- Resumen
Los símbolos
Las representaciones
Los gobiernos, los nacionalismos y la
instrumentalización política de la fuerza
disociadora
Comentarios que podrían ayudar a neutralizar la fuerza
disociadora
Bibliografía
Resumen
Con posterioridad a la Guerra del
Pacífico y particularmente a partir de la firma del
Tratado de 1929, las relaciones entre Chile y Perú han
estado
gobernadas por simbolismos que han disociado las relaciones entre
ambos países, y han afectado las percepciones de la
sociedad
peruana respecto de la chilena y viceversa. Muchos de estos
símbolos están explícitos en
el Tratado aludido, y otros se han ido arraigando a lo largo del
siglo XX. Después de 80 años es conveniente
observar la disociación para discurrir sobre las medidas
que se podrían adoptar para neutralizarla o al menos
mitigarla.
Introducción
En América
del Sur se han realizado esfuerzos políticos y
diplomáticos para estrechar las relaciones entre los
países, y pese a ello subsisten fuerzas disociadoras que
han impedido el avance de los proyectos de
integración, e incluso en pleno siglo XXI
ciertos Estados no mantienen entre ellos relaciones
diplomáticas, aunque sí comerciales, culturales e
incluso militares. Algunas de las iniciativas de
integración han sido el Tratado de Montevideo de 1960
cuando se crea la Asociación Latinoamericana de Libre Comercio;
luego la Comunidad
Andina en 1969; posteriormente la Asociación
Latinoamericana de Integración en 1980; y en 1991,
mediante el Tratado de Asunción, se organiza el Mercado
Común del Sur (MERCOSUR),
todavía vigente, y que ha tenido logros más
visibles que el resto de los procesos
aludidos. Ahora último, se ha fundado la Unión de
Naciones Suramericanas (UNASUR) creada para construir una
identidad y
ciudadanía suramericanas y desarrollar un
espacio regional integrado, que permita contribuir al
fortalecimiento de la unidad de América
Latina y el Caribe. Desafortunadamente las señales
iniciales respecto de UNASUR, permiten aventurarse en
señalar que será otro esfuerzo político y
diplomático infructuoso.
Para encontrar una explicación a los continuos
fracasos que han tenido los procesos de integración en el
Sur de América, se ha recurrido a hipótesis que intentan desentrañar
las variables que
producen los efectos no deseados. Algunos indican que se trata de
los diferentes niveles de desarrollo, de
objetivos
contrapuestos o históricos conflictos
latentes que distorsionan los intereses nacionales de los
Estados. Esta disociación, que algunos geopolíticos
han definido como "una fuerza
centrífuga"[1] –en el nivel de las
sociedades y
de las personas en particular–, media en la elección
de las autoridades políticas,
que una vez electas son influidas por la fuerza disociadora al
momento de protagonizar o proponer acuerdos y tratados
internacionales.
En ese contexto, la dicotomía de los asuntos
exteriores suramericanos es particularmente visible en las
relaciones de Chile con Bolivia y
Perú.
En el caso de Chile y Perú, destacados
historiadores nacionales indican que las fuerzas aludidas se
originan a partir de la independencia
de ambos países, pero posteriormente se agudizan por los
sucesos de la Guerra del Pacífico, como también por
los resultados posteriores al Tratado de Paz y Amistad de 1883,
y al Tratado de Lima de 1929. Incluso entre ambos países
se ha dado, en las relaciones amistosas o conflictivas, la
priorización de sentimientos patrióticos que han
llegado al extremo de influir en la objetividad de la historia de
Chile y Perú: históricamente, las
relaciones con el Perú no han sido fluidas, armoniosas, ni
enriquecedoras. Desde el término de la Guerra del
Pacífico hasta el presente, variadas circunstancias han
contribuido a mantener, en general, una frialdad en las
relaciones bilaterales. Independiente de los tipos de gobierno que han
coexistido o de las concordancias o discrepancias de sus
orientaciones políticas e ideológicas, la
existencia de ciertos factores negativos de carácter más bien permanente, ha
dificultado el desarrollo de intereses compartidos de mutua
conveniencia que propendan al establecimiento de lazos
sólidos, estables y duraderos.[2] Esta
situación es claramente visible en la narración
histórica del siglo XX, la cual se ha encargado
–preferentemente– de resaltar los factores que
dividen y no los que integran.
Al respecto, el destacado historiador chileno Sergio
Villalobos, señala que la historiografía chilena
retrata que durante la Guerra del Pacífico las fuerzas
nacionales actuaron de manera impecable; sus protagonistas fueron
célebres guerreros, ejemplos de heroísmo y
sacrificio, que deben ser honrados como un modelo para
todos. Textualmente indica: si se describe el combate de
Concepción, se derraman adjetivos dignificantes; pero no
se refieren a los desmanes en vasta escala contra la
población, que explican la furia de los
montoneros peruanos. A su vez, en el Perú se exagera el
salvajismo "araucano" en muchas acciones y no
se repara en las actitudes
humanitarias ni se busca la explicación de los sucesos
deplorables. Tampoco se recuerdan los desmanes de los peruanos en
su propio país.[3] Por su parte, la
historiografía peruana ha sido en extremo apasionada. Su
expresión no se ha caracterizado por la solidez de sus
argumentos: el lenguaje
escrito ha llegado a ser insultante, aún en estudiosos del
pasado. La historiografía chilena no ha estado exenta de
pecados, aunque tiene una carga anímica menos pesada. Ha
reinado, en general, una visión superior de la política y de la
lucha armada, donde no se encontrarán los abusos, la
crueldad, el pillaje y otros aspectos
censurables.[4]
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