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Perspectiva histórica del imaginario disociador Chile-Perú (página 2)



Partes: 1, 2

Las observaciones de Sergio Villalobos son
–principalmente– extensivas a las narraciones de los
sucesos meramente militares, y pareciera que en ambos
países existiera una lucha entre los historiadores
militares para justificar las atrocidades de la guerra en
algunos, y mitigarlas en otros. En muchos casos no se intenta
explicar para comprender, sino exclusivamente expiar cuando de
errores propios se trata o de culpar e incluso ofender al
adversario, sobre todo cuando éste último ha sido
el que ha logrado la victoria según el suceso de que se
trate.

Estos resabios disociadores se han expresado con algunos
símbolos que durante el siglo XX han
estado
mermando el ideario que han construido los historiadores
peruanos, como también a través de la
instrumentalización de acciones, que
han construido una "representación censurable" en las
sociedades de
chilenos y peruanos respecto del otro. Un ejemplo es el texto de
Mariano Paz, que al referirse al coronel Pedro Lagos en la
conquista del
Morro de Arica indica que se distinguió después del
combate por su ferocidad: ordenó o presenció la
mayor parte de los asesinatos, logrando así que su nombre
merezca eterno recuerdo. Desde ese infausto día, el nombre
de Pedro Lagos infunde espanto en todo el Perú. Dejemos
que descanse el corazón
conmovido, y que otros se ocupen en detallar tantos y tan
cruentos actos de barbarie.[5]

Otros analistas chilenos señalan directamente que
Chile y Perú han tenido una relación vacilante,
afectada por la herencia del
pasado –fundamentalmente por la pérdida territorial
del Perú, invasión chilena y obtención de
trofeos de guerra–, que es un factor determinante en el
avance y desarrollo de
las relaciones de todo tipo, ya que en ambos países la
Guerra del Pacífico es el acontecimiento más
importante en la historia militar. Al
respecto, la periodista Paz Milet dice: la relación
entre Chile y Perú aún está fuertemente
condicionada por la herencia histórica que se evidencia,
principalmente, en la existencia de una serie de imágenes
antagónicas. Estas se identifican fundamentalmente con la
noción de dos países rivales, para los que la
Guerra del Pacífico fue y es un elemento primordial en la
generación de una identidad
nacional. En el caso de Perú, es una herida siempre
abierta, que implicó la perdida de la continuidad
Tacna-Arica y que condicionó su vinculación con la
antigua Capitanía.
[6]

Por lo anterior, y para hacer un aporte histórico
del imaginario disociador entre Chile y Perú, este
artículo intentará explicitar las variables que
han influido en la representación mental que existe en los
peruanos de los chilenos, y viceversa. Es decir, un punto de
vista sobre el imaginario disociador entre Chile y Perú, y
cuáles son los escenarios que han conformado la estructura del
imaginario o representación social, que está
arraigado en peruanos y chilenos.

Para ello, debo indicar que no intento referirme al
"Interaccionismo Simbólico" de Arnold Rose o Herbert
Blumer, ni tampoco a las representaciones colectivas de Emile
Durkheim o las
"Representaciones Sociales" de Tomás Ibáñez,
Denise Jodelet o Jean Claude Abric, por nombrar algunos de los
afamados académicos que tratan de estas complejas
disciplinas, que de paso valga mencionar, han realizado un gran
aporte en el estudio de fenómenos sociales que subyacen en
la historia y que han permitido una mejor interpretación de ella. Tampoco esta
exposición trata sobre el estudio de las
mentalidades como lo hace el destacado historiador chileno
Eduardo Cavieres Figueroa, y mucho menos se inmiscuye en el
"Inconsciente Colectivo" de Carl Gustav Jung, aunque respecto de
este último, la figura del "guerrero" o del militar de la
Guerra del Pacífico algunos historiadores lo asocian a un
arquetipo universal de "valiente", "cruel" o "patriota". El
único propósito es hacer un aporte sobre aquellas
variables que potencian la fuerza
centrífuga entre peruanos y chilenos, que incluye emblemas
o distintivos que han favorecido la construcción de un escenario disociador a
partir de las teorías
que tratan sobre los símbolos y las representaciones
sociales.

Para este cometido, primero –en una
aproximación teórica– se hará
mención a algunos símbolos que participan como
agentes o son el "combustible" de la fuerza disociadora y, como
una derivación, se esbozará la
representación social que éstos ayudan a construir.
Posteriormente, vistos los símbolos y las
representaciones, se señalará cómo los
gobiernos y los nacionalismos participan en la
instrumentalización política de la fuerza
disociadora, y finalmente, se intentará a modo de
conclusión proponer algunas medidas que podrían
ayudar a neutralizar la fuerza aludida.

Desarrollo

Los
símbolos

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Para la sociedad en
general y para los militares en particular los símbolos
son de gran importancia en la formación cultural. En las
organizaciones
militares de cualquier ejército se profesan costumbres y
se cumplen convencidamente los ritos y las tradiciones que
identifican a las unidades, y que tienen diferentes expresiones
como los honores, toques de clarín o trompetas, grados
distintivos, banderas, bastones de mando, estandartes de combate,
entrega de armas,
degradaciones, ascensos, consejos de honor, formaciones y
relaciones jerárquicas traducidas a procedimientos y
comportamientos. Esta forma de expresión militar es un
arraigado medio de comunicación en el mundo castrense, y cada
acto o símbolo está asociado a efectos y respuestas
con resultados predecibles. Por ello se puede decir que cada
símbolo produce un estímulo que tiene un
significado aprendido y un valor para la
gente, y la respuesta del hombre al
símbolo se hace en términos de su significado y
valor, sin olvidar que un significado se refiere a la manera en
la que la gente internaliza un símbolo en su conducta y
cómo este se va posteriormente retransmitiendo.

En este sentido, la interacción entre los diferentes
símbolos incluye el supuesto de que el hombre
nunca borra de su memoria nada,
pero su recuerdo no es una simple custodia de variada información, sino que el hombre la hace
converger a un modelo de
comportamiento
y a una manera de concebir el mundo o la historia. Por ello se
dice que las conductas humanas son el producto de la
historia, de su vida, y de su experiencia social como individual.
Los símbolos que aprende una persona lo hace a
través de la
comunicación con otros de su misma especie, de modo
que la mayoría de los símbolos tienen significados
y valores
comunes o compartidos.

En el Tratado de Lima se observan símbolos
explícitos y otros más difusos con gran significado
como tales.

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En un primer grupo es
posible advertir cuatro símbolos que identifican de lleno
el conflicto:

  • El primero de ellos se refiere al Morro de Arica y
    lo que representa, como el bastión expugnado, que se
    alza apoteósico a la vista ineludible de cualquier
    peruano o chileno que visite o habite en Arica. Es un
    majestuoso símbolo para los que lograron la victoria,
    y un afrentoso emblema natural para los que fueron
    derrotados.

  • El segundo son las propias ciudades de Tacna y
    Arica, la conquistada y la entregada, la cedida o la
    concedida que cobijó a tropas y separó a
    familias.

  • El tercer símbolo, es visible en el
    artículo quinto del Tratado, y está
    representado por el malecón de atraque, la agencia
    aduanera y la estación para el ferrocarril a Tacna. Es
    decir, el país ganador de la guerra debió
    construir y facilitar un área para el país que
    perdió la guerra, en reemplazo de haberse apropiado de
    la ciudad y terminal portuario del otro.

  • El cuarto símbolo, y el más
    trascendente como tal, que fue expresamente estipulado para
    tal efecto en el artículo 11º del Tratado de
    Lima, se refiere a la norma donde los gobiernos de Chile y de
    Perú acuerdan erguir en el Morro de Arica un monumento
    simbólico para conmemorar sus relaciones de amistad,
    por lo que cabría preguntarse ¿el actual
    monumento representa las relaciones de amistad y de identidad
    de ambos países?

En un segundo grupo están los símbolos que
he denominado más difusos o implícitos, pero que
influyen de sobremanera en el imaginario de la sociedad peruana y
chilena, y de los militares de ambos países en particular,
ya que son consecuentes con la afirmación de que a
través del aprendizaje del
contexto cultural el hombre es capaz de predecir la conducta de
los demás en la mayoría de las ocasiones y ajustar
su propia conducta a lo que prevé que será la
conducta de los otros.

  • El primero de ellos está en el
    artículo 2º cuando dice que la frontera entre los
    territorios del Perú y de Chile partirá de un
    punto de la costa que se denominará "Concordia", que
    significa conformidad, unión, convenio o instrumento
    consensuado en debida forma, en el cual se sostiene lo
    tratado y convenido con el consentimiento de las partes. Este
    símbolo, que físicamente debería estar
    personificado por el Hito 1, representa una fuerza emocional
    por su denominación "Concordia" ¿ha existido
    concordia? ¿El mero nombre no constituye un baluarte
    de la discordia?

  • El segundo, se deriva del artículo 1º
    del Protocolo Complementario, donde se acuerda que los
    gobiernos de Perú y Chile no podrán, sin previo
    acuerdo entre ellos, ceder a una tercera potencia la
    totalidad o parte de los territorios que, en conformidad al
    Tratado, quedan bajo sus respectivas soberanías,
    incluso ni siquiera construir nuevas líneas
    férreas internacionales. O sea este restrictivo
    acuerdo concede una soberanía pero con restricciones,
    ¿por qué se incluyó esta
    cláusula? Será, que desde aquel entonces
    Perú no estaba de acuerdo con una salida al
    océano Pacífico para Bolivia por esta parte del
    territorio, o Perú dejaba entrever un espíritu
    reivindicativo. Cualquier respuesta es válida, pero el
    simbolismo ha estado presente todos estos
    años.

  • El tercero, es el artículo 10º del
    Tratado, que indica que los hijos de peruanos nacidos en
    Arica se considerarían peruanos hasta los
    veintiún años de edad, edad en que
    podrían optar por su nacionalidad definitiva, y los
    hijos de chilenos nacidos en Tacna tendrían el mismo
    beneficio. Por lo tanto, algunos ciudadanos nacidos en Arica
    o Tacna, recién después de 20 años con
    posterioridad a 1929, pudieron contar con su nacionalidad
    definitiva.

  • Por último, y que no está estipulado
    en el Tratado pero de igual significancia a la postre de
    éste, son los elementos que se trajeron a Chile y que
    han servido para instrumentalizar la derrota, como lo son los
    adornos, libros y otros objetos de poco valor
    histórico, pero hábilmente utilizados para
    manipular el recuerdo. Capítulo aparte lo constituye
    el "Huáscar", que pese a la nobleza con que los
    historiadores chilenos han tratado al héroe Miguel
    Grau, éste representa un despojo de la guerra y un
    trofeo de la victoria.

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Como se puede apreciar, el Tratado entre Chile y el
Perú de 1929, dejó definitivamente configurada la
frontera norte
de Chile, pero también constituye el origen de algunos
símbolos que penetran el imaginario de peruanos y
chilenos. Estos emblemas han influido en la idea o
representación social que ambas sociedades tiene una de la
otra, y han sido decisivos en el proceso de
interacción formante de la fuerza disociadora. En ese
contexto, esta relación entre los símbolos implica
la voluntad de ponerse en el lugar de otro, y figurarse
cómo se imagina e interpretará la
información el receptor, ya que el hombre se distingue por
su capacidad para ponerse en el lugar de otro singular y
además, de "otro generalizado".

Las
representaciones

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Las representaciones que existen en nuestra
imaginación de cómo es el grupo social en el cual
participamos o cómo identifico a otro grupo social,
pertenece a la estructura de nuestro conocimiento
de la realidad, que por ende está construida socialmente.
Esta noción se elabora a partir de los propios
códigos de interpretación, los cuales construyen
las representaciones individuales, que no son otra cosa que la
forma o expresión individualizada y adaptada de estas
representaciones colectivas a las características de cada
individuo.

En palabras más simples, el entorno social
(símbolos, costumbres, mensajes, etc.) modela nuestra
forma de pensar en relación a la sociedad y respecto de
otras sociedades. El contexto social chileno participa en la
representación que nos hacemos de los peruanos, y a la vez
en Perú sucede lo mismo en relación a los chilenos.
Podríamos decir que la representación social de los
chilenos, respecto de los peruanos va incluir la historia (lo que
se relata o lee), lo que transmiten los medios de
comunicación y las experiencias personales que cada
sujeto ha tenido con peruanos.

En los últimos años comenzó un
intenso flujo migratorio de Perú hacia Chile a raíz
de la crisis
económica que atravesaba el primer país, y la
estabilidad y desarrollo del segundo. Los peruanos comenzaron a
formar nuevos grupos
sociales en la capital
chilena, y se puede decir que emigraron a Chile personas, pero
además llegó cultura,
costumbres, comidas y también problemas. Los
puestos laborales que ocupan los peruanos en la mayoría de
los casos son puestos de servicios, un
alto porcentaje llega para emplearse en el servicio
doméstico. En estas labores las relaciones no son
igualitarias, sino que los "empleadores" tienen control sobre sus
contratados, ya que ellos están "necesitando" trabajar, a
niveles extremos que los han obligado a salir de su país
por encontrarse socialmente vulnerables. Por lo tanto, se arraiga
una relación social muy desigual.

Por otro lado, los chilenos que han tenido relaciones
con peruanos también van aportando a la
representación de éstos en nuestro país.
Debemos tener en cuenta que ellos no vienen porque quieren, sino
por necesidad y como entes sociales se organizan y reclaman por
las diferencias que los discrimina laboral y
socialmente.

Esta influencia del entorno media en el mantenimiento
de la identidad y en
la orientación de nuestra conducta acerca de otros. En
esta relación, la historia adquiere una especial
dimensión, ya que ante intereses contrapuestos o en un
contexto conflictivo, el ambiente se
nutre de resentimientos y estalla el patriotismo. Por ello, el
historiador Sergio Villalobos indica: la ideología militar, expresada en ceremonias
y homenajes reiterados, influye poderosamente; el periodismo y
la difusión actúan por rutina; en los programas
escolares y en los manuales se
entiende que es obligación la exaltación de
virtudes patrias; los profesores son repetidores ardorosos de
conocimientos petrificados y aún de consignas vehementes;
los círculos gubernativos y los políticos creen que
es un deber alentar los sentimientos
nacionalistas.
[7] En los historiadores
está la responsabilidad de meditar sobre lo que se
publica, que debe concretarse con la objetividad que la metodología histórica pueda aportar:
La historia no tiene por qué cargar con el
patriotismo, (…..) Solamente en ese nivel ético
puede moverse el historiador, como en un plano ideal, aunque
esté lleno de baches que no pueden evitarse, porque la
objetividad absoluta no existe y siempre están las falsas
percepciones de cada uno. (…..)
.[8]

En este sentido, algunos hechos, que coadyuvan a la
fuerza disociadora que está latente en el imaginario
chileno-peruano son los paradigmas,
que damos por ciertos pero que no necesariamente lo son. Ya que
son estructuras de
pensamiento
que definen y enmarcan las ideas, dan sentido y dirección, interpretación y
contexto. Pero existe una fuerte tendencia a defender los
paradigmas y no razonamos sobre su validez, y paulatinamente los
convertimos en algo absolutamente cierto. En relación a
ello, los historiadores deben detenerse a reflexionar sobre los
paradigmas, porque como no son verdades absolutas, la
abstracción permitirá ver otros caminos o
posibilidades. El cuestionamiento de ellos no es fácil,
son modelos de
conveniencia y seguridad, sus
variaciones implican cambios en la cultura y en los arquetipos
arraigados en el conservadurismo militar. Atribuir virtudes a la
tropa o a los comandantes después de una victoria es
fácil y creíble, pero inmediatamente después
de una derrota es insostenible, aunque después de un
tiempo
producto del patriotismo y la conveniencia, la derrota se
transforme en una acción
de armas gloriosa, pasando en breve, algunas de ellas a
transformarse en mito.

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A simple vista pareciera que cuando los mitos
están arraigados en la cultura popular y particularmente
en la historia militar, no es conveniente exteriorizar sus
verdades, por el rechazo de quienes, con fundamento o no, se los
han apropiado como tal. Visto así, el mito
predominará, lo que es bueno para transmitir ejemplos
heroicos, pero constituirá información que el
investigador de la historia militar deberá administrar con
prudencia. La mayoría de los mitos nacen ante la
inexistencia de fuentes
primarias y de la exaltación de los historiadores. Valga
como ejemplo lo indicado por Rafael Mellafe y Mauricio Pelayo
cuando se refieren a dos mitos que se relacionan con la muerte del
coronel peruano Alfonso Ugarte y al brebaje de la "chupilca del
diablo" para inculcar una fuerza sobre humana en los chilenos.
Del primero, indican que el cuerpo fue encontrado en el fuerte
que corona la cima del Morro, por lo cual es poco probable que
haya saltado, y del segundo, señalan que si se hubiera
ingerido la "chupilca del diablo" tal como se describe
(aguardiente y pólvora), lo más probable es que
hubiera sido mortal para el que lo hiciera, lo que sí era
cierto, es que antes de las batallas los soldados tomaban
aguardiente con harina tostada y que ésta era de un
color muy
parecido al de la pólvora.[9]

Michael Howard en Las Causas de las Guerras y
Otros Ensayos
, señala que en muchos historiadores del
ámbito académico-civil existe escepticismo respecto
del uso de la historia militar que tenga como origen un
historiador militar, ya que en algunos círculos
universitarios la historia militar propende a ser considerada
como sirvienta del militarismo, o su empleo
principal puede tener fines propagandísticos o de
creación de mitos. Esta cruda aseveración la
fundamenta el compromiso que tiene un historiador militar con las
hazañas bélicas que investiga, donde el historiador
de una organización militar tiene que sustentar la
idea de que su unidad ha sido valiente, disciplinada y eficiente,
sobre todo en el pasado inmediato: Subrayará, sin
sensación alguna de demasía, los episodios
gloriosos de su historia, y pasará como sobre ascuas por
los más oscuros, sabiendo perfectamente bien que su
misión
es servir al fin práctico del mantenimiento de la futura
moral del
Regimiento
.[10]

El análisis de la historia militar,
además del relato, evalúa el significado y trata de
aportar a los problemas actuales las experiencias pasadas. El
análisis de la historia militar se basa en la historia
militar descriptiva, pero va más lejos que ella. El
historiador militar descriptivo es un reportador de
acontecimientos y un observador de los procesos de
combate y de las formulaciones de políticas.
Por el contrario, el analista de la historia militar
también se preocupa de interpretar la formulación
de la política, la doctrina y los planes. El mal uso de la
historia militar se da cuando se utiliza en apoyo de ideas
preconcebidas. Algunas veces los hechos históricos son
inexactos o están mal interpretados, otras veces son
exactos pero su interpretación es errónea. El valor
de la historia militar está en que, cuando se le analiza
objetivamente, permite proyectar las tendencias de las
experiencias del pasado.

La verdad u objetividad pareciera que siempre
será parcial, ya que difícilmente el historiador
podrá luchar contra la autenticidad de una fuente, la
información sesgada, con las contradicciones con igual
valor de origen o con la propia interpretación que haga de
los hechos. El investigador estará imbuido de su propia
formación y esta incidirá en los resultados, ya sea
por la influencia del medio cultural en que se desenvuelve o por
los atisbos de pre juicio de los cuales difícilmente se
podrá disociar: Muchos acontecimientos
históricos no han podido ser observados sino en momentos
de violenta conmoción emotiva, o por testigos cuya
atención fuera solicitada demasiado tarde,
si había sorpresa, o retenida por las preocupaciones de la
acción inmediata, era incapaz de fijarse suficientemente
en aquellos rasgos a los que el historiador atribuiría
hoy, y con sobrada razón, un interés
preponderante
.[11]

Como podemos ver, en la representación social
convergen los símbolos y la historia, y dentro de
ésta los mitos, ritos y paradigmas. Si los símbolos
son inmutables la representación es inflexible y si los
historiadores no son objetivos y
rigurosos en la selección
de las fuentes, los mitos predominantes deformaran la historia y
por ende la representación social que implica.

En este proceso, los ritos y los mitos facilitan la
inculcación de valores mientras no alteren en
demasía la objetividad del contexto histórico
aludido. Válidas son también las críticas de
algunos historiadores, que sostienen que el apasionamiento de los
historiadores militares los lleva a deformar los resultados de
algunos sucesos, es propio entender eso sí, que el
investigador militar con formación académica
castrense, une de mejor forma y recrea con mayor exactitud
aquellos hechos históricos sobre los cuales no existe
información de primera fuente, pero en los cuales, la
proporción de las fuerzas, el terreno, el clima y la
logística permiten concluir sobre el
esfuerzo y valores de los protagonistas: La vitalidad del
mito recibe constantemente energía a través de
recuerdos, símbolos y ritos. En el Perú los
monumentos de Grau, Bolognesi, Alfonso Ugarte y Petit Thouars son
parte de un recuerdo cultivado constantemente y, tanto las
acciones específicas de los personajes representados, como
el trastorno general de la Guerra del Pacífico,
están en la simbología
mítica.[12]

Los gobiernos, los
nacionalismos y la instrumentalización política de
la fuerza disociadora

En ambos países, las Constituciones
Políticas asignan la responsabilidad de conducir la
política exterior a los Jefes de
Estado,[13] y por ello éstos tienen un rol
preeminente en el rumbo y en las tendencias que representan. Un
estudio sobre las relaciones de Chile y Perú concluye
respecto al rol aludido: influyen en la gestación de
crisis o su resolución, cómo pueden incentivar o
aminorar pretensiones que chocan con los intereses del otro
estado o cómo arbitran la mayor o menor
participación de los diferentes estamentos ligados a la
elaboración de la política
exterior
.[14] Pero, aunque los gobiernos de
diferentes países tengan alguna afinidad ideológica
o incluso los mandatarios pertenezcan al mundo castrense, no
constituye un padrón de referencia para indicar que estas
variables son suficientes para llevar a cabo con éxito
cualquier negociación. Por el contrario, pareciera
que otros factores son primordiales tales como, el grado de apoyo
popular que tenga la autoridad y su
respectivo gobierno, la
legitimidad de origen, el apoyo y presencia internacional,
gobernabilidad y estabilidad política interna.

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Conforme lo anterior, es parte del realismo de
las relaciones
internacionales la instrumentalización política
que se hace de aquellas situaciones que, hábilmente
utilizadas permiten unificar sentimientos, cohesionar a las
mazas, distraer la atención pública o movilizarla
hacia otros fines. Un ejemplo lo constituye la retórica de
Ollanta Humala Tasso (integrante del Partido Nacionalista
Peruano), que sustenta sus aspiraciones políticas en la
reivindicación territorial del Perú. Otra hecho
notorio fue cuando el presidente Toledo alcanzaba una baja
popularidad del 20% (2002), y coincidentemente levanta el tema de
la delimitación marítima con Chile, lo que
bastó para que las encuestas
mostraran un notable repunte de su popularidad, e incluso como lo
señala José Rodríguez Elizondo, la base
política y social de todos las fracciones nacionalistas
peruanas fue pesando cada vez más sobre el gobierno de
Toledo y creando condiciones para un gobierno nacionalista:
el primer síntoma se produjo cuando el Presidente
aceptó la renuncia del ministro de defensa, Aurelio Loret
de Mola, quien conducía una reforma profunda en las
Fuerzas Armadas, para que dejaran de considerar a Chile como un
enemigo permanente y eliminar la posibilidad de una nueva guerra
(…..) su reemplazante, el general Roberto Chiabra, pronto
anunciaría que las Fuerzas Armadas estaban preparadas para
una guerra contra Chile.[15]

En este contexto, es notoria la falta de estabilidad
política que ha tenido Perú en el siglo XX, y como
esta inestabilidad afectó sus relaciones exteriores.
Prueba de ello son las cuatro Cartas
Constitucionales, y las desiguales condiciones en las cuales
ejerció el gobierno cada presidente. En el cuadro a
continuación se puede observar, que sólo 13 de
ellos han sido constitucionales o electos y 10 han sido producto
de golpes militares o autoproclamados por lo mismo. De igual
forma, es evidente la cantidad de partidos o agrupaciones
políticas que han sido gobierno entre 1929 y 2009, entre
las que se cuenta a doce militares. En un total de ochenta
años hubo 31 presidentes con diferente legitimidad, pero
que arroja un promedio de 2,5 años por presidente. A
partir de 1980 se observa un origen legítimo de los
presidentes, con la excepción de Fujimori y su "autogolpe"
de 1992 y su anticipada salida del gobierno en el
2000.

PRESIDENTES DEL PERÚ
1929-2009

CONDICIÓN

CANTIDAD

CONSTITUCIONALES

13

NOMBRADOS-RATIFICADOS POR EL
CONGRESO

3

DESIGNADOS POR LA
PRESIDENCIA

2

GOLPES MILITARES –
AUTOPROCLAMADOS

10

DESIGNADOS POR JUNTA DE
NOTABLES

2

SUCESIÓN LEGAL

1

TOTAL

31

PARTIDOS-AGRUPACIONES
POLÍTICAS QUE HAN SIDO GOBIERNO 1929-2009

DENOMINACIÓN

CANTIDAD

PARTIDO DEMOCRÁTICO REFORMISTA

2

MILITAR

12

PARTIDO DEMÓCRATA

1

UNIÓN REVOLUCIONARIA

1

MOVIMIENTO DEMOCRÁTICO PRADISTA

1

FRENTE DEMOCRÁTICO NACIONAL

1

PARTIDO RESTAURADOR

1

ACCIÓN POPULAR

3

PARTIDO APRISTA PERUANO

2

CAMBIO 90

1

CAMBIO 90 NUEVA MAYORÍA

1

PERÚ 2000

1

PERÚ POSIBLE

1

Contrariamente a la situación del Perú, en
Chile ha existido mayor estabilidad política entre 1929-
2009, y por ende protagonistas más válidos en la
dirección de su política exterior. En las
últimas décadas sobresale el gobierno chileno
presidido por el general A. Pinochet, al cual le
correspondió relacionarse con los gobiernos de los
generales Juan Velasco Alvarado (1968-1975) y Francisco Morales
Bermúdez (1975-1980), que como es bien sabido,
éstos protagonizaron el periodo donde Chile ha estado
más amenazado de sufrir una acción armada por parte
del Perú. Primero, en 1975 cuando el gobierno peruano
habría gastado más de 2 mil millones de
dólares en la compra de armamento a la Unión
Soviética, adquiriendo más de 1.000 tanques, y un
número considerable de caza bombarderos y otros medios que
constituían una abierta amenaza a la integridad de Chile,
más aún cuando la información disponible
advertía del interés del presidente Velasco por
recuperar territorio perdidos en la Guerra del Pacífico.
Segundo, en el gobierno del general Morales, porque éste
finalizó el plan de
equipamiento de la fuerzas armadas iniciado por el general
Velasco, que en el gobierno siguiente, el de Fernando
Belaúnde Ferry (1980-1985), le permitió al
Perú apoyar con recursos a
Argentina en la guerra por las islas
Malvinas, que como es sabido también, Chile
apoyó al Reino Unido ya que se avizoraba de mediar un
éxito en las Malvinas, que
Argentina realizaría una acción similar en el sur
de Chile.

Comentarios que
podrían ayudar a neutralizar la fuerza
disociadora

Para aproximarse a la búsqueda de las acciones o
instrumentos que podrían servir a la neutralización
de la fuerza disociadora entre Chile y Perú, se debe
partir de una perspectiva realista que reconozca que algunos
hechos son inmutables o que las voluntades políticas no
son suficientes para modificarlos. Por ejemplo, será
imposible borrar de las mentes de chilenos y peruanos que Chile
fue el país victorioso en la Guerra del Pacífico, y
que los territorios conquistados por Chile son
legítimamente chilenos en virtud de los Tratados
posteriores a la guerra, a los cuales las partes concurrieron,
aceptaron y ratificaron libremente. Segundo, los símbolos
más importantes heredados de la Guerra del Pacífico
en general o del Tratado de 1929 en particular, como lo son el
Morro de Arica, la ciudad de Arica, el muelle, la
estación, y las paradójicas variables a la soberanía, continuarán impasibles a
cualquier negociación, cambio o
proposición. Tercero, es improbable que la
representación que tienen los peruanos de Chile tenga
algún cambio de mediar la devolución de elementos
que las autoridades de Chile de la época consideraron
trofeos de guerra, aunque del más importante de ellos se
trate, como lo es el Huáscar, lo más factible, es
que el distintivo o la rememoración cambie de lugar
físico pero en ningún caso de
significado.

Participa en esta construcción realista lo
señalado por los generales Juan Salgado y Óscar
Izurieta: la presencia de una carga emocional negativa,
traducida en una exagerada exaltación nacionalista,
desconfianza y recelo hacia el vecino y un marcado
espíritu revanchista por parte del pueblo y de las Fuerzas
Armadas peruanas, como herencia de la Guerra del
Pacífico.
[16] Como también el
impacto que ocasionó en los peruanos el hecho de que las
tropas chilenas llegaran a ocupar la capital del Perú, y
que los territorios peruanos y bolivianos estén generando
los principales recursos
naturales utilizados por Chile para su desarrollo.

En los últimos años esto ha sido notorio,
ya que los recursos proporcionados por la explotación de
la gran minería le
han permitido a Chile disponer de una reserva de valiosos
recursos para los fines de su desarrollo
social, y de paso para la modernización de sus fuerzas
armadas. Como lo expresa S. Villalobos: el chileno tiene
conciencia de una
historia exitosa, que ha construido una nación
bien organizada y de carácter unitario en los rasgos
físicos y culturales de su gente. Hay una relativa
homogeneidad racial, el Estado se
organizó tempranamente y la vida institucional sólo
ha tenido interrupciones temporales. La gestión
pública y la honestidad se han
mantenido en niveles superiores, y en cuanto a cultura, la educación
pública ha sido un modelo y las grandes figuras intelectuales
han enorgullecido a todos
.[17]

Conforme a lo anterior, la "fuerza centrífuga"
continuará presente en la relación entre
Perú y Chile, ya que sería un absurdo proponer la
devolución de algún símbolo o suponer que
ambas sociedades pueden concretar un cambio donde los
nacionalismos no estén presentes. Tampoco la
solución se encuentra en culpar a los que dirigen la
política exterior o que circunstancialmente
instrumentalizan políticamente la vulnerable
relación entre Chile y Perú, sino me aventuro en
señalar, que el camino que podría disminuir el
imaginario de confrontación pasa por lo
siguiente:

  • Observar los estudios y conclusiones a los que ha
    llegado el destacado historiador chileno Eduardo Cavieres
    Figueroa (Premio Nacional de Historia 2008) que postula a un
    cambio en los contenidos de la historia de ambos
    países y a una integración curricular que
    permita erradicar los sesgos que producen disociación.
    Eduardo Caviares indica que existen: estereotipos
    discriminatorios que emergen del conocimiento de los
    conflictos políticos y militares adquiridos en la
    educación temprana por la enseñanza de una
    historia que se ha ocupado más de exaltar las
    desavenencias y desacuerdos, que de avanzar en la necesidad
    de erradicar la discordia, contrarrestar la violencia y
    sembrar las ideas de la paz y el entendimiento en la mente de
    los estudiantes.
    [18]

  • En la concepción de los contenidos
    históricos, E. Cavieres apuesta a la conveniencia de
    incorporar el concepto de "Cultura de la Paz" como parte de
    la enseñanza de la historia para la
    integración: la enseñanza de la historia
    con enfoque hacia la cultura de la paz debe contribuir a la
    consecución de una convivencia solidaria entre todos
    los pueblos y facilitar los procesos de integración.
    Es una enseñanza de la historia que ayuda a los
    estudiantes a dilucidar los problemas de la democracia, de
    los desequilibrios económicos, de las desigualdades
    sociales, que en últimas instancias, son las que
    conducen a las confrontaciones de poder entre los
    pueblos.
    [19]También es
    válida la siguiente advertencia del profesor Cavieres:
    el concepto "Cultura de la Paz" corre el riesgo de
    sumirse en la retórica del discurso si no se comprende
    como proceso dinámico y pluridimensional, en el cual
    el conflicto no es siempre algo negativo e indeseable; el
    conflicto no siempre implica la violencia ni la guerra; es un
    factor de disociación que es posible canalizar y
    abordar, que da lugar al diálogo y a la
    concertación para enfrentar de manera creativa
    situaciones que no necesariamente tienen que
    desaparecer.
    [20]

  • Los historiadores que tratan de la relación
    Chile-Perú, y particularmente los historiadores
    militares, pueden hacer su aporte en la mitigación de
    la disociación entre ambos países,
    esforzándose en la construcción objetiva e
    interpretación histórica desapasionada. Para
    ello, lo más recomendable es tener siempre presente
    que la Historia es una ciencia, y que como tal, se tiene que
    someter al método científico con el cual se
    investiga en las Ciencias Sociales. La sujeción a una
    método es el más aconsejable medio para
    enfrentar hechos y construir verdades.

  • El Ejército, como instrumento de la
    política exterior del Estado y en consonancia con las
    directrices de éste, puede hacer un aporte en el
    estrechamiento de las relaciones entre ambos países de
    variadas formas, tales como: celebrar actos
    patrióticos con asistencia de delegaciones y
    autoridades de ambos países; participar en operaciones
    internacionales de paz comunes; intercambiar profesores,
    alumnos y observadores; construir monumentos
    patrióticos comunes; evitar el ensalzamiento de
    símbolos disociadores; intercambiar exposiciones
    históricas; desarrollar proyectos de narración
    histórica en conjunto; canjear o donar piezas de valor
    histórico; y realizar ejercicios con fuerzas y estados
    mayores de ambos países.

Bibliografía

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Autor:

Rodolfo A. Ortega Prado

Doctor en América
Latina Contemporánea de la Universidad
Complutense de Madrid (Facultad de Geografía e
Historia). Diplomado en Sociología Militar (Academia de Guerra).
Diplomado en Prevención de Conflictos (Universidad
Complutense). Profesor del
Departamento de Estudios Estratégicos de la Academia de
Guerra del Ejército de Chile.

[1] TAYLOR, PETER
J., Geografía Política: Economía-Mundo,
Estado-Nación y Localidad, Madrid: Trama Editorial S.L.
1994, p. 310.

[2] SALGADO BROCAL JUAN C.; IZURIETA FERRER,
ÓSCAR, Las Relaciones Bilaterales Chileno-Peruanas
Contemporáneas: Un enfoque realista, Santiago:
Biblioteca Militar, Ejército de Chile, 1992, p.224.

[3] VILLALOBOS R., SERGIO, Chile y
Perú la historia que nos une y nos separa 1535-1883,
Santiago: Editorial Universitaria, 2004, p.10.

[4] Ídem.

[5] PAZ SOLDAN, MARIANO FELIPE,
Narración Histórica de la Guerra de Chile contra
el Perú y Bolivia,
Lima: Editorial Milla Batres, 1979, p. 200.

[6] MILET, PAZ VERÓNICA,
"Chile-Perú: las dos caras de un espejo", Revista
Ciencia Política, (Santiago) [online]. 2004, vol. 24,
no. 2, pp. 228-235. Disponible en:
http://www.scielo.cl/scielo.php?script=sci_
arttext&pid=S0718-090X2004000200015&lng=es&nrm=iso
>. ISSN 0718-090X. Ingreso 14 de mayo 2009.

[7] VILLALOBOS, op. cit, p.9.

[8] Ídem.

[9] MELLAFE MATURANA, RAFAEL; PELAYO
GONZÁLEZ, MAURICIO, La Guerra del Pacífico,
Santiago: Centro de Estudios Bicentenario, 2007, pp.
206-207.

[10] HOWARD, MICHAEL, en Las Causas de las
Guerras y Otros Ensayos,
Ediciones Ejército, Servicio de Publicaciones del EME,
Madrid, España, 1987.

[11] BLOCH, MARC, Introducción a la Historia, Editado por
el Fondo de Cultura Económica, México, 2006,
p.102.

[12] VILLALOBOS, op. cit., p.263.

[13] Chile (1980 / 2005) Art.32, 15º,
Conducir las relaciones políticas con las potencias
extranjeras y organismos internacionales, y llevar a cabo las
negociaciones; concluir, firmar y ratificar los tratados que
estime convenientes para los intereses del país
(……). Perú (1993) Art.118, 11º,
Dirigir la política exterior y las relaciones
internacionales; y celebrar y ratificar tratados.

[14] SALGADO BROCAL JUAN C.; IZURIETA FERRER,
ÓSCAR, Las Relaciones Bilaterales Chileno-Peruanas
Contemporáneas: Un enfoque realista, Santiago:
Biblioteca Militar, Ejército de Chile, 1992, p.221.

[15] RODRÍGUEZ ELIZONDO, JOSÉ,
De Charaña a La Haya, Santiago: La Tercera Ediciones,
2009, p. 163.

[16] SALGADO, JUAN C.; IZURIETA,
ÓSCAR, op. cit., p. 226.

[17] VILLALOBOS, op. cit., p.263.

[18] CAVIERES FIGUEROA, EDUARDO,
Chile-Perú, La Historia y la Escuela. Conflictos
Nacionales, Percepciones Sociales, Valparaíso: Ediciones
Universitarias, 2006, p.31.

[19] VARGAS DE AVELLA, MARTHA, Enseñanza de la historia para la integración y cultura de la paz, cita de
CAVIERES FIGUEROA, EDUARDO en Chile-Perú, La Historia y
la Escuela. Conflictos Nacionales, Percepciones Sociales,
Valparaíso: Ediciones Universitarias, 2006, p.31.

[20] Ídem.

Partes: 1, 2
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