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La mediación en ruptura de parejas (página 2)



Partes: 1, 2

Consideramos que una vez que se es padre debe asumirse
el rol de padre, con todas sus consecuencias y en toda su
extensión y eso implica que se sigue siendo padre una vez
que se produce una separación o un divorcio, y
que ejercer de padre no debería depender de la
situación personal, ni
económica, ni de la social, ni siquiera de una
resolución judicial.

La
mediación en ruptura de parejas

Uno de los grandes aciertos de la mediación como
procedimiento
para gestionar la ruptura de parejas es la oportunidad para
manejar y preparar el futuro con el concurso de los actores,
directamente, moderados por un árbitro -el mediador- que
no ejerce de psicólogo ni de abogado de nadie.

Los actores participan del juego de su
vida, y deciden si quieren ponerse de acuerdo o no. No existen
las coacciones, sino los compromisos. Los mediadores facilitan el
llegar a acuerdos sobre la custodia de los hijos, las horas que
pasarán con cada padre, el lugar de residencia, el
régimen económico, …

En la mediación el menor es lo más
importante, y aunque los juzgados pretenden lo mismo, no debe
olvidarse el componente de enfrentamiento indirecto que conlleva,
donde los abogados de uno y otro dicen representar los intereses
de sus patrocinados, intentando sacar la mejor de las ventajas
para cada uno, lo que no siempre coincide con sus intereses
reales.

La mediación permite, después de mucho
esfuerzo, tener la sensación de que se controla algo de la
vida de uno, de que no se es el portador pasivo de un rol y que
se puede ajustar, en buena medida, un horario de trabajo con la
posibilidad de poder educar a
los hijos, y eso ya es mucho.

Educar es dar el almuerzo, vestir, regañar,
reír, asear, compartir, … y estar con un hijo cuatro
días al mes -como resuelven muchos juzgados para alguno de
los progenitores- no nos parece educar, máxime cuando se
acaba llevando al niño con los abuelos los fines de semana
porque no se sabe ni cómo actuar con ellos, bien por no
haber dedicado tiempo
anteriormente a esas actividades o porque lo restrictivo de los
horarios impuestos impiden
cualquier rutina doméstica.

Tampoco es educar ir con un hijo a una cafetería
por las tardes mientras se lleva aún el traje o el mono de
trabajo mientras se espera que pasen las horas para su
"devolución", a la vez que se observa extrañado que
está peinado y aseado y quién y cómo le
atiende, ni convertirse en mero proveedor económico para
ganarse su favor y sentirse en paz consigo mismo.

Las necesidades económicas insatisfechas de una
de las partes y las emocionales, por parte de la otra (que cada
cuál inserte aquí su propia experiencia), crean un
clima
emocional interno que los padres a menudo utilizan para enfrentar
al niño con el rencor que uno de sus padres tiene contra
el otro.

Si cada uno de nosotros se pusiera en el papel de hijo,
se preguntaría: "qué hicieron mi padre o mi madre
por mí cuando pudieron hacerlo, si buscaron otras
opciones, si lucharon por mí, si se empeñaron en
ejercer de padre o madre o si se limitaron a pagar mi educación y mi casa
mientras él o ella rehacían su vida", porque esta
parte es la que no entenderá.

Cada familia o pareja
funciona con un sistema
determinado de valores y
obligaciones,
fruto de las interacciones de sus miembros y de sus propias
características socioeconómicas y
psicológicas. Y las separaciones se producen por causas
que son diferentes en cada familia o pareja y que tienen que ver
con todo ésto. Frente a un juez se exponen los hechos y se
pueden acompañar informes
psicológicos y económicos, dictando sentencia en
virtud de los prejuicios del propio juez y las normas sociales
imperantes en ese momento, pero muy pocas veces atendiendo a las
características de cada familia rota.

El resultado, querámoslo o no admitir, es que es
la mayoría de los casos la madre se queda con la custodia
de los hijos y el padre se convierte en un visitante, una figura
difusa y a veces incómoda, ocasional,
que provee de medios
económicos, cuando los tiene.

La cuestión, llegados a este punto, es decidir si
queremos que esta situación se mantenga, porque satisface
por igual a padres y madres, o deseamos que cambie, en la medida
de que los roles predefinidos no arruinen la vida de los
afectados.

La proposición de la mediación frente a la
resolución en un juzgado es una apuesta por la
implicación, por el consenso y por la equidad, en la
que el proceso es tan
importante como el resultado final.

Y las leyes
deberán cambiar para establecer sentencias más
justas en los asuntos de familia, con objeto de proteger a los
menores, sí, pero también a todas las partes
implicadas en uno de los grandes problemas de
la sociedad
española: la desestructuración de las personas
después de un divorcio.

 

 

 

 

 

Autor:

José Luis Muñoz
Mora

Psicólogo

1 de junio de 2008

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