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El espíritu del ser abogado (página 3)




Enviado por Mayela RUIZ MURILLO



Partes: 1, 2, 3

Claro que la condición inexcusable para triunfar
en una profesión es saber ejercerla. Cuando se trata de
cosas que a la gente le atañe personalmente -como la
fortuna, la salud o la honra- no se
entrega sino a quien por su valer personal, les
ofrece garantías de acierto; más para llegar a
ofrecer garantía de acierto el abogado ha de hacerse de
prestigio. Esta es una de las primeras crisis que
atraviesa el joven abogado, ¡es ardua labor ir tras la
conquista de
la fama, luchando entre cincuenta mil y sin más armamento
que las aptitudes con que cuenta!. Consideremos entonces los
medios que un
abogado tiene para darse a conocer:

1( La asociación: Hemos imitado la costumbre
extranjera de trabajar en colaboración
-estableciéndose bajo una razón social dos o
más compañeros o creando entre varios un
consultorio-, lo que ha llegado a demostrar que es posible
trabajar en equipo. Y si no se comparte el trabajo
sino que cada cual realiza el suyo con independencia
de sus colegas, ¡no constituirá un engaño la
agrupación de nombres?, ¿a qué conduce
ofrecer grados académicos, títulos y merecimientos
de varios, cuando en definitiva ha de ser uno solo quien preste
el servicio?. Es
que es así como funciona el trabajo en
equipo; nadie ha dicho que trabajar en equipo sea que todos
hagan lo mismo al mismo tiempo y para
eso hay unas distribución del trabajo con
derechos y
deberes para cada quien: el especialista en derecho de familia o el de
trabajo hará lo suyo cada cual y en caso de dudas
podrá consultarse el criterio de la asamblea de
bufete.

2( El anuncio: Es lícito decir "yo vendo buen
condumio
", pero ¿es grosero anunciar "yo tengo
honradez y talento
"?. Algunos lo admiten y otros lo
consideran como una degradación. A mi me parece
perfectamente admisible, siempre y cuando no caigamos en las
artes de la captación comercial. [Porque decir en la
tarjeta de presentación "Fulano de Tal, Abogado" no es
decir mucho -ya que abogados somos una gran cantidad y el nombre
por si sólo no descubre ninguna cualidad-, habría
que agregar "especialista en", hasta se vale colgar un letrero
llamativo en el balcón… ¿y por qué no,
aparecer en la guía telefónica?, o ¿en un
directorio de consultorías?, o ¿en los
catálogos de especialidades? -pero desde ahí hasta
anunciar que no cobrará si gana el pleito, o repartir por
las calles boletas para una consulta gratis, o dar premios a los
diez primeros clientes del
año, hay mucha distancia y no debemos
confundir-].

3( La exhibición Aunque duela un poquillo la
palabra, hay que usarla en su acepción noble, para venir a
parar en que éste es un medio lícito de darse a
conocer. Porque en efecto, si lo que en nosotros se busca es el
modo de pensar, sentir y actuar, nadie negará que debemos
aprovechar las ocasiones de poner de manifiesto lo que "llevamos
dentro" y lo que somos "capaces de hacer". Lo malo es que esto de
la exhibición tiene consuetudinariamente una mala interpretación y es la de suponer que la
politiquería es la única posibilidad de
exhibición provechosa -por donde se llega
fácilmente a la punible confusión entre política y
abogacía-. Aludo una exhibición estrictamente
profesional que por nadie puede ser tachada: permanecer largo
tiempo como asistente en un bufete reconocido, intervenir en las
discusiones académicas, escribir ensayos en
revistas jurídicas, colaborar en obras sociales, dar a
luz folletos y
monografías, ejercer la defensa pública,
desempeñar cargos a por honor, etcétera. Todas
estas actividades establecen un buen número de relaciones
y permiten al público entendido o profano y colegas
enterarse de las disposiciones del abogado joven.
¿Merecerá la pena hablar de los que se han dado a
conocer como abogados después de haber sido ejecutivos,
ministros o diputados y sólo por haberlo sido?. Creo que
no, porque son casos aislados y no constituyen sistema; pero,
cuando por ventura resulta que el político sirve para
abogado, todos debemos alegrarnos de su advenimiento puesto que
la honra con su saber -y si no sirve tampoco implica vicio, ya
que todo el mundo sabrá rápidamente de la burda
trama-.

Abogados y
especialistas

Sin desconocer las ventajas que en su momento trajo la
división del trabajo, soy enemiga de la postura donde cada
ser humano dedicó su actividad íntegra a realizar
una minúscula función en
la que obviamente llegó a ser insuperable, pero de la que
no se emancipó jamás. Quien entrega su vida a pulir
una bola o a afinar un tornillo debe aspirar a ser tallista,
tornero o ajustador; es decir, pasar de lo simple a lo complejo,
de la parte al todo. El más noble intento de
realización humana es la elevación, la
generalización, el dominio total del
horizonte. Y esto debe ser así en todo el quehacer humano
y más en lo tocante a las profesiones [el médico
que sólo se ocupa de los riñones, o de la vista, o
del corazón, o
de los nervios más parece un artífice que
médico: no es posible desligar los extravíos de la
juventud de
las dolencias de la vejez, ni
separar los sufrimientos morales de las alteraciones
circulatorias, ni desconectar el dolor de cabeza del dolor de los
pies. El verdadero médico es aquel que conoce totalmente a
su paciente -en cuerpo, psique y alma: en el
aparato
digestivo y en el respiratorio y en el sistema nervioso,
en sus emociones y en su
locomoción …relacionándolo todo,
examinándolo y tratándolo como lo que su paciente
es, como un conjunto armónico integrado y siguiendo la
pauta de la naturaleza
-que no hizo al ser humano como un museo con vitrinas aisladas,
sino como una maquinaria donde no hay pieza sin
engranaje-.

En la última centuria se insistió mucho en
la especialización y eso estuvo bien en su momento; pero,
vemos como al cerrar el milenio el ser humano comprendió
que nada está desarticulado y de ahí que en las
últimas décadas se volvió a la medicina
integral -lo físico, lo mental y lo espiritual- que ha
dado en llamarse medicina holística]. Lo menos malo que el
especialismo nos trae es la polarización del
entendimiento: para el profesor
universitario su asignatura es la fundamental de la carrera, para
el civilista lo público no es derecho, para el
administrativista lo laboral tampoco
lo es.

Así pues, en la abogacía la
especialización toca muchas veces los límites
del absurdo ya que nuestro campo de acción
es el alma humana y ésta no tiene casilleros o
compartimientos (¿se concibe un sacerdote confesor para la
lujuria, otro para la avaricia y otro para la gula?, ¡pues
igual en nuestro caso!). ¿Qué quiere decir
"penalista"?, ¿abogado a quién no alcanza la vida
más que para estudiar las aplicaciones prácticas
del derecho penal?,
¿será el que por sistema defiende todos los
delitos como
medio para ganarse la vida?. No lo quiero creer así. De
igual modo me causan asombro los abogados que inclinándose
del lado opuesto se jactan diciendo "yo no he llevado
jamás una causa penal"
y hasta nos miran con
desdén a quienes sí lo hacemos…
¿querrán decir con ello que en ninguna causa lleva
la razón ni el ofendido ni el imputado?, porque no se
concibe qué motivo puede apartarles de intervenir en un
proceso y
defender a quien corresponda en justicia. No,
en la abogacía no debe haber tabiques entre lo civil, lo
penal, lo canónico, lo administrativo, lo laboral y lo
constitucional ya que muy lejos de ésta la mayoría
de los problemas
ofrecen aspectos varios del derecho y así por ejemplo,
para defender una concesión de aguas hay que batallar en
lo contencioso y en lo civil contra la extralimitación del
usuario y en lo penal para cobrar los daños
civiles.

Existen muchos litigios que presentan con toda claridad
dos o más aspectos y simultáneamente hay que
sostenerlo combinando minuto a minuto los medios de una y otra
defensa. ¿A quien se le ocurre que, precisamente en estos
casos -que son los que más requieren unidad de criterio,
decisión y mando- se le entregue al cliente una
pluralidad de tácticas conforme especialistas
intervengan?, esto probablemente le llevará al fracaso. El
fenómeno jurídico es uno en su sustancia y
constituye un caso de conciencia; que
el tratamiento caiga en lo penal o en lo civil es secundario y el
abogado debe buscarla donde esté y aplicarla donde
proceda. Convenzámonos de que en la abogacía -como
en la medicina- no hay barreras doctrinales, ni campos agotados,
ni limitaciones del estudio; por ello, para el abogado no debe
haber más que dos clases de asuntos: unos en que hay
razón y otros en que no la hay. Sin embargo, conviene
dedicarse a lo que mejor se nos da …estudiando, siempre
estudiando lo que no se nos da tan bien.

La
hipérbole o exageración en el
abogado

Es frecuentísimo en los abogados ponderar la
gravedad de los litigios en que intervienen, hasta las más
absurdas exaltaciones: "… en nuestra ya larga vida
profesional jamás he visto un caso de audacia como el de
esta demanda
", o "… en un 624% de los casos en
defensas penales que hasta hoy he defendido, ésta es la
primera vez que consigo un perdón judicial
", o
"… segura estoy de que su autoridad
impondrá las costas a la parte contraria, porque en su
dilatada experiencia no habrá tropezado con un ejemplo de
temeridad más insólita ni de más escandalosa
mala fe
", o "… horror y náuseas siento al
contestar este asunto, que constituye la vejación
más repugnante y el despojo más inicuo que se
registra en los registros
judiciales"
… ¿Quién no ha leído mil
veces frases como éstas?, ¿quién no se ha
sonreído al advertir luego que esos truculentos anuncios y
esas advertencias espeluznantes, venían a colación
de que un sujeto no pagaba a otro un puñado de dinero o unos
cónyuges habían disputado por un poco más en
un asunto de pensión alimenticia?, ¿quién
estará seguro de no
haberlas empleado?.

La vida -dentro de su enorme complejidad- suele ser una
normalidad gris, en donde a veces efectivamente brotan la
tragedia o el escándalo y resultan ajustadas las
imprecaciones, la indignación, el terror y el llanto;
pero, de cada cien casos noventa y cinco son simples bromas,
picardías ínfimas, errores minúsculos,
obcecaciones explicables, torpezas y manías o codicias,
que caen en lo sencillamente corriente, de la normalidad gris de
la vida. El abogado que se empecina en ponderar un tema cual si
hubiera de producir una conmoción nacional, pierde
fuerza
moral para ser
atendido -la pierde de igual manera que la pierde quien al ver un
ratoncito prodiga gritos que son sólo congruentes con la
inminencia de un asesinato con arma blanca-. No solamente pierde
credibilidad y fuerza moral, con su así proceder revela
que no ha visto muchos asuntos ya que de otro modo no
exageraría su irritación por cosas que no la
merecen. Así pues en las causas penales basta con decir
"mi defendido es inocente"; pero, hay abogados que
tienen la tendencia de idealizar las figuras de todos los
homicidas y hampones gritando desgalillados, con los ojos
desorbitados, los ademanes más descompuestos y la voz
más ruidosa: "¡… mi defendido es un modelo de
hombre digno,
yo me honro con su amistad, no
vacilo en ponerle al nivel de mis propios hermanos y si fuera
posible empeñaría mi vida en prenda de su
inmaculada honorabilidad!".

Ese cultivo desatinado de la hipérbole no suele
ser sino una manifestación del perverso sentido de lo
estético que tanto abunda entre los abogados. Signo
espiritual de nuestra profesión es tener una
comprensión mayor para con todas las cosas humanas -una
percepción sutil de todas las grandezas y
de todas las flaquezas y miserias-; el buen gusto suele correr
parejo con la dignidad y el
pudor, quien sepa guardar su recato y ocupar su lugar, de fijo no
fraternizará con sus clientes en lo penal ni los
divinizará en lo civil. Defendemos a Fulano porque
entendemos que en este pleito lleva la razón, pero bien
pudiera ocurrir que fuera un pillo; atacamos a Mengano porque no
le asiste la razón en este pleito, pero bien puede suceder
que fuera un santo; de ahí que las generalizaciones, las
identificaciones con el cliente, la supervaloración de sus
virtudes -y de las faltas del
adversario-, pueden llevarnos a grandes injusticias y posturas
verdaderamente ridículas. Una convicción serena de
la tesis que
sustentamos, un ardimiento regulado siempre por la ley de la
necesidad, un escepticismo amable, una generosidad franca para
aceptar que en cada ser humano cabe todo lo malo y lo bueno, una
expresión mesurada y austera son prendas muy adecuadas
para que el abogado no salga de su área y no pierda su
lugar -ni se le confunda con aquellos a quienes ampara-. De tal
manera que -antes de abrirse estruendosamente vociferando-, mire
bien si el caso lo merece o no y en caso de duda, huya de la
hipérbole y aténgase al consejo cervantino:
"Llaneza, muchacho, llaneza…".

El abogado
financiero

Tengo a los financieros mucha consideración
porque sin su capacidad de iniciativa y sin su acometidad muchas
cosas buenas quedarían inéditas y el progreso
material sería mucho más lento; más, no
concibo al abogado-financiero, por la sencilla razón de
que si es financiero no puede ser abogado. Al hablar del abogado
financiero no me refiero a quienes evacuan consultas, redactan
estatutos y asesoran verbalmente a juntas, comisiones y consejos
de administradores de finanzas, sino
a aquellos otros de quienes se nos dice para sacarnos los ojos:
"¡A Fulano sí que le va bien, gana al mes
más de uno que otro millón …esa sí que es
bonita aplicación de la carrera!".
Esto quiere decir
que Fulano tiene habilidad especial para estudiar los mercados,
gestionar la cesión de una cartera, lograr el traspaso de
una concesión, colocar la emisión de obligaciones,
jugar en la colocación de acciones en la
bolsa, etcétera y como en manipulaciones tan amplias
juegan muchos miles de millones, Fulano no encuentra su
remuneración en los honorarios sino en un tanto por ciento
del precio, en un
paquete de acciones liberadas o de partes de fundador, o en un
puesto en el consejo de administración.

Todo ello es legítimo y está muy pero muy
requetebién en los financieros, pero no en los abogados
-quienes mezclando así el interés
propio y ajeno y poniendo en cada asunto el albur de hacerse
adinerado vienen a consagrar inmensos pactos de cuotalitis
¡…ello es todo lo contrario de lo que al abogado
corresponde!-. Ha de hallarse el abogado siempre colocado por
encima de la codicia y de la pasión; si los financieros
con sus grandes empresas ganan
colosales sumas de dinero, gánenlo en buena honra; el
abogado debe sentirse superior a ese apetito y saber que su
palabra es -en medio del vértigo- la serenidad, la
prudencia y la justicia (…de igual modo el médico que
salva la vida de un supermillonario, es superior a éste
precisamente porque su ciencia le
devuelve la salud y no le hace partícipe de la riqueza).
¡He aquí el gran resorte de nuestra autoridad!,
aunque nos ronde la tentación de la millonada debemos
dejarla correr hacia sus naturales poseedores, nosotros estamos
tan distantes de ellos porque nuestra grandeza radica en merecer
confianza sin ser sus consortes. Poder y
riqueza, fuerza y poder y todas las incitaciones de los fuegos de
la pasión han de andar entre nuestras manos sin que nos
quememos … el mundo entero nos utilizará y
respetará en tanto tengamos la condición del
"amianto" ([34]).

Los asistentes
(TCU) y el abogado

¡Oh recuerdos, encantos y alegrías!,
¡reminiscencias de la edad en que confluían todas
las ilusiones!: el primer dinero ganado, el primer elogio de los
veteranos, la primera absolución … un mundo riente y
esplendoroso, abierto ante los ojos asombrados que apenas dejaron
de mirar la infancia y
aprecian el perfil de la madurez. No quiero hablar aquí
del "pasante" fijo o asistente que adscribe buena parte de su
vida a la nuestra y nos acompaña durante gran parte de
ella con su colaboración -ése no es propiamente un
pasante, sino un compañero fraternal quien en el despacho
sabe lo que nosotros y está a nuestro nivel-. Hablo del
muchacherío que desfila en sus últimos años
de carrera por los despachos para hacer el trabajo comunal
universitario y sobre quienes cae de lleno la luz de la esperanza
-luz de esperanza sobre todos ellos, pero que luego
resultarán por partes iguales bienaventuranza y
desventura-. Para los "licenciandos" ([35]) o TCU
las obligaciones establecidas para ellos tienen este orden: leer
los periódicos, fumar en abundancia -cuidando de tirar
cenizas y colilla fuera de los ceniceros-, comentar las gracias,
merecimientos y condescendencias de los artistas de moda, disputar
-siempre a gritos- sobre política, fútbol
y el crimen de actualidad, ingerir a la salida cantidades
fabulosas de papas fritas y cerveza, leer
distraídamente los expedientes judiciales
-saltándose indefectiblemente los fundamentos de derecho
en todos los escritos y en su integridad el escrito de
conclusiones-.

El noventa por ciento de los pasantes pone aquí
punto final a sus deberes y sale del despacho para nutrir las
filas de la burocracia,
hacerse abogado financiero o casarse con alguien rico. Un diez
por ciento (después de llenar aquellos requisitos -que han
sido son y serán ineludibles-), estudia con interés
y gusto, escribe como si fuera en limpio, busca jurisprudencia, da su opinión en casos
oscuros y asiste a diligencias con prontitud. De ese diez por
ciento, un nueve triunfa en lo jurídico venciendo con
buenas artes en las oposiciones; del uno por ciento restante
salen los abogados.

Aun siendo tan escasa la proporción de los
pasantes que han de cuajar como abogados, todos deben ser
considerados como licenciados, porque viene poniendo en nosotros
su fe y porque tomarán de nosotros el ejemplo. Lo
más interesante que se aprende en la pasantía no es
la ciencia ni
el arte de
discurrir, sino la primera lección de ética
profesional, ya que normalmente el estudiante -con mayor o
menor fundamento- ve en el profesor a un funcionario
público en tanto que al abogado lo ve como a quien supo
destacarse y triunfar entre los de su clase, de tal
suerte que sus gestos, sus actitudes, sus
decisiones son espiados por el pasante propenso a la
imitación. El pasante oirá una de estas dos
cosas:

1( Escuchará: _"Tome este file, hay que
defender a Fulano, aguce el ingenio y dígame qué se
le ocurre" –
el que habla así es un corruptor de
menores porque hará que en el interior del pasante se
argumente así: "…yo soy un desaprensivo y tengo por
misión
defender al que me pague
"-.

2( O escuchará: _ "…tome usted estos
papeles, estúdielos bien y dígame quién
tiene la razón"
-el que habla así es un
abogado porque hará que en el interior del pasante su
conciencia se argumente así " …yo soy un ser humano
superior y estoy llamado a discernir lo justo de lo
injusto
"-.

Muy poco fácil será que esta primera
impresión que recibe el licenciando no marque huella para
el resto de la vida del pasante; de ahí que, la enseñanza en el bufete -en la
pasantía, como asistente y en el trabajo comunal
universitario- no tiene otra asignatura sino mostrar al abogado
tal cual es y facilitar que así le vean los pasantes. No
hay lecciones orales, ni tácticas, ni obligaciones, ni
sanción y si bien se mira lo que en realidad existe es una
observación del pasante para con "su
maestro", pues en puridad éste se limita a una actitud de
"…entérese de lo que yo hago y si le parece bien,
haga exactamente lo mismo
", por eso este proceso de
enseñanza consiste simplemente en establecer una comunicación tan frecuente y cordial como
sea posible, para que el pasante vea cómo se elige o
rechaza un caso, que examine la minuta de sus honorarios, que se
entere de su comportamiento
en lo público y en lo privado, porque el tema de investigación para el pasante en realidad
no es esta o aquella rama del derecho, el tema es el abogado
mismo como tal.

El abogado y su
traje

"Nunca olvidaré la extrañeza entre
asombrada y burlona que mostraron unos abogados argentinos a los
que enseñé nuestra toga y nuestro birrete. Se
maravillaron de su arcaísmo y se preguntaban si no se
podía hacer justicia sin tan raro ropaje. Muchos
españoles con todo y tener la vista acostumbrada muestran
idéntica sorpresa y algún humorista ha preguntado
qué relación puede haber entre la justicia y un
gorro poligonal de ocho lados
.", así se expresa el
maestro OSORIO en relación con el tema del ropaje del
abogado, ya que en realidad parece pueril confundir las virtudes
de justicia con los atributos de la vestidura. Pero -sin que sea
pequeño el riesgo de que
tomando la representación por lo representado-
quizá puedan creer los superficiales que la biblia es
religión,
la bandera patriotismo y la toga justicia y así se juzgue
patriota al que saluda la bandera -aunque defraude diariamente al
fisco-, se tenga por religioso al que va a la procesión
-aunque viva en adulterio– y
se repute abogado a personas venales sólo porque tienen
colgado en la pared un certificado de licenciado en derecho y
portan en la cartera un carné del colegio. No hay pues que
sacar de sus límites los valores
alegóricos, pero tampoco cabe suprimirlos caprichosamente
porque, así como los signos ofrecen
el inconveniente de que se tome el signo por el significado,
así también la falta de signos lleva aparejado el
rebajamiento de lo esencial: se perdió primero el traje de
toga y birrete, luego la circunspección que impone ese
traje, luego la virtud de que solía ser muestra de la
circunspección…, la toga no es por sí sola
ninguna calidad y si no
hay cualidad bajo ella, entonces ésta queda reducida a un
disfraz irrisorio.

La toga no la usa el abogado en nuestros países
-pero sí en muchos otros de la europa
continental-, lo que nosotros usamos es un traje simplemente
decoroso ([36]). El abogado que asiste a un bar
usa un léxico, guarda una compostura y mantiene unas
fórmulas de relación totalmente distintas de las
que le caracterizan cuando sube a un estrado con su traje entero
encima. El traje es ilusión, pero nos recuerda la carrera
estudiada, lo elevado de nuestro ministerio en la sociedad, la
confianza que en nosotros se ha puesto, la índole
científica y artística del torneo en que vamos a
entrar, la curiosidad que el público nos rinde en el
debate
cuando todo esto pasa por nuestra mente -y pasa siempre aun en
términos difusos- el traje se torna en un llamamiento al
deber, a la belleza, a la verdad y a la justicia; con el traje
puesto -ante un público sensor, junto al anhelo del
éxito
judicial y al de la vanidad artística- aparece la
necesidad de ser más justo, más sabio y más
elocuente que los que nos rodean.

El traje obra sobre nuestra fantasía y
haciéndonos orgullosos del buen vestir nos lleva por el
sendero de la imaginación a contemplar la más seria
realidad y la responsabilidad más abrumadora -la
ilusión es estimulante espiritual, potencia
creadora, alegría en el trabajo y recompensa en el
esfuerzo- … y todo ello significa meterse dentro de un traje;
además, nos distingue ante el público de los
demás y es bueno que quien va a desempeñar una alta
misión sea claramente conocido.

([37]).

Decálogo
del abogado

01.- No pases por encima de tu conciencia.

02.- No abraces una convicción que no
tengas.

03.- No te rindas ante la popularidad, ni adules a la
tiranía.

04.- Eres para el cliente -y no el cliente para ti- y te
debes plenamente a él.

05.- No procures nunca en los tribunales ser más
que los jueces, pero no consientas ser menos que
ellos.

06.- Ten fe en la razón, que es lo
prevalece.

07.- Pon la moral por
encima de las leyes.

08.- Aprecia como el mejor de los textos el sentido
común.

09.- Procura la paz como el mejor de los
triunfos.

10.- Busca siempre la justicia por el camino de la
sinceridad y sin otras armas que las de
tu saber.

 

 

 

 

 

 

 

Autor:

Mayela Ruiz Murillo

Gabinete de Búsqueda.

San José, 06 de febrero de 1.996

[1]     No es lo mismo el
grado académico que obtienes, que el título de
los estudios realizados, que la profesión que
desempeñas, que el oficio que ejerces, o que el cargo
que ocupas. Hay momentos en los que las diferencias entre uno y
otro son muy sutiles porque la mayoría de las veces van
a caballo los unos con los otros. Para explicarlo, vayamos por
partes. ¿Qué podemos entender por cada
cuál?. 1.- En cuanto al grado académico
diré que el diploma universitario -es decir, el papel o
cartón que entrega la Universidad
en el acto de graduación- suele tener uno de los
diversos grados académicos que ofrece. Los grados
académicos son los distintos escalones que se obtienen
por calidad y profundización en determinada disciplina y
por la cantidad de años de estudio. A saber, los grados
académicos son: de bachiller, de licenciado, de
diplomado, de máster, de doctor… -aquí
también debemos distinguir que "diploma" es el mero
cartón en tanto que "diplomado" es un grado-. 2.- Cosa
distinta es el título. El título académico
es la parte del diploma universitario que especifica la
disciplina -o área del saber humano- en la que se obtuvo
el grado académico. Así por ejemplo un diploma
universitario bien puede decir que: Fulano -o Sutana- es,
diplomado en física, o bachiller
en educación, o licenciado en medicina, o
doctor en derecho
administrativo. La primera parte del diploma indica el
grado y la segunda la disciplina o área del saber en la
que Fulano o Sutana "se han quemado las pestañas"
durante unos cuantos años. 3.- La profesión viene
a caballo entre lo que te ofrece el diploma universitario y el
oficio y eventualmente el cargo que se pueda ocupar. Da lo
mismo el grado académico que se haya alcanzado, es tan
abogado o es tan médico la persona que
haya obtenido el grado de licenciado como el de máster o
el de doctor. Tiene más que ver con el oficio que con el
grado y títulos universitarios. La profesión
está más relacionada y es más cercana con
"hacer bien las cosas" o con "el que sabe bien lo que hace".
Así bien podría decirse que una persona es
abogada de otra o que es su médico y no implica
necesariamente que lo sea porque aquél esté
colegiado -en ese sentido una persona es la abogada de otra
cuando aboga en su defensa por ella y es el médico
cuando le diagnostica y le receta-. Lo que pasa es que el
término profesión quedó reducido casi
exclusivamente con la idea de estar colegiado o incorporado a
un colegio profesional, o dicho de otra manera tiene la
licencia o permiso para ejercer el oficio que aprendió y
por el cual le otorgaron un diploma universitario. De manera
tal que médico es aquel con el grado académico de
licenciado que está debidamente incorporado al Colegio
de médicos y abogado aquel otro que lo está al
suyo. En cuyo caso está muy mal visto -pero por
ignorancia se hizo tan popular que se tornó de uso
generalizado-, cuando por ejemplo a un médico se le
llama doctor y a un abogado se le llama licenciado -y como
sabemos, nada tiene que ver una cosa con la otra-. Quienes lo
usan así, no tienen la conciencia de que el abogado bien
puede ser dos veces doctor y que el médico sólo
es quizá una vez licenciado… como en realidad muchas
veces sucede. 4.- El oficio es la ocupación habitual, la
labor que se desempeña, el quehacer común, los
menesteres a los que se dedica, la actividad que se realiza.
Igual que la profesión, el oficio está
absolutamente relacionado con los otros pero no es lo mismo.
Así por ejemplo el oficio de una ama de casa son los
propios de su hogar y los de un agricultor son los del campo.
Otro ejemplo puede ser el de una persona con grado
académico de licenciado con el título en
agronomía, que se dedique a las labores del campo
sembrando y criando cerdos y por tanto tenga como oficio el ser
agricultor y criador. Otro ejemplo sería el de alguien
que tiene como grado académico de licenciado con el
título en derecho, se incorporó al colegio y
tiene como profesión el ser abogado y por todo ello
tiene como oficio el ser defensor -o acusador-; pero bien
podría en este mismo caso tener como oficio el de
comerciante de bienes
raíces -como en muchos casos sucede, donde además
él mismo hace sus escrituras-. 5.- El cargo está
estrechamente relacionado con todo lo anterior pero igual que
los anteriores es total y absolutamente independiente. El cargo
está relacionado con el puesto, la categoría o el
número de empleo que
da el empleador, que conlleva algún grado en el
escalafón de la escala en
jerarquía institucional -pública o privada-. Por
ejemplo el cargo de secretario 1, 2 o 3. Juez de primera o de
segunda instancia o juez superior o magistrado; procurador
adjunto, procurador específico o procurador asesor,
etcétera, etcétera. Como vemos, está
relacionado con todo lo que venimos hablando y sobre todo con
el oficio, pero no es lo mismo. Lo normal es que una persona
que ostente un cargo tenga como oficio la actividad inherente a
ese cargo, de igual modo que lo habitual es que una persona
tenga como profesión algo relacionado con el grado
académico -con lo que estudió-. Dicho de otra
manera, el cargo está relacionado con el grado
académico y con título en que lo obtuvo, pero
tampoco es lo mismo. Lo normal es que quien ostenta un cargo,
éste sea acorde y armonioso con el grado
académico y el título obtenidos, pero no
necesariamente… Debemos aprender a llamar a las cosas por su
nombre, pero sobre todo debemos aprender a leer bien y a
escuchar con atención. Por ejemplo, si a mi preguntan
¿cuál es su oficio? diré : defensora.
Sería incorrecto que dijera procuradora, porque ese no
es mi oficio sino el cargo que ocupo y nadie me lo está
preguntando; claro, es peor y más reprochable que a la
pregunta respondiera licenciada. Entonces, para responder
adecuadamente debo leer o escuchar con atención la
pregunta y así en mi caso a la pregunta debo responder
así: ¿grado?: especialidad,
¿título?: derechos
humanos, ¿profesión?: abogada,
¿oficio?: defensora y ¿cargo?: procuradora. Por
su parte, Mario ARIAS MURILLO tendría que responder
así: ¿grado?: licenciatura,
¿título?: medicina, ¿profesión?:
médico, ¿oficio?: administrador,
¿cargo?: director de hospital.

[2]     Todavía a
principios
de este siglo la mayoría de las mujeres solo
tenían acceso a soñar con estudiar. Por ejemplo,
la carrera de derecho o de medicina eran profesiones reservadas
a los hombres, porque se pensaba que eran carreras masculinas
-ya que la capacidad para, sólo la tenían ellos.
De tal suerte que por aquellos días licenciadas en
derecho muy pocas, ¿…y abogadas? ¡menos aun!.
Así pues -y siguiendo en lo posible al maestro OSORIO-,
sólo mencionaré la palabra "abogado" -…en el
buen entendido de que gracias a Dios, los tiempos han cambiado
y ahora existimos tantas o quizá más
médicas y abogadas que médicos o abogados-. A
propósito: En la última nota -la N( 37 y si es
que se le puede llamar nota- dedicaré un apartado a las
señoras profesionales de la abogacía. Les invito
a todos avanzar hasta allá y leerla en este momento ya
que creo que les resultará interesante tanto a ellos
como a nosotras.

[3]     En el abogado la
rectitud de la conciencia es mil veces más importante
que el tesoro de los conocimientos. Para el abogado primero es
ser bueno, luego ser firme, después ser prudente,
la
ilustración viene en cuarto lugar y la pericia en el
último; pero ni todo esto junto sumado al conocimiento
tendrá un lugar tan importante como la rectitud de la
conciencia.

[4]     Léase estas
palabras de León DUGUIT: "El derecho es mucho menos la
obra del legislador que el producto
constante y espontáneo de los hechos. Las leyes
positivas, los códigos, pueden permanecer intactos en
sus textos rígidos: poco importa; por la fuerza de las
cosas, bajo la presión
de los hechos, de las necesidades prácticas, se forman
constantemente instituciones jurídicas nuevas. El
texto
está siempre allí, pero ha quedado sin fuerza y
sin vida, o bien por una exégesis sabia y sutil, se le
da un sentido y un alcance en los cuales no había
soñado el legislador cuando lo redactaba."

[5]     CIURATI en su Arte
Forense, para ponderar lo poco fácil que es la
formación de un abogado no dice que haya de ser un pozo
de ciencia jurídica, sino que dice lo siguiente: "Dad a
una persona todas las dotes del espíritu, dadle todas
las del carácter, haced que todo lo haya visto,
que todo lo haya aprendido y retenido, que haya trabajado
durante treinta años de su vida, que sea en conjunto un
literato, un crítico, un moralista, que tenga la
experiencia de un viejo y la infalible memoria de un
niño y tal vez con todo esto formaréis un abogado
completo."

[6]     Cuenta el ilustre
tratadista Henry BORDEAUX que cuando fue pasante de su maestro
ROMEAUX visitó a DAUDET y le manifestó que era
estudiante de derecho y el glorioso escritor le dijo: "Las
leyes, los códigos no deben ofrecer ningún
interés. Se aprende a leer con imágenes
y se aprende la vida con hechos. Figuraos siempre personas y
debates entre personas, los códigos no existen en
sí mismos; procure ver y observar. Estudie la
importancia de los intereses en la vida humana; la ciencia de
la humanidad es la verdadera ciencia."

[7]     Julio SENADOR en La
canción del Duero dice: "… el único derecho
verdadero es el que brota de la vida; en la ingienería
social, sobran trabajos de gabinete y faltan trabajos de
campo". ¿Es acaso que no es verdad que efectivamente
nuestro consultante no tiene bienes materiales
ni perro que le ladre?, es verdad, no tiene ni dónde
caer muerto. Pero, ¿no es verdad también que
nosotros sabemos mediante todos los medios de
comunicación de la existencia de la mafia organizada
y cómo opera y funciona?, es verdad y también lo
sabemos.

[8]     Dice al respecto el
Maestro OSORIO que "Se erige ante nosotros la médula del
problema: ¿Qué es la moral?. Esta no es una
cuestión materia
propia de esta profesión, sino de toda la humanidad, por
eso es que el tema ha sido es y será tratado por eximios
filósofos -y sería de vanidad
condenable dar mi parecer sobre asunto que está por
encima de lo que me es profesional-. Sin embargo; tenemos claro
que las normas morales
son difíciles de juzgar por el múltiple y
cambiante análisis mundano, mas no son tan raras de
encontrar por el juicio propio antes de adoptar
decisión. Con esto debe entenderse que
ateniéndose cada cual a sus creencias sobre un
particular es asequible una orientación que deje
tranquila su conciencia… ".

[9]     (No pretendo referirme
a la grosera antítesis del interés pecuniario,
porque eso no puede ser cuestión para ninguna persona de
rudimentaria dignidad, ¡menos para un abogado!..).

[10]     (Tal conflicto no
puede existir para quien tenga noción de la moral -ya
que está planteado sobre la base de que sean
contradictorios el servicio de la justicia y el servicio del
cliente; es decir, que presupone la existencia de un abogado
que acepte la defensa de un cliente cuyo triunfo sea ante su
propio criterio, incompatible con la justicia …pero, en
cuanto destruyamos esa hipótesis innoble, se acaba la
cuestión-.)

[11]     Antes de abordar el
tema convendrá saber cómo se guarda un secreto.
El ser humano más reservado y más discreto del
mundo no confía los secretos a nadie, absolutamente a
nadie …salvo a una sola persona de absoluta confianza que
tampoco comunica lo que sabe a nadie… más que a otra
persona de idénticas virtudes, la cual a su vez
cuidará muy bien de no divulgar lo sabido y solamente lo
participará a otra persona que juzgará callarse
como un muerto; en efecto esta persona se dejará matar
antes que decir lo que sabe a nadie …más que a otra
persona por cuya fidelidad pondría las manos en el
fuego… ésta solo se lo refiere a otra y ésta a
otra y ésta a otra, con lo cual dentro de los juramentos
de la más perfecta reserva, acaba enterándose del
asunto media humanidad y la mitad del vecindario ¡y el
que ha de guardar secretos de una manera, bien hará en
no dedicarse a abogado!. Así pues, no hay más que
una manera de guardar un secreto, esta es: no
diciéndoselo a nadie.

[12]     Antes de continuar
convendrá detenerse a considerar cuál es la
relación jurídica que media entre el abogado y su
cliente: Suelen mostrarse los autores conformes en decir que es
un contrato; la
dificultad está en saber de qué tipo de contrato
se trata. Para algunos es un "mandato" -más se olvidan
que el mandato es una función de representación
mientras que el abogado generalmente no representa sino que
asesora y ampara, además porque es obligación del
mandatario obedecer al mandante en tanto que el abogado es
quien manda y el cliente obedece-. Otros dicen que es un
"arrendamiento de servicios"
-y esto sólo puede ser verdad respecto de los abogados a
sueldo que asisten a quien les paga cumpliendo las
órdenes que les dé la empresa o
institución a quien sirven, cuando le consideran como su
superior; más esto no es verdad respecto de los abogados
que no aceptan compromiso ninguno sino que defienden el asunto
mientras les parece bien y lo abandonan en cuanto les parece
mal, sin subordinarse a ninguna prescripción, orden ni
reglamentación de su cliente-. Para algunos otros es un
"servicio público" porque la
administración de justicia lo es y el abogado es un
auxiliar de la justicia -y la equivocación aquí
es evidente ya que el abogado desempeña una
función social, pero una cosa es servir a la sociedad y
otra muy distinta es servir al Estado que
es su mero representante y precisamente una
característica del abogado es no tener que ver nada con
el Estado
sin pelear con él: combate fallos del poder judicial,
los decretos ministeriales, las leyes inconstitucionales y
exige responsabilidad
civil y penal de los funcionarios de todas las
jerarquías, etcétera-. No pocos sostienen que la
relación profesional entre el abogado y su cliente es
"sui generis e innominado" -lo cual sugiere un medio discreto
de solventar la dificultad de definición y DEMOGUE
estableció la diferencia de la prestación de
servicios para "medios" y para "resultados", explicando que el
arquitecto y el escultor se obligan a dejar acabada la casa o
la escultura respectivamente, cosas ambas que son resultados…
en tanto que el médico o el abogado se obligan a asistir
al enfermo sin comprometerse en su curación o a defender
al cliente sin obligarse a ganar el pleito, por donde se ve que
sus funciones son
simples medios-. Pero al final de cuentas
ninguna de estas sugerencias por definir la relación
existente entre abogado y cliente ofrece una respuesta y
seguimos sin saber cuál es el verdadero vínculo
jurídico que une al abogado y a su cliente…

[13]     Algunos autores como
PELLEGRIN, MERJER y SANDOUL han sostenido que "el secreto
profesional es un contrato de depósito". Así como
suena y a cualquiera se le ocurre que un depósito
sólo puede constituirse sobre objetos muebles y se le
puede venir a la cabeza que una confidencia, una
relación, un estado del espíritu no pueden
depositarse, aunque al que lo recibe se le llame en lenguaje
figurado: depositario del secreto…

[14]     La materia sobre el
secreto es densa ¡…que el abogado puede ser un
sacerdote o un encubridor!, ¡que cada caso ofrece sus
matices, sutilezas y detalles que son imposibles de prevenir!,
eso es verdad… Sólo la conciencia del abogado puede
resolverlas con acierto y para responder dignamente a tan alta
calidad el abogado debe extremar las preocupaciones, los
miramientos y los escrúpulos.

[15]     Lo malo del caso es
que muchas veces, el ampararse en el secreto vale tanto como
una confesión contra el cliente. Supongamos que el
acusado de un delito
intenta probar la coartada diciendo que en el día y hora
del suceso, estaba en nuestro despacho consultándonos.
Se nos pregunta si eso es cierto y nosotros nos amparamos en el
secreto profesional. No hay duda de que todo el mundo
entenderá que es mentira lo
dicho por el interesado, pues si fuese cierto que hubiese
estado con nosotros no habríamos tenido ningún
inconveniente en contestar simplemente con un sí, de tal
suerte que al abrigarnos en el secreto valió tanto como
decir que no. Pero, ya éste no es asunto nuestro sino
algo que solo le concierne a él y nosotros cumplimos con
nuestro deber… Triste es que sea así, pero no se nos
puede exigir otra cosa

[16]     Tomo un diccionario
y leo: "Chicana: Triquiñuela, enredo, artería,
mentira, embuste", echo mano a cualquier libro de
ética
forense y encuentro la condenación más terrible
para la chicana y las sanciones más severas contra los
chicaneros.

[17]     El abogado y escritor
Dr. Ramón
GOMEZ MASIA en su libro La trastienda de Themis dice -en
palabras de Don Angel- que "…la misión de los abogados
es ganar los pleitos y que para ello deben usar primero todos
los argumentos de buena fe, velando por el propio decoro y la
tranquilidad del espíritu y después los de la
mala fe, porque éstos en ocasiones, tienen un peso
decisivo en la balanza de la justicia." Porque según
él -sacando una consecuencia- "Luchamos contra la
iniquidad, que es grande, poderosa e implacable como un dios
asirio. Luchamos contra la iniquidad con todas nuestras fuerzas
y hasta con la fuerza de la chicana". Así pues para Don
Ramón lo importante para el abogado es ganar siempre,
bajo el consabido proverbio jesuítico que dice que el
fin justifica los medios. ¿El fin justifica los medios?,
unos dicen que sí otros que no. Este es un problema de
conciencia de saber cuál es el fin y cuáles son
los medios. Nuestra conciencia debe estar tranquila de que el
fin que buscamos sea bueno -absolutamente bueno- y que los
medios malos son los únicos posibles para que el fin
bueno prospere y no causan daño
a nadie. "La chicana es artificio perturbador que se emplea
para molestar al litigantes adverso o para entorpecer los
procesos?":
Habrá que maldecir la chicana!. ¿La chicana es el
único recurso viable para defenderse frente de la
iniquidad ?". Habrá que disculpar la chicana y aun
mostrar gratitud al abogado que la haya empleado. Todo consiste
en saber si perseguimos la iniquidad o la favorecemos y en
precisar dónde está la iniquidad.

[18]     Pregunta:
¿Cuál es la obligación de ese abogado?,
¿utilizar la chicana para que produzca el buen efecto o
mantenerse purísimo, sin chicanerías, dando por
frustrados sus deseos de arreglo y dejando que la sentencia
arruine a su defendido?. El buen abogado debe hacer lo primero
y hacerlo con sacrificio de su propia conveniencia, ya que
haciéndolo comprometerá su prestigio personal
-porque muchas veces él es consciente que la
interposición del incidente no tiene sustento, en cuyo
caso quedará muy mal ante el juez, aunque muy bien
parado ante su cliente, que para los efectos es lo que
importa-.

[19]     Me doy cuenta de que
al confesar ésto se da pie para que todos los abogados
chicaneros -por naturaleza enredadores, trapisondistas,
codiciosos- se aprovechen de mi punto de vista para justificar
sus enredos, sus abusos y sus infamias. A ellos me permito
advertirles que lean bien y se den cuenta que yo no he
defendido la chicana. La chicana es una maldad y constituye
para el abogado un deshonor en el 98% de los casos conocidos;
pero, la cuestión está en que puede haber 2% de
casos en que la chicana sea no sólo inevitable sino
recomendable y hasta plausible. El abogado que acude a la
chicana sabe que usándola s juega su prestigio y puede
incurrir en el desprecio de la opinión de sus colegas;
si a pesar de esto la recomienda y la usa o practica,
¡hará dado un ejemplo de abnegación!. El
secreto está en determinar para qué y por
qué se usa la chicana… ¡La chicana maliciosa que
no responde a una necesidad sino a un vicio de la voluntad del
abogado, debe ser merecidamente castigada!. Todos nuestros
actos -a pesar de sus apariencias-
pueden responder a móviles muy diversos porque como bien
sabemos hay cosas que parecen buenas y son malas, hay cosas que
parecen malas y no lo son. El homicidio es
terrible delito, pero puede ser excusado si se ha perpetrado en
legítima defensa …lo mismo habrá que enjuiciar
la chicana: cosa mala en sí, pero que puede tener excusa
satisfactoria o que puede merecer un castigo severo. ¡El
secreto está en vivir la vida y no las frases
hechas!.

[20]     Lo que rinde y
destroza al ser humano no es el trabajo -por duro que
éste sea- sino la serie inacabable de sensaciones que
tienen en tensión el sistema nervioso y que son las
características de la vida moderna y en especial la vida
del abogado. (Se ha perdido el pleito de Fulano, se ha ganado
el de Mengano, no se logra colocar la emisión de
obligaciones, ha muerto el testigo más importante para
tal pleito, no se encuentra un documento indispensable, el
recurso de casación vence mañana, acaban de
señalar una vista para dentro de tres días, se
transigió felizmente la cuestión, se han tirado
los trastos a la cabeza en la junta de acreedores, no sale la
certificación del registro … y
esto mil veces al día, todos los días y todos los
años!, qué tortura… Si siquiera fueran
sacudidas sucesivas podrían tolerarse; pero son
simultáneas y su coincidencia las aumenta y agrava: al
ir a entrar una vista -cuando vivimos sólo para el
informe que
vamos a pronunciar- un colega nos dispara una noticia
desagradable; cuando estamos en el instante crítico de
una junta, nos avisan por teléfono que a otro cliente le ocurre una
catástrofe y necesita nuestra asistencia inmediata …y
así todo el tiempo.

[21]     De otro modo no es
posible, porque ser a un mismo tiempo dos cosas a la vez es una
vileza ¿será posible declararse a la vez
individualista y socialista, partidario y detractor de la
pena de
muerte, intérprete de un mismo texto en sentidos
contradictorios, ateo y creyente?. Ahora, no se pretende que
nunca pueda correctamente invocar preceptos legales con los que
no esté conforme. Sería imposible que un abogado
prestase su asentimiento teórico a todas las leyes que
ha de citar ya que ni siquiera necesita tener concepto propio
sobre ellas.

[22]     ¿Cabe
ridículo más grande que el de un abogado escritor
a quien se rebate con sus propios textos?, como fue el caso en
un recurso de casación en el que amparaba al recurrente
un jurisconsulto ilustre autor de una obra muy popularizada; el
recurrido en un informe brevísimo combatió el
recurso íntegro limitándose a leer las
páginas correspondientes de aquel famoso libro donde
justamente resultaban contradichas una por una las
aseveraciones contenidas. El azoramiento del abogado escritor y
recurrente fue tal que pidió la palabra para rectificar
y dijo una tontería de mucho cuidado: "La señores
magistrados de la Sala se darán cuenta de que cuando yo
escribí mi obra estaba muy lejos de pensar en que
hubiera de defender este pleito." (¡Dios mío!,
¿que dice?). Para no errar, antes de aceptar una defensa
debemos imaginar que sobre este tema hemos escrito un libro y
así nos excusaremos de contradecir nuestras obras,
nuestros dichos o nuestras convicciones y no pasaremos por el
sonrojo de parecer payasos.

[23]     Esta misma
situación -que tan de cerca toca al decoro-
aconsejaría modificar al régimen orgánico
de los Abogados del Estado, de la Defensa Pública y de
la Fiscalía… muchas veces forzados a
atropellos y desatinos que ellos repugnan más que nadie
y sin modos legales que les permitan velar por la libertad de
la toga y por los fines de la justicia… aunque es posible
intentar "objetar en conciencia".

[24]     A modo de
condensación citaré las palabras que Raymond
POINCARE pronunció en el centenario del restablecimiento
de la Orden de Abogados: "El abogado no depende más que
de sí mismo en toda la extensión de la palabra.
Sólo pesan sobre él servidumbres voluntarias,
ninguna autoridad exterior detiene su actividad individual, a
nadie da cuenta de sus opiniones, de sus palabras ni de sus
actos, no tiene otro señor que el Derecho. De ahí
en el abogado un orgullo natural, a veces quisquilloso y un
desdén hacia todo lo que es oficial y jerarquizado."

[25]     La justicia debe ser
sustentada por medio de la palabra -escrita u oral-. La
oralidad es mucho mejor porque: Por ley natural le fué
dada al ser humano la palabra hablada para que mediante ella
pusiera en circulación sus pensamiento
y estados de consciencia y se entendiera con sus semejantes -la
escrita es un sucedáneo fruto del progreso-. La palabra
hablada es diálogo, réplica
instantánea, interrupción, pregunta y respuesta
inmediata: al juez se le pueden ocurrir numerosas dudas que
requieren aclaración, en la oralidad cabe plantearlas en
el acto, pero por escrito no es tan sencillo que suceda. Propio
de la naturaleza es también que en la palabra hablada se
refleje el ánimo -se conoce de inmediato al embustero y
al intransigente-, que en la escrita se disimula con facilidad
ya que como suele decirse "el papel soporta todo" y de
ahí el aforismo que dice "hablando se entiende la
gente".

[26]     … y hablando de
eficacia.
Cuanto va explicado hasta aquí se encamina a que la
justicia sea eficaz, más para lograrlo no bastan la
publicidad, la
oralidad y la rapidez sino además que la justicia sea
barata -si los que pelean gastan más en el pleito que lo
pleiteado, la justicia será un sarcasmo-.

[27]     Con lo que
diré dejo expresado mi voto en pro del procedimiento
oral, porque creo que con él se sustituye mil y mil
trámites que hoy se cumplen por escrito -con desventaja
para la finalidad práctica y con lamentable
pérdida del preciado tiempo-.

[28]     Técnica quiere
decir modo adecuado de hacer una cosa, porque todo cuanto
realizamos en la vida -desde ponernos los zapatos hasta
construir una red de computadoras- requiere un conjunto de reglas
encaminadas al buen fin de la obra y quien prescinde de ellas,
no hace lo que se propone o lo hace mal. Pero los abogados
hemos sufrido en este punto una lamentable desviación y
cambiamos la técnica por un montón de
arcaísmos -enfiteusis, locación, paraferenales,
ológrafo, posiciones, deponer, interlocutorio, litis
pendencia-.

[29]     ¿Y la
erudición? y ¿la filosofía? -se preguntará-. 1( La
erudición es saber muchas cosas, pero hay quien no lo
entiende así y cree que consiste en decir "que se sabe".
Todos -en menor o mayor grado- somos eruditos, porque lo que
sabemos se lo debemos a lo que hemos leído, ya que son
las lecturas las que han ido formando nuestra conciencia y
nuestro ideario -lo que decimos hoy es fruto de lo que hemos
leído-. Pero lo que se reputa erudición es la
invocación de doscientos o trescientos autores que si a
mano viene, no conocíamos hasta el instante de citarlos,
lo cual no es erudición sino pedantería.
¿Qué caso tiene envanecerse demostrando en un
escrito que se ha leído diez autores franceses, veinte
italianos y treinta alemanes?. Lo que importa es el sedimento
que esas lecturas han dejado en nuestro entendimiento …y eso
dará su fruto en nuestras ideas y en nuestra conducta,
sin necesidad de que presumamos de sabihondos y omniscientes.
2( La filosofía …¡todos filosofamos!. El abogado
más simplón cuando examina los motivos de un
contrato, las causas de una conducta, las consecuencias de una
actitud, está filosofando. Si filosofar es buscar el
íntimo por qué de las cosas, no cabe duda de que
cualquier pleito es una monografía filosófica; ella marcha
como las aguas siguen su curso, sin pretensiones
dogmáticas, sin alharacas técnicas
pero cumpliendo su oficio de llegar a la raíz de los
movimientos humanos.

[30]     Un maestro de la
literatura
española Juan DE VALDÉS decía en su
Diálogo de las lenguas que
"…cuando hablo o escribo tengo cuidado de emplear los mejores
vocablos que encuentro, dejando siempre a un lado los que no
son tales. El estilo que sigo me es natural y sin ninguna
afectación. Escribo como hablo; solamente pongo
atención en usar palabras que signifiquen bien lo que
quiero decir y esto digo en la manera más llana que me
sea posible. Hay que decir lo que se quiere con el menor
número de palabras, de manera que no se pueda quitar una
sola sin menoscabar el sentido, la eficacia o la
elegancia".

[31]     En los pasillos se
respira un ambiente
como de recelo orgánico: ¿Se pide reforma de una
providencia?, el juez piensa que se trata de una
obcecación del amor propio
del abogado o de una argucia dilatoria. ¿Quedan los
autos sobre
el escritorio para resolver?, el abogado piensa que el juez ni
los mirará. ¿Se escribe conciso?, es que el
abogado no estudia sino que sale del paso. ¿Se escribe
largo?, no será por exigencia del razonamiento, sino por
ansia de engrosar la minuta. ¿Perdemos el pleito?,
¡claro, de tales influencias gozó el contrario
sobre el juez!. ¿Le ganamos sin las costas?, ya que era
imposible que no quitasen la razón, sirvieron al
adversario haciéndole ese regalo. ¿Le ganamos con
costas?, no había más remedio, pero así y
todo los considerandos son flojos!. ¿Está bien
escrita esa resolución?, pues no será del juez
sino del estudiante de derecho que está haciendo el
trabajo comunal universitario!.

[32]     ¿Serán
los hechos el arranque de esta afirmación?, no.
Véase en El ejercicio de la jurisprudencia… de PELLA y
FORGAS donde se hallarán a granel nombres de abogados
que fueron al mismo tiempo filósofos, literatos o
artistas en las que también se distinguieron o
brillaron.

[33]     Hablando de
estudiar… los abogados debemos estar bien informados e
informados de todo; sin embargo, en una época como la
actual es poco fácil que tengamos acceso a todo el
conocimiento que existe, es por ello que sugiero lo
siguiente: Vaya a una librería y busque el libro Domine
la era de la información de Michael J. Mc CARTY,
editorial Robin Book, edición 1.991. Después de que lo
lea sabrá de qué le estoy hablando… y por
qué se lo estoy recomendando.

[34]     El amianto es
silicato de calcio y magnesio resistente al fuego y a los
ácidos,
que se presenta en forma de filamentos y se utiliza por sus
cualidades en la confección vg. de trajes de pilotos de
automóviles de carreras y por su ligereza vg. en
tuberías y cubiertas de fibrocemento.

[35]     Vale hacer unas
cuantas aclaraciones en relación con esto de
"licenciando". Vayamos por partes: 1( Lic. es diminutivo de
licencia, Licda. es de licenciada y Licdo. de licenciado. 2(
Licenciando es aquella persona que aun está estudiando
la carrera en la universidad, pero que ya pasó por el
grado de bachillerato y va ahora a por el grado de
licenciatura. Doctorando es la persona que también
está estudiando en la universidad pero que ya obtuvo el
grado de licenciado, pero ahora va a por el de doctor. El
diminutivo de licenciando es Licndo. y el de doctorando es
Drando. 3( Nunca y bajo ninguna circunstancia se usa el
diminutivo en primera persona y anteponiéndolo al nombre
propio (vg. "La suscrita, Licda. Carmela AGUILERA MORADA").
Siempre se pone la condición, calidad o cualidad
después del nombre o debajo de él, ya que
normalmente ocurre que no interesa nuestro grado
académico pero si la profesión. Basta decir "Yo,
Carmen AGUILERA MORADA, abogada" para que cualquiera sepa que
ella al menos tiene el grado de licenciada en derecho. Ahora
esto no es así, si lo utilizo en tercera persona (vg.
Licda. Carmen AGUILERA MORADA… Estimada señora:" Puede
darse el caso que doña Carmen sea secretaria del
colegio, presidenta de la asociación de ex-estudiantes,
fiscala de juicio y profesora de derecho italiano del siglo XX;
pues en cada caso así lo hará saber
posponiéndolo -inmediatamente después y debajo-
de su nombre, ya que para efecto de cada caso a nadie le
importa su grado académico…

[36]     ¿Qué
tal que los abogados atendamos a nuestros clientes o vayamos a
los tribunales de cualquier manera -sin cinturón, sin
calcetines, en tenis, en miniseta, con bermudas o en licras
cortas…?-. Los tiempos van cambiando y con él los
estilos, sin embargo el buen vestir será siempre
sinónimo de buen gusto y buen gusto va parejo con "tener
clase" -clase a la que pertenecemos los abogados-. No por ello
el buen gusto deba confundirse con un bolsillo grande -ya que
no significa ni caro, ni estar al último grito de la
moda-; es decir, buen vestir no es igual a llevar marcas puestas.
El ropero de un abogado en realidad es muy simple y hasta
barato, ya que basta con tenga vg. seis pantalones -negro,
marrón, azul, gris y beige-; doce camisas: seis blancas
y seis pasteles; corbatas: variadas y a la moda -aquí
sí debe estar atento-; zapatos: negro y marrón;
cinturones: negro y marrón; tres blaser o americanas:
negro, azul y marrón, un traje entero y un buen
maletín ejecutivo. He dicho que con eso basta para que
el ropero de un abogado esté completo y digo bien; pero,
el abogado también es un ser humano que se
desempeña en muchas otras actividades (el club, el
colegio, el fin de semana, las vacaciones, los amigos, la familia,
etcétera); así entonces su ropero estará
completo con: un jean azul y otro de color, un par
de camisas tipo polo, una camisa a cuadros y otra
floripondeada, unas tenis, un par de bermudas, una botas
camperas y una chaqueta de cuero. Lo
único en lo que sí debe tener mucho cuidado es en
estar atento a cambiar de talla cuando cambia de medidas -no es
posible que ande todo ajustado y con el botón de la
camisa a la altura del ombligo a punto de salir disparado-.
Porque, es verdad que el traje no hace al monje, pero
también lo es que ayuda a que se le identifique como lo
que es… Y lo mismo -exactamente igual, pero distinto- vale
para las abogadas, a quienes invito leer la siguiente nota.

[37]     Licda. Fulana de DON
MENGANO… Lo veo cada día -lo raro es no verlo- mujeres
que se autodenominan con un sobrenombre y al mismo tiempo usan
el apellido de otra persona… El uso del apellido de otra
persona, no me sorprende y hasta me parece perfectamente
justificable en los casos de nuestras bisabuelas, abuelas e
incluso en el caso de nuestras madres. La mujer de
esas épocas una vez que contrajeran matrimonio
adoptaban el apellido del hombre con el quien se casó.
Optaba por firmarse con su nombre de pila, su primer apellido y
éste seguido del "de" y el apellido de su marido. Es
justificable que así lo hiciera porque nuestra ancestra
encontró que esa era casi la única forma de ser
una señora: Su marido le ofrecía el
señorío. La forma externa de expresar al mundo
que era una señora, era firmándose y
haciéndose llamar con el apellido de su marido
-sólo a ese nivel era el uso válido, no a nivel
civil-. Lo usaba con ese único propósito: decirle
a los demás que se había casado con "Don Fulano"
y que ella por tanto era "una Señora de Don Fulano". No
me sorprende porque la verdad es que nuestras viejas no
tenían mayores posibilidades de conseguir el
señorío mediante otra manera. No sólo no
me sorprende sino que lo encuentro perfectamente justificable y
verdaderamente respetable. Lo que me sorprende sobremanera es
ver este uso en las señoras profesionales. No
sólo me sorprende sino que me escandaliza cuando quien
usa el sobrenombre y el apellido de otra persona es una
señora abogada -que de suyo sabe que el uso de nombre
falso constituye un delito, que existe legalmente el divorcio,
que si la firma no corresponde al nombre, etcétera-. Me
dirán que el asunto de la firma es una cuestión
antojadiza, que una persona puede firmar como le apetezca y que
incluso hasta la huella digital vale como tal… en fin que la
firma en todo caso no pasa de ser una "chayotera", que la firma
bien puede componerse sólo de rasgos o dibujos y
que ésta no necesariamente corresponde al nombre. Digo
que tienen razón -y de hecho conozco a un señor
que dibuja un ratoncito hasta con sus bigotes… y eso es su
firma-. Pero cuando una abogada escoge como firma -no unos
rasgos o un dibujo sino-
algo cuyo contenido corresponde a letras, letras que unidas
entre sí dicen algo y ese algo no es justamente su
nombre, en ese caso estamos ante una persona que usa el
apellido de otra persona, usa un nombre falso. Más grave
me parece aun cuando esa abogada usa su distintivo profesional
anteponiéndolo a su nombre ..y peor aun
anteponiéndolo a su firma. Es mal visto que debajo de su
firma ponga con la máquina de escribir el distintivo
"Licda.", es peor todavía que con su propia letra y
puño anteponga a su nombre de pila el "Licda." y
más horrible es que de seguido agrege el "de" y el
apellido de su marido. Dicho de otro modo, el uso de un
sobrenombre o antenombre -como en el caso de las "Licdas y la
Dras"- y el uso del apellido de otra persona equivaldría
a llamarse algo así como María Gerarda TORO BRAVO
y firmarse "Pradera DE CONEJO BLANCO", ¿o no?. Lo que
digo es que si una mujer cuyo
nombre es Maria Ana ALFARO ESQUIVEL, que por ejemplo es abogada
y al mismo tiempo está casada con un señor cuyo
nombre es Enrique CORRALES ARTAVIA, debe firmarse siguiendo las
indicaciones de la "chayotera" -que su firma sea sólo
rasgos que en definitiva no dice nada-, o firmarse siguiendo la
regla del buen decir, en cuyo caso su firma debe corresponder
correctamente con su nombre. ¡No tiene por qué
firmar con los detalles de ser una abogada ligada en matrimonio
con el señor CORRALES! -Su nombre es María Ana
ALFARO ESQUIVEL, así entonces debe firmar-. ¿Por
qué entonces va a firmar "Licda. Ana ALFARO DE
CORRALES"?, ¿en qué se parecen aquel y
éste nombre?. Hay una distancia abismal entre su
verdadero nombre y la firma. Tal diferencia salta a la vista
rompiendo la pupila. Siguiendo las reglas internacionales del
buen entender, imaginemos que nos ponemos dentro de los zapatos
de una alemana y que observamos ambos nombres escritos juntos y
me dicen que se trata de la misma persona…
¡Jamás lo podría creer! si lo único
que tienen de común es como quizá le conozcamos
los amigos: Ana ALFARO. Hay cosas peores y también lo he
visto. Esas mismas mujeres que usan todavía el
distintivo profesional muchas veces incurren en el uso del
"Lic." -masculino- en lugar del "Licda." -femenino. Sin ir muy
lejos, tenemos que hasta hace muy poco tiempo, por ejemplo el
Colegio de Abogados tenía un sólo tipo de
carné-machote que decía "El Lic. (espacio para
llenarlo con el nombre de la persona, independientemente de su
sexo) es
abogado incorporado a este Colegio…". Ya esto se
solucionó y ahora las Licdas incorporadas al Colegio de
Abogados, es decir las abogadas tenemos un carné que en
forma adecuada lo indica. El problema es que vivimos en una
sociedad eminentemente machista y las mismas mujeres son las
que más y así tenemos que por ejemplo muchas
colegas continúan llamándose a sí mismas
con el término masculino, en todos los grados
académicos, en todos los cargos públicos e
incluso en casi todos los oficios … ¡Qué
inapropiado y qué mal gusto denotan estas
señoras!. A propósito, ¿es una
"señora" o, es una "señorita" la alcaldesa del
pueblo quien tiene escasos veinticinco años de edad y
aún está soltera?. Veamos: ¿Señora
o señorita? Con ocasión de un discurso
inaugural, el encargado de hacerlo habló en los
siguientes términos: "Señor Presidente de
la
República Don Fulano, Señor Presidente de la
Corte Suprema de Justicia Don Fulano, Señorita Ministra
de Justicia Mengana (¿!qué horror!, le dijo
"señorita" y su nombre de pila sin más…!?)
Señor Contralor General de la República Don
Fulano, Señor Procurador General de la República
Don Fulano, estimado público presente…".
¿Qué tiene esto de extraño?, pues que ella
-la Ministra de Justicia en este caso- es tan "señora" y
tan "doña" como todos ellos lo son. Cuestión de
sutilezas me dirán. Yo les digo es cuestión de
desconsideración, de irrespeto, de ineducación,
de -en una palabra- ¡incultura!. No es natural, no es
normal, no es racional ni siquiera es lógico que
continuemos pensando, sintiendo y creyendo que una mujer que no
ha contraído matrimonio civil (tan válido como el
de hecho), o lo que es lo mismo, que continuemos creyendo que
una mujer que optó por el estado civil de ser soltera,
no se la pueda llamar "señora". Entendámonos
bien: ¿Qué es eso del "SEÃ'ORIO" ?.
José C. BALAGUÉ DOMÉNECH se inspiró
en un artículo titulado La Nostalgia del
señorío escrito por Antonio CARALPS Y RIVERA y en
la página 77 de una publicación para el mundo del
derecho titulada TAPIA, escribió lo siguiente:
"Señorío es una cualidad que adorna a los seres
humanos, que se convierte en virtud con el uso prolongado,
continuado y permanente. No distingue sexos, es tan asexuada
como los ángeles. Esmerarse en adquirirla debiera ser la
pauta de conducta del ser humano. En algunos seres es innato,
puede decirse que es un don. Hay pues quienes nacen con el don
del señorío. Les ha sido dado como a otros el don
de cantar, pintar o componer. Otros han de adquirirlo,
aprehenderlo, conquistarlo por la vía de la
educación. …Otros -desgraciadamente una gran
mayoría-, no lo adquirirán nunca.
Señorío es nobleza de espíritu, de
comportamiento; propia estimación; circunspección
-en el sentido de seriedad-, decoro; atención;
prudencia; sinceridad; generosidad; recato; honor; excelencia;
grandeza. Señorío es honrar, respetar e incluso
reverenciar a las personas con las que se trata, considerando
que el honor, respeto y
reverencia se deben al ser humano por el simple hecho de serlo;
es decir, la dignidad que merece el ser humano con
independencia de su posición, capacidad, edad, sexo,
raza, religión, educación y cultura -y
por extensión, aun cuando parezca difícil de
admitir, incluso- de su conducta. Señorío que
habremos de lograr adquiriendo la necesaria fortaleza de
espíritu, pues en definitiva señorío es
ser el señor de nuestras pasiones y reacciones; lo
único que ante las adversidades de la vida hace
mantenernos imperturbables. Si eres apasionado por naturaleza
en tus apetitos, tus deseos, tus devociones, el apasionamiento
que puedas poner en las cosas -en según qué
cosas- procura que esa pasión desbordante de tu
carácter -esa fuerza interior que pugna por salir al
exterior a través de tus ojos, de tus gestos, de tus
palabras-, tu interlocutor no lo perciba. Esfuérzate,
haz lo posible por sujetar todo apasionamiento a la
razón. Aplica tu señorío en el abrazo que
des lleno de pasión pero refrenado. Y cuando por
algún acontecimiento ajeno a tus aptitudes estén
próximas a fallar tus capacidades, recuerda que el
señorío todavía tiene un recurso que
actúa en forma de mecanismo autogenerador de nuestras
potencialidades, consistente en ese delicado sentido mezcla de
humor, hilaridad e ironía, el cual habrá de
sacarte del atolladero. El señorío es algo
desconocido, ignorado en los esquemas inspiradores de las
actuales pautas de vivencia, convivencia y conducta. El
señorío es hoy un bien perdido aun cuando no
desaparecido por completo. Probablemente reaparecerá
algún día… Saber de su existencia y no gozar de
sus placeres produce un desasosiego, una desazón, una
aflicción, al fin sólo soportables por el
señorío que uno advierte lleva dentro."
Detengámonos un momento y sin pretensiones de hacer
historia
recordemos que, en la época del feudalismo por
ejemplo, sólo eran "señores" los señores
feudales y "señora" su esposa; sus hijos eran
"señorito" y "señorita" porque estaban en
vías de llegar a ser un "señor" o una
"señora", igual que su padre o que su madre. Excepto las
personas con títulos nobiliarios, todas las demás
eran simplemente vasallos, siervos o esclavos -a pesar de su
edad-. Posteriormente y con los títulos
académicos y los cargos públicos de relevancia en
manos de personas que no pertenecían a la nobleza,
quienes los obstentaban también eran "señores".
El alcalde del lugar era el "Señor Alcalde" y
"Señora Alcaldesa" su esposa. Como ni el tiempo ni la
historia se detienen, las mujeres conseguimos estudiar y
obtuvimos -al igual que los hombres-, títulos
académicos primero y cargos públicos
después. La "Señora Alcaldesa" lo es ahora por
mérito propio y no porque un "señor" le da tal
dignidad mediante el matrimonio. La alcaldesa, la jueza, la
ministra, la diputada, la contralora, la procuradora,
etcétera, es una "señora" por sí misma.
Estos son simples cargos y no es precisamente por ello que la
mujer acreditó ser una "señora". Tan
"señora" es ésta que ostenta un cargo
público, como aquella otra mujer que obtiene un
título académico -con sus escasos veinte o
veintitrés años, edad promedio para egresar con
una licenciatura en cualquier carrera universitaria-, momentos
en los cuales será también "doña". Pero
vamos más allá y éstas señoras
serán tan "señoras" -con su cargo público
o su título académico o ambos a la vez-, como
aquella otra mujer mayor sin ostentar cargo ni título
alguno. Es decir, será una "señora" tanto una
profesional con o sin cargo de veinte años, como una
mujer no profesional con o sin cargo de veinticinco
años. Todo ello es totalmente independiente de que esta
señora esté o no casada, divorciada o
bínuba. Dicho de otro modo, con el sólo
transcurso del tiempo una mujer será una "señora"
-sin marido, sin título y sin cargo algunos-. Se obtiene
simplemente dejando que el tiempo haga lo suyo y dejando que
llegue la edad oportuna. Como vemos, una "señora" no lo
es necesariamente mediante el matrimonio. Digámoslo
así: en la época de nuestras bisabuelas la edad
para contraer matrimonio fue los trece años, la de
nuestras abuelas los quince, la de nuestras madres los
dieciocho, la nuestra los veinticinco y la de nuestras hijas
los treinta -y estos son datos tan
verídicos como que el número de hijos
descendió de doce a ocho a cinco a tres y ahora o dentro
de muy pronto a uno-. Pasada la edad promedio que marca la
estadística actual como edad para el
matrimonio de la mujer -ya que la edad del hombre es mayor y de
todas formas pasado lo que el tiempo hace será siempre
un señor, esté o no casado (nadie se atreve a
decirle hoy por hoy señorito a un "cuarentón" no
casado!, sin embargo volveremos con ésto más
adelante)-. Retomando, digo categóricamente que pasados
los veinticinco años, una mujer es una "señora".
Y lo es -como repito- sin título, sin cargo y sin marido
… lo es por sólo dejar que el transcurso temporal haga
lo propio y la edad se encargue de ello. Sea, se lo ha ganado
sin hacer otra cosa más que esperar su cumpleaños
número veinticinco. Me quedé de una sola pieza
cuando después de escuchar que el orador dijo:
"Señor Presidente Don Fulano de Tal" agregó
"Señorita Ministra de Justicia Fulanita de
Tal"¿?. Dos cosas pasaron por mi cabeza: no es una
Señorita -es un "Señora"- y si es una Doña
-tan doña como todos ellos son "Dones"-. En resumida
cuenta, la mujer tiene una edad para ser niña, una para
ser adolescente y otra adulta. La niña será
"niña" cuando niña, la adolescente será
"señorita" cuando adolescente y la adulta será
"señora" cuando adulta. En otras latitudes la mujer es
"Doña" una vez que termina la secundaria, simplemente
por ser una mujer adulta será una "Señora". Mayor
razón encontramos cuando esta señora pasó
con holgura los veinticinco, certifica varios títulos y
grados académicos y ostenta cargos públicos de
verdadera importancia. No seamos necios y reconozcamos a una
"Señora" cuando la tengamos delante. Pero mucho cuidado
con ésto: si llamamos a una señora
"señora" y ella nos advierte que es "señorita",
ella es feliz creyéndolo y nosotros la haremos aun
más respetándola. Al final nosotros hemos
cumplido con lo que ya sabemos y es ella la feliz -aunque a
todas luces ilógica e incluso muy inculta-. Es
importante que tengamos presente que en tratándose de
los hombres el detalle del estado civil no es relevante para
llamarles "Señor-Don",… ellos después de
adultos son siempre "señores", lo has notado?. Es
curioso, pero en nuestro medio los señores nunca son
"señoritos", en ellos pasa inadvertido los detalles que
hemos mencionado y sobre todo si es o no casado. Mejor
estaría que se calificara el señorío de
conformidad con lo que Don Antonio CARALPS RIVERA nos ha
apuntado líneas atrás. Pues tengamos la misma
consideración que tenemos con los señores para
con las señoras y hagamos práctica de la igualdad
real y social entre ellos y nosotras. Ahora que digo otra vez
"Antonio CARALPS RIVERA", ¿notaron a lo largo de todo
este escrito -esta nota incluida, ¿nota?, sí
¡notísima!-, que siempre he utilizado el nombre de
pila en minúscula y los apellidos con mayúscula?,
pues bueno éste es tema del mismo rollo y dice: Los
nombres de la personas físicas se escriben así:
Como en todo, trabajar para otros tiene, sus ventajas y sus
desventajas. No viene al caso y por ello no hablaremos de las
desventajas. Sobre las ventajas anoto una y es que no tengo que
ocuparme de pagar la luz, el agua, la
secretaria y esas cosas y además me llega al escritorio
cada día La Gaceta -y quizá sea éste el
único periódico que me molesto en leer-.
Resulta ser que es muy entretenido que en el
periódico oficial aparezcan tanta información
acerca de proyectos,
leyes, reglamentos, acuerdos, nombramientos, ceses, marcas,
naturalizaciones, etcétera… pero sobre todo me resulta
interesante que precisamente en este periódico aparezcan
tantísimas faltas de formato. Ãsnicamente
señalaré lo relacionado con los nombres propios
de los seres humanos, sea la forma como somos llamadas las
personas físicas. Me voy a tomar una molestia mayor: Voy
a buscar uno viejo … y aquí tengo a mano el
periódico de el viernes 17 de junio de 1.994, N( 116:
voy a anotar algunos ejemplos a los que posteriormente le
haré un breve comentario a cada uno. George Albert Webb
Choiseul (pág.15) … ¿Cúal o
cuáles es el nombre de pila y cúal o cuales son
sus apellidos?, definitivamente no tengo cómo saberlo,
pero mi intuición me dice que probablemente se llama lo
que en castellano
solemos conocer por Jorge Alberto en cuyo caso sus apellidos
son los dos restantes pero no tengo la posibilidad de saber si
se trata de uno o de dos aunque intuyo que se trata de dos
apellidos ya que de lo contrario quizá estarían
separados por un guión. Dennis Alvarado Bonilla,
divorciado, licenciado, cédula… Denise Garnier
Acuña, abogada, cédula… (ambos en pág.
15) En este caso no tengo mayores problemas porque conozco los
cuatro apellidos en los dos ejemplos precedentes, sin embargo
el problema aparece por el nombre de pila -y con otro detalle
que anotaré-. ¿Quién pertenece al sexo
femenino y quién al masculino?. Porque continúo
leyendo y en uno dice que es licenciado y en otro que es
abogada deduzco que Dennis es el varón en tanto que el
nombre de la otra persona es de una mujer. Por cierto, notemos
cómo al primero de estos ejemplos le ponen que es
divorciado y que es licenciado y ni siquiera se nos dice en
qué -cómo si para estos efectos a alguien le
importara-, aquí lo que realmente importa es que se diga
su profesión, no su grado académico, deduzco que
en realidad es abogado porque normalmente los apoderados
generalísimos lo son y porque en nuestro medio existe la
aberrante costumbre de decirle licenciados a los abogados -tan
aberrante como decirle doctores a los médicos-. Serge
Francois Lorenzin, divorciado… (pág. 16)
¡Aquí definitivamente quedé lista!,
¿cómo hago para saber cuál es el nombre y
cuáles los apellidos?, no tengo modo alguno aunque la
intuición me dice que es probable que sea Lorenzin
porque es muy semejante al nombre castellano Lorenzo… luego
no es propio en un periódico oficial que le llamen por
el nombre de cariño entre los amigos (de Carlos
Carlín, de Pepe Pepín vg.), de ahí que
deduzco que no, que definitivamente el nombre de pila ha de ser
Serge…además porque en todos los casos anteriores el
nombre de pila aparece el primero en tanto que los apellidos en
segundo lugar y asunto resuelto. Pero bueno, todavía me
queda una duda: es éste un nombre de hombre o de mujer?,
continúo leyendo y porque dice que es divorciado -lo que
para estos efectos a nadie le importa, ya que lo que en verdad
importa es su número de cédula a efecto de
identificarle- es que sé que se trata de un
señor. Manuel de Oña Ferre… (pág. 17) En
este caso no tengo problema alguno en saber que se trata de un
señor y que su nombre es Manuel en tanto que el resto se
trata de sus apellidos. El asunto está en que si en este
caso su nombre fuera Manuela ¡sí que
tendría problemas con sus apellidos!. Tendría
problemas porque en primer lugar los apellidos que tienen
antepuesto un de normalmente se escribe ese De así con
mayúscula y por otra parte existe la fea costumbre en
nuestro medio de que las señores se ponen el apellido de
sus maridos… Es decir, si en el periódico apareciera
Manuela De Oña Ferre yo no tendría manera de
saber si esos son sus verdaderos apellidos, o si es que ella
está usando el apellido de su marido. Lucila de Pedro
Fernández… (pág. 27) ¿Lo ven?,
aquí hay un ejemplo del que veníamos hablando,
sólo que no lo tengo tan difícil porque deduzco
lo siguiente: Esta señora es de primer apellido de
Pedro, porque si fuera que está poniéndose que
ella es de su marido, posiblemente haya escrito un apellido y
no un nombre de pila (conozco a las mujeres que se ponen por
ejemplo "María de FONSECA" porque su marido se llama
"José FONSECA" o "Ana de RUIZ" porque su marido es "Luis
RUIZ", pero nunca jamás he sabido que se pongan por
ejemplo

Partes: 1, 2, 3
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