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La vida y la muerte están en el poder de la boca (página 4)



Partes: 1, 2, 3, 4

2. Se dice también que el "hombre es
demasiado pequeño, un ser demasiado insignificante para
que le sea posible cometer un pecado
infinito". ¿Qué significa esta objeción?
Significa que el pecado es un acto de creación, y que debe
ser medido por tanto con la magnitud de lo que ha sido hecho.
Esto sería una idea realmente extraña sobre la
naturaleza del
pecado. ¿Significará, la objeción, que
el hombre no
puede violar una obligación de fuerza
infinita? Entonces su significado es simplemente falso, como todo
el mundo sabe. ¿Implica este hombre que la culpa del
pecado no ha de ser medida por la obligación violada?
Entonces no sabe lo que dice o pervierte la verdad a sabiendas.
¿Oué? ¿El hombre es tan pequeño que
no puede cometer mucho pecado? ¿Es ésta la manera
de razonar en casos análogos? Supongamos que un
niño te desobedece. ¡Es mucho más
pequeño de lo que tú eres! Pero ¿le
disculpas o exoneras de culpa? ¿Es ésta una
razón para anular la culpa? No pueden los inferiores
cometer pecado contra sus superiores? ¿Han errado los
hombres sensatos que siempre han supuesto que los jóvenes
y pequeños están, a veces, bajo la
obligación de obedecer a los más viejos y mayores?
Supongamos que das un golpe a un magistrado; supongamos que
insultas o intentas asesinar a un rey; ¿es esto un
delito muy
pequeño, casi excusable de ser considerado un delito,
porque, sin duda, tú estás en una posición
inferior y él superior? Dices: "¡Yo soy tan
pequeño, tan insignificante! ¿Cómo puedo
merecer un castigo tan grande?" ¿Razonas de este modo en
algún otro caso excepto con tus pecados contra Dios?
¡Nunca!

3. Además, algunos hombres dicen: "E1 pecado no
es un mal infinito." Este lenguaje es
ambiguo. ¿Significa que el pecado no produciría
maldad infinita si fuera tolerado indefinidamente? Esto es falso,
porque si sólo un alma fuera
destruida por él, la maldad acumulada de ello ya
sería infinita. ¿Significa que el pecado no es un
mal infinito, visto en sus presentes resultados y relaciones?
Supongamos que admitimos esto; no demuestra nada respecto a
nuestro propósito, porque es posible que la suma total de
mal resultante de cada pecado singular sea presentada bajo una
duración eterna. ¿Cómo puedes, pues, medir
el mal del pecado por lo que ves hoy?

Pero hay todavía otras consideraciones que
muestran que la pena de la ley debe ser
infinita. El pecado es un mal natural infinito. Lo es en este
sentido, que no hay límites al
mal natural que sería introducido si no fuera restringido
por el gobierno.

Si el pecado causara la ruina de una sola alma, no
habría límite al mal que esto
ocasionaría.

De nuevo, el pecado implica la culpa infinita, porque es
una violación de una obligación infinita. Es
importante notar aquí una equivocación
común, que procede de la confusión de ideas
respecto a la base de la obligación. De esto, resultan
equivocaciones con respecto a lo que constituye la culpa del
pecado. Aquí podría mostrarse que cuando se yerra
sobre la base de la obligación es prácticamente
necesario que la persona entienda
mal la naturaleza y extensión del pecado y de la culpa.
Recurramos a nuestra ilustración anterior. Aquí tenemos
un gobierno, que es apropiado para asegurar el máximo bien
de los gobernados y de todos los afectados. ¿De
dónde viene la obligación de obedecer? Ciertamente
del valor
intrínseco al fin perseguido. Pero, ¿cuán
amplia es esta obligación de obedecer?, o en otras
palabras, ¿cuál es su verdadera medida? Contesto
que es exactamente igual al valor del fin que el gobierno procura
mantener y cuya obediencia la asegurara, pero que el pecado la va
a destruir. Con este medida de Dios debe ser graduada la pena. De
este modo debe determinar el legislador cuánta
sanción, remunerativa o vindicativa debe aplicar a esta
ley, a fin de corresponder a las exigencias de la justicia y la
benevolencia.

Ahora bien, los objetivos de
la ley de Dios aseguran el máximo bien universal. Su fin
último y principal no es, estrictamente hablando, asegurar
el supremo homenaje a Dios, sino asegurar el bien más alto
posible a los seres morales inteligentes: Dios, y todas sus
criaturas. Visto así, puede verse que el valor
intrínseco del fin a buscar es la base real de la
obligación a obedecer el precepto. Una vez estimado el
valor de este fin, se tiene el valor y la fuerza de la
obligación.

Ésta es evidentemente infinita, en el sentido de
ser ilimitada. En este sentido afirmamos que la obligación
carece de límite. La misma razón por la que
afirmamos cualquier obligación, en absoluto es que la ley
es buena y es el medio necesario para el máximo bien del
universo. De
aquí que la razón por la que establecemos la pena
en general, nos obliga a afirmar la justicia y necesidad de una
pena infinita. Vemos que la justicia intrínseca ha de
exigir una pena infinita por la misma razón por la que
exige cualquier pena. Si una pena dada es justa, lo es porque la
ley asegura un cierto bien. Si este bien que se busca por la ley
es ilimitado en extensión, también debe serlo la
pena. La justicia gubernamental, pues, requiere un castigo
infinito; de otro modo no proporciona suficiente garantía
para el bien público.

Nuevamente, la ley no sólo planea un bien
infinito, sino que tiende a asegurarlo. Sus tendencias
están dirigidas a este fin. De ahí que la pena haya
de ser infinita. La ley no es justa para los intereses a los que
se dirige y que procura asegurar, a menos que se arme de
sanciones infinitas.

Nada inferior a un castigo infinito puede ser una
expresión adecuada del punto de vista de Dios respecto al
gran objetivo sobre
el que está puesto su corazón.
Cuando los hombres hablan de la muerte
eterna como pena excesiva para el pecado, ¿qué
piensan de los esfuerzos de Dios para restringir el pecado por
todo el universo
moral?
¿Qué piensan de la muerte de su
amado Hijo? ¿Suponen que es posible que Dios quiera una
expresión correspondiente a su aborrecimiento del pecado
con un castigo menos que infinito?

Nada menor podía dar una expresión
adecuada a su consideración por la autoridad de
la ley. ¡Oh, cuán espantosos habrían sido los
resultados y cuán terrible la misma idea, si Dios hubiera
fallado de hacer una expresión adecuada de su
consideración por lo sagrado de esta ley que subraya el
bienestar completo de todo su vasto reinado!

No puede pensarse que Él pueda considerar la
violación de su ley de la forma que lo miran los
universalistas. Con toda seguridad esto
traería una avalancha de destrucción en todas las
criaturas inteligentes, si Él cediera a sus exigencias. Si
asignara algo inferior a una pena sin fin a su ley,
¿cuál sería el ser santo que podría
confiar en la
administración de su gobierno?

Su consideración para el bien público
impide la aplicación de una pena leve o finita a la
infracción de su ley. Quiere a sus súbditos
demasiado. Algunos tienen ideas extrañas sobre la manera
en que el gobernante debería expresar su
consideración para sus súbditos. Quisieran que
fuera tan blando hacia los culpables que la culpa quedara
absorbida en su simpatía y consideración. Con un
castigo leve para una pena grave, pongamos un dólar por un
asesinato o un par de días en la cárcel, al parecer
muchos se quedarían tranquilos de que no se hace
injusticia al criminal, puesto que la naturaleza
humana es tan frágil y sometida a toda clase de
tentaciones que hay que ser comprensible. Los universalistas nos
dicen que hay que concederle a Dios que le dé al culpable
una conciencia que le
acuse por haber cometido un asesinato. De lo que no se dan cuenta
es que la primera vez quizá la conciencia quedaría
intranquila durante un tiempo, pero
quedaría menos intranquila, cada vez sucesiva. Ésta
es la idea que algunos tienen cuando se apartan de la recta
razón y de la Palabra reveladora de Dios.

Hablando ahora a los que tienen sentido moral para
afirmar lo recto, así como ojos, para ver la
operación de la ley, sé que no pueden negar la
necesidad lógica
de la pena de muerte
por la infracción de la ley moral de Dios. Hay un punto
convincente en cada una de estas proposiciones, del que no es
posible escapar.

Ninguna pena menos que infinita puede ser una
expresión adecuada del desagrado de Dios contra el pecado
y de su decisión a resistirlo y castigarlo. La pena
debería durar un período tan largo como el
período en que haya súbditos que puedan ser
afectados por ella, en tanto que haya necesidad de una
demostración de los sentimientos de Dios y del curso
gubernamental respecto al pecado.

Dios no puede infligir menos que lo máximo, pues
Él ciertamente puede infligir un castigo interminable e
infinito. Si por tanto la necesidad exige que sea infligida la
máxima pena, ésta debe ser la que se aplique: la
separación de la presencia de Dios y la muerte
eterna.

Pero he de hacer notar que el Evangelio insiste en que
éste es el caso, en todas partes. Insiste en que por los
hechos de la ley ninguna carne puede ser justificada delante de
Dios. En realidad no sólo afirma esto, sino que construye
todo un sistema de
expiación y de gracia sobre este fundamento.
Constantemente da por sentado que no hay posibilidad de pagar la
deuda o cancelar la obligación; y por tanto, que el
único alivio del pecador es el perdón por medio de
la sangre
redentora.

Con todo, si la pena no fuera la muerte eterna,
¿qué sería? ¿Un sufrimiento temporal?
¿Cuánto duraría? ¿Cuándo
terminaría? ¿Ha servido algún pecador el
tiempo designado y ha sido llevado al cielo? No tenemos
ningún ejemplo para probarlo, ni aun uno; pero tenemos el
solemne testimonio de Jesucristo para probar que no puede existir
este caso. Jesús nos dice que nadie puede pasar del cielo
al infierno o del infierno al cielo. Una gran sima se interpone
entre los dos, tal que nadie la puede cruzar. Tú no puedes
pasar de la tierra al
cielo, como no puedes pasar de la tierra al
infierno; sino que estos dos estados del mundo futuro son dos
puntos extremos, y nadie, ni un hombre, ni un ángel puede
cruzar la sima que los divide.

A mi pregunta ¿En qué consiste la pena?",
tú contestas: "Es sólo la consecuencia natural del
pecado tal como se desarrolla en una conciencia perturbada."
Entonces se sigue que cuanto más peca un hombre menos es
castigado, hasta que llegue a una cantidad infinitesimal de
castigo, del cual el pecador no se preocupa en absoluto.
¿Quién va a creer esto? ¡Bajo este sistema,
si un hombre teme el castigo, lo que tiene que hacer es procurar
pecar con más energía; tendrá más
consuelo tan pronto como pueda vencer su compunción, y al
fin llegará a no sufrir ningún castigo!
¿Cree alguien que esto es el castigo que Dios dará
al pecado? Esto es imposible.

Los universalistas siempre confunden la disciplina con
las sanciones penales. Olvidan que esta distinción es muy
importante y consideran todo lo que sufre el hombre aquí
en este mundo sólo como penal. Cuando apenas es penal y
sí de un modo principal, disciplinario. Dicen:
¿Qué bien le hará el pecador que le
envíen a un infierno sin término? ¿No es
Dios perfectamente benevolente?, si es así,
¿cómo puede tener otro objetivo que el hacer al
pecador todo el bien puede?

Contesto: El castigo no está destinado a hacer
ningún bien al pecador castigado. Sino que intenta a otro
bien, más remoto, y mucho más importante. La
disciplina, mientras el pecador está en la tierra, busca
su bien personal,
principalmente; el castigo tiene la mira puesta en otros
resultados. Si preguntas: ¿No intenta Dios el bienestar de
todos por medio del castigo? Contesto: Sin duda, esto es
precisamente lo que procura.

Bajo la provisión de los gobiernos humanos, el
castigo puede tener por objetivo, en parte, el restablecer,
reclamar. Hasta aquí es disciplina. Pero la pena de
muerte, después de agotado el término de
suspensión del castigo y cuando ha caído el golpe
fatal, no tiene como objetivo reclamar, disciplinar, sino
sólo castigar. El culpable es puesto ante el altar
público y sacrificado por el bien público. El
objetivo es hacer una impresión terrible en la mente
pública sobre el mal de la transgresión y lo
espantoso de las consecuencias. La disciplina no tiene por
objetivo el apoyo de la ley, sino el recobrar al ofensor. Pero el
día del castigo no tiene que ver con el restablecimiento
del pecador castigado. El castigo, y todo lo que resulta del
mismo, es puramente penal. Es extraño que se confundan
estos hechos evidentes.

Hay todavía otra consideración que no se
tiene en cuenta, a saber, que bajo toda dispensación
segura de disciplina, tiene que haber una ley moral, apoyada por
sanciones amplias y terribles, para preservar la autoridad del
legislador y sostener el honor y majestad de su gobierno. No
sería seguro confiar en
un sistema de disciplina, y en realidad no puede esperarse que
hiciera mucha impresión en los caídos, si no fuera
sostenido por un sistema de leyes y castigo.
Esta visitación penal en el pecador que no ha sido
rescatado tiene que permanecer para siempre, un hecho terrible,
para mostrar que se realiza la justicia, que se reivindica la
ley, y que Dios es honrado; y para hacer una impresión
terrible y permanente del mal del pecado y de la eterna
hostilidad de Dios contra el mismo.

CONCLUSION

Se oyen razonamientos contra el castigo futuro. No es de
extrañar que sea así, pero el hecho es que el
Evangelio las da por verdaderas y luego propone un remedio. Se
puede admitir, y es natural que la mente retroceda ante las
terribles consecuencias que son inevitables cuando se consideran
las relaciones de las meras leyes; pero cuando el Evangelio se
interpone para salvar, entonces se hace altamente extraño
que los hombres admitan la realidad del Evangelio y con todo
rechacen la ley y sus penas. Hablan de la gracia; pero
¿qué quieren decir con la gracia? Cuando los
hombres niegan el hecho del pecado no hay lugar ni ocasión
para la gracia en el Evangelio. El admitir nominalmente el hecho
del pecado, pero negar virtualmente su culpa es sólo
gracia de nombre. Repudiando las sanciones de la ley de Dios, y
laborando para desaprobar su realidad, ¿qué derecho
tienen los hombres a decir que respetan el Evangelio? Hacen de
él una farsa, o por lo menos un sistema de enmiendas a una
legislación excesivamente severa. ¡Que nadie que
interprete la ley de esta manera pretenda honrar a Dios
aplaudiendo el Evangelio!

Lo que dice la Biblia con respecto a la
condenación final de los malos es impresionante. Las
verdades espirituales se nos revelan por medio de los objetos
naturales: por ejemplo, las puertas y las paredes de la Nueva
Jerusalén, para presentar los esplendores y glorias del
estado
celestial. Un telescopio espiritual es puesto en nuestras manos;
se nos permite apuntar hacia la gloriosa ciudad, "cuyo Hacedor y
arquitecto es Dios"; podemos medir s un santuario interior y
podemos ver las muchedumbres que sin cesar adoran a Dios. Vemos
las ropas blancas ondeando al viento –las palmas de victoria en
sus manos, el gozo refulgente de sus rostros– las
manifestaciones de inefable bendición de sus almas. Esto
es el cielo retratado en símbolos. ¿Quién supone que
esto se usa como una hipérbole? ¿Quién
considera estas expresiones como exageradas, presentadas con
miras a producir expectativas extraordinarias y sin
garantía? Nadie lo piensa. Nadie tiene objeción a
lo que la Biblia dice del cielo. ¿Con qué objetivo
se adopta este tipo figurativo de representación? Sin
duda, el objetivo es dar la mejor concepción posible de
los hechos.

Luego tenemos el otro lado. Se levanta el velo, y
llegamos al mismo borde del infierno para ver lo que hay
allí. En tanto que en el otro extremo todo era glorioso,
aquí todo es horroroso, espantoso.

Éste es el abismo. ¡Un alma inmortal es
lanzada en el mismo; se hunde más y más, y mientras
desciende en esto horrible hoyo que carece de fondo, va llorando
y gimiendo y se pueden oír sus gemidos haciendo eco en los
lados de la espantosa caverna!

Aquí hay otra imagen. "Es un
lago ardiendo de fuego y azufre" y se ven los pecadores perdidos
lanzados a las olas de fuego; y golpean la orilla ardiente, y se
muerden la lengua de
dolor. Allí el gusano no muere, y el fuego no es apagado,
y no hay "una gota de agua" que
"moje sus lenguas y las
refresque" mientras "son atormentados en aquella
llama".

¿Qué piensas tú de eso?
¿Crees que Dios dice estas cosas para asustar a las pobres
almas? No. Le apena que tenga que existir este infierno y hayan
de ira parar al mismo todos los que no honran su ley, los que no
aceptan la salvación de sus pecados por medio de la
gracia. Dios no se complace con la muerte del pecador. Pero tiene
que mantener la integridad de su reino, para salvar a sus
súbditos leales.

Miremos a otra escena. Se trata de un lecho de muerte.
¿Has visto alguna vez morir a un pecador?
¿Podrías describir la escena? ¿Fue la de un
amigo, un pariente, un deudo cercano a tu corazón?
¿Cuánto tiempo tardó en morir? ¿Te
pareció que su agonía no iba a terminar? Cuando
murió mi último hijo la lucha duró mucho.
Veinticuatro horas de agonía para disolver su naturaleza.
Me era imposible contemplarlo. Pues supón que hubiera
durado hasta ahora. Yo mismo habría muerto ya, agotado
completamente por la angustia de contemplar una escena
así. Y lo mismo habrían muerto todos nuestros
amigos. ¿Quién habría podido sobrevivir
contemplando una muerte tan espantosa? ¿Quién no
habría exclamado: "¡Señor, abrévialo,
abrévialo por tu misericordia!"? Cuando murió mi
esposa su agonía fue larga y conmovedora. Si hubierais
estado allí habrías gritado también: "
¡Abrévialo, Señor! ¡Ten misericordia!"
Pero supongamos que hubiera seguido indefinidamente, día
tras día, noche tras noche. La figura de nuestro texto supone
un morir eternamente. ¿Puedes concebir que un hombre
prolongue su agonía durante meses, años, hasta que
sus propios amigos vayan todos a la tumba por no poder soportar
el horror de la escena. Pero, esto no basta, viene una nueva
generación, y el fin no ha llegado todavía.
¡Y otra! ¡Pues bien, esto es una débil
ilustración de la terrible muerte segunda"!

Dios quiere que entendamos bien cuán terrible es
el pecado y el espantoso castigo que merece. Quiere mostrarnos
con estos ejemplos lo terrible que ha de ser el destino de un
pecador. ¿Has visto alguna vez morir algún pecador?
¿Y no exclamaste: "¡Sin duda la maldición de
Dios ha caído pesadamente sobre el mundo!"? ¡Ah,
esto es sólo una imagen de esta otra maldición
más pesada que viene en la "muerte segunda"!

El texto afirma que la muerte es "la paga del pecado".
Es lo que merece el pecado. El obrero gana su jornal y tiene
derecho a reclamar esta remuneración. Y los hombres se nos
dice que ganan la paga o jornal de su pecado. Tienen derecho al
mismo. Dios considera que les debe esta paga merecida.

Como he dicho con frecuencia, no diría una
palabra en este sentido para afligir vuestras almas si no hubiera
esperanza ni misericordia. ¿Por qué iba a
atormentaros antes de tiempo? ¡Jamás! Sólo
digo estas cosas para haceros comprender que hay necesidad de
escapar para salvar la vida.

Pensad esto: "¡La paga del pecado es muerte!" Dios
quiere proclamar a todo el universo: "Asombraos y no
pequéis." Quiere que los hombres se den cuenta de
cuán terrible es el pecado. Pero en vez de esto lo que
dicen es: ¡Oh, cuán terrible es el castigo! No se
dan cuenta de lo horrible que es la culpa merecida por el pecado.
Dios quiere que veamos cuando un pecador está en su lecho
de muerte lo que es la paga del pecado. Allí se encuentra
en sus gemidos y temblores, presa del dolor, hasta que muere. Es
necesario comprender que el castigo eterno significa que no
muere, que sigue en este estado un mes, mil años, edades
sin fin, muriendo perpetuamente. El toque de la campana que dobla
a muertos nunca llega para é1. Su castigo es eterno.
¡Qué espantosa palabra que resuena por las edades de
agonía y desesperación!

Se nos dice que en la consumación final de las
escenas terrestres: "se sentarán a juicio y los libros
serán abiertos." Nosotros estaremos allí, y lo que
es más, será para saldar cuentas con Dios
y recibiremos nuestra porción. ¿Cuál
será la tuya en aquel día final? ¿La paga
del pecado? Dios no va a permitir que renuncies a tu paga. Ya
está preparada y tendrás que recibirla. Antes que
sea corrida la cortina final y no haya más esperanza
puedes aún poner en orden tu estado. ¿Hacia
dónde te dirigirás, hacia la izquierda o la
derecha?

La Biblia localiza el infierno a la vista del cielo.
Dice que el humo de su tormento subirá para siempre, y a
plena vista de las alturas de la Ciudad Celestial. Allí te
postrarás en adoración; pero al dar una mirada a lo
lejos es posible que veas un vasto cráter, de donde surgen
los elementos hirviendo y masas enormes de humo. Vi una vez el
volcán Etna y no pude por menos de aterrorizarme.
¡Ésta es una imagen del infierno! ¡Oh,
pecador, hay infierno y tú vas a ser lanzado al mismo!
Ante este espectáculo el universo observa y lee:
"¡La paga del pecado es muerte! ¡No peques, pues
éste es el destino del pecador no perdonado!"
¡Piensa en esta demostración del gobierno de Dios!
¡Una muestra de su
santa justicia y su inflexible propósito de sostener los
intereses de la santidad y la felicidad en todos sus vastos
dominios! ¿No está justificado para mantener lo
sagrado de su gran plan de gobierno
moral del universo?

Pecador, ahora puedes escapar todavía de este
espantoso destino. Ésta es la razón por la que Dios
nos ha revelado la existencia del infierno en su Palabra. Y
ahora, ¿va a ser esta revelación en vano o peor que
en vano para ti?

Imagínate, por un momento, que toda esta
congregación fuera empujada por una fuerza incontenible al
mismo borde del infierno: pero cuando ya pareciera que iba a caer
en la sima apareciera un ángel y proclama: "Hay
salvación. ¡Gloría a Dios, gloría a
Dios!"

Gritarías: "¿Es posible?"
¡Sí! Y te lanzarías a sus brazos para que te
llevara a los pies de Jesús. ¡Porque Él es
poderoso para salvar y dispuesto a hacerlo!

¿Son todo esto meras palabras? ¡Oh, no!
Ojalá tuviera elocuencia celestial para poder
hacértelo comprender.

Una última palabra para los cristianos.
¿Cómo podéis ocuparos en cosas triviales
descuidando el salvar almas? ¿Es posible que creáis
que muchos a vuestro alrededor se dirigen directamente al
infierno, donde no habrá posibilidad de ayudarles? Cuando
en el cielo veáis el humo que sale del abismo y os
acordéis de personas queridas en las cuales podría
haber influido, personalmente u orando por ellas, pero cuyo
destino ya habrá sido sellado, ¿no va a ser el
pensar en ellas una espina que va a estorbar en vuestra
felicidad?

 

CAPÍTULO 8.

Pecado de
omisión callando

A los trece años se le
murió la madre, que era lo último que le quedaba.
Al quedar huérfano ya hacía lo menos tres
años que no acudía a la escuela, pues
tenía que buscarse el jornal de un lado para otro. Su
único pariente era un primo de su padre, llamado Emeterio
Ruiz Heredia.  Emeterio era el alcalde y tenía una
casa de dos pisos asomada a la plaza del pueblo, redonda y rojiza
bajo el sol de agosto.
Emeterio tenía doscientos cabezas de ganado paciendo por
las laderas de Sagrado, y una hija moza, bordeando los veinte,
morena, robusta, riente y algo necia. Su mujer, flaca y
dura como un chopo, no era de buena lengua y sabía mandar.
Emeterio Ruiz no se llevaba bien con aquel primo lejano, y a su
viuda, por cumplir, la ayudó buscándole jornales
extraordinarios. Luego, al chico, aunque lo recogió una
vez huérfano, sin herencia ni
oficio, no le miró a derechas. Y como él los de su
casa.     La primera noche que Lope durmió
en casa de Emeterio, lo hizo debajo del granero. Se le dio cena y
un vaso de vino. Al otro día, mientras Emeterio se
metía la camisa dentro del pantalón, apenas
apuntando el sol en el canto de los gallos, le llamó por
el hueco de la escalera, espantando a las gallinas que
dormían entre los huecos:

    — ¡Lope!

    Lope bajó descalzo, con los
ojos pegados de legañas. Estaba poco crecido para sus
trece años y tenía la cabeza grande,
rapada.

    — Te vas de pastor a
Sagrado.

    Lope buscó las
botas y se las calzó. En la cocina, Francisca, la hija,
había calentado patatas con pimentón. Lope las
engulló de prisa, con la cuchara de aluminio
goteando a cada bocado.

    — Tú ya conoces
el oficio. Creo que anduviste una primavera por las lomas de
Santa Aurea, con las cabras del Aurelio Bernal.

    — Sí,
señor.

    — No, irás solo.
Por allí anda Roque el Mediano. Iréis juntos.
    — Sí, señor.

    Francisca le
metió una hogaza en el zurrón, un cuartillo de
aluminio, sebo de cabra y cecina.

   –Andando

–dijo Emeterio Ruiz Heredia.
    Lope le miró. Lope tenía los
ojos negros y redondos, brillantes.

    — ¿Qué
miras? ¡Arreando!

    Lope salió,
zurrón al hombro. Antes, recogió el cayado, grueso
y brillante por el uso, que aguardaba, como un perro, apoyado en
la pared.     Cuando iba ya trepando por la loma
de Sagrado, lo vio don Lorenzo, el maestro. A la tarde, en la
taberna, don Lorenzo lio un cigarrillo junto a Emeterio, que fue
a echarse una copa de anís.

    — He visto al Lope
–dijo–. Subía para Sagrado. Lástima de chico.
    — Sí –dijo Emeterio,
limpiándose los labios con el dorso de la mano–. Va de
pastor. Ya sabe: hay que ganarse el currusco. La vida está
mala. El "es graciao" del Pericote no le dejó ni una tapia
en que apoyarse y reventar.     — Lo malo –dijo
don Lorenzo, rascándose la oreja con su uña larga y
amarillenta –es que el chico vale. Si tuviera medios
podría sacarse partido de él. Es listo. Muy listo.
En la escuela…

    Emeterio le
cortó, con la mano frente a los ojos:    
— ¡Bueno, bueno! Yo no digo que no. Pero hay que ganarse
el currusco. La vida está peor cada día que
pasa.

    Pidió otra de
anís. El maestro dijo que sí, con la cabeza.
    Lope llegó a Sagrado, y voceando
encontró a Roque el Mediano. Roque era algo retrasado y
hacía unos quince años que pastoreaba para
Emeterio. Tendría cerca de cincuenta años y no
hablaba casi nunca. Durmieron en el mismo chozo de barro, bajo
los robles, aprovechando el abrazo de las raíces. En el
chozo sólo cabían echados y tenían que
entrar a gatas, medio arrastrándose. Pero se estaba fresco
en el verano y bastante abrigado en el invierno.
    El verano pasó. Luego el otoño y
el invierno. Los pastores no bajaban al pueblo, excepto el
día de la fiesta. Cada quince días un zagal les
subía la "collera": Pan, cecina, sebo, ajos. A veces, una
botella de vino. Las cumbres de Sagrado eran hermosas, de un azul
profundo, terrible, ciego. El sol, alto y redondo, como una
pupila impertérrita, reinaba ahí. En la neblina del
amanecer, cuando aún no se oía el zumbido de las
moscas ni crujido alguno, Lope solía despertar, con la
techumbre de barro encima de los ojos. Se quedaba quieto un rato,
sintiendo en el costado el cuerpo de Roque el Mediano, como un
bulto adelántate. Luego, arrastrándose,
salía para el cerradero. En el mismo cielo, cruzados como
estrellas fugitivas, los gritos se perdían,
inútiles y grandes. Sabía Dios hacia qué
parte caerían. Como las piedras. Como los años. Un
año, dos, cinco.

    Cinco años más tarde,
una vez, Emeterio le mandó llamar, por el zagal. Hizo
reconocer a Lope por el médico, y vio que estaba sano y
fuerte, crecido como un árbol.

    ¡Vaya roble!
–dijo el médico, que era nuevo. Lope enrojeció y
no supo qué contestar.     Francisca se
había casado y tenía tres hijos pequeños,
que jugaban en el portal de la plaza. Un perro se le
acercó, con la lengua colgando. Tal vez le recordaba.
Entonces vio a Manuel Enríquez, el compañero de
clase que siempre le iba a la zaga. Manuel vestía un traje
gris y llevaba corbata. Pasó  a su lado y les
saludó con
la mano.

    Francisca
comentó:

    — Buena carrera,
ése. Su padre lo mandó estudiar y ya va para
abogado.     Al llegar a la fuente volvió a
encontrarlo. De pronto, quiso llamarle. Pero se le quedó
el grito detenido, como una bola, en la garganta.

    — ¡Eh! –dijo
solamente. O algo parecido.

    Manuel volió a
mirarle, y lo conoció. Parecía mentira: le
conoció. Sonreía.     —
¡Lope! ¡Hombre, Lope…!

    ¿Quién
podía entender lo que decía? ¡Qué
acento tan extraño tienen los hombres, qué raras
palabras salen por los oscuros agujeros de sus bocas! Una sangre
espesa iba llenándole las venas, mientras veía a
Manuel Enríquez.     Manuel abrió
una cajita plana, de color de plata,
con los cigarrillos más blancos, más perfectos que
vio en su vida. Manuel se la tendió, sonriendo.
    Lope avanzó su mano. Entonces se dio
cuenta de que era áspera, gruesa. Como trozo de cecina.
Los dedos no tenían flexibilidad, no hacían el
juego.
Qué rara mano la de aquel otro: una mano fina, con dedos
como gusanos grandes, ágiles, blancos, flexibles.
Qué mano aquella, de color de cera, con las uñas
brillantes, pulidas. Qué mano extraña: ni las
mujeres la tenían igual. La mano de Lope rebuscó,
torpe. Al fin, cogió el cigarrillo, blanco, frágil,
extraño, en sus dedos amazacotados: inútil,
absurdo, en sus dedos. La sangre de Lope se le detuvo entre 
las cejas. Tenía una bola de sangre agolpada, quieta,
fermentando entre las cejas. Aplastó el cigarrillo con los
dedos y se dio media vuelta. No podía detenerse, ni ante
la sorpresa de Manuelito, que seguía
llamándole:

    — ¡Lope!
¡Lope!

    Emeterio estaba sentado
en el porche, en mangas de camisa, mirando a sus nietos.
Sonreía viendo a su nieto mayor, y descansando de la
labor, con la bota de vino al alcance de la mano. Lope fue
directo a Emeterio y vio sus ojos interrogantes y
grises.

    — Anda, muchacho,
vuelve a Sagrado, que ya es hora…     En la
plaza había una piedra cuadrada, rojiza. Una de esas
piedras grandes como melones que los muchachos transportan desde
alguna pared derruida. Lentamente, Lope la cogió entre sus
manos. Emeterio le miraba, reposado, con una leve curiosidad.
Tenía la mano derecha metida entre la faja y el
estómago. Ni siquiera le dio tiempo de sacarla: el golpe
sordo, el salpicar de su propia sangre en el pecho, la muerte y
la sorpresa, como dos hermanas, subieron hasta él,
así, sin más.

    Cuando se lo llevaron esposado, Lope
lloraba. Y cuando las mujeres, aullando como lobas, le
querían pegar e iban tras él, con los mantos
alzados sobre las cabezas, en señal de duelo, de
indignación "Dios mío, él, que le
había recogido. Dios mío, él, que le hizo
hombre. Dios mío, se habría muerto de hambre si
él no le recoge…" Lope sólo lloraba y
decía:

    — Sí, sí, sí…
 

Pregunta: cuál es la enseñanza?

La lengua de ángeles

Élder Jeffrey R. Holland Del Quórum de
los Doce Apóstoles

Nuestras palabras, así como nuestras acciones,
deben estar llenas de fe y esperanza y caridad.

El profeta José Smith profundizó nuestro
entendimiento del poder de las palabras cuando
enseñó: "Todo ser actúa por medio de
palabras… cuando obra mediante la fe.
Dios dijo: "Sea
la luz; y fue la
luz". Josué habló, y las grandes luces que Dios
había creado se detuvieron. Elías dio una orden, y
los cielos permanecieron quietos por el espacio de tres
años y seis meses, de modo que no llovió…
Todo eso se hizo por medio de la fe… Por tanto, la fe
actúa mediante las palabras; y con [las palabras] se han
llevado a cabo y se llevarán a cabo sus obras más
poderosas"
.
Como todos los dones "que [vienen] de arriba", las palabras son
"[sagradas], y [deben] expresarse con cuidado y por
constreñimiento del Espíritu"2.

Monografias.com

A causa de esta comprensión del poder y de la
santidad de las palabras deseo hacer una advertencia, si fuese
necesaria, en cuanto a la forma en que nos hablamos los unos a
los otros y la forma en que nos expresamos sobre nosotros
mismos.

Una línea de los textos apócrifos expresa
la gravedad de ese asunto mejor que yo; dice así: "Las
heridas causadas por azotes quedan en la piel; las
heridas causadas por la lengua rompen los huesos"3.
Con esa desagradable imagen en la mente, me impresionó en
forma particular leer en el libro de
Santiago que había una manera mediante la que podía
ser "varón perfecto".

Santiago dijo: "Porque todos ofendemos muchas veces.
[Pero] si alguno no ofende en palabra, éste es
varón perfecto,
capaz también de refrenar todo
el cuerpo".

Siguiendo con la imagen del freno, escribe: "He
aquí nosotros ponemos freno en la boca de los caballos
para que nos obedezcan, y dirigimos así todo su
cuerpo.

"Mirad también las naves; aunque tan grandes, y
llevadas de impetuosos vientos, son gobernadas con un muy
pequeño timón…"

Entonces Santiago señala: "…la lengua es
[también] un miembro pequeño… [Pero] he
aquí, ¡cuán grande bosque enciende un
pequeño fuego!

"…la lengua es un fuego… entre nuestros
miembros, y contamina todo el cuerpo… y… es
inflamada por el infierno.

"Porque toda naturaleza de bestias, y de aves, y de
serpientes, y de seres del mar… ha sido domada por la
naturaleza humana;

"pero ningún hombre puede domar la lengua, que es
un mal que no puede ser refrenado, llena de veneno
mortal.

"Con ella bendecimos al Dios y Padre, y con ella
maldecimos a los hombres, que están hechos a la semejanza
de Dios.

"De una misma boca proceden bendición y
maldición. Hermanos míos, esto no debe ser
así"4.

Y bien, ¡ésas son palabras
sumamente francas! Obviamente, Santiago no quiere decir que
nuestras lenguas sean siempre inicuas, ni que
todo lo que digamos esté "[lleno] de veneno
mortal", pero claramente quiere decir que por lo menos algunas de
las cosas que decimos pueden ser destructivas, e incluso
venenosas, ¡y ésa es una acusación
escalofriante para un Santo de los Últimos Días! La
voz que expresa un testimonio sincero, que pronuncia fervientes
oraciones y que canta los himnos de Sión, puede
ser
la misma voz que vitupera y critica, que avergüenza
y denigra, que ocasiona dolor y destruye el espíritu de
uno mismo y con ello, el de los demás. "De una misma boca
proceden bendición y maldición", se lamenta
Santiago; "Hermanos [y hermanas] míos", dice, "esto no
debe ser así".

¿Es esto algo en lo que todos podríamos
mejorar aunque sea un poco? ¿Es éste un aspecto en
el que todos podríamos esforzarnos por asemejarnos
más a un varón o una mujer "perfectos"?

Esposos, a ustedes se les ha confiado el don más
sagrado que Dios pudiera darles: una esposa, una hija de Dios, la
madre de sus hijos, que se ha entregado voluntariamente a ustedes
por amor y como
alegre compañía. Piensen en las cosas amables que
dijeron al cortejarla; piensen en las bendiciones que han dado al
colocar tiernamente las manos sobre la cabeza de ella, piensen en
ustedes mismos y en ella como el dios y la diosa que
inherentemente son, y después mediten en otros momentos
caracterizados por palabras frías, mordaces y
desenfrenadas. Considerando el daño
que se puede causar con nuestra lengua, con razón el Salvador
dijo: "No lo que entra en la boca contamina al hombre; mas lo que
sale de la boca, esto contamina al hombre"5.
El marido que nunca soñaría en golpear a su esposa
físicamente, puede quebrarle con la brutalidad de palabras
desconsideradas o crueles, no los huesos, pero ciertamente el
corazón y el espíritu. En La Iglesia de
Jesucristo de los Santos de los Últimos Días se
condena el maltrato físico de manera uniforme e
inequívoca. Si es posible condenar más que eso, nos
oponemos de manera aún más enérgica contra
todas las formas de abuso sexual.
Hoy hablo contra el abuso verbal y emocional de cualquier persona
hacia otra, pero en especial, el de los esposos hacia las
esposas. Hermanos, esto no debe ser así.

En ese mismo espíritu nos dirigimos
también a las hermanas, ya que el pecado del abuso verbal
no conoce las barreras del género.
Esposas, ¿han considerado la lengua desenfrenada de
sus bocas, o el poder que sus palabras tienen
para bien o para mal? ¿Cómo es posible que una voz
tan hermosa, que por naturaleza divina es tan angelical, tan
cerca del velo, tan instintivamente tierna e inherentemente
amable, pueda de pronto volverse tan estridente, tan cortante,
tan agria y agresiva? Las palabras de la mujer pueden
ser más punzantes que cualquier puñal que se haya
creado, y pueden ocasionar que las personas a las que ustedes
aman se retraigan tras una barrera más distante de lo que
se imaginaron al empezar la conversación. Hermanas, en el
espléndido espíritu que poseen no hay lugar para
expresiones mordaces o ásperas de ninguna clase, ni
siquiera los chismes, las murmuraciones o los comentarios
venenosos. Que nunca se diga de nuestro hogar, de nuestro barrio
o de nuestro vecindario que "la lengua es un fuego, un mundo de
iniquidad… [que quema] entre nuestros
miembros".

Quisiera aplicar ese consejo a toda la familia.
Debemos tener sumo cuidado al hablarle a un niño; lo que
digamos o no digamos, el modo y el momento en el que lo digamos,
es de suma importancia en cómo afectará el concepto que un
niño se forme de sí mismo; pero es aún
más importante al moldear la fe que ese niño tenga
en nosotros, así como su fe en Dios. Siempre sean
constructivos en los comentarios que les hagan a los niños;
nunca les digan, ni siquiera como broma, que son gordos, tontos,
perezosos o pocos atractivos. Ustedes nunca lo harían con
el intento de causarles daño, pero ellos lo
recordarán y tal vez luchen por años para tratar de
olvidar y de perdonar. Traten de no comparar a los niños,
aunque piensen que tienen habilidad para hacerlo. Tal vez digan
de la manera más positiva que "Susana es bonita y Sandra
es muy inteligente", pero todo lo que Susana recordará es
que ella no es inteligente; y Sandra, que ella no es bonita.
Elogien a cada hijo individualmente por lo que es, y
ayúdenlo a escapar de la obsesión que tiene nuestra
cultura de
comparar, de competir y de nunca sentir que son lo
"suficientemente" buenos.

En ese respecto, supongo que sobra decir que el hablar
de manera negativa muchas veces resulta del pensar negativamente,
incluso de nosotros mismos. Vemos nuestras propias faltas;
hablamos, o por lo menos pensamos, en tono de crítica
de nosotros mismos, y al poco tiempo, es así como vemos a
todos y a todo; somos incapaces de ver las cosas buenas de la
vida, como la luz del sol, las rosas o la
promesa de esperanza o de felicidad. Al poco tiempo, tanto
nosotros, como los que nos rodean, somos desdichados.

Me gusta lo que el Orson F. Whitney dijo en una
ocasión: "El espíritu del Evangelio es optimista;
confía en Dios y ve el lado positivo de las cosas. El
espíritu contrario o pesimista arrastra a los hombres y
los aleja de Dios, ve el lado oscuro, murmura, se queja y es
lento para obedecer"6.
Debemos honrar la declaración del Salvador de "[tener]
ánimo"7.
(¡De hecho, me da la impresión de que tal vez seamos
más culpables de quebrantar ese mandamiento que casi
cualquier otro!) Hablen con esperanza; hablen de un modo
alentador, incluso acerca de ustedes mismos. Traten de no
quejarse ni de gemir incesantemente. Como alguien dijo: "Incluso
en la era de oro de la
civilización, indudablemente alguien se quejó de
que todo se veía muy amarillo".

A veces he pensado que el haber estado atado con cuerdas
y el haber sido golpeado con varas debe de haber sido más
tolerable para Nefi que oír las constantes murmuraciones
de Lamán y Lemuel8. De seguro ha de haber dicho, por lo
menos una vez: "Péguenme una vez más;
todavía los oigo". Sí, la vida tiene sus
dificultades y, sí, hay que enfrentarse a cosas negativas,
pero por favor acepten una de las máximas del élder
Holland: Toda desgracia, por más terrible que sea, empeora
con nuestras quejas.

Pablo lo expresó con franqueza, pero con mucha
esperanza, al decirnos a todos: "Ninguna palabra corrompida salga
de vuestra boca, sino [sólo] la que sea buena para la
necesaria edificación, a fin de dar gracia a los
oyentes.

"Y no contristéis al Espíritu
Santo de Dios…

"Quítense de vosotros toda amargura, enojo, ira,
gritería y maledicencia…

"Antes sed benignos unos con otros, misericordiosos,
perdonándoos unos a otros, como Dios también os
perdonó a vosotros en Cristo"9.

En su profundamente conmovedor testimonio final, Nefi
nos exhorta a "[seguir] al Hijo [de Dios] con íntegro
propósito de corazón", prometiendo que
"después de… [haber] recibido el bautismo de fuego
y del Espíritu Santo… [podréis] hablar con
una nueva lengua, sí, con la lengua de
ángeles… ¿Y cómo podríais
hablar con lengua de ángeles sino por el Espíritu
Santo? Los ángeles hablan por el poder del Espíritu
Santo; por lo que declaran las palabras de
Cristo…"10.
Verdaderamente Cristo fue y es "el Verbo", según Juan el
Amado11, lleno de gracia y de verdad, lleno de misericordia y de
compasión.

Por tanto, hermanos y hermanas, en esta larga y eterna
empresa de ser
más como nuestro Salvador, ruego que tratemos de ser ahora
hombres y mujeres "perfectos" por lo menos de esta manera: al no
ofender en palabra, o dicho de manera más positiva, al
hablar con una nueva lengua, la lengua de ángeles.
Nuestras palabras, así como nuestras acciones, deben estar
llenas de fe y esperanza y caridad, los tres grandes principios
cristianos que el mundo necesita tan desesperadamente hoy
día. Con palabras como esas, pronunciadas bajo la
influencia del Espíritu, se pueden secar lágrimas,
sanar corazones; se pueden edificar vidas, restituir la esperanza
y hacer prevalecer la confianza. Ruego que mis palabras, incluso
en cuanto a este difícil tema, les den ánimo y no
desaliento; que oigan en mi voz que les amo, porque así
es; y lo que es más importante, por favor, sepan que su
Padre Celestial les ama, así como Su Hijo
Unigénito. Cuando Ellos les hablen, y lo harán, no
será en el viento, ni en el terremoto, ni en el fuego,
sino que será con un silbo apacible y delicado, una voz
tierna y bondadosa12; será con la lengua de
ángeles. Que nos regocijemos en la idea de que cuando
decimos cosas edificantes y alentadoras al menor de éstos,
nuestros hermanos y hermanas y a los pequeños, se las
decimos a
Dios13
. En el nombre de Jesucristo. Amén.

Anexo: La
lectura

Lectura, actividad caracterizada por la
traducción de símbolos o letras en
palabras y frases dotadas de significado. Una vez descifrado el
símbolo se pasa a reproducirlo, así pues, la
primera fase del aprendizaje de
la lectura
está ligado a la escritura. El
objetivo último de la lectura es
hacer posible la comprensión de los materiales
escritos, evaluarlos y usarlos para nuestras
necesidades.

Para leer hay que seguir una
secuencia de caracteres colocados en un orden particular. Por
ejemplo, la lectura en español
fluye de izquierda a derecha; en hebreo, de derecha a izquierda;
y en chino, de arriba abajo. El lector debe conocer el modelo y
usarlo de forma apropiada. Por regla general, el lector ve los
símbolos en una página, transmitiendo esa imagen
desde el ojo a determinadas áreas del cerebro capaces
de procesarla e interpretarla. La lectura se puede realizar
también mediante el tacto, como ocurre en el sistema
Braille, un método de
impresión diseñado para personas ciegas que se
sirve de un punzón para escribir.

Leer tiene que ver con actividades
tan variadas como la dificultad de un niño pequeño
con una frase sencilla en un libro de cuentos, un
cocinero que sigue las normas de un
libro de cocina, o un estudiante que se esfuerza en comprender
los significados de un poema. Leer permite acceder a la
sabiduría acumulada por la civilización. Los
lectores maduros aportan al texto sus experiencias, habilidades e
intereses; el texto, a su vez, les permite aumentar las
experiencias y conocimientos, y encontrar nuevos intereses. Para
alcanzar madurez en la lectura, una persona pasa por una serie de
etapas, desde el aprendizaje
inicial hasta la habilidad de la lectura adulta.

  • PREPARACION A LA LECTURA

Una mujer lee un libro ilustrado con su hija. Comenzar a
leer cuando el niño es aún pequeño, ayuda a
cultivar el gusto por la lectura y desarrolla la capacidad de
atención y concentración. La
importancia de leer ha generado en muchas escuelas infantiles
programas
destinados a estimular a los padres para que lean con sus
hijos.

La primera etapa, la preparación,
tiene que ver con las habilidades que los niños alcanzan
normalmente antes de que puedan sacar provecho de la
instrucción formal para la lectura. Los niños
adquieren conocimiento
del lenguaje y del nombre de las letras, aprenden que las
palabras están compuestas de sonidos separados y que las
letras pueden representar estos sonidos. Los padres pueden ayudar
en el proceso
leyendo a los niños, acercándoles así al
lenguaje formal de los libros, resaltando palabras y letras, y
haciéndoles ver que esas palabras en un libro pueden
narrar una historia o proporcionar
información. Otras habilidades de
preparación se adquieren por medio de juegos de
palabras y de ritmos fonéticos. Hacer juegos de lenguaje
aparentemente ayuda a centrar la atención de los
pequeños en los sonidos de las palabras, así como
en sus significados.

Los niños también aprenden
otros aspectos del lenguaje escrito. A edades tempranas pueden
distinguir su escritura de la de otras lenguas, reconocer el
estilo comercial, realizar 'pseudolectura' con libros familiares
y otros juegos. Se ha sugerido que estas primeras conductas de
lectura contribuyen al posterior éxito
lector.

  • EL COMIENZO DE LA LECTURAS

Los niños comienzan a leer los
textos que equivalen a las palabras pronunciadas que ya conocen.
Algunas escuelas y libros de lectura enseñan a reconocer
palabras completas y acentúan el significado del texto.
Otros refuerzan primero el estudio de la fonética
—el
conocimiento de los sonidos representados por las letras
individuales— y el desarrollo de
las facultades de reconocimiento de cada palabra. Casi todos los
programas normales combinan ambas técnicas:
intentan enseñar al futuro lector a reconocer palabras y a
que aprendan la fonética. Desde la primera mitad del siglo
XX, la
investigación ha mostrado que la temprana
instrucción fonética, practicada de forma
sistemática, produce un cierto éxito en la lectura
al menos en los primeros años de la
educación.

Con la práctica, la mayor
parte de los niños leen con creciente fluidez y
comprensión. Los diferentes niveles de lectura en una
clase pueden conducir al agrupamiento de los lectores o a una
atención individualizada que adapte la instrucción
a las habilidades de cada lector.

  • EL DESARROLLO DE LAS HABILIDADES LECTORAS

En la siguiente etapa del desarrollo
lector, el énfasis se pone desde la lectura de historias
de contenido conocido hasta la lectura de materiales más
difíciles que enseñan al chico nuevas ideas y
opiniones. En esta etapa la lectura silenciosa para comprender y
las habilidades de estudio se fortalecen. Este paso del
aprendizaje es especialmente importante porque el estudiante debe
ahora comenzar a usar las habilidades lectoras para aprender
hechos y conceptos en los estudios sociales, científicos y
otros temas. Efectuar este salto cualitativo es difícil
para algunos estudiantes, y sus niveles lectores pueden aumentar
a un ritmo más lento de lo habitual en las clases de
primaria.

Algunos educadores conciben la comprensión
lectora como una serie de subdestrezas, como comprender los
significados de la palabra en el contexto en que se encuentra,
encontrar la idea principal, hacer inferencias sobre la
información implicada pero no expresada, y distinguir
entre hecho y opinión. La investigación indica que la lectura se
puede dividir en muchas subdestrezas diferentes, unas 350, que
deben dominarse.

En los años de educación secundaria
y superior, los materiales de lectura llegan a ser más
abstractos y contienen un vocabulario más amplio y
técnico. En esta etapa el estudiante no sólo debe
adquirir nueva información, sino también analizar
críticamente el texto y lograr un nivel óptimo de
lectura teniendo en cuenta la dificultad de los materiales y el
propósito de la lectura.

Para los estudiantes mayores estudiar
palabras es una forma de aumentar la capacidad lectora. Esto
requiere el uso de diccionarios,
estudiar las partes de las palabras y aprender a encontrar el
significado de una palabra en referencia al contexto. Los
estudiantes pueden también aumentar su vocabulario
prestando atención especial a las nuevas palabras que
puedan hallar.

Como la madurez lectora puede tener
diferentes niveles indicados por materiales y objetivos
diferentes, es útil la práctica de hojear un texto
para captar el significado general y analizarlo para obtener una
información específica.

El desarrollo de las estrategias de
estudio eficiente es importante en el aprendizaje de las diversas
clases de materias. Una técnica útil de estudio es
subrayar, dado que ayuda a incrementar la comprensión de
los principales puntos y detalles de un texto.

  • IMPORTANCIA DE LA HABILIDAD LECTORA

Además de su valor intrínseco,
la habilidad para leer tiene consecuencias económicas. Los
adultos que mejor leen son capaces de alcanzar más altos
niveles y es probable que consigan puestos de trabajo mejor
remunerados. El aumento de la tecnificación de la sociedad ha
incrementado las exigencias de alfabetización adecuada,
presión
que ha llegado al ámbito escolar de forma directa. Un
nivel más alto de alfabetización se necesita tanto
en los negocios o en
la industria como
en la vida diaria, por ejemplo, para comprender diversos formularios o
para entender las noticias de
los periódicos. Se han llevado a cabo algunos esfuerzos
para simplificar los formularios y los manuales, pero la
carencia de suficiente capacidad lectora definitivamente impide
que una persona pueda desenvolverse en la moderna sociedad
occidental.

Los programas de alfabetización de
adultos se pueden diferenciar según los niveles que
desarrollan. Los programas de alfabetización prefuncional
animan el desarrollo de la descodificación y
reconocimiento de palabras, semejante a los objetivos de las
escuelas primarias, aunque usan materiales más apropiados
para la edad adulta. Los programas que tratan el desarrollo de la
alfabetización funcional llevan el nivel al uso de la
lectura para adquirir nueva información y realizar tareas
relacionadas con el empleo. Los
programas de alfabetización avanzada subrayan el
desarrollo de las habilidades de más alto
nivel.

La gran importancia de la habilidad
lectora se hace patente en el desarrollo de los programas de
alfabetización en algunos países en vías de
desarrollo como, por ejemplo, Cuba, cuyos
programas envían jóvenes estudiantes a las zonas
rurales para ejercer como profesores de personas
analfabetas.

Bibliografía

CHICOS WEB SOCIEDADES
BIBLICAS UNIDAS

POR

BILLY GRAHAM

 

 

 

 

 

Autor:

Gabriel Alfonso Cañón
Vega

Partes: 1, 2, 3, 4
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