
corrupción moral, las fiestas orgiásticas y la
prostitución son las mejores armas para
comprar conciencias, arruinar honras, pedir favores y
desprestigiar personas. Por otro lado, las fuerzas policiales y
militares hacen efectiva la represión, la tortura y la
persecución del gobierno contra los opositores al
régimen dictatorial, por ejemplo: Lozano es el encargado
de rodearse de matones para vigilar, espiar y encarcelar enemigos
políticos; Hipólito tortura a Trinidad López
hasta matarlo; Ludovico amedrenta dirigentes sindicales;
Trifulcio es enviado a contener marchas, etc.

Pero la novela de Vargas Llosa describe también
la derrota de la dictadura y la destitución de Cayo
Bermúdez. La oposición al gobierno de Odría
pasa por varios momentos y etapas: el rechazo de los sindicatos y
los universitarios a la Junta Militar; los partidos
políticos se mantienen activos por medio
de células
pese a su clandestinidad y a que sus líderes son
exiliados; la conspiración de miembros integrantes del
gobierno liderada por el coronel Espina; la rebelión de
Arequipa que no es sofocada a tiempo y logra el apoyo de la
Coalición en la capital. Al
final, se convoca a elecciones y es nombrado presidente Prado,
quien tiene todo el apoyo de la burguesía
criolla.

En realidad, Conversación en La Catedral plantea
que las élites criollas tradicionales y nuevas
élites mestizas se ven obligadas a compartir el poder.
Pero la convivencia no siempre resulta agradable, hay relaciones
muy tensas en las que sale a reducir la discriminación y
los prejuicios raciales y sociales. Por ejemplo, Odría es
un cholo al que hay que llamar Señor Presidente, Cayo
Bermúdez es el mestizo que ejerce el poder, el coronel
Espina es el Serrano nombrado Ministro, Ambrosio es antes el
chofer negro y no el amigo de infancia, etc. Del mismo modo los
empresarios burgueses se acomodan a las circunstancias
políticas para favorecer sus intereses económicos,
así por ej. Don Fermín Zavala aprovecha su temprana
amistad con Don
Cayo para hacer una fortuna con la venta de insumos
de su laboratorio a
los militares o en la edificación de colegios y carreteras
con su constructora; Don Emilio Arévalo, hacendado de
Chincha, es elegido convenientemente senador odriísta;
etc.

3.1.2. AMBROSIO, LA VOZ Y LA HISTORIA DEL OTRO.

En la larga conversación de cuatro horas en el
bar La Catedral, Santiago Zavala tiene como único
interlocutor a su antiguo chofer Ambrosio, y este último
personaje es el que nos llama la atención porque representa al otro, el
sujeto que es diferente por la raza y la clase social.
En realidad, la novela de Vargas Llosa no intenta describir al
afro-peruano como primera opción, pero lo hace de
algún modo construyendo una imagen sesgada y cargada de
prejuicios y estereotipos. La voz temerosa y la historia marginal
de Ambrosio cobran entonces gran interés para el presente
estudio, a pesar de lo anterior.

La historia personal de Ambrosio nos remite otra vez a
Chincha, lugar de procedencia. Su madre, Tomasa, es una ambulante
a quien su hijo suele llamar "la negra" y el padre, Trifulcio, es
un ladrón, ex presidario y matón del senador
Arévalo. Cuando ambos se separan Tomasa se lleva a sus
hijos, Ambrosio y Perpetuo, a vivir a Mala. Es ahí donde
Ambrosio empieza a trabajar como chofer interprovincial, luego
viaja a Lima en búsqueda de Cayo Bermúdez, quien lo
contrata como chofer aunque algunas ocasiones hace las veces de
matón para el régimen. Más tarde, pasa a
trabajar en casa de Don Fermín Zavala y se convierte en su
amante. Tras la destitución de don Cayo y la muerte de
La Musa, huye a Pucallpa en compañía de Amalia.
Cuando ella muere y su negocio de la funeraria fracasa, regresa a
Lima. Es así "desmoronado, envejecido,
embrutecido"[12] que lo encuentra Santiago en la
perrera después de muchos años. Para tener una
imagen más acorde con lo planteado en la novela,
habría que tener en cuenta que Ambrosio es visto desde dos
facetas en su vida: el antes y el después. En la primera,
Ambrosio es descrito como un hombre miedoso, inferior y
extremadamente servil. Es un zambo "cabizbajo y acobardado", de
ojos "atemorizados", con "dientes blanquísimos" y "cara
plomiza"[13]. Está definido por su
servilismo y cobardía. Por ejemplo, cuando se entrevista por
única vez con su padre Trifulcio, éste le muestra un
cuchillo y Ambrosio decide entregarle su dinero para evitar una
escena más violenta; cuando Amalia trabaja como mucama en
casa de La Musa tiene mucho miedo de que alguien se entere de su
relación con ella, en especial don Fermín; cuando
don Hilario, comerciante astuto y grosero, lo estafa en Pucallpa
no es capaz de reclamarle directamente y sólo atina a
robarle la camioneta; cuando le confiesa a Queta que él se
reúne con don Fermín en Ancón para tener
relaciones teme que ella se lo cuente a alguien más,
etc.

Es interesante apreciar también que los
demás personajes coinciden en que Ambrosio no es
más que un "pobre negro" o un "pobre infeliz".
Obsérvese la carga negativa que tienen estas dos
expresiones que ya descalifican al sujeto afro-peruano por no
pertenecer al grupo
étnico y social dominante de la sociedad peruana, en la
que predominan las formas y los valores
del sujeto blanco (más exacto criollo). Además, es
fácil advertir que, en este caso, Ambrosio resulta un
personaje disminuido que ha interiorizado incluso estos valores que lo
discriminan, que se basan en las relaciones de blanco/negro,
dominante/dominado, etc. Por ejemplo, Queta, lesbiana y
prostituta, es una mujer deseable para Ambrosio. Este se acuesta
con ella durante dos años y entablan conversaciones muy
íntimas en que le da a conocer su relación
homosexual con don Fermín. Es entonces que Queta lo
cuestiona duramente por su fidelidad extrema y sometimiento
servil:

"-Te caló apenas te vio
–murmuró Queta, echándose de espaldas-. Una
ojeada y vio que te haces humo si te tratan mal. Te vio y se dio
cuenta que si te ganan la moral te
vuelves un trapo. -Se dio cuenta que te morirías de miedo
–dijo Queta con asqueada sin compasión- Que no
harías nada, que contigo podía hacer lo que
quería. -Tenías miedo porque eres un servil
–dijo Queta con asco-. Porque él es blanco y
tú no, porque él es rico y tú no. Porque
estás acostumbrado que hagan contigo lo que quieran"
[…][14]

En otro momento cuando Santiago se ha enterado de las
circunstancias del asesinato de La Musa, acude a su padre para
que éste tome precauciones por lo escandaloso que puede
ser el asunto para la familia. Don Fermín no toma muy en
serio la advertencia de su hijo porque no cree que sea posible
que Ambrosio haya matado a La Musa para acabar con la
extorsión de ella y guardar el secreto de su homosexualidad.

"-Anoche llegó un anónimo
al periódico,
papá-. ¿Iba a hacer todo ese teatro,
queriéndote tanto, Zavalita?-. Diciendo que el que
mató a esa mujer fue un ex matón de Cayo
Bermúdez, uno que ahora es chofer de, y ponía tu
nombre, papá. Han podido mandar el mismo anónimo a
la policía, y de repente, en fin, quería avisarte,
papá. -¿Ambrosio, estás hablando de
él? –ahí su sonrisita extrañada,
Zavalita, su sonrisa tan natural, tan segura, como si
recién se interesara, como si recién entendiera
algo-. ¿Ambrosio, matón de Bermúdez? -No es
que nadie vaya a creer en ese anónimo, papá-. Dijo
Santiago-. En fin, quería advertirte. -¿El pobre
negro, matón? –ahí su risita tan franca,
Zavalita, tan alegre, ahí esa especie de alivio en su
cara, y sus ojos que decían menos mal que era una
tontería así, menos mal que nos e trataba de ti,
flaco-. El pobre no podía matar una mosca aunque quisiera.
Bermúdez me lo pasó porque quería un chofer
que fuera también policía. -Yo quería que
supieras, papá –dijo Santiago-. Si los periodistas y
la policía se ponen a averiguar, a lo mejor van a
molestarte a la casa. -Muy bien hecho, flaco
–asentía, Zavalita, sonreía, tomaba sorbitos
de café-.
Hay alguien que quiere fregarme la paciencia. No es la primera
vez, no será la última. La gente es así. Si
el pobre negro supiera que lo creen capaz de una cosa
así."[…][15].

Como ya se dijo, la novela de Varga Llosa revela
también el conflicto interracial blanco/negro presente en
la sociedad peruana, así la exclusión del sujeto no
blanco (en este caso, el sujeto afro-peruano), responde a las
normas
sociales establecidas y las relaciones de poder. Esto explica por
qué la relación entre Ambrosio, don Cayo y el
coronel Espina, es sincera amistad en la niñez y, luego,
rechazo y discriminación en la vida adulta.

"Le dio porque su hijo se pusiera siempre zapatos y no
se juntara con morenos. De chicos ellos jugaban fútbol,
robaban en las huertas, Ambrosio se metía a su casa y al
Buitre no le importaba. Cuando se volvieron platudos, en cambio,
lo botaban y a don Cayo lo reñían si lo pescaban
con él. ¿Su sirviente? Qué va, don, su amigo
pero sólo cuando eran de este tamaño. La negra
tenía entonces su puesto cerca de la esquina donde
vivía don Cayo y él y Ambrosio se la pasaban
mataperreando. Después los separó el buitre, don,
la vida" […][16].

Es más los tres amigos participan del rapto de
Rosa, la hija de la lechera, con quien termina casándose
don Cayo. Al pasar los años Cayo Bermúdez se
transforma en el hombre
poderoso del régimen dictatorial de Odría. Es
entonces que Ambrosio le pide ayuda y al hablarle establece una
distancia, le habla de "usted", para mantener la diferencia
(social, económica, étnica, etc.). Don Cayo le
tiene confiesa y lo contrata como chofer a pedido de éste.
Aquí vuelve a aparecer esa baja autoestima que
muestra Ambrosio en la novela, no sabe aprovechar su proximidad
con el hombre que encarna el poder para lograr ascender social y
económicamente, por eso prefiere solicitar un modesto
empleo que lo
limita y no le ofrece mayores oportunidades. Esto establece las
siguientes dicotomías superioridad/inferioridad y
poder/sumisión, que son tan recurrentes en la
obra.

En cambio, el coronel Espina muestra un desprecio
más explícito hacia Ambrosio, lo ignora
abiertamente cada vez que lo tiene cerca. Ahora, el coronel
Espina, apodado el Serrano, ocupa un alto cargo en el gobierno y
no puede estar fraternizando con alguien como Ambrosio, de origen
humilde, negro y provinciano. En otras palabras, se apela a un
mecanismo de discriminación que tiene como consecuencia la
negación y la invisibilización del sujeto
afro-peruano. Por ejemplo:

"¿Si el Serrano nunca reconoció a
Ambrosio? Cuando Ambrosio era chofer de don Cayo subió mil
veces, don, mil veces lo había llevado a su casa. Tal vez
lo reconocería, pero el caso es que nunca se lo
demostró, don. Como él era ministro entonces, se
avergonzaría de haber sido conocido de Ambrosio cuando no
era nadie, no le haría gracia que Ambrosio supiera que
él estuvo enredado en el rapto de la hija de la
Túmula. Lo borraría de su cabeza para que esta cara
negra no le trajera malos recuerdos, don. Las veces que se vieron
trató a Ambrosio como a un chofer que se ve por primera
vez. Buenos días, buenas tardes, y el Serrano lo mismo"
[…][17].

Otro caso interesante es apreciar cómo el rechazo
también puede darse en los espacios de corrupción y
de relajamiento de la moral. Ambrosio al sentirse atraído
por Queca se atreve a ingresar al burdel de mayor prestigio en
Lima, el que es frecuentado por los burgueses adinerados y los
militares más influyentes. Entonces su presencia genera
repulsión y un malestar generalizado en las prostitutas y
los visitantes del lugar:

"Él seguía en la puerta,
grande y asustado, con su flamante terno marrón a rayas y
su corbata roja, los ojos yendo y viniendo. Buscándote,
pensó Queta, divertida.

-La señora no permite negros
–dijo Martha, a su lado-. Sácalo Robertito.
–es el matón de Bermúdez –dijo
Robertito-. Voy a ver. La señora dirá.

-Sácalo sea quien sea –dijo Martha-. Esto se va
a desprestigiar. Sácalo"
[…][18].

La reacción de Queca frente a
Ambrosio es contradictoria: por un lado, acepta sus insinuaciones
y encuentros sexuales a cambio de dinero; y, por otro lado, lo
desprecia reiteradamente cada vez que tiene
oportunidad.

"-yo me doy cuenta
–murmuró el zambo-. Usted no me tiene ninguna
simpatía. -No porque seas negro, a mí me importa un
pito –dijo Queta-. Porque eres sirviente del asqueroso de
Cayo Mierda. -No soy sirviente de nadie –dijo el zambo,
tranquilo-. Sólo soy su chofer" […]
[19]

O este otro ejemplo:

"-Tanto apuro para subir, para pagarme
lo que no tienes –dijo, al ver que él no
hacía ningún movimiento-. ¿Para esto? -Es
que usted me trata mal –dijo su voz, espesa y acobardada-.
Ni siquiera disimula. Yo no soy un animal, tengo mi orgullo.
-Quítate la camisa y déjate de cojudeces
–dijo Queta- ¿Crees que te tengo asco? Contigo o con
el rey de Roma me da lo
mismo, negrito" […][20].

Nótese que estos son los dos únicos
pasajes en que Ambrosio muestra un mínimo de estima y
respeto a sí mismo, pero lo hace delante de un personaje
que no ejerce el poder ni pertenece a la clase dominante, como
Queta quien es sólo una prostituta del sub-mundo de
Lima.

Por otra parte, en la segunda faceta, el después,
Ambrosio presenta una clara degradación. Se mantienen
algunas marcas en su
descripción como pobreza,
cobardía y un complejo de inferioridad; pero al cabo de
quince o más años que han transcurrido hasta llegar
al encuentro con Santiago, algo ha cambiado en su aspecto
físico exterior:

"Su voz, su cuerpo son los de él, pero parece
tener treinta años más. La misma jeta fina, la
misma nariz chata, el mismo pelo crespo. Pero ahora,
además, hay bolsones violáceos en los
párpados, arrugas en su cuello, un sarro amarillo verdoso
en los dientes de caballo. Piensa: eran blanquísimos.
Qué cambiado, qué arruinado. Está más
flaco, más sucio, muchísimo más viejo, pero
ése es su andar rumboso y demorado, ésas su piernas
de araña […] Hay canas entre sus pelos crespos, lleva
sobre el overol un saco que debió ser también azul
y tener botones, y una camisa de cuello alto que se enrosca en su
garganta como una cuerda. Santiago ve sus zapatones enormes:
enfangados, retorcidos, jodidos por el tiempo"
[…][21].

La imagen de Ambrosio es, ahora, la de un hombre
fracasado y derrotado. Para lograr una acertada
descripción de su nuevo estado de
degradación ha sido necesario apelar a ciertos
calificativos negativos como fealdad, animalidad y suciedad. Pero
eso no es todo una lectura atenta del diálogo entre
Santiago y Ambrosio dará como resultado que ante las dudas
más apremiantes como si él era el asesino de La
Musa o el amante de su padre, don Fermín; Ambrosio muestra
un lado distinto, no sabe o miente según sea el caso. Es
decir, niega conocer muchas cosas del pasado, a pesar de la
insistencia de Santiago en ofrecerle un empleo como portero en La
Crónica o dinero, el integro de su sueldo. La
desesperación de Santiago por conocer la verdad de los
hechos, lo lleva a decir finalmente: "No te hagas al cojudo"; sin
embargo, Ambrosio calla y se aleja mostrando otra vez su
derrotismo frente a la vida: "trabajaría aquí,
allá […] después, bueno, después ya se
moriría ¿no, niño?"
[…][22]. Así culmina la
conversación entre ambos, con más dudas que antes
sobre el pasado y con una sola certeza, el fracaso
acompaña a los dos.

De este modo acabamos de apreciar que en
Conversación en La Catedral, Ambrosio resulta un personaje
secundario signado por lo más negativo. Es claro que el
interés por el sujeto afro-peruano es tangencial, para
describirlo se apela a estereotipos y prejuicios raciales
construyendo así una imagen sesgada y casi exótica.
De ahí que sea el "zambo" rechazado por los demás
(blancos y mestizos) por su condición étnica y
económica, que no puede moverse en determinados espacios
sociales y que ha interiorizado un sentimiento de inferioridad
aceptando como natural un trato despectivo y ofensivo; y, por
último, es también el "pobre negro" que cumple un
rol de sirviente (en este caso, chofer) para el patrón que
lo ve como un objeto sexual y que fracasa al ser independiente
porque no es capaz de sobrevivir en una sociedad que lo margina y
no le ofrece oportunidades.

3.1.3. LA PREGUNTA POR EL PERÚ:

Hemos dicho en un inicio que la novela se centra en la
historia de Santiago Zavala y ésta es narrada de forma
fragmentaria y no siempre continua en los cuatro libros que
constituyen su estructura: la
vida universitaria en San Marcos, la participación en el
grupo comunista "Cahuide" hasta su encarcelamiento y huida de la
casa familiar (Libro Uno); su vida solitaria en la pensión
y el trabajo desesperanzador en La Crónica (Libro Dos); el
descubrimiento traumático de la relación de su
padre con Ambrosio como resultado de una investigación periodística (Libro
Tres); y, por último, el matrimonio con
Ana y la muerte de su
padre (Libro Cuatro). En realidad, Santiago es un personaje muy
complejo y contradictorio. Es descrito como un joven que
pertenece a una de las familias más encumbradas del
país. Su padre, don Fermín Zavala, es un empresario que
ha logrado una cómoda
relación con los militares del régimen
odriísta y obtiene grandes ganancias. La madre,
doña Zoila, es una mujer prejuiciosa y está
acostumbrada a los privilegios concedidos a su clase social. Su
hermano mayor, Chispas, es un joven despreocupado que con el
tiempo se hace cargo de los negocios del padre e incursiona en
política. Y, Teté, es la hermana menor que sigue
los pasos de la madre y que se casa con Popeye Arévalo,
hijo del senador y amigo muy cercano de Santiago.

El drama de Santiago empieza cuando decide no hacer lo
que se espera de él: ser un "niñito bien" de
familia miraflorina, un hijo ejemplar cuyo padre se sienta
orgulloso o un abogado exitoso en la capital. La novela retrata
entonces al burgués inconformista que reniega de su
familia y clase social, que lleva a cabo un largo proceso de
desclasamiento y que elige el fracaso como opción en su
vida. Hay dos momentos que nos permiten observar mejor la
transformación de Santiago. El primero tiene que ver con
el pasado más remoto. En un principio es un muchacho
inteligente y alumno aplicado que, a pesar de haber sido formado
en un colegio religioso, dice ser ateo y que odia los curas; para
oponerse a las expectativas de los padres, Santiago prefiere
estudiar Derecho y Letras en la Universidad de San Marcos donde
van los "cholos"; luego al incursionar en política y para
molestar al padre odriísta, se vuelve simpatizante del
comunismo;
más tarde, huye de casa y trabaja como periodista, una
actividad que lo degrada más. Es decir, Santiago es un
fracasado por convicción propia y un desclasado que no
quiere ser burgués.

Desde la mirada de los demás personajes, Santiago
resulta para su familia un liberal que no es comprendido. Para
don Fermín es el hijo predilecto, al que lo llama con
cariño "flaco" y acepta que sea un poco "bohemio" y
"poeta"; en cambio, con sus hermanos entabla discusiones
acaloradas en la casa familiar y estos suelen llamarlo con sorna
el "supersabio", el "comecuras" o el "acomplejado". Mientras que
sus compañeros sanmarquinos de izquierda, como Aida o
Jacobo, lo tildan de "pequeño burgués" pero
aún así es aceptado en el Círculo como el
camarada "Julián". Para los compañeros de trabajo
en La Crónica como Becerrita, Arispe, etc., Santiago es
uno más con quien compartir las borracheras y salidas
nocturnas. Es curioso observar que entre los periodistas,
Carlitos sea una especie de confesor, las conversaciones con
él en el bar Negro-Negro son extensas y sus opiniones, de
lo más acertadas con respecto a lo sucedido a Santiago en
el pasado. Para el compañero de juerga, Zavalita es el
"poeta fracasado" o, peor aún, un "pobre mierdecita"
[…][23].

En un segundo momento, el presente, vemos a Santiago
como "un viejo de treinta" años que trabaja como
editorialista en La Crónica, ha abandonado los estudios,
se ha casado con una enfermera provinciana (una "cholita"), y
vive en un departamento reducido en una quinta miraflorina. En
cuanto a su descripción es la de un hombre que ya no puede
dar vuelta atrás, se ha hundido en lo más hondo del
escepticismo. Es así como lo encontramos desde las
primeras páginas de la novela:

"Desde la puerta de La Crónica Santiago mira
la avenida Tacna, sin amor: automóviles, edificios
desiguales y descoloridos, esqueletos de avisos luminosos
flotando en la neblina, el mediodía gris. ¿En
qué momento se había jodido el Perú? Los
canillitas merodean entre los vehículos detenidos por el
semáforo en Wilson hacia La Colmena. Las
manos en los bolsillos, cabizbajo, va escoltado por
transeúntes que avanzan, también, hacia la plaza
San
Martín. Él era como el Perú, Zavalita,
se había jodido en algún momento. Piensa:
¿en cuál? Frente al hotel Crillón un perro viene a lamerle
los pies: no vayas a estar rabioso, fuera de aquí. El
Perú jodido, piensa, Carlitos jodido, todos jodidos.
Piensa. No hay solución"
[…][24].

Ésta es justamente la imagen que más llama
la atención: un joven que camina cabizbajo con las manos
en los bolsillos, quien se siente desesperanzado, frustrado y
envejecido. Santiago se ha condenado al fracaso, ha renegado de
su familia, de su posición social y económica e
incluso metafóricamente ha cruzado la barrera racial
porque "ya no era como ellos, Zavalita, eras un cholo". De
ahí que se cuestione en qué momento había
empezado todo, es decir cuando ingresó a San Marcos,
cuando abandonó la casa de los padres, cuando
empezó a trabajar como periodista o cuando
descubrió la homosexualidad del padre. Es una pregunta
existencial que Santiago tarda en responderse o acaso ya no haya
respuesta posible.

Ahora bien, la historia de Santiago Zavala es la de un
pequeño burgués que no quiere serlo porque de
alguna manera se siente culpable, por eso trata de rehuir la
decadencia del régimen dictatorial con la que se ha
involucrado su padre y gracias a la cual su familia disfruta de
ciertos privilegios; pero su historia es, además, la de
cualquier otro peruano promedio (sin aspiraciones, acomplejado y
prejuicioso), que fracasa en un país subdesarrollado. Es
necesario observar entonces el significado que cobra el verbo
"joder" así como su variante "jodido", que se aplica a
Santiago, Carlitos, Ambrosio y, por extensión, al
Perú de los años cincuenta.

Pero, ¿cómo es el Perú? La imagen
que nos proporciona la novela es la de un "burdel"; es decir, un
espacio para la corrupción, la inmoralidad y la
prostitución. Estas son las mejores características
que describen el régimen de Odría y a todos sus
aliados: los burgueses adinerados, los círculos militares
de poder, las compañías extranjeras, los medios de
comunicación, etc. Como bien opina el propio Cayo
Bermúdez, la misma encarnación del poder:
"Éste no es un país civilizado, sino bárbaro
e ignorante". Asimismo la Universidad de San Marcos, que "era un
reflejo del país" […][25], es
descrito también como un "burdel", por el proselitismo
político de los alumnos, la inmadurez de los dirigentes
estudiantiles, el caos de las elecciones internas, las marchas y
contramarchas, etc. También es usada para la
revolución en contra del gobierno odriísta, se dice
luego que Arequipa es "un burdel" por el desorden generado y la
insurrección política del pueblo. En buena cuenta
es una imagen repetitiva que va adquiriendo un sentido que
trasciende más allá de la novela.

  • La ciudad y los
    perros:

3.2.1. EL BAUTIZO DE UN PERRO:

El colegio militar es un institución a la que
acceden diversos muchachos para estudiar los tres últimos
cursos de secundaria. En ella se somete a los alumnos a un
ambiente
violento y sórdido. Los de cuarto curso realizan un cruel
bautizo a los nuevos estudiantes. Así se describe el del
tímido Ricardo Arana, el Esclavo:

-¿Usted es un perro o un ser humano?
–preguntó la voz.

-Un perro, mi cadete.

-Entonces, ¿qué hace de pie?
Los perros andan a cuatro patas.

Él se inclinó, al asentar las
manos en el suelo,
surgió el ardor de los brazos, muy intenso. Sus ojos
descubrieron junto a él a otro muchacho, también a
gatas.

-Bueno –dijo la voz–. Cuando
dos perros se encuentran en la calle, ¿qué hacen?
Responda, cadete. A usted le hablo.

El Esclavo recibió un
puntapié en el trasero y al instante
contestó:

-No sé, mi cadete.

-Pelean –dijo la voz–. Ladran y
se lanzan uno encima del otro. Y se muerden.

El Esclavo no recuerda la cara del muchacho
que fue bautizado con él. Debía ser de una de las
últimas secciones porque era pequeño. Estaba con el
rostro desfigurado por el miedo y, apenas calló la vos, se
vino contra él, ladrando u echando espuma por la boca, y,
de pronto, el Esclavo sintió en el hombro un mordisco de
perro rabioso y entonces todo su cuerpo reaccionó, y
mientras ladraba y mordía, tenía la certeza de que
su piel se
había cubierto de una pelambre dura, que su boca era un
hocico puntiagudo y que, sobre su lomo, su cola chasqueaba como
un látigo. […]

Después lo volvieron a una cuadra de
cuarto y tendió muchas camas y cantó y bailó
sobre un ropero, imitó a artistas del cine,
lustró varios pares de botines, barrió una loseta
con la lengua, fornicó con una almohada, bebió
orines, pero todo eso era un vértigo febril y de pronto
él aparecía en su sección, echado en su
litera pensando:

"Juro que me escaparé. Mañana
mismo".[26]

Algunos jóvenes forman el Círculo, un
grupo que decide vengarse de los estudiantes de cuarto.
Está liderado por el Jaguar, un brutal muchacho que planea
duros ataques contra sus opositores y que pronto incita
también a la violencia a sus propios compañeros.
Ricardo Arana, el único que se mantiene al margen, lo
empuja involuntariamente y recibe una brutal paliza. Desde ese
momento será continuamente humillado por los demás
cadetes.

"Perdón, Jaguar, fue de casualidad
que te empujé, juro que fu casual". "Lo que no
debió hacer fue arrodillarse, eso no. Y, además
juntar las manos, parecía mi madre en las novenas, un
chico en la iglesia
recibiendo la primera comunión, parecía que el
Jaguar era el obispo y él se estuviera confesando", "me
acuerdo de eso" decía Rospigliosi, "y la carne se me
escarapela, hombre". El Jaguar estaba de pie, miraba con
desprecio al muchacho arrodillado y todavía tenía
el puño en alto como si fuera a dejarlo caer de nuevo
sobre ese rostro lívido.

Los demás no se movían. "Me
das asco", dijo el Jaguar. "No tienes dignidad ni
nada. Eres un esclavo."[27]

3.2.2. INCIDENTES EN LA ESCUELA:

Cava, uno de los estudiantes del colegio, roba un examen
de química
siguiendo las instrucciones de jaguar. Las autoridades se enteran
del delito aunque no
son capaces de identificar al culpable. Deciden tomar represalias
contra todos los jóvenes y los retiene en el colegio de
forma indefinida. Tras varias semanas de encierro, el Esclavo
denuncia a Cava ante los oficiales y este es expulsado. Sin
embargo, durante unas maniobras ocurre un trágico
acontecimiento. Un cadete recibe un balazo de misteriosa
procedencia y muere. Así termina la primera
parte:

-Rápido, a la enfermaría. A
toda carrera. […]

Gamboa arrebató el cadete a los
suboficiales, lo echó sobre sus hombros y aceleró
la carrera; en pocos segundos sacó una distancia de varios
metros.

-Cadetes, gritó el capitán.
Paren el primer coche que pase.

Los cadetes se apartaron de los
suboficiales y cortaron camino, transversalmente. El
capitán quedó retrasado, junto a Morte y
Pezoa.

-¿Es de la primera
compañía? –preguntó.

-Sí, mi capitán ;dijo Pezoa.
De la primera sección.

-¿Cómo se llama?

-Ricardo Arana, mi capitán
;vaciló un instante y añadió:

Le dicen el
Esclavo.[28]

Alberto, apodado el Poeta, sentía aprecio por el
Esclavo. Por eso denuncia las irregularidades de sus
compañeros del colegio y acusa al Jaguar ante el teniente
Gamboa. Sospecha que él ha sido al asesino de Arana, pero
no tiene pruebas
suficientes. La intervención del teniente no
servirá de nada; sus superiores se niegan a investigar
para evitar escándalos que dañen la imagen de la
institución. Amenazan a Alberto para lograr su silencio y
ordenan el traslado del teniente. Los cadetes, que son castigados
por la información que ha aportado el Poeta, creen
equivocadamente que lo delató el Jaguar en un momento de
resentimiento. Este recibe entonces el desprecio y la
humillación de sus compañeros y se siente por
primera vez solo:

En las clases, los cadetes hablaban, se
insultaban, se escupían se bombardeaban con proyectiles de
papel, interrumpían a los profesores imitando relinchos,
bufidos, gruñidos, maullidos, ladridos: la vida era otra
vez normal. Pero todos sabían que entre ellos había
un exiliado. Los brazos cruzados sobre la carpeta, los ojos
azules clavados en el pizarrón, el Jaguar pasaba las horas
de clase sin abrir la boca, ni tomar un apunte, ni volver la
cabeza hacia un compañero.[29]

3.2.3. LA VIDA DESPUÉS DEL
COLEGIO:

El Jaguar, decepcionado por la actitud del
resto de los cadetes, le confiesa a Gambia que fue él
quien cometió el crimen. Está arrepentido,
dispuesto a entregarse y preparado para acatar las consecuencias.
Pero Gambia sabe que nadie en el colegio está interesado
en escuchar su confesión. Le insta a aprender de su error
y a enmendar su vida. El Jaguar acaba por integrarse en la
sociedad y se casa:

-¿Por qué ha cambiado de
opinión ahora? –dijo el teniente–. ¿Por
qué no me contó la verdad cuando lo
interrogué?

-No he cambiado de opinión
–dijo el Jaguar–. Solo que –vaciló un
momento, e hizo, como para sí, un signo de
sentimiento– ahora comprendo mejor al Esclavo. Para
él no éramos sus compañeros, sino sus
enemigos. ¿No le digo que no sabía lo que era vivir
aplastado? Todos lo batíamos, es la pura verdad, hasta
cansarnos, yo más que los otros. No puedo olvidarme de su
cara, mi teniente.

Le juro que en el fondo no sé
cómo lo hice. Yo había pensado pegarle, darle un
susto. Pero esa mañana lo vi, ahí de frente, con la
caneza levantada y le apunté. Yo quería vengar a la
sección, ¿cómo podía saber que los
otros eran peores que él, mi teniente? Creo que lo mejor
es que me metan en la cárcel. Todos decían que iba
a terminar así, mi madre, usted también. Ya puede
darse ese gusto, mi teniente. […]

-El caso Arana está liquidado
–dijo Gamboa–. El ejército no quiere saber una
palabra más del asunto. Nada puede hacerlo cambiar de
opinión. Más fácil seria resucitar al cadete
Arana que convencer al ejército de que ha cometido un
error.

-¿No me va a llevar donde el
coronel? –preguntó el Jaguar–. Ya no lo
mandarán a Juliaca, mi teniente. […]

-¿Sabe usted lo que son los objetivos
inútiles? […] Fíjese, cuando un enemigo
está sin armas y se ha rendido, un combatiente responsable
no puede disparar sobre él. No solo por razones morales,
sino también militares; por economía. Ni en la guerra debe haber
muertos inútiles. Usted me entiende, vaya al colegio y
trate en el futuro de que la muerte del cadete Arana sirva para
algo.[30]

  • Lituma en los Andes:

Lituma en los Andes es una novela representativa de la
anarquía racional para respetar al otro, para tener claro
hasta dónde llegan los límites de
las relaciones
humanas y el clima de respeto
que exigen. En ella se pone en evidencia la actitud negativa y
fatalista de los personajes y en cierta manera del autor, quien
se vale de recursos
narrativos para crear una atmósfera cruel donde
la irracionalidad gobierna el espíritu de los
participantes de la historia y por tanto, la violencia es uno de
sus temas más evidentes.

Mario Vargas Llosa despliega, bajo el discurso
literario, uno de los temas más escalofriantes de una
civilización cuyo progreso y dominio de la naturaleza la
llevan con triunfo hacia un nuevo siglo. El trabajo literario de
este escritor peruano revela una toma de conciencia de un
hecho de la realidad social y política de su país
para traerlo al texto, sin perder de vista que se trata de una
ficcionalización, una actitud humana generalizada, la
maldad y la morbosidad de destruir, de solucionar los problemas por
medio de la violencia, de la agresión física,
psicológica y moral en distintos niveles y al parecer bajo
distintos motivos, sin embargo, coinciden en la
transgresión del respeto a la dignidad del ser humano, en
su valor
más importante: el respeto a la vida.

En este análisis se hace una distinción
entre los motivos de carácter colectivo y de tipo personal
proporcionados por esta novela, para mostrar con claridad por
qué se habla de distintos niveles de violencia. Hacemos
una clasificación para distinguir la violencia
vertical,
guerrilla versus gobierno (o viceversa), y
horizontal, el ser humano embriagado que atenta contra
otro para satisfacer su espíritu indómito,
aquí se percibe la irracionalidad de una conducta
gobernada por los instintos.

Lituma en los Andes es una novela de
descubrimiento y asombro. La estructura narrativa se solidariza
con el contenido; de esta manera se involucra al lector, se
intenta atraparlo por medio de la dosificación de la
información y así ponerlo a pensar a cerca de los
responsables de las sádicas matanzas, llevándolo
finalmente al asombro con la aclaración del problema
inicial. Para asociar cómo la violencia se percibe desde
el plano de la estructura narrativa y ver cómo ésta
es un medio importante para inmiscuir a quien lee, presentamos
una descripción de la
organización de la técnica.

La trama de esta novela es la historia del cabo Lituma y
su compañero Tomasito, quienes tienen la tarea de
investigar el destino de tres personas que han desaparecido y
temen hayan sido víctimas de Sendero Luminoso, el grupo
rebelde que ocupa las montañas donde se encuentran estos
soldados. En su tarea por averiguar su paradero los personajes
están a la expectativa de ser sorprendidos y aniquilados
por las fuerzas rebeldes; mientras, pasan sus días
recopilando datos para
descubrir qué ha sido de los tres hombres. En su estancia
en ese inhóspito lugar empiezan las confesiones del motivo
por el que se encuentran ahí, experiencias personales y
revelaciones macabras se van narrando. Estos acontecimientos
permiten ir preparando un inesperado final. En su búsqueda
de información, los personajes tienen contacto con otras
personas quienes les hablan de los actos criminales de Sendero
Luminoso y de la voluntad caprichosa de seres mitológicos
que habitan en la cordillera y viven amenazando a los habitantes
de esos sitios.

La técnica narrativa se confabula con la
transgresión. La información da al lector indicios
para hacer del texto una aventura detectivesca. Estamos ante un
narrador ausente como personaje de la historia que analiza los
acontecimientos desde el exterior. Su postura es mostrarnos a los
protagonistas de la novela desde afuera para luego
progresivamente ir acercándonos a cada uno. Con esta
técnica el lector queda casi al mismo nivel de conocimiento
sobre las circunstancias que los participantes en la historia. De
ahí que el receptor del texto escrito se convierta en un
testigo de actos impunes y víctima de un narrador que no
sabe mucho de la situación y si lo sabe, no nos quiere
decir más.

Al inicio de la novela nos enteramos del problema que
tienen que resolver los personajes principales. El cabo Lituma y
su subordinado Tomás Carreño deben descubrir el
paradero de tres hombres. –"Pero qué está
pasando aquí- exclamó el guardia civil-. Primero el
mudito (Pedrito Tinoco), después el Albino
(Casimiro Huarcaya). Ahora uno de los capataces de la
carretera (Medardo Llantac quien luego cambia su nombre por
Demetrio Chanca
)". A partir de esta circunstancia surgen las
teorías
sobre los supuestos responsables de las desapariciones. "Se los
habrán llevado más bien a su milicia. A lo mejor
hasta los tres eran terrucos. ¿Acaso Sendero desaparece a
su gente? La mata, nomás y deja sus carteles para que se
sepa".

Las dos primeras narraciones se encargan de dar evidencias de
las manifestaciones bestiales de los terroristas, para achacarles
las últimas desapariciones y, comentar sobre los
espíritus malignos y caprichosos que exigen sangre para estar
contentos. Estas versiones dan pistas al lector para que se
imagine el destino que pudieron tener los tres hombres. La
inclusión de los atracos de los rebeldes a personas
inocentes es con el fin de conocer su desmesura para adquirir lo
que creen que buscan: bienestar para su pueblo. En Lituma en
los Andes
la información está intercalada; es
un juego de datos que enmascara dos vertientes de violencia: un
grupo armado en busca de poder y posibles pretextos de
sacrificios humanos para los dioses manes de la cordillera
andina. La estructura narrativa está organizada por
bloques de comentarios: primero acompañamos al cabo en sus
averiguaciones, luego presenciamos el trabajo sádico de
los rebeldes y por último caemos en un juego de voces y
pensamientos en la plática de los guardias
civiles.

El lector tiene un abanico de actitudes
negativas, salta del campamento de Lituma y Tomás, su
subordinado, para llevarnos a la escena donde los senderistas
aplican su fuerza física y destrozan a personas de una
manera indignante. Además, pasar de un punto de vista del
cabo y su subordinado a lo que piensan los dueños de la
cantina sobre los diosecillos malignos de la cordillera y la
pregunta latente ¿qué pasó con los
desaparecidos?, mantiene un interés en la lectura y
asombro ante actitudes irreconciliables en el ser humano. La
estructura narrativa es una organización dosificada de datos que van
marcando un lineamiento de responsabilidad al grupo rebelde. En el
epílogo se invierte el orden de aparición de
información. Ahora, los hechos relacionados con el romance
de Tomás y Mercedes se resuelven al inicio con la llegada
de ella al campamento y con su firme decisión de
declararle su amor. Lituma va a la cantina y ahí se da
cuenta de una pista importante: uno de los responsables directos
de las acciones
vandálicas es el alcohol.

El alcohol es el que da libertad al hombre para
olvidarse de sí y en él encuentra la
redención al destruir al otro. Por fin se da la respuesta
al problema inicial. Es preciso mencionar que Lituma se entera de
lo que pasó pero eso no resuelve nada, no hay motivos para
castigar a los responsables, son muchos los que estarían
involucrados. "Todo hombre es una jaula en la que hay encerrado
un animal, <<una bestia>> cuando se suelta, causa
estragos" . Lo único que le queda es reprobar el acto y
desilusionarse de la naturaleza malvada del hombre.

Este análisis pretende esquivar el convertirse en
un comentario sensacionalista al pronunciar que la violencia
inunda el corazón
humano. Sería fantasioso considerar que la humanidad
está corrompida y sólo por medio de la violencia
puede lograr algo, sin embargo, existen ejemplos considerables
que pudieran dar validez a este comentario. Por esta
razón, el análisis sobre la violencia se va a
centrar en la realidad del contexto en el que vive Lituma, se
hace una revisión histórica de los participantes de
la historia para identificar la violencia vertical y luego se
exponen algunas actitudes encaminadas a mostrar cómo el
hombre se declara enemigo del bienestar de su prójimo,
cuando transgrede los límites de la cordura para
satisfacer sus necesidades marcadas más por un
instinto.

Conocemos sobre la presencia de la guerrilla Sendero
Luminoso en los cerros de Naccos. "Esta organización
rebelde le declaró la guerra al Estado peruano en 1980. La
situación social en ese tiempo no era muy alentadora por
la criminal (así calificada por los rebeldes) política
económica de Fernando Belaúnde Terry,
presidente de Perú. Él parecía haberse
encargado de hacer más ricos a los ricos y más
pobres a los pobres. La crisis era
más resentida por la espalda del pueblo. Esta
política agredía, arruinaba y hundía a las
masas de la ciudad y del campo en el hambre y la miseria."
La
administración de Belaúnde y su parlamento
constituían un régimen al servicio de
los monopolios estadounidenses. Esto causaba disgusto en algunos
sectores del pueblo y se creaba una atmósfera de
violencia; por lo que empieza una campaña contra
guerrillas.

Cateos, cercos, rastrillajes militarización de
ciudades y poblados, patrullajes, imposición de estado de
sitio y algunos toques de queda. Bombardeos con aviones
supersónicos y helicópteros, utilización de
armas químicas. Además de persecuciones,
detención, secuestros y desaparecimientos, tortura (que
incluía aplicación de corriente
eléctrica a pechos y órganos genitales),
liquidación física y exterminio de campesinos y
trabajadores.

La violación a los Derechos Humanos,
el desamparo a la niñez, el hambre, la desnutrición, la falta de atención a
las necesidades de salud y educación, entre
otras carencias de la población peruana, se daban a la par con
las estrategias brutales para restaurar el orden (o bien
desorden) legal. Mientras, Sendero Luminoso se
organizaba.

Partes: 1, 2, 3
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