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Aventuras y desventuras de la producción cinematográfica (página 2)



Partes: 1, 2

En una de las mesas redonda, el venezolano Román
Chalbaud señaló como perjudicial a la
difusión de películas, la gradual
desaparición de los cines de barrio, para dar paso a las
"macrosalas" de los centros comerciales. En este marco, la
difusión actual ofrece a la mayoría de los
directores iberoamericanos "la sala más pequeña y
más cara", de forma tal, que sólo pueden acudir a
ver el filme "tropas de elite", agregó. "Los cines de
barrio son ahora las películas piratas", rubricó
Chalbaud, que, aunque no elogia esta práctica porque los
beneficios no llegan a la producción, ve claro que así es como
se acerca ahora el público a un filme a un precio
razonable.

Por su parte, el chileno Miguel Littin fue más
lejos aún, al afirmar que él mismo distribuye a los
vendedores piratas chilenos sus películas cuando el
mercado oficial
no las quiere exhibir. "¿Si no se ven cómo se
pueden conocer?", argumentó.

A su vez, el peruano Isaac León Frías
criticó que la política de distribución de cine "apunte
exclusivamente al circuito de estreno en el menor tiempo
posible". "Luego la película desaparece de las salas y ya
no se ve más", se quejó. La realidad actual
-añadió- es que en toda Iberoamérica "hay
segmentos de espectadores crecientes que se alimentan del
vídeo pirata de películas europeas,
asiáticas e independientes".

Como quiera que sea, el cine ha alcanzado -dentro de las
manifestaciones consideradas como arte-, un mayor
grado de democratización, entendiendo por tal, a que son
mucho más millones de personas los que se incorporan al
acceso y disfrute de las creaciones artísticas
provenientes del mundo del cine. En otras áreas de las
artes, esto no ocurre tan así: ballet, pintura,
óperas, conciertos de música
clásica, etc. Incluso, lo mismo pasa con las obras de
teatro,
aún pese a algunas loables iniciativas, como aquella que
se lleva a cabo, a fines de año en nuestro país, el
evento denominado "teatro a mil". Pero ya sabemos, "una
golondrina no hace el verano".

Ahora bien, esta idea de la mayor democratización
del cine bien vale apoyarla con datos más
duros. Para el caso, nada mejor que recurrir al auxilio de las
estadísticas. La investigación realizada por el "Instituto
de Estadísticas de la Unesco" (IEU), válido para la
producción cinematográfica del año 2006, nos
van a proporcionar un buen punto de apoyo en tal
sentido.

Antes de entrar a los datos, es de advertir que las
cifras para muchos van a resultar una sorpresa. Ello, porque
flota en el imaginario social, que Estados Unidos
sería la mayor potencia
productora de películas en el mundo. Una
apreciación lógica
si observamos que de toda la producción
cinematográfica que se distribuye en nuestro país,
ya sea a través de las salas habituales de
exhibición, locales de venta y arriendo,
y las que nos llega por la
televisión abierta o por cable, estimativamente, entre
el 70 al 80% proviene de las productoras
norteamericanas.

Sin embargo, a la luz de los datos,
esta apreciación es errónea. En efecto,
según esta investigación, el primer lugar lo ocupa
la India con 1091
películas y el segundo lugar Nigeria con 872
películas, un país africano del cual
difícilmente por estos lados podamos haber visto siquiera
una de sus películas. Estados Unidos quedó en
tercer lugar con 485 largometrajes. Detrás de éstos
vienen ocho países productores con más de 100
películas, en el siguiente orden: Japón
(417), China (330),
Francia (203),
Alemania
(174), España
(150), Italia (116),
la
República de Corea (110) y el Reino Unido
(104).

Ahora bien, usar el dato estadístico de un solo
año, puede conducirnos a error. Para evitar esto,
recurramos a otra muestra del
año siguiente (2007), y con datos de otro referente
("Screen Digest"). El examen de sus cifras conozcámosla a
través de la nota-comentario de Gurus Hucky:
"¿Sabéis cual es el país que más
películas ha producido en 2007? …. and The Oscar
goes to… Nigeria. ¿Sorprendidos?. Pues si, ni las
mega producciones de Hollywood, ni la potente industria
cinematográfica India, ni el potente mercado
asiático, ni el subvencionado cine Europeo… el
país que más películas ha producido ha sido
precisamente Nigeria, entre otras cosas, porque se ha saltado el
tradicional y encorsetado modelo
occidental de la cadena de
valor en la producción y distribución de
películas explotando un modelo low cost de
producción y distribución de películas que
está siendo todo un éxito
en África."

Screen Digest, estima que en 2007 se produjeron
más de 1.500 películas en Nigeria, le sigue la
India con 1.049 y después los EEUU con 590. Europa en su
conjunto produjo 1.292 películas. Entre las claves, del
éxito de la producción nigeriana hay que citar su
bajo costo, y el
obviar totalmente la exhibición en cines y venderlas
directamente en la calle en formato DVD a 2
dólares la copia.

Ahora bien, cifras más, cifras menos, que el cine
de ficción esté proliferando no resulta nada
extraño, pues esa ha sido su impronta de siempre. En
cambio,
resulta sorprendente y, sobre todo, gratificante, la
proliferación de trabajos audiovisuales que privilegian el
cine documental. Este auge ha ayudado a que vaya desapareciendo
del imaginario social, aquella imagen que
hacía aparecer a los documentalistas como una suerte de
bichos raros, cuyas realizaciones quedaban destinadas a ser
exhibidas en pequeños locales, destinadas a ser vistas por
un reducido público con pretensiones de constituir una
elite intelectual. Recordemos, al respecto, que décadas
atrás, este género
aparecía sólo de cuando en vez, pareciendo quedar
reservada su creación sólo para realizadores
experimentados, aquellos que exhibían una dilatada
trayectoria en el ámbito de la producción
audiovisual.

Hoy esta situación ha cambiado radicalmente, un
cine en el que se encuentran comprometidos jóvenes
realizadores, los que apenas egresados de sus academias salen,
cámara en mano, a los más recónditos lugares
a recoger acontecimientos históricos, costumbristas,
sociales y políticos que la memoria
histórica ha pretendido olvidar, o bien, captar imágenes
que nos permitan aprehender la realidad que gira en nuestro
entorno y que muchas veces pareciéramos no darnos cuenta
que existieran.

Hasta hace poco, era raro ver la presentación de
un film documental en los grandes festivales de cine
internacional. Hoy esa situación se ha revertido, al punto
que no hay festival de cine de importancia en el mundo que no
deje de incluir muestras de cine documental. Más
aún, se ha hecho lugar común la
proliferación de ciclos de cine dedicados al puro cine
documental, incluso, por áreas temáticas,
fundamentalmente, de las etnias, pueblos originarios,
etc.

Ahora bien, agotado el punto de la producción
cinematográfica en términos cuantitativos, resulta
de interés
examinar el tema en una dimensión que vaya más
allá de las puras cifras. Un análisis que atienda, fundamentalmente su
"calidad",
entrando así a un nuevo ámbito de
apreciación sobre el tema.

Hay que decirlo francamente, en el cine se ha ido
produciendo un gran abismo entre cantidad y calidad,
particularmente perceptible en el cine de ficción,
ámbito en donde las compañías
norteamericanas han copado el mercado mundial, a lo menos, del
llamado mundo occidental. Sin duda, ha sido la perniciosa
influencia del cine puramente comercial la responsable del
deterioro en la calidad de los films, pues las productoras ponen
más interés en los réditos comerciales que
puedan obtener, antes que considerar los valores
estéticos que le son intrínsecos a una obra de arte
para considerarla como tal.

Como sabemos, el cine comercial ha devenido casi en el
puro entretenimiento, soslayando o dejando de lado elementos
artísticos, estéticos, reflexivos, intimistas,
costumbristas, etc, que le son propios a una obra de arte de la
representación. Y no es que la entretención no
forme parte también del buen cine, pero distinto es, por
ejemplo, una película de Chaplin, que combina
estéticamente el arte con la entretención, y una de
Jerry Lewis, con sketchs ramplones que caen en lo burdo y lo
banal. Un cine de la entretención que sirve sólo
para pasar el rato, un cine del instante, intrascendente y banal.
Uno de los rasgos más relevantes del cine comercial es
poner énfasis en lo espectacular, invirtiendo para ello
millones de dólares. Pero es el caso que lo espectacular,
nunca ha ido de la mano con la estética y la calidad. En esto no podemos
llamarnos a confusión. Lo espectacular, produce muchos
ruidos pero muy pocas nueces.

En fin, un cine comercial que representa estereotipos
banales e insulsos convirtiendo al cine en pura y mera
entretención, desatendiendo los elementos conceptuales y
estéticos que le son intrínsecos a una obra de
arte. En un primer momento, el género entretención
dio paso, en Hollywood, al cine glamour, comedias
sentimentalonas, comedias musicales, etc. Ahora la
entretención ha dado paso a nuevos estereotipos en donde
el sexo, la
violencia y
héroes de barro ocupan los primeros planos; un cine
preferentemente de aventura y acción,
en donde abunda la parafernalia y exceso de ruido y
utilización de una técnica sobrecargada que ofende
al buen gusto y también a los buenos
oídos.

A manera de ejemplo, un caso típico de cine
comercial lo es la serie neozelandesa "El señor de los
anillos", un producto
claramente destinado a la comercialización y, por lo tanto, a su
consumo como
obra de entretención. El nivel de inversión de tiempo, dinero y
tecnología, las prolongadas campañas
publicitarias, los premios obtenidos y todo el marketing
publicitario que se ha hecho a nivel mundial sobre esta serie, no
hacen más que reforzar esta idea de la película
como producto comercial. Como lo demuestra este film, mientras
más éxito de taquilla obtiene, más
tentación produce en las productoras para hacer de
éstas interminables sagas y posibilitar así
mantener una inagotable veta comercial. Películas como
Rambo, Terminator, Duro de matar, etc., obedecen a este mismo
padrón.

Este carácter del cine comercial, ha sido muy
bien retratado por un cineasta de excepción, como sin duda
lo es, Emir Kusturica: "las películas de Hollywood no
aluden a ningún sentimiento humano profundo. Se limitan a
estimular el sistema nervioso
periférico de los espectadores. Ha pasado ya mucho tiempo
desde que han perdido toda dimensión artística. Se
ha transformado en una industria sin más y sin plantearse
ningún otro objetivo que
no sea puramente comercial."

De otra parte, se ha confundido, erróneamente,
popularidad con calidad, en circunstancias que en el cine, y
otras manifestaciones, más bien se sucede lo contrario. En
el cine sucede lo mismo que en la televisión, el rating es para uno, lo que
la taquilla es para el otro. Sin embargo, lamentablemente, ni el
rating ni la taquilla han ido de la mano con lo estético;
por el contrario, sería lato enumerar los ejemplos que dan
cuenta que sucede todo lo inverso.

Ahora bien, el copamiento de la producción
cinematográfica por el cine puramente comercial, nos lleva
a la siguiente pregunta, ¿es una película
necesariamente una obra de arte? Si consideramos que toda
película es una creación, tendríamos que
decir que si. Pero, lamentablemente, no toda creación,
bajo ese sólo mérito necesariamente va a constituir
de por sí una obra de arte. Ello, porque hay, creaciones
buenas, y creaciones malas y, otras, simplemente vomitivas, por
lo que no todas las creaciones, por ser tales, las podemos meter
en el mismo saco.

Sin duda, el cine hoy nos enfrenta a una gran
dicotomía: cine puramente comercial, o cine como
expresión de arte propiamente tal. Una disyuntiva
compleja, si consideramos que el cine surgió bajo el
paraguas de ser el "séptimo arte". Denominación
que, a primera vista, pareció exagerado frente a la
profundidad y altura estética contenidas en las artes
clásicas. Como sabemos, desde antiguo los griegos
distinguieron seis categorías en las Bellas Artes:
arquitectura,
escultura, pintura, música, declamación y danza. La
declamación incluye la poesía
y, con la música se incluye el teatro. Todas estas
expresiones con un recorrido de siglos y miles de años, en
cambio, el cine fue un descubrimiento mecánico
tardío, que ni los hermanos Lumiere, al proyectar las
primeras imágenes, tuvieron en mente de haber creado un
nuevo arte.

Hasta el momento de la aparición del cine, la
inteligencia,
la imaginación, y la sensibilidad de los artistas, al
parecer, no estaban preparados para esta nueva forma de
exteriorización. Para crecer y desarrollarse les bastaban:
la literatura,
(arte de los pensamientos escritos); la escultura, (arte de las
expresiones plásticas); la pintura, (arte de los colores); la
música, (arte de los sonidos); la danza, (arte de las
armonías de los gestos); la arquitectura, (arte de las
proporciones).

A saber, fue el italiano, Ricciotto Canudo,
teórico del cine, que en su "Manifiesto de las siete
artes" (1914) acuñó este término, que
aún hasta hoy perdura; séptimo arte, como síntesis
de todas las demás, ubicándola en el tope de una
pirámide, por encima de la pintura, la escultura, la
poesía, la danza, la arquitectura y la música. Si
bien muchas mentes apreciaron el alcance curioso del
cinematógrafo, fueron muy pocas las que entendieron las
posibilidades de su desplegamiento estético. Tanto la
élite intelectual como las masas carecían
evidentemente de un elemento psicológico, indispensable,
para omitir un juicio en tal sentido. Sin embargo, la
visión del movimiento a
partir de un ángulo determinado, y el correspondiente
desplazamiento de líneas, pudo ser susceptible de suscitar
emociones y
exigir, para ser entendida, un sentido nuevo, paralelo al de las
demás artes.

Ahora bien, a la luz de lo que nos presenta hoy, en su
conjunto, el cine… ¿será tan cierta la
definición de "séptimo arte", en tanto
síntesis de todas las demás artes? Mejor
aún… ¿Cuándo una película es
una obra de arte?… ¿Cuáles son los
parámetros y los límites
para considerarla como tal?… Un punto difícil de
discernir, una disyuntiva que implica, necesariamente, la
utilización de recursos
subjetivos para abordar el tema en toda su complejidad. Sin
embargo, para no caer en disquisiciones puramente
metafísicas, o quedarnos enredados en el mundo de lo
puramente subjetivo, para salir del paso recurramos a lo que
tenemos más a la mano: "el sentido
común".

Apelando a nuestro sentido común podremos
discernir, por ejemplo, que películas como "Tiempos
Modernos" (Chaplin, EEUU), "Pieza inconclusa para piano
mecánico", (Mijailov, URSS), "Las amargas lágrimas
de Petra Von Kant" (Fasbinder,
Alemania), "Muerte en
Venecia", (Visconti, Italia), "El Exilio de Gardel" (Solanas,
Argentina), "Los paraguas de Cherburgo" (Demy, Francia) y "El
viaje de los comediantes" (Angelopoulos, Grecia), entre
otras, son inequívocamente obras de arte. En cambio, pese
a su taquilla, a sus efectos especiales, y a su espectacularidad,
películas como "Rambo", "El día de la Independencia", "El rescate del soldado Ryan",
"Terminator", etc., de ningún modo pueden ser consideradas
obras de arte, al contrario, algunas de éstas, incluso
podríamos considerarlas simples bodrios, o en el mejor de
los casos como cine mediocre y nada más allá de
eso.

En un magnífico ensayo sobre
estética (Las ideas estética de Marx), el
filósofo y esteta español-mexicano, Adolfo Sánchez
Vásquez, ahonda y profundiza en lo nocivo que ha sido el
cine comercial, desde el momento en que ha sobrepasado en exceso
al cine considerado como obra de arte propiamente tal.
Señala sobre el particular, que: "En La Sociedad
capitalista, la obra de arte es "productiva" cuando se destina al
mercado, cuando se somete a las exigencias de éste, a las
fluctuaciones de la oferta y la
demanda. Y
como no existe una medida objetiva que permita determinar el
valor de esta
mercancía "peculiar", el artista queda sujeto a los
gustos, preferencias, ideas y concepciones estéticas de
quienes influyen decisivamente en el mercado. En tanto que
produce obras de arte destinadas al mercado que las absorbe, el
artista no puede dejar de atender a las exigencias de
éste, que afectan en ocasiones tanto al contenido como a
la forma de obra de arte, con lo cual se limita a sí
mismo, y con frecuencia niega sus posibilidades creadoras, su
individualidad".

En otras palabras, según el pensamiento
marxiano, con el cine comercial se produce una especie de
enajenación, ya que se desnaturaliza la
esencia del trabajo
artístico. En efecto, el artista ya no se reconoce
plenamente en su producto, pues todo lo que crea responde a una
necesidad exterior (el mercado), ajena a él. Esta
extrañeza se convierte en total, cuando
invirtiéndose radicalmente el sentido de la
creación artística, esta actividad deja de ser un
fin para convertirse en un mero medio para subsistir. En una
sociedad en la que la obra de arte puede descender a la
categoría de mercancía, el arte se enajena
también, se empobrece o pierde su esencia.

Más específicamente, Adolfo Sánchez
Vásquez, identifica el cine comercial con el llamado "arte
de masas", es más, es parte constitutiva de éste,
al mismo modo que el "Festival de Viña del Mar" o los
programas de
farándula o los realitys, que se exhiben por televisión. Sobre el particular, se
pregunta este esteta "¿a quien beneficia o perjudica
este arte de masas?, ¿quién o quiénes tienen
que perder o ganar con ella?
Respondiéndose, a
reglón seguido: "Quien pierde ante todo, es el propio
hombre-masa,
cosificado, que absorbe sus productos, ya
que su goce o consumo de ellos aunque se presenten, muchas veces,
como una distracción o diversión inocentes, no
hacen más que afirmarle en su oquedad espiritual, en su
estado
miserable de objeto, medio u hombre-cosa"

Y no deja de tener razón, porque el arte de masas
(cine comercial, entre otros), incluso cuando se presenta en la
forma más banal, y en apariencia más
intrascendente, o cuando roza fugazmente los problemas
humanos más profundos para quedarse, al fin, en su
epidermis, este pseudo- arte cumple una función
ideológica bien definida: mantener al hombre masa en su
condición de tal, hacer que se sienta en esta masicidad
como en su propio elemento y, en consecuencia, cerrar las
ventanas que pudieran permitirle vislumbrar un mundo
verdaderamente humano, y, con ello, la posibilidad de cobrar
conciencia de su
enajenación, así como las vías para
cancelarla.

Sin lugar a dudas, el sistema
neoliberal actual, es el que más se encuentra interesado
en una nivelación tanto de la producción
artística como de los gustos que determinan su goce o
consumo. En primer lugar, por razones económicas, ya que
este consumo de masas es el que rinde lo más altos
beneficios; en segundo lugar, desde el punto de vista
ideológico, ya que es uno de los medios
más efectivos para mantener las relaciones enajenantes,
cosificadoras, características de la sociedad capitalista.
En las condiciones actuales, cuando la tarea de manipular las
conciencias en escala masiva se
convierte en una necesidad vital para el capitalismo,
tanto desde el punto de vista económico como
ideológico, la producción y consumo de un arte de
masas, -como lo es sin duda el cine puramente comercial-, es hoy
por hoy el verdadero arte capitalista, su más genuina
expresión. El es propiamente el antípoda de un arte
verdadero y, por su contenido ideológico, o sea, por su
afirmación de la condición del hombre como cosa,
como instrumento se opone al esfuerzo teórico y
práctico que, en nuestro tiempo, se lleva a cabo por
desmistificar y desenajenar las relaciones
humanas.

Así pues, para el capitalismo resulta mucho
más efectivo el arte de masas, con sus productos vulgares
y simplistas, que cualquier forma de creación
artística que aspire a cumplir ciertos objetivos
ideológicos sin renunciar, por otra parte, a determinadas
exigencias estéticas. En efecto, como muy bien lo
señala Sánchez Vásquez: "los millones y
millones de espectadores que ven una película vulgar, que
excita sus bajas pasiones o contribuye a ampliar su vacío
espiritual, se encuentran en ella en su elemento, escuchan en
ella su lenguaje
el lenguaje
fácilmente comprensible para ellos de un mundo enajenado-
y comparten su indigencia espiritual y su mistificación de
las relaciones y los valores porque
ellos mismos llevan una existencia espiritual indigente, hueca y
mistificada. Sería inútil que se les ofreciera otro
producto artístico pues lo rechazarían;
sería vano que se les hablara otro lenguaje: no lo
entenderían. En el arte de masas tienen su arte; en su
lenguaje, el suyo propio. Por tanto, una vez que en la sociedad
capitalista dominan las relaciones enajenadas que el capitalismo
está interesado en mantener, el arte de masas surge como
una de las vías más adecuadas para llegar a la
conciencia del hombre cosificado y, a la vez, como el arte que,
con la ayuda de los poderosos medios de difusión de
nuestra época, es una verdadera
industria".

Todas estas reflexiones nos llevan a concluir que entre
el mundo del cine y la cultura, en
vez de existir una gran ligazón, cada vez más se ha
ido produciendo un divorcio.
Así lo ha señalado, de modo general, el
filósofo cubano Pablo Guadarrama al señalar a la
cultura como el grado de dominio que posee
el ser humano sobre sus condiciones de existencia que posibilita,
con grados de libertad, el
control de sus
condiciones de vida y la realización en el proceso
permanente de humanización frente a las formas de
alienación. De tal modo que la cultura, por su naturaleza,
debe ser un elemento inequívocamente desalienador,
emancipatorio, que da grados de libertad. Para mí,
sostiene Guadarrama- "cultura implica valor. Los "desvalores"
o "antivalores" no forman parte de la cultura. Forman parte de la
sociedad. Por eso, incluso llamo excrecencias sociales a esos
productos del hombre que, en lugar de favorecer la
condición humana, atentan contra ella. Es decir, hay
muchos factores que el hombre crea
y que se convierten en boomerang. A eso la escuela de
Frankfurt, en particular Theodor Adorno, lo
llamó contracultura. No creo que todos los filmes que se
producen en Estados Unidos sean cultura. No creo que todos los
productos que nos venden en los supermercados sean cultura. Ni
todos los juguetes que
enajenan a nuestros niños
sean cultura. No creo que haya infinidad de acontecimientos
sociales que sean cultura. Cultura es sólo aquello que
enriquece la condición humana, que nos hace ser más
humanos, que nos hace ser más
libres…"

Pero quizás, el que mejor expresa su
disconformidad con el vacío espiritual que se está
produciendo en el ámbito de la cultura, -de lo cual el
cine es uno de sus componentes-, es el filósofo
venezolano, Ludovico Silva, al señalar, en tono pesimista,
su profunda desazón: "La cultura ha llegado a
producirme asco: Lo que antes fue para mi el sentido
máximo de mi existencia, la puerta de oro
después de la cual estaba el cielo de los elegidos, la
montaña en cuyas alturas vivían lo bello y lo bueno
con gran desprecio de las nimiedades de la vida corriente, todo
eso ha explotado de repente ante mis ojos y me he quedado sin
nada y ando con los pies cansados, sin suelo donde
apoyarlos; floto en la inseguridad de
quien ya no tiene otro ideal que el odio a todos los que viven
engañados y nado en el desprecio…"

A modo de conclusión, en mi opinión, no se
trata de ser un fundamentalista para reivindicar el mantenimiento
de una pureza estética dentro de las creaciones que se dan
en el mundo del cine. Sería un imposible no tener en
cuenta que la naturaleza
humana, en toda su totalidad, también necesita
alimentarse, de cuando en vez, de banalidades, frivolidades y
todas esas cosas. Lo malo está cuando esto último
es lo que se vuelve predominante en las actividades que giran en
torno al mundo
del arte y la cultura. A eso es lo que apuntaba el
filósofo Nietzsche, en
una de las cuestiones centrales contenidas en su pensamiento,
cuando diagnosticaba que la alienación del hombre se
debía fundamentalmente a que los valores culturales
prevalecientes en la sociedad se encontraban invertidos y, por
tal, había que "transmutarlos". Este pensamiento hoy
emerge más vivo que antes, cuando analizamos los procesos que
vive el hombre actual en los más diversos ámbitos
en que se despliega la cultura.

Entonces, en lo que al cine respecta, siguiendo el
pensamiento de Nietzsche, se trata de invertir los valores que se
encuentran contenidos implícita y explícitamente en
los films creados por los realizadores. Esto es, que la
proporción de películas con contenidos
estéticos, sean muchos más numerosos que los que
contengan banalidades o frivolidades. Nada más simple que
eso. Si así sucediera, el cine se habría
reivindicado respecto de una deuda que ha mantenido pendiente
desde hace mucho tiempo. Y para que esto último suceda,
hacen falta más realizadores como Emir Kusturica, Ettore
Scola, o Roman Polanski, etc., o bien, hacer resucitar a
realizadores de excepción como, sin duda, lo fueron en su
época, Charles Chaplin o Sergei Einsenstein, entre
otros.

 

 

 

 

Autor:

Hernán Montecinos

Partes: 1, 2
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