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Islandia: un país "subprime"- Historia de una utopía




Enviado por Ricardo Lomoro



Partes: 1, 2, 3, 4, 5


    1. a la metáfora
    2. Según
      Wikipedia
    3. Invierno
      islandés

    4. a la bancarrota
    5. Islandia:
      el recuerdo
    6. ¿Un
      país en "vías" de subdesarrollo?
    7. Un
      modelo en escala de la economía de casino
    8. A
      modo de final: "Que se vayan todos"

    De la
    fábula…

    Monografias.com

    Islandeses se bañan en aguas termales
    cerca de Grindavik (Reuters).

    "El índice de natalidad más elevado de Europa + la mayor
    tasa de divorcios + el mayor porcentaje de mujeres que trabajan
    fuera de casa = el mejor país del mundo para vivir. Hay
    algo que tiene que estar mal en esta ecuación. Si se unen
    esos tres factores -montones de hijos, hogares rotos, madres
    ausentes-, el resultado tiene que ser la receta para la miseria y
    el caos social. Pues no. Islandia, el bloque de lava
    subártico al que se refieren estas estadísticas, encabeza las últimas
    clasificaciones del Índice de Desarrollo
    Humano del PNUD, lo cual significa que, como sociedad y
    como economía -en relación con la
    riqueza, la sanidad y la educación-, es el
    mejor lugar del mundo. Podría replicarse: muy bien, pero
    con sus oscuros inviernos y sus veranos nada tropicales,
    ¿son felices los islandeses? La verdad es que, en la
    medida en que es posible medir esas cosas, lo son. Entre otras
    estadísticas, un estudio académico aparentemente
    serio aparecido en The Guardian en 2006 decía que los
    islandeses eran el pueblo más feliz de la Tierra (el
    estudio posee cierta credibilidad, puesto que llegaba a la
    conclusión de que los rusos eran los menos felices).

    Existen, eso sí, otros factores más visibles.
    Los datos son
    abundantes: el país con la sexta renta per cápita
    del mundo; en el que la gente compra más libros; en el
    que la expectativa de vida para los hombres es la más
    larga del mundo, y para las mujeres está entre las
    más altas; el único país de la OTAN que no
    tiene Fuerzas Armadas (se prohibieron hace 700 años); el
    que tiene la mayor proporción de teléfonos
    móviles por habitante, el sistema bancario
    que más rápidamente está
    expandiéndose en el mundo, el increíble crecimiento
    de las exportaciones, el
    aire cristalino,
    el agua
    caliente que llega a todos los hogares directamente desde las
    cañerías naturales de las entrañas
    volcánicas, y así sucesivamente.

    Pero ninguna de estas cosas sería posible sin la
    sólida seguridad en
    sí mismos que define a los islandeses, y que, a su vez,
    nace de una sociedad que está culturalmente orientada
    -como prioridad absoluta- a educar niños
    sanos y felices, con todos los padres y madres, que sea. En gran
    parte es herencia de sus
    antepasados vikingos, cuyos hombres se dedicaban sin reparos a
    saquear y violar, pero, al menos, tenían la coherencia
    moral de no
    mostrarse celosos por las aventuras de sus esposas, unas mujeres
    que se encargaban de alimentar a la familia en
    la dureza de tundra de esta isla del Atlántico norte
    mientras los maridos se iban de exploraciones por el mundo
    durante años. Como me explicó una abuela con varios
    nietos en mi primera visita a Islandia, hace dos años,
    "los vikingos se iban a otros países, y las mujeres eran
    las que mandaban y tenían hijos con los esclavos, y cuando
    los vikingos regresaban, los aceptaban con un espíritu de
    cuantos más, mejor"…

    Los islandeses saben identificar lo mejor e incorporarlo a su
    sociedad. Hablo de ello con el primer ministro, Geir Haarde, al
    que conocí durante un acto oficial celebrado en unos
    cálidos baños públicos, un lugar de
    reunión frecuente entre los islandeses, como los pubs para
    los británicos. Tan afable como todas las demás
    personas que he encontrado, y sin nada remotamente parecido a un
    guardaespaldas (no hay prácticamente delitos en
    Islandia), acepta sentarse y responder a unas preguntas sobre la
    marcha. "Creo que hemos combinado lo mejor de Europa y lo mejor
    de Estados
    Unidos, el sistema de bienestar nórdico con el
    espíritu empresarial norteamericano", explica, y subraya
    que Islandia, a diferencia de los demás países
    nórdicos, tiene unos impuestos, tanto
    personales como de sociedades,
    excepcionalmente bajos. "Ello ha hecho que las empresas
    islandesas se queden aquí y que otras extranjeras vengan a
    establecerse, pero también que hayamos aumentado en un 20%
    nuestra recaudación por impuestos gracias a una mayor
    facturación". Y al mismo tiempo
    ofrecen, además de una educación gratuita de
    primera categoría, una sanidad de primera
    categoría, hasta el punto de que la medicina
    privada en Islandia se reduce sobre todo a servicios de
    lujo como la cirugía estética

    Dagur Eggertson, hasta hace poco alcalde de Reikiavik y con
    todas las posibilidades de ser futuro primer ministro de
    Islandia, destaca que lo que ha ocurrido en su país
    desafía la lógica
    económica. "En los ochenta y noventa, los teóricos
    de derechas en Estados Unidos y el Reino Unido decían que
    el sistema escandinavo era impracticable, que la alta fiscalidad
    y la alta inversión del Estado en los
    servicios
    públicos acabarían matando a la empresa", dice
    Dagur, un hombre de 35
    años y aspecto juvenil que, como la mayoría de los
    islandeses, es trabajador y polifacético: además de
    político es médico. "Sin embargo, aquí
    estamos, en 2008", continúa, "y si se fija en los datos
    económicos, verá que, en estos últimos 12
    años, los países escandinavos y nosotros hemos
    avanzado muchísimo. Algunos lo llaman economía del
    abejorro: desde el punto de vista científico,
    aerodinámico, uno no puede figurarse cómo vuela,
    pero el caso es que lo hace, y muy bien"…

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