Simón Bolívar y José Martí, una mirada a sus ideas sobre la educación y la cultura
José Martí
escribió en el año 1889, en New York, la revista para
niños
"La Edad de Oro". En el
primer número de esa revista incluyó el
artículo titulado "Tres héroes", dedicado a
la memoria de
tres grandes hombres de América, son ellos: Miguel
Hidalgo, José de San
Martín y Simón Bolívar.
Aludiendo a impresiones personales de cuando en 1881,
llegó a Venezuela
procedente de los Estados Unidos,
escribió: "Cuentan que un viajero llegó un
día a Caracas al anochecer, y sin sacudirse el polvo del
camino, no preguntó donde se comía ni se
dormía, sino cómo se iba adonde estaba la estatua
de Bolívar"[1]. El artículo expresa
la gran admiración que sintió Martí
por el héroe latinoamericano.
En otros textos también Martí ofreció
elocuentes valoraciones[2]sobre Bolívar que
lo sitúan como "Padre" y "hombre solar a
quien no concibe la imaginación sino cabalgando en carrera
frenética, con la cabeza rayana en las nubes, sobre
caballo de fuego, asido del rayo, sembrando
naciones…[3]. Ello expresa una percepción
que entremezcla al hombre, el mito y la
historia en un
concepto
mayor: el carácter telúrico de la historia
latinoamericana.
Las impresiones aquí anotadas nos llevan a preguntarnos
por qué hubo de despertar tan profunda admiración
la obra y el ejemplo de Simón Bolívar en
José Martí.
Para su formación Bolívar contó con la
influencia del magisterio ejemplar de Manuel Sanz y Andrés
Bello, pero fue decididamente Simón Rodríguez
"El Sócrates
de Caracas", quien más influyó en su
formación. "Yo he seguido el sendero que usted me
señaló. Usted formó mi corazón
para la libertad, para
la justicia, para
lo grande, para lo hermoso"[4] le decía a
su admirado maestro.
El pensamiento y
la obra de Bolívar están anclados en el humanismo.
Dicha postura le permite establecer una identificación
raigal con el mejoramiento del hombre de estas tierras, ese
"pequeño género
humano" expoliado y alienado por la práctica de la
cultura de la
dependencia por parte del colonizador. Su formación
cultural e ideales políticos llevan como propósito
la transformación radical de tal situación.
Simón Bolívar tuvo acceso a lo mejor de la
herencia
política,
filosófica y literaria de la cultura occidental de su
tiempo. Hubo
de ser Bolívar un hombre cosmopolita, de amplia cultura,
ancestralmente iluminista, al igual que su maestro
Rodríguez. Los hombres que iniciaron nuestras gestas de
independencia
como máxima general actuaron bajo el signo de la
ilustración; por ello los funcionarios aduanales
metropolitanos en las colonias de ultramar hurgaban en las cajas,
más ansiosos de confiscar libros que
armas. No
podía ser de otro modo pues la fórmula sobre la que
descansó el dominio del
poder colonial
en América, estuvo centrado en el oscurantismo y la
ignorancia que trae consigo la práctica del consabido
escolasticismo retrasante. Los colonizadores utilizaron como
recurso la aculturación y la educación
diferenciadamente en lugares de gran densidad de
población y organización social como México y
Perú y en otros lugares donde se les prestó franca
resistencia como
los araucanos.
El 15 de febrero de 1819 en el discurso de
Angostura, Bolívar sentenció: "Unido el pueblo
americano al triple yugo de la ignorancia, de la tiranía y
del vicio, no hemos podido adquirir ni saber, ni poder, ni
virtud. Discípulos de tan perniciosos maestros las
lecciones que hemos recibido, y los ejemplos que hemos recibido,
y los ejemplos que hemos estudiado son los más
destructores. Por el engaño se nos ha dominado más
que por la fuerza; y por
el vicio se nos ha degradado más bien que por la
superstición. La esclavitud es la
hija de las tinieblas; un pueblo ignorante es un instrumento
ciego de su propia
destrucción…"[5]
Tal concepción refleja el estado de
cosas que imperaba en América
Latina. La Iglesia
jugó un importante papel en la colonización en el
continente siendo una fuerte aliada del poder. Las estructuras de
gobierno
establecidas por nuestras metrópolis se valieron de la
coartada espiritual que le brindaba la Iglesia para mantener el
status en estos países.
A la sombra de los claustros, se practicaba la
formación del hombre por vías de la
memorización mecánica de estériles latines; y el
castigo corporal estaba perfectamente reglado. Imperaba el
principio de magíster dixit obstruyendo todo tipo
de desarrollo de
las individualidades, facilitando la obediencia ciega y el temor
de Dios. No existían estudios científicos en esta
parte del mundo y los planes de estudio evitaban el
vínculo con la vida práctica. La entrada a los
centros de enseñanza se mantuvo como un privilegio de
élite, una exclusividad de la que se sirvió
mayoritariamente la clase
gobernante. Como consecuencia, el analfabetismo
alcanzó parámetros que sobrepasó el 90% de
la población de las colonias. De tal práctica
obtenía un individuo
ignorante y la mayoría de las veces, obediente.
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