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Los cátaros del Languedoc (página 2)



Partes: 1, 2, 3, 4, 5

Desde el 121 a. de C., el territorio del Languedoc
formó parte de la provincia ro-mana de la Gallia
Narbonensis, que conectaba Italia con
Hispania, y fu muy influida por la cultura
romana. Con el derrumbe del Imperio Romano,
la región fue controlada por los visigodos durante el
siglo V y conquistada parcialmente por los francos en el siglo
VI. Septimania, la franja costera, estuvo bajo dominio
árabe a principios del
siglo VII y no fue conquistada por los francos hasta el
año 759 ; bajo los carolingios fue transforma da en
marca
fronteriza para proteger Aquitania. La zona en torno a Toulouse
fue reunificada, junto con la marca, en el 924, siendo
éste el origen del condado de Toulouse. Hacia 1050 los
condes de Toulouse eran soberanos no sólo de la
Toulousiana y de Septimania, sino también de Quercy,
Rouergue y Albi hacia el norte, con lo que el condado era uno de
los mayores feudos de toda Francia. El
poder de los
condes sobre la mayor parte de este territorio era, sin embargo,
básicamente nominal, viéndose limitado por la
autonomía de sus vasallos, por las enormes posesiones
eclesiásticas y por el autogobierno de las
ciudades[138]

Según Jesús Mestre Godes[139]antes de
convertirse en provincia francesa, el nombre de Languedoc no
había servido para determinar ningún país,
condado o comarca en concreto ; no
era un territorio político, y la denominación
únicamente designaba la lengua que se
hablaba en la región. Tan sólo a comienzos del
siglo XIII comenzaron a notarse en la zona los efectos de la
expansión económica plenomedieval a que nos hemos
referido en un apartado anterior ; hasta esos momentos, en que se
comenzó a pasar de una economía cerrada a otra más abierta,
la mitad de las tierras eran, como consigna Charles-Marie
Higounet[140]aún alodiales y se encontraban pobladas
mayoritariamente por campesinos no-libres (se conocen muy pocas
"cartas de
franquicia" de
esa época). La base económica de la zona era una
policultura cerealera de rotación bienal, con bajos
rendimientos, ya que los agricultores no se auxiliaban del arado
ni del caballo ; también se producía algo de
aceite de
oliva y de nogal[141]Dada la relativa escasez de
pastos, sólo las regiones periféricas (v.gr., los
Causses y los Pirineos) podían mantener un ganado ovino de
importancia. La nobleza rural, de origen reciente, tenía
un carácter bastante me nos militar que la del
Norte de Francia ; su economía, sin embargo, no era muy
boyante:

"Los señoríos parecen, por el
contrario, haber sido por lo general más bien mediocres.
El sistema
clásico de dominio no se había implantado por todas
partes. La "villa", con su reserva y sus mansos, se había
aclimatado relativamente en la Septimania, mientras que en los
márgenes del Alto Languedoc reinaba ya el sistema del
"casal", o tenencia independiente no vinculada a reserva
señorial alguna. Hacia 1200, todas las tierras
señoriales se explotaban mediante aparcería
à "fief" (es decir, a ciento). Los propietarios eran en
realidad renteros ; no obstante, como los ingresos eran
débiles y la mayor parte de las veces se confundían
con los procedentes de otras fuentes del
señorío y, además, solían repartirse
entre varios coseñores, esa nobleza rural vivía
más bien pobremente".

En cuanto a la sociedad
urbana, aún poco desarrollada a la sazón, en ella
cohabi-taban "milites", una burguesía mercantil y
artesanal incipiente y un grupo
importante de judíos
y de extranjeros. Como en muchas otras ciudades de toda Europa, en un
determinado momento a lo largo del siglo XII la pequeña
nobleza y la burguesía de esas poblaciones se asociaron
para intentar obtener de los grandes señores "libertades",
privilegios económicos, leyes propias y
derecho a instaurar un consulado ; Higounet lo explica como
sigue[142]

"Esas ciudades del Languedoc albergaban desde el
siglo XII a un artesa-nado –una manufactura
que se ha estudiado muy poco, relacionado con el mundo de la
agricultura
(la harinería tolosana[143]y sobre todo con la "industria
textil. Narbonne tenía en 1130 molinos "batientes" y
producía telas de lujo y colorantes ; el ramo textil de
Montpellier fue regulado en 1181 y ocupaba un barrio de la ciudad
desde 1194 ; asimismo se trabajaba la lana de Béziers,
Nímes y Lodève. Sin embargo, en esos lugares no se
había establecido hasta entonces ningún estatuto
referente a "oficios".

La fortuna de las ciudades procedía, no obstante,
mayoritariamente del comer-cio, con ferias y mercados
(Nímes, Beaucaire, Carcassonne, Toulouse, Moissac) donde
se llevaban a cabo las transacciones a nivel
regional[144]Más tarde se establecieron re-laciones con
las ciudades italianas. Narbonne, Montpellier con su puerto de
Lattes y Saint-Gilles estaban ya en el siglo XII en
relación con Génova y Pisa[145]Sin embargo, con el
cambio de
siglo esas ciudades rompieron en cierta medida sus
vínculos con Italia para abrirse con más libertad al
comercio con
el resto de la Provenza y sobre todo con los puertos
españoles".

En lo que se refiere a las ferias, según Fossier[146]no
había casi nada en el Languedoc antes del año 1125,
"… momento en que se citan cuatro ferias anuales en
Moissac, o en 1151 y 1158, cuando se organizan dos por año
en Carcassonne y Nímes , pero Saint-Gilles, Nímes,
Béziers, Lodève y Pézenas, que no podemos
menos que imaginar que tenían ya interés
antes de 1100 por lo menos, no nos dicen nada seguro antes de
1150 o 1160 ; a pesar de todo, el dinero
circula desde mucho tiempo antes y
se necesi-tan hombres que lo lleven o lo busquen
". Todo este
proceso de
recuperación económica se fue desarrollando a lo
largo del siglo XII, como prólogo de la gran
expansión del XIII, y René Nelli apostilla:

"La burguesía del Languedoc, rica y poderosa,
había logrado durante el siglo precedente conquistar
libertades y privilegios –en Moissac, por ejemplo, a partir
de 1130-, y sobre todo imponer a los señores, casi siempre
de forma pací-fica, instituciones
consulares: Béziers en 1131, Toulouse en 1144-1173. Dichos
consulados, que eran obra de la burguesía y no del
"pueblo", se plantearon como objetivo
reducir las trabas de todo tipo que las exigencias de los
señores ponían al comercio. Era una época en
la que los agentes señoriales hacían parar a los
mercaderes a su paso y les hacían satisfacer "peajes". Si
la libertad que se disfrutaba entonces era únicamente la
de traficar, a menudo y por la fuerza de los
acontecimientos adquiría un carácter
político: los cónsules, al defender a los burgueses
contra la autoridad
señorial, garantizaban a todos los ciudadanos ciertos
derechos
esenciales, y por regla general también la seguridad
personal.
Propiciaban la creación de ligas –o
amistansas– cuya acción
sobrepasaba los intereses puramente comerciales y resultaba en
que reinase una mayor justicia en
las relaciones sociales. Por ejemplo, en Narbonne se
constituyó, ya en el siglo XIII, una amistansa de
este tipo, una especie de sindicato
cuyos miembros se soco-rrían los unos a los otros y
juraban defender los derechos de la ciudad o del bur-go de
manera que se hiciese justicia a todos, tanto pobres como
ricos
. Se constata, por lo tanto, un cierto progreso de la
consciencia moral en todos
los aspectos. Narbonne, sin ir más lejos, fue la primera
villa marítima en proclamar el principio de
protección de los náufragos".

Por aquel entonces, efectivamente, y como constata Mestre
Godes[147]"… el horizonte medieval gozaba de una
prosperidad que ya se había iniciado a mediados del siglo
anterior. Un hecho decisivo fue el incremento demográfico
que, aún tratándose de un fenómeno
generalizado, fue mucho más destacable en el
Mediodía francés. Según Baratier, el
recuento de número de fuegos y hogares existentes por esta
época demuestra que la natalidad había progresado
de forma considerable y se llegaba a contar con una media de
cinco hijos por matrimonio, si
bien debía tenerse en cuenta la baja expectativa de vida:
30 años. Se había ganado en esperanza de vida
gracias al hecho de que, sumado al incremento de la natalidad, se
había producido una baja notable de la mor-talidad. Las
guerras que
podríamos calificar de "menores" se estaban librando entre
los Capetos, los franceses del Norte, y los ingleses, celosos de
conservar la patria de ori-gen de sus reyes, la Normandía.
Alguna vez que otra bajaban hasta los límites
occidentales del Languedoc, pero provocaban más alerta que
desazón. Las guerras locales, entre señores del
país, eran parte integrante del mecanismo de la Baja
Edad Media,
pero a menudo se recurría a los "aragoneses" y a los
"vascos", simples mercenarios que hacían el trabajo
sucio
". Todos estos elementos redundaron en un aumento
general de la población, especialmente en el Languedoc.
Un gran reflujo de gentes del campo se enca-minó a las
nuevas villas y hacia los burgos ; la ciudad de Toulouse, por
ejemplo, alcanzó a tener entre 20.000 y 30.000 habitantes
en tiempos de la Cruzada Albigense, aventa-jando en tamaño
a las demás ciudades de Occidente. Además, con el
auge comercial se había desarrollado en el escenario
plenomedieval un nuevo y cada vez más poderoso estamento
junto a los ya clásicos oratores (los que
rezaban), bellatores (los que guerreaban) u
aratores (los que trabajaban la tierra) ;
se trataba, por supuesto, de la burguesía. En esa
época también se experimentaron igualmente avances
considerables en el terreno educativo, creándose escuelas
y Universidades ; a ese respecto comenta M.-H. Vi-caire[148]

"… no resulta en absoluto dudoso que la casi totalidad de
las diócesis de Francia careciesen totalmente de escuelas
en el seno de los capítulos de sus catedrales[149]Tenemos
la prueba directa de esto en la diócesis de Toulouse. En
1073 el obispo de Isarn, de acuerdo con la reforma gregoriana,
organizó en capítulo de canónigos regulares,
apoyado por Hughes de Cluny y el abad Hunaud de Moissac, al clero
de esa iglesia
buscando la plenitud de la vida comunitaria "apostólica" y
para asegurar su fidelidad en esta práctica
acrecentó mediante una importante dotación sus
bienes y
entradas, que ellos procedieron a poner en común. Aparte
de esto les concedió el derecho de elegir al preboste, al
decano, a dos archidiáconos, al sacristán y al
magister scholae, mandatarios que debían es-coger
entre los suyos siempre que hubiese candidatos válidos.
Finalmente, les envió las prebendas de dichos dignatarios,
entre las cuales se contaba expresa-mente la del maestro de
escuela,
"capiscolae cunctum honorem"".

Por magister scholae ("caput scholae", "capiscol") se
entendía un canónigo dignatario capitular que
tenía a su cargo una escuela en la que impartía
enseñanzas él mis-mo o alguien instituído
por él para educar a los adolescentes
que aspiraban a la disciplina
canonial, y también a jóvenes clérigos
procedentes del exterior. El cargo se responsabilizaba asimismo
de toda la enseñanza que se impartía en la
ciudad episcopal e incluso en la diócesis entera. El
"capiscol" de Saint-Etienne de Toulouse, sin embargo, parece ser
que no poseía esas atribuciones, ya que, según se
sabe, durante los siglos XI y XII le estuvieron adscritas al
"capiscol" de Saint-Sernin. Por otro lado, la fundación de
la Universidad de
Toulouse en 1229 estuvo relacionada con la creación de la
orden de predica-dores dominica por parte de Santo Domingo de
Guzmán y sus colaboradores ; precisa-mente como
contestación a la solicitud de aquél –a
finales de 1217- de la confirmación de su orden ante el
Papa Honorio III, éste le respondió positivamente
en Enero del año siguiente, cursando
simultáneamente una petición a la Universidad de
París de que enví-ase a varios de sus maestros y
estudiantes a enseñar y predicar en Toulouse. Santo
Do-mingo y su orden fueron los principales beneficiarios de las
primeras lecciones públicas de Teología que se
impartieron en aquella ciudad[150]

Implantación del catarismo

El movimiento
cátaro en el Languedoc se desarrolló, como hemos
visto, en profundidad ; no hubo región o localidad que no
fuese tocada por la herejía, y todas las capas sociales
fueron infectadas: nobles, clérigos, burgueses,
campesinos, comerciantes y caballeros. Élie Griffe
apostilla[151]"Después del grito de alarma emitido en
1163 por el Concilio de Tours, el "cáncer" cátaro
no cesó de ganar terreno. Partiendo de la región
que se ubica entre Toulouse y Albi, se había extendido
hacia Carcassonne por todos los territorios dependientes de la
soberanía de los vizcondes de
Béziers. Hacia fines del si-glo había conquistado
toda la planicie del Lauragais de un lado a otro de la sede de
Naurouze. Se le podía encontrar enraizado tanto en el Sur
como al Norte de la Montaña Negra. Por el Lauragais y el
Carcassès había alcanzado el Razès. Sus
ramificaciones penetraron hasta la región de Foix, y al
extremo oriental, ni el Biterrois se vio libre por completo de
él
". Se ha barajado, para explicar este
fenómeno, la teoría
de que la expansión albigense fue favorecida por la propia
avaricia de los potentados occitanos, que estaban ansiosos de
hacerse con los bienes de la Iglesia. Fernand Niel se opone a
esta hipótesis, pues piensa que dicha rapacidad
fue un resultado del debilitamiento progresivo del clero en la
época anterior a la reforma gregoriana, y no su causa ;
por otro lado, este autor argumenta que los conflictos de
intereses entre los señores y la Iglesia no se localizaron
únicamente en el Languedoc, ni tampoco alcanzaron su mayor
virulencia coincidiendo con el período de mayor
expansión del catarismo[152]De todas formas, se-gún
confirma Élie Griffe[153]fue precisamente la clase
nobiliaria la que más ayudó a los predicadores
cátaros a poner en jaque a una Iglesia ya de por sí
en crisis, y
añade[154]

"Fue gracias a los caballeros de Lombers como el catarismo
puso pie en el Albigoeis y creó la primera diócesis
herética de la Francia meridional. La famosa
polémica desatada por el obispo de Albi en dicha localidad
el año1165 no tenía tanto por objetivo convertir a
los herejes de su diócesis como alejar de ellos a la
nobleza de la región. ¿Acaso no habían
prometido los caballeros de Lombers no apoyar más a los
"bons hommes", como se les llamaba, si es que eran
heréticos? … En una época en la que el
país era recorrido constantemente por hombres de guerra, la
mejor protección que podía tener un caballero era
la presencia a su lado de un Perfecto. ¡Este se hallaba a
salvo de cualquier enemigo: ab hostibus tutus" Con sus
regulaciones concernientes a la paz de Dios, la Iglesia no
podía permitirse ofrecer una seguridad comparable".

Por otra parte Nelli comenta a este respecto[155]"No
está nada claro que el cata-rismo interesase demasiado a
esos barones: los vizcondes de Carcassonne, el vizconde de
Béarn, el conde de Armagnac, el conde de Comminges y,
naturalmente los condes de Toulouse y de Foix lucharon todos
–más o menos- contra Simón de Montfort, y
más tarde contra la monarquía francesa y contra la Iglesia,
pero sin adherirse, no obstante, a la herejía ; solamente
defendían sus derechos
". A pesar de todo, los
cátaros disfrutaron por largo tiempo de libertad para
circular, entrar en los dominios de los aristócratas y
predicar a su gusto[156]aplicándoles, además, las
exenciones que el derecho o la ley
consuetudinaria reservaba a los clérigos, especialmente el
no estar sometidos a la talla ni al servicio de
guardia. En ese sentido conviene que nos detengamos en el
desconcertante personaje del conde Raimundo VI de Toulouse, que
estaba casado con Leonor de Aragón, hija del monarca
aragonés Alfonso II, y había amado y favorecido a
los herejes desde sus primeros años al frente del condado,
según cuenta Pierre du Vaux-de-Cernay[157]Raoul Manselli,
por su parte, comenta[158]

"El problema de la herejía cátara en Languedoc
no es un problema exclusivamente religioso ; tuvo repercusiones
de las más profundas en los más diversos
ámbitos, y especialmente en el político, de forma
que puede afirmarse sin miedo a exagerar que todo el destino
histórico del Languedoc habría cambiado en gran
parte si no se hubiese dado la acción ni la presencia de
los cátaros".

Los cátaros del Languedoc se beneficiaron, por tanto,
de un espíritu de toleran-cia desconocido hasta entonces,
de un sentimiento de libertad individual que se reflejaba en la
nueva tendencia democratizadora que se estaba introduciendo poco
a poco en el gobierno de las
ciudades y que favorecía indudablemente la eclosión
de una religión nueva, aunque sin impedir, por
supuesto, que la población del país continuase
siendo mayoritariamente católica. Según Mestre
Godes[159]en el período a que nos estamos refiriendo la
proporción de siervos que recobraban la libertad fue
superior en el Languedoc que en otras zonas de Francia ; esto
indica una conservación en esa zona de regulaciones
procedentes del Derecho Romano
(no olvidemos que la Occitania fue en su día una zona
fuertemente romanizada) que conducían a un progresivo
relajamiento de los lazos de señores y vasallos, sobre
todo en las ciudades. Esa circunstancia dio lugar, como he-mos
visto, a un importante desarrollo
comercial y al consiguiente crecimiento de la bur-guesía,
todo ello acrecentado por una incesante afluencia de viajeros,
sobre todo de peregrinos de camino hacia Santiago de
Compostela.

A todo ello se añade la degradación del clero
romano de la época. Mestre Godes comenta[160]"Con la
preocupación política de tener de
su parte a todos los reyes y nobles "católicos", tal vez
desde Roma se
descuidara la organización clerical. Este aspecto, unido
a la otra constatación -se descuidaba en exceso su mensaje
cristiano-, nos introduce en un momento especialmente
difícil, global, para la buena salud de la Iglesia. Es en
ese momento cuando aparecieron unas nuevas herejías. No
las herejías de los primeros siglos del cristianismo,
en las que, de hecho, todo quedaba reducido a una controversia
entre estudiosos que podía acabar, como problema
máximo, con la sepa-ración de un pequeño
grupo de disidentes del seno de la Iglesia, y siempre dentro del
orden de las ideas. Ahora sería diferente, dado que los
herejes no se presentaban para combatir un punto
teológico, sino que atacaban la propia razón de ser
de la Iglesia. Es-ta fue acusada de no saber transmitir el
mensaje cristiano, que, de acuerdo con las críticas, no
llegaba ni podía llegar al pueblo por medio del clero que
ejercía. Este pueblo empieza a escuchar nuevas voces, que le
hablaban como lo hacían los primeros cristianos, con
humildad, con simplicidad y austeridad
". Y más
adelante puntualiza[161]

"Todo nos lleva a concluir sin margen de duda que la reforma
gregoriana no había surtido fruto en Occitania. Mientras
al Norte del Loira estos momentos de finales del siglo XII son
tiempos de profundas especulaciones teológicas en las que
brillan los nombres de San Bernardo de Claravall y de Hugo de
Saint-Victor, en el Languedoc, huérfano de
teólogos, no se advierte nada parecido. Allí las
preocupaciones van en otra dirección: obispos y abades están
ensimismados en la administración de sus inmensas fortunas.
Señores y prelados llevan por igual la misma vida
fácil al margen de toda inquietud por las reglas
más ele-mentales de la moral. No
es de extrañar, pues, que la gente, el pueblo llano, los
desprecie y acabe por menospreciar lo que ellos representan. Si
recordamos que este desprestigio se encuadra en el marco de una
sociedad con un espíritu de tolerancia
desconocido en otros lugares, una sociedad que posee un elevado
sentímiento de libertad individual, la suma de todo ello
nos da una idea aproximada de la peligrosa situación en
que se hallaba la Iglesia occitana y, por extensión, todo
el estamento eclesiástico".

Fernand Niel, por su parte, matiza[162]"Todos esos motivos
servirían en todo caso para justificar la eclosión
y la difusión de un cristianismo disidente, y no la de una
religión totalmente diferente. El catarismo mostraba otra
característica a la que rara-mente se hace caso y que
explica su éxito
en gran medida. Los cátaros no eran unos rebeldes contra
la Iglesia Católica ni disidentes, sino personas
completamente convencidas. No se puede afirmar, en efecto, que a
unos hombres que se tiran a las llamas antes que apostasiar una
creencia les falte convicción. Una fe total no les
venía por contraste o comparación, sino desde el
interior. Por tanto, estaban persuadidos de estar en
posesión de la verdad, y su sinceridad no puede ponerse en
duda. Habría tal vez que buscar en el propio catarismo las
razones de su éxito. Una religión simplista o
pueril tal como con frecuencia se presenta a la fe cátara
no habría producido mártires por millares. No
habría exigido tampoco, para ser suprimida, una guerra de
casi medio siglo ni una caza del hombre que
duraría más de cien años
".

Un aspecto fundamental del catarismo albigense que
llamó la atención de la no-bleza local poderosamente
y contribuyó a ponerla a su favor fue el tema del rechazo
del matrimonio ; Nelli lo explica[163]"Rebeldes al orden
romano, los señores occitanos lo estaban ya en todo lo que
concierne al matrimonio, que ellos consideraban una formalidad
sin importancia. Al compás de sus intereses
políticos, o por seguir un humor más bien voluble,
solían repudiar a sus mujeres y tomar o otras nuevas, con
rentas más al-tas o de mejor apariencia[164]La Iglesia les
amenazaba con la excomunión sin conseguir siempre hacerles
volver al respeto de la fe
jurada. La doctrina concerniente al amor que
exaltaban los poetas ejercía entonces en los medios
aristocráticos mayor in-fluencia incluso que el
maniqueísmo. Como aquella parecía hacer depender
los más al-tos valores
humanos de una especie de instinto generoso innato al corazón de
los no-bles, la Iglesia detectó en ella, no sin
razón, un resurgir del naturalismo pagano e hizo todo lo
que pudo para frenar su progreso. Esa "herejía" no
debía nada al catarismo, pe-ro formaba parte de la misma
corriente de pensamiento
endurecido y reformista: incitaba a las mujeres
aristocráticas a volverse cada vez más
independientes de la
potestas parcial y desacreditaba al
matrimonio romano. Descrédito que, por otra parte,
beneficiaba más a los maridos que a las
mujeres
"[165]. En cuanto a éstas. Nelli
afirma[166]"Mientras eran jóvenes, y en esa
época no lo permanecían por mucho tiempo, no se
interesaban más por el catarismo que por el catolicismo.,
Casi todas habían sido casadas por un sacerdote
católico, y según la costumbre de los hidalgos
campesinos, iban a misa todos los domingos. Para ellos la
ceremonia romana, celebrada por un cura a menú-do ganado
al catarismo, y el sermón dominical del perfecto eran una
y la misma cosa
".

Cátaros y trovadores residieron unos junto a otros
durante más de dos siglos en los mismos lugares de
Occitania, especialmente en los condados de Toulouse y de Foix y
en el vizcondado de Carcassonne. Como nos recuerda Nelli, "…
participaban de la misma civilización, formaban parte
de la misma sociedad (con frecuencia en el mismo sistema de
dependencia vasallática): sus intereses se
confundían a menudo ; tenían los mismos
protectores. En los castillos, "bons hommes" y poetas
tenían al mismo auditorio de barones y damas de alcurnia.
Sus concepciones o ideologías respectivas

–aunque bastante opuestas en el fondo- presentaban
semejanzas innegables, o mejor dicho, en algunos puntos
particulares –en lo que concernía al problema del
matrimonio, sobre todo- una suerte de afinidad
"[167]. La
poesía
trovadoresca[168]según expone Nelli[169]se proponía
antes que nada "purificar" el amor de
todo lo que no es en esencia , no pre-tendía, como el
platonismo, eliminar la sexualidad.
Los trovadores, de acuerdo con esto, situaban al verdadero amor
fuera del matrimonio, considerando a éste venal y
utilitario ; en ese sentido piensa Nelli que "… en la
medida en que los cátaros aceptaban el matrimonio (no lo
prohibían a los simples "creyentes"), es probable, como
indican los registros de la
Inquisición, que su concepción fuese similar a la
que prefiguraba la erótica trovadoresca
". De todas
maneras, como bien advierte este analista, para que la
erótica occitana pueda ser considerada en bloque como
herética tenían que haberlo sido todos los
trovadores, lo cual, por supuesto, no ha podido ser demostrado.
De todas formas, en las descripciones que cierta literatura
contemporánea de los trovadores hacen de dicho movimiento
sí que aparecen algunos rasgos achacables a la influencia
cátara más o me-nos directa[170]

  • a) Numerosas obras asimilan a los cátaros con
    los "boulgres" (búlgaros), o bien con los
    maniqueos.

  • b) Referencia a la distinción entre Lucifer
    (mal relativo) y Satán (mal absoluto) ; dualismo
    mitigado.

  • c) Idea gnóstica de que el Hijo de Dios es el
    Espíritu Santo y de que el
    auténtico Salvador es el Espíritu Universal,
    adoptada también por el maniqueísmo y el
    catarismo.

  • d) En los trovadores Peire Cardenal y Montanhagol hay
    conceptos de indudable influencia cátara,
    concretamente el de la ausencia de responsabilidad moral en el hombre
    y el de identificar al mundo con el infierno.

  • e) En el ya citado Maitre Ermengaud, por el
    contrario, nos encontramos con una refutación
    consciente del catarismo, defendiendo al matrimonio
    cristiano.

Por otro lado, hay autores, como es el caso de Robert
Fossier[171]que intentan relacionar el movimiento literario de
los trovadores con la lírica hispanomusulmana: "Se
intenta calcular la importancia de la influencia de la lirica
musulmana de España y
de la lírica del país aquitano y puatevino en el
culto del cuerpo de la mujer que se
va elaborando hacia 1100 en Poitiers, en Ventadour, en
Gascuña, en Santonge, en Toulouse, en Orange y en
Cataluña ; desde el duque Guillermo XI de Marcabrun, el
niño abando-nado, más de cincuenta poetas nos
dejaron sus obras donde se glorifica el "fin amor", amor total
que va desde aprovecharse de la ocasión en un pajar a la
elevación espiritual del amante a los pies de su

domna. Desde luego, no puede dudarse de que el con-texto social,
favorable a la mujer en el
país de oc, tuvo mucha importancia, pero extendido por los
juglares ambulantes, los
trobadors, o por los aquitanos
que Leonor de Poitiers llevará hasta Luis VII y luego a
Enrique II, en Francia y Normandía, la "cortesía"
invade los países de oil
…". Todo ese proceso se
desarrollaba, por supuesto, ante los ojos siempre confiados de la
Iglesia Católica[172]

"En realidad, la Iglesia consideró siempre a los
poemas de los
trovadores con una cierta desconfianza ; simplemente porque
celebraban la pasión y el adulterio.
Asimismo había la costumbre entre los poetas de
arrepentirse, aunque tarde, de haber rimado tales locuras. Una
leyenda cuenta que Ramón
Llull –trovador tardío- compuso en sus años
jóvenes canciones en ho-nor de las damas, lo que fue
tomado por un grave pecado. Es
posible que el obispo Foulque se arrepintiese también de
haber cantado al amor, pero seguro que nunca lo hizo de haber
sido cátaro. La Iglesia terminaría por prohibir el
amor provenzal como contagiado de "naturalismo": lo
condenaría en el De Amore de André le
Chapelain. En Toulouse, las Leys d"Amors prohibie-ron
expresamente a los neo-trovadores cantar al amor
adúltero (es la primera vez que la palabra
azulteri– aparece en la literatura en lengua de
oc). Pero nunca se acusó al amor de haber pactado con el
catarismo (únicamente de una manera muy indirecta en
relación con la deprevación de las costumbres,
acusación que no parece en absoluto justificada). Debemos,
pues, mantener la constatación de que en tanto que
poetas del amor cortés
, los trovadores no tienen
absolutamente nada en común con el catarismo".

Como constata Le Roy Ladurie[173]en Girault Riquier, el
"último trovador", la lírica pagana de sus
predecesores del siglo XII había dejado su lugar a "…
un sentimiento puramente espiritual y descarnado hacia la
dama que sin dificultad se transforma en esas condiciones en
canciones a la Virgen María: tanto se ha acercado el amor
terrestre al amor celestial
". Como lo pone Nelli[174]

"Hacia fines del siglo XIII la creencia en la eternidad del
mundo se expande cada vez más, incluso entre el pueblo
llano. Forma parte de la sabiduría popular. Se trata de
una de esas proposiciones metafísicas que resultan de la
caracteriología de la época más que de la
reflexión filosófica individual y que uno se
sorprende de verlas instaladas en los espíritus como otras
evidencias. La
certeza de que ambos órdenes, ambas naturalezas coexisten
siempre corresponde a una visión de los encadenamientos
cósmicos compatibles con la reencarnación que da
seguridad a unos y aterroriza a otros. El mundo de la
voluptuosidad, de las ilusiones carnales y materiales no
llegará jamás a su fin: el universo
satánico siempre estará abierto, tentador. El mundo
espiritual estará también siempre ahí,
dispuesto en toda ocasión a dar refugio al alma".

Implicación catalano-aragonesa en el problema
cátaro

Según Mestre Godes, en la época de la
herejía cátara y de la Cruzada todos los
países que tenían frontera con
el Languedoc, y especialmente la Francia del Norte y el reino de
Aragón, tenían intereses de todo tipo en esa
región, que como hemos visto, des-tacaba en la Europa del
momento por su prosperidad[175]"El Languedoc tenía,
pues, señores propios pero también mantenían
actitud alerta
otros señores poderosos. Nunca se llevó a cabo nada
que, considerando en conjunto o en detalle, pudiera parecer una
guerra de conquista,
franca y declarada, pero muchos de los pasos que se efectuaron,
antes y durante la Cruzada, fueron suficientemente
explícitos. Si no se había producido un
enfrentamiento abierto era a causa de las actividades
bélicas en que estaban inmersos tanto Francia como
Cataluña, las cuales hacían que se pospusiera
cualquier decisión de intento de ocupación para un
impreciso futuro, cuando se hubiera agotado la lucha contra los
moros, por parte de la Corona de Aragón, y para cuando
Normandía y Aquí-tania estuvieran ya incorporadas a
Francia, por otra
". Así, el linaje francés de
los Ca-petos aducía razones jurídicas para hacerse
con la región ; ellos, en efecto, se consideraban
herederos de Carlomagno, y en consecuencia pensaban que los
señores del Midi, sucesores a su vez de los nobles
carolingios de la Marca Gótica, eran legalmente vasallos
suyos. Aquellos, por otra parte, pertenecían a familias
que estaban emparentadas más o menos directamente con la
monarquía catalano-aragonesa ; concretamente, como hemos
visto, Raimundo VI de Toulouse estaba casado con una hermana de
Pedro II de Aragón y I de Cataluña ; éste
había contraído a su vez nupcias con María,
heredera del vizconde de Montpellier, que de esta manera se
convertía en vasallo de los condes de Barcelona.
Además, los condes de Foix estaban emparentados con
linajes catalanes del Pirineo, y la Corona aragonesa no
tenía aún decidido en esos momentos por
dónde iba a llevar a cabo su política de
expansión[176]Y había otras razones que vinculaban
a ambas regiones ; Mestre comenta[177]

"Tal vez nunca como en aquellos siglos la gente de uno y otro
lado de los Pirineos ha estado tanto
en comunicación, en un contacto tan tranquilo
y sostenido. Mucho más real que hoy, con las facilidades
de comunicación y el afán turístico. A pesar
de las dificultades orográficas, los hombres y mujeres de
las dos vertientes de la cadena se conocían y
mantenían relaciones que, tanto en el caso de los
señores como de la gente del pueblo, acababan creando
redes familiares.
Había un poso romano en ninguna parte de la Gallia tan
desarrollado como en la Narbonense, en ningún lugar de la
Hispania tan enraizado como en la Tarraco-nense. Un poso que
había desembocado, entre otras características, en
una lengua casi común[178]Unas raíces comunes que,
en su entorno, habían creado una cultura original, en la
que los trovadores y el amor cortés humanizaban un
horizonte medieval por lo general adusto, guerrero y oscuro, con
un centro de irradiación occitana y una
comprensión inmediata en este lado de los Pirineos".

Como dice Rafael Dalmau, no resulta difícil suponer que
la nobleza catalana observase un comportamiento
similar a la occitana, es decir, anticlerical y tolerante para
con los herejes[179]"Y eso porque el poder y la riqueza que
habían atesorado los prelados y las jerarquías
eclesiásticas habían erigido una muralla
suficientemente fuerte como para separar al clero de la nobleza.
Por otro lado, a través de los Pirineos se llevaba a cabo
un continuo intercambio, no sólo de elementos de las
clases nobles, sino tam-bién de mercaderes, de trovadores,
de canciones y de ideas. Existía, además, un
encabalgamiento de hogares y de pactos políticos y
familiares. Todo ello no solamente con-tribuía a crear un
cierto confusionismo en las relaciones, sino que a la postre
hacía que unas tierras apareciesen como la
continuación de las otras
". Como consecuencia de lo
dicho, el catarismo se difundió rápidamente por
Cataluña en el siguiente orden cronológico[180]

  • a) Tierras fronterizas con Occitania[181]

"La herejía cátara penetró en primer
lugar en la llanura del Rosellón, donde se
estableció el reducto cátaro de Corberes. La mayor
parte de las grandes casas rosellonesas estaban emparentadas con
sus vecinos occitanos. Además, la fusión
de las familias y las relaciones comerciales, militares y
demográficas habían dado lugar a una comunidad de
intereses económicos y espirituales tan arraigada que era
imposible distinguir entre una y otra de aquellas regiones".

  • b) Tierras montañosas del Noroeste[182]

"En estos lugares la propagación del catarismo
adquirió una forma más parecida a lo que estaba
ocurriendo en los vizcondados de los Trencavel, al otro lado de
los Pirineos. Allí se verificaban los mayores esfuerzos
expansivos a costa de los bienes del clero y de los latifundios
monásticos, y se buscó el apoyo de la
herejía para garantizar éxito en aquel cambio de
las cosas establecidas que se estaba iniciando. Los Josa, los
Castellbò y también los condes de Foix, en el
cur-so de su enfrentamiento con la potencia del
obispado de Urgel, acabaron por proteger o incluso adoptar la
religión de los ancianos cátaros".

  • c) Tierras de repoblación[183]

"Muchos indicios nos llevan a pensar que las tierras de
Castellbò fueron algo así como el centro de la
expansión del catarismo por Cataluña. Unas
decla-raciones recogidas por los inquisidores después de
la toma de Montségur, fortaleza donde la presencia de
defensores catalanes fue más importante de lo que en un
principio se había creído, nos revelan que
partiendo de Castellbò o de Berga los llamados
"diáconos de Cataluña" iban a visitar a sus adeptos
de lugares tan lejanos como las tierras del Priorato o de
Lérida".

La principal razón de la difusión de las ideas
heréticas por tierras catalanas fue, en opinión de
Jordi Ventura[184]el comienzo de la formación, durante el
siglo XIII, de un sentimiento nacional que unía a los
habitantes de este país con los del Languedoc : a ello se
unía la eclosión ya mencionada de la
burguesía comercial, que desgajándose de la masa
sujeta buscaba la complicidad de los poderes feudales
tradicionales para garantizar unos intereses económicos
comunes[185]"El catarismo como religión organizada era
prácticamente inexistente en Cataluña al final del
siglo XII. Habían, no obstante, evolucionado las
circunstancias que favorecieron su establecimiento en el
Occidente europeo, o sea la aparición de aquella nueva y
poderosa clase de los burgueses merca-deres, que veían su
poder de expansión limitado por las trabas y los
privilegios de los grandes terratenientes, el mayor de los cuales
era la Iglesia. Cuando esta nueva clase tomó un nuevo
impulso expansivo, tras las dos grandes conquistas,
peninsular
[Murcia] y mediterranea [las Baleares],
Cataluña se transformó de un país
eminentemente agrí-cola en otro marítimo e insular,
y ambos brazos, burgués y noble, aplicaron sus
energías sobre las tierras recién conquistadas y
dejaron en paz las de la metrópoli que la Iglesia
poseía en abundancia
". Todo apuntaba en aquellos
momentos a la unión política de ambas regiones
limítrofes ; Pierre Durban comenta lo siguiente al
respecto[186]

"La historia
oficial que se enseña en Francia no ha querido recordar
que en 1213 Pedro II –prestigioso vencedor el año
anterior en un terrible avance contra los moros en Las Navas de
Tolosa- cruzó las montañas a la cabeza de una
fuerte expedición para liberar a su pariente
próximo Raimundo VI del verdugo cruzado. Su
ejército iba acompañado de una numerosa tropa de
notarios y juristas. ¿Qué iban a hacer esos
últimos a tierras tolosanas? Sin duda a negociar la
in-feudación definitiva del Languedoc al reino de
Aragón … Parece evidente que los notarios aragoneses
habían estudiado el establecimiento de un nuevo Estado
bicéfalo centrado en Barcelona y Toulouse, y por lo visto
Pedro II y Raimundo VI habían mantenido interminables
conversaciones al respecto previas al "milagroso" desastre de
Muret"[187].

La participación aragonesa en el conflicto
albigense a favor de los cátaros no fue, desde luego, por
motivos religiosos, ya que el rey Pedro II no sentía
ninguna simpa-tía hacia los herejes ; como constata
Dalmau, este monarca había reunido algunos años, en
1197, a los obispos catalanes en Gerona para discutir las medidas
que podían arbitrarse para frenar su avance[188]Los
primeros inculpados y perjudicados de la guerra albigense fueron,
por otro lado, vasallos del mandatario aragonés, como
Roger, vizconde de Béziers, contra el cual se
dirigió el primer embate de la cruzada. En ese sentido, y
teniendo en cuenta lo que disponían las leyes y costumbres
del feudalismo,
quedaba justificada la intervención activa de
Aragón a favor de sus intereses vasalláticos,
así como el interés que mostró Pedro II
hasta el último momento por encontrar una solución
pacífica al conflicto. Los acontecimientos inmediatamente
anteriores a la desdichada aventura de este rey se pueden resumir
como sigue[189]

  • A consecuencia del matrimonio de Ramón Berenguer
    III en 1112 con Dulce, heredera del condado de Provenza, se
    produjo la unión familiar de esta región con
    Cataluña.

  • Durante más de un siglo Provenza estuvo regida por
    príncipes de la casa de Barcelona ; la
    intervención catalana en los asuntos provenzales fue
    constante en esa época, y ambas regiones estuvieron
    bajo un único soberano con el citado Ramón
    Berenguer III (1096-1131) y con Alfonso el Casto
    (1162-1196).

  • Al morir Alfonso el Casto ambos países volvieron a
    separarse. Cataluña, Aragón y todas las tierras
    de la Galia meridional, desde Béziers hasta el puerto
    de Aspa, fueron para su primogénito Pedro, mientras
    que la Provenza pasó al dominio de su segundo hijo,
    Anfós.

  • Pedro el Católico (II de Aragón y I de
    Cataluña) se vio obligado, el año 1202, a
    intervenir militarmente en Provenza en ayuda de su hermano ;
    después de esta acción se casó con
    María de Montpellier, incorporando así
    nuevamente la Provenza a la Corona catalano-aragonesa.

  • Antes de morir Anfós I, Raimundo VI había
    sucedido a su padre en el con-dado de Toulouse ; en vista de
    la crítica situación de sus
    dominios y del empeoramiento de la cuestión albigense,
    éste decidió olvidar las viejas rencillas que
    le separaban de Cataluña y buscar allí
    amistades y alianzas fructuosas.

  • Pero II, por otro lado, entrevió en esta
    circunstancia posibilidades políticas, y por ello aceptó que
    su antiguo adversario Raimundo VI contrajese nupcias con su
    hermana Leonor.

Valls i Tabernes y Fernando Soldevila –citados por
Dalmau- comentan: "Con una política sutil en ocasiones
y violenta en otras, Pedro II buscaba colocar a todo e
Mediodía francés bajo su férula, unificando
oportunamente las tierras occitanas contra el peligro que las
acechaba procedente de Roma y de la Francia del Norte. Puede que
con la mirada puesta en ese peligro y con la idea de alejarlo de
sus reinos, o bien
para obtener la protección pontificia para la conquista de
las Baleares que tenía en proyecto, Pedro
II emprendió un viaje a Roma. En ese viaje fue coronado
solemnemente por el Papa. Pedro, vasallo de la Santa Sede, se
comprometía a defender la fe católica, respetar los
privilegios de la Iglesia, luchar contra la herejía y
satisfacer un tributo anual
". Como dice Dalmau, es posible
que este acto de sumisión a la Santa Sede por parte de
Pedro II de Aragón respondiese a la suposición de
que si ésta anatematizaba a los que habían sido sus
feudatarios y demandaba auxilio al poder secular, no
recurriría al rey de Francia para castigar a los herejes.
También parece lógico deducir que el monarca
aragonés, por sus vínculos familiares y
señoriales, no inspirase demasiada confíanza al
Papa Inocencio III y que éste esperase mantenerle sujeto
de esta manera ; y también resulta plausible imaginar que
el Papado considerara en realidad legítimo señor de
las tierras del Languedoc al rey de Francia y que aceptase el
vasallaje de Pedro II, al que únicamente coronó
–significativamente- como rey de Aragón, para
evitarse la ene-mistad del monarca francés, valioso e
imprescindible aliado en su enfrentamiento con el Imperio. Dalmau
concluye[190]

"Posiblemente los pobladores del Languedoc se imaginaban que
la Cruzada que se estaba predicando no sería más
que una cabalgada más o menos in-tensa ; en efecto, como
el país estaba habituado a las rivalidades continuas entre
los señores, creían seguramente que iban a poder
defenderse con los medios acostumbrados y por un tiempo no muy
largo. Por eso cuando aquel numeroso ejército de cruzados
que se había reunido se puso en marcha causó una
fuerte impresión en el país, según se afirma
en la Canción de la Cruzada, que habla de un
ejército como nadie había visto antes. Entonces, a
comienzos de Julio de 1209, se inició una triste historia
de desolación para la tierras occitanas".

Partes: 1, 2, 3, 4, 5
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