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El conflicto entre Israel y Palestina hasta 2006 (página 4)




Enviado por Aida A.



Partes: 1, 2, 3, 4

www.palestina.webcindario.com

Anexo XIV. Fundamentos del
binacionalismo

La idea de la convivencia binacional se está
haciendo cada vez más fuerte en la búsqueda de
soluciones al
conflicto
palestino-israelí.
Ambos bandos se han dado cuenta, desde los acuerdos de Oslo, de
que es casi imposible llegar a un entendimiento y, luego, cumplir
con los compromisos que este entendimiento implica.

Los territorios ocupados de Cisjordania y Gaza han sido
transformados por completo en las últimas décadas
con la expropiación de tierras, demolición de casas
y talas masivas de árboles. Además, se han establecido
más de ciento cincuenta colonias, en las que residen
actualmente más de 350.000 personas, 200.000 de ellas en
Jerusalén Este. La población palestina ha quedado confinada en
menos del 60 % del territorio.

Los palestinos defensores de la convivencia binacional
tienen como modelo la
Sudáfrica del Apartheid. No obstante, el caso sudafricano
fue diferente, al tratarse de una minoría blanca que
tenía el poder y una
mayoría negra que tenía la capacidad de cambiar las
cosas. En Israel y Palestina, ambas comunidades son similares en
peso demográfico, cada una ha desarrollado una nación
en las últimas décadas, con una lengua,
cultura y
religión
diferentes.

Aunque numerosos grupos
israelíes apoyan esta teoría,
la reflexión binacional de Israel no proviene tanto de la
paralización del proceso de
Oslo como de la crisis
estructural del propio Estado
Judío. Cuando este Estado se creó, pretendía
ser una Nación
como las que por aquél entonces se consolidaban: laica,
homogénea y republicana. Pero este tipo de Nación
es incompatible con la definición "Estado Judío",
que implica una connotación religiosa y étnica, de
manera que en Israel no cabe nadie que no pertenezca a esta
comunidad. De
hecho, el derecho de suelo está
reemplazado por el derecho de sangre: es
ciudadano israelí de forma automática cualquiera
que tenga origen judío. Por eso, Israel no es una democracia
como las demás (aunque sus representantes se elijan por
sufragio
universal), pues no admite la igualdad de
derechos sin
tener en cuenta la raza o la religión.

Es, pues, la crisis estructural del proyecto de
Estado judío la que abre camino en el debate
público israelí a las alternativas binacionales y
multiculturales.

Hay, sin embargo, diferencias de fondo entre la
reflexión actual en Israel y la de los palestinos. Para
éstos, el binacionalismo es una opción entre otras,
política y
programática, en el marco de su combate por la
Liberación nacional. Esta liberación podría
realizarse bajo diversas formas que permitan a su manera expresar
la identidad
nacional palestina tal como se afirmó durante el
pasado siglo y, sobre todo, desde la formación de la OLP
en 1967. Para los palestinos, esta identidad
nacional precede a la estructura
política en la que se realice, y es independiente de
cualquier forma de soberanía.

Para los israelíes, en cambio, el
propio tema de la identidad suscita problemas y
está abierto. Las formas políticas
de la existencia colectiva determinan la naturaleza del
colectivo: ¿judío o israelí?
¿Nación o religión?

Por lo tanto, un estado binacional exige una
modificación sustancial de los planteamientos de la
nación judía actual. Tal y como dice Michel
Warschawski:

»El nuevo Israel debe partir de la
separación total de la nacionalidad y
del Estado
, de la etnicidad y de la ciudadanía. Es este modelo republicano el
elegido por el Congreso Nacional Africano, alrededor de la
consigna "una persona, un
voto".

»La constitución de una república
laica y democrática
podría ser una alternativa
al Estado judío, para lo que sería necesaria la
formación de una nación ciudadana
"palestisraelí" nueva.

»Sin embargo, esta opción laica y
republicana no parece ser ni la más probable ni siquiera
la más deseable. Su principal debilidad es que no toma en
consideración la diversidad esencial de la identidad
colectiva, nacional o étnica, de los individuos que
supuestamente forman la nación ciudadana. Es necesario
entonces deshacerse de la losa del Estado-Nación.
Alain Dieckhoff explica, por ejemplo, que en esta
dimensión el Estado
cumple menos que antes su función de
regulación, mientras que la Nación pierde
importancia ante la diversidad de pueblos y culturas, de manera
que nos encontramos ante un Estado Multinacional, un
Estado mucho más pluralista «en el que una
ciudadanía compartida iría a la par con el
reconocimiento de diversas identidades
colectivas».

»Este modelo tendría más
posibilidades de éxito
en Palestina que en las potencias occidentales, porque en
Palestina las colectividades más o menos constituidas se
han formado, en el curso de los últimos decenios, a
través de un conflicto sangriento entre ellas. Es evidente
la necesidad de expresión autónoma cultural y
lingüística, pero también
política, tanto para los israelíes como para los
palestinos.

»Por ello, el marco multinacional, sea en la
Palestina histórica o en los límites
del Estado de Israel, aparece como una opción mucho
más realista y creíble que un marco
únicamente democrático, laico y
ciudadano.

»Otra ventaja es que la opción
multinacional permite superar la obsesión
demográfica. La garantía de una mayoría
étnica es percibida, en el marco del Estado nacional, como
la condición de la autodefensa de la especificidad
cultural de la nación mayoritaria. El multinacionalismo,
al contrario, garantiza la defensa de esta especificidad,
independientemente del número y de los cambios
demográficos. Esto permitiría un planteamiento
menos atemorizado de la cuestión de los refugiados
palestinos, sin amenazar con su vuelta la autonomía,
autogestión o incluso el autogobierno de la comunidad
judía.

»La opción binacional no cierra las puertas
a la creación de un Estado palestino diferenciado del
israelí, pues las situaciones económicas,
culturales y ecológicas empujarían
rápidamente a esos dos Estados a federarse, creando
así una entidad política nueva que
articularía unidad y autonomía.

»A pesar del hermetismo de ciertos grupos
sionistas y fundamentalistas islámicos que, como vemos
cada día, no cesan de provocar conflictos, lo
cierto es que el territorio de la Palestina histórica
está cargado de rincones en los que la convivencia es
posible. Haifa y Jaffa son ciudades multinacionales y
multiculturales donde se codean israelíes, rusos,
árabes… El Sur de Tel-Aviv es también un mosaico
étnico. Cada vez más árabes estudian en
universidades hebreas. No es ya ningún escándalo
encontrar jóvenes parejas mixtas, etc. Esto demuestra,
pues, que una aceptación del otro es posible.

»Para que esta normalización de la convivencia pueda
producirse son necesarias numerosas acciones
políticas, culturales y sociales. En primer lugar,
sería imprescindible un ejercicio de concienciación
de ambos pueblos, empezando por sus políticos, que
deberían acercarse los unos a los otros con respeto. Esta
situación de convivencia empezaría
lógicamente por las escuelas, que habrían de ser de
carácter laico y mixto, así como por
las universidades, de manera que palestinos e israelíes
tuvieran acceso a una formación académica
similar.

La idea del binacionalismo puede resultar
utópica, sobre todo si pensamos en ella a corto plazo.
Pero es obvio que el ejercicio de esta reconciliación ha
de producirse a lo largo de muchos años, pues deben ser
las generaciones futuras las que lo asuman sin problemas en su
vida cotidiana.

Los niños
israelíes que jueguen en la escuela con
compañeros palestinos serán quienes en el futuro no
conciban un Estado sin aquéllos.

Anexo XV. Textos sobre la perspectiva
Binacional

En abril de 2000, ciento treinta intelectuales
palestinos publicaban en el diario Haaretz:

«Lo decimos sin ninguna ambigüedad.
Sólo hay dos opciones para un arreglo justo de la
cuestión palestina: la primera es la formación de
un Estado palestino independiente, con completa soberanía
sobre el conjunto de territorios ocupados en 1967:
Jerusalén como capital; el
derecho al retorno de los refugiados palestinos y el
reconocimiento por parte de Israel de su responsabilidad en la injusticia cometida contra
el pueblo palestino. Este Estado palestino se basará en
los principios de
democracia y respeto de los Derechos Humanos,
definidos en la Declaración Palestina de Independencia
de 1988. La otra opción es el establecimiento, en el
territorio de la Palestina histórica, de un Estado
democrático y binacional para los dos
pueblos».

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Ata Queimeri, periodista palestino de Jerusalén,
que tras quince años de prisión, ha sido uno de los
dirigentes de la Intifada, escribía en 1997:

«Como uno de los portavoces de la Intifada, he
tenido a menudo la ocasión de expresar la voz de la patria
y afirmado con pasión que el pueblo palestino está
dispuesto a poner fin al conflicto, si consigue obtener un Estado
en los territorios ocupados en 1967. Un Estado con una
continuidad territorial sobre el conjunto de los territorios
ocupados, gozando de una real independencia y de un
régimen democrático, habría podido, sin
duda, sofocar la amargura provocada por nuestro fracaso en
obtener una solución plenamente justa, por la
realización de los valores de
libertad, de
independencia y de desarrollo.
Pero la evolución que sucedió a Oslo no deja
entrever más que una deformación caricaturesca de
una solución así. Y puesto que, de todas formas,
tenemos que encontrar una alternativa a Oslo, ¿por
qué contentarse con una perspectiva que extingue la
amargura: la partición entre dos Estados y no trabajar por
una verdadera alternativa, la del Estado
unitario?»

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Abdel Rahim Mallouh, representante del FPLP en el
consejo ejecutivo de la OLP:

«Es evidentemente la crisis en la que
está atascado el proceso político fundado en la
fórmula de Oslo lo que provoca la reapertura del dossier
sobre el Estado democrático. Un proyecto así supone
la puesta en cuestión de la definición de Israel
como Estado judío, y consiguientemente, una voluntad por
parte de los judíos,
o al menos de la mayoría de ellos, de aceptar una
verdadera asociación en el marco de una patria
común: la Palestina democrática. ¿Por
qué suponer que eso sea más realista que sustraer
los territorios ocupados a la dominación israelí?
En realidad, parece que hay aquí una huida, similar a los
acuerdos de Oslo, frente a la dificultad de realizar el programa nacional
(el Estado palestino y el derecho al retorno de los refugiados)
tras el declive de la Intifada y la Segunda Guerra del
Golfo. ¿No es una especie de "interiorización de la
derrota"? No saldremos del callejón sin salida que
representan los compromisos actuales por la huida hacia delante
hacia soluciones no realistas que pueden, a medio plazo, poner en
cuestión la autodeterminación y el retorno, y a
largo plazo, la perpectiva de una Palestina democrática
como verdadera solución, estable y definitiva, del
conflicto».

«Israel es un Estado moderno y desarrollado,
con instituciones
sólidas y una ideología religiosa, capaz de dominar a
cerca de la mitad del pueblo palestino, tras haber transformado
al resto en refugiados. El Estado palestino, por su parte, no es
más que un proyecto y el objeto de un combate. Tal
situación no permite contemplar una real reciprocidad y
una relación de igualdad, sino la anexión del
pueblo palestino al Estado de Israel. Tras haber renunciado a la
independencia nacional y al retorno, no nos quedará
más que luchar por la igualdad en el marco de las reglas y
de los mecanismos que serán determinados por los propios
israelíes».

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Alain Dieckhoff:

«La democracia republicana inscribe al
individuo en
un colectivo: ciudadanía, movilización
cívica. Pero su límite actual es su carácter
hiperpolítico que no concibe al individuo más que
como ciudadano. Sin embargo, esta dimensión
política no es sino una faceta del individuo moderno… No
hago sino constatar el debilitamiento de la pareja
Estado-nación: del Estado, pues cumple menos que antes su
función de regulación, y de la nación, como
colectividad de ciudadanos… Hay que salir del dogma: un Estado,
una cultura, un pueblo. Si se plantea naturalmente la
cuestión de reivindicaciones nacionalitarias expresas, es
preciso, creo yo, darle un espacio no sólo de libertad,
sino de expresión incluso constitucional. El Estado
multinacional puede ayudarnos a ello, pues supone
sociológicamente varios pueblos en un mismo Estado…
Habría pues que intentar ir hacia un Estado más
pluralista en el que una ciudadanía compartida iría
a la par con el reconocimiento de diversas identidades
colectivas».

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Amon Raz-Krakotzkin:

«El binacionalismo constituye un conjunto de
valores y, no
forzosamente, un compromiso político concreto.
Implica la separación de la identidad nacional y del
Estado y la percepción
del otro como parte integrante de la autodefinición de
cada uno… La emancipación de los judíos pasa
obligatoriamente por la emancipación de los palestinos, y
la inclusión de su memoria y de sus
aspiraciones en la historia de la región
y en sus proyectos de
futuro. En este contexto, la cuestión que debería
plantearse es la de saber cómo definir una colectividad
judía en Palestina que estaría basada en el
reconocimiento de los derechos palestinos… Es imposible
distinguir la discusión de la identidad judía del
debate sobre el conflicto nacional que prosigue y de la
cuestión de la responsabilidad en la tragedia palestina.
Así, el binacionalismo constituye el contexto evidente de
toda discusión política o
cultural».

Anexo XVI. Después del
11-S

GRESH, Alain: "Israel, Palestina".
Verdades sobre un conflicto.

Las primeras hipótesis sobre la autoría de los
atentados del 11S apuntaron a la OLP, ya que unas semanas antes
había sido asesinado el secretario general del Frente
Popular para la Liberación de Palestina. Más tarde
se supo que los culpables pertenecían a la red Al-Qaeda y
obedecían a su jefe, Osama Bin Laden.

«Sin embargo, no ponía fin a los debates y
controversias. A pesar de toda la empatía para con los
miles de víctimas civiles de Nueva York y de Washington,
se suscitaron numerosos interrogantes: ¿EE.UU. era un
"país inocente"? La guerra contra Afganistán, país devastado por
más de veinte años de conflicto, ¿era la
respuesta correcta a los crímenes perpetrados en Nueva
York y Washington? La guerra contra el terrorismo,
¿era en lo sucesivo el eje de la batalla del "mundo
civilizado" contra la barbarie, como afirmaba la
administración del presidente tan mal elegido, George
W. Bush? (…)En este contexto agitado e incierto, el drama
palestino-israelí recobraba toda su magnitud. La
motivación principal de los piratas del aire no era,
palmariamente, la paz en Palestina. La operación
había sido minuciosamente preparada durante largos meses,
por hombres y mujeres que se oponían a cualquier acuerdo
entre israelíes y palestinos. (…) Por el contrario, si
hubiese existido un Estado palestino, si el 11 de septiembre de
2001 Israel hubiera estado en paz con muchos de sus vecinos, cabe
pensar que las reacciones en la opinión árabe y
musulmana habrían sido más decididamente hostiles a
los atentados terroristas. También cabe creer que el
discurso
occidental sobre la erradicación del terrorismo
habría ejercido una mayor influencia sobre opiniones
privadas de las imágenes
cotidianas, transmitidas por las cadenas por vía
satélite, del ejército israelí aplastando a
los palestinos.

Digan lo que digan en Washington, el antiamericanismo
que se extiende en la "calle" árabe o musulmana no se debe
a un rechazo de los "valores" que pretenden defender los Estados Unidos
–la libertad, la democracia, el desarrollo, etc.-, sino a
su política concreta en la región, al apoyo que
presta a Ariel Sharon y a su embargo contra Irak
(…).

Durante varios meses después del 11 de septiembre
de 2001, se ha podido pensar que Estados Unidos, deseoso de
consolidar una amplia coalición antiterrorista, iba a
modificar su política en Oriente Próximo. La nueva
administración republicana mencionaba por
primera vez la idea de un Estado palestino. Decidía
implicarse en el problema, nombraba a un enviado especial para la
región, hacía un llamamiento de moderación a
las dos partes. Pero la fácil victyoria de Estados Unidos
en Afganistán, la falta de reacción en el mundo
árabe y musulmán, la primacía del clan
más "duro" dentro del gobierno
norteamericano, volvieron las tornas. El presidente George W.
Bush tomaba partido sin ambages por el gobierno de Ariel Sharon,
un gtobierno del que está claro que no quiere la paz a
ningún precio
–Oslo es la mayor catástrofe que le ha ocurrido a
Israel, afirma Sharon-, y cuyo objetivo
estratégico es la destrucción de la Autoridad
Palestina, ¡no de golpe y porrazo! (lo que podría
crearle dificultades internacionales), sino apretando el garrote
un poco más cada día (…).

Esta situación ha producido, por primera vez
desde la elección de Sharon, el 6 de febrero de 2001, un
estremecimiento en la opinión israelí (…). El 47%
se manifiesta favorable a la paz con los palestinos
(…).

Pero la desconfianza entre ambos pueblos sigue siendo
profunda, y es poco probable que, abandonados a sí mismos,
a sus temores y a sus odios, logren superar las dificultades. Es
aquí donde aparece la misión de
la comunidad internacional. Únicamente ella puede ejercer
las presiones necesarias para salir del callejón sin
salida, pero siempre que se definan de antemano los principios de
una solución. Estos principios son claros, enunciados con
frecuencia por las Naciones
Unidas:

  • Evacuación por parte de Israel de los
    territorios ocupados en junio de 1967

  • Creación de un Estado palestino, con su
    capital en Jerusalén Este, al lado del Estado de
    Israel

  • Derecho de Israel a vivir en paz y seguridad dentro
    de fronteras seguras y reconocidas

  • Solución justa del problema de los refugiados
    palestinos.»

Anexo XVII. Artículo de Edward
Said

En el siguiente artículo, Edward Said reflexiona
en 2003 sobre la incipiente guerra de Irak y el papel de los
árabes en el mundo actual, pasando también por
Palestina. www.rebelion.org

Una impotencia
inaceptable

Edward W. Said"Esto no
es solo inaceptable: es imposible de creer. ¿Cómo
puede una región de casi 300 millones de árabes
esperar pasivamente a que caigan los golpes sin intentar un grito
colectivo de resistencia y sin
que se oiga la proclamación de una posición
alternativa?, ¿Por qué no se produce ahora el
último testimonio de una era de la Historia, de una
civilización a punto de ser aplastada y transformada
completamente, de una sociedad que a
pesar de sus retrocesos y debilidades sigue no obstante
funcionando?"

Uno abre The New York Times cada día para leer el
último artículo sobre los preparativos de la guerra
que se están llevando a cabo en EEUU. Otro
batallón, otro despliegue más de portaviones y
cruceros, un aumento continuo de aviones de combate, nuevos
contingentes de oficiales desplazándose a la zona del
Golfo Pérsico. 62.000 soldados más fueron
desplazados al Golfo la semana pasada. Una fuerza enorme,
deliberadamente intimidatoria está siendo activada por
EEUU más allá del mar, mientras en el interior del
país, las malas noticias
económicas y sociales se multiplican de manera implacable.
La inmensa maquinaria del capitalismo
parece desfallecer al mismo tiempo que
pulveriza a la vasta mayoría de los ciudadanos. No
obstante, George Bush propone otro recorte de impuestos para el
uno por ciento de la población que es comparativamente
rica. El sistema de
educación
pública está en grave crisis y la seguridad
social simplemente no existe para 50 millones de
estadounidenses. Israel pide 15 mil millones de dólares
adicionales en créditos garantizados y ayuda militar. Y la
tasa de desempleo en EEUU
aumentan inexorablemente al perderse empleos cada
día.

Sin embargo, continúan los preparativos para una
guerra de coste inimaginable y continúan sin apoyo
público o con un desacuerdo poco perceptible. Una
indiferencia generalizada (que podría ocultar un gran
temor, ignorancia y aprensión) ha dado la bienvenida a la
beligerante Administración y a su respuesta
extrañamente ineficaz ante el reto que le ha impuesto
recientemente Corea del Norte. En el caso de Iraq, sin
armas de
destrucción masiva de las que hablar, EEUU planifica una
guerra; en el caso de Corea del Norte, ofrece a este país
ayuda económica y energética. Que diferencia
humillante entre el desprecio hacia los árabes y el
respeto a Corea del Norte, igualmente una cruel dictadura.

En los mundos árabe y musulmán la
situación parece más peculiar. Durante casi un
año, los políticos estadounidenses, los expertos
regionales, los representantes de la Administración, los
periodistas, han repetido las acusaciones que se han convertido
en moneda de cambio en lo que respecta al Islam y a los
árabes. La mayor parte de este coro se remonta a antes del
11 de septiembre, como he mostrado en mis libros
Orientalismo y Covering Islam. Al coro prácticamente
unánime de ahora se le ha unido la autoridad del Informe de
Desarrollo
Humano Árabe de Naciones Unidas que certifica que los
árabes sufren un retraso dramático por
detrás del resto del mundo en democracia, en conocimiento y
en derechos de las mujeres. Todo el mundo dice (con alguna
justificación, por supuesto) que el Islam necesita una
reforma y que el sistema
educativo árabes es un desastre, de hecho, una escuela
para fanáticos religiosos y bombas humanas
fundado no solo por locos imanes y sus ricos seguidores (como
Osama Bin Laden) sino por gobiernos que son supuestamente aliados
de EEUU. Los únicos árabes buenos son aquellos que
aparecen en los medios de
comunicación desacreditando sin reservas la cultura y
la sociedad árabes modernas. Recuerdo la floja cadencia de
sus frases porque, sin nada positivo que decir sobre si mismos o
sobre sus pueblos y su lengua, simplemente regurgitan las
cansinas fórmulas estadounidenses que flotan ya en las
ondas y en las
páginas de los periódicos.

Sin democracia

Nos falta democracia, dicen; no hemos desafiado al Islam
lo suficiente, necesitamos hacer más para ahuyentar el
espectro del nacionalismo
árabe y el credo de la
unidad árabe. Todo eso es basura
ideológica desacreditada. Solo lo que nosotros y nuestros
instructores estadounidenses decimos sobre los árabes y el
Islam -clichés orientalistas vagamente reciclados del tipo
repetido con casina mediocridad como la de Bernard Lewis [1]- es
verdad. El resto no es suficientemente realista o
pragmático. Nosotros necesitamos sumarnos a la modernidad, que
es efectivamente la occidental, la globalizada, la del libre
mercado, la
democrática -sea lo que quiera que esas palabras hayan
llegado a significar. (Si tuviera tiempo, habría un ensayo que
escribir sobre el estilo de la prosa de Ajami, Gerges, Makiya
[2], Talhami, Fandy, etc., todos ellos académicos cuyo
lenguaje
propio apesta a servilismo, a falta de autenticidad y a un
mimetismo desesperadamente afectado que les ha sido
impuesto).

El choque de civilizaciones que George Bush y sus
validos están tratando de fabricar como cobertura para una
guerra preventiva por petróleo y hegemonía contra Iraq va
a dar lugar supuestamente a un triunfo para la construcción nacional democrática,
el cambio de régimen y la modernización forzada "a
la americana". No importan las bombas ni los estragos de las
sanciones que no se mencionan. Esta será una guerra
purificadora cuya meta es derrocar a Sadam y a sus hombres y
reemplazarlo con un mapa redibujado de toda la región. Un
nuevo Sykes Picot [3]. Una nueva Balfour [4]. Unos nuevos 14
puntos de Wilson [5]. Un nuevo mundo en suma. Los iraquíes
-nos dicen los disidentes- darán la bienvenida a la
liberación y quizás olviden por completo todos sus
sufrimientos pasados. Quizás.

Mientras tanto, la monótona situación en
Palestina empeora cada vez. Parece que no hay fuerza capaz de
parar a Sharon y a Mofaz [ministro de Defensa israelí]que
vociferan su desafío al mundo entero. Notros prohibimos,
nosotros castigamos, nosotros proscribimos, nosotros rompemos,
nosotros destruimos. El torrente de violencia
ininterrumpida contra todo un pueblo continúa. Mientras
escribo estas líneas, he recibido la noticia de que toda
la aldea de al-Daba', en el área de Qalqilya, en
Cisjordania, está a punto de ser borrada por 60 toneladas
de bulldozers israelíes de fabricación
estadounidense: 250 palestinos perderán sus 42 casas, 700
dunums de tierra
agrícola, una mezquita, y una escuela elemental que
alberga a 132 escolares. Naciones Unidas está presente sin
intervenir viendo que sus resoluciones se incumplen cada hora que
pasa. Típicamente, ay, George Bush se identifica con
Sharon y no con el chico palestino de 16 años que utilizan
los soldados israelíes como escudo humano.

Mientras tanto, la Autoridad Palestina (AP) ofrece una
vuelta a la negociación de la paz y, presumiblemente, a
Oslo. Habiéndose quemado durante diez años por
primera vez, Arafat parece que quiere, inexplicablemente, volver
a lanzarse a lo mismo. Sus fieles lugartenientes hacen
declaraciones y escriben artículos de opinión en la
prensa,
sugiriendo su disposición a aceptar cualquier cosa
más o menos. Pero de manera singular, la gran
mayoría de ese pueblo heroico parece determinado a seguir
adelante, sin paz y sin respiro, sangrando, pasando hambre,
muriendo día a día. Tienen demasiada dignidad y
confianza en la justicia de su
causa como para someterse vergonzosamente a Israel, como sus
dirigentes han hecho. ¿Qué puede ser más
desalentador para la media de la gente de Gaza que sigue
resistiendo a la ocupación israelí que ver a sus
líderes arrodillados como suplicantes ante
EEUU?

Ante este completo panorama de desolación, lo que
captan los ojos es la amarga pasividad y la impotencia del mundo
árabe en su totalidad. El gobierno de EEUU y sus servidores emiten
declaración tras declaración de propósitos,
desplazan tropas y material, transportan tanques y destructores,
pero los árabes individual y colectivamente apenas pueden
reunir un suave negativa (a lo sumo dicen: no, no pueden ustedes
usar las bases militares de nuestro territorio) para dar marcha
atrás pocos días después.

Silencio e impotencia

La mayor potencia de la
historia está apunto de lanzar -y reitera incansablemente
sus intenciones de lanzarla- una guerra contra un país
árabe soberano ahora gobernado por un régimen
horrible, una guerra cuyo claro propósito es, no solo
destruir al régimen ba'ath, sino redibujar la
región en su totalidad. El Pentágono no ha ocultado
que sus planes son re-diseñar el mapa de todo el mundo
árabe, quizá cambiando otros regímenes y
muchas fronteras en el proceso. Nadie pude protegerse del
cataclismo cuando llega (si llega, que no es todavía una
certeza absoluta). Y sin embargo, solo hay un largo silencio
seguido de una vaga queja de correcta seriedad por respuesta.
Después de todo, los afectados serán millones de
personas. EEUU planifica con desprecio su futuro sin
consultarles. ¿Nos merecemos estas burlas
racistas?

Esto no es solo inaceptable: es imposible de creer.
¿Cómo puede una región de casi 300 millones
de árabes esperar pasivamente a que caigan los golpes sin
intentar un grito colectivo de resistencia y sin que se oiga la
proclamación de una posición alternativa?,
¿será disuelto por completo el mundo árabe?
Incluso un prisionero a punto de ser ejecutado tiene normalmente
algunas últimas palabras que pronunciar. ¿Por
qué no se produce ahora un último testimonio de una
era de la Historia, de una civilización a punto de ser
aplastada y transformada completamente, de una sociedad que a
pesar de sus retrocesos y debilidades sigue no obstante
funcionando? Los bebés árabes nacen cada hora, los
niños van a la escuela, los hombres y las mujeres se casan
y trabajan y tienen hijos, juegan y ríen y comen; se
entristecen, enferman y mueren. Hay en el mundo árabe
amor y
compañerismo, amistad y
emociones. Si,
los árabes están reprimidos y mal gobernados,
terriblemente mal gobernados, pero se las arreglan para seguir
adelante en la empresa de
vivir a pesar de todo. Este es el hecho que tanto los dirigentes
árabes como EEUU simplemente ignoran cuando lanzan gestos
vacíos a la denominada "calle árabe" inventada por
mediocres orientalistas.

¿Pero quién se hace ahora preguntas
existencialistas sobre nuestro futuro como pueblo? La labor no
puede dejarse a una cacofonía de fanáticos
religiosos y sumisos, borregos fatalistas. Aunque este parece ser
el caso. Los gobiernos árabes no, la mayoría de los
países árabes de arriba abajo– se respaldan en sus
asientos y simplemente esperan mientras EEUU adopta una actitud,
organiza, amenaza y envía más soldados y F-16 para
repartir el golpe. El silencio es ensordecedor.

Años de sacrificio y lucha, de huesos rotos en
cientos de prisiones y cámaras de tortura desde el
Atlántico hasta el Golfo, familias destruidas, pobreza infinita
y sufrimiento. Enormes y caros ejércitos. ¿Para
qué?

Esto no es una cuestión partidista, o de
ideología o de ficción: es una cuestión de
lo que el gran teólogo Paul Tillich solía llamar
extrema seriedad. La tecnología, la
modernización y ciertamente la
globalización no son la respuesta a lo que nos amenaza
ahora como pueblos. Tenemos en nuestra tradición un cuerpo
entero de tratados laicos y
religiosos que tratan de comienzos y finales, de vida y muerte, de
amor y cólera,
de sociedad e historia. Está allí, pero ninguna
voz, ningún individuo de visión amplia y autoridad
moral parece
capaz ahora de utilizarlo y llamar su atención. Estamos a las puertas de una
catástrofe que nuestros dirigentes políticos,
morales y religiosos solo pueden denunciar un poquito mientras,
detrás de susurros y guiños y puertas cerradas,
hacen planes para aguantar la tormenta de algún modo.
Piensan en la supervivencia y quizá en el cielo. Pero
¿quien se encarga del presente, de lo mundano, de la tierra, del
agua, del aire
y de las vidas que dependen unas de las otras para existir? Nadie
parece estar al cargo. Hay una maravillosa expresión
coloquial en inglés
que con mucha precisión e ironía capta nuestra
inaceptable impotencia, nuestra pasividad e incapacidad para
ayudarnos a nosotros mismos ahora que nuestra fuerza es
más necesaria. La expresión es: "el último
que salga, que apague la luz". Estamos tan
cerca de un cataclismo de tal envergadura que muy poco
quedará de pié tras su paso, y ni siquiera
dejará nada que registrar, excepto el último
mandato que ruega por la extinción.

¿No ha llegado el momento de que colectivamente
exijamos e intentemos formular una alternativa genuinamente
árabe al naufragio que está a punto de hundir
nuestro mundo? Esto no es solo una cuestión trivial de
"cambio de régimen", aunque Dios sabe que no nos
iría mal un poco de eso. Por supuesto, no puede ser un
retorno a Oslo, ni otra oferta a
Israel para que, por favor, acepte nuestra existencia y nos deje
vivir en paz, ni otra inaudible súplica de clemencia
humillante y servil. ¿Nadie va a salir a la luz del
día para expresar una visión de nuestro futuro que
no esté basada en un guión escrito por Donald
Rumself y Paul Wolfowitz, esos dos símbolos de poder vacante y desmesurada
arrogancia? Espero que alguien me escuche…

*Edward W. Said, árabe nacido en Jerusalén
en 1935, es ensayista y profesor de
Literatura
Inglesa en la Universidad de
Columbia (Nueva York). Al Ahram Weekly, núm. 621, 16-21 de
enero de 2003 Traducción: Loles Oliván, CSCAweb
(www.nodo50.org/csca)

 

 

 

 

 

 

Autor:

Aida A.

[1] Ver Anexo I. Definiciones del Diccionario
de la Real Academia de la Lengua Española.

[2] Ver Anexo II. Conflicto entre
Nación y Religión en los judíos del siglo
XIX.

[3] Escrito en su libro
Drishat Zion (en busca de Sión).

[4] Ver Anexo III. Declaración
Balfour.

[5] Ver Anexo IV. Mapa de Palestina durante
el mandato británico.

[6] Ver Anexo V. Extracto de la
Resolución 181 de las Naciones Unidas. 1947

[7] Ver Anexo VI. Mapas de la
Partición de Palestina.

[8] Ver Anexo VII. Armisticio de 1949.

[9] Ver Anexo VIII. Mapa de Israel tras la
guerra de 1967.

[10] Ver Anexo IX. Yaser Arafat en las
Naciones Unidas.

[11] Ver Anexo X. Acuerdos de Oslo.

[12] Ver Anexo XII. Breve nota sobre el
origen de la Intifada de Al-Aqsa.

[13] Ver Anexo XIII. El movimiento
de la Intifada.

[14] Ver Anexo XVI. Israel y Palestina
después del 11-S, por Alain Gresh

[15] Ver Anexo XIII. Artículos a favor
y en contra del muro de Cisjordania

[16] Ver el Anexo XIV. Fundamentos del
binacionalismo.

[17] Concepto creado
por el autor de Galilea Antón
Shamas.

[18] Alain Dieckhoff. Ver el Anexo XV. Textos
sobre la perspectiva binacional

Partes: 1, 2, 3, 4
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