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La descolonización: Discusión bibliográfica sobre el fin del Imperialismo (siglo XX) (página 2)




Enviado por skylan_mont



Partes: 1, 2

La descolonización, refiere Miège,
llevó a disputas políticas
dentro de las metrópolis, que repercutieron más que
las implicancias económicas europeas, dado que "en todos
los países, la descolonización provocó
divisiones en los grupos
políticos. La brecha abierta entre partidarios y
adversarios –con todos los matices de una a otra
posición según los argumentos de doctrina, de
oportunidad, de método– no
se produjo entre "izquierda anticolonialista" y "derecha
colonialista". La descolonización se convirtió
muchas veces en la máscara del neocolonialismo
económico".[7]

Aparte de las disputas políticas y sobre
qué tipo de medidas tomar para no perjudicar a los estados
ni a los privados en términos económicos, el
problema más grave en Europa lo
constituyó, según Miège, el regreso de los
colonos instalados en territorios de ultramar a la
metrópoli. Esta repatriación, se realizó de
diferentes maneras, según el país, y en todas
partes contó con el apoyo gubernamental, lo que
implicó gastos fiscales.
Además de las implicancias económicas, el elemento
cultural y psicológico, generarían repercusiones,
tanto en colonos como colonizados, a través de los
años siguientes.

En este sentido, el autor afirma que "la
expansión colonial había sido la afirmación
de los valores
europeos. No es muy seguro que la
descolonización, en su primera fase, sirviera, en la
opinión de la antigua metrópoli, para descubrir los
valores del
"otro"".[8] Ciertamente, el abandono de los
imperios coloniales por parte de las potencias europeas,
debilitadas por las guerras, fue
un proceso que
abarcó tanto la experiencia de las colonias como la de las
metrópolis. Sin embargo, fue una carrera necesaria dado el
contexto internacional que se fraguaba, y no pudo ser contenido,
pese a las resistencias
de ciertos países que veían perjudicial el abandono
de sus colonias.

Dado su sentido de proceso global, para José U.
Martínez Carreras, la descolonización "constituye
uno de los fenómenos más importantes y
trascendentes de la historia de nuestro tiempo"[9]. No obstante, su
prioridad en el análisis radica en las consecuencias para
los territorios fuera de los límites de
Europa, ya que la descolonización trajo consigo, incluso
hasta la actualidad, consecuencias a largo plazo para el
Tercer Mundo, integrado por todas las regiones que
alguna vez fueron colonias. Este largo proceso, según el
autor, se gatilló por el "declive" de Europa, sumado a una
serie de procesos
históricos más complejos y de carácter tanto local como global. Lo
principal, sin embargo para él, no son tanto las
consecuencias directas, como los resultados de largo alcance, que
devinieron del proceso de independencias –más o
menos violentos-. Los estudios necesarios de plantear al respecto
–según Martínez Carreras-, y que son
imprescindibles de desarrollar, deben realizarse bajo una
perspectiva que abarque el Tercer Mundo junto a su proceso de
emancipación cultural, el cual no se logró,
ciertamente, con la emancipación política.
Según este autor "las ideologías están, en
los países del Tercer Mundo, aún en proceso de
elaboración y formulación, y la emancipación
cultural depende ante todo de la voluntad política en
desmarcarse del modelo".[10] Por lo tanto,
podríamos decir que sus ideas se fundamentan en la
noción de la descolonización como proceso
principalmente político que generó estados
soberanos, los cuales, no obstante, continúan hasta hoy
sus procesos de autodeterminación. Y en este movimiento de
independencia,
el declive de Europa fue fundamental.

Norman Lowe, así como Miége, plantea que
el avance de las aspiraciones nacionales habría sido
acelerado por la Segunda Guerra
Mundial, esto a razón de la depresión
en el "prestigio" que otrora gozaba Europa. En palabras de Lowe,
"el prestigio de Europa se encontraba gravemente afectado por su
fracaso en la defensa de sus posesiones asiáticas contra
los japoneses y el mito de la
invencibilidad de Europa había sido destruido; los
asiáticos de regiones tales como las Indias Neerlandesas
Orientales, la Indochina francesa y los territorios
británicos de Birmania y Malaya no abrigaban ningún
deseo de regresar al status quo de la preguerra, tras haber
resistido tenazmente la ocupación
japonesa"[11]. No obstante, este prestigio perdido
actuaba como estimulante para el alzamiento ideológico o
físico de las colonias, y no tan sólo como un
elemento que influenciaba a las propias metrópolis a
repensar sus imperios coloniales. Junto a esta decadencia de la
imagen y
poderío
potencial de Europa, se unía la participación que
los colonizados tuvieron en la guerra,
situación que generó una idea de lo que significaba
estar fuera de la colonia. "Numerosos africanos que habían
dejado su tierra por
primera vez, para pelear en la guerra, se sentían
impresionados por el contraste entre las primitivas condiciones
de la vida en África y
la existencia relativamente cómoda que
habían conocido en las fuerzas armadas. Los nacionalistas
eran azuzados también por los rusos, quienes
constantemente denunciaban al "imperialismo"."[12]

En relación a las consecuencias para los
países europeos generadas durante el transcurso de la
emancipación de las colonias, Lowe reconoce que los
problemas que
involucraba el proceso descolonizador eran de suma complejidad.
Los factores religiosos, de diferencia racial –propiciados
en muchos casos por las propias metrópolis- y, sin lugar a
dudas, los intereses económicos de Europa, conllevaron a
la aplicación de diferentes políticas, tendientes a
no romper los lazos de manera definitiva o total. Para el caso de
Gran Bretaña, hacia 1964, la mayor parte de su imperio se
había tornado independiente, no obstante la mayoría
de los nuevos estados mantuvieron vínculos con la
metrópoli permaneciendo en la Commonwealth. En
relación al caso francés, el autor reconoce que
"estaban decididos a conservar su imperio, pero la fuerte
resistencia
nacionalista en Indochina y Argelia los obligó a cambiar
de actitud".[13] Se terminarían
retirando de Indochina en 1954, de Marruecos y Túnez en
1956. Abandonado ya para 1962, todas sus otras posesiones
africanas, incluidas el África Ecuatorial y la
Occidental.

Con respecto a la descolonización del Sahara
Occidental, Jesús María Martínez
Milán nos dice que fue un proceso de varios años,
desde la entrada de España a
la
Organización de las Naciones Unidas
en 1956, y hasta 1976, cuando finalmente evacúa el
territorio. La ONU, en su
prédica hacia una política de
descolonización, sugirió a España liberar
sus colonias saharianas, a lo que el Estado
español
respondió que sus tierras en el África no eran
colonias, sino "Provincias Africanas".[14] Durante
los últimos años de Franco, la política
exterior española carecía, sin embargo, de una
conducción coherente, según el autor, lo que
llevó a España a una paradoja respecto de sus
colonias. Puesto que desde el ministerio de relaciones exteriores
se aseguraba que el Sahara Occidental era colonia de
España, la Presidencia seguía argumentando la
existencia de Provincias. "A partir de ese momento [1960]
comenzaron las grandes contradicciones de la política
española en lo que al tema de la descolonización se
refiere, ya que por un lado, Presidencia del Gobierno se
aferraba a la provincialización y, por el otro, el
Ministerio de Asuntos Exteriores se comprometía con los
organismos onusinos en un proceso de
descolonización."[15]

Pese a la resistencia, Marruecos logró finalmente
probar internacionalmente su posesión tradicional de
aquellos territorios, y pese a que Mauritania también
tenía parte en el litigio, no logró establecer una
ocupación en el Sahara occidental. Lo importante para el
autor es, sin duda, las estrategias que
la presidencia mantenía para de alguna u otra manera
seguir defendiendo su presencia en África, donde los
intereses económicos eran esenciales: eran un punto
estratégico hacia Las Canarias, además del valor de sus
ricas aguas, y la potencialidad del suelo (por la
posible presencia de petróleo y fosfatos). Nos obstante,
Martínez Milán reconoce que la presión
exterior finalmente gestionó la resolución de la
entrega de tierras y los tratados
tripartitos entre España, Marruecos y Mauritania. Por lo
tanto, podemos ver que el autor privilegia la posición de
los países europeos como propicios o no a una
descolonización, una visión que limita a la colonia
a una función
principalmente circunstancial. En otras palabras, el abandono de
las colonias era una decisión del gobierno imperialista, o
de las presiones internacionales, y no tanto de las facciones
rebeldes que surgían en una zona determinada.

Según Heffer y Launay, en cierta coincidencia con
los anteriores autores –excepto en relación a
Martínez Milán-, aunque con una visión
tendiente más a lo político y social en
términos de la participación de las colonias, al
final de la Segunda Guerra
Mundial las grandes potencias colonizadoras de Europa se
encontraban debilitadas o veían con mayor recurrencia
socavados sus dominios coloniales. Junto con esto, en el
transcurso mismo del conflicto
mundial, se habían realizado promesas de
emancipación a algunos pueblos como la India, y los
mandatos franceses en Siria y el Líbano. Así mismo,
los japoneses habrían favorecido los movimientos de
independencia de Asia del Sudeste.
Los mismos autores, además, refieren que las fuerzas
anticolonialistas –en marcha desde los años veinte-
se habrían reforzado por la lucha contra los
totalitarismos, lo que habría, a su vez, acelerado
aún más el advenimiento de la
descolonización y la formación de una importante
parte del denominado "Tercer Mundo".

Heffer y Launay, por otra parte, ya sistematizando lo
expuesto por otros autores, establecen para el desarrollo de
la descolonización causas internas y externas. Siguiendo
su examen, el debilitamiento de las metrópolis
sería uno de los factores internos que favorecería
la rapidez del proceso de descolonización. Las
consecuencias devastadoras económicamente de la Segunda
Guerra Mundial
sobre las potencias, marcarían dicho debilitamiento,
viéndose cómo "la victoria deja extenuadas las
economías nacionales, absorbidas prioritariamente por las
tareas de reconstrucción; las expediciones emprendidas
para restablecer la autoridad
metropolitana parecen siempre un pesado
fardo".[16]

Los autores nos plantean cómo los nacionalistas
se benefician de las tensiones y problemas internos de las
colonias, así como la debilidad de las propias
metrópolis, para exaltar movimientos en pro de afirmar su
propia identidad,
definida bajo los criterios nacionalistas europeos del siglo XIX
–el pasado, la historia o la cultura, con
preeminencia en las colonias francesas-. Siendo así es
como "la oposición a la fuerza
colonial les permite obtener una cohesión nacional que
moviliza grandes masas en favor de la
emancipación".[17]

Las enseñanzas e ideales europeos llegarán
a las colonias, también, por medio de la enseñanza recibida por las elites locales
en los colegios y universidades, inglesas y francesas,
principalmente. "Esta pequeña minoría toma conciencia del
pasado nacional cuanto que el país presenta un nivel de
civilización avanzado (India, Birmania,
Indochina)"[18]. Se sumaría a lo anterior,
la necesidad de un jefe carismático que encarnaría
la voluntad de emancipación; las masas populares
serían "arrastradas por fuertes personalidades penetradas
de cultura occidental y profundamente integradas en sus naciones
respectivas"[19], lo que chocaba con algunos
procesos descolonizadores, como el de Vietnam y Ho Chi
Minh.

Dentro de las causas externas Heffer y Launay reconocen,
principalmente, la presencia de los grandes bloques de la
Guerra
fría, así como la presencia e influencia de la
ONU. Es así como la irrupción de la Guerra
fría y la bipolaridad, capitalismo
versus comunismo,
también advierten su presencia en los procesos
descolonizadores. Según los autores, EEUU en tanto
recuerda su pasado colonial apoya los procesos descolonizadores,
no obstante se debe advertir que, en suma, los intereses de
apertura a nuevos mercados que
abastecer, resulta ser un importante motivo del por qué de
su respaldo. Sin embargo, el propio EEUU muestra, respecto
de Indochina, una posición contraria, apoyando la
presencia colonial francesa, puesto que la guerra originada
adquiere ribetes de lucha contra el comunismo. La URSS, por su
parte, resuelve tomar posición anticolonialista, apoyando
movimientos nacionalistas, como los de Vietnam y otros –no
necesariamente de inspiración marxista-. Su respaldo se
concretiza en armas,
principalmente. Lo anterior formaría parte, sin embargo,
de la estrategia
anti-occidental que la URSS llevaría a cabo durante la
Guerra fría[20]

Según los autores, la posición que
adoptaría la ONU sería de vital importancia, como
planteaba Martínez Milán para el caso del Sahara
español, puesto que "su carta
condenaría el sometimiento de los pueblos. Los antiguos
mandatos de la Sociedad de
Naciones o las colonias perdidas por Italia (Somalia,
Libia) pasan al control del
Consejo de tutela".[21] Es así como el
ingreso del llamado Tercer Mundo en la ONU, torna "a la Asamblea
General en una fuerza militante de la lucha anticolonialista. La
dominación de las metrópolis se somete en cada
sesión al fuego de la crítica
más viva. Así, la descolonización se acelera
desde 1955 (año de la conferencia de
Bandung), y 1960 es llamado el "Año de la
descolonización", alcanzando entonces su máximo, ya
fuera aceptada por las metrópolis o conseguida de forma
violenta".[22]

Ana Pastor, por su parte, recalca la idea de la
importancia cultural y económica que implicó la
presencia de las naciones europeas en África y Asia, y las
transformaciones que sus poblaciones indígenas sufrieron,
tanto en pos de su subdesarrollo
como en el surgimiento de una mentalidad nacionalista que
posibilitaría el nacimiento de una resistencia al
colonialismo y las eventuales revoluciones e independencias. Sin
embargo, según Pastor y concordando con Lowe y
Martínez Carreras, estas independencias –proceso que
será llamado "la" descolonización pese a no ser un
proceso original-, no se alcanzarían en "muchos
países de una forma completa, pues aunque la
mayoría consigue su soberanía política, los lazos que
les unen al pasado colonial quedan profundamente estrechados,
manteniendo desde entonces una dependencia social,
económica y cultural que condicionan su desarrollo
posterior y les hace caer en una nueva modalidad de
colonialismo"[23].

El desequilibrio demográfico que produjo la
invasión europea, asimismo económico, que
promovió la producción a gran escala de
productos
exportables en desmedro de las actividades locales y
tradicionales de las diferentes áreas colonizadas,
obligaría a crear masas de gentes dependientes y bajo un
régimen, en reiteradas ocasiones, de trabajos forzados, a
saber, una esclavitud oculta
en muchos lugares. Con todo, se vería el surgimiento de
una élite burguesa local, afianzada y educada al modo
europeo, que aprendería las ideologías y las
costumbres de los invasores, y que ya para la época de la
Primera Guerra, iniciaría –de manera diferenciada y
con intensidades diferentes en cada colonia- un proceso de
emancipación.

Pese a este intento europeo, que se vería
manifestado desde inicios del siglo XX, de educar y civilizar a
una parte, aunque pequeña, de las poblaciones subyugadas,
subsistía un convencimiento fehaciente sobre la
superioridad del "blanco". Las ideas racistas, que estaban
avaladas "científicamente", generarían un desprecio
por las colonias al tiempo que en algunas de ellas las
metrópolis utilizarán medidas paternalistas, sobre
todo tras la Primera Guerra, de manera de afianzar el dominio.

La autora reconoce el influjo determinante de la
influencia europea en el modo de conducción de las
independencias. Las herramientas
aportadas por la colonización generarían el
ambiente
ideológico propicio para la emancipación. Junto con
esto, Pastor reconoce la incidencia de las Guerras Mundiales en
el proceso. Según la autora, "el desencadenamiento de las
dos guerras que asolaron, tan sólo en treinta años,
una gran parte del mundo, tuvo enormes consecuencias para las
colonias, la imagen que hubieran deseado transmitir los
colonizadores de una Europa próspera en la que se
desarrollaba felizmente el acceso a las libertades, se
vería empañada por la destrucción, el miedo
y la crisis en todo
orden de valores."[24] Esta noción de la
decadencia de Europa la vemos ya en los autores anteriores, sin
embargo, para la autora, el movimiento constante y creciente de
los nacionalismos y los procesos propios e internos de las
colonias en términos culturales y económicos,
fueron los que permitieron a la coyuntura de la guerra generar el
contexto de las independencias coloniales.

Junto a ello, la emergencia de las dos potencias que se
enfrentarían en la llamada Guerra Fría,
sería el contexto político y económico
internacional que generaría el desarrollo paulatino y en
poco más de veinte años, del abandono
político de las colonias. Pastor no se refiere, sin
embargo, al proceso como descolonización, sino
más bien nos habla de independencias o
revoluciones. Por tanto, ella le confiere un papel
central al debilitamiento de Europa como potencia
colonizadora y a la emergencia de un pensamiento y
una acción
propia del Asia y del África, heredada del pensamiento
europeo, pero conjugada con las propias experiencias y
necesidades locales. La pérdida de primacía de
Europa y el anticolonialismo del que "hacían gala los EEUU
se unía, por otro lado, el de la Unión
Soviética"[25], generaba un ambiente
favorable, por lo demás, a la generación de
espacios de relativas libertades para las colonias,
alentándose a la emancipación.

Así como otros autores, Pastor reconoce que el
proceso de "independencias" de las colonias
Afro-asiáticas, fue un proceso que abarcó, en la
práctica, un conjunto de situaciones que se fueron dando
desde los años "20, y principalmente tras la Segunda
Guerra, y hasta la década de los setenta. Fue un proceso
en ocasiones y ciertos lugares, violento, sin embargo en otros se
dio con formas revolucionarias pacíficas de
transición.

Con un énfasis diferente a la autora anterior,
según la interpretación de Eric Hobsbawm, el proceso
de descolonización así como de conformación
de los nuevos estados independientes, habría sido
conducido por la elite preparada en Occidente, dando lugar a su
vez, a la adopción
de las formas, modelos e
ideologías del mismo Occidente, y no la generación
de procesos políticos e ideológicos
característicos de los propios pueblos que accedían
a su independencia o autonomía. El historiador refiere que
"las ideologías, los programas e
incluso los métodos y
las formas de organización política en que se
inspiraron los países dependientes para superar la
situación de dependencia y los países atrasados
para superar el atraso: eran occidentales: liberales,
socialistas, comunistas y/o nacionalistas; laicos y recelosos del
clericalismo; utilizando los medios
desarrollados para los fines de la vida pública en las
sociedades
burguesas (…) Esto supone que la historia de quienes han
transformado el tercer mundo en este siglo es la historia de
minorías de elite, muy reducidas en algunas ocasiones,
porque –aparte de que casi en ningún sitio
existían instituciones
políticas democráticas- sólo un
pequeño estrato poseía los conocimientos, la educación e
incluso la instrucción elemental
requeridos".[26]

Lo anterior, según Hobsbawm, no nos debe hacer
creer que las élites occidentalizadas aceptaran todos los
valores de los estados y culturas que tomaban como modelo,
más bien "sus opiniones personales podían oscilar
entre la actitud asimilacionista al ciento por ciento y una
profunda desconfianza hacia Occidente, combinadas con la
convicción de que sólo adoptando las innovaciones
sería posible preservar o restablecer los valores de la
civilización
autóctona".[27]

La adopción, por el denominado "Tercer Mundo", de
las ideologías y programas occidentales, respondían
–según Hobsbawm- a lo que subyacía en ellos,
no tanto como ideología en sí, sino como mecanismo
de lograr un equilibrio
propio en sus países mediante la adopción de
programas emancipadores. La adopción del socialismo
soviético, no respondía a la posición
antiimperialista que había esgrimido desde siempre la
URSS, sino que "también porque veían en la URSS el
modelo para superar el atraso mediante la
industrialización
planificada".[28]

Un elemento central en las ideologías
operativizadas por las colonias en proceso de
emancipación, para el autor, es la noción de
oposición a la modernización occidental, tanto como
forma de organización estatal así como de principios
morales y costumbres. Sin embargo, no todos se oponían a
esta idea de desarrollo occidental. Puesto que "la principal
tarea que debían afrontar los movimientos nacionalistas
vinculados a las clases medias era la de conseguir el apoyo de
las masas, amantes de la tradición y opuestas a lo
moderno, sin poner el peligro sus propios proyectos de
modernización."[29]

Hobsbawm, ve que la acción principal en esta
emancipación viene por parte de Occidente. Su influencia
es decisiva, como poder expansivo de tendencias económicas
y culturales. Las ideologías europeas, como se dijo antes,
y su cultura en general, junto con los intereses
económicos de los países industrializados, dieron
paso o permitieron este proceso de liberación de
las colonias, que devino en una situación de mantenimiento
del control occidental dentro, sin embargo, de otros contextos.
Según este autor, el proceso de descolonización de
las décadas posteriores a la Segunda Guerra, no fue
antecedido por movimientos sistemáticos de independencias
décadas anteriores, pues aunque estas ideas se presentaron
en algunas zonas del imperio británico, especialmente la
India, no lo fue en la generalidad de los territorios de
ultramar. Por tanto, Hobsbawm asegura que fueron las
circunstancias europeas la que abrieron paso a un replanteamiento
por parte de las mismas metrópolis de su posición
colonialista. Estas circunstancias se dejaron ver esencialmente
desde la depresión de los "30.

El autor plantea que antes de esa fecha la idea de un
abandono del imperialismo era impensable, no obstante luego de la
Gran Depresión, "chocaron por primera vez de manera
patente los intereses de la economía de la metrópoli y los de
las economías dependientes, sobre todo porque los precios de los
productos primarios, de los que dependía en tercer mundo,
se hundieron mucho más que los de los productos
manufacturados que se compraban a Occidente. Por primera vez, el
colonialismo y la dependencia comenzaron a ser rechazados como
inaceptables incluso por quienes hasta entonces se habían
beneficiado de ellos."[30]

A diferencia de los autores anteriores, y desde una
perspectiva más teórica y escencialista, el
texto de
Frantz Fanon, expone que la descolonización es un proceso
histórico que descansaría capitalmente, en la
dialéctica o confrontación violenta de los
colonizados frente a los elementos extranjeros. En su propia
definición: "La descolonización, como se sabe, es
un proceso histórico: es decir, que no puede ser
comprendida, que no resulta inteligible, traslúcida a
sí misma, sino en la medida exacta en que se discierne el
movimiento historizante que le da forma y contenido. La
descolonización es el encuentro de dos fuerzas
congénitamente antagónicas que extraen precisamente
su originalidad de esa especie de sustanciación que
segrega y alimenta la situación
colonial".[31]

Fanon resalta el factor de la violencia,
expresada en la explotación hacia el colonizado por el
colono. Además su examen al respecto nos advierte de
qué modo la descolonización se convierte en un haz
que redime a los colonizados, resulta ser la
creación de hombres nuevos, volviéndolos
realmente sujetos históricos, en hombre libres,
pues "la descolonización no pasa jamás inadvertida
puesto que afecta al ser, modifica fundamentalmente al ser,
transforma a los espectadores aplastados por la falta de esencia
en actores privilegiados, recogidos de manera casi grandiosa por
la hoz de la historia. Introduce en el ser un ritmo propio,
aportado por los nuevos hombres, un nuevo lenguaje, una
nueva humanidad. La descolonización realmente es
creación de hombres nuevos. Pero esta creación no
recibe su legitimidad de ninguna potencia sobrenatural: la "cosa"
colonizada se convierte en hombre en el proceso mismo por el cual
se libera."[32]

La descolonización para el autor radicará
en el enfrentamiento con el otro, el blanco, el extraño,
el que ha ocupado lo ajeno, y ha sometido violentamente a los
colonizados. Que los ha deshumanizado, desarrollando estructuras
maniqueístas que encasillan al elemento autóctono
en los criterios negativos por excelencia contemplados en el
Occidente.

Fanon concibe a la Europa en crisis, próxima a un
abismo del que las colonias debían alejarse. Debían
abandonar a una Europa que poseía un discurso
contradictorio, que por un lado "no deja hablar del hombre al
mismo tiempo que lo asesina por dondequiera que lo encuentra
(…) Hace siglos (…) que en nombre de una pretendida aventura
espiritual ahoga a casi toda la
humanidad".[33]

Este autor, claramente desarrolla un análisis de
los procesos a través de la significación
contenida, más allá de los acontecimientos
históricos, planteando que el advenimiento de la
emancipación de las colonias es casi una
transformación. Esta aseveración contradice lo
argumentado por autores como Hobsbawm, quien plantea que la
descolonización, pese a tener un sustrato nacionalista, se
articuló principalmente desde y hacia occidente, o lo
planteado por Lowe, Pastor o Martínez Carreras, quienes
argumentan que pese a esta independencia
política, las antiguas colonias siguieron, de una u
otra manera, vinculadas al sistema
capitalista mundial, tanto en términos económicos
como culturales.

Conclusión

El proceso de descolonización o de
emancipación de las colonias africanas, asiáticas y
del Pacífico, de las metrópolis europeas, descrito
y analizado por los autores precedentes, dan cuenta de un
fenómeno que puede periodizarse en unos 30 años
–poco más o menos- desde el fin de la Segunda
Guerra. No obstante, algunos argumentan la generación de
ciertas tendencias nacionalistas previas, desde principios del
siglo XX, que serían el antecedente dentro de las colonias
para su desenlace final en independencia, iniciado durante la
coyuntura del período entre guerras –la Gran
Depresión- y sobre todo la Segunda Guerra Mundial. Esta
coyuntura habría sido el trasfondo y el empuje esencial
para un avance descolonizador, a raíz de la decadencia de
Europa y la emergencia de las potencias anticolonialistas, EEUU y
la URSS, y organismos internacionales que avalaban la
descolonización, como lo fue la ONU.

Los historiadores coinciden en el factor de convergencia
de circunstancias económicas y políticas en el
concierto de las potencias europeas, como lo fueron los procesos
dados desde 1930, y especialmente entre 1939-1945, que hicieron
tambalear las firmes estructuras en las que se sustentaba el
imperialismo colonial. En general, se desconoce la trascendencia
de los movimientos nacionalistas como factor determinante de las
independencias, nos obstante ser un elemento que dio un cariz
diferenciador a ciertas emancipaciones o carreras
descolonizadoras, como el caso emblemático de la India,
corazón, a su vez, del Imperio
Británico. Lo principal, que vemos en los trabajos
precedentes, respecto de las ideas nacionalistas propias de las
colonias, es que éstas no fueron una creación
original, sino más bien una utilización adaptada a
las realidades particulares, de las ideologías y formas
políticas de Occidente. Por lo tanto, estas fuerzas
internas no habrían poseído el ímpetu de un
movimiento autónomo en propiedad, al
tiempo que seguían dependiendo de Europa como modelo
modernizador. Ciertos autores, pese a reconocer esta
situación no desconocen, sin embargo, la fuerza interna de
algunos movimientos que tuvieron un carácter más
tradicionalista, y que, especialmente desde la independencia
política oficial, actuaron como organizadores de los
nuevos estados, rivalizando, tal vez, con el pensamiento
más occidentalizado. Sea como sea, las dinámicas
entre ideologías más o menos penetradas por lo
occidental, son particularidades que no se han tocado en el
presente análisis. Por tanto, queda por decir, que la
norma general es visualizar la descolonización como un
movimiento internacionalista, motivado por coyunturas dentro del
capitalismo imperialista que se estaba transformando, tal vez no
tanto en su fondo, como en su forma. El dominio del mundo
estaría, tras la Segunda Guerra Mundial, liderado por dos
potencias que lucharon por la hegemonía ideológica,
económica y política, sin embargo, sobre un millar
de naciones denominadas soberanas.

El único autor –de los analizados–
que expresará la descolonización como un cambio
trascendental para la dinámica en torno a la
opresión colonial, será Frantz Fanon, el
cual claramente antepone una visión teórica por
sobre los acontecimientos y dinámicas propias del proceso
emancipador. Haciendo hincapié en la voluntad de
liberación de los colonizados, Fanon nos abre el tema que
vemos tratado por Pastor y por Martínez Carreras, en tanto
que el proceso de descolonización, el cual se
podría limitar a la declaración de independencia de
las diferentes naciones no es, sin embargo, un proceso acabado.
Las consecuencias del retiro del dominio imperial serían
más trascendentes sobre el denominado "Tercer Mundo", que
lo que se produciría en Europa. En última
instancia, las consecuencias acarreadas a la mayor parte del
mundo otrora colonias de Europa, tras la emancipación,
convergerían como un reflejo de los problemas del Tercer
Mundo hacia las potencias occidentales y se traducirían,
finalmente, en políticas internacionales.

Bibliografía

Fanon, Frantz, Los Condenados de la
Tierra,
México, FCE, 1983.

Heffer, Jean y Michel Launay, La Guerra
Fría,
Madrid, Ediciones Akal, 1992.

Hobsbawm, Eric, Historia del siglo XX, Buenos
Aires, Editorial Crítica, 1998.

Lowe, Norman, Guía Ilustrada de
la Historia Moderna,
México, FCE, 1989.

Martínez Carreras, José U., "La
descolonización según la reciente bibliografía",
Cuadernos de Historia Moderna y Contemporánea,
nº 8, Madrid,
Ediciones Universidad
Complutense, 1987, pp. 259-267.

Martínez Milán, Jesús María,
"La descolonización del Sahara occidental", Espacio,
Tiempo y Forma, S. V., Historia Contemporánea
, t. IV,
1991, pp. 191-200.

Miège, Jean-Louis, Expansión europea y
descolonización de 1870 a nuestros días
,
Barcelona, Editorial Labor, 1975.

Pastor, Ana, La Descolonización: el Tercer
Mundo
, Madrid, Ediciones Akal, 1995.

 

 

 

 

 

Autora:

Lic. Montserrat Nicole Arre
Marfull

2008

Universidad de Chile

[1] Jean-Louis Miège,
Expansión europea y descolonización de 1870 a
nuestros días, Barcelona, Editorial Labor, 1975, p.
160.

[2] Ibid.

[3] Ibid.

[4] Ibid., p. 161.

[5] Ibid., p. 168.

[6] Ibid., p. 169.

[7] Ibid.

[8] Ibid., p. 170.

[9] José U. Martínez Carreras,
"La descolonización según la reciente
bibliografía", Cuadernos de Historia Moderna y
Contemporánea, nº 8, Madrid, Ediciones Universidad
Complutense, 1987, p. 259.

[10] Ibid., p. 267.

[11] Norman Lowe, Guía Ilustrada de la
Historia Moderna, México, FCE, 1989, p. 463.

[12] Ibid.

[13] Ibid., p. 464.

[14] Jesús María
Martínez Milán, "La descolonización del
Sahara occidental", Espacio, Tiempo y Forma, S. V., Historia
Contemporánea, Tomo IV, 1991, p. 192.

[15] Ibid., p. 193.

[16] Jean Heffer y Michel Launay, La Guerra
Fría, Madrid, Ediciones Akal, 1992, p. 156.

[17] Ibíd.

[18] Ibid., p. 157.

[19] Ibíd.

[20] Ibíd.

[21] Ibíd.

[22] Ibíd.

[23] Ana Pastor, La Descolonización:
el Tercer Mundo, Madrid, Ediciones Akal, 1995, p. 7.

[24] Ibid., p. 19.

[25] Ibid., p. 20.

[26] Eric Hobsbawm, Historia del siglo XX,
Buenos
Aires, Editorial Crítica, 1998, p. 206.

[27] Ibid., p. 207.

[28] Ibíd.

[29] Ibid., p. 211.

[30] Ibid., p. 217.

[31] Frantz Fanon, Los Condenados de la
Tierra, México, FCE, 1983, p. 20.

[32] Ibid., p. 21.

[33] Ibid., p. 7.

Partes: 1, 2
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