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La comunidad religiosa y su función simbólica (página 2)




Enviado por Jorge Antonini



Partes: 1, 2

Me parece válido aclarar el modo que
tendré de ver el tema. La forma de estudio será
internalista. Con esto, no sólo estoy manifestando mi
profesión religiosa, sino que estoy queriendo decir que de
ningún modo puedo ver el tema como algo externo. Mi
interés
es mayormente religioso que filosófico, aunque el tema lo
encare desde una perspectiva filosófica. Esto no significa
que no pueda ser objetivo,
simplemente que será mi modo –inevitable- de abordar
la temática.

El trabajo
será buscar el modo en que, en este tiempo
presente, cada comunidad
religiosa se hace símbolo para las gentes.

Capitulo I

Planteo y
definiciones

"Hoy la
globalización presenta un reto brutal a la identidad de
los pueblos y la cultura
individualista pregonada por el neoliberalismo, significa un desafío a
viejos valores que
están pegados a la naturaleza
social del hombre."[1] Estos serán
los valores a
redescubrir y fomentar. Buscar la unidad y la identidad de los
pueblos debe partir desde las raíces, desde las "células
básicas". Una familia o una
comunidad cristiana, una comunidad religiosa, son células
que pueden renovar la sociedad. A la
luz de la
historia humana,
madre y maestra, se puede encender una luz de esperanza que
marque el camino a seguir. Es necesario que nazca una nueva
cultura comunitaria.[2]

I.1.1 Situación actual: la "posmodernidad".

Para hablar de actualidad se habla de
"posmodernidad".

Es muy descriptivo -aunque carente de precisión-
decir que "la posmodernidad es un estado de
ánimo, el resultado de un desengaño…" Es lo que
se vive hoy, en el ámbito cultural, social,
político, educativo, hasta afectivo. La idea no
será describir detalladamente la posmodernidad, sino tener
en cuenta algunos aspectos que atañen.

Un autor define la posmodernidad como "inhibición
respecto a los asuntos públicos" y da algunas
características: "Ya no se invierte afectivamente en los
grandes sistemas
ideológicos… todos los estereotipos sobre nuestra
cultura apuntan a una evasión de la realidad: no se espera
poder
interpretar el mundo, ni tampoco poder transformarlo. Por ello
todo cambio
histórico hacia la justicia
aparece como un círculo cuadrado histórico. Se
tiene la experiencia de un mundo duro, sórdido que no
acepta, pero que no se puede cambiar… La ética del
"todo vale" se instala en todos los corazones… Como no hay
futuro, la salvación acontece en el presente, es
instantánea y se produce en la aceleración de las
experiencias (adicción a los km/h, el estéreo, la
droga)."[3] El hombre
posmoderno es individualista, carece de grandes ideales y esto le
impide comenzar un camino de renovación, las soluciones las
quiere ya. Esto también lo expone a las frustraciones. La
revaloración del presente "no es, en sí misma, un
punto negativo", continúa el autor: "El tomar distancia de
un pasado transmitido como Tradición intocable, ha
permitido cortar con desgraciadas tradiciones profundamente
arraigadas, como la inferioridad de la mujer y su
consiguiente subordinación al hombre, la inferioridad de
unas razas en relación a otras, el antijudaísmo
inmemorial, las guerras de
religión,
etc."[4] Esto da la pauta de que en lo profundo de
la posmodernidad hay cosas "rescatables", transformables en
valores fundamentales que el hombre ya tiene, no hay que inventar
nada, simplemente me parece poner de relieve y
fomentar estos valores y desde allí comenzar un nuevo
proceso.

El autor agrega que la posmodernidad no es sólo
un estilo de vivir, sino también un modo de
pensar.

Se puede sintetizar en los siguientes puntos:

  • Desencanto de la razón: La
    razón no es un espejo de la realidad…se genera un
    socratismo pesimista que sabe demasiado sobre las miserias de
    la razón.

  • La aceptación de la pérdida de
    fundamento:
    …el posmoderno no llora la pérdida
    de seguridad; se avista un tiempo de
    indeterminación.

  • El rechazo de los grandes relatos:
    …fascinan por su oferta de sentido y salvación pero
    han justificado la barbarie… Tras ellos anida la
    legitimación del terror, la eliminación de las
    diferencias y la imposición militar, mecánica o
    espiritual del uniformismo…

  • El fin de la historia: …esto no es una
    tragedia sino la ocasión para realizarse: vivimos en
    la inmediatez (predominio del presente sobre el pasado y el
    futuro).

  • La estetización general de la vida como
    política:
    la razón pasa a ser un
    instrumento fruitivo, no objetivante…
    [5]

Estos aspectos repercuten a la hora de los compromisos.
Hoy en día los compromisos que se asumen son
"mini-compromisos light, poco estables y de corta
duración". Esto resiente en todos los terrenos, en el
profesional y el político, en el familiar y el
religioso.[6]

I.1.2 Cristianismo y
posmodernidad

La vida religiosa no escapa a la
posmodernidad.

En la antigüedad, en la Edad Media, se
notaba claramente la concepción del mundo como un cosmos
religioso, se podía ver en las funciones
sociales, en las costumbres; el hombre era de por sí
religioso, no separaba religión y vida, estaban
profundamente ligadas, era su modo de entender el mundo. Ya en la
modernidad, la
religión queda reducida a una especie de ideología, como un "subsistema", no como un
estilo de vida
característico. Según Gómez Caffarena, la
religión no es que desaparece sino que se
privatiza.[7]

El vínculo entre cosmos cristiano y vida
cotidiana se ha ido debilitando con el tiempo. Esta crisis que en
un principio se manifestaba en una minoría "laicista" hoy,
en cambio, "afecta a la mayoría de la gente, pero ya no
para orientarse hacia un laicismo algo trasnochado sino hacia
otro estilo de religiosidad, menos institucional que el anterior.
Antes, el cura, la hermanita, los ritos, los obispos, todo
configuraba una sólida institución. Ahora no se es
anti-clerical, sino anticonstitucional, en un estilo muy
individualista."[8] Se puede decir que hay una
individualización de la religión. La noción
de trascendencia se volvió a pequeñas
trascendencias: la nación,
la clase social,
la familia, la
ecología,
el altruismo, la autorrealización. La vida se
individualizó.

Hoy se ve una gran "oferta
religiosa" donde los "consumidores" seleccionan el surtido a su
disposición, cada uno se construye su propia creencia y su
propio horizonte último, reducidos, a corto plazo. La
religiosidad deja de ser un mero copiar un modelo
establecido.

Esta es la realidad que hay que salvar, o por lo menos
mejorar. Maza Bazán concluye su artículo con estas
palabras y de ahí se pueden derivar las conclusiones:
"Antes se atacaba a la Iglesia por
ser infiel a la utopía, ahora se dice que la Iglesia no
tiene utopía, así la posmodernidad justifica su
falta de aliento utópico propio… Nadie tiene que morir
por nadie, la generosidad ha desaparecido. Sólo la
recuperación de la utopía evangélica de la
paz y la justicia, ajena a dualismos que terminan por arrinconar
a la religión en el campo de lo espiritual y personal, puede
devolvernos a nuestra dimensión original como profetas del
Reino que no es de este mundo pero que comienza
aquí."[9]

I.1.3 Identidad o singularidad

Uno de los problemas de
la globalización es que genera uniformidad.
Por un lado perjudica y por otro beneficia. Generalmente se puede
observar en las relaciones entre las personas afectando
directamente al planteo de una vida comunitaria. Se plantea la
vida comunitaria con este estilo uniformado que con el tiempo
deviene en una especie de "sociedad cerrada". Esto es
despersonalizante.

Aquí se plantea la diferencia entre identidad y
singularidad. Identidad aparecería como esta uniformidad.
En cambio singularidad sería otra cosa: "no se trata de la
unidad cuantitativa o del conjunto homogéneo, dominado por
un rasgo común."[10] Si bien Scavino
utiliza este modelo para otra cosa, se hace propio y justo
aplicarlo a esta temática de la vida comunitaria para
plantear una pauta. Con esta consigna, los integrantes de la
comunidad se unirían en su diversidad no por "relaciones
imaginarias de semejanza (yo soy uno de los suyos) sino por
relaciones reales de cooperación y solidaridad. Ya
no se trata, en consecuencia, de una unidad homogénea sino
necesariamente heterogénea: en lugar de
identificación se puede hablar aquí de
participación. Justamente, entendida como unidad de
cooperación o comunidad, la singularidad se sustrae a
cualquier representante, ya que este último precisa
homogeneizar o uniformizar la diversidad
representada."[11] Para estos tiempos es un signo
de normalidad, de "encarnación", un quite de rareza. No se
pueden imponer modelos
únicos, hay un rechazo a esto, es de carácter cultural. Es necesaria la creatividad.
Los cambios se fraguan en el mundo de las ideas y luego se
plasman en la realidad. El hombre es un forjador de
ALTERNATIVAS.[12] Chiara Lubich, fundadora del
Movimiento de
los focolares, plantea la vida comunitaria plena de esa
diversidad. El ejemplo del "focolar" es algo particular pero se
puede tomar un buen ejemplo de lo que sería esta
singularidad. En un focolar conviven personas de distintas razas,
edades, culturas, naciones, oficios… "Este hecho, que para
nosotros es normal, para los demás es insólito y ya
de por sí da testimonio de una igualdad que
es un milagro en la tierra. Por
otra parte, la clave de la unidad, de la igualdad, la tiene
sólo Dios". [13]

Es oportuno involucrarse ahora en un aspecto
eclesiológico importante. La catolicidad de la Iglesia
acentúa la universalidad del Evangelio, así se
puede ver cómo está presente en todas las culturas
y países y no de una manera "uniforme" sino con la riqueza
de la diversidad de esas culturas que enriquecen esa
catolicidad.

I.1.4 Algunos aspectos positivos

Ahora hay que buscar los aspectos y elementos favorables
de la posmodernidad.

Se puede ver, en primera instancia algunos presupuestos
como punto de partida:

  • Los adultos son sensibles a los grandes relatos
    fundantes del pasado, como las promesas hechas a
    Abrahán o los mandamientos dados a
    Moisés.

  • Los jóvenes, en cambio, son sensibles a las
    grandes utopías colectivas, que permiten soñar
    un mundo de paz, fraternidad y alegría. Son
    alérgicos a los mandamientos tradicionales, que
    imponen los mayores, pero aceptan los "mandamientos" o pautas
    implícitas que surgen de las utopías, y que
    ellos pueden imponer a los mayores, como ocurre en el terreno
    de la ecología."[14]

Se puede decir que hay un rechazo por lo institucional
porque representa rigidez, falta de libertad. No
así con lo trascendente. El hombre de hoy busca a Dios de
mil maneras, porque busca la verdad. Pérez del Viso
observa: "El lado positivo de este proceso es que el creyente se
siente sujeto y no mero objeto de la acción
institucional. Experimenta la emoción de buscar a Dios,
comenzando por una captación de lo
espiritual"[15]. Esto que se constata no siempre
está bien orientado; a veces esta búsqueda tiene
matices "importados de Oriente", las formas de oración, de
meditación,etc. A veces también se deforma con la
idea de la reencarnación o con una divinización "a
nivel de la naturaleza más que de la persona, de
fuerzas superiores más que de un Dios que se revela. Se da
hoy una sensibilidad religiosa similar a la que encontraron los
cristianos del primer siglo, con las religiones
mistéricas."[16] Lo que se puede destacar y
recatar aquí es la apertura del hombre a lo
trascendente.

Capítulo II

El
símbolo

II.1 Definición

El símbolo "es una señal no natural, es
decir, una señal convencional."[17]
Entonces, convencionalmente, hay algo que se quiere simbolizar,
darle carácter de simbolismo. Se entiende por simbolismo
"toda tendencia que destaca la importancia que desempeñan
los símbolos en la vida humana individual y,
sobre todo, colectiva."[18]

San Agustín, hablando del
signo[19]dice que es "toda cosa que, además
de la fisonomía que en sí tiene y presentan a
nuestros sentidos, hace que nos venga al pensamiento
otra cosa distinta".[20] Santo Tomás va a
agregar que "es connatural al hombre llegar al conocimiento
de las cosas inteligibles a través de las
sensibles."[21]

El símbolo tiene una dinámica propia que parte de su
etimología: "proviene del verbo griego symballein, que, en
su forma transitiva, significa poner en común, reunir,
intercambiar y, en su forma intransitiva, encontrarse, juntarse.
El sustantivo sym-bolon significa conjunción, pacto,
reunión de las dos partes que se dividía el
objeto."[22] Podemos poner los ejemplos de la
"media medalla" que se regalan los novios o mismo las alianzas
matrimoniales.

El símbolo se abre a una dimensión
trascendente: "presencializa una ausencia y actualiza algo que no
puede alcanzarse, que es imposible de percibir o no es conocido.
Lo específico del símbolo es ser epifanía
del misterio, manifestación de lo indecible. El
símbolo nos abre a la trascendencia en el seno de la
inmanencia, apunta a la presencia en medio de la ausencia, remite
a la
comunicación cuando se experimenta la soledad. Pero
precisamente por su carácter inexaurible, el
símbolo, además de desvelar, vela, además de
manifestar, oculta, para no disolver el
misterio."[23] Se puede agregar que "el
símbolo tiene valor en
sí mismo como capacidad de acceder de manera inmediata a
lo trascendente escondido detrás de una realidad
inmediata"[24], "como signos
representativos de realidades no accesibles por medio de la
razón teórica."[25] Eduardo
Pérez hace otra observación: "Ante la cerrazón
anti-metafísica
y anti-trascendente del mundo contemporáneo, el
símbolo aparece como la única ventana abierta a la
trascendencia en la actual cultura inmanente y materialista. En
esta civilización de los medios de
comunicación masivos, la cultura de la imagen anula al
acceso a la vía conceptual, pero no a la simbólica.
El desarrollo del
simbolismo aparece como una exigencia para el acceso al misterio
del ser."[26] Continúa: "El símbolo
muestra y
oculta y en esto reside su humildad y su grandeza. El
símbolo respeta con reverencia lo inaccesible del misterio
que lo supera y se contenta con dejarnos gustar sólo una
parte de su riqueza infinita." [27]

II.2 El lenguaje
simbólico

El lenguaje
simbólico, la simbolización, es un modo particular
de conocer de una manera profunda y pluridimensional, aunque
incompleta. Es una función
intelectual, el entendimiento "aprehende su objeto, por
analogía, en concomitancia con la sensibilidad interna.
Dicho de otro modo, la simbolización requiere de la
potencia
intelectiva una profunda encarnación, pues sólo
puede asimilar su objeto considerando, en íntima
unión con la sensibilidad, la experiencia, lo vivido, una
realidad, en algún grado,
protagonizada."[28]

Contemplar los símbolos no es ponerse delante de
ellos con una actitud
pasiva, "es un conocimiento valorativo, no
especulativo"[29]. El símbolo "me
interpela, exige mi respuesta, no permite mi indiferencia", va a
lo más profundo del hombre, le exige participación
"en la captación de su contenido y en la
elaboración de su expresión" con "alma, cuerpo,
inteligencia,
voluntad, sentimientos, afectos, sentidos, apetitos,
etc."[30] Se puede agregar que se expresan
"vivencialmente los niveles más profundos del
hombre: lo afectivo, lo axiológico y lo personal, referido
a las grandes opciones y compromisos últimos. La comunicación simbólica es la
comunicación propia del amor, siendo
típicamente generadora de comunidad y expresiva de la
comunión."[31]

El símbolo no se puede intelectualizar del todo,
la intelectualización, la conceptualización "debe
colaborar con el simbolismo en el acceso del ser para darle
objetividad fundada en su universalidad y delimitación."
Se termina diciendo que "el exceso del racionalismo
es tan peligroso como el de su opuesto
irracional."[32]

II.3 El hombre, los símbolos, lo
sagrado

Se habla del hombre como "animal simbólico". Este
es un rasgo que lo diferencia del resto de los animales. El
hombre es el único capaz de simbolizar su existencia. Se
puede ver desde los comienzos de la humanidad, en las pinturas
rupestres, de qué manera el hombre simbolizaba su vida
cotidiana. De algún modo, simbolizar es dar
carácter sagrado a eso que se simboliza, carácter
religioso (en el sentido de re-ligar). El hombre simboliza
aquello a lo que se quiere re-ligar. Aquí se puede deducir
que si se trata de re-ligar, se trata de "volver" a ligar, de
retomar un vínculo ya existente.

"El ser humano puede representar el mundo de dos
maneras: directa o indirectamente. La directa tiene lugar cuando
la cosa se representa en "carne y hueso" y se hace presente al
espíritu en sí misma. La indirecta sucede cuando el
objeto está ausente y se le re-presenta al ser humano en
imagen. Una de esas formas indirectas de re-presentación
es el símbolo."[33]

Eso a lo que el hombre se quiere re-ligar, eso que
caracteriza como sagrado, eso que simboliza, tiene
carácter de bien que debe alcanzar. Para Mircea
Elíade "la forma simbólica es la especie
inteligible que el alma obtiene de la realidad vivida para
aprehender intuitivamente su apetibilidad (su bondad,
conjuntamente con su belleza, unidad y verdad)."
[34]

El símbolo tiene aptitud "para colocar al hombre
ante valores, sacarlo de la indiferencia espiritual y permitirle
la aprehensión del bien para su naturaleza
espiritual encarnada. El símbolo tiene aptitud para
"otorgar sentido". [35]Aquí se
encerraría una de las funciones simbólicas de la
comunidad religiosa: conducir al hombre mediante su
simbolización a un bien, demostrarle que su vida tiene un
sentido que va más allá de lo que se pueda decir.
La comunidad religiosa sería una hierofanía, una
revelación al hombre. Mircea Elíade aclara esto:
"El hombre entra en conocimiento de lo sagrado porque se
manifiesta, porque se muestra como algo diferente por completo de
lo profano. Para denominar el acto de esa manifestación de
lo sagrado hemos propuesto el término de
hierofanía, que es cómodo, puesto que no
implica ninguna precisión suplementaria: no expresa
más que lo que está implícito en su
contenido etimológico, es decir, que algo sagrado se
nos muestra."
[36]

Al mostrarse la comunidad como una hierofanía se
da una ruptura en la homogeneidad del espacio y también la
revelación de una realidad absoluta. Esta realidad se
opone a la no-realidad de la inmensa extensión circundante
(aquí se puede recordar la no-realidad que nos ofrece la
posmodernidad, la "hiperrealidad" de la que habla J.
Baudrillard). La manifestación de lo sagrado fundamenta
ontológicamente el Mundo.[37]
Continúa con otra cosa importante que abre las
posibilidades de hierofanía: "Cualquiera que sea el grado
de desacralización del mundo al que haya llegado, el
hombre que opta por una vida profana no logra abolir del todo el
comportamiento
religioso. Habremos de ver que incluso la existencia más
desacralizada sigue conservando vestigios de una
valoración religiosa del
mundo."[38]

II.4 Dimensión utópica del
símbolo

El símbolo debe llevar a la unión con eso
que presencializa, llevar a ese misterio del que es
epifanía. En este sentido de misterio se puede decir que
aquello que está representando el símbolo (que es
una de las cosas que lo diferencia del simple signo) es de un
carácter casi inalcanzable. Según Tamayo Acosta se
ubica en un horizonte utópico marcando "una tensión
entre la realidad tal cual es y la realidad tal como debe ser,
entre el ser y el deber-ser." Con esa función
utópica, el símbolo "anticipa el futuro". Pone
aquí el ejemplo de los símbolos sacramentales en
los que lo que "se anticipa son los valores del reino, el nuevo
cielo y la nueva tierra, en los
que se hace presente la salvación".[39]
Otro autor tomará esta característica: "El
símbolo traduce ciertos aspectos fundamentales de la
situación del hombre en el Mundo. Es un espacio humano
organizado y un importante punto de apoyo contra la
extensión amorfa, amenazante, demoníaca
…"[40]

II.5 Carácter comunitario del
símbolo

Se considera que los símbolos son signos no
naturales, signos conscientes, signos convencionales. Lo
corriente es utilizar el término "símbolo" como una
clase particular de "signo". Lo que caracteriza al signo es el
hecho de ser "individual", a diferencia del símbolo, que
es de carácter social,
colectivo.[41]

Tamayo se refiere al hombre como animal
simbólico
y así lo define con certeza, "pues
uno de los rasgos que lo definen y lo diferencian del resto de
los animales es su capacidad de simbolización, que empieza
con el lenguaje y culmina con la simbolización de la
relación de la persona con el mundo y con las cosas." El
hombre tiene la singular capacidad de "simbolizar la
existencia".[42]

Michel Meslín explica que "todo símbolo es
un signo visible y activo que se revela portador de fuerzas
psicológicas y sociales."[43] Tamayo
también le da su carácter comunitario y social al
explicar que el símbolo no es una creación
individual sino que nace, brota del seno de una comunidad, de una
colectividad, de una sociedad, "de ella se nutre y en ella
adquiere sentido". El hombre no "fabrica" los símbolos
arbitrariamente sino que son generados de manera
colectiva.[44]

Meslín da una buena explicación entre el
significado del símbolo y su carácter comunitario:
"Originalmente, como se sabe, el término griego designaba
un fragmento de tableta que las partes contratantes de un pacto
conservaban celosamente. La unión de los fragmentos les
permitía reconocer su amistad y
atestiguaba que la unión concluida había
permanecido intacta durante la separación. Era una bonita
imagen que ponía de manifiesto la unidad conservada en la
diversidad. En un principio, el símbolo es un signo de
relación por el cual se reconocen los aliados y se sienten
unidos los iniciados. La primera función del
símbolo consiste, pues, en establecer un vínculo,
una relación entre hombres. Por esta función de
referencia, el símbolo determina un acto
social."[45]

Me parece importante destacar que el símbolo
manifiesta la "unidad conservada en la diversidad". El
símbolo debe ser representativo de la comunidad, el hombre
no sólo se debe sentir interpelado por el símbolo
sino que, además, debe sentirse representado, en cierto
modo identificado, partícipe con ese símbolo.
Tamayo afirma: "El símbolo no es para contemplarlo desde
fuera cual espectador pasivo y ajeno; hay que entrar en su
dinámica. El símbolo no se comprende sólo
–ni quizá principalmente- con la cabeza, sino en la
medida en que todo el ser humano se implica en
él."[46]

II.6 Cambios de tiempo, cambios de
símbolos

Los cambios de símbolos responden no sólo
al paso del tiempo sino también a las nuevas necesidades
del hombre. Según Tamayo "el mundo de los símbolos
constituye un ejercicio de equilibrio
entre la herencia recibida
y la creatividad. El ser humano no parte de cero, ni las
comunidades creyentes pueden hacer tabla rasa del pasado. Los
símbolos no se inventan todos los días, como
tampoco cambian arbitrariamente cual si de productos de
moda se tratara.
Perviven por encima de los avatares a los que están
expuestos y resisten los múltiples embates a los que
están expuestos. Lo que suele cambiar con el tiempo no son
los símbolos, sino su significado."[47] Y
aquí hay un punto de conexión con el tema. Pienso
que en tiempos de las primeras órdenes mendicantes, ver a
los monjes caminar con sus hábitos era signo de despojo,
de pobreza; las
ropas de las monjas lo mismo, era la ropa de la mujer más
pobre de su época. Con el tiempo ese símbolo fue
siendo su identidad perdiendo el carácter inicial, se los
identificaba por sus ropas, ver a alguien con hábito era
ver una persona de Dios, con el tiempo hasta degeneró en
un distintivo social, de una dignidad
distinta, de una clase privilegiada. Hoy, en esta sociedad
secularizada donde los símbolos religiosos no representan
nada (o casi nada), para las personas estos símbolos
sólo representan a gente que lleva una vida
"extraña". Según Tamayo: "Mantener la vieja
simbólica inmutable en medio de los cambios
socio-culturales y religiosos es tan estéril y tan poco
coherente como hechar el vino nuevo en odres viejos o como poner
un remiendo en un traje recién estrenado."
[48]Continúa: "El desafío radica en
armonizar tradición y renovación en el mundo de los
símbolos. La fidelidad a la tradición responde a la
radicación del ser humano en el tiempo y al profundo
arraigo de los símbolos en la historia anterior. La
renovación responde también al carácter
histórico de la persona, que no se queda anclada en el
pasado, sino que vive experiencias nuevas en el presente y
re-crea su mundo cultural."[49]

Tamayo define esto tiempos como una era de
"símbolos rotos". Ve la causa en la ciencia y
la técnica que desmienten todo lo que sea símbolo,
ritos, sacramentos. Llama a este fenómeno el "imperio de
la razón instrumental".[50] Habla de esta
causa de destrucción de los símbolos revestidas de
dos modalidades: "una por defecto, la rigorista, que
aboga por la pureza del símbolo contra el realismo
desmesuradamente antropomórfico; es propio de la cultura
bizantina. Otra, por exceso, por evaporación del sentido;
es propia de la cultura occidental y, dentro de ella, de buena
parte de la tradición cristiana. Los tres rasgos del
carácter iconoclasta de la civilización occidental
son: el predomino de los dogmas y del clericalismo sobre la
presencia epifánica de la trascendencia; la
priorización del concepto y del
pensamiento directo sobre el indirecto; la preferencia de largas
cadenas de razonamientos, de hechos explicados positivistamente,
sobre la imaginación comprensiva." [51]El
hecho está en que los tiempos cambian, los hombres y las
culturas al mismo tiempo y la simbólica,
lógicamente, irremediablemente con todos ellos. El
desafío consta en mantener las cosas esenciales aunque los
tiempos y símbolos cambien.

Muchas veces se entiende la vida religiosa como un
conjunto de costumbres ancestrales, llenas de rarezas, como una
vida de otro tiempo. Esto porque se hace una mirada poco profunda
y también porque a veces se han entendido mal las cosas.
Un monje trapense contaba una vez que en muchos casos se
había entendido la renovación del
Concilio[52]como un simple "recortar las telas de
los hábitos". Este fue el caso contrario, se cambio el
signo exterior "acordando con los tiempos" pero el cambio
interior, que es de donde nace el símbolo y de donde se
dan las verdaderas renovaciones, no se dio.

II.7 Símbolo, religión y
analogía

Scannone trata de mostrar que los símbolos
religiosos "dan que pensar y qué pensar no sólo
hermenéuticamente, sino también
analógicamente…"[53] Esto quiere decir
que el símbolo hace pensar al hombre y le da
contenido a su pensamiento. La Lic. Ruschi relaciona la
analogía con "todo paso arduo de la inteligencia hacia los
objetos espirituales". Continúa Scannone: "El lenguaje
analógico está al servicio
(hermenéutico) del lenguaje religioso que, según
dijimos, utiliza la narración, la metáfora y el
símbolo para hablar de lo sagrado y de Dios respetando su
misterio… la fenomenología de la religión nos
muestra que las hierofanías (incluida la revelación
por la palabra) se expresan en símbolos (naturales,
personales, históricos), y en lenguaje simbólico,
aunque el Misterio santo los trascienda."[54] Se
puede ver que se da un paso de lo que el hombre capta con sus
sentidos y su inteligencia a lo que entiende luego,
analógicamente, con su espíritu y viceversa.
Según Scannone "el lenguaje religioso simbólico es
anterior a su interpretación conceptual. Claro
está que, en cuanto lenguaje, ya él mismo es una
primera interpretación de la experiencia y, como
quedó dicho, forma parte de la
misma."[55]

Se puede hablar de una interacción entre el intelecto y el
espíritu en el momento de conocer. En el símbolo se
da una "transgresión semántica". Según Scannone, esta
transgresión actúa sobre dos campos de referencia,
articula dos niveles de significación, una "primera o
literal, y la segunda o simbólica". La primera se
relaciona con la experiencia espacio-temporal. La
significación segunda o simbólica, que se trata
precisamente de dejar aparecer y sólo puede ser alcanzada
por medio de la primera y de su trans-gresión. Es
–en cambio- relativa a un campo de referencia para el cual
no se dispone de medios de
caracterización directa (por ejemplo, el ámbito de
lo sagrado y de Dios). De ahí que sólo en, a
través y más allá
del sentido primero o
literal de los signos se puede acceder al sentido
simbólico o segundo y, gracias al mismo y mediante
él, al campo de referencia segundo o
trascendente."[56] En el sentido primero
tendríamos lo que muestra la comunidad religiosa con su
vida, lo que los demás captan con los sentidos y el
intelecto. Esto es básico. La simbolización se da
sobre esto. En el segundo sentido encontraríamos la
vivencia más profunda de esa comunidad religiosa cuando
hace presente al Reino con su vida cotidiana. Se estaría
dando algo que trasciende el campo de la representación,
tanto empírica como teórica. Continúa
Scannone: "…a través de acciones y
palabras (tanto simbólicas como analógicas) se
llega a intencionalizar… y nombrar aquello que trasciende toda
acción y discurso: el
silencio desde donde surge el símbolo, la palabra y la
acción."[57]

Capítulo III

Propuesta

En este capítulo se corre el riesgo de topar
con lo teológico, pero aunque se trate de evitarlo es
considerable correr este riesgo.

III.1 La comunidad religiosa como
símbolo

En la antigüedad, las partes contratantes de un
pacto llevaban cada una un fragmento de tableta que conservaban
celosamente. Al reencontrarse unían esos fragmentos y
así reconocían su amistad y se atestiguaba que la
unión concluida había permanecido intacta durante
la separación.

En un principio, el símbolo es un signo de
relación. La primera función del símbolo
consiste, pues, en establecer un vínculo, una
relación entre hombres.[58]

La comunidad religiosa ha de ser ese punto de encuentro,
para los hombres consigo mismos, entre ellos y con
Dios.

Se puede hacer una observación a partir del
Concilio Vaticano II: la Iglesia comienza a tomar más
conciencia de su
dimensión "peregrinante" como pueblo de Dios, y de su
llamado a hacer presente el Reino de Dios en el mundo. Se
incorporan al léxico eclesial las categorías
diálogo y
discernimiento; comunión y misión;
historia y encarnación. La misma Iglesia se autocomprende
como misterio de comunión misionera.

Es evidente que las profundas y constantes
transformaciones socio-culturales obligan a la Iglesia en general
y a la vida consagrada en particular (aquí se
ubicarían las comunidades religiosas) a querer hablar el
mismo lenguaje de la gente, y a procurar responder teologalmente
a sus justas aspiraciones "con" ellos y "desde" ellos.
[59]Esta identificación sería el
cumplimiento de la función simbólica.

En un principio las sociedades
concebían al mundo como un cosmos sagrado, no sólo
la naturaleza, sino las funciones sociales estaban identificadas,
ligadas a lo religioso. Con el tiempo y la secularización,
esto se fue perdiendo. Hay una división entre
religión y vida cotidiana. Esto es lo que hay que
recuperar. En la edad moderna
la religión queda arrinconada como un subsistema, como una
ideología, no un estilo de vida característico. La
religión no desaparece, sino que se
privatiza.[60]

En una sociedad secularizada, que ha perdido en gran
parte su tradición religiosa o ha perdido el sentido que
ella comporta, una comunidad religiosa debe transmitir, en
primera instancia, valores que el resto de la sociedad comprenda,
valores civiles básicos, virtudes que anidan en el
corazón
anhelante de los hombres. Se puede volver a hablar aquí de
un re-ligar, conectar al hombre de hoy lastimado por la corrupción de las estructuras
humanas con esos valores que espera ver en concreto, que
él ya posee pero el desánimo de estos tiempos le
impiden ver.

Una comunidad religiosa es símbolo en la medida
que atestigüe su amistad con Dios, que demuestre que el Dios
vivo vive entre ellos. Esto será en la medida que vivan
primordialmente una relación de amor recíproco
entre sus integrantes, en la medida que con su trabajo y su andar
diario compartan con los hombres la lucha de la vida, las
tristezas, las alegrías, los desengaños; pero con
algo especial. Ese algo especial, ese "plus" sería la
medida del amor, la medida de la simbolización. Dice
Chiara Lubich hablando del amor de los cristianos, del "arte de amar":
"Si se ama de esta manera… la gente no permanece indiferente,
comienza a abrir los ojos y a peguntar: ¿qué
sucede? ¿por qué? … La consecuencia, a menudo, es
que muchos dicen: pruebo yo también. Por otra parte,
Jesús quiere que este amor, el que él ha
traído a la tierra, se vuelva recíproco: que uno
ame al otro y viceversa, hasta llegar a la unidad…"
Continúa: "Dando vida a Jesús en lo social en el
fondo respondemos a la exigencia del hombre actual: exigencia de
unificación entre lo humano y lo divino, exigencia de
trascendencia y deseo de permanecer contemporáneamente en
las realidades humanas." Esto es comprensible, perceptible para
todos. Una comunidad en medio de la sociedad se convierte en
célula que
se reproduce. Este sería el fin de una comunidad
inserta.

Agrega Ramos con un ejemplo parecido: "Una comunidad
inculturada en estas condiciones de todos se enriquece y a todos
enriquece, a partir de un estilo profético, novedoso y
actual… Sin renegar de su eclesialidad, la vive desde una
cierta secularidad; sin secularismo evita el anacronismo; y
siendo profundamente humana, vive en una dimensión
teologal. Y entonces he aquí la tercera acotación:
desde esa experiencia, los miembros de una determinada comunidad
tendrán que pensar qué significa vivir testimonial
y proféticamente su vocación y misión, su
consagración y sus votos, su vida de oración y su
dimensión comunitaria, su ser y quehacer; y realizar
opciones de vida de acuerdo a esas nuevas "significancias". Cada
aspecto de su vida se "teñirá", así, de un
talante particular e irrepetible; y en ese particular e
irrepetible estilo de vida se manifestará –una vez
más, e inculturadamente- el ser católico
(universal) del pueblo de Dios."[61]

La Lic. Ruschi afirma: "El momento último de la
simbolización es éste, que indica un bien, del que
un corazón saborea (aún entre lágrimas o con
la más dura confrontación de un mal) y al cual
ansía adherirse." La comunidad religiosa hará tocar
al hombre lo profundo de su realidad, lo más hondo de su
ser, ese punto en que el hombre se sabe verdadero y buscador de
la verdad. Llevará al hombre al reposo en un bien, a la
búsqueda de la felicidad (podemos recordar los conceptos
de sindéresis y la famosa "Regla de Oro"). Esto es
un elemento común a todos los hombres. Así acontece
una "interiorización" hacia la aprehensión
espiritual del bien sostenida en las valoraciones que muestra la
comunidad. Por esto se dice que "La simbolización… es un
conocimiento valorativo, mas no especulativo…" En esta
simbolización la sociedad encontrará un horizonte
de búsqueda. "La simbolización es el modo natural
más alto de iluminación para los fines de la vida
anímica. Este conocimiento es capaz de producir
modificaciones en la habitualidad intelectual y afectiva, y de la
actualidad de los sentidos internos." Continúa: "Por los
símbolos el hombre conocerá la realidad vivida en
tanto portadora, manifestativa, de los valores que permiten
conducir esa misma vida hacia su fin. Digamos que el oriente
está marcado, desde el inicio, por el hábito de los
primeros principios
morales…" Al contenido del símbolo lo llama sentido y
agrega: "El sentido da a conocer valores; su aprehensión
mueve la voluntad originando actos libres y creativos." Hay un
diálogo entre la persona y la realidad que experimenta
(que capta con sus sentidos en la comunidad religiosa), la
persona llega a conocer "por connaturalidad: se conoce la
apetecibilidad de la realidad, y la cualidad del propio acto de
apetecer. La simbolización ofrece un sentido que
aunque se refiere a la realidad, se devela en un
"corazón", develándolo." Termina su artículo
con esta palabras: "Esto es de suma importancia para un ser que
sólo puede alcanzar su fin en un ser superior a él,
su felicidad, en Dios, y lo hará necesariamente como
hombre, en unión sustancial de cuerpo y alma, por
vía de conocimiento y amor. (S.Th. 1-2 q
1a8)."[62]

Así, la comunidad religiosa mostrará a la
sociedad valores
morales y religiosos como ese bien último a alcanzar.
Este será un símbolo bien claro. La comunidad
religiosa ha de ser en sí misma "proclamación de la
Palabra de Dios presentada como cumplimiento de una promesa hecha
por Yavhé a su pueblo, cada acontecimiento de la Nueva
Alianza está precedido, en la historia de Israel, por un
tupos, por una imagen,. una prefiguración, cuya
significación resulta explícita. En virtud de esta
coherencia interna del pensamiento, la significación
religiosa de un símbolo sólo puede ser
unívoca."[63] Esta imagen, este
símbolo, esta alianza es la que debe representar la
comunidad religiosa.

Tamayo Acosta hace una observación: "…la
dimensión simbólica del cristianismo ha sufrido
similar deterioro al de las paredes de los templos
románicos y góticos. Si éstas fueron objeto
de revoques, que sofocaron la riqueza del arte originarios, el
simbolismo ha sufrido un estéril y empobrecedor
enlucimiento hecho de dogmatismo, autoritarismo, burocratismo y
ritualismo. Tales deformaciones han desembocado en una
perversión del símbolo, que se ha visto agudizada
por la crisis del símbolo en la filosofía y cultura
occidentales.

Los propios sacramentos han perdido buena parte de su
carácter simbólico y se han tornado con frecuencia
ritualidad estática y
vacía."[64]

III.2 Ser cristianos hoy

 Cristo es el mismo ayer, hoy y siempre. Pero los
tiempos cambian y los cristianos también, o por lo menos
deberían de hacerlo acorde a los tiempos. Esto no
significa cambios esenciales, sino justamente adaptarse a los
tiempos históricos. Tamayo Acosta afirma que "La
revelación misma no es una transmisión de verdades
inmutables que hayan de acatarse en sus más rígidas
formulaciones. Es, más bien, un acto de encuentro
humano-divino, una experiencia de comunicación
interpersonal libre que se realiza por medio de hechos y palabras
liberadores. El momento actual, a su vez, no es, culturalmente
hablando, tiempo de rigideces dogmáticas impuestas
autoritariamente por poderes superiores que no se sabe muy bien a
quién representan. La revelación de Dios, el
movimiento de Jesús y los tiempos actuales coinciden
precisamente en su carácter histórico, vivo y
dinámico."[65] Es lo que llamamos muchas
veces "inculturación". Este tema es una fuerte constante a
partir del Concilio Vaticano II, pero leyendo un poco la historia
de la Iglesia se ve este intento, muchas veces mal que mal, de
acercar el evangelio al "lenguaje" de la época.

Tamayo Acosta trae a la memoria
algo de los inicios del cristianismo afirmando que el proyecto de
Jesús de Nazaret nunca fue un movimiento "maximalista",
por eso habla de "mínimos":  Los mínimos
facilitan el diálogo y la comunicación con otros
mínimos y fomentan la tolerancia entre
los seres humanos y entre las personas creyentes de diferentes
religiones.
 Los "mínimos" no diluyen la identidad, pues ninguna
identidad es estática ni se define de una vez por todas.
Debe ser capaz de reformulación en cada contexto
histórico."[66] Muchas veces pareciera
haber un gran afán por las cosas masivas, como que
así se asegura el "éxito".

Observando cómo en los primeros siglos de la
cristiandad, cuando los apóstoles se desparramaban por el
mundo llevando la Buena Noticia sin que ésta fuera
modificada por las diversas culturas y tendencias,
ideologías y filosofías, sino que se
enriquecía y alcanzaba claridad para todos se puede
afirmar que "la identidad cristiana, por paradójico que
parezca, no se volatiliza con los cambios culturales, ni se
diluye con el diálogo interreligioso, ni se deteriora con
los conflictos."[67]

La identidad cristiana "debe articularse
armónicamente con otras identidades que conviven en cada
uno de nosotros —la personal-interior, la cultural-popular,
la sociopolítica, etc.— y dialogar con otras
identidades religiosas y culturales." Remarca con fuerza que esa
identidad se da "Hoy", "no en los cuatro primeros siglos del
cristianismo, ni tampoco en el siglo XXIII. Aquí y ahora,
en el presente, en medio del pluralismo cultural y religioso…
se trata de un hoy que hunde sus raíces en el ayer y
valora en sus justos términos la tradición como
ámbito histórico de sentido… El hoy con
raíces en el pasado —tradición— no
puede quedarse en la añoranza de lo que fue ni instalarse
cómodamente en el presente o en el pasado. Tiene que mirar
al futuro con imaginación, creatividad y, sobre todo, con
esperanza."[68] Si no se producen estos cambios,
estas adaptaciones, esta inculturación, las expresiones de
fe "pueden volverse enteramente irrelevantes en sus figuras
histórico-culturales para las generaciones posteriores, e
incluso pueden vaciarse de sentido en una pura repetición
material".[69]

En el pasado las circunstancias hermenéuticas
eran distintas así como también los desafíos
a afrontar. Hoy en día –dice Tamayo- vivimos en
tiempos de "razón instrumental", de "reduccionismo
racionalizante" y ahí está el desafío, "en
plena era de los símbolos rotos, es necesario rehabilitar
el mundo de los símbolos, los sueños y las
utopías, reavivar la fantasía ritual y hacer
florecer de nuevo la imaginación festiva en las relaciones
humanas, personas y sociales, y en la experiencia
religioso-sacramental."[70] Sostiene que "hay que
activar otras formas de razón, que la enriquezcan y
dinamicen: dialógica, comunicativa, práctica,
solidaria, compasiva, sensible, etc.", aunque el racionalismo de
estos tiempos lo estimen débil e irrelevante; es
ahí "donde reside la verdadera fuerza de la
razón".[71]

Los cristianos de hoy han de ser: "luz, levadura, sal.
De hecho, Jesús, compara el apostolado con la luz, con la
sal, con la levadura. Tenemos que ser sal para dar testimonio al
ambiente que
nos acoge, luz para iluminarlo, levadura para que Cristo crezca
en cuantos ya lo conocen."[72] Esto no siempre
será algo explícito, "Antes de sembrar la palabra,
primero tenemos que demostrar con los hechos, día tras
día, que estamos dispuestos a morir por el hermano que
está a nuestro lado. Sólo después de haber
dado prueba que estamos dispuestos a dar la vida, podremos dar la
palabra que es la semilla. Llegados a este punto,
convencerá, porque está respaldado por el
testimonio de la vida. En fin, la palabra es el "último
cartucho"."[73] Chiara Lubich continúa: "Es
así que en ciertos ambientes en los cuales estamos
presentes no tanto con un amor explícito, sino hecho de
paciencia, de servicio a los otros, nos transformamos en sal; es
decir, logramos dar sabor a todas las cosas. Y la gente que
está a nuestro alrededor, y que tal vez no sabe para
qué vive, llegado un momento comienza a encontrar el gusto
de vivir."[74] Comportarse con el prójimo
"amándolo, por amor a Jesús, con hechos,
practicando las catorce obras de
misericordia[75]de manera que las palabras de
verdad que puedas decirle, antes hayan sido expresadas por tu
persona, por tu vida hecha palabra viviente, Evangelio vivo, y
él lo haya podido ver."[76]

Tamayo propone algunos cambios a tener en cuenta: "lo
simbólico sobre lo discursivo, lo ritual-dinámico
sobre lo oral-pasivo, lo festivo-desbordante sobre lo
ascético-represivo, el misterio sobre la magia, la
gratuidad sobre el interés, lo corporal-expresivo sobre el
espiritualismo-estático, lo comunional sobre lo
sacrificial, el gesto sobre la palabra, el espíritu
comunitario sobre el individualista, la narración sobre la
argumentación."[77]

Siempre se dice que los discursos
mueven pero los ejemplos arrastran. Los hombres de hoy agobiados
por los desengaños, descreídos de todo discurso,
decepcionados por las incoherencias esperan de los cristianos de
hoy hechos, acciones que lo hagan creer nuevamente, en el hombre
y en Dios. "Dando vida a Jesús en lo social en el fondo
respondemos a la exigencia del hombre actual: exigencia de
unificación entre lo humano y lo divino, exigencia de
trascendencia y deseo de permanecer contemporáneamente en
las realidades humanas."[78] Esto,
lógicamente, exige un reafirmamiento de las verdades de
fe, una formación catequética sólida,
cambiar en muchos casos las creencias infantiles y reducidas,
exigirse un verdadero compromiso con un Dios vivo, personal, con
un Dios amor.

Conclusión

Sería tonto si como conclusión
estableciera cómo debería ser una comunidad
religiosa, borraría con el codo todo lo escrito y
reflexionado hasta ahora.

Sabemos claramente que en los tiempos que nos tocan
vivir podemos perecer en nuestros ideales como nos lo propone el
vértigo de esta época o podemos lanzarnos en la
verdadera transformación del mundo.

Este mundo nuestro necesita ser empapado de una
sabiduría distinta, no la de la técnica ni la de
las grandes teorías.

Hay alguien que dijo que el mundo es de quien más
lo ame. Y otro que propuso que al mundo no lo salvarán las
investigaciones sino la imaginación, una
imaginación tan osada que sea capaz de ver al resto de los
mortales que lo rodean con una mirada nueva, con una mirada de
hermano.

Y los cristianos en esto tenemos la posta. Tenemos la
capacidad para transformar este mundo. Mi propuesta, que en mi
corazón se vuelve certeza, es ésta; desde mi lugar,
desde nuestro lugar, el que nos toca vivir en este tiempo y al
que debemos dedicarle alma, corazón y vida.

Digo y vemos que nuestro mundo está carente de
valores, o en el mejor de los casos, estos valores están
relativizados. Nosotros debemos cambiar ese valor relativo por un
valor Absoluto. Ese valor que nos hace dejar todo para dedicarnos
con todo nuestro sudor en una empresa
colosal: hacer presente aquí el Reino.

Y a este mundo que ya no cree en Dios, que fatalmente lo
"ha matado" debemos hablarle en su mismo idioma. No le podemos
hablar directamente de Dios. Por eso el lenguaje simbólico
ha de ser nuestra herramienta. Y las palabras sobrarían,
por lo menos por el momento. Así nuestra vida se
convertiría en símbolo que se haría
reconocible. Y digo re-conocible para reafirmar un volver a
conocer. El hombre sabe de Dios pero lo niega y nuestro deber es
ese, que lo reconozcan en sus vidas reflejadas en las nuestras,
que se re-liguen. Este sería el símbolo. Eso que el
intelecto capta con los sentidos y analógicamente lo
aprehende en su corazón. Nuestro estilo de vida ordinario,
sobrio y alegre dará la pauta.

En esta era de "símbolos rotos" nos corresponde
la reparación.

Viviendo en una comunidad religiosa, como es la del
Seminario,
muchas veces me pregunto qué cree la gente que somos y
hacemos todos aquí dentro. Me causa gracia cuando se
admiran de que uno lleva una vida normal de ordinario, que come,
se recrea, duerme, se divierte, mira TV, navega en internet, goza y sufre. Pero
a la vez se me plantea el hecho de demostrar con mi vida y la de
mi comunidad que a Jesús se lo sigue en lo cotidiano. Se
me presenta muchas veces la idea de cómo sería
nuestra vida de formación si viviéramos en
comunidades más pequeñas, más parecida a la
vida del común de la gente. Por esto me surgen estos
interrogantes. Pienso que nuestras comunidades religiosas
(aquí no hablo sólo del Seminario, sino de toda
comunidad religiosa) pueden ser en medio de la gente esas
células que generarían en la sociedad los cambios,
como semillas pequeñas, como las de mostaza "que llegan a
ser grandes arbustos y los pájaros se posan sobre
ellos".

Mostrar con nuestras vidas una cara novedosa del reino,
del Evangelio. Que seamos entre la gente ese símbolo con
el que se identifiquen, con el que sueñen horizontes
lejanos, utópicos. Devolverle al hombre la mirada tierna
de Dios, re-ligarlo con eso que tiene y cree que perdió,
ayudar al hombre a recuperar a Dios y devolverle a Dios su
creación recuperada. Borrar con nuestro testimonio la
individualización de nuestra sociedad, alcanzarle al
hombre sus sueños e ideales más altos de paz, de
fraternidad, convertirnos en verdaderas familias donde todos
puedan reflejarse.

Que nuestra vida sitúe al hombre frente a los
valores morales y religiosos que cree perdidos o tiene dormidos,
despertarlo de su indiferencia, otorgarle sentido a su
existencia, que el bien se convierta en nuestro testimonio y
resplandezca con toda su verdad para hacerse
aprehensible.

La transformación de hoy exige de este
carácter simbólico. Nuestras comunidades religiosas
han de ser el símbolo que brote de la entraña de la
sociedad humana, hombres del pueblo para el pueblo,
revelación del misterio más hondo del hombre, como
un tótem que identifique a los pueblos, aquello esencial
invisible a los ojos, será la cruz de Cristo levantada en
alto que atrae a todos hacia sí.

Apéndice

"Si una ciudad se prendiese fuego en distintos puntos,
aunque fuese un fuego modesto, pero que resistiera todos los
embates, en poco tiempo la ciudad quedaría
incendiada.

Si en una ciudad, en los puntos más dispares, se
encendiera el fuego que Jesús ha traído a la tierra
y este fuego resistiera al hielo del mundo por la buena voluntad
de los habitantes, en poco tiempo tendríamos la ciudad
encendida por el amor de
Dios…

En cada ciudad estas almas pueden surgir en las
familias: padre y madre, hijo y padre, nuera y suegra; pueden
encontrarse en las parroquias, en las asociaciones, en las
sociedades humanas, en las escuelas, en las oficinas, en
cualquier parte.

No es necesario que ya sean santas, porque Jesús
lo habría dicho; basta que estén unidas en nombre
de Cristo…

Cada pequeña célula encendida por Dios en
cualquier punto de la tierra, se propagará
necesariamente…

Pero hay un secreto para que esta célula
encendida se propague hasta formar un tejido…: el secreto es
que los que la componen se lancen a la aventura cristiana, que
significa hacer de cada obstáculo un trampolín
de lanzamiento…

Este es el pequeño secreto con el cual se
construye, ladrillo a ladrillo, la ciudad de Dios en nosotros y
entre nosotros…"

LUBICH, Chiara. Meditaciones.
Buenos Aires, Ciudad Nueva, 1993. p.p.74-77.

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Autor:

Jorge Daniel Antonini
Akerr

Seminario Interdiocesano La Encarnación

Síntesis
Filosófica

Resistencia 2002

[1] ROMERO G.,
Rodolfo. Introducción a Una Nueva Cultura
Comunitaria. PÉREZ DEL VISO, Ignacio. www.utal.org
8/4/2002.

[2] Cf. Ibid.

[3] Cf. MAZA BAZÁN, Pedro. Para
entender la posmodernidad. En: Selecciones de teología.
Instituto de Teología Fundamental. Catalunya. Barcelona.
1991. Vol. 30, abril-junio, N° 118. pp. 154-160.

[4] PÉREZ DEL VISO, Ignacio. Una Nueva
Cultura Comunitaria. Introducción Rodolfo Romero
G. www.utal.org 8/4/2002.

[5] Cf. MAZA BAZÁN, Pedro. Op.cit. pp.
154-160.

[6] Cf. PÉREZ DEL VISO, Ignacio.
Op.cit.

[7] Cf. GÓMEZ CAFFARENA, José.
La religión como universo simbólico. En: Revista de
filosofía. Departamento de filosofía de la
Universidad Iberoamericana, Plantel México.
México DF, N° 85, enero-abril 1996. p.p.62-87

[8] PÉREZ DEL VISO, Ignacio.
Op.cit.

[9] Cf. MAZA BAZÁN, Pedro. Op.cit. pp.
154-160.

[10] SCAVINO, Dardo. La era de la
desolación. Ética y moral en la Argentina de fin
de siglo. Buenos Aires, Manantial, 1999. p.144.

[11] SCAVINO, Dardo. Op.cit. p.144.

[12] Cf. ROMERO G.,
Rodolfo. Introducción a Una Nueva Cultura
Comunitaria. PÉREZ DEL VISO, Ignacio. www.utal.org
8/4/2002.

[13] LUBICH, Chiara y otros. Como un Arco
Iris. Los "aspectos" en el movimiento de los focolares.
Traducción: Honorio Rey. Buenos Aires,
Ciudad Nueva, 2000. p.128.

[14] Cf. PÉREZ DEL VISO, Ignacio.
Op.cit.

[15] Cf. PÉREZ DEL VISO, Ignacio.
Op.cit.

[16] Cf. Ibid.

[17] FERRATER MORA, José. Diccionario
de filosofía. Madrid, Alianza,1982. T.4, Q-Z, p.
3039.

[18] Ibid.

[19] Se entiende símbolo como una
especie de signo.

[20] AGUSTÍN, San. De la Doctrina
Cristiana. En: Obras. Editor: Balbino Martín. Madrid,
B.A.C., 1969. Tomo XV, libro II, cap I. p.97.

[21] TOMAS de Aquino, Santo. Suma de
teología V. Traductor: Sangrador P. y otros. Madrid,
B.A.C., 1997. 2° ed. (Parte III, q60, a4, ad 3) p.p.
512.

[22] TAMAYO-ACOSTA, Juan José. Hacia
la comunidad. 3. Los sacramentos, liturgia del prójimo.
Madrid, Trotta, 1995. p.94.

[23] TAMAYO-ACOSTA, Juan José. Hacia
la comunidad… p.p. 96-97.

[24] PÉREZ, Eduardo. El símbolo
desde una óptica realista. www.psicoterapiasimbolica.com
30/10/2002.

[25] FERRATER MORA, José. Op. Cit. p.
3039.

[26] PÉREZ, Eduardo. Op.cit.

[27] PÉREZ, Eduardo. Op.cit.

[28] RUSCHI, Mariana De. La simbolizacion.
www.psicoterapiasimbolica.com 30/10/2002.

[29] Cf. RUSCHI, Op.cit.

[30] Ibid.

[31] GONZALEZ DORADO, Antonio. Los
Sacramentos del Evangelio. Sacramentología fundamental y
orgánica. Bogotá,CELAM, 1988. P.122.

[32] PÉREZ, Eduardo. Op.cit.

[33] TAMAYO-ACOSTA, Juan José. Hacia
la comunidad… p.94.

[34] RUSCHI, Mariana De. Op.cit.

[35] Ibid.

[36] ELÍADE, Mircea. Lo sagrado y lo
profano. Traducción: Luis Gil. Barcelona, Ed. Labor,
1985. 6a ed. p. 19.

[37] Cf. Ibid. p. 26.

[38] Ibid. p. 27.

[39] Cf. TAMAYO-ACOSTA, Juan José.
Hacia la comunidad… p. 99.

[40] JUNG, Karl Gustav .Filologías y
semánticas.El hombre y los símbolos.
www.roemmers.com.ar. 8/4/2002.

[41] Ibid.

[42] TAMAYO-ACOSTA, Juan José. Hacia
la comunidad…. p.94.

[43] MESLIN, Michel. El simbolismo religioso.
En: Mito, rito,
símbolo. Lecturas antropológicas.
Recopilación: Fernando Botero, Lourdes Endara. Quito,
Instituto de Antropología Aplicada, 1994. p. 287.

[44] TAMAYO-ACOSTA, Juan José. Hacia
la comunidad… p. 100.

[45] MESLIN, Michel. Op.cit. p. 287.

[46] TAMAYO-ACOSTA, Juan José. Hacia
la comunidad… p. 100.

[47] TAMAYO-ACOSTA, Juan José. Hacia
la comunidad… p. 112.

[48] Ibid. p.p. 112-113.

[49] Ibid. p.113.

[50] Cf. Ibid. p. 101.

[51] Ibid. p.103.

[52] Se refiere al Concilio Vaticano II.

[53] SCANNONE, Juan Carlos. Op.cit. p.19.

[54] Ibid. p.26.

[55] Ibid.

[56] SCANNONE, Juan Carlos. Op.cit. p.27.

[57] Ibid. p.39.

[58] Cf. MESLIN, Michel. Op.cit. p.p.
287-288.

[59] Cf. RAMOS, Gerardo Daniel.
Inculturación de la vida religiosa. Perspectiva
histórica y pautas metodológicas. En: Stromata.
Universidad del Salvador, Filosofía y Teología,
San Miguel. Argentina, año LVII, N° 3/4,
julio-diciembre 2001. p.232.

[60] Cf. GÓMEZ CAFFARENA, José.
Op.cit. p.p.62-87.

[61] RAMOS, Gerardo Daniel. Op.cit.
p.236.

[62] Cf. RUSCHI, Mariana De. Op.cit.

[63] MESLIN, Michel. Op.cit. p.p.291-292.

[64] TAMAYO-ACOSTA, Juan José. Hacia
la comunidad… p. 106.

[65] TAMAYO-ACOSTA, Juan José.
Mínimos fundamentales para ser cristianos hoy.
www.dei-cr.org. 9/4/2002.

[66] TAMAYO-ACOSTA, Juan José.
Mínimos fundamentales…

[67] Ibid.

[68] Ibid.

[69] Ibid.

[70] Ibid.

[71] Cf. Ibid.

[72] LUBICH, Chiara y otros. Como un Arco
Iris. Los "aspectos" en el movimiento de los focolares.
Traducción: Honorio Rey. Buenos Aires, Ciudad Nueva,
2000. p. 144.

[73] Ibid. p. 135.

[74] Ibid. p. 145.

[75] Las obras de misericordia son :instruir,
aconsejar, corregir, consolar, perdonar, sufrir con paciencia,
rezar por los vivos y difuntos, dar de comer al hambriento y de
beber al sediento, dar techo a quien no lo tiene, vestir al
desnudo, visitar a los enfermos y a los presos, enterrar a los
muertos, dar limosna a los pobres, redimir al cautivo.

[76] LUBICH, Chiara y otros. Como un Arco
Iris… p. 148.

[77] TAMAYO-ACOSTA, Juan José.
Mínimos fundamentales…

[78] LUBICH, Chiara y otros. Como un Arco
Iris… p. 149.

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