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Relacion Arte, Arquitectura y Diseño Industrial en objetos domésticos de la Argentina desde mediados de S. XIX y hasta fin de S. XX (página 3)




Enviado por Ibar Anderson



Partes: 1, 2, 3, 4, 5

Como estudio de casos si analizamos el Caso Nº
4
, el juego de
muebles de la sala de estar del mismísimo Sarmiento,
conservado en el Museo Histórico Sarmiento
(ambientación de la última residencia de Sarmiento
en Buenos Aires,
ubicado en Avenida Juramento 2138, Capital
Federal). Comprobamos que parte del juego de salón estaba
formado por un asiento redondo (Borne), un sofá de tres
cuerpos y tres sillas; tapizado en terciopelo rojo,
capitoné (adquirido por Sarmiento en París en
1874). El eclecticismo se evidencia en la ruptura del estilo con
la mesa luso-brasileño que acompaña dicho juego,
sin ninguna correspondencia geográfica afrancesada.
Podemos continuar observando que la mesa escritorio de roble
tallado, estilo Tudor inglés
del siglo XIX (era otra adquisición cosmopolita de
Sarmiento). Y la lista sigue, si tenemos en cuenta las sillas con
sello en el asiento "Paris deville frere 12 Rue Gaillen"
(lo que ahora nos trae de Inglaterra a
Francia
nuevamente). Y si luego pasamos al escritorio con tapa corrediza
tipo perciana de mecanismo a cilindro, adquirido por Sarmiento en
EE.UU. (hemos cruzado el Océano Atlántico a tierras
americanas, pero no del sur, según lo más arriba
indicado, sino del norte). Continúa esta clase de
"eclecticismo" en el mobiliario del dormitorio, donde muebles de
estilo victoriano del siglo XIX se combinan con la cama de arrimo
con dosel y el baúl adquirido en EE.UU.

En este estudio de casos, podemos continuar comparando
y analizando los casos de la "Quinta Jovita" (Caso Nº
5
), o excasa de Manuel José de la Torre y Soler (hoy
sede del Museo Histórico de Zárate, ubicado en la
calle Ituzaingó Nº 278, Departamento de
Zárate, Provincia de Buenos Aires), que fue habitada por
Domingo Faustino Sarmiento, Oscar Ivanisevich, Ricardo
Balbín y Jorge Luis Borges
entre otros ilustres. La Quinta Jovita es otro único y
excelente ejemplo que, aún hoy, se conserva intacto,
testimoniando las formas de vida de la burguesía naciente
de la ciudad de Zárate (al norte de la Provincia de buenos
Aires), hacia fines del siglo XIX (aproximadamente data de 1870).
Conformando un verdadero "oasis paisajístico" de la ciudad
(idem al Palacio Urquiza y la Quinta Gregorio Lezama). La fachada
de la Quinta Jovita, es de sobrias líneas italianizantes
(moderado Eclecticismo historicista).

O la exresidencia Dardo Rocha (Caso Nº 6),
fundador de la ciudad de La Plata, Provincia de Buenos Aires (hoy
sede del Museo Dardo Rocha, ubicado en la calle 50 Nº 933,
de la ciudad de La Plata, Provincia de Buenos Aires),
también conocido como "casa de los cuarenta días".
Y en todos los casos la norma encontrada que se repite es:
"eclecticismo del mobiliario", adelantos tecnológicos,
confort e higiene, todo
cuanto significaban "lo civilizado" y "lo moderno" para la
época.

Dardo Rocha fue gobernador de la Provincia de Buenos Aires
(1881-1884) durante el período que se iniciaba la
denominada Generación de 1880. En los años que van
del 1870 al 1880 quedaron la impronta de todos los elementos que
caracterizarían a la Argentina moderna, con sus ciudades,
y el ingreso en los "años dorados de comienzo del siglo
[XX]" (Jorge Sábato,
1991). Y en tanto se formaron las ciudades modernas en nuestro
país, se conformó el hogar doméstico moderno
también (que es lo que aquí nos interesa), sus
ambientes (cocina, comedor, living, dormitorios, baños y
otros) y su paisaje interior formado por los distintos elementos
de diseño,
arte, arquitectura e
ingeniería (muebles, artefactos,
utensilios, obras de arte, decoración, ambientación
arquitectónica, electrodomésticos y otros objetos
de la cultura
material).

Destacable paradigma de
baño de ablución + retrete (lo cual define un
paradigma de baño moderno) fue el de la casa Dardo
Rocha.

B – Proletariado (clase obrera). Período
1880-1910:

Si hasta el momento hemos estado
analizando las formas del "buen vivir" de la burguesía
nacional de 1880, desde una definición marxista
también deberíamos analizar las formas del "mal
vivir" del proletariado (trabajador inmigrante preferentemente).
Dado que hemos desistido analizar la situación del
trabajador rural y sus "ranchos" expresados en la literatura del Martín
Fierro de José Hernández y pintados por Molina
Campos (que tan famoso se hiciera en las publicidades de
"alpargatas"), dado que no corresponden a la situación de
los trabajadores urbanos que se asentaron por millones en las
ciudades-puertos como Buenos Aires, Rosario, Bahía Blanca
y co-ayudaron a construir las masas de ciudadanos-inmigrantes
(los que a su vez demandaban soluciones
habitacionales).

En la formación del Estado Moderno Argentino, de sus
ciudades-puertos como Buenos Aires y Rosario (Leandro
Gutiérrez y Juan Suriano, 1985) y de sus hogares, ha
tenido influencia la inmigración masiva europea de fin de siglo
XIX, de donde nacería la clase media argentina y con ella
sus necesidades habitacionales hogareñas y toda una
cultura material doméstica ligada a las masas
(María Isabel Hernández Llosas, 2006). Pues, en
este período clave que abarca desde 1852 hasta 1914 se
produjo el proceso de
estructuración de la Gran Aldea de Buenos Aires (David
Kullock, 1985).

En 1880 la sociedad
argentina estaba fuertemente dividida en dos clases
sociales polarizadas: la oligarquía aristócrata
y terrateniente o grupo
dominante conformada por poderosas "familias tradicionales" por
un lado (que hemos analizado como el caso del exresidencia de
la familia
Errázuriz-Alvear y de la familia Urquiza),
y los inmigrantes (que analizaremos en los casos de los
conventillos) que junto a los mestizos y criollos
autóctonos de nativos formarían el "populacho" por
otro lado. En términos marxistas: burgueses por un lado y
proletariado por el otro, como ya lo hemos descripto. La
conformación de la clase media como tal, aunque hacia
fines del siglo XIX era incipiente, solo en el siglo XX
terminaría de consolidarse como tal. Sabemos que aparte de
la clase alta, media y baja (obrero urbano) existe una cuarta
(obrero rural) llamada campesinado –que en este trabajo no fue
analizado como ya lo aclaramos- (Anthony Giddens, 2000).

Acompañando a la definición de "paisaje interior
doméstico" podemos agregar la de "paisaje multicultural"
(María Isabel Hernández Llosas, 2006), por
pertenecer a una "mezcla cultural" (Beatriz Sarlo, 1988) o
mestiza "identidad
social" (que nos define una multicultura sincrética). Pero
no solo "crisol de razas": mestizaje, sincretismo, transculturación y creolización
(Néstor García Canclini, 1989), sino un "crisol de
formas de habitar" (crisol de hogares: antiguas casas chorizos de
patios laterales, conventillos, viviendas unifamiliares de
materiales,
casillas precarias de madera y
chapa, ranchos y otros) definirían a las formas de habitar
de los inmigrantes pobres en un alto porcentaje (aunque por
efecto de las obras de teatro se hallan
convertido en verdadero paradigma los conventillos, debemos
anexar que no eran la única forma de habitar). De
aquí que proponemos el concepto de
"sincretismo material doméstico".

Definir cuales de esos objetos, productos,
artefactos, muebles, electrodomésticos y otros (que forman
en el interior doméstico un "crisol de formas de habitar")
posee desde lo patrimonial, un fuerte "valor
simbólico" y es una de las tareas necesarias de realizar
(Mathieu Dormaels y Verónica Zúñiga Salas,
2006). Porque el patrimonio es
la capacidad de representar simbólicamente una identidad
(Antonio Donini, 2006) y porque el patrimonio obedece a la
importancia simbólica para la identificación de un
grupo (Olaia Fontal Merillas, s/f). La identidad cultural, que
define al argentino, puede ser encontrada en el patrimonio
doméstico (Hugo Daniel Peschiutta y María Isabel
Hernández Llosas, 2006). Ya que los objetos materiales
(artefactos, utensilios, muebles y otros) pueden ser estudiados a
la luz de la
semiótica y el estudio de los símbolos (Anthony Giddens, 2000).

Una identidad cultural ecléctica, desde su cultura
material doméstica, tal como los ejemplos que venimos
desarrollando lo vienen demostrando (esto se aplica a todos los
estratos sociales, y en las clases mas bajas por necesidad). Y
aunque el acceso de grupos, estratos
o clases sociales a la "cultura material" es diferencial, el
hecho de que las relaciones sociales están penetradas por
el poder
significa que ciertos grupos logran, hasta cierto punto, imponer
sus gustos y patrones –como parte de la producción erudita (Pierre Bourdieu, s/f,
citado por Philippe Ariès y Georges Duby, 1989)- al resto
de la sociedad; decidir lo que es mejor para los otros o,
inversamente, impedir a segmentos dominados tener acceso a
bienes
culturales altamente privilegiados (el mueble de estilo como hija
menor del "arte culto" fue restringido a los pobres, por
incapaces de comprenderlo, por incivilizados, por bárbaros
a lo Sarmiento). Aquí se presenta una idea análoga
a lo Domingo. F. Sarmiento de "dominantes = cultos" y "dominados
= incultos", idea instalada en la sociedad y argumentada por
diversos autores (Néstor García Canclini, 1993),
(Eunice Ribeiro Dirham, 1998) y (Alejandro Grimson, 2003).

Estas clases sociales burguesas obtuvieron una posición
privilegiada respecto del patrimonio artístico y
arquitectónico, que de hecho hasta hoy en día se
conserva en museos (Néstor García Canclini, 1993),
como el Museo Nacional de Arte Decorativo (exresidencia
Errázuriz-Alvear). Esto explica, porque de todos los
Museos que se han visitado, en lo que respecta a la vida
doméstica y a su cultura material, poco y nada se ha
encontrado de los inmigrantes y sus conventillos (la
explicación está en que eso no valía la pena
ser conservado, y por eso mucho se perdió, pues ni
artesanías de calidad
poseían en su mobiliario cuyo grado de rusticidad y
pobreza era
abrumador). Por lo cual en ese proceso se extraviaron
innumerables creaciones culturales relevantes (de los grupos
subalternos) y se olvidaron hechos históricos
significativos e importantes para comprender la historia del
país.

De hecho no hay museo del inmigrante que conserve un
comedor-cocina, dormitorio o baño mostrando como habitaban
precariamente en los mismos; por lo contrario si se conservan en
los museos de quienes fueron personalidades importantes, o sus
viviendas fueron importantes, sus objetos personales.
¿Cómo si esa parte de la historia no fuera digna de
ser conservada? Y ahora nos encontramos con tantos libros que
hablan de los inmigrantes y sus conventillos y que tan poco
muestran (a pesar de que una imagen habla
más que mil palabras).

En cierto modo, las clases dominantes dirigen la
producción "material" y "cultural" colectiva de la cual se
adueñan privilegiadamente. Eso quiere decir que los bienes
culturales a disposición de los sectores dominantes no son
solamente diferentes, sino con frecuencia son mejores (por
disponer de mayores recursos) y
más elaborados (esta tendencia se conserva desde mediados
del siglo XIX y hasta fines del siglo XX).

Agrega García Canclini que todavía vale mas el
capital cultural del Arte que el de la artesanía, (del
mismo modo que la arquitectura "monumental" puede serlo respecto
de la arquitectura "doméstica" o en última
instancia de un rancho pampeano de adobe y paja; o un mueble Luis
XIII, XIV, XV o XVI respecto de un mueble vernacular realizado
por la cultura gaucha-pampeana, indígena o inmigrante).
Dado que los capitales simbólicos de los grupos
subalternos tienen un lugar subordinado, secundario, dentro de
las instituciones
y los dispositivos hegemónicos (esto representa otro
espacio de lucha económica, política, material y
simbólica entre las clases, las etnias y los grupos).
Continúa señalando el autor, que es comprensible
que las clases populares, atrapadas en la penuria de la vivienda
y en la urgencia por sobrevivir, se sientan poco involucradas en
la conservación de "valores
simbólicos" (sobre todo si no son los suyos).

Pero como la teoría
del patrimonio se amplía (afortunadamente) en la
actualidad a grupos de objetos diversos, sostiene Jorge Francisco
Liernur y Fernando Aliata (Berto González Montaner, s/f).
Esta ampliación teórica también está
alcanzando a diversas clases sociales; pues, a partir de 1980 los
bienes patrimonionales (inmuebles y muebles) con escaso valor
histórico-patrimonial (como son los de lo sectores
subalternos) empezaron a cobrar importancia (Ciro Caraballo
Perichi, 2006). Y aquí radicó nuestro interés en
descubrir esos ambientes interiores de los hogares (de clase
alta, media y baja también), sus muebles y sus artefactos
(por modestos que estos hallan sido).

En las viviendas opulentas, el cobijo y el símbolo
propio de la arquitectura se pudieron cumplir sin retaceos, para
que la misma sea considerada más o menos
explícitamente como arte y patrimonio de acuerdo con su
función
"simbólica" (mientras que en las viviendas de los pobres,
el gasto mínimo sólo les había
permitió acceder a un precario cobijo, las viviendas de la
escasez
sólo eran "construcciones", pero no "el arte de la
arquitectura" de la clase alta) Pero: ¿quién puede
negar el "arte" de sus construcciones, de sus edificaciones
vernaculares –y de su cultura impresa en las mismas-? Si
tomamos como ejemplo las viviendas del barrio de la ciudad-puerto
de Berisso (al lado de la ciudad de La Plata, capital de la
Provincia de Buenos Aires); donde sus casas fueron construidas
sobre pilotes de madera y paredes de chapa de zinc (por el
terreno bajo, similares a las del barrio La Boca), que
además sufrieron los retrasos de los servicios,
ejemplo: la luz eléctrica y el agua llegan
en 1922, con cuarenta años de atraso respecto de la ciudad
de La Plata (que estaba tan cerca).

Esto llevo a que las cuestiones vinculadas a la historia de
las condiciones de vida de los sectores populares porteños
del novecientos, referidos al tema de la vivienda sea casi con
seguridad, el que
más empeños y reflexiones ha concitado para la
historiografía del Buenos Aires finisecular del
Centenario, sostiene Diego Armus. Donde los sectores populares
más pobres (clase obrera) del Río de la Plata
continuarían prefiriendo el tipo antiguo y austero de
patio lateral o "casa chorizo" con cuartos en ristra
(habitaciones contiguas). Fue el ámbito doméstico
de los suburbios más pobres, de los inmigrantes y de los
criollos (mestizos autóctonos) y podemos asegurar que el
período 1880-1945 es el período de la "casa
chorizo".

Muchas casas chorizo se adaptaron fácilmente a los
"conventillos" (diminutivo de convento). Sabiendo que se
consideraba conventillo o casa de inquilinato a aquellas que
alberguen a más de cinco familias o personas
independientes, incluido un encargado, cuya unidad de
locación sea una pieza, y que tienen en común los
servicios de baños, lavatorios, letrinas y lavaderos.

Describiendo un día en el conventillo, James Scobie
recuerda que a las 11 y 30 regresaban los hombres para comer de
prisa un puchero aguachento o algún plato hecho con
maíz,
esta rápida comida estaba vinculada: ¿a la pobreza, al
afán de ahorro, o al
tipo de vivienda? Se preguntan Leandro Gutiérrez y Juan
Suriano. No parece haber dudas en torno a que los
escasos recursos conducen a una pobre alimentación, pero
también es altamente probable que la inexistencia de
cocinas colectivas y una tecnología pobre
(dato importante para los diseñadores industriales y
arquitectos) hayan contribuido a que, aún cuando la
oferta de
alimentos
fuera variada, la composición y la variedad del
menú estuviese reducida a un número limitado de
platos: el puchero, los guisos y, quizás, la carne
asada.

En una imagen encontrada del año 1936, una
representación teatral donde puede apreciarse como era la
vida doméstica de los inmigrantes en Berisso, en este caso
a la hora de comer (aunque la actividad teatral de la ciudad de
Berisso tiene su inicio en 1909 según Luis Guruciaga).
Puede verse el pan amasado sobre el tablón de la mesa
rústica y los platos de metal enlosado (para que no se
rompan y sean más resistentes en el uso y el tiempo). Por
lo que se puede calcular a partir de esta escena, que el
"compartir la mesa" (con familiares y otros parientes cercanos)
era un acto lleno de profunda calidez y afecto (por la
expresión de los individuos parados compartiendo bebidas
del mismo vaso). Seguramente las sillas no habrían bastado
en estos casos para todos los comenzales, pues estarían
exactamente contadas para la cantidad de habitantes originales de
la casa (posiblemente se turnaban para comer e incluso usando los
mismos platos y si habían jóvenes muy seguramente
estos habrían comido antes que los adultos y se retiraban
de la mesa y la cocina para no molestar en las conversaciones de
los adultos).

Observamos en otra fotografía
del año 1938 a Baikevicius cebando unos mates (esa
típica costumbre argentina para agasajar a las visitas que
así lo apetecen), con el famoso (y peligroso calentador
"primus"). Se observa que una de las sillas es la misma que la de
la reconstrucción escenográfica usada para el
teatro que se describió arriba, donde los comenzales se
encuentran sentados junto a la mesa (lo cual confirma las
conjeturas de precariedad evidente en la que vivían estar
personas humildes y sencillas en su "cultura material
doméstica").

Todas estas "formas de habitar" (conventillo, vivienda
unifamiliar precaria, casillas precarias y en sus casos extremos
los ranchos), poseían un mobiliario precario; pues, no
contenían más que una o dos camas, algunas sillas,
una mesa, un baúl, un brasero o calentador apoyado en un
cajón, tal vez un recipiente para la higiene personal (como
ser un lavatorio, o una jofaina con jarra de hierro
enlozado, aunque usualmente el aseo personal se efectuaba fuera
de la habitación en algún recipiente sencillo).
Destacan objetos de fácil traslado ante eventuales
desalojos (Leandro Gutiérrez y Juan Suriano, 1985). En la
pieza del conventillo no existían los "interiores", y la
austeridad que domina el cuadro resulta principalmente de la
escasez de recursos, casi no había decoración
(Diego Armus y Jorge Enrique Hardoy, 1990). Impresiona la
siguiente fotografía (donde una única
habitación funcionaba de dormitorio, comedor, cocina,
etc.)

La falta de recursos de sus inquilinos, trajo como
consecuencia, que los cuartos fueran ocupados por varias
familias, que contaban solo con una cortina o biombo para dividir
un ambiente. Cada
uno conocía la vida del otro por el efecto de esta
apretada convivencia, donde el nacimiento, la promiscuidad y la
ausencia de higiene formaban parte de la vida cotidiana. Sumado a
otras cuestiones de habitabilidad miserable lo ponían a
los conventillos en formas de habitar alejadas del confort de la
época (que poseían la clase alta o burguesía
nacional).

Entre la innumerable cantidad de problemas
sociales (no solo médicos e higiénicos) que
ocasionaba el conventillo y sus formas de hacinamiento y
degradación moral que
causaba a las personas que en ellos habitaban; pudo ser
comprobado (a partir de los hechos de índole policial
registrados y asentados) una extensa lista de escándalos,
desórdenes, ebriedad, homicidio y
accidentes
(que sumaban cifras mayores en dichas secciones de la ciudad
donde existían conventillos que en el resto donde no los
había). Evidentemente, algo había en estas formas
degradantes de habitar, para la naturaleza
humana y moral de "buen vivir" (o "bien vivir"). Y dejemos
bien en claro que estas formas de "mal vivir" no implicaban que
fueran "malas personas" los que en ellas habitaban (sino que
estas formas de "mala vida" llevan por el mal camino hasta las
"buenas personas", cuestión que escandalizaba a la
iglesia
cristiana).

Como las ciudades-puerto (Buenos Aires, Rosario, Bahía
Blanca, Berisso) no estaban preparadas para tal crecimiento
(debido a la inmigración masiva), las familias de los
recién llegados se hacinaban en caserones del sur de
Buenos Aires, que antiguamente pertenecían a familias
adineradas (como los Anchorena), que las habían abandonado
en la época de la Fiebre Amarilla
(1871), mudándose  a vivir al Barrio Norte. A estos
caserones de inquilinato se los llamó: conventillos
(antiguas mansiones de herencia colonial
en ruinas). Fueron la vivienda popular de los sectores de
ingresos
económicamente bajos, posteriormente hubo toda una serie
de búsquedas de otras alternativas a los conventillos en
lo que se denominó: mansiones obreras, casas baratas, casa
de obreros, cottages, habitaciones populares, y otros nombres
(ejemplo: ver la siguiente fotografía).

Pero para ser más exactos la vivienda popular de los
sectores obreros (clase baja o proletariado nacional) no fue solo
la vivienda-colectiva conocida como "conventillos", que fueron
verdaderos focos de incubación de enfermedades infecciosas, y
de habitabilidad extrema que con su hacinamiento de personas
nunca albergó a más del 30% de la población obrera; sino también la
vivienda-privada (aunque precaria, al no ser colectiva, fue vista
como una superación del hacinamiento, una mejoría
de las condiciones de vida, y como una prueba de ascenso social)
a la que también podemos llamar "vivienda unifamiliar
precaria (de material)" o simplemente "casilla precaria"
(construida con materiales baratos o de desecho: madera y/o chapa
y algo de ladrillo en algunos casos) que se asentaban en la
periferia de la ciudad de Buenos Aires entre 1880 y 1910.

Y ya en su caso de extrema pobreza podemos denominar a algunas
construcciones como "ranchos" que con el paso del tiempo y a
partir de 1940 aproximadamente se convertirían en las
actuales villas; y otro conjunto de soluciones muchas veces
ocasionales (que incluirían desde el alquiler de un cuarto
del fondo en una casa de familia, al dormir en el mismo lugar
donde se trabajaba), formas de alojamientos ocasionales, dando
respuesta a las inestabilidades de la vida cotidiana (Leandro
Gutiérrez y Juan Suriano, 1985), (David Kullock, 1985) y
(Diego Armus y Jorge Enrique Hardoy, 1990).

La dificultad para acceder a la propiedad
constituye un de las características distintivas del
proceso inmigratorio argentino (1880-1914). La inestabilidad del
empleo rural y
urbano determinó el hacinamiento en las piezas de los
conventillos, soportable (entre otras cosas) por su presunta
transitoriedad.

Una vida doméstica, más pública que
privada, obligaba a compartir casi todo en los conventillos y las
piezas, tenían muy poca intimidad porque servían
para todo (despensa, cocina, comedor, sitio de estar, dormitorio,
depósito de basura y
excrementos temporales, almacén de
ropa sucia y limpia, morada del perro y gato, depósito de
agua para
beber, sitio donde arde una vela, un candil o una lámpara
de noche, y cuantas cosas más). Por eso, es que a los
conventillos se los puede definir como: "la vida en una pieza
situada en una comunidad de
piezas"
(Andrés Carretero, 2000). Sin lugar a duda en
esos pequeños sitios el espacio privado era, pues,
solamente el espacio público del grupo doméstico,
con una intimidad imposible (Philippe Ariès y Georges
Duby, 1989). En el período 1880-1930, la vida de la clase
trabajadora tenía que ser en gran parte pública,
por culpa de lo inadecuado de los espacios privados. Por eso a la
situación extrema y precaria de privacidad, en los
conventillos, lo denominan "vida hacia fuera" por vivir mas
afuera que adentro de estos espacios tan inapropiados para
habitar decorosamente (Diego Armus y Jorge Enrique Hardoy, 1990).
Las siguientes fotografías lo confirman.

 

La falta de aprovisionamiento de agua corriente y el servicio
cloacal se fueron subsanando aunque parcialmente. De tal modo que
la provisión de agua corriente, principio de saneamiento y
de higiene, sólo alcanzaba a cubrir en 1887 al 14% de las
viviendas censadas en la ciudad de Buenos Aires. En 1910 este
porcentaje se elevaba al 53%.

Mientras que los servicios cloacales y de desagües
recién funcionarían para los inicios de 1890; en
1910 la red cloacal
–en Buenos Aires- ya estaba bastante extendida. Pero
igualmente debemos señalar que los pozos negros fueron
centro de atención durante el período
1871-1914, en que se desarrollaron las tácticas
político-higienistas, dado que se temía que fueran
origen del mal que se comunicaba, de las aguas servidas a las
napas de aguas utilizadas para beber. La separación de las
aguas sería un tema central (las contaminadas de las
no-contaminadas para cocinar, beber e higienizarse).

El agua corriente, un servicio que se inicia en 1887 para el
caso de la ciudad de Rosario y que se desarrolla de forma
desacompasada con el de cloacas representaba la entrada del
moderno servicio que se mezclaba con la persistencia del método
tradicional (dado que el consumo de
agua se usaba como mercancía mediante la cual lucraba el
aguatero o especulaba el encargado del conventillo, y algunos
inquilinatos tenían un solo pozo de agua donde
debían abastecerse por medio de sogas y baldes y en muchos
casos solo para beber y cocinar y si sobraba algo para lavar
ropa).

Todos estos problemas
causados por el hacinamiento comenzaron a ser analizados en el
año 1870. Algunos lo hicieron desde el punto de vista
médico, otros con fines filantrópicos. Algunos
arquitectos inspirados en los modelos
europeos de viviendas obreras dieron propuestas teóricas
ante el problema habitacional (desde las propuestas individuales,
pasando por los postulados teóricos de Santiago Estrada,
Guillermo Rawson, Eduardo Wilde, Raymundo Battle, Augusto Plou y
otras como el Proyecto Moreno,
Moscón y Cía.). Todos ellos intentaron bosquejar
propuestas para construir viviendas apropiadas para los obreros,
siguiendo los ejemplos de las sociedades
filantrópicas de Londres (estas viviendas debían
ser económicas y aunar las reglas de higiene a las de
estética). Estas se debían realizar
en lugares amplios, sanos y bien comunicados, se hablaba de crear
barrios o ciudades para obreros (estos proyectos de gran
magnitud que no llegaron a concretarse, fueron útiles a
nivel teórico porque sentaron la discusión sobre la
necesidad de crear conjuntos de
viviendas integradas a otros servicios). Con una fuerte crítica
a los conventillos (Elisa Radovanovic y Alicia Busso, 1985).

La definición tipológica de la "vivienda
unifamiliar precaria" se generó como reacción al
inquilinato, el conventillo y todo tipo de casa colectiva, un
cambio de
cultura de los sectores populares. Por otro lado, este traslado a
la vivienda propia y unifamiliar (aunque precaria) debe haber
compensado en algo esos problemas que traía el
conventillo, pues ya no estaban todos tan amontonados (aunque
"precaria", era más "privada"). Los números indican
que en 1904 el 30% de la población de la ciudad de Buenos
Aires era propietaria, en 1947 el porcentaje ascendería al
43% y continuaría creciendo para alcanzar el 67% en
1960.

Pero, más allá de todas estas cuestiones. Este
paisaje interior doméstico de los conventillos se sostuvo,
con variantes hasta el fin del período 1880-1930.

C – Clase media. Período 1910-1980:

Pero, más allá de todas estas cuestiones. Este
paisaje interior doméstico de los conventillos se sostuvo,
con variantes hasta el fin del período 1880-1930. Luego,
el modelo de
"casa moderna" (compacta tipo "cajón", con sus ambientes
tal como los conocemos hoy), sus ambientes se impondría
tipológicamente, en el período 1930-1945 en las
clase media (con anterioridad a la entrada del peronismo).

Sería recién en 1930, cuando los hijos y nietos
de los inmigrantes pioneros, conformarían una clase media
numerosa y pujante (Andrés Carretero, 2000). Con el
desarrollo de
la sociedad industrial y la especialización laboral, el
ámbito de trabajo y el doméstico tendieron a
diferenciarse (cosa que no pasaba con las artesanías y
algunas actividades de servicio de lavandería, planchado y
costura, donde el trabajo se
traía al hogar, como hacían los inmigrantes en
numero importante según los datos
históricos verificados). Recordemos que en las clase bajas
el "ámbito de vivir" también era "ámbito de
trabajar", en la clase media esto no sucedería por razones
de "necesidad" sino por razones de elección (se lleva
trabajo de oficina al hogar,
para disfrutar de las comodidades del propio hogar).

Las viviendas de la clase media tuvieron entre sí una
gran homogeneidad, que las diferenciaba tanto de la
mansión (de clase alta o burguesía), como del
conventillo o de la casa levantada en etapas de tipo
autoconstrucción (de clase baja o proletariado). La
homogeneidad era manifestación de una equiparación
social que identificaba y consolidaba a los integrantes de la
clase, más sólidamente que en otros estratos
(Andrés Carretero, 2000). Mucha casas típicas
poseían zaguán de entrada, un hall (imitando a las
mansiones de clase alta), cocina y vestíbulo.

El individualismo, característico de la clase media,
constituyó durante mucho tiempo un obstáculo mental
para la aceptación del departamento, prefiriéndose
las viejas casonas (incómodas e inadecuadas a las
necesidades modernas), sostiene Andrés Carretero.

A fines de la década de 1920-1930 comienzan a
alquilarse departamentos equipados con heladera y cocinas
eléctricas o a gas.
Además, ya habían adoptado con anterioridad
sistemas de
agua caliente y calefacción central; en algunos casos
comenzarían a incorporar teléfonos internos, y en
los departamentos de lujo se añadía aire
acondicionado. En la década de 1930, estos elementos
se transformaron en un argumento central para la oferta de
viviendas entre los sectores altos y medios, y por
varios motivos constituyeron un aspecto particularmente
importante de las casas de renta (porque el equipamiento ofrecido
por el departamento constituía un "plus" que
incidía poco en el precio de la
renta y mucho en el interés que despertaba en el potencial
usuario). La falta de espacio se compensaba con el confort (los
departamentos serían mas pequeños pero mas
confortables).

Surge así el departamento pequeño-burgués
(clase media o medio-pelo), de frentes fastuosos y trasfondos
tristes y sombríos para una clase que vive de las apariencias
(Carretero, 2000), lo cual es coincidente con la idea en la cual
lo que se está jugando el status del "medio pelo". Por lo
que se estaría pasando de la "casa de barrio" (viejas
casonas, que le quedan chica) al "departamento céntrico",
como fachada de su posición social de clase media o
pequeño-burguesa ascendente, pero sin llegar a ser de
clase alta (Jauretche, 1984).

Los precios
más bajos dirigidos a los sectores de "clase media" se
conseguían eligiendo terrenos de menor costo y
proyectando mayor cantidad de departamentos por piso, reduciendo
las dependencias de servicios y también el número
de ambientes principales (el living que también era
comedor, y si poseían un diminuto hall, eran las
únicas dependencias "públicas" de la casa). La
racionalización entraba aquí con mayor rigor que en
los departamentos de lujo para clase alta (debido a que el dinero no
era problema, pero en la clase media ya era un factor a tener en
cuenta).

Respecto de la decoración y amoblamiento interior de
dichos hogares de clase media, una característica que los
distinguió fue la acumulación (muchas veces
excesiva e indiscriminada), de muebles y adornos (eclecticismo
que había tenido la clase alta por "elección" y la
clase baja por "necesidad"). Por ello se producía una
contradicción de estilos y funcionalidad (Carretero,
2000). Según algunas interpretaciones sociológicas,
esta era la forma de distinguirse y separarse de la casa del
pobre (siempre escasa de muebles, con espacios internos formados
por paredes mal pintadas); sin lugar a dudas si la
combinación ecléctica era una característica
del paisaje interior doméstico de las casas de clase media
(imitando a las clases altas), la no confusión de estilos
sería la característica central de dicho paisaje
interior de la clase alta, y de encontrarse cierto exotismo en
dichos hogares de clase alta se debía a que en ellos
mostraban su cosmopolitanismo-capitalista (que los de clase
media, con su deseo de ascenso social, copiaban en una
confusión ecléctica de estilos de muebles y objetos
de menor calidad). Por otro lado, del mismo modo,
podríamos ir más lejos y afirmar que la no
presencia de estilos decorativos fue la característica de
los ambientes interiores de las casas de la clase baja (viviendas
precarias).

En el amoblamiento de los hogares de clase media era frecuente
encontrar los sofás, canapés, puffs y taburetes,
forrados con telas de seda o terciopelo. El mobiliario se lograba
con muebles adocenados de precios accesibles: sillas de asientos
de madera o esterilla, mesas de aspecto sólido, aparadores
con dos puertas y un pequeño espejo al frente, contra la
pared; algún estante para libros, y cuadros o retratos en
las paredes. La mesa y las sillas se cubrían con tejidos
confeccionados por la misma familia.

En los ambientes destinados a la recepción y sobre los
muebles colocaban adornos de cerámica importados de Gran Bretaña
o Francia (cuando era posible). La misma procedencia
tenían los adornos metálicos –candelabros,
bandejas, bibelots, apoya copas-, así como los recipientes
de vidrio, que
pasaban por ser de cristal de roca. La mayoría de dichos
adornos eran réplicas adocenadas de piezas consagradas
como clásicas.

También era frecuente hallar, en el mobiliario menor y
en los adornos menos significativos, piezas de industria
alemana o inglesa, de buena presentación, como si fueran
de porcelana, pero de una calidad muy inferior a este material.
Las arañas, los globos o veladores y apliques
podían ser importados o nacionales, pero eran de mediana
calidad (los objetos eran de calidad media, como su clase
social).

En muchas casas o departamentos de la
pequeña-burguesía, era costumbre mantener los
muebles de los ambientes menos usados cubiertos con fundas de
colores
discretos, lisos, no floreados, que se retiraban cuando se
tenía la noticia de la llegada de una visita, al mismo
tiempo que se hacía la limpieza superficial para sacar el
polvo acumulado.

En las salas de la clase media, si de describir los muebles se
trata, también se observaría una
proliferación de butacas tapizadas llamadas "confortables"
que ya habían tomado el lugar de las sillas
"bergères" en Europa en el
año 1880 aproximadamente. Estas sillas "confortables",
símbolos del gusto imperante de las masas del siglo XIX en
Europa, serían muy exitosas en los ambientes de clase alta
y media ya entrado el siglo XX en Argentina (una serie de muebles
que hemos conocido aquí simplificadamente en los hogares
como juego de "sofá de rincón"). Toda una serie de
muebles que en el siglo XIX eran un medio para completar
ambientes; dado que, como Giedion bien lo expresó:
"Este período, impulsado por su horror al
vacío, llena el espacio central de una
habitación".

El siglo XX puede ser considerado como la época de la
conquista del
espacio doméstico –por parte de la clase media
(pequeño-burguesa)- necesario para el desarrollo de la
vida privada (Philippe Ariès y Georges Duby, 1989).

La diferencia entre el siglo XIX y el siglo XX estará
dada en que a fines del siglo XIX, solo la clase alta
(gran-burguesía) habían conquistado el espacio
doméstico (en un tiempo que simultáneamente no
presentaba una clase media importante para el país, pues
la entrada masiva de inmigrantes fue a parar a la clase baja,
obrera o proletariado). En fin del siglo XIX todavía
presenta esa fuerte polarización entre estratos sociales
fuertemente pudientes (clase alta) y pobremente pudientes (clase
baja). Y en el siglo XX, con la consolidación de la clase
media (pequeña-burguesía) se conquistaría
también el espacio doméstico (de un modo mucho
más limitado que el modo en que lo lograron la clase alta,
pero conquista al fin de cuentas).

Entre fines del siglo XIX y principios del
siglo XX ya se había perfilado el "casapropismo" en el
mundo de las ideas, las ilusiones y la realidad (Diego Armus y
Jorge Enrique Hardoy, 1990), que debería esperar entrado
el siglo XX, para empezar a ver su materialización
concreta en el plano de las posibilidades reales. Pues, entre la
superabundancia de la mansión de la clase alta (gran
burguesía) y el despojamiento de los conventillos y otras
formas de habitar de la clase obrera (proletariado),
siguió otro en el que todos los sectores sociales pasaron
a tener como referente lo que Liernur denomina un nuevo
"imaginario doméstico común", un "gusto medio"
construido por los medios masivos de comunicación del nuevo siglo XX que se
iniciaba (diarios, artículos de revistas y documentos de la
época, entre otros).

Esto imprimió a nuestra investigación un fuerte cambio de metodología a partir de aquí (pues
se abandonó los museos y se procedió a un cambio
metodológico). A partir de recopilar, ordenar,
seleccionar, clasificar y reordenar un otras tantas imágenes
que en total con el análisis de casos (museos) se
acopiaron y seleccionaron 2154 imágenes
paradigmáticas (material iconográfico diverso,
entre: fotografías, dibujos
arquitectónicos y artísticos-decorativos de
variadas casas u hogares de los más diversos niveles
socio-económicos) contenidas en fotos de archivo, revistas
de la época, publicidades de diarios, etc. Porque no
bastó documentar empíricamente –y solamente-
sus ambientes más importantes (hall o sala de estar,
living-room, comedor, cocina, baño, toilette, y
dormitorios) con todo el mobiliario y demás objetos,
artefactos, utensilios, enseres y muebles que conforman la
denominada "cultura material doméstica". Tomando a partir
de aquí un nuevo rumbo metodológico, pero
con el mismo fin inicial, se procedió a documentar una
serie cronológica de propagandas, publicidades y otros
avisos de muebles y electrodomésticos (que definieron un
paisaje interior doméstico de objetos, artefactos y
productos -industriales y artesanales- de los hogares de
Argentina, con valor histórico-patrimonial, comprendidos
en el período: 1880-1990.

La misma Cecilia Arizaga en el artículo "La construcción del gusto legítimo en
el mercado de la
casa", que aparecido en la revista de
estudios culturales urbanos, analiza los procesos de
legitimación de estilos de vida
centrándose en el espacio doméstico. A partir del
análisis de textos publicitarios, e
incorporando además la voz de difusores y receptores del
"buen vivir" a partir de entrevistas en
profundidad realizadas a intermediarios culturales y consumidores
del discurso
publicitario. Centrándose en un perfil de sectores medios
y medios-altos de la Ciudad de Buenos Aires y alrededores. Esto
confirma nuestra estrategia
metodológica.

Esta socióloga, siguiendo a Bourdieu, indagó en
los procesos de legitimación de los estilos de vida en las
clase media-altas y altas porteñas, teniendo en cuenta los
capitales en juego (económicos, sociales, culturales y
simbólicos) presentes en el análisis de
publicidades gráficas en clasificados, notas
periodísticas gráficas y de televisión, folletos de venta y
observaciones a exposiciones de decoración (por eso
sostenemos que es una metodología muy similar a la
seleccionada en este trabajo de investigación).

Hace casi quince años, en ¿Qué es
la filosofía
?, los filósofos franceses Deleuze y Guattari
escribían que había que tomar muy en serio el
discurso del marketing,
pues la publicidad se
había lanzado a apropiarse del terreno mismo de la
filosofía con la invención de
"conceptos" (y dado que se supone que un aviso tiene
méritos propios: estéticos, gráficos, discursivos y de
producción, con independencia
del producto que
supuestamente vende). Es que en realidad la publicidad funcionaba
y funciona ante todo como un discurso que tiene como fin
último el publicitarse a sí mismo; publicitar su
lugar como el discurso central del presente.

Pero sobre todo, lo interesante del cambio
metodológico (a partir de este momento) en este
trabajo es que si el período 1880-1930 representó
una historia de las clases alta y bajas, el período
1910-1990 metodológicamente es una historia de la
clase media argentina; por ello exhibe en primer plano su deseo
de consumir, muestra
cómo colocó al consumo como uno de sus valores
clave, como su modo específico de acumulación y
ascenso social (el consumo de la clase media como último
reducto de la identidad).

Durante casi todo el siglo XX la clase media se imaginó
bajo el paradigma del progreso ascendente. Se suponía que
los hijos iban a vivir mejor que los padres y los nietos mejor
que los hijos. En medio de ese optimismo ciudadano, la educación ocupaba
un lugar central. La escuela era el
ámbito de integración entre clases sociales y, al
mismo tiempo, el pasaje hacia una vida mejor. Esa es una historia
muy conocida; la sociología progresista derramó
litros de tinta sobre el tema.

Pero por debajo existe otra historia de la clase media (una
historia aún no escrita, secreta y fatal, pero igualmente
importante), la historia de su relación con el consumo. La
clase media siempre colocó el consumo como modo de darse
visibilidad a sí misma (desde los avisos de Caras y
Caretas
al éxito
masivo y actual del shopping), la clase media construyó al
consumo como forma de vincularse: el consumo como lazo social. Y
si este trabajo posee algún –humilde- mérito
es el de tratar de reflejar ese deseo, esas fantasía de
clase, el sueño de convertir al consumo en una actividad
ingenua, trivial. Pero nada menos ingenuo que la publicidad.

La relación entre clase media, publicidad y espacio
doméstico se superpone al desarrollo de la sociedad de
consumo. Citando a (Sánchez, 2002), Cecilia Arizaga,
analiza el surgimiento del concepto de "hogar" en las revistas de
difusión masiva porteña de las décadas de
1920-1930 y relaciona tres aspectos para las transformaciones
culturales en torno al espacio doméstico: los procesos de
densificación urbana, la incorporación masiva al
mercado de nuevos productos industriales y la emergencia de las
capas económicas de los sectores medios o de clase media o
los "medio pelo" (Jauretche, 1984. Citado por Sebreli, 1986).

La "casa moderna" impulsada por la alta burguesía
sería un claro ejemplo de cómo se organizó
la "modernidad",
combatiéndose a la "barbarie" e imponiendo dispositivos
civilizatorios (Fernando Devoto y Marta Madero, 1999). Si el
modelo premoderno de casa fue la denominada "casa chorizo" de
patio lateral con cuartos en ristra y el modelo moderno
sería la "casa cajón", sostiene Diego Armus. En
1930 la casa premoderna era un modelo en declinación (y su
construcción, si perduraba, era un resabio de la
tradición del habitar), pues la literatura técnica
la desaconsejaba y progresivamente la venía reemplazando
por una transformación cualitativa de los modelos de
vivienda (compactos y modernos tipo "cajón").

Nace entre las casas de la clase alta y bajas, las casas de la
clase media, que Liernur describe como: "cottage" y el "chalet".
Las casas de estas familias de profesionales, burócratas,
empleados directivos, comerciantes y pequeños industriales
o pequeño-burgueses (no "alta burguesía"); se
caracterizan por su tendencia a la compactación (que se
venía dando en las formas de habitar de la clase alta) y
la articulación de los espacios que las componen (por eso
mismo, implantadas en terrenos pequeños, suelen tener dos
plantas) y en
muchos casos se confunden con las construcciones destinadas al
week end, que vendría posteriormente en 1920, el
denominado "chalet" que prosperaría entre 1935 y 1948
(Fernando Devoto y Marta Madero, 1999).

Sostiene Anahi Ballent que en los años 1930 se observan
intensos procesos de difusión de nuevas tipologías
y estéticas del habitar individual dirigido a sectores
medios. Además que se esperaba que la "casa moderna" se
adaptara al ritmo de la "vida moderna" y fundamentalmente a la
escasez de tiempo y voluntad para que las personas se ocuparan de
ella. Y entonces, además de exigir que la vivienda sea
confortable, cómoda y eficiente,
se exigía que sea "fácil" (fácil de operar,
de mantener y limpiar). Las posiciones higienistas que
habían dominado el discurso del habitar doméstico,
solo se mantendrían en una posición fuerte hasta
aproximadamente 1925, en que comenzaría a debilitarse y se
empezaría a atender la pluralidad y complejidad de la
cuestión doméstica desde otras posturas no
higiénicas, ni filantrópicas o ideológicas
(como ser la cuestión "estética" que tuvo mucho
peso también, la entrada del confort y todo cuanto
empezaba a significar querer quedarse mas tiempo "adentro" que
"afuera" de la casa). Lo afirma Anahi Ballent, para el año
1930.

Como dice la autora, a partir del año 1933 la
aparición de la revista Casas y Jardines
(y su supervivencia hasta los años ochenta), es un claro
ejemplo del interés del público –sectores de
clase: "alta" y "media"-, no especializado, preocupados por los
consejos prácticos (y estéticos) para la vida
hogareña y sus ambientes.

Un estudio semiológico de los ambientes de las casas,
como sistema de
significaciones debería incluir por ejemplo el significado
social de cada ambiente interior del hogar doméstico (el
living, el comedor, la cocina, los dormitorios, el baño,
etc.). Sin lugar a duda, estos ambientes interiores del hogar
forma parte de la cultura (capital cultural) doméstica de
cada clase social (capital económico), grupos de edad,
étnicos y otros. En este orden de ideas resulta
útil el concepto de "fachada interior", en el sentido del
decorado aplicado a cada ambiente interior (living, cocina,
comedor, etc.), la utilería de que uno se rodea para
comunicar a los demás una impresión sobre sí
mismo. Para ello es necesario compartir códigos comunes
acerca del significado social de los ambientes, estilos
(arquitectónicos, artísticos, de diseño y
decoración), conceptos que actualmente tienen amplia
vigencia (a pesar de los cambios socio-históricos y
culturales de cada época).

Michael de Certeau (Tomo 2º) sostiene que el indicador
hogareño, de la casa es: además de su
ubicación geográfica en la ciudad (microcentro,
suburbio), la arquitectura de la edificación y el estado de
conservación, la disposición de los ambientes,
piezas y habitaciones (en cuanto cantidad y tamaño), el
equipamiento de comodidades en cuanto cantidad y calidad de los
mismos (tipologías, diseños, estilos y materiales
de los objetos, artefactos, productos y muebles), son todos
"indicadores"
(económicos, de status social)
de sus ocupantes (Michael de Certeau, 1999).

Por ello analizaremos a continuación dichos ambientes
(y lo contenido en ellos desde el año 1910 hasta 1990).
Ámbito viene del verbo latino "ambire" que quiere decir
rodear, en nuestra lengua designa
al contorno de un espacio, aquello comprendido dentro de ciertos
límites
e incluye no sólo el ámbito físico sino
también al conjunto de condiciones e influencias externas
que afectan la vida y al desarrollo de la vida humana. Desde una
perspectiva de las ciencias
antropológicas la reacción del ámbito es la
condición necesaria y suficiente para comenzar la
adaptación cultural (Graciela Elena Caprio, 1985).

Pasamos a las conclusiones sobre cada uno de los ambientes mas
importantes detectados y su objetos, productos, muebles y
electrodomésticos desde inicio del siglo XX (1910) hasta
aproximadamente su fin (sin pasarnos del año 1990).

La compactación del dispositivo de habitar moderno no
hubiera sido posible de no mediar importantes transformaciones
culturales que permitieron admitir como aceptable e incluso
deseable el desarrollo de la vida doméstica en
ámbitos de dimensiones relativamente más
pequeñas, limitación que en etapas anteriores
sólo era atributo de pobreza. Por otro lado, la
desaparición formal de los recintos y sus tabiques
divisorios será una puesta en crisis de los
límites de los recintos que dará lugar a las
fórmulas mixtas del lavadero-cocina, la cocina-comedor, el
living-comedor o un "tercer" dormitorio que puede funcionar como
escritorio o sala de estudio con biblioteca,
habitación de huéspedes u otra función (como
habitación para guardas cosas, etc.). Por eso en la casa
moderna constituye una forma de habitar donde siempre "falta
lugar" (Anahi Ballent, 1999).

Lugar para los objetos que se usan cotidianamente (y otros que
las personas resisten desechar), lugar para muebles viejos
(inútiles pero queridos por los recuerdos que guardamos de
ellos, por acontecimientos o familiares fallecidos), lugar para
los recuerdos y adornos de todas las cosas (imágenes
incluidas) que hemos conseguido de viajes y otros
acontecimientos culturales (casamientos, cumpleaños,
etc.), también no es infrecuente que falte lugar para las
personas (un nuevo hijo, un familiar que se queda a dormir una
noche, un amigo de los chicos y otros). Todo esto y otras
cuestiones ponen en crisis el siempre frágil equilibrio que
sustenta el uso cotidiano de los espacios domésticos.

Por eso es que con el paso del tiempo, los lugares intermedios
o áreas de circulación exclusivamente (como el
"hall" o el "porch") se eliminaron, para ganar espacio para otras
funciones como
el living o para reducir el tamaño de la vivienda.

En la vida "moderna" y a media que avanzamos en el siglo XX,
las habitaciones del hogar van perdiendo su carácter definido (una mayor informalidad
se hace presente), donde hasta el comedor se hace una
habitación para recibir personas, cuando en antaño
estaba determinado hacerlo en otro espacio (ya sea en la sala o
mas recientemente en el living).

Lo que se define aún hoy como una "casa moderna",
descripto por Anahi Ballent, no ha variado en sus rasgos
esenciales desde los años treinta, y se basa en ciertas
características como la disposición y forma de la
unidad; de provisión de infraestructura, con electricidad,
agua y gas, higiene con ventilación y cloacas.
También la tendencia a la compactación y a la
distribución de los ambientes.

Como en todos los órdenes de la existencia, la
modernización provocará especialización de
los usos y funciones del habitar doméstico (esa
separación de ambientes domésticos afecta
también el interior de la casas la gran-burguesía y
de los pequeños-burgueses del período 1870-1910),
diferenciando ambientes y privacidades. El hogar posee algunos
ambientes más "privados" y otros más
"públicos" (o semi-públicos, dado que estas
personas deben estar invitadas a pasar, para no sentirnos
invadidos en la privacidad). Esto es importante en el sentido de
que la vida privada se construye con la intimidad, como el
índice de la vida moderna (Hannah Arendt, s/f. Citado por
Gonzalo Aguilar, 1999).

En este sentido el dormitorio (lugar de dormir, vestirse o
relacionarse con el sexo opuesto),
como el baño (mucho mas privado que el dormitorio); son
los dos ámbitos hogareños por excelencia privados.
En tanto la cocina, el comedor y el living conformar los
más públicos de los ámbitos privados (el
living ya es semi-público, en el sentido que a una
persona
–incluso no tan conocida- la recibimos en dicho ambiente y
no en la cocina que es ya mucho mas familiar e
íntimo).

A continuación concluimos como se construyeron los
distintos ambientes de la "casa moderna".

C1 – La sala de estar o living de clase
media:

Este "espacio privado" (el más público de los
espacios privados), es un lugar de circulación continua de
personas entrantes y salientes (Michel de Certeau, 1999). En 1888
en esta sala no se comía, ni se dormía, ni se
trabajaba por regla general, solo se recibía a las
personas (Pancho Liernur, 1999). También por ello, el lugr
habitual de la familia propiamente dicha no es el salón
(Philippe Ariès y Georges Duby, 1989) sino la cocina
(Bernatene y Gandolfi, 2000).

Mesitas, repisas, vitrinas invadirán este ambiente,
conteniendo a los protagonistas principales: los objetos,
artefactos y muebles; convirtiéndose en un lugar para
colocar objetos bonitos (retratos de la familia, cuadros de
valor), nosotros haremos más extensivo esto a otros
muebles preciados, vajilla y cristalería en estantes de
aparadores y repisas, otros productos y artefactos que
ingresarán más adelante cuando el living reemplace
directamente al Hall. Por lo que Liernur, parafraseando a Walter
Benjamín dice que este coleccionismo del interior
doméstico quita a las cosas de su carácter de
mercancías.

 

En dicho ambiente (living), las cortinas solían ser de
cretona o alegres colores y los muebles, cómodos, de
líneas sencillas, sobre los que se colocaban carpetas o
tejidos caseros, para cubrir las superficies desnudas.
Además, era frecuente instalar algunas bibliotecas o
estantes donde se colocaban libros, bibelots y floreros,
generalmente con flores artificiales. Los sillones eran
preferentemente de pana y los veladores, con pantalla de
pergamino y flecos.

Sostiene Andrés Carretero, que en muchos hogares de
clase media y alta, existía un hogar-chimenea para
calefaccionar el ambiente en el invierno y convertirse en lugar
de reunión familiar en torno al fuego.

Desde la décadas de 1910 a 1980 el mobiliario para
hall, salas y living-room fue de estilo francés e
inglés; con hogares y radiadores para calefacción;
biombos; vitrinas; gabinetes; juegos de
sofá, sillones y sillas; mesitas de sala; aparadores,
estantes y trinchantes; artefactos de luz eléctrica y gas
de estilo europeo; bronces, mármoles, cerámicas
artísticas y cristales decorativos; alfombrados,
tapicería y cortinados.

El lugar del hall sería ocupado en el período
1930-1976, por el living-room (que adoptaría la clase
media). Anahi Ballent indica que living-room desplazó a la
antigua sala (hall) como lugar de recepción de las
personas a partir de 1910, dado que poseía demasiada
solemnidad y formalidad para el siglo XX recién iniciado.
Ya en 1930 se reducen los salones, antesalas y halles, los
espacio mas públicos del hogar (Fernando Devoto y Marta
Madero, 1999).

Esta habitación, la sala, ya en 1911 es criticada
fuertemente como una habitación completamente
inútil para la mayoría de las familias (considerada
arcaica) y por eso dará paso al living-room como
habitación "pública" por excelencia (para 1920
estaría plenamente afianzada en las casas argentinas).

En 1920 la sala donde se recibía a las personas menos
conocidas era la mas paqueta; sus muebles de madera dorada en
estilo borbónico, su alfombra mullida, pesados cortinados
y una vitrina con "bibelots" (figuras pequeñas de adorno) eran
las piezas principales de las salas de clase media (imitando a
las de clase alta, en la medida de lo posible). Aquí
también solía ubicarse el piano, instrumento
todavía imprescindible para algunos.

Con el adelanto de las comunicaciones
masivas y la entrada de la radio en el
living (la cual congregaría a la familia y otros a su
alrededor, del mismo modo que antiguamente lo había
logrado –como acabamos de indicar- la chimenea o el
gramófono-fonógrafo). La radio
dominaría la década de 1920 y luego sería
reemplazada en la década de 1960 por la
televisión blanco/negro (que ya en las publicidades de
1950 empiezan a aparecer).

En las publicaciones de la época, la radio se
presentaba como sinónimo de hogar (Andrés
Carretero, 2000). La radio era el electrodoméstico de
mayor popularidad y de uso más extendido en los
años 1930 (ya que como Anahi Ballent cuenta, en el censo
de 1947 se encontraba en el 54% de los hogares argentinos,
porcentaje que en Buenos Aires alcanzaba el 82%).

Llama Gandolfi las "precursoras" a las radios a galena, las
mismas serían superadas por la denominada "era valvular" o
de lámparas. Prosigue su descripción en lo que denomina "entre el
artefacto y el mobiliario"; por lo que la radio valvular se
transformará en un mueble. La razón
–argumenta el autor- de tal asimilación obedece por
un lado al gran volumen -y peso-
de los primitivos equipos que buscaban mayor potencia y, por
otro, a la influencia de un precedente tipológico.
Finalmente en 1955 vendrían las radios
"transistorizadas".

 

A este fenómeno de la radio contribuyeron, desde la
década de 1930, no pocas revistas de difusión
técnico-científica como: Mecánica y
Ciencia,
Ciencia Popular, La Mecánica Práctica,
Radio-Craft
, etc.; y otros manuales como:
Radio-manual del
principiante, Manual del radio-estudiante, Manual del
radio-constructor y Manual del aficionado.
Paralelamente
fue generándose cierta literatura, de carácter
más específico (como
Radiopráctica), destinado a entrenar
técnicos en el armado y reparación de los nuevos
aparatos (Gandolfi, 2000).

Por otra parte el desplazamiento progresivo de la madera
(material típico de la "radio mueble") por la baquelita en
la década de 1930 para la construcción de
"gabinetes integrales" de
formato vertical sobre chasis cuadrado, resultantes de la
"rectificación" que sobre las primitivas capillas
había impuesto la ya
popularizada estética art decó (proceso que
acompañó a otros objetos, como los
teléfonos) fue diferenciando a los receptores
portátiles de los mamotretos fijos, anclados en el
concepto de mueble ("radios muebles") y reservados, dado su alto
costo, al consumo suntuario. Estos radiorreceptores no lograron
superar, sin embargo, el criterio tradicional de caja en cuanto
se mantuvo la clara diferenciación por caras: base y tapa,
laterales, fondo y frente. Este último plano fue el
portador de los mayores cambios tanto por razones técnicas,
como alojar el parlante, como por opciones estéticas, como
conferir al calado un carácter netamente geométrico
(Gandolfi, 2000).

Si bien tras la segunda guerra
mundial la madera fue desplazada por la baquelita en la
fabricación de gabinetes, el uso de la madera tuvo
continuidad debido a sus cualidades acústicas que
potenciaba las prestaciones
de los receptores pero, fundamentalmente, en las posibilidades de
aquel material de transformar un equipo técnico en un
artículo suntuario o de lujo. Por otra, el uso de la
madera se hacía inevitable en la fabricación de los
voluminosos combinados, dada la afinidad de esos artefactos con
el resto del mobiliario doméstico; de allí que, a
pesar de los diversos cambios tecnológicos operados en
años futuros, el mismo material haya acompañado la
tipología hasta su desaparición a mediados de la
década de 1970. Gabinetes realizados en madera adoptaban
inclusive conformaciones que habían surgido de las
posibilidades plásticas de la baquelita (estos aspectos se
hicieron particularmente notorios durante la década de
1940, cuando la mayoría de los modelos adoptan los
diseños con superficies de doble curvatura, típicos
de la baquelita). Superada la Segunda Guerra
Mundial, el desarrollo de materiales plásticos
abrió un camino de lenta sustitución de la
baquelita como materia prima
para la fabricación de gabinetes (pero no fue tanto sino
hasta la llegada de los "fríos" transistores que
lo hacían un material más conveniente para
temperaturas mas bajas). Además a los plásticos se
les podía incorporar color (cosa que
no sucedía con la baquelita que era pintada) (Gandolfi,
2000).

Como para otros objetos industriales, la radio conoció
sus años dorados durante la década de 1930 y si
bien los acontecimientos bélicos de la Segunda Guerra Mundial la
mantendrían como artefacto comunicacional en el centro de
la escena, sucumbiría progresivamente ante el
interés técnico en la televisión. Hacia fines de la década
de 1950 las publicaciones locales del rubro de difusión
técnico-científica fueron definitivamente
desplazadas por la veterana Mecánica
Popular
, edición
en español de
la norteamericana Popular Mechanics Magazine.
Para entonces la radio ocupaba un lugar compartido con la
televisión y la electrónica. Si bien la actividad de los
radiotécnicos en lo referente tanto al armado como a la
reparación de radios fue disminuyendo -fundamentalmente a
partir de la introducción de los circuitos de
estado sólido- la persistencia de quienes fabricaban sus
propias radios se extiende hasta entrada la década de
1970. Este fenómeno puede verificarse a través de
las propuestas de revistas especializadas tanto como en la
persistencia de casas del ramo, prácticamente
desaparecidas desde lo década de 1980.

Mientras se incorporaba y expandía la radio
–durante los años veinte y treinta- se desató
una pasión desenfrenada por la invención entre
cuyas anticipaciones imaginarias la televisión ya ocupaba
un lugar destacado. En el mundo de la electricidad y la radio se
siguieron los resultados de las pruebas
experimentales de transmisión a distancia con gran
atención y, aun en los medios no especializados, se
hablaba de las mismas con la naturalidad de un hecho
próximo a la vida cotidiana.

A partir de 1950 la televisión, le quitaría el
trono a la radio. Pero no solo el tema de la "imagen"
(televisión), sino también el tema de la
"audición" (ya sea por medio de teléfonos, radios,
tocadiscos de vinilo, videograbadoras) se han visto
revolucionadas en la vida doméstica (Michael de Certeau,
1999).

Aunque la evolución histórica de la
televisión puede ser rastreada desde el año 1746, a
nivel mundial debió afrontar diversas dificultades, para
concretarse en el artefacto electrónico que hoy en
día todos conocemos. Su evolución histórica,
en tanto invento a nivel mundial, fue compleja. Pero el boom que
generaría a nivel social la convierte en el medio
más rápidamente asimilado a la vida cotidiana.

La televisión ocupaba un lugar en los sueños de
las personas antes de que formara parte de su vida cotidiana. En
la Argentina, escribe muy bien sobre el desarrollo de esta
"utopía técnica", que en 1928 ya se anticipaba como
una realidad Mirta Varela en La televisión
criolla.
Tomando el período 1951-1969, la autora
indica que en ese tiempo se produce un pasaje de la
"televisión" al "televisor", es decir de las
utopías de transmisión de imágenes a
distancia (cuyo símbolo recurrente sería la antena
transmisora o tele-transmisora, en las publicaciones de ese
momento; transformándose en un ícono ligado al
imaginario de la transmisión a distancia) al
electrodoméstico que aún no tenía un espacio
propio en el hogar. Lo que era descripto por Caras y
Caretas
como el invento de la transmisión de
imagen por hilo telefónico, el 27 de noviembre de 1924.
Pero problemas técnicos y políticos
demorarían su entrada, hasta terminada la Segunda Guerra
Mundial.

También se hablaba de la "radio-visión",
"visiotelefonía" (la televisión se presenta como
complemento del teléfono) y "radio-cinema", para describir
a la "tele-visión"; al mismo tiempo que se produce esta
indefinición, resulta notable la cercanía cotidiana
con la que se piensa la televisión en 1924. No se trata de
un invento con aplicaciones lejanas, sino de instalación
inmediata entre los hábitos culturales preexistentes y
ligados a la radio. Sin embargo, el modelo del pionero que tanta
ensoñación había producido en el caso de la
radio, no podrá repetirse con la televisión (la
televisión tardaría muchos años en desplazar
a la radio en la vida cotidiana).

La televisión iniciaba en Argentina (en la
década del ´50) un proceso de apoderamiento del
espacio doméstico que antes lo había tenido la
radio (en la década ´20). Copiando las pautas de la
radio (debido a la ausencia de legislación televisiva
hasta 1955), los programas duraban
30 minutos, con 2 tandas publicitarias que variaban de 3 a 5
minutos (con 3 avisos publicitarios); al principios se usaban los
"slides" (o cartones publicitarios de productos de consumo
cotidiana: sombreros, arvejas, tomates, zapatos, etc.). Un hecho
curioso fue que los locutores publicitarios tuvieron una
repercusión más rápida en el público
que los actores o conductores de los programas de
televisión. Durante la década de 1950 la
televisión difícilmente pudiera ser comparada con
la radio o el cine en cuanto
a su capacidad de captación de un público.

Si en la imaginación popular, la radio podía ser
atribuida a Guglielmo Marconi y el teléfono a Graham Bell,
la televisión, en cambio, no se presenta asociada a un
nombre heroico (si bien en Gran Bretaña, John Logie Baird
es presentado como el "inventor oficial" de la televisión
con todas las características biográficas
necesarias para el arquetipo del "inventor" como lo describe
Beatriz Sarlo en La imaginación
técnica.
Se trata de una historia claramente
parcial donde el escocés Baird se convierte en
representante británico en un momento en que los relatos
bélicos exigían la exaltación de las
identidades nacionales).

El modo de acceso al televisor también diferiría
radicalmente de los "modos de apropiación" de los aparatos
de radio. Dado que la radio se podía armar en un taller
casero, pero la televisión (por su complejidad
técnica) no. Los distintos modos de apropiarse -o
"domesticación" (Silverstone, 1994)- de la
televisión cuando ésta todavía era un objeto
extraño, no son más que diferentes estrategias de
volverla familiar (sin embargo la radio era todavía
percibida como el medio más cálido en aquel momento
de la década de 1950, es necesario aguardar a la
televisión de la década de 1960 para encontrar una
generación televisiva por haber compartido la experiencia
de ver El capitán Piluso y otras
programaciones).

La televisión si bien se consolida en la década
de 1950 en EE.UU, en la Argentina lo hace en la década de
1960 (lo cual reafirmaría la hipótesis del retraso con que se expande la
televisión, comparada con EE.UU). En 1960 habian solo
450.000 aparatos receptores de televisión (televisores) en
la Argentina. La escasez de televisores, convertían la
recepción televisiva en un verdadero ritual (se "iba a ver
televisión" como una práctica más parecida a
ir al cine que a escuchar la radio). También
entraría a otros ambientes de la casa: la cocina y el
dormitorio con mayor posterioridad, cuando ya se hubieran
familiarizado.

La apropiación de la televisión por parte de la
sociedad argentina demora casi veinte años e incluye dos
etapas bien diferenciadas entre sí, tanto desde el punto
de vista de la historia del medio como del contexto
histórico político de la Argentina. Los diez
primeros años (1951-1960), un tanto primitiva,
todavía presentaba desinterés en el gran
público (resultaba difícil encontrar algún
atractivo para quedarse a ver cómodamente desde la casa,
fue necesario esperar a que algo se modificara en la vida
cotidiana, en los hábitos respecto de otros consumos
culturales); y recién en la década de 1960 se
convertiría en un verdadero medio de comunicación
de masas de nuestra cultura popular-nacional (cuando se instalara
cómodamente en la Argentina y la audiencia en el
sillón). Aspecto que tanto la semiología como el
marxismo
habrían pasado de por alto (Mirta Varela, 2005).

La primera transmisión pública de canal 7 de
Buenos Aires (dependiente de LR3 Radio Belgrano), se realiza el
17 de octubre de 1951, con la transmisión del acto del
Día de la Lealtad (acto del gobierno
peronista), realizado en Plaza de Mayo, acontecimiento con el
cual se instala oficialmente en nuestro país la
televisión. Desde las casas o los bares se podía
asistir al multitudinario acto político que emitía
Canal 7 (la única señal entonces existente en la
Argentina). Las imágenes de las obras
arquitectónicas más típicas del peronismo,
entre las cuales se destaca la antena de televisión, con
un equipo instalado, que para la época era el más
potente del mundo (bañaban del sueño de la
modernidad al país, aunque los equipos eran comprados
afuera, pues no se los había inventado y ni siquiera
fabricado en la Argentina; y se necesitaba además enviar a
los técnicos a aprender el funcionamiento del medio a otra
parte.). Una mención especial merecen las unidades
básicas que son recordadas en muchas entrevistas como uno
de los lugares a donde se va a ver televisión como
resultado de una planificada recepción masiva de una
televisión que está fuertemente identificada con el
peronismo.

Durante la etapa peronista fueron muchos los actos
públicos televisados y las transmisiones oficiales desde
Casa de Gobierno. Si había algún acto especial se
interrumpía la programación. Incluso, para Borges, la
política peronista fue una "ficción
escénica" que utilizó "procedimientos
del drama o del melodrama" (Varela, 2005). La interrupción
más notable fue durante el duelo por la muerte de
Evita.

Si la prensa fue
sostenida inicialmente por sectores conservadores, la
burguesía nacional no se encuentra interesada por la
televisión. Ese lugar pasa a ser ocupado por el Estado y
es Perón
quien motoriza su inicio. La entrada de la televisión el
la Argentina (impulsada por la vía estatal) es
radicalmente distinta a lo sucedido en EE.UU. (que fue impulsado
por la vía privada).

Sostiene Mirta Varela que los electrodomésticos han
servido como símbolo del primer peronismo. Se trata de un
período en el que nuevos sectores sociales se incorporan
al consumo y la estabilidad laboral y económica aceleran
el acceso a ciertos bienes: "la casa propia" en primer lugar,
pero también la heladera, el lavarropas, la licuadora,
herramientas
de trabajo, radios, combinados y cocinas que si bien no producen
transformaciones tan estructurales como la vivienda, resultan
tanto o más espectaculares en cuanto símbolos de
movilidad social. La heladera es el electrodoméstico
más publicitado en diarios y revistas de esa época
y, de acuerdo con un informe de 1952
de la empresa Siam
Di Tella, se habrían vendido un 600% más unidades
en esos últimos dos años que en la década de
cuarenta. Es probable que la heladera produjera cambios
más notables que el televisor en la vida cotidiana. El
discurso oficial del peronismo, el derecho a un espacio
doméstico confortable y a un tipo de domesticidad similar
a la de los ricos sirve como promesa de dignificación para
los trabajadores.

La adquisición temprana del primer televisor se coloca
en relación con la compra o el uso de otros
electrodomésticos (no con el hecho de ver
televisión). Un televisor a comienzos de la década
de 1950 valía aproximadamente el doble que una heladera.
Sólo el status o el placer de estar al día en la
carrera tecnológica (en todos los casos un alto poder
adquisitivo) podían justificar su compra. Porque un solo
canal que transmitía pocas horas al día (como Canal
7) una programación más que precaria,
difícilmente justificaban el desembolso de la inversión requerida. De allí que los
"aparatos" sean tan importantes en ese primer momento.

Si el televisor todavía era en 1953 algo para la clase
alta (que se ubicaba principalmente en el living), pero en 1960
ya había cambiado esta situación; y antes de la
década del ´80, para los sectores de clase baja
(clase obrera) poseer un televisor (blanco y negro) era un signo
de estatus, durante la década de 19´80 hace su
aparición el televisor a color (al alcance de las clase
alta primero y medias luego); pero a principio de 1990 el
televisor a color deja de ser un rasgo diferenciador de clases
sociales (con diferentes niveles de dificultad, todos
podían mas o menor tener un televisor).

Su carácter doméstico modificaría
profundamente las formas de la vida privada, dado que este nuevo
artefacto doméstico desintegraría los muros que
separaban vida "privada" de vida "pública" (introduciendo
la vida "pública" dentro del ámbito
"doméstico"). Este objeto era de difícil
ubicación doméstica, al principio (hasta encontrar
luego su lugar en el living, la sala de estar o el comedor).
Durante la primera mitad de la década de 1950 la
televisión se miró fuera del living (en unidades
básicas o clubes sociales).

Al principio, el televisor no estaba allí donde
transcurría la vida cotidiana. El televisor único
se encontraba en un lugar especial (el comedor grande de las
visitas, la sala de estar o el living) y a los niños
se les daba permiso en los horarios estrictos que estaba el
programa que
ellos querían ver (se trata de una televisión que
recorta un momento ritual donde el espacio también juega
un papel importante y permite especificar las fórmulas de
prohibición y permiso para los chicos). La radio
también había estado ritualizada (el radioteatro
después de cenar), del mismo modo que lo estaría la
televisión tiempo después (el teleteatro a la hora
de la siesta, cuando la ama de casa planchaba la ropa). En este
sentido no parece casual que uno de los programas más
exitosos fuera Teleteatro para la hora del té que
comenzó a emitirse a principios de 1958. La
pretensión de los nuevos canales en la década de
1960 por convertirse en la fachada de renovación de la
clase media, pudo verse en: La familia Falcón
(prototipo de la clase media porteña de la década
de 1960, continuidad televisiva del éxito radial de larga
duración de la década de 1950: La familia
Gesa
).

A diferencia de la radio, la televisión
impondría otras actividades simultáneas (para el
ama de casa significaría planchar la ropa viendo la
telenovela de la hora de la siesta, para los chicos que
regresaban del colegio del turno tarde significaría tomar
la leche viendo
los dibujos animados, para el señor significaría
ver los programas políticos luego de cenar tomando un
café de
sobremesa).

El pasaje de la televisión del living a la cocina
estará asociado a la facilidad para la dispersión y
la simultaneidad con otras tareas (algo recurrente en los
testimonios femeninos, pero el televisor todavía estaba
más cerca del sillón del living, que de la tabla de
planchar).

Las imágenes publicitarias hablaban de una
televisión para una familia tipo, sentada en el living,
mirando atentamente la pantalla. Los testimonios hablan, al
principio, de una recepción muy distinta de la rutina
doméstica (vidrieras, bares, confiterías, clubes,
unidades básicas o la casa del vecino, el amigo, el
pariente. Sábados y domingos, especialmente, la
televisión todavía es un acontecimiento marcado,
separado de la rutina. Es un espectáculo regulado, con una
programación muy discontinua y que se va a ver fuera del
hogar, ordena encuentros, programa salidas). Lo cierto es si bien
había pocos televisores, al principio, estos contaban con
una audiencia superior a la familia tipo que representaban las
publicidades.

Se ha señalado en varias oportunidades la
relación entre las características de los textos
televisivos y su recepción doméstica. Las comedias
familiares, las telenovelas y todos aquellos géneros
televisivos que proponen una representación de la familia
funcionaron como modelos de vida familiar y de domesticidad
correcta, especialmente para el ama de casa instalada en los
suburbios después de la guerra (Tichi, 1991. Spigel, 1992.
Silverstone, 1996 y Varela, 2005). Más allá de ese
contexto histórico preciso, la televisión ha
promovido esquemas de percepción
de lo "hogareño" que siempre se han relacionado con las
pautas de recepción doméstica del medio. Las
comedias familiares y las telenovelas fueron y son aún
géneros centrales dentro de la programación. Se
trata de matrices que
ya estaban presentes en la programación radial previa y
que se siguieron explotando en la televisión con
éxito.

Para Gonzalo Aguilar las tres dimensiones fundamentales de la
vida privada que fueron modificadas por el nuevo medio son: 1) la
noción de lugar, 2) la vivencia de la intimidad, y 3) el
contraste con la "vida pública".

La experiencia televisiva básica consiste, entonces, en
que los lugares donde las personas tienen que inscribir su
experiencia y sus prácticas se alteran (la vida
íntima, con su nuevo modo de interpelación,
redefinió algunas características de la vida
privada, así como las formas de ingreso de la "vida
pública" dentro de la "vida privada" del hogar). Los
monólogos de algunos personajes de televisión
mirando la cámara, acentúan el contacto con el
público a través de la mirada a la audiencia. La
mirada a cámara en medio de un programa de ficción
desmiente la dicotomía para distinción entre
"ficción" y "no ficción" (Umberto Eco, 1987); y
confirma, en cambio, la importancia del "contacto" propuesto por
la discursividad televisiva (Verón, 2001). Así los
personajes de La familia Falcón de la
década de 1960, producen el efecto de estar hablando en
continuidad con el espectador, borronenado los límites
entre ficción y realidad (Mirta varela, 2005).

En las conversaciones cotidianas y también en algunos
estudios críticos, se le atribuían a las
"innovaciones tecnológicas" (como el televisor) cambios en
la vida social, en la historia y hasta en la naturaleza
humana.

La televisión se convertiría en un objeto
necesario de la vida simbólica de los ocupantes de la
casa, que conferiría "status" (o distinción social)
a quien lo poseía; en algunos casos el mueble que
combinaba radio, tocadiscos y televisor debía armonizar
los televisores con los ambientes de jerarquía. La revista
Teleastros (que en su época costaba $5,
cuando las restantes revistas como: Antena,
Radiolandia o Sintonía
costaban $1,5 nos habla de una revista repleta de muebles de
"estilo" que combinaran con la televisión; para no romper
el decorado del hogar con este invento tecnológico,
difícil de hacer combinar con el resto de los muebles, por
lo que se buscaba un "camouflage" con el mobiliario. Estamos
hablando de "muebles-televisores"). La tecnología de la
televisión no era necesariamente práctica y
definitivamente no era decorativa, salvo que se le sumen agregados
vistosos (las revistas para el hogar tardarán
décadas en ofrecer "soluciones" para el televisor que
consistirán en el modo más adecuado de ocultarlo o
disimularlo).

Durante el período 1950-1959 la televisión
compitió con otros eventos que
convocaban multitudes e imponían un tipo de sociabilidad
contra las calles de paseo, los cines, los teatros, los
restaurantes, los bailes, el carnaval. Como se transmitía
en artefactos que todavía eran costosos (sólo en la
posterior década de 1960 se abaratarían, tiempo en
que la radio ya era portátil), que no todos podían
tener, el uso del mismo y el consumo de los programas televisivos
estaba asociado a un tipo de sociabilidad especial en el que todo
el barrio se reunía para asistir a un partido de fútbol
o a una pelea de box.

Para las familias tener un aparato de televisión era
cada vez más una necesidad.

Cuando la radio era portátil (fines de la década
de 1950 y principios de 1960) y se va "afuera" de la casa y la
televisión se hace más barata (década de
1960), es el momento en que esta última se apodera del
"adentro" de la casa (que tiempo atrás había sido
dominio de la
radio). Además la televisión tendría algo
que la radio no: esa sensación de "realidad" e inmediatez
(el televidente se sentiría inmerso dentro de las
imágenes).

Teniendo lo que el autor describe como "elasticidad" de
usos, la televisión, fue variando sus usos, desde lo
educativo y cultural en la primera década de vida de los
años ´50 en la Argentina, hasta el
espectáculo luego (entretenimiento y ocio); y fueron las
políticas culturales y no las innovaciones
tecnológicas (descripto por Gonzalo Aguilar como
"determinismo tecnológico") las que más decidieron
sobre el nuevo medio.

El determinismo tecnológico supone que los cambios
sociales se producirán de modo casi automático una
vez que hayan sido introducidas las nuevas
tecnologías, como la televisión (pero la
historia demostró lo contrario). Ya que ell modelo
implícito de evolución social cuando se basa en la
"innovaciones tecnológicas" (determinismo
tecnológico), supone que el desarrollo social
se encuentra determinado casi enteramente por el tipo de
tecnología que una sociedad inventa, desarrolla, o es
introducido en ella. O sea, que la historia cultural del
espectáculo, sumado al carácter comercial de los
canales y la inestabilidad política lo que le dieron un
uso muy distinto al que se pesó debía tener
(exclusivamente educativo y cultural).

Aunque cierta cuota de verdad había en que la
tecnología modificaba los comportamientos y hábitos
sociales; pues, en la década de 1950 la televisión
provocaba reuniones comunales, en la década de 1960
pasó a ser parte del grupo familiar y, en las
décadas siguientes se convirtió en un objeto
personal que hasta podía servir para establecer una
distancia con la propia familia (cuando los chicos de la casa se
encierran en el cuarto a ver televisión). Este proceso de
apropiación individual creciente es, sin embargo "social"
y no responde sólo a la "tecnología" televisiva o
mediática. Es evidente, indica Gonzalo Aguilar, que esto
fue posible porque el televisor se transformó en un
artefacto accesible económicamente, pero la tendencia a
disgregar la autoridad
familiar y a establecer relaciones individuales con los objetos
en espacios aislados es propia de la "modernidad" (pues, nada en
el artefacto tecnológico de la televisión atenta
contra un uso comunitario o "grupal", y las personas lo adoptaban
como aparato de uso "individual" en muchísimas
ocasiones).

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