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La violencia en Colombia, un fenómeno complejo e inquietante (página 5)



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En opinión del filósofo Benito Spinoza, en
cada persona existe
una fuerza
("conato") que lo impulsa a preservar el ser por encima de todo y
de todos. Esa tendencia innata o egoísmo es instintiva y
lleva al hombre a
luchar contra los demás, convirtiendo al hombre en un
enemigo para el hombre.
Así existan instintos y condiciones que desborden las
fuerzas humanas, el hombre en su fuero interno de moralidad es
legislador absoluto, libre y autónomo, de forma que
cualquier inconsistencia es imputable a él y sólo a
él y no a las fuerzas de la naturaleza ni
a las determinaciones naturales. Si los hombres no controlan sus
pasiones se entregan a ellas de manera desbordada y se convierten
en esclavos, y la vida se les torna casi imposible. "En la medida
en que los hombres sean la presa de las pasiones, pueden ser
ellos contrarios los unos a los otros", precisa en su
Etica.

Según el filósofo Blas Pascal, los seres
humanos somos míseros e incapaces de comprendernos a
nosotros mismos ni al mundo que nos rodea; somos tontos, torpes y
limitados. Nuestra frágil razón nos aleja de la
auténtica comprensión, y nuestro comportamiento
vano nos acerca al exceso y al vicio. "El hombre no es ni
ángel ni bestia; y la desgracia quiere que el que aprenda
hacer de ángel, haga de bestia", sentencia en sus
Pensamientos.

En tanto que el filósofo Tomas Hobbes afirma
que, por su naturaleza, el hombre es un ser antisocial, "un lobo
para el hombre", su homólogo Juan Jacobo Rousseau
sostiene que el hombre, por naturaleza, es un ser bueno.
Contrario a la concepción aristotélica de que el
hombre es un animal gregario por instinto y que en constante
compartir con sus semejantes, puede hallar la felicidad, Hobbes
precisa que la existencia entera de un hombre se mide en
términos del grado de placer que logre abarcar y del dolor
que consiga alejar de sí, y así obtiene la
felicidad. Como el hombre es por naturaleza un ser antisocial, la
vida humana es una lucha de todos contra todos, donde el "hombre
es lobo para el hombre". Como es un ser antisocial, su convivir
dentro de la historia se resume en una
larga y cruenta guerra de
todos contra todos. Según él, la triste
condición del hombre es el egoísmo depredador y la
mutua hostilidad violenta. "Hobbes llegó a la
conclusión que los seres humanos son por naturaleza
egocéntricos y necesitan la influencia reguladora de la
civilización y la autoridad para
mantener la paz" (Más Platón y
menos Prozac,
de Lou Marinoff). El hombre, que siempre
tiende a la búsqueda de la felicidad, tiene que saber que
ésta supone una absoluta necesidad, de la cual depende en
todos los casos: el poder. "La
capacidad de conducir los esfuerzos hasta la satisfacción
y alejarse de todas las posibilidades de displacer o disgusto.
Pero el poder, que en cada caso es absoluto y en estado natural
no sufre cortapisa ni recorte alguno, aboca a los hombres a un
perpetuo enfrentamiento, a una lucha sorda y continua, a una
inclemente competencia en
donde el hombre es lobo para el hombre. La avidez por el
conocimiento, la gloria, la riqueza, y la desconfianza
recíproca, conducen a la guerra perpetua de todos contra
todos, que puede derivar desde el enfrentamiento físico
concreto en
que unos y otros se baten a muerte, hasta
la actitud
íntima y común de los hombres, por batirse. En
cualquier caso, y variando infinitamente la composición
del conflicto, el
poder de cada uno, manifiesto en fuerza y astucia, se agota en la
confrontación con los demás, de forma que la
especie misma se encuentra en peligro de extinción,
precisa Méndez comentando el Leviatán de
Hobbes. A juzgar por el comportamiento agresivo del ser humano,
se podría estar de acuerdo con el aserto hobbesiano. El
cruel y salvaje trato recíproco entre las personas
así lo confirman. "Salvo escasísimas excepciones,
el hombre es la única criatura capaz de dar despiadada
muerte a miembros de su misma especie, sin que medie el instinto
de supervivencia", aclara García de Guinea, y agrega que
cualquiera, cegado por la ira, puede desarrollar impulsos
animales. El
hombre ha sido severamente castigado por la ruda naturaleza, pero
esa naturaleza jamás ha organizado sus fuerzas con el
deliberado propósito de destruir al hombre. "Son pocas las
ocasiones en las que el instinto triunfa sobre la razón;
en las que el yo salvaje se antepone al civilizado o racional",
precisa García de Guinea.

Según la teoría
del "Buen Salvaje", de Rousseau, el hombre es bondadoso por
naturaleza, pero la civilización, el progreso, lo
corrompen. Es decir, plantea su idea de bondad natural del
hombre, que se corrompe por la sociedad.

El filósofo John Locke
afirma que en estado natural el hombre vive de acuerdo con la
ley natural
que lo invita al respeto, a la
armonía, a la igualdad y al
ejercicio responsable de su libertad. Por
lo tanto, el ser humano es naturalmente sociable y razonable. En
contraposición a la versión de Hobbes, quien desde
el mismo punto de partida supone la condición espuria del
ser humano, Locke considera que en la base de semejante
determinación reside la racionalidad sustancial de los
hombres. Plantea que no se trata de construir un hombre
artificial (el Estado que
propone Hobbes en su "Leviatán") que imponga su
despotismo incuestionable sobre los hombres naturales. El Estado
natural, en donde todos los hombres son libres e iguales, no
significa en modo alguno un estado de guerra.

El filósofo David Hume sostiene que los humanos
tenemos anclado en la naturaleza nobles sentimientos de
simpatía universal, de benevolencia, y que estamos hechos
para el amor y la
convivencia.

Según el filósofo y economista ingles
Adam Smith, el
hombre con tal de vivir y sobrevivir ha tenido que enfrentar
diversas circunstancias adversas que lo han comprometido
totalmente en la defensa de su existencia. "Los hombres siempre,
en toda circunstancia y lugar, han necesitado ocuparse de la
perpetuación material de su vida. Por desgracia, sigue
siendo la única actividad en la cual muchos seres humanos
agotan su existencia. Entregados al trabajo, han
tenido que habérselas con circunstancias concretas
–climáticas, naturales, sociales, políticas,
etc.- que los han absorbido por completo. Bajo la lógica
implacable y precisa de trabajar para vivir y vivir para
trabajar, han sucumbido sin otra opción", señala
Rafael Méndez comentando la obra de Smith.

El filósofo Wilhelm Friedrich Hegel plantea que
el hombre es movido a obrar por sus instintos naturales que lo
llevan a su autosatisfacción individual inmediata, como a
una manada de animales, y que al obrar por coraje podría
hasta sacrificar su propia vida en búsqueda de
reconocimiento. El primer tipo de relaciones en la vida social
fue aquella que se caracterizó por el miedo, el
sometimiento y la guerra, el despotismo de unos para con otros.
La lucha entre conciencias que mantienen una relación
antagónica se resuelve en la relación amo-esclavo.
El amo se reserva para sí la autonomía, la
autoconciencia, y se la niega al esclavo, que de hecho queda en
un nivel de inferioridad al considerarse como un simple objeto,
como una cosa o simple medio para los intereses del amo. Amo y
esclavo se necesitan; el amo no podrá cobrar plena
conciencia de
sí, porque el otro que le sirve de espejo es un esclavo.
Al final, el uno no puede vivir sin el otro. El amo domina sobre
el esclavo y el esclavo termina dominando sobre el
amo.

Según el Manifiesto Comunista, de
Karl Marx, la
forma como una comunidad
consigue dinero supone
diferenciación entre las personas que lo integran. Esa
diferenciación, con sus implícitas discriminaciones
y valoraciones, coloca a unos en la ventajosa condición de
superioridad y otros en la triste condición de dominados.
Surgen las clases
sociales y su frecuente enfrentamiento. Lucha entre ricos y
pobres ha sido la dinámica de la historia. "Hombres libres y
esclavos, patricios y plebeyos, amos y esclavos, maestros y
oficiales, en una palabra: opresores y oprimidos se enfrentaron
siempre, velada unas veces y otras franca y abierta; lucha que
terminó siempre con la transformación
revolucionaria de toda la sociedad o el hundimiento de las clases
beligerantes". En estas circunstancias los pobres, el
proletariado, quiere derrocar a los ricos, a la burguesía.
Como obtener el poder no es fácil, porque los poderosos no
quieren entregarlo sin luchar, entonces el proletariado necesita
utilizar la fuerza, la violencia.
Así como Hegel glorificó la guerra entre Estados y
naciones como contradicción antitética
(antagónica) que movía la historia, Marx hizo de la
dialéctica de la lucha de clases entre explotados y
explotadores el motor del devenir
de la humanidad.

El planteamiento de Darwin sobre el
origen de las especies pone en evidencia la lucha por la
competencia. El conglomerado social debe decidirse por la libre
competencia, por la libertad absoluta de acción.
"Entregados a una lucha frontal y generalizada, los sujetos
humanos se harán vencedores o perdedores. Un
comportamiento diferente sólo redundará en
beneficio de los débiles y con ellos la sociedad se
hundirá en una irremediable mediocridad", precisa Rafael
Méndez comentando la obra de Darwin. Si la humanidad
quiere salir beneficiada se deben erradicar el socialismo, el
cristianismo,
la socialdemocracia y demás movimientos que
tiendan a constreñir las condiciones de lucha y a
humanizar los conflictos.

La violencia, tal como lo plantea el filósofo y
psicólogo norteamericano Willam James, se ha podido estar
gestando desde el mismo instante en que apareció el hombre
sobre la tierra. El
hombre primitivo, en su afán de subsistir enfrentado a los
múltiples peligros de la naturaleza, de los animales y los
demás hombres, aprendió a robar, saquear aldeas,
poseer mujeres y matar. "Así emergieron las tribus
más guerreras, tanto para los jefes como para las
agrupaciones se combinaron la mera pugnacidad y el amor a la
gloria con el más primario apetito de pillaje," precisa en
artículo publicado en el libro La
Ciudadanía Mundial.
Considera que la
historia es un baño de sangre y que
heredamos la nodriza guerrera. "Nuestros antepasados dejaron la
semilla de la pugnacidad en nuestros huesos y
médula, y miles de años de paz no han de expulsarla
de nosotros", aclara.

Arthur Schopenhauer,
Ludwing Feurbach y Federico Nietzsche
sostienen que el instinto, la animalidad y el cuerpo priman sobre
la conducta humana.
La visión nietzscheana muestra al hombre
como un ser miserable, inmundo, determinado, híbrido,
mezcla de bestialidad y humanidad; simple puente entre la bestia
y el superhombre. Según este pensador alemán, no es
la razón la que establece los valores,
sino la fuerza, la vida, y en tal sentido, la animalidad. Los
atributos del hombre, según Nietzsche, están
representados por el águila y la serpiente (el orgullo, la
garra, la rapacidad y la astucia). Si el hombre es águila
y serpiente, está en el abismo de las pasiones y en el
fango del desgarrado mundo de lo cotidiano.

Nietzsche, a través de su ética del
"Superhombre", plantea que a medida que el hombre rompe los
esquemas medievales descubre que los valores
morales tradicionales son puras máscaras que ocultan
los intereses egoístas de unos y las bajezas y miserias de
otros. El hombre se debate entre
dos actividades: la lucha por el poder y la defensa de la
debilidad. Esto divide a los hombres en poderosos y
débiles. Los débiles necesitan vivir en sociedad,
con un orden jurídico, una religión y una
moral comunes,
teniendo como valores la
igualdad, la humanidad, la caridad, el sacrificio. Los poderosos
constituyen una raza superior caracterizada por valores opuestos
a la raza inferior. Para ellos no existe otra regla moral que el
desarrollo de
su propia personalidad
en procura del poder y la grandeza. El que realiza en su vida el
ideal del hombre poderoso se convierte en un superhombre,
valor y meta
suprema de la humanidad. Éste es duro, sin sentimientos y
profundamente inmoral. Hace todo lo que sirve a sus fines, sin
necesidad de justificar nada, ya que está "más
allá del bien y del mal
". La moral se
convierte en indispensable para los hombres inferiores. Es la
moral del "hombre de negocios" y de
todos aquellos cuya máxima espiración es "triunfar
en la vida" al precio que
sea.

El genial novelista francés Honoré de
Balzac, en su Comedia Humana, sostiene que el hombre no
es ni bueno mi malo, nace con instintos y aptitudes; el mundo (la
sociedad), lejos de corromperlo, como plantea Rousseau, lo
perfecciona; pero entonces el egoísmo desarrolla
enormemente sus condiciones al mal. El Marqués de Sade,
también escritor, afirma que no había nada
más natural que hacer cuanto nos parezca, caiga quien
caiga y por mucho dolor que se produzca a los demás. El
escritor estadounidense Jack London (1876-1916), con influencias
de Marx y Nietzsche, mantenía la tesis general
que el ser humano no es bueno por naturaleza, y sólo los
fuertes consiguen alzarse en la vida que es dura; estos seres
serán los que pongan los cimientos para una sociedad
más justa.

Según Hitler, "el
mundo, creado por Dios, se ha ordenado siempre en el sentido de
la superioridad del más fuerte, del más capaz que
impone sus privilegios sobre los frágiles, incompletos e
incompetentes. Es la
personalidad individual la que crea y constituye mundos, en
ningún caso el peso mediocrizante de la masa", precisa en
su obra Mi lucha. El papel del más fuerte es
dominar al más débil.

Según el filósofo francés Jean Paul
Sartre, las
relaciones
humanas no son gratas, sino que son conflictivas, pues
mediante ellas los seres humanos tienden a someter a los
demás, a sus congéneres. Hasta en el amor, que
podría considerarse como la relación más
pura y libre, se presenta el sometimiento. "El amor es una
revancha sobre aquel que quiere hacer de nosotros un instrumento
suyo, es un tratar de convertir en prisionera la voluntad del
otro, que trata de pararilizarnos", precisa el ensayista mexicano
Gustavo Escobar Valenzuela, citando a Sartre, en su libro
"Introducción a la Filosofía". Asimismo,
el pensador francés sostiene que la escasez, como
hecho contingente y universal, genera conflictos por cuanto la
sobrevivencia, por escasez de alimentos, nos
convierte en un peligro para los demás, y éstos en
un peligro para nosotros. "Aparece así el otro como
negación del hombre o el anti-hombre, portador para
nosotros de una amenaza de muerte", precisa Sartre, y aclara que
la escasez provoca la enajenación, la violencia y la
contraviolencia.

El filósofo estadounidense, Lou Marinoff, en su
libro Más Platón
y Menos Prozac,
considera que "en la mayor parte de los
casos, la infelicidad personal, los
conflictos de grupo, la
descortesía imperante, la promiscuidad descarada, las olas
de crímenes y las orgías de violencia no son
producto de
una sociedad mentalmente enferma, sino de un sistema que (al
carecer de un gobierno
visionario y de la virtud filosófica) ha permitido e
incluso fomentado que la sociedad terminara padeciendo un
trastorno moral".

El antropólogo francés Loren Eiseley
sostiene que el hombre moderno es ahora la recóndita
pesadilla del hombre. El hombre más que un tirano de los
demás, es un tirano de sí mismo, afirma el
filósofo Nicolás Berdiaev. Se tiraniza por envidia,
por amor propio, por miedo, por sus falsas creencias, sus
supersticiones y sus mitos. "El
hombre se tiraniza a sí mismo por la conciencia de su
debilidad e insignificancia, y por la sed de poder y grandeza",
agrega, y sentencia que por su voluntad de esclavizar, "el hombre
no sólo esclaviza a los demás sino a sí
mismo".

El escritor inglés
Aldous Huxley en su novela El
tío Spencer
sostiene que "el siglo XX se
especializó en el idealismo
romántico y optimista que postula que el hombre, en
general, es bueno y gradualmente se va haciendo mejor. El
idealismo de los hombres de la Edad Media era
más sensato, pues empezaba por insistir en que el hombre
es, en su mayor parte, y esencialmente, malo y pecador por
instinto y por herencia".

El filósofo colombiano Jaime Rubio Angulo, en su
libro Introducción al Filosofar, plantea que
debido al primado de la conciencia en la cultura
occidental, tras el "Pienso, luego existo" cartesiano (punto de
partida del filosofar moderno), "estamos perdidos, extraviados
entre los objetos y separados del centro de nuestra existencia;
así como estamos separados de otros, y nos convertimos en
enemigos de todos", y agrega que el secreto de esta
separación, de esta diáspora, está
en que en principio no poseemos lo que somos.

Según Myers, "los filósofos han debatido durante mucho
tiempo si
nuestra naturaleza
humana es sobre todo la de un noble salvaje benigno y
contento o la de un bruto potencialmente explosivo". Rousseau
afirma que la sociedad es la responsable de los males sociales y
no su naturaleza humana. Hobbes considera necesarias las
restricciones sociales para controlar y reprimir el bruto humano.
Bías precisa que la mayoría de la gente es mala.
Wittgenstein afirma que los seres humanos son profundamente
malos. "Yo soy un monstruo" solía decir.

Si tenemos en cuenta las predicciones del
filósofo inglés Tomás Roberto Matthus hace
unos doscientos años, la situación de violencia es
muy posible que siga, no sólo por la lucha por el poder y
otras realidades, sino por la supervivencia. En su Ensayo
sobre el principio de la población
sostiene que "los hombres
tienden a incrementar su población de manera desmesurada y
sin guardar proporción debida con el crecimiento
correlativo de sus recursos
económicos y alimentos. Se impone entonces una lucha
por la existencia
, en la cual muchos se verán
forzados a abandonar la partida, mientras otros
conseguirán adaptarse y
sobreponerse".

El modelo
cultural también influye en las motivaciones de la
conducta
humana, ya que la cultura moldea nuestra manera de ser, de ver,
comprender y de estar en el mundo. La antropóloga Benedict
distingue dos modelos
culturales: el apolíneo y el dionisiaco, y afirma que
mediante el primero "la vida se expresa como participación
pública y no como autoafirmación individual; la
vida personal está marcada por la huella de lo generosos,
lo noble, el desprendimiento, lo digno…", agregando que el
modelo dionisíaco "está signado por la avidez de
gloria, de poder, embriaguez, frenesí, afirmación
individual; se tiende a la satisfacción que deriva de la
superación de los vínculos y de los límites de
una existencia regulada y tranquila" (Roberto José Salazar
Ramos, El hombre como ser histórico y cultural,
en Antropología, perspectiva latinoamericana. En
la antigua Grecia
imperaban estos modelos culturales; el apolíneo, entre
otras cosas, regulaba las paciones, y dionisiaco las
exaltaba.

B Explicaciones
desde el punto de vista científico

Según el sicólogo Sigmund Freud, el
fundamento de la conducta humana ha de buscarse en varios
instintos inconscientes, llamados también impulsos o
pulsiones. Freud
estableció que los impulsos humanos participan y se
fundamentan en la pasión de vivir (Eros) y la
pasión de morir (Tánatos). "Según su
teoría, en esa pugna entre la vida y la muerte, en
cuanto la conciencia baja la guardia un momento, el instinto de
muerte toma la delantera, tratando de destruir no sólo a
los demás, sino incluso a nosotros mismos", precisa
García de Guinea. El sicólogo Charles G. Morris, en
su libro "Psicología, un Nuevo Enfoque", citando
las "Obras Completas" de Freud, dice que las pulsiones
son el Instinto de Vida (Eros) y el Instinto de Muerte
(Tánatos). "El primero –señala Morris- se
relaciona con el hambre, la sed, la genitalidad y la
autopreservación. El segundo con las tendencias suicidas y
autodestructivas, agresividad o guerra". Freud, en su libro
"El Malestar en la Cultura", señala que "nosotros
mismos, juzgados por nuestros impulsos instintivos, somos, como
los hombres primitivos, una horda de asesinos". Agrega que el ser
humano, por naturaleza, es agresivo, debido a que tiene pulsiones
o instintos que lo motivan al homicidio, al
canibalismo y al incesto, en procura del placer y la felicidad.
Esta circunstancia impide la libertad porque las tendencias
agresivas nos acompañan permanentemente,
dificultándonos la convivencia social. "A mi juicio, ha de
contarse con el hecho de que todos los hombres integran
tendencias destructoras -antisociales y anticulturales- y que en
gran número son bastante poderosas para determinar su
conducta en el de la sociedad humana" (El Porvenir de una
Ilusión
, de Freud). Y desde su cosmovisión
afirma éste (en la misma obra) que "probablemente cierto
tanto por ciento de la humanidad permanecerá siempre
asocial, a consecuencia de una disposición
patológica o de una exagerada energía de los
instintos".

De acuerdo con el psicoanálisis (psicología profunda),
los instintos reprimidos pueden perturbar el acontecer
psíquico. "El psicoanálisis considera al hombre
como un ser que en su conducta se halla determinado esencialmente
por los instintos y fenómenos inconscientes que se
desarrollan a partir de su vida instintiva" (La
Psicología Descubre al Hombre
, de Heinz Dirks). Tales
instintos pueden ser el sexual (Freud), los de poder y de
prestigio (Adler), los de posesión, de conservación
y de autodesarrollo (Schultz-Hencke) y el de seguridad. El
instinto sexual reprimido se manifiesta en forma de agresividad,
los de poder y de prestigio en la necesidad de posesión,
el de posesión en la avaricia o manías
coleccionistas, y el de seguridad en voluntad de imponerse. La
ambición de poder –sostenía Adler-, como
compensación de los sentimientos de inferioridad
desarrollados en la infancia,
constituye el motivo humano fundamental. "Cuando la
elaboración de las vivencias no se realiza de un modo
normal, los instintos insatisfechos y los conflictos no resueltos
pueden suscitar la aparición de una tendencia poderosa
hacia la agresión, hacia el ataque" (La
Psicología Descubre al Hombre
, de Heinz
Dirks).

Sobre los impulsos en los planteamientos freudianos,
Erich Fromm, en su libro "Etica y
Psicoanálisis
", afirma que "Freud pensó que el
hombre es un campo de batalla en el que se enfrentan dos fuerzas
igualmente poderosas: el impulso de vivir y el impulso de morir".
La fijación de estos instintos durante la niñez es
fundamental en la conformación del comportamiento
humano. El psicólogo argentino Luis Duravia, en su
libro "La dimensión Afectiva de la Personalidad",
advierte de los riesgos si no
se presenta una adecuada fijación de ese tipo de
instintos, por cuanto un niño demasiado reprimido por sus
padres no desarrolla tolerancia a la
frustración y "se vuelve como una olla de presión
que no pudiendo descargar su presión de la forma natural,
la descarga por otros puntos débiles, causando mucho
daño".
Estos instintos, que por violencia
intrafamiliar, quedan mal fijados en la mente del
niño, lo conducen a gestar un comportamiento antisocial,
percibiendo a los demás como enemigos de los que hay que
defenderse o atacarlos; asimismo, a desarrollar una neurosis
fóbica y obsesiva.

Nos dice Morris que Freud sostiene que el comportamiento
humano hunde sus profundas raíces en las estructuras
psíquicas de la personalidad: El Ello (Id), el Yo (Ego) y
el Superyo (Superego).

"El Ello –explica Morris- es la parte
inconsciente, los instintos, impulsos y deseos inconscientes; es
una caldera hirviente de impulsos y deseos inconscientes, que sin
cesar tratan de manifestarse o expresarse. Los instintos de vida
y de muerte forman parte del Ello… El Yo es la estructura del
pensamiento
consciente, lo racional; controla los impulsos del Ello para que
sean aceptados socialmente. Media entre las exigencias del
ambiente
(realidad), la conciencia (Superyo) y las necesidades instintivas
(Ello). Controla todas las actividades conexas con el pensamiento
y razonamiento. Por medio de los sentidos, el
Ego llega a conocer el mundo exterior… El Superyo se relaciona
con las normas sociales,
lecciones y prohibiciones aprendidas; es la parte portadora de
los principios
morales. En el Superyo es donde se alimentan las ideas morales de
conducta, lo que llamamos la conciencia… El Ello, el Yo y el
Superyo funcionan en armonía. El Yo satisface las
exigencias del Ello en forma moral y razonable, aprobado por el
Superyo. Y así podemos amar y odiar, lo mismo que expresar
nuestras emociones de
manera adecuada y sin sentimientos de culpabilidad.
Cuando el Ello predomina, los instintos están
desenfrenados y tendemos a constituir un peligro para nosotros
mismos y para la sociedad. Cuando predomina el Superyo, la
conducta es controlada con excesivo rigor y no podemos llevar una
vida normal".

Charles Darwin piensa que si la naturaleza selecciona a
los individuos más aptos por medio de la lucha por la
vida, que elimina a los más frágiles y a los que no
se acomodan al ambiente, las personas deben hacer lo mismo y
dejar que cada cual tratar de sobrevivir como pueda, sin levantar
a los caídos ni ayudar a los incapaces… Los
partidarios de la eugenesia, propuesta por Francis Galton,
consideran que la reproducción humana debe ser orientada como
la de los animales domésticos a fin de producir mejores
ejemplares, tal como lo pusieron en práctica los
nazis…

Los darwinistas y sus seguidores piensan que el hombre
sobrevive gracias a su fuerza, pero el antropólogo
francés Loren Eiseley piensa que el hombre sobrevive por
la ternura y no por la fuerza. "El hombre nace del amor y existe
por la razón de un amor que en él va más
allá que en cualquier otra forma de vida". Sin embargo,
reconoce que, irónicamente, el hombre es una criatura que
pretende violentar las expresiones de la vida, y hacerse mudo
para vivir. Según Goethe, saberse amado da más
fuerza que saberse fuerte. Fernando Savater precisa que con la
fuerza con que unos hombres se imponen a otros casi nunca es mera
superioridad muscular o numérica, siempre necesita pasar a
lo simbólico, es decir, artificializarse.

El etólogo Peter Maler considera que la violencia
es una reacción innata, automática. Una
teoría, muy popular en el siglo XIX, atribuye la violencia
humana al hecho de que, como consecuencia de la evolución, en el cerebro humano
habrían quedado remanentes de su vida de saurio o lagarto,
"coexistiendo con las características de mamífero
superior", dice el psiquiatra Restrepo. Este planteamiento,
reformulado por el etólogo Arthur Koestler y retomado por
los criminalistas italianos (Di Tulio, Grasset, Patrizi),
sostiene que "existe una paleopsique bárbara y primitiva
que, al desbordar a la neopsique, produce el hecho
delincuencial", aclara Restrepo. Según este brillante
psiquiatra, la reformulación de Koestler y de los
criminalistas italianos no sería más que una "una
burda ideologización biológica de la violencia
social que, sin duda, debe más a la cultura que a los
lagartos".

A pesar de que las investigaciones
químicas y genéticas ofrecen confusión, "los
estudios con gemelos y con niños
adoptados parecen indicar que existe algún componente
hereditario en la violencia", precisa Jorge Alcalde. El
sicólogo suizo Ernest Jung reconoce que en todo individuo hay
un asesino en potencia.
"Considera que en la personalidad del ser humano se albergan
siempre ciertas áreas en sombra, algo así como la
cara oscura de su carácter", precisa García de Guinea.
El sicólogo B. F. Skinner
presenta al hombre como simple cuerpo que se comporta de manera
análoga a los demás organismos y en función de
ciertas condiciones ambientales y genéticas. El
étologo Konrad Lorenz y el psicólogo Sigmund Freud
plantean que el impulso violento es innato y por lo tanto
inevitable. Lorenz, en su libro "Agresión",
señala que "la agresión en el hombre es parte del
instinto congénito de matar y destruir, un vestigio de
nuestros orígenes remotos". En otro de sus textos ("La
Supuesta Agresividad
") indica que "la agresividad humana es
una tendencia o un instinto innato que empuja a la lucha contra
los individuos de la misma especie hasta llegar a la
destrucción o a la muerte de los mismos". Lorenz considera
al hombre como incontrolable pulsión agresiva.
Según el sicoanalista Wilhelm Reich, seguidor de Freud, la
agresividad se produce por la liberación de la
tensión acumulada por la represión de la
energía sexual. Si bien es cierto que la teoría
freudiana sobre el origen congénito de la agresión
aún conserva vigencia, el sicólogo social R. S.
Lazarus, en su libro "El Enigma del Hombre",
observó que "ninguna investigación importante ha demostrado que
el hombre posee un instinto congénito e incontrolable de
matar y luchar".

El investigador José Arana afirma que "hoy por
hoy no se puede defender científicamente ninguna base
genética
inmediata y específica de la agresividad, mucho menos de
la agresión psicópata". No existe criminal nato, si
tenemos en cuenta que esa teoría, propuesta por el jurista
Cesare Lombroso, fue declarada obsoleta. Así mismo, el
sicólogo Paul Frederic Brain, presidente de la Sociedad
Internacional para la
Investigación de la Agresividad, sostiene que "la
especie humana no es particularmente agresiva, aunque sí
haya desarrollado una tecnología que hace
que unas agresiones sean más efectivas que otras". Algunos
estudiosos como sociólogos y sicólogos concluyen
que el comportamiento violento está determinado porque
somos los únicos animales que usamos
sistemáticamente herramientas.
"Una lasca -señala Jorge Alcalde-, que sirvió a
nuestros antepasados para partir un hueso de una presa,
también debió de serles útil para amenazar a
sus congéneres que pretendían
robárselo".

Lemos Simmonds no comparte la teoría que los
colombianos seamos más violentos porque somos distintos a
los demás. "Nuestro inventario
genético es idéntico al del resto de los seres
humanos. El problema no está en las complicadas leyes de la
herencia. Es, más bien, una cuestión de cultura
política".
Los estructuralistas, encabezados por Michel Foucault,
sostienen que el hombre es producto de su cultura, de sus
condiciones de vida. Su pensar, querer, vivir y su actuar
está fraguado en modelos sociales preestablecidos. "El
hombre más que un sujeto, es un sujetado, un sometido.
Está construido por las estrategias, los
saberes, los intereses, etcétera, que se entretejen,
impidiéndole ejercer su autonomía y soberanía", sostiene este
intelectual.

Según Jorge Alcalde, "la violencia es el
resultado de la influencia de la cultura sobre la agresividad
biológica natural propia de cualquier animal". La
posición humanista asegura que el hombre tiene la
capacidad de conocer lo bueno y de actuar de conformidad con sus
potencialidades naturales y su razón; pero sus
detractores, como Hobbes, sostienen que la naturaleza del hombre
está inclinada a la violencia, a la envidia y a la lucha
de todos contra todos. El pensador Madeido rechazaba la
concepción judeocristiana que sostiene que el hombre es
imperfecto e inclinado al mal en virtud del pecado
original.

La ciencia, cada
vez más comprometida con la búsqueda de respuestas
a la problemática de la violencia, centra sus
investigaciones en este complejo campo, sin que hasta el presente
exista una solución concreta. "Aunque el estudio de la
violencia no es nuevo -sostiene Jorge Alcalde-, aún no se
ha producido un auténtico boom de hallazgos
relacionados con el tema y de teorías
con suficiente rigor, distanciadas de las líneas
seudocientíficas que imperaron en las primeras
décadas el siglo XX, como es el caso de la
frenología, que pretendía predecir el
comportamiento de los seres humanos a partir del tamaño de
los cráneos". La investigación no avanza por cuanto
se experimenta con animales como ratones y no con humanos por
obvias razones éticas. Sin embargo, los científicos
han encontrado que algunas sustancias químicas se ponen en
juego durante
un ataque violento. La más importante sería la
serotonina que, ha sido culpada de otros males como la depresión
o los desórdenes alimenticios. "Varios estudios han
confirmado -indica Alcalde- que los animales más
violentos, incluidos los humanos, presentan menores niveles del
metabolismo de
la serotonina en el fluido cerebroespinal, lo que es igual a
decir que sus cerebros activan menores cantidades de la
sustancia". Según el neurólogo Adrián Raine,
citado por Alcalde, "la clave de la violencia humana está
en el estudio del cerebro y, más concretamente, en el
córtex prefrontal, un área mayor en los humanos que
en el resto de los animales". Muchos han propuesto que la
violencia está íntimamente relacionada con la
supervivencia, semejándose la violencia humana con "la de
los animales que tienen que combatir con sus congéneres
por la comida o la reproducción", indica Alcalde. Sin
embargo, teorías actuales "advierten que, tanto el animal
como entre los humanos, la violencia extrema puede derivarse de
una patología que impide percibir o interpretar
correctamente los signos de
sumisión del otro cuando se está en pleno combate",
aclara Alcalde. Tanto en la química como en la
genética existe confusión para determinar con
precisión el origen de la violencia. "Por el momento la
violencia no se considera como una enfermedad y no es
legítimo moralmente tratarla como tal. En el fondo parece
que, a pesar de todos los avances de la ciencia, el
ser humano no está dispuesto a extirparse a sí
mismo la semilla de su mal más ominoso y exclusivo",
puntualiza Alcalde.

Los sicólogos sociales sostienen que la violencia
o la agresión tiene influencias neurales, genéticas
y bioquímicas. El sicólogo social David G. Myers,
en su libro "Sicología Social," afirma que un
experimento demostró que una mujer que
recibió una estimulación eléctrica indolora
en un área de su cerebro interno "se encolerizó y
estrelló su guitarra contra la pared, pasando cerca de la
cabeza de su psiquiatra". En cuanto a lo genético sostiene
que "nuestro temperamento –lo intenso y lo reactivo que
somos- en parte es algo que traemos con nosotros al mundo,
influido por la reactividad de nuestro sistema nervioso
simpático". Respecto a la influencia bioquímica, dice que la química
sanguínea influye en la estimulación agresiva. "El
alcohol
–afirma- aumenta la agresividad al reducir la
autoconciencia de las personas y su habilidad para considerar los
resultados de sus acciones". El
azúcar
en la sangre puede incrementar la agresividad. El exceso de
testosterona también puede generar conductas
agresivas.

Desde el punto de vista de la sicología social,
la agresión es una conducta física o verbal que
pretende herir a alguien. "Incluye acciones que tienen la
intención de herir a alguien: bofetadas, insultos
directos, incluso meterse con alguien con chismorreos",
precisa Myers. Sostiene que los sicólogos distinguen entre
la agresión hostil y la agresión instrumental. La
hostil surge del enojo y su objetivo es
dañar. La instrumental pretende hacer daño, pero
sólo como un medio para lograr algún otro fin. "La
agresión hostil es caliente; la agresión
instrumental es fría", aclara. La mayoría
de asesinatos son hostiles, y tienen su origen en arranques
impulsivos, emocionales. Algunos homicidios son
instrumentales. "Lo que comienza con un acto frío
y calculado puede encender la hostilidad",
señala.

Myers sostiene que la psicología
social aborda el tema del origen de la agresión desde
las perspectivas del instinto, de la frustración y del
aprendizaje
social. La perspectiva del instinto, asociada con teorías
de Freud y Lorenz, "sostiene que, si no es descargada la
energía agresiva se acumulará en el interior".
Según este planteamiento, la agresión es influida
biológicamente por la herencia, la química
sanguínea y el cerebro. De acuerdo con la segunda
perspectiva, la frustración causa la cólera
o ira, que provoca agresión. "La frustración
resulta no de la privación per se sino de la
brecha entre las expectativas y los logros", acota. La
perspectiva del aprendizaje social presenta la agresión
como conducta aprendida. "Por la experiencia y la observación del éxito
de los demás, aprendemos que la agresión en
ocasiones reditúa. Por lo tanto, cuando somos activados
por una experiencia aversiva y cuando parece seguro y
recompensante agredir, es probable que lo hagamos", puntualiza
Myers.

En cuanto al tipo de criminales, de hombres violentos,
no se puede hablar de un perfil psicológico único.
Cualquiera puede ser criminal. Todos podemos ser violentos. "El
hombre que es portador de una agresividad importante, cuando esa
agresividad se llena de contenido humano, de emoción, de
memoria y de
inteligencia,
se transforma en violencia", precisa el psiquiatra forense
José Antonio García-Andrade en su libro
"Raíces de la Violencia. Un Estudio Sobre el Mundo del
Delito
". Esta opinión es compartida por el psiquiatra
y médico legista Mariano Royo-Villanova, citado por el
investigador Vicente Fernández de Bobadilla, en un
artículo publicado en la revista "Muy
Interesante" (No. 77). "Yo no creo -afirma Royo-Villanova- que
exista un perfil psicológico común en este tipo de
criminales. Si pueden existir unos más repetidos en las
personas que resuelven su frustración mediante una
violencia que termina en crimen o en una agresión
sangrienta". En concepto de
García-Andrade, muchos criminales carecen de afecto, de
emociones, de sentimientos. "Saben lo que es bueno y lo que es
malo, pero no lo sienten", precisa.

Para el intelectual Estrada Gallego, la violencia es un
problema de autoestima.
"El sentido de inferioridad –nos dice- parece ser
denominador común en las personas agresivas y que recurren
a las armas como un
mecanismo para contrarrestar esa sensación. Muchas veces
esa merma en la autoestima es tan opresiva y lacerante que impide
el movimiento
inteligente de la persona, esto es, saber colocarse en la vida…
En la justificación del acto violento hay una reserva
impresionante de resentimiento, venganza, temor, miedo,
minusvalía". La frustración también es
fuente de violencia, tal como lo plantea el sicólogo John
Dollar, en su libro "Personalidad y Psicología",
al precisar que "el comportamiento agresivo viene determinado por
sentimientos de frustración, producto de la falta de
vivencias agradables a lo largo de nuestra vida". En este
sentido, Royo-Villanova sostiene que la "respuesta tan violenta
obedece a frustraciones más grandes, que bordean procesos
cercanos a la patología. Entre ellos pueden encontrarse
los celos, las ideologías disparatadas, los conceptos
erróneos, el miedo insuperable, o la crueldad como una
perversión de los instintos". Erich Fromm sostiene en
"El Corazón
del Hombre
" que encontramos conducta agresiva cuando se
frustra un deseo o una necesidad. "Esta conducta agresiva
-aclara- constituye un intento, con frecuencia inútil,
para conseguir un fin fallido mediante el uso de la violencia…
Con la agresión resultante de la frustración se
relaciona la hostilidad producida por la envidia y los
celos".

La antropóloga Patricia Vila de Pineda, citando a
Reiss y Roth, en su libro El Maltrato
Infantil y la Cultura,
nos dice que en la
agresión y la violencia inciden tres grandes conjuntos de
factores: 1. Aquellos relacionados con el desarrollo social
(las condiciones del aprendizaje de conductas y la interpretación de las interacciones con
otros). 2. Los biológicos (genéticos, defectos
cromosomáticos, mecanismos hormonales, efectos de los
neurotrasmisores, alteraciones o lesiones cerebrales). 3. Los
procesos sociales (condiciones económicas, estructura y
relaciones familiares, densidad de
población, falta de cohesión y otras
características de ciertos grupos
sociales.

C. Posiciones
sobre estos puntos de vista

Fundados en recientes investigaciones
científicas, en la experiencia, las vivencias y las
observaciones, somos muchos quines discrepamos de las
teorías sobre el innatismo de la violencia, y pensamos que
es la cultura la que puede configurar con mayor frecuencia
comportamientos violentos y no lo congénito. Creemos que
esas teorías surgieron y se fortalecieron gracias a la
amplia difusión del positivismo y
del darwinismo en las postrimerías del siglo XIX y los
albores del XX. Afirmar que nacemos con inclinaciones violentas o
agresivas, implicaría aceptar que estamos sumidos desde
nuestro nacimiento en un determinismo que nos
condicionaría nuestro incierto destino.

Es muy posible que, de acuerdo con Aristóteles, el hombre sea un ser sociable
por naturaleza ("infinitamente más sociable que las abejas
y todos los demás animales que viven en grey"), pero
también lo es que, conforme a lo planteado por Hobbes, el
hombre sea un ser antisocial por naturaleza. ¿Cuál
de los dos está en lo cierto? ¿Cuál
está equivocado? ¿Los dos están errados?
¡He ahí la cuestión! Hay razones para pensar
que es sociable por naturaleza y las hay para pensar que es
antisocial por naturaleza. Su insondable interior es muy complejo
de explorar. Su inescudriñable alma alberga
grandezas y miserias. Así como tiene actos grandiosos,
también tiene actos perversos. Su comportamiento, al igual
que su auténtica esencia y naturaleza siguen siendo un
inexpugnable misterio.

A pesar de que las teorías clásicas
sostienen que el hombre, por su naturaleza humana, es
egoísta, ambicioso, posesivo y agresivo, las nuevas
teorías biológicas, psicológicas y
sociológicas afirman que la "naturaleza humana" no es un
patrón o molde general e inamovible, porque el ser humano
es un producto de su medio. Excepto casos patológicos,
ninguna persona nace con su naturaleza predeterminada, debido a
que ésta es susceptible de cambio porque
su naturaleza está condicionada por la herencia
individual, en cierta medida, y en su mayor parte por factores
sociales. La naturaleza humana, según las nuevas
teorías, es sólo un producto de influencias,
experiencias y necesidades que han hecho del hombre un ser
egoísta, agresivo y posesivo.

Comparto el aserto del psicólogo A. Bandura
cuando sostiene en su libro Agresión: un Análisis del Aprendizaje Social que
"la agresividad del ser humano es un impulso aprendido".
Según Jorge Alcalde, la violencia se aprende en el
entorno. El aprendizaje de
conductas agresivas es tan complejo que a veces se produce de
manea inconsciente. "Cuando en el hogar los padres se muestran
agresivos en las discusiones -señala-, cuando se les exige
a los niños que sean duros en el colegio y defiendan sus
intereses con uñas y dientes… cuando se convive con
armas o se utilizan discursos
radiales se está actuando como auténtico maestro de
futuras mentes agresivas".

Al igual que Lou Marinoff, pienso que la verdad reside
en un punto intermedio. Los seres humanos sin duda son
egocéntricos y, si no se controla, este elemento puede
alcanzar extremos francamente desagradables, pero el conjunto de
la sociedad también presenta rasgos de bondad. Podemos ser
generosos, honrados y justos. La mayor parte de las personas es
capaz de inclinarse hacia un lado o hacia el otro, idea con la
que Aristóteles y Confucio se habrían mostrado de
acuerdo.

El planteamiento del filósofo Estrada Gallego,
quien piensa que la violencia no puede ser congénita ni
natural, parece ajustado a la forma como muchos concebimos esta
problemática. Hay que cuestionar las hipótesis de la violencia congénita
y natural, puesto que se trata de una suposición que
muchos consideran un axioma. "Es necesario abrir grandes estadísticas de violencia y verificar
qué tan estrechas son esas relaciones entre las organizaciones
criminales y la llamada violencia social", propone el
intelectual. Suena coherente la posición humanista que el
hombre es bueno congénitamente y que el impulso destructor
no es parte integral de su naturaleza.

El hombre, tal como lo afirmó Sócrates,
hace el mal porque no conoce el bien. La fuente del mal es,
según éste, la ignorancia y no la
disposición natural del hombre. "¿Hay algún
fin en la vida digno de ser apetecido?", se pregunta
Sócrates, y responde afirmativamente. "Sí.
Éste fin es la felicidad del ser humano, consistente en la
sabiduría o conocimiento
del bien, pues quien conoce el bien y lo practica es feliz. La
ignorancia es la causa del mal", afirma Sopó. Un hombre
que no sepa en qué consiste la bondad (propiedad del
hombre que dirige sus actos hacia el bien), podría sin
dudar actuar justamente en ocasiones, pero también se
equivocará otras veces. Sólo el auténtico
conocimiento puede garantizar que un hombre hará siempre
lo mejor. Freud, Lucrecio, Nontaigne y Nietzsche, contrarios al
planteamiento socrático, consideran que el hombre no yerra
por ignorancia, sino por el deseo.

La posición del psicólogo español
José Pinillos, quien opina que la influencia del
temperamento en la conducta violenta del individuo es moderada,
es un punto de vista aceptable para muchos. Para éste, el
fenómeno violento es más social que
biológico. Nuestra agresividad, si nos atenemos al aserto
de este profesional, se ve influenciada en gran medida por el
ambiente y el entorno.

El investigador Fernando Gaitán Daza, en su
Indagación Sobre las Causas de la Violencia en
Colombia
, afirma que no somos violentos por naturaleza, "ni
estamos condenados por la historia a sufrir la violencia
eternamente". Según él, es muy difícil
explicar las causas de la violencia. La exagerada tasa de
violencia no la explican "ni la riqueza, ni la pobreza, ni la
distribución del ingreso, ni la demografía". Piensa que la violencia "es un
subproducto del delito, que
florece en condiciones de impunidad".
Para el escritor antioqueño Ricardo Cano Gaviria, la
violencia se agrava con la impunidad, como ocurre en Colombia. "En eso
nuestra barbarie es nazi… Hitler tuvo la precaución de
no dejar testimonio escrito del holocausto.
Las órdenes se daban oralmente, sin papeles", precisa en
una entrevista
concedida a Magazín Dominical del periódico
El Espectador, en 1993.

¿Por qué existe la discordia? No es porque
seamos irracionales y violentos por naturaleza. "Los antagonismos
provienen del hecho de saber que somos capaces de calcular
nuestro beneficio y no aceptar pactos de los que salgamos poco
gananciosos. Vivimos en un mundo tremendamente racional pero
poquísimo razonable", aclara Fernando Savater. Este
intelectual español señala que "a pesar de que no
somos espontáneamente violentos o antisociales, no podemos
esperar que quienes son tratados como
animales y utilizados como instrumentos no vayan a reaccionar
agresivamente. Los grandes enfrentamientos no suelen
protagonizarlos los violentos sino grupos
disciplinados y obedientes a quienes han convencido que sus
intereses dependen de que luchen contra ciertos adversarios y los
destruyan". Según éste, no son violentos por
antisociales sino por exceso de sociabilidad. "El hombre malo es
múltiple, divertido y extremo, mientras que el hombre
bueno es tranquilo y siempre él mismo",
puntualiza.

¿La guerra es un ingrediente de la cultura
humana? Aceptar esto, según Jorge Alcalde, sería
como compartir la opinión de "estudiosos fatalistas que
siguen la máxima clausewitziana de que el enfrentamiento
bélico es una continuación de la política".
García de Guinea plantea que "nadie puede negar que las
guerras, la
violencia, la tortura, y el asesinato han desempeñado un
papel importante en la historia de la humanidad". Richarson en su
libro Estadística de riñas mortales
muestra cómo en 126 años, entre 1820 y 1945, el
hombre ha matado al hombre en guerras, asesinatos y asonadas, a
una tasa de un muerto cada 69 segundos. El poder destructor total
e de 59.000.000 de muertes. Para Fernando Savater, "como los
hombres nos movemos por intereses, nunca se abandona una
práctica que produce beneficios (la guerra, por ejemplo)
más que sustituyéndola por algo que interesa
más… La guerra suele ser cosa buena cuando
se la mira desde el punto de vista colectivo: sirve para afirmar
y potenciar grupos humanos, para disciplinarlos, para renovar sus
élites, para fomentar los sentimientos de pertenencia
incondicional de sus miembros, para aumentar su extensión
o influencia colectiva, para reforzar en todos los campos la
importancia de lo público. En cambio, la guerra es
mala desde el punto de vista del individuo normalito,
como tú o como yo, porque pone en peligro su vida, le
carga de esfuerzos y dolores, le separa de sus seres queridos o
se los mata, le impide ocuparse de sus pequeños negocios y
yo siempre le brinda otros mejores, le obliga a entregarse en
cuerpo y alma a la colectividad" (Política para
Amador). La dialéctica de Heráclito sostiene que el movimiento es
lucha, confrontación; implica que unas cosas prevalecen
sobre otras, que unas nacen y otras quedan destruidas: es una
guerra. "La guerra es el padre de todas las cosas; a unos declara
dioses y a otros hombres, a unos esclavos y a otros amos". No
obstante, la guerra no puede ser "el padre de todo". Werner
Sobart, ideólogo alemán, sostenía que la
guerra es la madre de todas las invenciones y el desarrollo
tecnológico. A este aserto se opone Young Seek Choue,
afirmando que la guerra no es ningún medio de progreso,
porque la "revolución" industrial se registró
en una Inglaterra
pacífica. Según José Ortega y Gasset, la
guerra no es instinto, sino un invento. Los animales la
desconocen y es de pura institución humana, como la
ciencia o la
administración. Ella llevó a uno de los mayores
descubrimientos, base de toda civilización: al
descubrimiento de la disciplina.
Todas las demás formas de disciplina proceden de la
primigenia que fue la disciplina militar. El pacifismo
está perdido y se convierte en nula beatería si no
tiene presente que la guerra es una genial y formidable
técnica de vida y para la vida. Si la guerra no es medio
de progreso, "¿por qué no desecharla como medio de
dirimir disputas?", se pregunta. "¿Por qué el
progreso no hace las civilizaciones más civilizadas?",
preguntaba un epígrafe de El Time.
"¡Qué vil y despreciable me parece la guerra!",
afirmó Albert
Einstein, el más brillante científico del siglo
XX y uno de los más connotados pacifistas.

Pareciere que la cultura humana fuera una "cultura de
guerra", porque desde el alba de las
civilizaciones, "la humanidad se ha empeñado en 26.000
guerras grandes y pequeñas, haciendo de la historia humana
una historia de la guerra", tal como sostiene Young Seek Choue en
su libro La Ciudadanía Mundial. El
filósofo y psicólogo norteamericano William James
piensa que la guerra es permisible "sólo cuando nos la
imponen, sólo cuando la injusticia de un enemigo no nos
deja otra alternativa". Platón, en su
República plantea que lo justo no puede engendrar
lo injusto. "Pero en determinadas ocasiones, dicho proceder no
puede menos que aprobarse y aplaudirse. En condiciones de
confrontación, cuando el hombre aboca a la crudeza de la
guerra, instancia desde la cual sólo es posible la defensa
de su proyecto de vida
y de su posibilidad de subsistencia física, no tiene otra
alternativa", precisa Rafael Méndez analizando la obra
platónica. Robert M. Hutchins sostiene que la guerra es
una terrible calamidad, la mayor perversidad, la mayor estupidez,
pero advierte que "cuando una gran potencia se ha desatado en el
mundo buscando a quién destruir, es necesario prepararse
para defender nuestra patria contra ella". ¿Pero es
inevitable la guerra? "Sería ilusorio pensar que podemos
acabar con ella; quizá deberíamos conformarnos con
conseguir, al menos, cambiarla", aconseja José
Sanmartín en su libro "La Violencia y sus
Claves
". El expresidente colombiano Rafael
Núñez (1825-1894), poéticamente ignoraba "si
el azote de la guerra, / como las tempestades, en sí
encierra /elementos de bien bajo su horror: / si las hordas de
Atila prepararon /a las mismas comarcas que asolaron / un destino
mejor".

Si la guerra no es buena, ¿por qué los
pueblos se han empeñado continuamente en guerras absurdas
y atroces? Young Seek Choue, en el citado libro, responde que por
lo común las causas de la guerra han sido por: "1.
Ambiciones nacionalistas para obtener beneficios materiales o
territoriales. 2. La ávida codicia de conquista y de
dominio por
parte de los líderes megalomaniacos. 3. El conflicto
ideológico entre las grandes potencias. Pero al presente,
la guerra no puede servir a ninguno de estos fines, una guerra
total en esta edad de la ciencia y la tecnología no
acarreará otra cosa que la autodestrucción de la
humanidad. Y si esto es así, y si no hemos nacido para la
guerra, ¿cuál debería ser entonces la
máxima prioridad de nuestras vidas?".

Llama la atención la propuesta del psiquiatra
Anthony Storr, en su libro "La Agresividad Humana", que
si pretendemos controlar la violencia, "es importante determinar
si existe, en los animales o en los seres humanos, una
acumulación interna de tensión agresiva que
necesita descargarse periódicamente, o bien si la
respuesta agresiva es simplemente un potencial que no hay que
emplear necesariamente".

A pesar de que la historia está saturada de
violencia, pensamos que el ser humano puede superar esa
desgarradora condición. Es muy probable que la
utopía del filósofo mejicano José de
Vasconcelos sobre una "raza cósmica" se haga realidad
algún día, y así podamos vivir
pacíficamente, dentro de un universo donde
reine la alteridad y se conviva en un ambiente de
auténtico reconocimiento del otro, tal como lo plantea el
pensador argentino Enrique Dussel.

Precisamente, el teólogo y pensador
francés Ignace Leep, que encamina sus reflexiones por los
senderos de la Filosofía Cristiana de la Existencia,
inquieta por el problema del otro, en su libro
Filosofía Cristiana de la Existencia, sostiene
que, contrario los planteamientos (un tanto deterministas)
hobbesianos, hegelianos y sartrianos, el hombre es para el hombre
una ayuda y un amigo, mas no un "lobo para el hombre", las
relaciones interhumanas no son una perpetua lucha y que se
reducen, sea a la indiferencia, sea al deseo sexual tendiente al
avasallamiento del otro, o sea al odio, pues Sartre piensa que el
amor tan sólo sería odio disfrazado. A pesar de que
Leep reconoce que es innegable que las relaciones humanas son,
con frecuencia, de lucha, de concurrencia, de rivalidad, el
reconocimiento del otro nos demuestra que los demás no son
rivales, sino adversarios.

La antropóloga colombiana Patricia Vila de Pineda
aventura la hipótesis de que las personas víctimas
de maltrato en la infancia tienden a ser maltrataras en su
adultez. "El maltrato o agresión psicológica
está presente en todos los actos maltratantes, procede de
mentes que han sigo agredidas en su infancia, que no han sido
educadas, en especial sobre la importancia de unas pautas de
crianza adecuadas para el desarrollo de un niño, de
adultos que tampoco han aprendido a desarrollar ni a expresar sus
defectos y que no han tenido elementos protectores en su
infancia, bien sea de la familia o
del Estado" (El Maltrato Infantil la Cultura, un
documento de la Consejería Presidencia para la Política
Social 1998). En opinión de Carlos Castillo
Córdoba, consejero presidencial para la política
social, "cuando en sus familia el
niño recibe castigo violento, no sólo aprende
simplemente que hay cosas que puede hacer o no hacer. En
sustancia, aprende que los actos violentos son una forma de
relación legítima; comprueba que el que tiene
poder, fuerza y autoridad ejerce la violencia sin límite
ni control. Ser
violento es ser poderoso, y la violencia la ejercen los que
tienen poder. Empieza a utilizar, a temprana edad, la violencia
con sus hermanos pequeños, con sus compañeros de
juego y con sus amigos de escuela. En este
proceso, el
niño ansía llegar a ser adulto para ejercer la
dominación por la violencia en toda su extensión y
plenitud" (El Maltrato Infantil la Cultura). En el mismo
texto, Vila de
Pineda precisa que "en un estudio de psiquiatras se presenta el
perfil del violento como criado en un ambiente de extremas
restricciones que no le permiten alcanzar la
autoexpresión, ni autorrealización, sometido a un
padre despótico y brutal, con una madre martirizada,
incapaz de darle afecto, crece con problemas de
difusión de identidad,
fuertes sentimientos de agresividad, rabia y protesta reprimidas
contra las figuras de autoridad. En un momento de disturbio
social o familiar en que el orden es revuelto y desaparecen
controles externos, la rabia, el miedo, la culpa inunda al
sujeto".

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