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Dos ensayos sobre el teléfono móvil celular (página 2)



Partes: 1, 2

Pero igual que en cualquier época, la gente se las
arreglaba para lograr comunicaciones
oportunas con cambios de hábitos o simplemente
armándose de paciencia o adaptándose a la tecnología existente
y sacando el máximo provecho que la misma ofrecía.
En mi caso, yo pensaba: "las malas noticias
vuelan y llegan a uno de cualquier modo; las buenas se demoran y
llegan cuando tienen que llegar y las insulsas, pues que esperen
o simplemente no me importan que lleguen, y punto". 

En aquella época yo le decía a la gente que
pudiera requerir comunicarse conmigo en cualquier momento: "me
deja el mensaje en casa o a  mi secretaria, o si no me
ubica por ningún medio me pone un fax o me deja
el mensaje en el contestador automático que al llegar a la
oficina, o a
mi casa, según el caso, yo revisaré lo que haya
llegado o, incluso, si es un mensaje en el contestador, lo puedo
consultar remotamente desde un teléfono fijo (todos los contestadores
telefónicos ofrecían esa posibilidad)". Así
y de otras formas nos las arreglábamos. Todo podía
esperar, y uno vivía más tranquilo, con serenidad,
sosiego y calma,  sin la angustia de pensar que me va entrar
una llamada que no quiero, o que me van a ubicar en cualquier
lugar (gracias a las virtudes de omniubicación de las
comunicaciones inalámbricas, en donde el celular es
quizás el tecnofacto más representativo, más
no el único) o que me tengo que comunicar a tal hora
esté donde esté, en fin.

¿El celular:
el mundo de
la comunicación instantánea, en
cualquier sitio, o el mundo de las angustias?

No obstante lo anterior, el celular, en aquél
entonces, ofrecía el potencial de
convertirse en un aliado pero también en una fuente de
angustias que antes la gente no tenía, como lo han
demostrado los hechos. Cuando el celular entró en sociedad y
hasta nuestros días, se perdió parte de la
privacidad al irrumpir una llamada en el momento y en el lugar
más inoportunos; comenzaron a aparecer otros
fenómenos del comportamiento
que antes no existían. Es más, en un estudio
realizado en Gran Bretaña en 2006, se encontró que
para el 60% de los poseedores de celular, éste se
convirtió en una fuente permanente de angustias y otros
desórdenes denominados tecnopatías; en
relación con ésto, algunos han desarrollado
síndromes de pánico
a las llamadas entrantes de un celular (sobre todo si la llamada
es del jefe, de la señora o de un cobrador), o si la
llamada entra justo cuando el destinatario está, por
ejemplo, en un lugar  non sancto,  y
otros, por su parte, han desarrollado tal dependencia con el
aparato que ya no pueden vivir sin él; sienten
pánico si salen de su casa y se percatan que no lo llevan
consigo.

Sin el celular los celuadictos se sienten como soldados sin
fusil en medio de una emboscada; es un compañero
inseparable para pasar el tiempo de
espera o sencillamente para evitar relacionarse con otras
personas en algún espacio compartido porque se les ve muy
ocupados haciendo llamadas que no tienen que hacer, o llamando
ficticiamente para fingir una conversación, o muy
concentrados manipulando la agenda electrónica o sencillamente viendo las
fotos y videos
grabados o jugando los múltiples juegos que
traen o las canciones que tienen almacenadas. Es, a veces, un
pretexto perfecto para intentar pasar desapercibido o evitar
interactuar con la gente de su entorno o, sencillamente, para
mostrarse como un individuo moderno, ejecutivo, y
tecnologizado.

Para los estudiosos de los fenómenos sociales de masas
y de los comportamientos individuales dentro y fuera de la masa,
desde la psicología, la economía, la cultura, y la
sociología, en el uso y consumo de
dicha tecnología tienen un campo de acción
muy interesante en materia de
tecnopatías que van desde las tecnofobias hasta las
tecnoadicciones.

En el año 1998 tuve la oportunidad de contar con un
celular de la época, una "panela" como le
llamábamos. Eran aparatos grandes, estorbosos, nada que
ver con los miniaturizados de estos tiempos; pero eso sí,
una verdadera novedad y sicológicamente algo impactante
para quienes no lo tenían, quienes veían a los
poseedores de un equipo de éstos como una especie de
tecnófilos en emergencia, apoderándose del mundo.
Como herramienta de trabajo era
magnífica por la cuestión de la
omniubicación pero, a la larga, generaba ciertas molestias
cuando "cualquiera" podía localizarlo a uno, a "cualquier
hora", y en "cualquier lugar". Por supuesto, uno se podía
negar a contestar, pero eso era visto como descortesía y
después había que ganarse la reprimenda: "Para que
tenés celular si no vas a contestar o por qué lo
mantenés apagado?", inconformismos que empezaban a
fastidiar si se volvían recurrentes. Como el celular
me lo dio la empresa con la
que trabajaba (la empresa era de
Bogotá y yo operaba en Medellín, lo cual lo
hacía indispensable para la
comunicación), una vez que me retiré de ella,
me despedí, pero no con nostalgia, del celular que me
acompañó durante más de un año, y el
alivio que sentí al verme sin ese aparato fue realmente
indescriptible. Algo sólo comparable a la santa paz
que disfrutan las almas justas.

La felicidad y el
celular

Durante muchos años, casi siete,  me rehusé
voluntariamente a tener celular, y esta negación era para
mí una especie de símbolo de libertad, de
tranquilidad, de privacidad, de control de las
comunicaciones personales, de disfrute pleno del momento sin
tener que soportar las interferencias súbitas que llegaban
a través de este adminículo y al no recibir
llamadas indeseables e inoportunas gozaba de un estado de
permanente alegría, muy cercano a la felicidad. Hoy, la
vida moderna con sus ritmos y condicionantes sociales casi
que convierten en obligatorio el uso del aparato de marras, so
pena de quedar "incomunicado" o "perder oportunidades" al no
tener la posibilidad de comunicarse
instantáneamente si se carece de él. De
hecho, el celular se ha convertido en un ícono de la
sociedad del bienestar. Ya el número de líneas
celulares superó con creces las líneas fijas y con
una tendencia siempre en aumento y carecer de un celular, sin
importar la marca y el
modelo, es un
imperativo tal que quien no lo tenga es visto ahora como un
bicho raro, un espécimen en vía de
extinción, un sujeto "out" o algo así como el
último de los mohicanos. Siempre que no tuve celular, fui
feliz, muy feliz. Ahora procuro serlo, a pesar del celular.

Seis de cada diez
personas en el mundo tienen un teléfono
celular

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¿Bueno para las personas? Malo para
el medio
ambiente. Bueno para las transnacionales de las
comunicaciones.

Mientras aumenta el número de teléfonos
móviles celulares, disminuye dramáticamente la
telefonía fija tradicional.

De acuerdo con el informe "Midiendo
la Sociedad de la Información", divulgado hace poco por la
UIT-Unión Internacional de Telecomunicaciones, seis de cada diez personas en
el mundo utilizan teléfono móvil celular. Esto
significa que el 60% de las personas que habitan el planeta
poseen un aparato telefónico móvil. Si se tiene en
cuenta que la población ronda por los seis mil millones
de personas, se infiere que en el mundo, en un instante, hay
3.600 millones de celulares. De acuerdo con recientes cifras de
la Comisión Nacional de Regulación de
Telecomunicaciones (CRT), en Colombia hay
más de 32 millones de celulares, para una población
de 46 millones de habitantes, lo que representa casi el 70%. Como
quien dice, estamos por encima de la media mundial.

Si se tiene en cuenta la rata de promedio actual con la que la
gente cambia de celular (cada ocho meses una persona cambia de
modelo), tendremos que en un año se mueven en la
economía algo así como 5.600 millones de aparatos
que, en términos de ventas, da
unas ganancias realmente astronómicas para las
compañías fabricantes de celulares (Motorola,
Ericsson, Nokia, Sony, Samsung, Siemens), pero que en
términos ambientales se genera un problema también
astronómico por el asunto de la basura
electrónica: carcazas plásticas (enclosures),
tarjetas
electrónicas (tanto en circuito impreso como en los
componentes electrónicos y accesorios), baterías
recargables de Ni-Cd y Litio.
(El Cadmio de una sola batería de Ni-Cd tiene la capacidad
de contaminar 600.000 litros de agua).

Los impactos
social y ambiental del teléfono celular

El impacto no es nada despreciable, sin mencionar el efecto
sobre la cultura del consumismo desenfrenado, compulsivo, toda
vez que el celular, como el vehículo, se ha convertido en
un signo de prestigio y en un estándar de éxito,
tanto en los países asiáticos como en el mundo
occidental y, muy especialmente, en América
Latina. A pesar de esto, todavía se pone de manifiesto
la asimetría entre países desarrollados y no
desarrollados, porque la brecha digital sigue siendo grande.
Ciudades como New York o Tokio poseen más líneas
celulares que fijas, y cada ciudad de éstas tiene
más líneas telefónicas que todo el
continente africano, a pesar del adendum de las Naciones Unidas a
la declaración de los derechos del hombre, cuando
se estableció que el acceso a las telecomunicaciones es un
derecho fundamental. Así lo proclamó Pekka
Tarjanne, Secretario General de la UIT, en 1998: "La
telefonía es considerada por la ONU como un
servicio de
comunicaciones básico para la humanidad". El acceso a la
información es, entonces, un derecho humano fundamental,
pero la brecha digital es una evidencia clara que no es,
todavía, una realidad.

El problema del uso generalizado, por lo menos en los
países desarrollados y algunos en desarrollo, es
de dimensiones escalofriantes. Muchos productos
electrónicos, que en algunos casos se extinguen cuando
sale al mercado el
aparato de la siguiente generación, hacen que el volumen de
basura
electrónica suba como la espuma, sin control. Es la
evidencia de la cultura de la obsolescencia programada, mediante
la disminución de los ciclos de vida del producto, para
garantizar la rotación de inventarios y el
ingreso perpetuo de ganancias a las transnacionales de las
telecomunicaciones. Si a eso le sumamos la estrategia del
uso de materiales
biodegradables, con el supuesto propósito de ser amables
con el medio ambiente, lo
que se acrecienta es el consumo por esa nueva cultura del "use y
tire", que a la larga también termina por afectar la
disposición de los desechos electrónicos, o basura
electrónica. Pero la regla general es que la mayor parte
de los aparatos electrónicos, incluyendo los celulares,
utilizan elementos no biodegradables.

Como lo asegura Karina Aguirre (Médica Eco
toxicóloga de la Universidad de la
Plata, Argentina), "todos los residuos impactan en el medio
ambiente, porque la mayoría de los materiales no son
biodegradables. Los metales, en
especial, tienen una gran capacidad para persistir en el medio
ambiente y el eslabón final siempre es el hombre que
termina ingiriéndolos a través de lo que come".

El problema ha adquirido proporciones catastróficas por
sus impactos sobre el medio ambiente y, por ende, sobre la
salud
pública y la salud
ocupacional de las personas que manipulan los diferentes
elementos y sustancias presentes en estos aparatos, tanto desde
el proceso de
fabricación como desde el proceso de disposición
final de los desechos en los vertederos. El tema se trata desde
el Foro Mundial de
Desechos Electrónicos, en el marco de la Convención
de Basilea (proclamada en 1989 y adoptada en 1992), y ratificada
por más de 160 países, con excepción de EE
UU. Actualmente, la Unión
Europea está legislando fuertemente para enfrentar el
problema desde la fabricación hasta la disposición
final de residuos. Pero aún no hay una solución a
gran escala que
disminuya el problema, por lo menos "a las justas
proporciones".

En Colombia poco, o casi nada, se ha hecho por el problema, y
éste sigue en aumento por la ausencia de políticas
estatales serias, articuladas y de gran escala en los ministerios de
Seguridad
Social, Medio Ambiente y Comunicaciones, salvo los esfuerzos
aislados de algunas empresas y
organizaciones
por intervenir la basura electrónica, con el agravante de
que el consumo de celulares continúa en aumento. Tampoco
se ha hecho nada en el ámbito de la cultura y de la
psicología de masas para aminorar el impacto del uso
incrementado y el cambio
compulsivo de celulares en períodos cortos de tiempo.

No cabe duda que el uso del celular facilita la vida, es un
indicador de bienestar y desarrollo
social, al permitir la comunicación omnipresente, pero queda al
acecho el eventual impacto sobre la salud humana (no sólo
la psíquica, por la ansiedad que genera su uso,
según estudios en Gran Bretaña, y por el potencial
efecto térmico, por acción de los campos
electromagnéticos generados), en cuanto al efecto de la
inadecuada disposición de la basura electrónica. En
todo caso, no es nada bueno para el medio ambiente, pero como no
se puede parar el "ritmo del progreso", y el celular es uno de
los tecno factos que representa ese progreso, lo importante es
tomar medidas de protección para impactar lo menos posible
en él, o atenuar dicho impacto hasta niveles
"aceptables".

Finalmente, el uso incrementado del celular constituye, sin
duda alguna, un gran beneficio, tanto para los operadores del
servicio de telefonía
celular como, y ante todo, para los fabricantes mundiales de
los aparatos.

 

 

 

 

Autor:

Ing. Nelson Alberto Rúa Ceballos

Colombia

Medellín, julio 27 de 2009

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