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La trascendencia humana y la sociedad perfecta (página 4)



Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6

El divorcio entre
la fe y la razón es sintomático del
desdoblamiento de la conciencia

que caracteriza la perturbación del estado mental
de los tiempos modernos. Es como si dos personas cohabitaran
dentro de nosotros y se manifestaran alternativamente; pero
además del modo padre, el modo niño, que alternan
con el modo adulto, el ello se manifiesta en múltiples
personalidades completamente distintas a la
personalidad habitual dominada por inusitados automatismos
que son ignorados por el paciente desasociado consigo-mismo y la
sociedad.
Fenómeno fe-datado en los Evangelios que recurrentemente
ha enlutado las comunidades con actos incruentos cometidos por
pacíficos ciudadanos adultos y adolescentes
en estados alterados de la mente, que compiten en crueldad con
los actos cometidos por psicópatas (Jack el Destripador),
esquizofrénicos responsables de crímenes seriales,
rituales y actos terroristas. Este fenómeno también
ha inspirado las obras de muchos autores clásicos, como:
El Lobo Estepario: Hermann Hesse, El Exorcista:
Meter Blatty, El Silencio de los Inocentes: Thomas
Harris, La Metamorfosis: Franz Kafka,
El Hombre
Pentafisico : Ema Godoy, etc . Si ponemos en lugar de la persona a la
sociedad moderna en general, resulta que ésta está
aquejada de disociación mental, esto es, de un
trastorno neurótico. No se puede fingir o ignorar
la lucha milenaria que de origen sostiene "el judaísmo
-VS- el cristianismo"
porque el instinto se revela ante el peligro de ser exterminado o
sometido y la psiquis se desdobla. Así ocurre en toda
psiquis neurótica, la incongruencia en las estructuras de
su pensamiento es
la causa que la lleva al médico.

Según se ha expuesto en forma sumaria, el
médico de almas debe relacionarse con ambas fases en que
está desdoblada la personalidad
del hombre actual,
pues sólo con ambas, y no tomando una e ignorando la otra,
puede constituir un hombre entero y pleno. Todo individuo, por
cierto, ha venido reprimiendo e ignorando concientemente una de
sus dos fases, por ser éste el único expediente que
le ofrece la noción imperante. Los automatismos
inconscientes y el mundo de imágenes
de la mente constituyen un a priori que nadie ha de
desconocer sin grave riesgo. La
inhibición o interrupción del surgimiento del
fenómeno espiritual de la trasformación, mediante
sedantes, trae penosas consecuencias fisiológicas y
psicológicas, cuya terapia requiere la ayuda profesional
del médico de almas. Desde hace dos milenios y medio los
helénicos sabían que existe un inconsciente opuesto
a la conciencia e intuían la importancia de su
exploración para conocerlo, las iniciaciones
mistéricas contenían un simbolismo ritual que
orientaba y alentaba a los iniciados a explorar las profundidades
de su conciencia. El misticismo y la psicología
clínica han proporcionado al respecto todas las pruebas
empíricas y experimentales necesarias, de que existe una
realidad psíquica inconsciente, la cual inesperadamente
demuestra su existencia derramando sus contenidos sobre la
conciencia provocando automatismos, psiquismos y trasformaciones
inauditas en las personas que los experimentan inconscientemente.
A pesar de que se sabe esto, no se ha sacado conclusiones
generales de esta fenomenología. Se sigue pensando y obrando
como si el hombre no fuese doble, sino simple. Es así que
permanecemos ciegos a nuestras propias imperfecciones,
debilidades y móviles de nuestros actos. No se nos ocurre
pensar que a nuestra interioridad no se le pueden ocultar los
verdaderos móviles de nuestras acciones por
mucho que las justifiquemos y disfracemos, ni cuestionarnos sobre
cuál es la actitud de
nuestra ser interior ante lo que hacemos en la faz exterior. En
realidad, empero, es una ligereza, una superficialidad y hasta
una insensatez, pasar por alto la reacción y actitud del
inconsciente, por cuanto ello conspira contra la salud psíquica.
Aunque uno considere igualmente importantes para la salud todos
los sistemas
fisiológicos del organismo humano, generalmente ignoramos
nuestra salud psicológica. Así las deficiencias
psíquicas y sus consecuencias creemos poder
subsanarlas con meros concejos, reproches y charlatanerías
mágicas o mojigatas, pues lo "psíquico" es tenido
por algo así como intrascendente. Sin embargo, nadie puede
negar que sin la psiquis el género
humano no se diferenciaría de los seres instintivos.
Prácticamente la dignidad
humana depende del alma humana y
sus funciones. Ella
merece toda nuestra atención, particularmente en nuestra
época en que el futuro individual y colectivo puede ser
amenazado por alteraciones psíquicas de los
hombres.
Basta con una casi imperceptible
perturbación del equilibrio de
algunos dirigentes para que el mundo se hunda en un infierno de
sangre, fuego
y radiactividad.

Nuestra filosofía se desentiende de la
cuestión de si la parte inefable de nuestro otro Yo, que
por el momento sólo hemos designado con el término
peyorativo "sombra", está de acuerdo con nuestras
creencias y conducta
conscientes. Por lo visto ignora que el hombre tiene una sombra
de verdad, cuya intimidad aloja al mismo tiempo la
naturaleza
privativa del instinto y la naturaleza trascendente del
espíritu. Cuando el pensar y el sentir han extraviado el
camino de la interioridad, y la postura religiosa se ha vuelto
inoperante, ni Dios se atreve a poner dique al desbordamiento de
los impulsos psíquicos incontenibles. El anquilosamiento
de la conciencia en nuestro mundo se debe sobre todo a la
pérdida del sentido común y adormecimiento del
instinto, y tiene su raíz en la enajenación generalizada. Conforme se ha
hecho dueño de la naturaleza, el hombre ha exaltado su
saber y dominio sobre la
materia y
menos-preciado lo meramente natural y contingente, esto es, los
instintos y los impulsos de la psiquis inconsciente. En efecto,
la psicología en general sigue siendo todavía
la ciencia que
investiga los contenidos del inconsciente y sus manifestaciones
en cuanto evaluables sobre pautas colectivas, a fin de
diagnosticar las causas de disfunciones psicosomáticas y
prescribir terapias; es decir se funda en fenómenos
genéricos íntimos, ya que a diferencia del
subjetivismo y lógica
racional con que se maneja lo conciente, el inconsciente se
manifiesta analógicamente en forma imágenes
holográficas vivas que llevan adheridas los sentimientos
relacionados con la problemática o necesidad que los
impulsa hacia la superficie; aunque el conciente los reprima
porque no los entiende, llega un momento en que el desbordamiento
de las fuerzas del inconsciente es incontenible, colapsando la
estructura
mental trabajosamente edificada, postrando al individuo. El
delírium trémens destruye la vida intima y
social del individuo debido a que la interioridad individual, que
en definitiva es la única real, ha quedado degradada a
fenómeno marginal contingente, y a pesar de los signos de
paranoia manifiestos el inconsciente, que sólo puede
manifestarse incomprensiblemente, ha sido pasado por alto
completamente, y no por simple negligencia, ni por mera
ignorancia, sino por deliberada resistencia a la
sola posibilidad de que además del Yo exista otra
instancia psíquica además del conciente. En los
estadios alterados de conciencia, hasta le parece peligroso al Yo
conciente poner en tela de juicio su monarquía, basta que dude un poco, para que
la ciencia
declare su insanidad mental y lo someta a su tutela y
tratamiento psicoterapéutico por tiempo
indefinido.

8,5: Diferencias fenomenológicas y
terapéuticas entre las crisis
provocadas por las psicosis
provocadas por los traumas olvidados, y las crisis provocadas por
el surgimiento del fenómeno espiritual de la
transformación humana.

Las enseñanzas místicas de todos los
tiempos giran alrededor de la idea de que la sola búsqueda
de bienes y metas
materiales no
expresa en absoluto el potencial del ser humano, debido a que la
humanidad es una parte integral de la energía creadora y
la inteligencia
del cosmos, y es de alguna forma es parte del holograma
espiritual de Todo que refleja la imagen de
Él en cada ser individual. El descubrimiento de la propia
naturaleza espiritual puede conducir a una forma de ser, tanto a
escala individual
como colectiva, incomparablemente superior a lo que se considera
normal. Para comprender la fenomenología del surgimiento o
emergencia de la transformación espiritual, uno debe verlo
como la activación de un proceso
natural de evolución que lleva a una forma de vida
más madura y realizada. La palabra espiritualidad
debería reservarse para situaciones que entrañan
una experiencia íntima de la realidad espiritual de la que
formamos parte, que le dan a la propia vida y existencia una
cualidad numinosa. Desde este punto de vista, la espiritualidad
es algo que caracteriza la relación del individuo con
el universo y
no requiere necesariamente de una estructura formal, un ritual
colectivo o la mediación de un sacerdote. La palabra
moderna para designar la experiencia directa de las realidades
espirituales es "transpersonal", lo que significa que trasciende
la forma usual de percibir e interpretar al mundo desde la
posición de un individuo o cuerpo-ego separado de
aquél. La psicología transpersonal, se especializa
en experiencias de este tipo y lo que estas implican. Las
conclusiones del estudio de los estadíos transpersonales
de conciencia son de vital importancia para el concepto de
emergencia o surgimiento del fenómeno espiritual de la
transformación humana.

Los estadíos que entrañan un encuentro
personal con
las dimensiones numinosas de la existencia pueden dividirse en
dos grandes categorías. En la primera hallamos las
experiencias de lo "Divino inmanente", o percepciones de la
inteligencia divina que se expresa a sí misma en el mundo
de la realidad diaria. Toda la creación __gente, animales,
plantas y
objetos inanimados__ aparece permeada por la misma esencia
cósmica y luz divina. Una
persona, en este estado de éxtasis, de pronto ve que todo
en el universo es una
manifestación y una expresión de la misma
energía cósmica creadora, y que la
separación y los límites
son ilusorios. Las experiencias de la segunda categoría
representan una percepción
diferente de lo ya conocido que revelan una gama más
amplia de dimensiones de la realidad ocultas a las percepciones
humanas e inaccesibles en un estado normal de conciencia. Nos
referiremos a éstas como experiencias de lo "Divino
trascendente"; que iluminan la negra noche de la conciencia
esbozada por la mística pluma de San Juan de la Cruz, con
la experiencia del espejo del alma, el viaje de la mente a
través del espíritu, la común unión
de todos los seres y todas las cosas, etc. Para las personas que
han comenzado a experimentar el surgimiento o emergencia del
fenómeno espiritual de la trasformación humana __el
sufrimiento y la angustia de la negra noche, la disolución
o necrosis del ego viejo, el renacimiento o
surgimiento del ego nuevo que como el ave fénix renace de
sus cenizas__ la existencia de lo inmanente y trascendente divino
no es una cuestión de creencias infundadas sino un hecho
basado en una experiencia directa. Lo que nos interesa en este
punto son las consecuencias prácticas de los encuentros
personales con las realidades espirituales. Tales estados
transpersonales pueden ejercer una influencia benéfica de
transformación en aquellos que los experimentan. Es
probable que alivien diferentes desórdenes emocionales y
psicosomáticos, así como también
dificultades en las relaciones
interpersonales. Asimismo, son capaces de reducir las
tendencias agresivas, mejorar la auto imagen, incrementar la
tolerancia
hacia los demás y elevar la calidad de
vida.

Entre otros efectos posteriores positivos se halla una
profunda sensación de conexión con la gente y la
naturaleza. Estos cambios de actitud y comportamiento
son consecuencias naturales de las experiencias transpersonales
que se dan en medio de las crisis provocadas por el surgiendo del
fenómeno espiritual de la trasformación humana; el
individuo los acepta y abraza voluntariamente, sin ser forzado
por mandatos, preceptos, órdenes o amenazas de castigo
externas. Una espiritualidad de este tipo, basada en una
revelación directa personal, es muy usual en las ordenes
místicas de todas las grandes religiones que
utilizan la relajación, la meditación, los mantras,
la oración y otras prácticas clínicas para
inducir estos estados transpersonales de la mente. Hemos visto en
repetidas ocasiones cómo las experiencias
espontáneas durante una emergencia espiritual tienen un
potencial similar si se dan en un contexto de comprensión
y apoyo.

A pesar de que existen muchas excepciones, la
psiquiatría y la psicología en general no
distinguen entre misticismo y psico patología. Esta
miopía se ve impulsada aún más por el hecho
de que, en gran parte, nuestra cultura no
reconoce la importancia y el valor de lo
místico en el interior del ser humano. En las presentes
circunstancias, tiene mucho más sentido preguntar
qué características de un estado alterado de
conciencia sugieren que se pueden esperar mejores resultados con
estrategias
alternativas que con un tratamiento basado en el modelo
médico. Una de las preguntas que se realizan con mayor
frecuencia al hablar de las crisis que se presentan cuando esta
ocurriendo una emergencia o surgimiento del fenómeno
espiritual de la transformación humana, es:
¿Cómo hace uno para distinguir entre una emergencia
del fenómeno espiritual de la transformación humana
y una psicosis? Como hemos señalado, el término
psicosis no está definido con exactitud y objetividad en
la psiquiatría contemporánea. Hasta que esto
ocurra, será imposible brindar una delimitación
clara entre estas dos condiciones. El primer criterio importante
es la ausencia de una enfermedad detectable con las herramientas
de diagnóstico existentes. Esto elimina
aquellos estados alterados en donde la causa primaria se
encuentra en una infección, una intoxicación,
desórdenes metabólicos, tumores, perturbaciones
circulatorias o enfermedades degenerativas.
La gente que sufre de estados paranoicos graves, alucinaciones
acústicas hostiles ("voces") y
fantasías persecutorias, recurrentemente cae en
proyecciones de este tipo, y actúa bajo su influencia. Los
cambios en la conciencia de las personas que entran en la
categoría de emergencia espiritual son cualitativamente
diferentes de aquellos asociados a psicosis de origen
patógeno, y pueden ser reconocidos con facilidad cuando se
cuenta con la suficiente información y experiencia. Como lo sugiere
el término emergencia del fenómeno espiritual de la
trasformación humana, las características de una
crisis causada por los cambios que se operan en la personalidad o
forma de ser de la persona que se ve envuelta en ella, permiten
intuir que el proceso de trasformación está
relacionado con cuestiones espirituales críticas de la
vida, y el contenido transpersonal de sus vivencias esta
relacionado con el proceso de trasformación. Otra
particularidad importante es la habilidad del paciente de
diferenciar hasta un grado considerable entre las experiencias
internas y el mundo de la realidad consensuada.

La característica más notable del
surgimiento del fenómeno espiritual de
trasformación, es que demarca un parte-aguas que divide la
vida del sujeto en antes y después iniciar el proceso de
trasformación. El individuo en medio de una profunda
crisis causada por los cambios de su forma de ser, es arrastrado
irremisiblemente por las fuerzas interiores de la
transformación, mientras todo parece conspirar en su
contra, cambiando no solo su modo de vida, su personalidad, sus
prioridades y valores, sino
su vida misma hasta que termina la extinción o necrosis
del ego viejo, y renace un nuevo ego integralmente relacionado
con su entorno y relaciones fundamentales. La interpretación errónea de esta
fenomenología, es la causa por la que la mayoría de
las personas que están atravesando por una emergencia del
fenómeno espiritual de la transformación humana son
vistos como casos patológicos de origen desconocido, a
pesar de que exámenes clínicos y de laboratorio no
ofrezcan evidencia alguna que apoye esta conclusión, y son
tratados con
métodos
psiquiátricos tradicionales, como la medicación
supresiva y la hospitalización en especial si sus
experiencias causan una crisis en su vida y crean dificultades a
sus familiares. En las crisis causadas por el proceso de
emergencia de fenómeno espiritual de trasformación,
tanto en las personas que lo sufren como los que lo rodean, junto
con sus manifestaciones más dramáticas, el enfoque
freudiano se limita a descubrir las experiencias penosas
prenatales, de la lactancia, la
niñez y el pasado resiente que han sido olvidadas, pero
que son causa probable de traumas actuales en los individuos
conflictuados, sin distinguir ni darse cuenta que las emergencias
espirituales son parte de un proceso natural y curativo que
favorece el desarrollo
espiritual de las personas que los experimentan, y que las crisis
son causadas por el cambio radical
de personalidad del paciente y no por traumas olvidados. Los
elementos espirituales inherentes a una transformación
personal parecen extraños y amenazadores para los que no
están familiarizados con ellos. Por ello podemos criticar
al psicoanálisis de miope y excluyente de las
verdaderas causas de la sintomatología de la
transformación de los individuos, de que consume una
enorme cantidad de tiempo y de que es poco eficaz. Ya que un
sujeto elegible debe llenar ciertos requisitos según un
criterio especial, y muchos pacientes psiquiátricos son
automáticamente excluidos como candidatos potenciales. El
uso sistemático del mecanismo de la proyección
—rechazar las experiencias internas como naturales y
atribuirlas a traumas o influencias provenientes de otras
personas y circunstancias externas— es un grave
obstáculo para interpretar correctamente la
fenomenología de la transformación aquí
descrita. El sacrificio de tiempo, energía y dinero es
inmenso en comparación con los resultados; ya que aquellos
que son seleccionados como sujetos apropiados tienen que
comprometerse a tres años de sesiones terapéuticas
de 50 minutos, de tres a cinco veces por semana, y no hay
garantía de curación, ni garantía de que la
curación se puede alcanzar con las nuevas estrategias. Es
difícil comprender por que un sistema
conceptual que parece tener todas las respuestas teóricas
no brindaba resultados más espectaculares al ser aplicado
en problemas
clínicos reales; por esto es extremadamente importante dar
un tratamiento distinto al que el actual modelo médico
prescribe para inhibir las emergencias espirituales, aclarando el
concepto de emergencia espiritual y desarrollado acercamientos
eficaces y englobadores en su tratamiento, así como
sistemas de apoyo adecuados para cuando se presentan
fenomenologías altamente conflictivas.

Si examinamos las vivencias que se dan en los estados
alterados provocados por la emergencia del fenómeno
espiritual de la trasformación humana, la aparición
de los síntomas parecería ser el comienzo de una
enfermedad, y su intensidad indicaría la seriedad de la
situación; pero aun en el contexto del modelo
médico, una estrategia que se
limite a suprimir los síntomas no sería considerada
satisfactoria, si una alternativa más específica y
eficaz, fuera conocida y estuviera disponible. Lo importante es,
entender y aceptar la verdadera naturaleza de la psique y
descubrir cómo cooperar mejor con ella, no bloquearla; ya
que la función de
la terapia consiste suprimir las causas que activaron la crisis,
no en apagar la alarma de la sintomatología sin suprimir
las causas que activaron la crisis. Esta interpretación se
ve impulsada aún más por el hecho de que, en gran
parte, nuestra cultura no reconoce la importancia y el valor de
lo místico en el interior del ser humano. Aun si se
descubrieran cambios biológicos relevantes, éstos
solamente explicarían porqué diversos elementos
salen a la superficie en un momento dado desde el inconsciente,
pero no explicarían los contenidos en sí mismos.
Además, encontrar un factor desencadenante
específico de estos episodios no excluye necesariamente la
posibilidad de que el proceso sea curativo. Muchos estados
alterados que las principales corrientes de la psiquiatría
consideran extraños e incomprensibles son manifestaciones
naturales del funcionamiento profundo de la psique humana. Su
aparición en lo consciente, tradicionalmente considerada
como síntoma de la enfermedad mental, es en realidad un
esfuerzo radical del organismo para liberarse de los efectos de
distintos traumas, simplificar su funcionamiento y curarse a
sí mismo. La primera aparición de los
síntomas es el comienzo del proceso curativo, y su
intensidad indica la rapidez de la transformación. El
denominador común en todas las crisis de
transformación es la manifestación de diversos
aspectos de la psique que antes eran inconscientes. Sin embargo,
en cada emergencia individual hay un surgimiento único de
contenidos del inconsciente. Algunos de ellos son
biográficos, otros perinatales y otros aun
transpersonales. No existen fronteras dentro de la psique, ya que
todos sus contenidos forman un continuum con varios niveles y
muchas dimensiones. Por lo tanto, uno no debe dar por sentado que
las emergencias espirituales vienen en tipos o formas con
fronteras bien delimitadas como para distinguirlas claramente. No
obstante, es posible y útil definir ciertos tipos de
emergencia espiritual característicos que las
diferencian.

8,6: La fenomenología espiritual, la
auscultación profunda y la inducción clínica de los estados
alterados de la mente

Aristóteles al abordar el problema de truncada
enmarcó científicamente el fenómeno de la
trasformación humana expuesto en la mitología de Proteo, sentando las bases de
la psicología, la psicoterapia,
el desarrollo
humano, y empatando, <<no solo la praxis clínica
basado a los hallazgos encontrados en obscultación
profunda, el diagnostico y terapia, con las prácticas
terapéuticas del misticismo oriental>> <<sino
la teoría de trascendencia humana con doctrina expuesta
por Buda y Cristo>>. Porque la trascendencia humana deviene
del hecho que el hombre no es simplemente un ser que decide, sino
que en cada caso, él hombre decide lo que es; ya
que aunque somos en el mundo de las cosas, es evidente que:
"buscamos una existencia iluminada, autentica que gire
básicamente sobre nuestra decisión de ser libres
para ser nosotros mismos"; lo cual es la meta de Buda y
Cristo __o "acostumbrados a lo mundano decidimos ser cosa,
buscando el valor de las cosas que den valor a nuestro ser en el
mundo de las cosas". Es obvio que la diferencia
característica entre el humano, la bestia y la cosa, es
cuestión de flexibilidad, rigidez y sensibilidad
anímica. El humano como la veleta opone la menor
resistencia a cambio, por ello es flexible y siempre esta
dispuesto a cambiar. La cosa es rígida como las piedras, y
por ello no cambia, aficionándose a los pasatiempos
enajenantes o recurriendo a drogas, los
tranquilizantes y somníferos. La bestia es adicta a los
estimulantes y la violencia
extrema, siente placer ante su poderío y el terror de sus
victimas (vg.: inclinación de Israel por
aterrorizar a sus victimas), por ello es insensible al dolor y
sufrimiento ajeno; en contraste con la sensibilidad de los
humanos que a medida que crece en sutilidad, crece en
armonía y espiritualidad.

Porque el Ser en si, no es una cosa acabada, estática,
determinada o forjada de antemano, sino que es un modelo
dinámico, que cambia cada instante con el devenir, porque
se esta haciendo, amoldándose a cada situación. El
modo de reaccionar y enfrentar las situaciones difíciles
que se dan en el devenir, anteponiendo el cumplimiento o
incumplimiento del deber para si mismo y para con los
demás, y el ejercicio de la libre responsabilidad, es lo que humaniza o deshumaniza
al hombre. En la bestialidad no hay futuro humano, pues no solo
petrifica conciencias sino que entroniza el caos generalizado
paralizando las instituciones
del Estado y las organizaciones
sociales, a causa del: crimen, demencia, depredación,
desenfreno, insensatez, paranoia, sometimiento, que sufren las
masas. En esta situación la posibilidad de un futuro
humano comienza a emerger, cuando el ser impropio (Ser para si)
en su agonía (disolución del egoísmo o Ser
para si), sacando fuerzas de la flaqueza busca una salida
(Katharsis: catarsis:
liberación terapéutica de los obstáculos y
heridas psicológicas que causan angustia existencial),
impulsado por la dignidad del (Ser en si), que lo lleva a poner
remedio al caos o disfunción generada por su impropio
proceder. El sincero reconocimiento de su culpa y
arrepentimiento, activa un mecanismo de salvación (llamado
renacimiento por
los místicos) que arranca cuando la actitud y el
comportamiento del ser propio (Ser con los demás),
comienza a emerger, induciendo al (Ser en si) a relevar en la
batalla al (Ser para si), para poder trascender la adversidad y
el sufrimiento, encontrando dentro de su propia estructura
interna, la fuerza
necesaria para vivir; ya que el futuro es el punto en el
horizonte lejano, que le da forma al presente, por que el
presente se derrumba cuando pierde su perspectiva futura;
entonces los pensamientos giran obsesivamente sobre el pasado. Y
la evocación de los pormenores de lo vivido, emergen en
medio de sombras, transfigurados en aterradoras visiones que
reviven profundas heridas que no han cicatrizado, y al sangrar
nos hacen sufrir terriblemente. Es en la agonía del Ser en
el mundo, cuando el Ser impropio debe morir o renacer de sus
cenizas y trascender el sufrimiento, siendo uno con los
demás, comportamiento propio del Ser en si__ La diferencia
se encuentra en los valores
del doliente, que lo llevan a buscar, no su fin, sino la
finalidad de su vida; porque en el momento en que al hombre no le
es posible visualizar la finalidad de su vida, tampoco puede
trazarse ninguna meta, ni proponerse ninguna misión, ni
sostener la estabilidad de propia estructura mental,
derrumbándose moralmente; lo cual, permite al análisis existencial aportar al paciente
los siguientes elementos de convicción para dar respuesta
positiva a la angustia existencial:

Mediante la comprensión, la fe y la
sabiduría se puede superar el dolor. La terapia del dolor
comprende tanto acontecimientos psíquicos como ideas
espirituales. Quienes son enterados de su muerte
eminente o la muerte
eminente de un ser querido, suelen pasar por un proceso de duelo
que se inicia con el desconsuelo llorando su propia muerte o la
de un ser querido mucho antes de que ocurra, experimentando
sentimientos de enojo, desesperación, frustración e
impotencia. El pesar puede convertirse con facilidad en depresión
aguda. El moribundo o sus allegados se sienten irremediablemente
abatidos, desesperanzados e indefensos. El dolor
psicológico se hace agudo e insoportable. Se pierden el
sueño, la capacidad de concentración, el apetito y
los niveles de energía. Quienes han sufrido perdidas de
seres queridos y/o tenido experiencias de cuasi-muerte,
regresiones a vidas pasadas, experiencia del bardo o vida entre
vidas, viaje astral, contacto con personas muertas y otros
psiquismos, generalmente no sienten una profunda pena por que
intuyen que hay vida después de esta vida. En general,
sacerdotes, médicos y terapeutas saben muy poco acerca del
dolor, el sufrimiento, el duelo y la muerte; por lo general sus
conocimientos se limitan a mitigar el dolor físico y para
mitigar el trauma mental se limitan a describir las etapas de la
muerte sin explican que ocurre en los que pasan de la
agonía a la muerte y más allá. La tanatología además de estudiar los
efectos que produce la muerte en los cuerpos sin vida se interesa
por aliviar el duelo utilizando la ciencia
complementándolos con los datos que la
religión
ha aportado tanto en oriente como en occidente, (vg. El
"Bardo Thodol Chenmo"
o Libro Tibetano de los muertos:
Papiros de Ani, de Hunefer y de Anhai
o El Libro Egipcio
de los muertos
).

La soledad es otro componente intrínseco de una
emergencia espiritual. Puede ir desde una vaga percepción
de la lejanía de otras personas y del mundo, hasta un
sumirse profundamente en la alienación existencial.
Algunas de las sensaciones de aislamiento interno pueden
relacionarse con el hecho de que la gente que enfrenta estados
inusuales de conciencia en una emergencia espiritual, no ha
escuchado a nadie describir algo así y lo siente distinto
de las experiencias cotidianas de su familia y sus
amigos. No obstante, la soledad existencial parece tener poco que
ver con las influencias personales o externas. Muchas personas en
un proceso de transformación se sienten aisladas de los
demás por la naturaleza de las experiencias que tienen. Al
volverse más activo el mundo interior, es probable que uno
sienta la necesidad de retirarse temporalmente de las actividades
cotidianas y sumirse en los intensos sentimientos, pensamientos y
procesos
internos. Es factible que las relaciones con los demás
pierdan importancia y que la persona se sienta desconectada de la
sensación conocida de quién es. Cuando esto ocurre,
uno siente una envolvente sensación de separación
de sí mismo, de otra gente y del mundo que lo rodea. Para
quienes están en este estado, hasta el calor humano
familiar y la reafirmación están fuera de su
alcance. Hemos escuchado a muchas personas en una emergencia
espiritual decir: "Nunca nadie ha vivido algo así.
¡Soy la única persona que ha sentido esto!". No
sólo sienten que su proceso es único, sino que
además están convencidos de que nadie jamás
ha sentido lo que ellos sienten. Quizás porque se sienten
tan especiales también creen que sólo el terapeuta
o el maestro en quien confían es el único capaz de
comprenderlos y ayudarlos. La fuerza de sus emociones y sus
percepciones desconocidas los llevan tan lejos de su existencia
previa que con facilidad dan por sentado que son anormales.
Sienten que algo anda muy mal en ellos y que nadie los
comprenderá. Si sus terapeutas también están
perplejos, su sensación de intenso aislamiento
aumentará. Aun cuando la gente en esta etapa conozca los
distintos mapas
teóricos y los sistemas espirituales que describen estados
como éstos, encontrarán que es muy distinto
estudiar una situación así a estar en medio de
ella. Durante una crisis existencial, uno se siente desconectado
de su ser más íntimo, del Poder Superior o de Dios,
lo que sea de lo que uno de penda para proveerlo de fuerza e
inspiración más allá de los recursos
personales. El resultado es un tipo de soledad devastador, una
alienación completa y total que permea todo el
ser.

En esos momentos de agonía y soledad, en un
intento de explicar hasta dónde llega este monumental
sentimiento recordamos el reclamo de Cristo en la cruz:
"PADRE MIO, PORQUE ME HAS ABANDONADO"; lo cual nos hace
estremecer al reflexionar ¡Si Cristo siendo perfecto,
no fue escuchado, que esperamos nosotros siendo pecadores
!.
No pueden encontrar ninguna conexión con lo Divino; por el
contrario, soportan una constante y dolo rosa sensación de
abandono divino. Aun cuando uno esté rodeado de amor y de
apoyo, puede sentir una profunda y amarga soledad. Cuando una
persona desciende al abismo de la alienación existencial,
ninguna medida de calor humano podrá cambiar lo que
siente. Los que enfrentan esta crisis existencial no sólo
se sienten aislados, si no también impotentes ante la
furia de la tormenta desatada por las fuerzas interiores. En esos
momentos todo conspira en contra de ellos mientras el Todo
permanece impasible. Ante los ojos del mundo somos sospechosos de
todo y el universo mismo se pone a la expectativa y cualquier
actividad humana resulta trivial, pues todo parece absurdo y sin
sentido. Es probable que en medio de la tormenta existencial se
desesperen renieguen de su suerte y hasta de Dios mismo, al no
percibir ninguna salida de su crisis. Con frecuencia perciben que
ni el suicidio es
una solución, ya que sacando fuerzas de su ira se
sobreponen al dolor con la esperanza de que algún
día volverán los buenos tiempos. No es raro que la
gente en un proceso de transformación cambie su apariencia
y se aísle. Una comunidad
espiritual abierta tolerará e incluso impulsará
este tipo de comportamiento. Sin embargo, quien decide
súbita mente adoptar expresiones tan obvias sin contar con
apoyo externo se sentirá aún más aislado.
Sin embargo, para mucha gente la transformación espiritual
se da sin estas exteriorizaciones alienantes. En otros casos,
pueden ocurrir cambios de conducta más obvios. Para
algunos estas nuevas formas de comportarse son estadios
transitorios en su desarrollo espiritual, mientras que para otros
se convierten en un aspecto permanente de su nuevo estilo de
vida.

Entre los componentes más problemáticos y
alarmantes con los que se enfrentan quienes viven una emergencia
del fenómeno espiritual de una trasformación, se
encuentran el miedo, la soledad, las experiencias aterradoras y
la preocupación por la muerte. Aunque estos procesos son
una parte intrínseca y eje del proceso curativo, pueden
volverse atemorizantes y abrumadores, en particular si no se
cuenta con el apoyo de un médico de almas. Al abrirse las
puertas del inconsciente, una amplia gama de emociones y
recuerdos reprimidos puede pasar a la percepción
consciente. Elementos de miedo, soledad, locura y muerte
aparecerán a veces al mismo tiempo cuando uno enfrenta
recuerdos específicos o experiencias de los dominios
personales o transpersonales. La noche oscura del alma descrita
por S. Juan de la Cruz: "La sombra de la muerte y los dolores
y tormentos del infierno se sienten intensísimamente, y
esto proviene de la sensación de haber sido abandonado por
Dios… una aprensión terrible sobreviene (al alma) de que
así estará por siempre… Se ve a sí misma
entre males opuestos, imperfecciones miserables, la sequedad y el
vacío de la comprensión, y el abandono del
espíritu en la oscuridad
". La descripción neutra de esta
fenomenología enmarcada en el misticismo como la primera
jornada del alma que atraviesa por una emergencia espiritual, es
un elemento indiscutible de juicio que nos permite darnos cuenta
que no es de origen patógeno por lo que hay que inhibirla
o suprimirla sino una fenomenología de un proceso natural
de desarrollo espiritual que es preciso completar soportando la
disolución o necrosis del ego (muerte mística) para
alcanzar la iluminación personal que nos permite
renacer a otra forma más perfecta de ser al mostrarnos el
siguiente paso en nuestro camino hacia la trascendencia humana.
Esta iluminación es parte de una fenomenología
genérica que es personal en razón de las
particulares y circunstancias por las que atraviesa cada
individuo en el momento en que se inicia la transformación
como un poderoso impulso involuntario del interior. Este
fenómeno conflictua profundamente al hombre cuando crece
ajeno o ignorante de su naturaleza interna y al darse
inesperadamente como sucede con los accidentes que
ponen en peligro nuestra vida familiar, laboral y
socialmente, nos hace sufrir intensamente. Los lazos familiares y
afectivos se van debilitando al tiempo que somos despojados legal
o ilegalmente de nuestras propiedades, posesiones y derechos por familiares,
socios, colegas, amigos y extraños, y si tenemos suerte
nos aferramos al amor sincero de nuestros hijos y sobre vivimos
en la austeridad. Hay otros que antes de que todo se derrumbe,
abandonan sus familias y solitarios sobreviven como vagabundos en
las calles; así perdemos nuestra autoestima, fe
y esperanza en Dios y la humanidad. Incomprendidos y difamados,
profundamente conflictuados, dolidos imploramos la justicia,
misericordia y providencia divina, sin ser escuchados.

La noche oscura del alma es la primera jornada del
proceso espiritual de transformación, y durante su
recorrido hay incidentes que conducen a ciertos estados
característicos. Es muy importante para los que sufren
esta crisis contar con la descripción
fenomenológica de esta jornada y la secuencia de sus
episodios característicos. A pesar de que hay muchas
excepciones, la mayoría de la gente debe internarse en las
zonas oscuras y atravesarlas antes de llegar a un estado de
liberación, luz y serenidad. Teniendo esto en cuenta,
surgen las siguientes preguntas: ¿Cuáles son los
oscuros territorios internos que una persona puede tener que
atravesar? ¿Cómo se sienten? ¿Qué
tipo de conflictos se
puede esperar que surjan? Para alguien en una emergencia
espiritual, ya sea suave o más dramática, la tarea
de vivir su día o funcionar de una manera conocida puede
convertirse en un desafío. Las actividades normales y
aparentemente simples que forman parte de la vida cotidiana
quizás se vean de golpe como problemáticas, o
parezcan desafíos insuperables o insoportables. Con
frecuencia, las personas en crisis viven experiencias internas
tan dramáticas e impactantes que tienen dificultad para
separar este vivido mundo interior de lo que ocurre en el mundo
exterior. Puede que se sientan frustradas al encontrar que su
nivel de atención es difícil de mantener, y es
también posible que los cambios tan rápidos y
frecuentes de su mente les causen pánico.
Incapaces de funcionar normalmente, es probable que se sientan
impotentes, ineficaces y culpables. Entre los componentes
más problemáticos y alarmantes con los que se
enfrentan quienes viven la crisis de una trasformación, se
encuentran el miedo, la soledad, las experiencias aterradoras y
la preocupación por la muerte. Aunque estos procesos son
una parte intrínseca y eje del proceso curativo, pueden
volverse atemorizantes y abrumadores, en particular si no se
cuenta con apoyo de un médico de almas. El denominador
común en todas las crisis de transformación es la
manifestación de diversos aspectos de la psique que antes
eran inconscientes. Sin embargo, en cada emergencia individual
hay un surgimiento único de contenidos del inconsciente.
Algunos de ellos son biográficos, otros perinatales y
otros aun transpersonales. No existen fronteras dentro de la
psique, ya que todos sus contenidos forman un continuum con
varios niveles y muchas dimensiones. Por lo tanto, uno no debe
dar por sentado que las emergencias espirituales vienen en tipos
o formas con fronteras bien delimitadas como para distinguirlas
claramente. No obstante, es posible y útil definir ciertos
tipos de emergencia espiritual característicos que las
diferencian. Al abrirse las puertas del inconsciente, una amplia
gama de emociones y recuerdos reprimidos puede pasar a la
percepción consciente. Elementos de miedo, soledad, locura
y muerte aparecerán a veces al mismo tiempo cuando uno
enfrenta recuerdos específicos o experiencias de los
dominios personales o transpersonales. Muchos recuerdos nos hacen
sentir miedo. Puede ser que una persona reviva en enfermedades
graves o accidentes en los que corrió el riesgo de perder
la vida, así como otros acontecimientos perturbadores de
la infancia.
También es posible que revivan las experiencias
traumáticas del nacimiento biológico, con sus con
su correspondiente sensación de ahogo y de amenaza a la
propia vida, más si como feto el
paciente vivió la inminencia de un aborto, natural o
provocado, es probable que haya atravesado una crisis de
supervivencia. Al revivir estos acontecimientos, no es raro que
estas personas se sientan impotentes y en peligro, si creen que
están perdiendo el contacto con la realidad.

Estas vivencias también llevan a que las personas
se conecten con la experiencia de la muerte. Los recuerdos
relacionados con la muerte surgen de las circunstancias que
rodean al nacimiento. El encuentro con la muerte puede darse de
muchas maneras en el nivel transpersonal. En lo que parece un
recuerdo de una vida anterior, tal vez se reviva el haber sido
muerto como un soldado, un mártir, o una madre en tiempos
de guerra. Puede
ser que el paciente experimente miedo, soledad, locura o muerte
durante las secuencias transpersonales originadas en los dominios
colectivos o universales. Enfrentarse con la cuestión de
la muerte es una parte crucial del proceso de
transformación y un componente que integra la
mayoría de las emergencias espirituales. Suele formar
parte de un poderoso ciclo de muerte y renacimiento en el que lo
que en realidad muere es la vieja forma de ser que inhibe el
crecimiento de la persona. Desde este punto de vista, todos
morirnos de alguna manera muchas veces en el transcurso de una
vida. En muchas tradiciones, la noción de "muerte antes de
la muerte o muerte mística" es esencial para avanzar
espiritualmente. Llegar a un consenso con la muerte como parte de
la continuidad de la vida es considerado como algo que libera
enormemente, ya que nos libera del temor a la muerte y nos abre a
experimentar la inmortalidad. La mayoría de nosotros tiene
asociaciones negativas en torno de la
muerte; creemos que es el fin de todo, la desposesión
última, la retribución final. Se ve a la muerte
como lo desconocido, lo temible, y cuando aparece como parte de
las experiencias internas uno se llena de terror. El encuentro
con la muerte puede manifestarse de diferentes maneras. Una de
ellas es enfrentarse con la propia mortalidad.

Quien ha evadido el tema de la muerte probablemente
hallará difícil manejar una experiencia profunda
que le muestre que su vida es transitoria y que la muerte es
segura. Mucha gente retiene inconscientemente la idea infantil de
que es inmortal y, al enfrentar las tragedias que nos presenta la
vida, las ignora con la afirmación típica: "Eso les
pasa a los otros. Nunca me pasará a mí". Cuando una
emergencia espiritual trae a personas así a la
comprensión esencial de su propia mortalidad, crea en
ellas una gran resistencia. Harán lo imposible para evitar
el tema, y quizás hasta traten de detener todo el proceso
sobrecargándose de trabajo,
charlando excesivamente, estableciendo relaciones cortas o
tomando drogas depresivas o alcohol. Es
probable que en las conversaciones procuren no hablar sobre la
muerte, o se rían del tema y vuelvan en seguida a temas
más seguros. En
cambio, otros tendrán una mayor conciencia del proceso de
envejecimiento, tanto del propio como del de los seres queridos.
Hay quienes llegan a inesperadas conclusiones, como la
descripción que el Swami Muktananda hace sobre su propio
encuentro con la muerte en Play of Consciousness no sólo
describe vívidamente su experiencia de la muerte sino
también su paso a un renacimiento: Le tenía
terror a la muerte. Mi prana
(aliento, fuerza
vital
) cesó. Mi mente ya no funcionaba.
Sentí que mi prana estaba saliendo de mi cuerpo…
Perdí todo control sobre
él. Como un hombre que va a morir, cuya boca se abre y
extiende sus brazos, emití un extraño sonido y
caí al piso… Perdí la conciencia por completo. Me
levanté después de una hora y media y me
pareció gracioso. Me dije, "Morí hace un rato, pero
ahora ¡estoy vivo otra vez!". Al poner me de pie,
sentí una profunda calma, amor y alegría. Me di
cuenta de que había experimentado la muerte… Ahora que
sabía lo que significaba morir, la muerte dejó de
producirme terror. Y ya no tuve ningún
miedo
.

La experiencia de la muerte mística,
señala la necrosis del ego viejo o proceso semejante al
cambio de piel,
necesario para renacer y poder pasar de una forma relativamente
limitada de ser a una condición nueva de expansión
durante el proceso de transformación. Este ciclo de muerte
y renacimiento místico, no significa el fin del ego, que
es necesario para manejarse en la realidad cotidiana __sino la
muerte de las viejas estructuras egoístas de la
personalidad y la cesación de los automatismos,
condicionamientos impulsos inconscientes causados por los traumas
mediante la curación de las heridas internas__ lo que es
vital para el advenimiento de una existencia más feliz y
más libre. Ananda K. Coomaraswamy escribe: "Ninguna
criatura puede acceder a un nivel más alto de naturaleza
si no cesa de existir
". La extinción o necrosis del
ego tal vez se dé gradualmente a lo largo de un extenso
período de tiempo, o tal vez ocurra de golpe, con una gran
fuerza. A pesar de que la disolución del ego es uno de los
acontecimientos más benéficos y curativos en la
evolución espiritual, puede parecer desastroso y doloroso.
En este estadío, el proceso de la muerte del ego,
parecerá muy real, como si no fuera ya una experiencia
simbólica sino un desastre biológico. Con
frecuencia, uno no es capaz de ver lo que le espera
después de la destrucción total del ego viejo: un
sentido del ser más amplio, más envolvente.
Experimentamos vivencias en las que irremisiblemente somos
desmembrados y mutilados parte por parte. Estas líneas de
la poesía
Fénix, de D. H. Lawrence, reflejan este pro ceso
devastador pero transformador a la vez. ¿Estás
dispuesto a ser lavado, borrado, cancelado, hasta la nada?
¿Estás dispuesto a ser hecho nada? ¿A
sumergirte en el olvido? Si no, jamás cambiarás
realmente
.

Este tipo de comprensión súbita puede ser
devastadora para la gente que no quiere o no puede enfrentar su
miedo a la muerte; pero es liberadora para quienes están
dispuestos a aceptar la verdad de su propia mortalidad, ya que la
total aceptación de la muerte es capaz de hacernos libres
de disfrutar cada momento corno viene. Otra experiencia
común es la muerte de las formas restringidas de pensar o
de ser. En la medida en que una persona crece, tal vez halle
necesario dejar las limitaciones que le impedían
desarrollarse. A veces esto ocurre despacio y casi a voluntad, a
través de una forma muy regulada de terapia o
Práctica espiritual que requiere que uno conscientemente
suelte las viejas limitaciones; también puede darse
automáticamente como parte del desarrollo. No obstante,
para muchas personas que experimentan una emergencia espiritual,
éste es un proceso rápido e inesperado.
Repentinamente, sienten como si el confort y la seguridad les
fueran arrancados y ellos arrojados en una dirección desconocida. Las formas de ser
comunes ya no sirven, pero aún no han sido reemplazadas
por otras nuevas. Una persona en medio de este cambio no es capaz
de aferrarse a algún punto de referencia reconocible y
teme que ya no le sea posible volver a las anteriores conductas,
destrezas e intereses. Puede que sienta que todo lo que alguna
vez le importó está muriendo, y es más que
probable que la embargue una enorme tristeza por la muerte del
viejo ser.

El estado de desapego con respecto a roles, relaciones,
el mundo y uno mismo es otra forma de muerte simbólica. Es
muy conocida en muchas disciplinas espirituales como la primera
meta en un desarrollo interno El desapego es algo necesario en la
vida, que se da naturalmente en el momento de morir, instante en
que cada ser humano comprende plena mente que no podemos llevar
nuestros bienes materiales, roles terrenos ni relaciones al
más allá. La práctica de la
meditación y otras formas de auto exploración
permiten que los que las practican se enfrenten con esta
experiencia antes de la muerte física, para
liberarlos y poder disfrutar en plenitud lo que tienen en vida.
San Juan de la Cruz escribió:"Para poseer lo que no
posees. Debes recorrer el camino de la entrega", "Para llegar a
lo que no eres. Debes recorrer el camino del no- ser".
El
apego, o el aterrarse al mundo material, es considerado por el
budismo como la
raíz de todo sufrimiento, y desprenderse de él es
la clave de la liberación espiritual. Esta idea
también aparece en otras tradiciones, y la menciona
Patanjali en los Yogas Sutra: "Por la ausencia de toda auto
indulgencia en este punto, cuando las semillas de las ataduras al
dolor son destruidas, se llega al ser puro".
El desapego
más o menos violento se da durante el surgimiento del
fenómeno espiritual de la trasformación humana, y
tal vez su aparición resulte un tanto confusa y
perturbadora. Cuando en una persona emerge el fenómeno
espiritual de la transformación, su relación con
sus seres queridos, actividades y roles en la vida comienzan a
cambiar. Un hombre que da por sentado que su familia le pertenece
descubrirá que el apego a su mujer y sus hijos
sólo le trae un gran dolor. Hasta quizás llegue a
sentir que lo único que es constante en la vida es el
cambio y que con el tiempo perderá todo lo que cree
poseer. Darse cuenta de estas cosas llevará a comprender
que la muerte es la gran igualadora y que, aunque uno niegue esta
realidad en su vida, no dejará de cobrar lo que le toca.
Durante la transición hacia esta experiencia, las personas
deben atravesar el doloroso proceso de desprenderse de las
preocupaciones mundanales que las mantienen atadas y
perpetúan su sufrimiento. El proceso del desapego es en
sí mismo una forma de muerte, la muerte del apego. En
algunas personas el impulso hacia el desapego es tan fuerte que,
literalmente, temen estar preparándose para la muerte
física inminente. Quienes atraviesan esta etapa del
desapego suelen tener la necesidad de alejarse de las relaciones
importantes de su vida cotidiana, y confunden su nueva necesidad
de desapego interno con la frialdad exterior. Tal vez tengan una
insistente urgencia de liberarse de las condiciones que los
limitan, y si no comprenden que el proceso del desapego puede ser
completado internamente, querrán llevarlo a cabo
también en la totalidad de sus manifestaciones hacia el
mundo externo.

Cuando una persona está inmersa en el proceso de
la extinción del ego o necrosis del ego, a menudo se
siente arrasada y devastada, como si todo lo que es o alguna vez
fue, se derrumbara sin ninguna esperanza de renovación.
Como la identidad de
una persona así parece estar desintegrándose, ya no
está segura de cuál es su lugar en el mundo, ni de
la validez de su paternidad, de su empleo, o de
su humanidad. Exteriormente, los viejos intereses ya no importan,
cambian los sistemas éticos y los amigos, y se pierde
confianza en la capacidad para funcionar en el mundo de todos los
días, social ni profesionalmente, pues pierde uno la
autoestima y la confianza en si mismo. Por dentro, se puede
llegar a experimentar una pérdida gradual de la identidad:
se siente que inesperadamente el ser físico, emocional y
espiritual está siendo destruido con fuerza inusitada.
Hasta se sentirá que se muere realmente, y de golpe uno se
verá obligado a enfrentar temores más profundos. La
gente en esta situación experimenta la sensación
interna que algo en ellos debe morir. Si la aprensión
interior es lo suficientemente fuerte y no se comprende el
proceso y utilidad de la
necrosis del ego, se pueden malinterpretar estos sentimientos y,
de hecho, adoptar conductas autodestructivas. O tal vez se hable
incesantemente de cometer el suicidio, preocupando en extremo a
los que se tiene alrededor. Con una terapia, una práctica
espiritual y otras formas de autoexploración, es posible
completar esta experiencia simbólica de morir internamente
sin llevarse al cuerpo consigo. Uno puede morir por dentro y
permanecer activo y saludable.

Enfrentarse con la propia mortalidad y con la muerte o
disolución del ego se da en un nivel individual y
personal. No obstante, a veces la misma sensación de
aniquilación inminente se extiende a lo transpersonal. Uno
de los encuentros más envolventes con la muerte es el
experimentar la destrucción del mundo o del universo: uno
es capaz de vivir experiencias de la destrucción de toda
forma viviente sobre la tierra, o
la del planeta mismo. Se confundirá este acontecimiento
interior con la realidad exterior, y es factible que se llegue a
temer que la existencia del mundo esté en peligro. Lo que
es más, esta misma experiencia puede llegar a incluir la
destrucción de todo el sistema solar, o
de todo el cosmos. Se tendrán, entonces, visiones de
estrellas en explosión, y se dará la
identificación física con toda la materia que se
disuelve en un agujero negro. Es muy común sentirse
impotente, que los esfuerzos para contrarrestar este enorme
desastre son fútiles En los últimos tiempos,
convivimos con la realidad de que nuestro planeta está
amenazado por la destrucción nuclear, y es lógico
que se sienta un gran temor por esta situación. Sin
embargo, una persona en una emergencia espiritual puede llegar a
vivir una experiencia interna muy vívida de la
catástrofe nuclear, y el miedo que surge en este momento
parecerá algo más que un temor personal. Si uno se
enfrenta con un acontecimiento interno tan apocalíptico
vg. San Juan: El Apocalipsis, es común que a esto
le siga una secuencia de reestructuración planetaria o
universal. Se entra en un mundo nuevo, reintegrado y radiante, y
el cosmos ha retornado a un orden amoroso y
benévolo.

El miedo a lo desconocido, hasta cierto punto, es
común a muchos seres humanos. Algún tipo de miedo
siempre acompaña a una emergencia espiritual, ya sea
sólo la preocupación por los sucesos de todos los
días o un terror enorme que flota libremente sin estar
atado a ninguno de los aspectos normales de la existencia. Es
común sentir algún grado de ansiedad en una
situación así: no sólo se desmorona el
sistema conocido de creencias sino que, además, se
está especialmente sensible. El cuerpo parece deshacerse
con molestias físicas desconocidas y dolores
perturbadores. Gran parte de los miedos parecen completamente
ilógicos, como si poco tuvieran que ver con la persona en
cuestión. A veces, quien sufre una crisis puede manejar
con relativa facilidad sus diversos temores, pero en otras
ocasiones el miedo se convierte en un pánico totalmente
incontrolable. En todo ser humano existen diferentes tipos de
miedo, desde lo obvio, como el terror a la muerte y al daño
físico, hasta lo sutil, que se siente al pedirle alguien
que nos ayude cuando se ha perdido la confianza en los
demás. A pesar de sus temores, la gente es capaz de
funcionar bien en la vida de todos los días sin que
éstos la desborden. Durante muchas emergencias
espirituales, sin embargo, los temores cotidianos se intensifican
y concentran, y suelen volverse incontrolables. Quizás se
conviertan en una ansiedad que lo permea todo o se cristalicen en
diferentes tipos de temor. Cuando nuestras vidas toman un rumbo
incierto, a menudo respondemos de forma automática
desarrollando una aprensión y luego una resistencia. Puede
que algunos se lancen a lo desconocido sin problemas, con lo que
parece ser un coraje envidiable; pero la mayoría, si es
que llega a explorar territorios desconocidos, lo hace en contra
de su voluntad, o con prudencia en el mejor de los casos. Para
aquellos que están en una emergencia espiritual, el miedo
a lo desconocido puede aumentar enormemente. Sus estados internos
cambian a tal velocidad que
empiezan a temer qué es lo que vendrá
después. Están siendo constantemente introducidos
en reinos internos
insondables, nuevas percepciones y posibilidades inimaginables.
Un hombre que viva súbitamente una compleja secuencia
visual y emocional que parezca provenir de otro tiempo y lugar
empezará a pensar en la reencarnación, una idea
totalmente extraña para él hasta ese momento. Es
muy normal que este tipo de acontecimientos abruptos resulten muy
atemorizantes para quienes no están preparados. Tales
personas no saben adónde terminarán, o cómo
se sentirán, y tantos cambios bruscos los llevan a temer
por la pérdida del control sobre su vida. Quizás
hasta añoren su antigua y segura forma de ser, por su
tranquilidad y menor exigencia, aunque hayan sido
infelices.

Cuando una persona desarrolla una enfermedad terminal,
su vida torna una dirección muy distinta de lo planeado.
Su sueño se ha hecho pedazos, y el estrés
emocional es capaz de iniciar en él un proceso de
transformación. Con mucho dolor, se dará cuenta de
que no tiene control sobre la vida y la muerte, que está
sujeto a fuerzas que están más allá de su
control. Las personas que han trabajado muchos años para
llevar una vida familiar exitosa; tiene una idea muy clara de su
futuro y se siente a cargo de su existencia, se pasan años
creyendo que su mundo está en orden y que tienen una
completa autoridad
sobre su vida. Algunos, ante el infortunio, al descubrir que no
están enteramente a cargo de su trayectoria de vida, se
asustan mucho si están muy identificados con estar a cargo
de todo. Probablemente se pregunten: "Si yo no tengo el control,
¿quién lo tiene? Y ¿Es él o ello
digno de confianza? ¿Puede abandonarme a una fuerza
desconocida y estar seguro de que se
me cuidará?". Al enfrentarse con el miedo a perder el
control, la mente y el ego se vuelven muy ingeniosos en sus
esfuerzos por seguir a cargo de todo; la gente en una
situación así tiende a crear un complicado sistema
de negación, diciéndose que está muy bien
como está y que no necesita un cambio, o que los cambios
que siente son ilusorios. Es factible que se intelectualicen los
estados de conciencia y se creen elaboradas teorías
para explicados de alguna manera. O quizás simplemente se
traten de evitar. A veces la ansiedad misma se convierte en una
defensa; quedarse pensando en el propio miedo puede evitarnos
crecer muy rápido.

Otra forma de perder el control en las crisis que se dan
en una transformación, es cuando por momentos se llega a
perder completamente el control sobre el propio comportamiento
causa de episodios desbordantes. Tal vez se tengan explosiones de
rabia y de llanto, se sacuda uno violentamente o grite en una
forma en que jamás lo hizo. Esta liberación emotiva
no inhibida puede resultar inmensamente liberadora, pero antes
provocar en uno un miedo tremendo y una gran resistencia a la
fuerza de estos sentimientos. Después de este tipo de
explosiones, es normal sentir miedo o vergüenza al darse
cuenta de la fuerza de la exteriorización. En algunos
casos de emergencia espiritual, las sensaciones físicas o
reacciones pueden ser acompañadas por extrañas y
potentes explosiones de energía, tales como descargas
eléctricas pulsantes, temblores incontrolables o la
sensación de que una fuerza desconocida recorre el
organismo. Tal vez aumenten las pulsaciones y se eleve la
temperatura
corporal. ¿Por qué ocurre esto? Estas
manifestaciones a menudo acompañan fisiológicamente
a los cambios de conciencia; también pueden ser
características específicas de una cierta forma de
emergencia espiritual como el despertar de Kundalini (Dr. Lee
Sandella: The Kundalini Experience: Psychosis or
Trascendence
). La conciencia espiritual de un ser humano no
ha despertado a menos que surja Kundalini. Se hallan
descripciones de esta variante de emergencia espiritual en la
antigua literatura de la India; sus
manifestaciones se atribuyen a la activación o al
despertar de una forma sutil de energía llamada "el poder
de la serpiente", o Kundalini.

De acuerdo a los yoguis, es la energía que crea y
sustenta al cosmos. En el cuerpo humano,
reside en forma latente en la base de la espina dorsal. Tiene el
potencial para purificar y curar a la mente y al cuerpo mediante
la apertura espiritual y así elevarnos a un nivel
más alto de conciencia. La Kundalini durmiente es
tradicionalmente representada como una serpiente enroscada tres
veces y media alrededor del lingam, el símbolo
fálico del poder masculino regenerador. Entre las
situaciones que pueden producir el despertar de Kundalini se
hallan la meditación intensa, la intervención de un
maestro espiritual o gurú avanzado, y ciertos movimientos
o ejercicios del yoga Kundalini. En algunos casos, se da el
despertar espontáneo de Kundalini: ocurre inesperadamente,
en medio de las tareas cotidianas, sin un factor desencadenante
claro. La energía Kundalini o Shakti, y sube por la
columna, fluyendo a través de los conductos del cuerpo
sutil, un campo incorpóreo de energía que penetra y
rodea al cuerpo físico. Al limpiar los efectos de viejos
traumas, abre los siete centros espirituales llamados chakras,
que se localizan en el cuerpo sutil a lo largo de un eje que se
corresponde con la espina dorsal. Además de varias
experiencias difíciles asociadas a este proceso de
limpieza, quienes viven el despertar de Kundalini suelen hablar
de estados extáticos relacionados con alcanzar un nivel
más alto de conciencia. Entre éstos, merece ser
mencionado el samadhi, o unión con lo Divino, que ocurre
cuando el proceso llega al séptimo centro, el de la
"corona" (Sahasrara). La energía Shakti que se mueve a
través del cuerpo trae a la conciencia una amplia gama de
contenidos anteriormente inconscientes: recuerdos de traumas
psicológicos y físicos, secuencias perinatales y
distintas imágenes arquetípicas unidas a las
emocionales relacionadas llamadas kriyas. Sienten una intensa
energía y un calor que les recorre la columna en
dirección ascendente, y a menudo sus cuerpos se sacuden y
hacen movimientos espasmódicos y torsiones. Es probable
que su psique se vea inundada por profundas oleadas de emociones
tales como la ansiedad, la ira, la tristeza, y también la
alegría y el éxtasis. Un desbordante miedo a la
muerte, a la pérdida del control y a la locura, son de las
manifestaciones más extremas del despertar de Kundalini.
Tal vez estas personas encuentren difícil controlar su
comportamiento; durante las oleadas de la energía
Kundalini puede que emitan sonidos involuntarios y que sus
cuerpos se muevan de forma extraña e inesperada. Las
manifestaciones más comunes en este caso son llorar o
reír sin motivo, hablar en lenguas
extrañas, cantar canciones antes desconocidas y
cánticos espirituales, tomar posturas y gestos del yoga, e
imitar una variedad de sonidos y movimientos de
animales.

Las manifestaciones sensoriales de Kundalini son de una
gran variedad y riqueza. Suelen describirse visiones coloridas de
hermosos diseños geométricos, luces brillantes de
una belleza sobrenatural y complejas escenas de deidades,
demonios y santos. Se experimentan sonidos internos que van desde
zumbidos y cantos de grillos hasta música celestial y
coros de voces humanas. En ocasiones se huelen perfumes y
bálsamos exquisitos; hay quienes hablan de la fragancia
increíblemente dulce de un néctar divino. Son
especialmente comunes la excitación sexual y la
sensación del orgasmo, que pueden ser tanto placenteras
como dolorosas. En algunos casos la profunda conexión
entre Kundalini y la energía sexual es utilizada como un
vehículo para inducir experiencias espirituales. Un
estudio cuidadoso de las manifestaciones del despertar de
Kundalini confirma que, aunque intenso y devastador, este proceso
es en esencia curativo. En conexión con experiencias de
este tipo, hemos observado en repetidas ocasiones el alivio o la
limpieza total de un amplio espectro de problemas físicos,
incluyendo la depresión, distintas fobias, jaquecas y
asma. No
obstante, en el curso del despertar de Kundalini, distintos
síntomas antiguos pueden intensificarse temporariamente, y
también manifestarse los que estaban latentes. En
ocasiones parecerán problemas médicos y
psiquiátricos y hasta serán mal diagnosticados como
tales. A pesar de que en las escrituras de la India se encuentra
la expresión más sofisticada y elaborada de la idea
de Kundalini, existen importantes paralelos en muchas culturas y
religiones en
todo el mundo. En la cultura cristiana las manifestaciones del
despertar del kundalini, frecuentemente es diagnosticada como
síntomas de posesión diabólica. La gente no
está preparada y desconoce estos fenómenos se
desesperara al ver cómo se convierten en parte de su vida
diaria. Como están acostumbrados a cierta normalidad de
sensaciones corporales, es usual que sientan ansiedad cuando
aparecen estas extrañas sensaciones nuevas; con frecuencia
se las confunde con el miedo en sí.

Durante una emergencia espiritual, a menudo la mente
lógica se ve sobrepasada por el colorido y rico mundo de
la intuición, la inspiración la imaginación.
La razón se vuelve restrictiva, y la verdadera
percepción lo lleva a uno más allá del
intelecto. Para algunas personas, esta excursión a las
regiones de lo visionario será espontánea y
creativa, aunque es más frecuente que, por implicar
estados de conciencia que no se consideran normales, mucha gente
de por sentado que se está volviendo loca. Cuando ocurre,
la disolución de la racionalidad como parte del desarrollo
espiritual en muchas ocasiones trae aparejada la muerte de viejas
restricciones y prejuicios mentales, lo que a veces es inevitable
para que una nueva y expandida comprensión y una mayor
inspiración puedan abrirse paso. Lo que en realidad
desaparece no es nuestra capacidad de razonar, aunque así
parezca por un tiempo, sino las limitaciones cognitivas que a uno
lo mantienen constreñido y sin posibilidad de cambio.
Mientras esto ocurre a veces el pensamiento lineal se hace
imposible, y la persona siente una agitación mental al ser
bombardeada su conciencia por el material inconsciente que ha
sido desbloqueado. Aparecen emociones extrañas y
perturbadoras, y la racionalidad familiar de antes es incapaz de
explicarlas. Este puede ser un momento muy atemorizante del
desarrollo espiritual. No obstante, si una persona está
realmente compro metida en un proceso de apertura espiritual, es
solamente transitorio y será un paso muy importante en la
transformación. A veces ocurre que un patrón de
coincidencias extrañas parece gobernar el funcionamiento
del mundo, reemplazando el orden conocido y predecible que en
apariencia siempre es más manejable, por el caos. Por
momentos, la gente experimenta un caos interno total; su forma
lógica de estructurar la realidad se viene abajo, y les
queda una falta de continuidad confusa y
desorganizada.

Al estar por completo a merced de su dinámico
mundo interior, lleno de emociones amenazantes de vívido
dramatismo, no pueden funcionar de forma objetiva y racional. Tal
vez sientan que es la destrucción de su último
vestigio de salud mental y
teman pensando que se dirigen hacia la locura total e
irreversible. Las regiones transpersonales contienen elementos de
luz y de oscuridad por igual, y tanto lo "negativo" como lo
"positivo" son capaces de inspirar temor y locura. Algunas
tradiciones espirituales ofrecen una visión alternativa de
este tipo de "locura". La "locura santa" o "locura divina" es
conocida y aceptada por varias tradiciones espirituales y se la
diferencia de la locura común; se la considera una forma
de intoxicación por lo Divino que trae aparejadas
habilidades extraordinarias y enseñanzas espirituales. En
la antigua Grecia y sus
países vecinos, abundaban las religiones mistéricas
y los ritos sagrados. Los misterios de
Eleusis son un símbolo de las batallas espirituales del
alma, aprisionada y liberada periódicamente de la materia.
Otro ejemplo es el culto órfico, que giraba en torno de la
leyenda del bardo y luego dios Orfeo el músico y cantante
incomparable que visitó el reino de los muertos para
liberar a su amada Eurídice de las garras de la muerte,
simbolizando la inspiración divina proveniente del
éxtasis. En los ritos dionisíacos, los iniciados se
identificaban con el dios muerto y renacido por medio de rituales
iniciáticos que armonizaban el cuerpo y la mente para
alcanzar el éxtasis. Otro mito famoso
sobre un dios que murió es el de Adoniss. Su madre,
Smyrna, había sido convertida por los dioses en un
árbol de mirra simbolizando el poder de las aromas para
ayudarnos a alcanzar el éxtasis. Platón en
su diálogo
"Fedro", distinguía dos clases de locura: una era el
resultado de las dolencias humanas, la otra provenía de la
intervención divina o, como lo diríamos en
términos de la psicología
moderna, de la influencia de los arquetipos originados en el
inconsciente colectivo.

En esta segunda clase de
locura distinguía otras cuatro subclases,
adscribiéndolas a dioses específicos: la locura del
amante a Afrodita o Eros, el éxtasis profético a
Apolo, la inspiración artística a las Musas, y el
éxtasis ritual a Dionisios. Platón
brinda una vivida descripción del potencial
terapéutico de la locura ritual, utilizando como ejemplo
una variedad de los misterios griegos poco conocida: los ritos
coribántícos. Según él, las salvajes
danzas al ritmo de flautas y tambores, que culminaban en una
liberación emocional explosiva, producían un estado
de profunda relajación y tranquilidad. Aristóteles, fue el primero en afirmar
explícitamente que la experimentación plena y la
liberación de emociones reprimidas, que llamó
catarsis (literalmente "purificación" o "purga"), eran un
tratamiento eficaz para los desórdenes mentales.
También expresó su creencia en que los misterios
griegos brindaban un excelente contexto para este proceso.
Coincidiendo con la tesis
básica de los miembros del culto órfico,
Aristóteles estaba convencido de que el caos y la locura
de los misterios conducían eventualmente a un
ordenamiento. Esta forma de comprender la relación entre
estados de intensa emoción y la curación se acerca
mucho al concepto de la emergencia espiritual y a las
correspondientes estrategias de tratamiento. Los síntomas
dramáticos no indican necesariamente una patología;
en ciertos contextos es más correcto considerarlos
manifestaciones de diversos contenidos y fuerzas perturbadoras
que preexisten en el inconsciente. Desde este punto de vista,
traerlos a lo consciente y enfrentarlos es algo deseable y
curativo. La popularidad y la amplia distribución de los misterios en el inundo
antiguo indican que los participantes los consideraban
psicológicamente importantes y benéficos. Los
famosos misterios de Eleusis, cerca de Atenas, se llevaron a cabo
cada cinco años sin interrupción por un periodo de
casi dos mil años. Visionarios reverenciados,
místicos y profetas a menudo son descritos como inspirados
por la locura.

El filósofo griego Platón describe la
locura divina como un don de los dioses: la locura es un don
divino cuando es dispensado por los dioses; así fue como
las profetizas de Delfos y las sacerdotisas de Dodona lograron
tanto cuando estaban dementes, cuando cuerdas, hacían poco
o nada; por lo cual los Estados y las personas de Grecia
están agradecidos. En el hinduismo la locura divina, es un
periodo en el cual el espíritu de la persona sufre, una
época de prueba durante la cual no puede funcionar
racionalmente. La comunidad apoya a tales individuos,
reconociendo que el estado de
desvarío es un signo de que esa persona está cerca
de Dios. Con posterioridad, tal persona es considerada alguien
con una misión divina, quizás la de curar o
enseñar.

Ya que quienes experimentan el fenómeno
espiritual de la transformación humana también se
encuentran con la luz, y con los dominios celestiales y divinos
en su interior. Para quienes toman este camino, los sentimientos
positivos parecen mucho más intensos e importantes en
comparación con las dificultades que han vivido
previamente. Así como un amanecer puede verse
especialmente brillante y pleno de esperanza luego de una larga
noche de invierno, así también la alegría
será más poderosa luego del dolor. Aunque algunas
personas se sienten bendecidas por tales experiencias y
están dispuestas a aprender de ellas y a aplicar
conscientemente las lecciones que les brindan en su vida
cotidiana, estos estados místicos "positivos" no
están exentos de problemas; hay quienes se debaten en
ellos, y éstos pueden convertirse en parte de su crisis de
transformación. Tanto las regiones de luz como las de
oscuridad son aspectos normales e importantes de la apertura
espiritual y, aunque utilicemos los términos "positivo" y
"negativo", con esto no queremos decir que unos sean más
valiosos que otros.

Ambas áreas son necesarias y se complementan como
parte del proceso curativo. Hay quienes son capaces de conectarse
con las áreas positivas o místicas con relativa
facilidad en el transcurso de su existencia. Uno mismo puede
experimentarlas en actividades simples o en ambientes naturales.
Como cuando el velo que cubre las cosas es corrido por una mano
invisible (H.B. Blavatsky: Isis sin velo). Por un
segundo, todo tiene sentido. Quizás uno también
descubra las regiones de lo trascendente sin esperarlo. Algunos
tienen experiencias místicas durante la meditación,
y otros como parte del proceso de transformación
dramático y avasallador de una emergencia espiritual.
Estos estados sobrevienen de manera súbita, exigen toda la
atención y cambian radical y completamente la
percepción de uno mismo y del mundo. Pero cualesquiera
sean las formas en que lo Divino se introduce en la vida de una
persona, comparten ciertas características generales. Tal
vez esto se deba a la concentración focalizada en la
actividad, al esfuerzo corporal o a una aceleración del
ritmo respiratorio; los mismos elementos se utilizan en técnicas
desarrolladas por muchas prácticas de meditación
que nos permiten ir más allá del mundo común
y lógico. Hay momentos de gloria que van más
allá de la expectativa humana, más allá de
la habilidad física y emocional del individuo. Algo
inexplicable se apodera de uno y sopla vida en la vida
conocida… Llamémoslo estado de gracia, o acto de fe… o
un acto de Dios. Está ahí, y lo imposible se hace
posible… La mente va más allá de sí misma;
trasciende lo natural. Toca un pedazo del cielo y se convierte en
recipiente de un poder cuya fuente es desconocida.

Las emociones y sensaciones asociadas a los reinos
interiores celestiales son en general totalmente opuestas a las
que se encuentran en las regiones oscuras. En vez del dolor de la
alienación, uno es capaz de descubrir una sensación
envolvente de unidad e interconexión con toda la
creación. En vez de miedo, uno se siente infundido por el
éxtasis, la paz y una profunda sensación de ser
contenido por el proceso cósmico. En lugar de experimentar
la "locura" y la confusión, se hallan la claridad y la
serenidad mental. En vez de una preocupación apremiante
por la muerte, uno se puede conectar con un estado que se percibe
como eterno, comprendiendo que uno es, a la vez, su cuerpo y todo
el resto de lo existente. Debido en parte a su naturaleza
inefable e ilimitada, los dominios divinos son más
difíciles de describir que las regiones oscuras, aunque
poetas y místicos de todas las épocas han creado
hermosas metáforas para aproximarnos a ellos. En ciertos
estados espirituales, uno es capaz de ver al medio ambiente
habitual como una creación gloriosa de la energía
divina, llena de misterio; todo en su interior parece formar
parte de una red
exquisitamente interconectada. El poeta Walt Whitman en Hojas
de hierba
escribe: Como en un desmayo, un instante, Otro
sol inefable me deslumbra por completo. Y todas las
órbitas que conocí, y órbitas más
luminosas y desconocidas; Un instante en la tierra futura,
la tierra del Cielo
. A menudo estas experiencias van
acompañadas por una intensa sensación de una fuerza
espiritual de gran potencia que
inunda el cuerpo. La gente percibe a las regiones místicas
como permeadas de una esencia sagrada o numinosa de una belleza
inimaginable, y suele tener visiones resplandecientes de una
radiancia extraterrenal como las mansiones celestiales que
refirió Cristo a sus apóstoles, luminiscencias y
una luz brillante. Amén de estar llenos de una luz divina
resplandeciente, los dominios trascendentes suelen ser descritos
como algo más allá de lo percibido por los sentidos
comunes. Se suele experimentar lo Divino como eterno, inmutable y
atemporal, como fue caracterizado por el filósofo Lao Tse
en su obra El TaoTe King: Existe algo inherente y
natural, Que existió antes que el cielo y la tierra.
Inmóvil e inapresable. Solo e inmutable; Lo penetra todo
pero jamás se extingue. Puede ser considerado como la
madre del Universo. Yo no conozco su nombre. Si me veo obligado a
darle uno, Lo llamo Tao, y lo declaro supremo
. Otras
experiencias entrañan la revelación de dimensiones
que trascienden el tiempo y el espacio como la
peregrinación espiritual al templo del Monte Kailas. El
poeta americano Henry David Thoreau escribe: Oigo más
allá del alcance del sonido, Veo más allá
del alcance de la vista, Nuevas tierras y cielos y mares
alrededor mío, Y en mi día, sí, el sol empalidece
su luz
.

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