- El
pasado que condena - Máximo
Palhke - Martin
Krüegger o Carl Martin Krüegger - Ante
Elez - Koloman
Kolomi Geraldini - Palabras
finales
El secreto, la
historia y los pactos de silencio
En los últimos años «el
secreto» se convertido en objeto de estudio para los
historiadores y no es de extrañar que, siguiendo sus
cauces, la Historia como disciplina (u
oficio) haya incursionado en temáticas poco frecuentes
para aquellos que siguen asociándola con lo puramente
político. Es así que hoy podemos toparnos con
trabajos que van más allá de las fechas y
héroes tradicionales de las efemérides para
encontrar investigaciones
que ahondan en el significado de la masturbación, del
miedo, de las prácticas sexuales y otros temas de los
cuales la gente no habla abiertamente (menos que menos cuando nos
sumergimos en el pasado de siglos impregnados de moral burguesa
y católica).
Es sorprendente la cantidad de cosas de las que las que no
hablamos.
Ya sea por temor, vergüenza o conveniencia, existen
ciertos tópicos sobre los cuales se tienden mantos de
silencio y olvido premeditado. Los países mismos suelen
editar su pasado de acuerdo a ciertas conveniencias
ideológicas y políticas.
Hasta no hace más de treinta años, en el nuestro,
los estudiantes de secundaría desconocían que
hubiera existido un Arturo Illia o —incluso— un Juan
Domingo Perón.
Todos los programas se
detenían en los inicios del siglo XX y lo único que
perduraba dando vueltas en aquellas juveniles
«conciencias» era un cúmulo (muy ordenado por
cierto) de fechas, batallas y nombres, tratados y
artículos de tratados, que —a la postre—
terminaban siendo olvidados veinticuatro horas después de
un examen.
Las dictaduras que coparon sucesivamente la Casa Rosada se
encargaban de «purificar y objetivizar» el
pasado de los argentinos. Sólo importaban los
«hechos», y cuanto más guerreros y
heroicos, mejor. Los uniformados eran eso: héroes de
bronce. Impolutos, desinteresados, patriotas al extremo, en
una país donde los problemas
sociales no existían.
Guardaban secretos. Secretos que humanizaban a esos
protagonistas hasta convertirlos en políticos muchas veces
corruptos, en detractores declarados de la Constitución, protectores de determinados
intereses de clase o
torturadores convencidos de actuar por la gracia de Dios y los
altos valores de la
civilización occidental y cristiana.
No decían todo. Se guardaban lo más
importante.
Censuraban el pasado como censuraban a la gente. Eran bien
concientes de que, como decía George Orwell en su novela
1984, «Quien controla el pasado,
controla el presente». Y fueron consecuentes con esos
valores que defendían. Así surgieron historias de
titanes y no de hombres. Historias oficiales.
A nivel regional pasó lo mismo. En esos casos, cada
pueblo o localidad del interior alimentó la figura de los
«pioneros», quienes, como
«demiurgos desinteresados», proyectaron sus
acciones
siempre en pos del progreso y la prosperidad, el orden y bien
común (con la venia siempre de Dios, claro). Estos
«fundadores» se convirtieron en
modelo de hombres. Arquetipos, en un mundo que
exaltaba al individuo que
se hacía a sí mismo. Luchadores, emprendedores,
afectos al trabajo y por
completo probos. En pocas palabras, «personajes
míticos» que prestigian los orígenes,
convirtiéndolo en una verdadera «Edad de
Oro».
Es casi un esquema mítico y, como todo mito,
sagrado[1]¡Que nadie ose desacreditar a
los dioses!, a menos que quiera ser caratulado de hereje y
perseguido como tal. Porque eso es lo que sucede cuando la
«oficialidad pueblerina» (narrada, contada y
expresada en clave positivista) es puesta en duda o mostrada
desde una perspectiva más amplia. La «historia
oficial» —tan propia de la alta burguesía
pionera— siempre nos brinda una mirada unidimensional de
los procesos
históricos, de ahí la resistencia que
muchas veces encontramos al buscar de nuevo en el pasado
de la comunidad.
Obstinación que se exacerba especialmente cuando esa
comunidad es pequeña. Hasta podría decirse que se
establece una especie de regla matemática: «cuanto más
chico es el pueblo, más secretos se evitan de expresar a
viva voz».
"¿De qué proviene que en la
vida la rebelión tenga
algo de falso, mientras que la
resignación da siempre
la impresión de lo
verdadero?."
Cioran, Adiós a la
Filosofía,
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