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Relacion Arte, Arquitectura y Diseño Industrial en objetos domésticos de la Argentina desde mediados de S. XIX y hasta fin de S. XX (página 4)




Enviado por Ibar Anderson



Partes: 1, 2, 3, 4, 5

Desde el año 1960 en adelante, la red audiovisual se expande
"cuantitativamente" (debido a una mayor cantidad de aparatos de
televisión, crecimiento de las redes, instalación y
uso de satélites
de comunicaciones) y "cualitativamente" (según
los distintos grupos: edad,
clase,
sexo,
ocupación, nivel cultural y otras características
que segmentaban los mercados).
Convirtiéndose en un signo de confort doméstico, en
tanto los programas
televisivos se expandían diversificándose hora a
hora (a la tarde primero y a la mañana luego, un horario,
este último que pertenecía a la radio) y
día a día (fundamentalmente los fines de semana por
razones de ocio, se extendían los horarios de la programación hasta pasada la
medianoche).

La programación estaba pensada en función de
los horarios de un familia (a la
mañana programas educativos para los chicos, a la tarde
programas domésticos para la mujer "ama de
casa", a la hora de la merienda programas infantiles para los
niños
que regresaban de la escuela, a la
cena algún programa
familiar, y por último alguna película). En las
tardes hogareñas, la mujer sin el
marido (que estaba trabajando) y sin los hijos (que estaban en la
escuela), podía encontrar en una serie de programaciones
(telenovelas, cocina y otros) una buena compañía.
En este sentido, las telenovelas, uno de sus géneros
más populares, construye los vínculos
hogareños en clave melodramática con un éxito
que permite pensar que está plasmando fuertes
configuraciones del imaginario colectivo.

El televisor empezaba a ocupar ese corto pero poderoso espacio
de consumo adulto
a la noche (programas de discusión política y otros),
como una recompensa de tranquilidad "privada" frente a un agitado
día "público". Asimismo generaba una
situación conflictiva con los padres que debían
empezar a regular los límites
horarios para consumir televisión
en los chicos (lo que además le quitaba tiempo para
las tareas escolares si no era adecuadamente controlado por los
adultos).

Además otros responsables de la educación:
maestros, profesores, pedagogos, psicólogos (incluso
sacerdotes), se empezaron a preocupar por las consecuencias de
pasar mucho tiempo frente a la
televisión (problema cuantitativo) y por los
contenidos de los programas (problema cualitativo); en este
sentido tanto el conservadurismo y el catolicismo (en sentido
negativo) como así también los progresistas (en
sentido positivo) se empezaron a preocupar emitiendo
consideraciones: morales, pedagógicas y políticas
sobre los programas de televisión. Para los discursos
"moralistas" se pensaba en el mal que podía producir los
programas de televisión en cuanto a los contenidos
éticos que en ellos se proponían, en tanto para los
discursos "progresistas" se pensaban en las ventajas
pedagógicas que este nuevo instrumento abría a los
jóvenes para el aprendizaje y
para los discursos "políticos" se pensaba en la
alineación y manipulación de las masas
juveniles.

Como el televisor exigía mayor concentración
(con la radio, se
podía hacer las tareas del hogar, escudando la
programación), esto implicaba quedar atrapado o
"hipnotizado" mirando la pantalla (lo cual para algunos
significaba "perder el tiempo"). Incluso el mismo Jorge Luis Borges
detestaba a la televisión, porque consideraba que
podía ser algo educativo, pero lo que daban no lo era.
Nadie discutía las capacidades pedagógicas de la
televisión aplicada alas prácticas de la vida
cotidiana; de allí que se intentara enseñar cocina,
costura y belleza (el clima
pedagógico cultural de esta primera mitad de la
década se conjugaba con la presencia de espacios de
educación
doméstica).

En el período 1960-1970, un rasgo de "intelectualidad"
era no tener televisión, en 1990 el rasgo será
tenerlo pero no encenderlo (para los sectores que
consumían cultura de
prestigio, la televisión era una amenaza para la cultura
de los libros). Por
ello es que los televidentes "cultos" o intelectuales
veían aterrados a los jóvenes (alineados) frente al
televisor y a las familias que perdían (improductivamente)
su tiempo frente al televisor. Por lo cual se buscaría
diferenciar los niveles culturales implícitos en los
programas (cultos que dejaban "algo" al público versus los
entretenidos y/o de mal gusto que no dejaban "nada"); pero no era
tan fácilmente separar la "cultura de elite" de la
"cultura popular" (de masas).

A fines de la década de 1960 ya no se trataba de
tenerla o no, de encenderla o de dejarla apagada. La imagen televisiva
ya era un nuevo dato con el que debía contar toda
delimitación de una vida privada propia.

La televisión entra en la vida política a partir
de 1969 (por motivo del "Cordobazo", evento
histórico-político de gran trascendencia) y en las
campañas presidenciales de 1972 y 1974 está
plenamente instalada.

Dice Gonzalo Aguilar que la televisión, por bastante
tiempo, sobrellevó el estigma de no pertenecer al mundo de
los objetos culturales interesantes (solo sería un emblema
"pequeño-burgués" o de las "clase media", emblema
de encierro doméstico, intimidad privada, o un elemento
para estar mas tiempo dentro del hogar). El autor dice que la
televisión, en Argentina, fue un factor fundamental de
unidad territorial que reafirmaba el poder de
Buenos Aires
(sobre el Interior); porque (y aunque los programas hablaban de
la problemática, mas porteña que provinciana) los
hogares recibían una uniformidad que eran las mismas
imágenes para todos y escuchaban los mismos
mensajes televisivos (lo cual les proveía el mismo
imaginario colectivo). Aumentando cada vez más su poder de
alcance (mas ciudades del interior).

Asimismo dos espacios se vinculaban en el hogar: el
tridimensional de los cuerpos de las personas (real) con el de
los cuerpos de la pantalla de televisión (virtual).
Además si ante los programas eran en "directo" luego
serían en "diferido" (grabados y retransmitidos gracias al
video-tape).

Respecto del tipo de programación "distendida"
(películas), los informativos impondrían un tipo
"estresante" de programación (por el impacto de las
noticias);
noticieros que en el año 1963 tardaban 15 minutos (tipo
formato radial de lectura
informativo).

Si el aparato de televisión desintegraría los
muros de la "privacidad" doméstica, también los
reforzaría en el sentido de que ya no sería
necesario ir afuera del hogar en busca de las noticias
(periódicos, revistas, espectáculos, etc.), pues
los mismos ingresaban al hogar gracias a este aparato que
modificaba las costumbres de antaño. La vida social y
"pública" ingresaba de este modo a la vida "privada"
(hogareña o doméstica).

El animador televisivo (con apariencia de hombre/mujer
común, de todos los días) se dirigía a las
personas sentadas en el living de su casa o en las sillas de la
cocina y/o comedor, entrando en la intimidad de la familia e
interpelando (en este acto de singular popularidad como las
publicidades) a los habitantes del hogar. En este sentido la
televisión era mucho más popular que el cine o la
radio y su presencia marca el ingreso
del espectáculo en el hogar (la "distancia" del
espectáculo se mezcla con la "cercanía" de la
intimidad).

El ámbito de un programa televisivo se mimetizaban con
los espacios domésticos, convirtiendo a un estudio de
televisión en un living en cuyos sillones se sentaban los
invitados del programa, por lo cual alguien "público" (una
figura del ambiente
artístico o político, por ejemplo) ingresaba a la
"privacidad" del hogar (es el caso de Almorzando con las
Estrellas
de Mirtha Legrand). También, la
televisión es el primer espacio en el que se cuestiona la
pretendida neutralidad de los medios
entendidos como meros instrumentos para la difusión de la
cultura.

La llegada del hombre a la Luna, mundialmente televisada,
también lo fue en Argentina. Pero este hecho tenía
relaciones, dentro de la cultura norteamericana, con la familia
suburbana que ahora se estaba trasladano al espacio: Los
supersónicos (The Jetsons
), sería el mejor
ejemplo de esta mudanza de los tiempos: una familia como todas,
pero en la futura ciudad espacial, estaba expandiendo a una
familia blanca de clase media y consumista hacia el espacio
exterior (Mirta Varela, 2005). Otras comparaciones con Julio
Verne fue, obviamente, el lugar común (dado que en el
cine, la innovación técnica podría
rastrearse en una historia de los efectos
especiales que, no casualmente, se han empleado extensamente en
la ciencia
ficción. En la televisión, se concretó un
viejo sueño de la ciencia
ficción –el viaje a la Luna-).

La llegada del hombre a la Luna sólo podía verse
por televisión sostienen simultáneamente Mirta
Varela y Gonzalo Aguilar (como una confirmación
simbólica de la supremacía norteamericana sobre la
Unión Soviética en la competencia de la
"Guerra
Fría" que ambas potencias habían entablado
desde fines de la Segunda Guerra
mundial, llevado el triunfo norteamericano al living de los
hogares, por el camarógrafo-showman Niel Armstrong). En la
Argentina, ésta fue la primera transmisión por
satélite a través de la flamante estación de
Bahía Blanca fundada ese mismo año. Su consecuencia
era obvia: la cámara podía llegar a partir de ese
momento a cualquier lugar. La Luna, símbolo del misterio y
de lo inalcanzable develaba su imagen de territorio pedregoso y
transitable en el mismo living del televidente. Si el registro de
imágenes y su transmisión en directo podía
alcanzar lo que en el imaginario popular era lo más
lejano, no había entonces lugar al que no pudiese llegar.
A partir de entonces, la expansión de la televisión
se volvía virtualmente universal y los hogares que antes
estaban apegados a una región pasaron a formar parte de
una red que
llegaba hasta donde, antes, sólo las ficciones o los
mensajes lingüisticos podían llegar (Gonzalo Aguilar,
1999).

Pero Onganía –que había visto las
imágenes por televisión desde la residencia
presidencial- emite un comunicado que en un tono similar saluda
el hecho en tanto símbolo de la confraternidad Humana,
poniendo en evidencia que la Argentina, en tanto nación,
no tiene nada para celebrar. La llegada del hombre a la Luna
disuelve al país en el ritual mundial norteamericano y si
logra diferenciarse es sólo para señalar su
dependencia técnico-económica (Mirta Varela,
2005).

Nixon y Onganía, la familia Smith en EE.UU. y la
familia González en Argentina, todos resultaban igualados,
confraternizados y parte de la gran familia humana (como
televidentes).

Como en la casa de la típica familia norteamericana a
donde llegaban amigos y parientes, la gente necesitó
congregarse, convertir el acontecimiento en un ritual. Fue la
primera vez que una transmisión simultánea llegaba
a prácticamente todo el mundo, la primera vez que la
humanidad toda se reunía simultáneamente a ser
testigo de un hecho. Pero la traslación de los valores
domésticos asociados a la televisión norteamericana
de esos años no puede producirse sin fisuras en la
Argentina (dado que la televisión fue percibida como uno
de los principales agentes de la cultura trasnacional, o cultura
mundial fuertemente norteamericana o "norteamericanizada"; que
además consolidaba nuestra dependencia técnica
frente a la tan deseada modernización, no solo denuncia la
amenaza que atenta contra la identidad
nacional). Lo cual confirma la hipótesis de la invasión
trasnacional y la relación entre la publicidad
talevisiva y la expansión del consumo entre la clase media
urbana en Argentina de los sesenta.

Según Eric Hobsbawn en el período 1950-1970 se
desarrolló un "terremoto tecnológico" (en los
países desarrollados) que se transferiría lenta y
paulatinamente a los países subdesarrollados,
transformando la vida cotidiana de millones de personas. La
aparición de radios transistorizadas, casetes de audio,
discos de vinilo, televisión, equipos electrónicos
de tipo como de video doméstico y otros,
continuaría hasta sobrecargar de objetos este ambiente no
solo es descripto por Eric Hobsbawn sino por Michael de Certeau
en co-autoría con Luce Girad y Pierre Mayol.

El living-room será el espacio mas "público" de
la "casa moderna", el recinto que se ampliará (a costa de
quitarle espacio al comedor, la cocina, el baño y el
dormitorio), el lugar de encuentro familiar, sería el
lugar mas donde se comparten alegrías y dolores con los
amigos (Anahi Ballent, 1999). Y la televisión luego de la
radio, ayudó mucho a que así suceda.

C2 – El comedor de clase media:

Este ambiente es lo que Liernur (parafraseando a Leune
Demailly) describe como el verdadero lugar de reunión de
la familia. Lugar de nexo entre las partes más "privadas"
(cocina y dormitorios) y la más "pública"
(living-room) de la casa, donde se recibían las visitas
mas allegadas y se cumplía con la función de
comedor diario de la familia (tratando de mantenerse alejado de
la cocina) (Andrés Carretero, 2000).

En 1920 el comedor era el centro del hogar, donde se
reunía la familia y sus amigos más íntimos.
Una mesa rectangular, de ángulos redondeados y de largo
variable según el número de tablas que se agregaban
o quitaran entre las dos cabeceras, era su pieza fundamental. Un
gran aparador, alto y pesado, aunque ya empezaba a rechazarse en
las nuevas familias acompañaba a la mesa.

Uno de los muebles principales obviamente es la mesa (donde se
comen los alimentos y se
dialoga haciendo sobremesa con alguna infusión: té
o café,
acompañado de algún postre), pero también
está el aparador (donde se guardan enseres y otros objetos
necesarios: vajilla diaria, manteles y otros productos). En
el comedor se debe cuidar de no amontonar los objetos de
fantasía y otras cosas que no corresponden a este
ámbito (sino más bien al living),
recomendación que perdurará hasta 1920.

En las casas pequeñas donde no hay sala o hall
(ambiente semi-público del hogar premoderno) ni living
(ambiente semi-público del hogar moderno), las personas
allegadas a la familia se reciben en el comedor (donde se come,
se hacen sobremesas y se pasa varias horas del día).

Desde las décadas de 1910 hasta 1980 el mueble
–ameublement- en general, juegos de
comedor (aparadores, alacenas, mesas con sillas) no sufrió
grandes cambios. Y este ámbito y sus muebeles guardaban
los enseres domésticos de la cocina. Si observamos las
publicidades de principio de siglo XX (de la década de
1910 hasta 1920), podemos citar la importante cantidad y calidad de
orfebrería; juegos de porcelana; cristaleria; plateria y
cubiertos; vajillas; jarras, cafeteras y teteras; juegos de
bateria, ollas y sartenes; y otros enseres culinarios,
artículos de bazar y menaje que aparecían en las
revistas como Fray Mocho y PBT.
Los cambios más grandes no se evidenciarían en el
comedor, sino en el ámbito de la cocina.

C3 – La cocina de clase media:

La cocina, la más endemoniadamente caliente
habitación del año 1880. Donde el cocinero, a la
manera del Fausto de Goethe debía hacer un pacto con el
fuego de Mefistófeles -"cocina económica" de
fundición de hierro
alimentada a carbón- para lograr la cocción de los
alimentos. Lo que Charles Dickens llamó en 1840 (los
demonios del fuego): "monstruos rojos y calientes" (Siegfried
Giedion, 1978). Dado que la cocina, es esa pieza ardiente,
teatro de las
"artes de hacer" y del "arte de
alimentarse" (Michel de Certeau, 1999).

En este lugar se lleva a cabo uno de los puntos más
importantes de la "cultura ordinaria" (lugar de prácticas
culinarias, que se sitúan en el nivel más elemental
de la vida cotidiana). Para nosotros es el teatro de las clases
sociales (lugar de puesta en escena de uno de los pasajes
más importantes de la vida cotidiana doméstica,
como Gandolfi y Bernatene lo señalaron).

Liernur sostiene que en el año 1900 la cocina moderna
"ideal" se asemejaba a una dependencia de hospital (muy pulcra
pero poco atractiva estéticamente), y su versión
real, a un recinto fabril (repleto de humo, hollín y
cenizas, con mucho calor debido a
la cocina económica), donde la clase media se
constituyó con la transformación de este recinto en
el corazón
del hogar. Por lo que no se equivocaron Gandolfi / Bernatene /
Ungaro en definirlo como "el sitio de socialización por excelencia de la
vivienda"
también definido como "lugar por
excelencia del trabajo
doméstico"
según Jorge Liernur y Fernando
Aliata en el Diccionario de Arquitectura en
la Argentina.
Efectivamente, los Reglamentos de Construcción de las ciudades argentinas,
vigentes en las primeras décadas del siglo XX, dividen la
casa en dos ámbitos netamente definidos: "locales
habitables" y "locales no habitables" (incluido dentro de este
último la cocina y sus dependencias, al igual que los
otros espacios destinados al trabajo doméstico como
cuartos de planchado o costura, que no constituyen para la
época habitaciones en sentido estricto). Las nociones de
"habitar" y "trabajar" se muestran en esta clasificación
como incompatibles (evidentemente no sería lo mismo un
ambiente-habitable como un dormitorio que un ambiente-trabajable
como la cocina). Habría que esperar a las décadas
de 1920 y 1930, para que la reducción del personal de
servicio y las
nuevas disponibilidades técnicas
(electrodomésticos) tiendan ha hacer más
"habitable" el "trabajo doméstico" y transformen a la
cocina en el centro de dicho trabajo (Jorge Liernur y Fernando
Aliata, 2004); exactamente esto se corresponde con lo Giedion
denominó "núcleo mecánico" del hogar, debido
a los trabajos electro-mecánicos que se llevarán
adelante producto de
los electrodomésticos entre otras razones tayloristas del
trabajo hogareño (maximización de tiempos y
rendimientos de los movimientos musculares del obrero domestico,
en funciones de:
lavado, planchado, preparación de alimentos, procesos de
control de
cocción de los mismos, etc.)

Parodiando un tanto la terminología higienista, P. Hary
define a los humos y vapores producidos en la cocina como
"gases
culinarios", para lo cual sería necesario confinar la
cocina del resto de las dependencias de la casa (cuartos nobles),
como así también minimizar los contactos con la
servidumbre en los casos de las costumbres que habían
adoptado las elites de fin de siglo XIX (de aquí nacen los
offices, comedores íntimos, antecomedores y otros
ambientes que trabajan como ambientes que funcionan como filtros
con el objeto de interceptar olores, imágenes visuales y
cualquier otro tipo de relaciones procedentes de la cocina y del
personal de servicio doméstico). Va a ser necesario dos
cuestiones para revertir esta situación: primero, que las
"sucias" cocinas económicas sean reemplazadas
posteriormente por las "limpias" cocinas eléctricas y a
gas (para que
el ambiente cocina no esté alejado de los otros
ambientes); y, segundo, el fallecimiento definitivo de la
práctica de la servidumbre (cuando los
electrodomésticos empiecen a combinarse con la nueva
conciencia de
clase media del siglo XX, deseosa de la privacidad y por ello
menos dispuesta a tener personas de servicio dentro de la
vivienda; además de imposibilitada en muchos casos de
afrontar los costos de dicho
personal).

Si bien los inconvenientes derivados del uso de la combustión directa del carbón,
petróleo o leña resultan
insalvables, el perfeccionamiento de las técnicas de
ventilación por medio de conductos o chimeneas hace
posible una extracción más eficiente de los gases
desprendidos. Asimismo, se preconiza la adopción
de ciertos acabados que garanticen la impermeabilidad y
fácil limpieza de todas las superficies: mayólicas
y estucos para las paredes, mármol para las mesas de
trabajo, mosaicos para los pisos (lo que se conoció como
prédica higienista); y, por otro lado el peso de los
modelos
hospitalarios, con su preocupación por la asepsia del
aire y de los
objetos, juegan un papel importante en estas transformaciones que
permiten hacer de la cocina un lugar con mejores condiciones para
ser habitado.

Ya el orden e higiene eran
imperativos primordiales en 1888 (para cualquier clase social),
pues la salud de la
familia dependía de los alimentos que ahí se
preparaban y una cocina aseada y ordenada era una clave para una
mejor y mayor salud. Si se pretendía obtener
pequeños ahorros comprando los alimentos al por mayor,
tampoco era una tarea fácil conservarlos. Los abundantes
animales
roedores y otros (ratas, cucarachas y otros insectos como las
moscas y las hormigas) eran una permanente amenaza, dado que
proliferaban en las legumbres y hortalizas, el moho en la harina,
la humedad en la sal y el azúcar,
los brotes en las papas, leche y
manteca que fácilmente se cortaban, la rápida
putrefacción de las carnes, etc. (Michael de Certeau,
1999).

Entre 1902 y 1912 los porteños debían gastar
casi el doble de dinero de lo
que se gastaba en París para comer. Por lo que abaratar la
alimentación mediante un mejor
aprovechamiento de los componentes o su almacenamiento y
conservación era una conveniencia generalizada. Por lo
cual la modernización tecnológica entrante en la
cocina sería muy bien recibida por todas las clases
sociales (aunque por otro lado consolidaban a cada estrato
social, dado que según sus posibilidades podían o
no acceder temprana o tardíamente a los nuevos artefactos
tecnológicos). El acceso a los combustibles también
era cuestión de clases sociales. Ejemplo de esto fue que
en los hogares humildes, el calentador, popularmente conocido
como "Primus" (artefacto peligroso pero barato) señalado
por Andrés Carretero y Pablo Ungaro, fue un implemento
fundamental para calentar el agua para
el mate o preparar la comida (también era preciso tener a
mano la agujita para destapar los conductos por donde
salía el combustible gasificado, pues el kerosene no
siempre estaba purificado adecuadamente).

Por otro lado, si comparamos la evolución de los artefactos y muebles del
ambiente cocina, en el período estudiado 1880-1990. Existe
una notable coincidencia entre lo que sucedió en los
países desarrollados (Inglaterra y
EE.UU) y los subdesarrollados (como Argentina). Si de establecer
los paralelismos se trata, podemos decir que: en el mundo
desarrollado, se paso del "fogón de fuego abierto", a dos
dispositivos posteriores cuyo prerrequisito común se
basaba en la utilización eficiente del calor mediante la
canalización correcta de los gases de combustión:
la "caldera de vapor" y el "fogón de fuego cerrado" (o
mueble de fundición de hierro) que dominaron todo el siglo
XIX, también conocido como "fogón de hiero" o
"cocina económica" de hierro fundido. Luego vino en el
período 1880-1930 (en Europa y EE.UU.)
conocido como la época del pleno dominio de la
"cocina eléctrica", para terminar luego en la "cocina a
gas" (aunque esta primera no tuvo el impacto social esperado,
pues el gas se impuso por economía y rendimiento). En ese orden, se
dieron los adelantos tecnológicos de la
mecanización del artefacto cocina (que no fue el
único artefacto que se introdujo en el ambiente
doméstico del mismo nombre), según Siegfried
Giedion. En América
del sur en general y Argentina en particular, sucedió algo
muy parecido (pues la tecnología se
transfirió).

El "fogón de fuego abierto" (a leña) no es lo
mismo que el "fogón de fuego cerrado" (cocina
económica), pues este último corresponde a un
avance tecnológico de fin de siglo XIX que se
combinó con la provisión de agua corriente
y la disponibilidad de nuevos combustibles (carbón, coke y
antracita) y con las nuevas costumbres de la alta
burguesía de fin de siglo XIX (que le conferían
mayor importancia a las comidas como evento familiar y social,
transformando el servicio de la mesa y de las comidas en un
momento de gran significado). A su vez, giraban también en
torno de la
cocina de la alta burguesía argentina de fines del siglo
XIX, distintas dependencias destinadas a no solo al
almacenamiento de material combustible (carbón y
leña), sino de alimentos y enseres (despensa de granos,
frutas, bodegas, habitaciones conservadoras o fresqueras,
etc.)

Jorge Liernur y Graciela Silvestre en El umbral de la
Metrópolis
analiza las importantes diferencias de
costos, no sólo de los artefactos, sino también de
la fuente de energía, como determinante de su introducción en el habitar popular y
dice:

"Contamos con datos sobre el
rendimiento por centavo m/n de los distintos tipos de
energía: carbón, 280 calorías; gas, 140
calorías; electricidad, 65
calorías. Ahora bien, el carbón rinde en
calefacción sólo el 15%, o sea 42 calorías,
porque es necesario dejar escapar gran cantidad para eliminar
gases tóxicos. La misma fuente también indica, que
para producir electricidad se aprovecha sólo el 10% de las
calorías generadas por el carbón. Es evidente
entonces la conveniencia del uso del carbón para cocer
alimentos y calentar agua, lo que permite entender la
difusión de la cocina económica."

([9]).

En Argentina, la cocina sufrió muchas transformaciones
(debido a la fuentes de
energía para cocinar; los combustibles sólidos,
líquidos, gaseosos y la electricidad entablaron una
batalla sin tregua por dominar los artefactos de cocción
de este ambiente en el siglo XX). Durante el fin del siglo XIX
dominó el la llamada "cocina económica" (o
fogón de hierro para fuego cerrado), donde el combustible
sólido (carbón, leña, coke y antracita) era
el rey.

Si enumeramos lo que encontramos en la cocina desde 1900 a
1990 diremos que desde las décadas de 1910 a 1920 se
observan una proliferación de "cocinas económicas"
(a carbón, coke o leña), calentadores (a gas,
aguardiente, a gas de alcohol),
caloríferos a kerosene, hornallas y discos
eléctricos (que no son cocinas eléctricas). En la
década de 1930, se evidencian una gran competencia de
cocinas y calentadores de agua a leña, carbón, coke
y/o antracita; cocinas eléctricas a discos y fuego
eléctrico y calentadores de agua eléctricos;
cocinas a gas y supergas y calefones a gas. Como en la
década de 1930 en la Argentina se abarata la electricidad
y esto permite que aparezcan cocina-eléctricas
"higiénicas" de acero niquelado
limpio, frío, seguro y simple
en su manejo (como ventaja competitiva se promocionaba el hecho
de que no ensuciaban con humo, hollín y cenizas como sus
predecesoras a carbón o leña y permitió
vincular el ambiente cocina con otros ambientes como el comedor y
la sala de estar), produciendo un momento de "ruptura" (o corte
histórico) respecto de la predecesora "cocina
económica". Podemos asegurar que la "cocina
económica" (que corresponde a la vieja familia patriarcal
fue adoptada tanto en la tipología de casa chorizo de los
estratos mas bajos, como en los petit-hôteles de
los estratos mas altos) y se vió reemplazada por la
"cocina eléctrica" (que corresponde a la nueva famita
nuclear) y el ambiente cocina reduce su espacio (dado que se
eliminan las zonas de almacenamiento de la leña o
carboneras). Aproximadamente en 1935 el gas y las "cocina a gas"
vienen a competir en higiene y economía contra la
electricidad y las "cocinas eléctricas" (ganándole
la pulseada en la década de 1950 y ya en la década
de 1970, el 89% de las viviendas del país quedarán
dotadas de gas), pero en la década de 1940 solo las
cocinas a gas envasado estaban al alcance de los sectores
populares (y donde el tendido de la red no había llegado).
En la década de 1940, se confirman cocinas a combustibles
sólidos, a gas y electricidad compitiendo entre si por
dominar el mercado;
calefones a gas; lavado de vajillas y maquinas de lavado de ropa
completaban el ambiente. En la década de 1950 y 1960
proliferan las cocinas y calefones a gas (el gas en la cocina,
como fuente de energía para cocinar los alimentos
había ganado la batalla en la década de 1950).

En la década de 1970 y 1980 persisten las cocinas y
calefones a gas y se incorporan los secarropas a gas,
purificadores de aire y termotanques.

Pablo Ungaro establece la serie tipológica del
artefacto cocina del siguiente modo y en orden
cronológico: el fogón arquetípico, la cocina
mueble, la cocina compacta (1º y 2º fase), la cocina
laminar y horno a microondas;
todos en ese orden.

En el caso del gas, primero abasteció a la cocina y
luego al calefón (en ese orden), incluso antes de la
llegada de la red de gas a domicilio, en formas de gas envasado
en garrafas. Las garrafas fueron útiles no solo para las
cocinas, sino para lo que Pablo Ungaro denomina "dispositivos
itinerantes" que funcionaban por radiación,
como las estufas de "pantalla" conectados a la garrafa y los
prismas rectangulares huecos que contenían en su interior
la garrafa (productos itinerantes porque viajaban por todas las
habitaciones del hogar). Artefactos que luego serían
reemplazados por artefactos a convención y tiro balanceado
(autentica solución real para evitar los casos de asfixia
e intoxicación con dióxido de carbono).

Por lo que si la "calefacción" es el primo hermano de
la "cocción", debemos enumerar su cambios estos
varían desde las décadas de 1910 a 1970 en: estufas
(a alcohol líquido y electricidad) salamandras (a
carbón, coke o leña), calefactores (a carbón
o electricidad), caloríferos a kerosene, calentadores (a
alcohol sólido), radiadores de fundición de hierro
y chimeneas. Por eso es que la historia de los artefactos y
sistemas de
calefacción es también una historia de los
combustibles, de su disponibilidad y rendimiento (Bernatene y
Gandolfi, 2000).

El principal inconveniente que ofrecía la
calefacción por carbón, además del acarreo,
el depósito y la suciedad, lo constituía el peligro
de incendio y asfixia (estos dos últimos son dos fantasmas
presentes con fuerza en el
imaginario doméstico preeléctrico sostienen Jorge
Liernur y Graciela Silvestre).

Nos cuenta Ungaro sobre serie de artefactos-estufas
dependientes en 1880 de combustibles sólidos (como
carbón y leña) a medio camino entre la
premodernidad y la modernidad, en
1930 de combustibles líquidos (como kerosén o
nafta) en sus
versiones "de mecha" y "a gas de nafta o kerosene" (que dejaban
mal olor en el ambiente) y que ya pueden ser considerados como
dispositivos modernos (como la famosa marca "Volcán"), de
combustible gaseoso y a electricidad (ambos dispositivos
modernos) presentarían similitudes con los artefactos para
calentar agua y para cocinar (por eso aquí los trajimos a
consideración como parte de una misma familia de
artefactos). La electricidad para calefaccionar aparecida en la
década de 1910 no dio resultados y su difusión
recién cobraría mayor fuerza a partir de la
década de 1940.

Para parafrasear a Giedion diremos que, esas
tecnologías constructivas e ideario inventivo para
resolver los problemas
sociales (alimentarse, bañarse, calentarse)
recibían análogas soluciones
dado que las ideas (las soluciones a los problemas)
según el autor: "flotaban en el aire de la
época".
Esto explica las analogías de los
mecanismos y dispositivos tecnológicos aplicados a la
construcción de artefactos (cocinas, calefones y estufas)
en base a los combustibles usados (ejemplo: las similitudes entre
una cocina económica de hierro fundido para cocinar los
alimentos y las modificaciones adaptadas a un serpentín
para calentar agua para bañarse y una salamandra para
calentar el ambiente. Existen no solo similitudes
tecnológicas y constructivas, sino tipológicas,
formales, de estilos de diseño
y estéticas, que definen lo que Bernatene definió
como "espíritu de una época" en
analogía con lo declarado por Giedion).

Pablo Ungaro describe a la "cocina económica" como
"mueble tecnológico" de fundición de hierro (que
tendría una doble función de cocción de los
alimentos y calefacción), anterior a la llegada del
aparato tecnológico representado en la cocina limpia y
moderna (a electricidad de 1930). Además Ungaro sostiene,
que la cocina estará en tensión entre
"tradición" y "modernidad", o lo que es lo mismo: a medio
camino entre dos mundos culturales y tecnológicamente
distintos (uno antiguo dominado por combustible como la
leña o el carbón del siglo XIX y otro moderno
dominado por fuentes de energía como la electricidad y el
gas del siglo XX).

Podemos definir a las "cocinas de fundición de hierro"
como la metáfora de un "alto horno doméstico", por
ser metálico, sucio, con altas temperaturas, peligroso y
asimismo requería mantenimiento
periódico. Por analogía del "alto
horno" siderúrgico para fabricar arrabio –a partir
del mineral de hierro-, para ser usado en la producción de acero industrial. Todo esto
lleva a pensar que la analogía entre el "alto horno" de
uso siderúrgico y la "cocina económica" como "alto
horno doméstico" o de uso hogareño poseen una
relación metafórica, que queda expresada en la
complejidad de su operatividad: carga del combustible y limpieza
de las suciedades y escorias que se forman de la
combustión, elevado calor y peligrosidad para la salud
humana, como Ungaro lo describe. Quizás no estemos tan
equivocados en esta metáfora del "alto horno
doméstico"; razón por la cual Catherine Esther
Beecher en su plano del año 1869 confecciona una cocina
doméstica con los "fogones de hierro fundido" en una zona
de protección (donde se cocinaba y nada más, y era
donde estaba el utensilio-fogón de hierro fundido, uniendo
la máquina a su ambiente propio y exclusivo) en otra
habitación y separada físicamente del ambiente de
almacenamiento-conservación y limpieza-preparación
de los alimentos por puertas correderas de vidrio, nos
recuerda Siegfried Giedion.

No es un dato menor que Catherine (quien anticipó 40
años la arquitectura doméstica de la cocina,
concentrando alrededor de un solo centro
almacenamiento-conservación y
limpieza-preparación), separara los "fogones de hierro
fundido" (altos hornos domésticos) en un cuarto alejado,
del resto del ambiente de cocinar, para evitar la incomodidades
de verano (calor en exceso) y reducir los olores (lo cual no hace
otra cosa mas que confirmar nuestra metáfora).

En 1906 las "cocinas económicas" (o mueble de
fundición de hierro) reemplazarían al
"fogón" y a los hornillos de ladrillos (que formaban una
habitación oscura, saturada de los gases de
combustión, penetrada hasta el interior de los olores de
comida, negra de humo y hollín, sucia de cenizas, con una
gran temperatura
que la hacia molesta en verano y todo cuanto más nos
podemos imaginar de esta escena de película). Pero en
1930, en la Argentina (por lo menos en la ciudad de La Plata), la
"cocina económica" se encontraba destinada a su muerte por
causa de la electricidad y el gas como combustibles modernos, que
ofrecía la ventaja de no tener que salir a buscar
combustible (leña) fuera de la casa, gracias al tendido de
las redes domiciliarias.

La supresión de un combustible pesado y sucio (como la
leña y el carbón) mejoró el habitar
domestico, dado que exigía un cuidado regular y extenuante
(Michael de Certeau, 1999). Por lo cual la electricidad y el gas
como combustibles (y las cocinas eléctricas y a gas como
"cocinas modernas" hijas de la modernización) vino a
reemplazar a la leña o carbón (y los "altos hornos
domésticos" o "cocina económica" que funcionaban
con ellos). Estas cocinas modernas aliviaban y facilitaban la
tarea de preparar la comida y limpiar las ollas, sartenes,
cubiertos y platos (dado que no los manchaban con humo u
hollín, producto de la combustión de la leña
o carbón); en un lugar cuya característica era la
abundancia de utensilios de uso cotidiano para alimentarse, como
describe Andrés Cerretero.

En 1920 ya se señala que todo el ambiente de la cocina
"moderna", con sus objetos es eficiente y limpia (pero
decorativamente producía una sensación de ser
"fría" debido a la imagen de los productos
tecnológicos que comenzaban a introducirse y de los
materiales
como el acero inoxidable o la chapa enlozada), a diferencia de su
antecesora que era mas sucia y desordenada (pero
físicamente demasiado "caliente" para el verano).
Entonces, debido a su poco atractivo había que decorarla o
ambientarla para que no se parezca a un hospital (había
que darle "calor ambiental", y no en el sentido literal y
físico, sino metafórico porque los cambios
principales estarían determinados por la
introducción de nuevas fuentes de energía, inodoras
y atérmicas como el gas y la electricidad).

De este concepto
azulejado (tipo hospital o laboratorio de
análisis bioquímicos) la cocina
moderna del siglo XX sería la
habitación-laboratorio moderna, lugar de la química
orgánica doméstica, como dicen Fernando Devoto y
Marta Madero. Como Liernur –tomando a P. Harry que lo
expresó en 1917- sostuvo que este ambiente era un
"laboratorio químico" (regido por los principios de
ventilación, iluminación e higiene). De acuerdo con una
definición ya clásica de Sigfried Giedion, el
concepto de cocina laboratorio obedece a tres principios
básicos de diseño: división en centros de
trabajo (almacenaje y conservación; limpieza y
preparación; cocinado y servicio); superficies de trabajo
continuas, sin variaciones de altura en su plano, y unión
de los utensilios y enseres con su lugar de utilización.
La cocina es caracterizada como un espacio de máxima
eficiencia
regido por una triple exigencia: economía de espacio,
economía de tiempo y economía de movimientos.

 

Y si la primera fase de la modernización (Liernur no da
fechas) supuso una división de las funciones, y con ello
la separación del recinto, la segunda fase verá su
paulatina fusión
con el comedor (lo que fue facilitado por el cambio en las
fuentes de energía, que hizo posible comer adentro de la
cocina-comedor, pues antes hubiera sido imposible comer con el
hollín, los olores a "humo", el calor en verano,
etc.).

Asimismo en cuanto a la tecnificación que
comenzó a operar a partir de 1930, Anahi Ballent indica
que aparece una mayor oferta
industrial para la tecnificación del hogar, tanto en lo
relacionado con aparatos vinculados al trabajo doméstico
(electrodomésticos) y al confort en una época que
se reducían las tarifas eléctricas. Ocupaba un
lugar destacado en lo que la autora denomina "la difusión
de modelos e imágenes del habitar" (como simplificadora
del trabajo doméstico y transformadora de costumbres).

La mecanización de los trabajos domésticos o la
mecanización del hogar en nuestra cultura occidental, que
permitió una mayor independencia
(libre de sirvientes y del ama de casa), avanzó en la
democracia de
las clases sociales y en lo que Giedion denomino "núcleo
mecánico" del hogar (la cocina) y de los sexos
posibilitando ser atendido por la misma familia. No se debe
confundir la "organización" del proceso de
trabajo doméstico con el uso de "utensilios" mecanizados
(si bien pueden ir juntos), dado que la
organización del proceso de trabajo se hallaba ya en
marcha antes de disponer de los artefactos mecanizados (gracias
al impulso que tuvo sus raíces en la "gestión
científica"). Coincidentemente Pablo Ungaro lo denomina
"fábrica taylorista de alimentos" (solo para la ciudad,
dado que en los ambientes rurales persistió durante mucho
el clásico "fogón" a leña y los procesos de
modernización fueron mucho mas lentos y variables
según las condiciones de las distintas clases sociales, lo
que complica todavía más el panorama de
análisis).

La sucesión de cada una de las operaciones por
realizar para la preparación de alimentos y el cuidado de
la vajilla, la ubicación de enseres y elementos de
trabajo, y la distribución de gabinetes y artefactos son
objeto de un pormenorizado estudio que tiende a hacer cada vez
más de la cocina un momento de diseño privilegiado
dentro de la vivienda. Nociones tomadas del trabajo en la cadena
de montaje, como la continuidad de la superficie de trabajo y la
racionalización de los movimientos, son introducidas en el
ámbito de la vida hogareña y de las tareas del "ama
de casa", figura recurrente, tanto en el campo de la rquitectura
como en el de la publicidad, que comienza a ser considerada como
el principal operador del confort doméstico y exclusivo
destinatario de la "cocina moderna" (Jorge Liernur y Fernando
Aliata, 2004).

Siegfried Giedion (desde una óptica
europea y norteamericana) opina igual que Pablo Ungaro (desde una
óptica argentina y latinoamericana), que la
"gestión científica" aplicada al hogar fue eje
clave de la denominada cocina moderna; y afectó
principalmente al ámbito doméstico de la cocina en
especial, por lo que se denominó a este aspecto: "uso
científico del espacio en la cocina". En 1935 en los
países desarrollados la industria del
gas fue la primera que investigó a fondo la gestión
científica en la cocina, a esto se lo denominó
luego: "ingeniería del hogar" o "ciencia
doméstica" y dieron como resultado en el mobiliario a las
alacenas combinables estandarizadas (para ser reunidas como uno
deseara), que en combinación con otros
electrodomésticos (como la heladera y el lavaplatos)
fueron modificando el paisaje interior de esta ambiente
doméstico (creando una estandarización y
unificación). Asimismo, en la década de 1940, se
confirma en la Argentina avances en el mobiliario para
almacenamiento, preparación, cocción y
conservación de alimentos y evacuación de
desperdicios (siguiendo esta tendencia de los países
desarrollados).

Giedion sostiene que la "organización" del proceso de
trabajo doméstico entro de la mano de la cocina al
ambiente doméstico para producir mobiliario de cocina en
serie, por lo cual Frank Lloyd Wright denominó a la cocina
como el: "el espacio de trabajo" (Hitchcock, s/f. Citado
por Giedion, 1978). En 1942, se reconocerían tres centros
de trabajo: "almacenamiento y conservación", "limpieza y
preparación" y "cocción y servicio", sostiene
Giedion.

Para definir el espacio de trabajo, tanto los fabricantes de
mobiliario de cocina (1920) y las compañías de gas
y electricidad (1930 y 1935 respectivamente), el tercer grupo de
industrias que
entraría en este campo sería el de los productores
en serie de materiales de construcción (1940): vidrio,
plástico y
madera
contrachapada. Su evolución tuvo lugar durante la Segunda Guerra
Mundial, en los países desarrollados y luego (con la
demora acostumbrada) su llegada arribó a puertos
latinoamericanos (Argentina inclusive).

Dos actividades fundamentales que se destacaban dentro de la
cocina se vieron beneficiadas con los nuevos artefactos: la
preparación y cocción de los alimentos (que se
higienizó y simplificó en su tarea con la cocina
moderna a gas) y su almacenamiento (que verá la
irrupción a este ambiente con la llegada de neveras y
heladeras, pero esto sería en 1925 y al principio
sólo para las clases mas adineradas). Lenta y
progresivamente los adelantos tecnológicos se
ampliarían de la clase alta a las medias y en cierta
medida a la clase baja u obreras (con la democratización y
abaratamiento de la tecnología).

Entre 1930 y 1940 –en Buenos Aires- comenzó a
contarse con distribución domiciliaria de gas. Asimismo
para 1940 casi toda la ciudad de Buenos Aires contaba con el
servicio de agua potable
en la cocina (con excepción de contados sectores de
algunos barrios aún no del todo urbanizados; sin embargo,
estos adelantos fueron progresivos y llevó algunos
años que toda la superficie urbanizada –de la ciudad
de Buenos Aires- contara con ellos). Por lo cual, a partir de
1940 proliferan los calefones a gas para calentar agua (con
utilidades en la cocina y el baño como núcleo
mecánico).

Gracias a la entrada del gas (por lo menos en la ciudad de La
Plata, Provincia de Buenos Aires), como fuente de energía
limpia y relativamente barata (dado que las clase baja, que
vivían y viven alejadas del tendido de la red de gas
domiciliario, debían y deben usar las garrafas, y esto
encarecía -y todavía encarece- el costo);
así permitiría que la red de agua fría, ya
instalada, se transformara en agua caliente gracias a los
calefones (para lavar los platos y también para transferir
agua caliente a la ducha del baño, para lavar la ropa, y
otras actividades domesticas). Pablo Ungaro estudia el "Agua
caliente y paisaje doméstico platense: 1920-50"
(en
la cocina y el baño, aunque los artefactos tendieran luego
a estar localizados en la cocina), período donde los
sistemas para calentar agua para la cocina (y el baño) de
antaño adquieren un transformación en los nuevos
(modernos) y mas democráticos sistemas que aumentaron el
confort del habitar doméstico.

Aunque los combustibles líquidos y sus artefactos a
nafta y kerosén o alcohol le estaban ganando la pulseada
al carbón y leña, por su mayor rendimiento en igual
volumen y por
su independencia de las redes de abastecimiento de gas. El
combustible que finalmente se impondría para calentar agua
sería el gas con sus artefactos. Aunque hubo intentos, de
calentar agua con electricidad y toda una serie de artefactos
eléctricos, el gas ganó la pulseada como fuente de
energía imponiendo sus artefactos de calor: cocinas
económicas con serpentín o depósito ,
calefones o termotanques; pero sin desalojar a la electricidad y
sus artefactos (mas bien convivieron juntos
complementándose, ejemplo: los calefones a gas del tipo
circuladores o acumuladores, con los calefones eléctricos,
ya sean estos últimos a resistencia u
arco voltaico, con aislamiento térmico y termostato, de
baja o alta presión, o
sin aislamiento térmico). El gas finalmente
llegaría a imponerse no sólo en el artefacto de
cocina (para cocinar), sino en los artefactos de calentar agua
(para lavar los platos y bañarse) y otros artefactos (para
calentar los ambientes) como las estufas a gas. Los calefones y
los termotanques de "línea blanca" (enlozada) de 1935
aproximadamente, buscarían la integración con el artefacto-cocina y la
heladera de la misma época.

Si bien entre 1930 y 1940 existió una mezcla de ofertas
de combustibles: sólidos, líquidos y gaseoso.
Denomina, Pablo Ungaro, a la década de 1930 como la del
"electro confort", definición apropiada, dado que gracias
a la electricidad entra el confort al hogar para aumentar la
proliferación de electrodomésticos
(electro-mecánicos) en lo que –tan claramente bien-
describió como "núcleo mecánico", Siegfried
Giedion. Y la cocina eléctrica comienza a competir (sin
triunfar) contra las cocinas a gas.

Entre los electrodomésticos del ámbito cocina,
el mueble tecnológico cocina eléctrica
(terminó con la imagen de la cocina como lugar "sucio" de
la casa, como ya se dijo con anterioridad), la tostadora
eléctrica y la heladera (modificadora de los
hábitos, tiempos de compra y preparación de
alimentos, como su conservación posterior) completaron el
panorama de la cocina moderna del siglo XX a partir de 1930 en
adelante. Cuestiones que al finalizar el siglo XX eran cotidianas
y normales, no lo eran tanto en 1930, por lo cual la publicidad
de la época lo promociona de manera increíble
(sofisticada y seductora), hasta que este concepto avance del
imaginario de los proyectistas arquitectos, diseñadores e
ingenieros y se concrete en realidad cotidiana. Desde la
década de 1940, hacen su aparición los lavaplatos,
batidoras eléctricas, pavas eléctricas, cafeteras
automáticas, calentadores y hervidores eléctricos,
tostadoras eléctricas y cocteleras eléctricas entre
otros electrodomésticos que viene a profundizar este
concepto de "electro-confort". Y si bien afecta en principio
exclusivamente a sectores altos y medios, la cocina parece ser
efectivamente uno de los centros principales de aplicación
de la electricidad doméstica.

Todas las posibilidades del confort moderno pasan por el hecho
que tiende a generalizarse en los años 1930-1940, como lo
demuestra la proliferación de escritos y exposiciones
(como la "Casa Eléctrica" de 1936, publicitada en las
revistas de la década: Nuestra
Arquitectura
y Revista de Arquitectura),
tendientes a difundir las nuevas posibilidades abiertas por el
"electro-confort". La cocina moderna se estructura
sobre la base de los artefactos ya imprescindibles como la
cocina-eléctrica y frigidaire (Jorge Liernur y
Fernando Aliata, 2004).

La frigidaire, cuyos primeros modelos fueron
diseñados para ser embutidos en los muros, práctica
usual largamente preconizada por la Arquitectura Moderna que
conduce también a empotrar en mampostería
bajomesadas y placares para almacenamiento de enseres.
Posteriormente el uso de tabiques y paños de
mampostería se limita, dando lugar a la fijación de
piezas completas de mobiliario. Paralelamente, los diseños
de la cocina-eléctrica y de la heladera se perfeccionan
rápidamente hasta lograr una completa adecuación
funcional y planimétrica con bajomesadas, alacenas y
demás partes fijas del amoblamiento. Para dar cuenta de
este proceso, cuyas muchas alternativas se prolongan hasta
nuestros días, bastaría con observar la
evolución del artefacto cocina, desde los primeros modelos
de finales de los años veinte, similares a una
pequeña mesa sobre la que se apoya un anafe, y el volumen
cúbico del horno, hasta los ejemplos más
sofisticados de los últimos años del treinta que
respetan en un todo los planos que marcan las mesadas, ubicando
hornos, parrillas y berlinesas bajo la batería de discos
de calentamiento.

La electricidad perduraría como fuente de
energía para otros electrodomésticos (el
micro-ondas que vino a
complementar en sus funciones al artefacto-cocina, dado que los
alimentos cocinados en ella, luego de refrigerados, eran vueltos
a ser calentados o re-calentados; la heladera eléctrica,
la batidora, multiprocesadora y otros serían hijos
triunfantes de la fuente eléctrica) y en el uso de la
iluminación (incluso los calefactores de ambiente
eléctricos, nunca pudieron competir contra los
calefactores de ambiente a gas (en cuanto a capacidad o
calorías y economía o costo de la energía;
pero aún así lograron sobrevivir e integrarse al
hogar).

La electricidad había comenzado a tener una
distribución domiciliaria amplia cerca del año
1925, pero todavía era cara para su uso como
energía doméstica. En la década de 1910
empezaba a competir como fuente de energía para iluminar
con las fuentes más tradicionales de combustibles
(kerosene, por ejemplo), gracias al invento de Edison y luego con
companías como Philips que promocionaban sus
lámparas eléctricas. En la cocina fue donde
logró imponerse la iluminación eléctrica con
mas velocidad que
en otros ambientes (menos inclinadas a la modernización
tecnológica y mas tradicionalista en sus costumbres
culturales que arrastraba de antaño, como sucedió
con la evolución de la vieja sala de recepciones o hall
cuando cambió a living-room, mas inclinado a la
iluminación por velas y las lámparas de
querosén que por electricidad; aunque esta finalmente se
impuso).

Podemos describir que la iluminación desde las
décadas de 1910 a 1970 evoluciona desde la
iluminación a alcohol, lámparas incandescentes
hasta los tubos fluorescentes. Y otros electrodomésticos,
desde las décadas de 1910 a 1980 también
encontramos: ventiladores y caloventiladores; extractores de
aire, purificadores de aire, acondicionadores de aire,
climatizadores y termalizadores de ambientes; estufas y
radiadores; planchas, heladeras, multiprocesadoras, cafeteras,
discos calentadores y secadoras de ropa (por citar los más
aparecidos en las publicidades de la época).

Jorge Liernur y Graciela Silvestri sostienen que muy
tempranamente –década de 1910-, se dispone del
conjunto de artefactos que conforman el mundo
electrodoméstico de nuestros días. Además,
desde la década de 1910 y hasta 1920, los artefactos se
presentaban como auxiliares del trabajo doméstico, donde
sus nombres no los presentan como nuevas entidades sino como
reproducción de funciones tradicionales
(primer funcionalismo);
así, el ventilador se conocería como "viento
artificial" y la hornalla eléctrica como "fuego
eléctrico". Del mismo modo la lustradora se
conocería como "frotador eléctrico para techos y
pisos" (o como "cepillo eléctrico"). Todos conforman lo
que los autores denominan bricollages de elementos
diversos sin personalidad
formal propia (como "suma de partes"). La tecnología
domina a la estética, dado que los artefactos (sin
estética propia de electrodomésticos como los
conocemos hoy) formaban un bricollages de objetos por
"agregación" en los ambientes (Jorge Liernur y Graciela
Silvestre, 1993).

La estética-tecnológica de los
electrodomésticos de la década de 1920, de fuerte
influencia norteamericana, choca con la
estética-habitacional de la misma década de fuerte
influencia europea originando contradicciones como el ambiente
"de servicio" o "zona de servicios"
según Liernur (para planchas, aspiradoras, lavadoras,
etc.). Cuando la esencia misma del electrodoméstico es la
eliminación de la "servidumbre": ¿cómo puede
generar un ambiente de "servicio" si lo debería eliminar?
Esta es la contradicción (ser sucedáneos
mecánicos de la servidumbre). Los artefactos de servicio
podrían no haber generado graves conflictos si
no fuera porque, en los sectores medios, la cocina ocupa un lugar
de gran importancia en la casa; y lo hará cada vez
más en tanto más se precisen las funciones de la
mujer "moderna". Es notorio, que casi todos los artefactos
atraviesan un período -1910- en el que se los publicita
presentando a un sirviente, un "otro" como protagonista de su
uso; en la década de 1920 será la elegante dama de
clase media la que se hará cargo de la tarea (el empleo del
artefacto se ha convertido en signo de "privilegio"; y es
entonces cuando deja de ser puro aparato para ingresar en el
mundo simbólico). La obsesión por el tema del
servicio doméstico continuo todavía hasta 1930,
cuando el mecanismo automático de regulación de la
temperatura y tiempo de cocción –en la cocina
eléctrica- es denominado "la criada invisible" (Jorge
Liernur y Graciela Silvestre, 1993).

Según una visión de lo que debía ser una
casa eléctrica de la Revista de
arquitectura
de la década de 1920, los
electrodomésticos no son (aunque para algunos lo era)
excentricidades para los más pudientes, sino algo normal
de cualquier vivienda. Esto tomo un tiempo diferencial en
instalarse al principio del siglo XX, según las
capacidades económicas de los distintos estratos sociales,
pero para fines del siglo XX se impuso como algo normal. La
plancha, el ventilador y el calentador eléctrico son los
primer en entrar fácilmente a los hogares (en 1930, las
estufas y cocina eléctricas todavía integraban los
artefactos de las clases más favorecidas).

La oferta sostenida de distintos tipos de ventiladores: a
cuerda de dos aspas, a pila seca y eléctricos; se
venía sosteniendo desde las últimas décadas
del siglo XIX (con el motor de corriente alterna
recién en 1891 la Westinghouse comenzó a producir
ventiladores utilizando este mecanismo). Y en 1916, la plancha
eléctrica era juzgada como un aparato indispensable (su
peso era de 3 kilos aproximadamente y un consumo de 500 watt),
primero en obvia alusión de ser usada por el personal de
servicio y poco después por la señora de clase
media (que no posee mucama).

El ambiente doméstico de la cocina moderna fue afectado
por transformaciones técnicas (energía
eléctrica en la iluminación, gas en la cocinas,
heladeras para la conservación de alimentos) que
permitieron la reducción de sus superficies y una
articulación creciente y fluida con los sectores del
comedor.

Entre las décadas de 1910 a 1980 se evidenciarán
sistemas de refrigeración central, heladeras
empotradas, sistemas nicho; heladeras a kerosene, gas y
electricidad; freezer; sistemas fuzzy y no-frost. Hasta la
década de 1930, los refrigeradores no perecen ingresar
masivamente en la cocina de la clase media.

Roxana Garbarini presenta la siguiente línea de tiempo
y los cortes tipologicos que diferencian la adaptación y
apropiación de la tecnología del frío
(heladeras) en el ámbito cocina, describiéndolo del
siguiente modo: en 1900 la conservación natural, en 1910
las heladeras de barra de hielo, en 1920 nace la
refrigeración eléctrica (no citada por Garbarini),
en 1935 domina la tipología del refrigerador
mecánico (y del refrigerador a gas, no citado por
Garbarini), en 1945 domina el estilo aerodinámico, en 1960
el estilo compacto (línea blanda y dura) se apodera de la
cocina, en 1975 se incorpora el freezer y en 1990 las nuevas
lógicas fuzzy.

Pablo Ungaro lo describe en el siguiente orden: fresquera
subterránea, heladera empotrada, heladera mueble, heladera
compacta (1º fase), heladera compacta (línea blanda y
dura), heladera posmoderna.

En tanto la denominada "conservación natural"
según Garbarini, se corresponde con la "fresquera
subterranea" según Ungaro. Por otro lado, la heladera de
"barra de hierro" (corte del año 1910, según
Garbarini) se corresponde con la "heladera mueble" (serie
tipológica Nº 3 según Ungaro). Por otro lado,
la heladera "estilo aerodinámico" (corte del año
1945, según Garbarini) se corresponde con la heladera
"compacta primera fase" (serie tipológica Nº 4
según Ungaro). Asimismo, la heladera "compacta" (corte del
año 1960, según Garbarini) se corresponde con la
heladera "compacta de linea blanda" con congelador (serie
tipológica Nº 5 según Ungaro). También,
la heladera de "freezer" (corte del año 1975, según
Garbarini) se corresponde con la heladera "compacta de linea
dura" (serie tipológica Nº 6 según Ungaro).
Finalmente, la heladera de "lógicas fuzzy" (corte del
año 1990, según Garbarini) se corresponde con la
heladera "postmoderna" (serie tipológica Nº 7
según Ungaro).

Resume Roxana Garbarini que la tecnología del
frío (conservación, refrigeración y
congelación), participa en el proceso formativo del
estilo de vida
de los países industrializados, su advenimiento es
distintivo de las sociedades
avanzadas. La introducción del frío en el
ámbito doméstico en la Argentina transformó
profundamente los hábitos y costumbres de amplios sectores
sociales.

El desarrollo
tecnológico de la heladera comportó cambios
estéticos y ergonómicos a la par de un cambio
sociocultural en el ámbito doméstico.

El pasaje de las tipologías pasivas hacia aquellas
alimentadas por la electricidad produjo modificaciones en las
costumbres y objetos. El propósito del trabajo de Roxana
Garbarini como de Pablo Ungaro consistió en definir las
modificaciones desde un análisis tipológico de los
refrigeradores paradigmáticos.

En tanto Garbarini señala los inicios de la
"conservación natural" en el año 1900, Pablo Ungaro
señala luego de las "fresquera subterránea" (o
heladera arquetípica), vino la denominada "heladera
empotrada" relacionada con las pequeñas cámaras
frigoríficas de principio del siglo XX; donde el artefacto
se integraba a la arquitectura, apreciándose solo la
puerta (única cara visible, que actuaba a modo de fachada)
con grandes herrajes.

En este trabajo hemos profundizado la documentación gráfica, publicitaria,
que de cuenta de esta modalidad de "heladeras empotradas"
según Pablo Ungaro.

Si los gabinetes empotrados presentaban una instalación
central, es por eso que Ungaro los denomina: "pequeñas
cámaras frigoríficas de principio del siglo
XX"
y siendo de la década de 1930 son posteriores al
sistema de "barra
de hielo" o "heladera mueble" propios de la década de
1910. Esta instalación llevará a colocar
un solo compresor de tamaño más o menos grande
enfriado usualmente por agua y colocado en el sótano.

Es cierto también que el sistema central se
incorporará favorablemente a las casas de renta puesto que
junto a cocinas, estufas y calefones, se ofrecían como
equipo gratis al inquilino. A primera vista puede resultar
económico pero la verdadera traba del sistema se
encontraba en el costo inicial que debía absorberlo el
constructor (Garbarini. 2000).

Señala Húngaro que luego de las "heladeras
empotradas" fuertemente vinculadas a la arquitectura (conocidas
como "sistema nicho" o gabinetes para sistemas de
refrigeración central) viene la "heladera mueble" (que
funcionaban con "barra de hielo" en su interior); aunque
cronológicamente esto no es así dado que las
"heladeras muebles" (a "barras de hielo") son anteriores
(año 1910) a las "heladeras empotrada" (o "sistemas de
refrigeración central") dado que estas ultimas empiezan a
registrarse –en la evidencia publicitaria analizada-
posteriomente (año 1930). Y luego, las "heladeras
empotradas" (o "heladeras nicho") empiezan a ser reemplazadas por
el denominado "gabinete individual" no-vinculadas a la
arquitectura.

En el año 1910 la heladera de "barra de hielo" que se
corresponde con la "heladera mueble" (serie tipológica
Nº 3 según Ungaro), donde la misma se presenta
semejante a un mueble con cajoneras y puertas de madera. Donde
las viejas cajas para conservación se levantan sobre
cuatro patas. Estas heladeras de "barra de hielo" se instalan en
los hogares argentinos (siendo inicialmente de procedencia
inglesa y posteriormente de construcción nacional); y fue
posible encontrarlas en los hogares hasta 1945 por su
independencia funcional con relación a las redes
eléctricas. A pesar de su apariencia, genera el primer
diagrama
estructural constituido por la zona de colocación de la
fuente y conservación de los alimentos, que se
mantendrá a lo largo del siglo (Gandolfi, Bernatene,
Ungaro y Garbarini, 2000).

En torno a estos objetos se desarrollará en el
país una industria del frío, capaz de producir
bloques de hielo mediante un proceso artificial y distribuirlo en
los hogares. En la ciudad de La Plata se registran como los
principales puntos de venta Molinos
Campodónico en calle 1 y 58 y Quilmes ubicada en 46 1 y
115. El hielo podía obtenerse directamente en la
fábrica o bien era llevado a los hogares por el "hielero"
un oficio desaparecido frente a la incorporación de los
sistemas mecánicos de refrigeración. Esta figura se
encargaba de repartir o cortar las barras de hielo acorde a la
necesidad o capacidad de las heladeras. Es posible recoger
testimonios que permiten confirmar la existencia de carteles
colocados en la puerta de entrada de las casas con la
inscripción "Hoy Hielo" indicando la necesidad de comprar
su trozo de hielo al distribuidor (Garbarini, 2000).

Luego de la "barra de hielo" (de la década de 1910), se
produce un vacío en la década de 1920 (tal como lo
asegura Garbarini y lo evidencia la falta de evidencia
empírica de las revistas de la década). Aún
así podemos sostener que en 1920 nace la
refrigeración eléctrica tal como lo evidencia una
propaganda del
refrigerador General Electric de la revista
El Hogar de la dcada de 1920.

Rápidamente saltamos a la década de 1930, donde
sostiene Garbarini que vino la incorporación de la
refrigeración mecánica al hogar.

En 1935 se introdujo un avance en el standard de vida moderna
con la idea de confort doméstico en la cocina. Durante la
década de 1930 las heladeras individuales estarán a
la búsqueda de soluciones técnico – formales.
Pues, revisando las tipologías de dicha década es
posible encontrar una serie de cortes inmediatos frente al lento
desarrollo que venía sufriendo la refrigeración
doméstica (en diez años se pasa del mueble de
madera alimentado por "barras de hielo", a la
incorporación de "sistemas mecánicos" agregados a
prismas rectangulares levantados sobre altas patas en acero; al
habitáculo del mecanismo hasta la aparición de la
caja blanca). El carácter monumental de estas heladeras de
"barras de hielo", apoyadas sobre patas curvadas y altas, se
verá modificado ante la aparición del "concepto de
refrigerador" (Roxana Garbarini, 2000), que todavía
conserva las patas (aunque son mucho mas cortas y robustas).

En el "office" de las
modernas casas de rentas, departamentos y "petit-hotels" se
promocionaba la instalación de los refrigeradores
eléctricos General Electric, para promocionar el alquiler
de los mismos (prolongando el contrato de
locación, según sus fabricantes); con su famoso
mecanismo "frugal" herméticamente blindado y en un
baño de aceite. Tal
como la publicidad lo expresaba, era fruto de la
"expresión de la más acabada ciencia
moderna
"; impulsado por un motor de ínfima potencia,
silencioso y de bajo consumo, con un gabinete de acero soldado
eléctricamente con recubrimiento vítreo.

En la década de 1930 aparecen las relaciones entre
arquitectura y refrigeración, el paradigma del
Kavanagh y las "heladeras empotradas" (conocidas como "sistema
nicho" o gabinetes para sistemas de refrigeración
central).

En el año 1945 es cuando se producirá el
denominado "estilo aerodinamico" en heladeras (según
Garbarini), que coincide con la denominada primera fase de la
"heladera compacta" tipo styling por sus bordes redondeados y
suave curva de la puerta (serie tipológica Nº 4,
según Ungaro). Las características formales de
éstos aparatos se ubicarán en un paso intermedio
entre las viejas "heladeras muebles" y el futuro concepto de
refrigerador a realizar conocido como "heladera compacta de
línea blanda" (Pablo Ungaro, 2002). Esto puede ser visto
claramente por la introducción de nuevos materiales y por
las aún no abandonadas patas que persistían en la
década de 1930.

El denominado "estilo aerodinámico" que se venía
desarrollando en los EE.UU. hacia 1930, ingresará a la
Argentina a mediados de la década de 1940, encontrando su
máxima influencia durante la década de 1950. El
desarrollo del primer mueble sobrio diseñado por R. Loewy
hacia 1935, marcará su tendencia morfológica en el
país. La firma SIAM comenzará desde esta fecha a
poner énfasis en los diseños de sus grandes cajas,
extrayendo el concepto de los refrigeradores llegados de las
firmas Westinghouse, General Electric y Frigidaire (Garbarini,
2000).

Los gabinetes continuarán levantándose sobre
pequeñas patas y utilizando el equipo flotante hasta
eliminar progresivamente su relación con los tipos
anteriores. Los métodos de
producción condicionarán fuertemente la forma, pues
las técnicas de prensado y estampado del metal solo
permitían formar planchas de amplio radio sin aristas,
rasgo que se venía observando en el diseño
"Goldspot" (diseñado por R. Loewy en 1932 en EE.UU.).

Vamos a observar que las patas que persistían en la
década de 1930 en la "heladera compacta primera fase"
(según Ungaro), van a desaparecer en la "heladera compacta
de línea blanda" (según Ungaro) de la década
de 1940.

Durante la década de 1950 los métodos y los
materiales hacen factible la incorporación definitiva de
la tipología de doble curvatura. El pasaje definitivo del
equipo de refrigeración de tipo blindado a la zona
inferior del artefacto (durante los años comprendidos
entre 1945–1955) permitirá nuevas disposiciones e
incorporación de espacios de almacenaje. Las paredes de
estas unidades estaban aisladas en un principio por cartón
prensado con brea para pasar luego a la utilización de
lana de vidrio. El interior era enlozado a fuego y el exterior se
resolvía con chapa pintada al duco. De todas las
tipologías tal vez sea esta la que ha permitido mayor
variedad en la aplicación de los colores. Se
pueden encontrar en beige, blanco, verde y mostaza y casi
arribando a la década de 1960 se le aplican frentes con
paisajes y acabados simulando madera (Garbarini, 2000).

A partir de 1955 el congelador se convertirá en un
nuevo espacio, con su puerta propia que se extenderá a lo
ancho del gabinete. Estos amplios congeladores dejarán
más espacio para conservar platos ya preparados o trozos
de carne. También desde mediados de la década de
1950 el habitáculo del motor disminuirá su altura
hasta ubicarse definitivamente en el espacio trasero
desapareciendo en algunos modelos la tapa y convirtiéndose
el frente en una única puerta.

Además del congelador, y la variación de
capacidad, esta tipología aporta también el
desarrollo de un cuarto espacio de almacenaje generado en la
puerta. Por lo tanto funcionalmente estos modelos se
dividirán en zonas de: almacenamiento en el gabinete,
congelación, habitáculo del motor y almacenamiento
en las puertas. La estabilidad del refrigerador no será el
objeto en sí, sino el servicio que nos proporciona, y lo
nuevo de la tipología de la década de
1960–1970 partirá del análisis de cada una de
las innovaciones: nuevos materiales plásticos,
motores
más eficientes, productos químicos y procesos
tecnológicos (Garbarini, 2000).

Las heladeras "compactas de línea dura" (serie
tipológica Nº 6 según Ungaro), que sucedieron
a las "compactas de línea blanda" comenzaban a ganar el
mercado. La tipología compacta de línea dura
imponía el perfeccionamiento de los métodos y los
materiales que hizo factibles los bordes en ángulo recto y
las aristas en punta adoptadas durante tres décadas.
Entonces, durante las décadas 1960 y 1970 el cambio
más importante será por tanto tecnológico
formal, variante que permitió la creación de los
tipos "compactos". Su nombre se desprende del proceso productivo
mediante el cual una vez armada la estructura de la heladera se
inyecta poliuretano que se expande entre las superficies de las
paredes. A falta de algún embutido, que se vuelve
totalmente innecesario, se agregan todas las piezas que completan
el gabinete y el cuerpo. Tras el proceso empleado mantiene su
rigidez (Garbarini, 2000). A finales de la década de 1970,
en la heladera "compacta de línea dura" el viejo espacio
comprendido por el congelador, pasa a ser utilizado por el
freezer. La división entre freezer y refrigerador en este
modelo
estará generada por la separación de dos puertas
verticales, y para mantener la temperatura de cada espacio se
llegan a aplicar dos motores cada cual con su
automático.

Continúa Garbarini diciendo que la apertura definitiva
del mercado permitirá el ingreso del último modelo
de recambio hasta 1991: la tipología del "Tercer
Frío". Este estilo de diseño agregará la
posibilidad de conservar en forma separada, dividiendo la columna
compacta en tres partes: dos puertas para el freezer y la zona de
conservación y una cajonera inferior que conserva las
verduras entre los 8º a 12º Centígrados. El
tercer frío estará compuesto por un cajón
que al deslizarse permite el manipuleo de los canastos
móviles que se encuentran en su interior. Su deslizamiento
permite clasificar distintos tipos de alimentos (verduras-
frutas- otros). La temperatura se puede variar con un selector
ubicado dentro del gabinete.

Luego, haciendo un salto vendrá el sistema "no-frost".
La palabra "no-frost" significa sin (no) escarcha (frost). La
escarcha se produce únicamente en el freezer y está
dada por la humedad del ambiente que ingresa en el refrigerador
con cada apertura. Una heladera "no-frost" elimina la
formación de hielo en el freezer mediante un sistema de
ventilación permanente, quitando la humedad interna. El
frío que se produce en el freezer es también el que
enfría el refrigerador a través de una
conexión interna. La circulación del frío
entre los compartimentos está dada por un ventilador
forzador en forma permanente. El refrigerador absorbe 1/10 partes
del frío del freezer. La tipología de una heladera
"no-frost" incorpora particiones en su frente correspondiente a
cada sector. Generalmente el refrigerador está compuesto
por cajones especiales con un regulador de temperatura para
frutas, carnes y verduras. Al no generar escarcha en el freezer
estas heladeras no necesitan ser descongeladas, pues lo hacen
automáticamente cada 12 u 8 minutos en un lapso de 15
segundos. Los refrigeradores "no-frost" utilizan dos compresores para
obtener una temperatura independiente en cada compartimento
(Garbarini, 2000).

Luego vendrán las heladeras "fuzzy-logic" Los comandos del
refrigerador se encontrarán en la puerta o en la zona
superior exterior del gabinete y son del tipo digital y responden
al sistema "fuzzy-logic" (lógica
difusa). En función de esto dispondrá la hora de
uso más frecuente, el arranque del ventilador de
circulación forzada luego del cierre de la puerta y su
marcha durante el lapso proporcional al tiempo en que la puerta
estuvo abierta. De todos los sistemas de funcionamiento empleados
en la historia de la refrigeración tal vez sea esta una de
las más complejas de comprender. Pero al fin está a
la altura del distanciamiento entre la técnica y a vida
cotidiana (Garbarini, 2000).

La variedad de los refrigeradores durante la década de
1990 se da por una estructura dinámica que los genera. Estamos entre la
uniformidad del concepto compacto y el cambio continuo del
interior. Los últimos años han marcado un cambio en
el habitar, tensiones que piden nuevos productos para nuevas
formas de vida. Por ello las heladeras "fuzzy-logic" del
año 1990 (según Garbarini) ya pueden ser
localizadas con las heladeras "postmodernas" (serie
tipológica Nº 7, según Ungaro).

Las necesidades de la forma de desempeñarse del ama de
casa durante los últimos 40 años han sido las
modificadoras en buena medida también de las prestaciones
de los artefactos. Puesto que aceptada una tipología,
luego de un periodo de uso, las exigencias de transformaciones
vendrán desde el análisis productivo de las
prestaciones abstractas y desde las necesidades de las familias
tradicionales. Pero durante los años de la década
de 1990 las necesidades de encontrar artefactos acordes a los
nuevos ritmos de vida se vieron reunidas en una lógica que
conduce hacia el "fast food doméstico". El hogar
pasó a transformarse en una suma de espacios propios de
cada habitante de la familia y un núcleo de encuentro.
Cada individuo
elige el "mapa de ruta" con una autonomía cada vez mayor.
Una autonomía del habitar marcada por el aumento
extra-doméstico de la mujer, la instauración de
nuevas relaciones económicas, legales y
psicológicas entre los cónyuges, la
definición de trabajos liberales, free – lance, part
– time capaces de marcar un asincronismo en el habitar.
Este asincronismo multiplica los ritmos domésticos y ya no
se trata de conservar para cuidar la salud sino de congelar y
refrigerar para asegurar las comidas diarias de cada integrante
de la familia (Garbarini, 2000).

C4 – El cuarto de baño de clase media:

La mecanización del baño continúa siendo
históricamente estudiada por Siegfried Giedion. Ya en 1854
la Enciclopedia Británica hablaba de un baño de
vapor económico y a fines de 1880 se discute en EE.UU la
preeminencia entre la ducha y la bañera (Giedion, 1978).
Desde 1880, Buenos Aires adoptó rápidamente los
nuevos elementos descriptos por Giedion (Rafael E. J. Iglesia,
1985).

La manera que tiene una civilización de integrar el
baño en su género de
vida, así como el tipo de baño que prefiere,
ofrecen una interesante visión acerca de la naturaleza
interna del período en cuestión. Por eso,
estrechamente vinculado con el baño está su
significado social, en el caso de nuestra cultura occidental que
ha preferido el baño de ablución (solo de lavado
exterior, a diferencia del baño de regeneración
como las termas romanas que favorecían el intercambio
social, foco de la vida comunitaria). Desde esta óptica el
acto de bañarse es cuestión privada (y aunque
disponemos de aguas termales y baños públicos con
piscinas en el siglo XX en la Argentina, esto no dista más
allá de los fines terapéuticos y turísticos.
No está asociado a nuestra vida diaria privada).

En el período 1860-1930 y con la denominada
tipología "casa chorizo" baño y las letrinas
conformaban un bloque desvinculado en alto grado de las
circulaciones principales y en estrecha relación con los
fondos del terreno (el baño y las letrinas, además
de independientes, eran accesibles solo desde la galería
exterior). Este rasgo premoderno (división de las
actividades de higienización y de deyección)
responde a varios motivos: menor extensión de las
cañerías primarias que desembocan en el pozo ciego
excavado en el terreno natural de los fondos del lote,
aislamiento de las letrinas cuya atmósfera
podía llegar a ser contaminante y tradiciones de comportamiento
doméstico no siempre de origen local (Jorge Liernur y
Fernando Aliata, 2004).

En el siglo XIX las letrinas (también llamados
"comunes") estaban muy generalizadas, y separados de otros
ambientes de la casa. Con la incorporación de artefactos e
instalaciones sanitarias, las letrinas o comunes ingresan
(denominados ahora water-closet) mas próximos a
los dormitorios (siendo que antes estaban alejados del resto de
los ambientes como cuarto del fondo, cercano al pozo ciego,
cuando no había instalaciones de cloacas).

Las bacinillas (en la jerga "escupidera") para los
dueños de casa y la letrina abierta (excusado o retrete
colectivo con varios compartimentos, separados o no, que vierten
en un único tubo colector o en una zanja) para los
sirvientes (en las casas de las familias importantes de 1880), se
cambiaron por el cuarto de baño moderno a principios del
siglo XX (para todas las clases sociales). Por lo que desde las
décadas de 1910 a 1980 se observan bañaderas,
lavatorios, inodoros, bidés; duchas y calefones
eléctricos; botiquín, grifos, balanzas y
básculas; y otros sanitarios en las publicidades de las
revistas como fray Mocho y
PBT.

Efectivamente, caracterizada por una fuerte impronta rural, la
casa de patios "casa chorizo" hasta fin de siglo XIX presentaba
una particular organización de servicios en la que las
distintas operaciones de aseo personal y excreción estaban
separadas. En el período 1880-1910 se constata que la
distinción de espacios utilizados para el aseo personal y
los destinados para las deposiciones, siguen siendo objeto de una
neta distinción en la mayoría de los casos (Jorge
Liernur y Fernando Aliata, 2004).

En algunos casos las letrinas conectadas al pozo ciego
conformaban construcciones independientes. Y en las casas de
personalidades importantes con servidumbres, las letrinas se
colocaban apareadas (una destinada a los señores de casa y
otra a la servidumbre). Dicho "pozo ciego" debía estar
separado del otro "pozo de balde" (para sacar agua para
bañarse), debido a que las primeras napas de aguas eran de
fácil contaminación por los pozos ciegos. En este
aspecto hay que señalar que el agua para beber no era la
misma que el agua para bañarse (pues el agua para beber,
por lo menos en Buenos Aires, era comprada a aguateros ambulantes
y sometida posteriormente a un proceso de decantación y
estacionamiento en barriles o tinajas). Solo en las zonas rurales
mas alejadas y seguras, el agua de pozo se usaba para beber (en
las ciudades o Gran Aldea de Buenos Aires de mediados de fin de
siglo XIX era solo usada para bañarse).

Pero la utilización de las letrinas o comunes por los
dueños de casa parece haber sido poco habitual, dado que
ciertos receptáculos de uso personal (como los llamados
"servicios" o "vasos necesarios", a los que también se le
suman las "bacinillas" y los "sillicos") permitían
satisfacer las necesidades fisiológicas de
excreción en los cuartos propios de la familia (sin tener
que incursionar en el área de servicio de letrinas de la
casa); el caso de la exresidencia de Urquiza es un testimonio
claro de que ello sucedía en 1870. Esto nos evidencia una
conclusión importante: no había una única
manera de realizar las evacuaciones fisiológicas hacia fin
de siglo XIX.

Desde 1850 empezaba a consolidarse el "higienismo" como
ciencia (lo que la Generación de 1880 adoptó
matemáticamente como significado de modernidad y
civilización). Pues, luego de las sucesivas epidemias que
asolaron a la ciudad de Buenos Aires a fines de la década
de 1860 y en 1871 el problema del agua se constituye en una de
las preocupaciones de políticos y médicos
higienistas). La solución era erradicar los focos de
infección representados por los pozos ciegos. Pero como en
1887 el servicio de agua corriente en Buenos Aires solo alcanzaba
al 50% de las viviendas, esto obligaba a postergar los trabajos
de construcción de las cloacas; y en 1895 la Municipalidad
de Buenos Aires había prohibido la excavación de
pozos ciegos.

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