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Estado Globalización e Integración Regional (página 2)




Enviado por Donkan Fenix Davila



Partes: 1, 2

La premisa fundamental de la
globalización es que existe un mayor grado de integración dentro y entre las sociedades, el
cual juega un papel de primer orden en los cambios
económicos y sociales que están teniendo lugar.
Este fundamento es ampliamente aceptado. Sin embargo, en lo que
se tiene menos consenso es respecto a los mecanismos y principios que
rigen esos cambios.

Las teorías
económicas neoclásicas acentúan la
preeminencia de las ventajas comparativas (Klein, Pauly y Voisin
1985), los métodos
propios de las relaciones
internacionales resaltan las variables
geopolíticas (Keohane 1993, y Thompson 1991), mientras que
las perspectivas desde la teoría
de los sistemas
mundiales subrayan los intercambios desiguales (Amin 1989; Frank
1979; Wallerstein 1991). Estas aproximaciones ofrecen contrastes
en las interpretaciones del cambio a nivel
mundial.

De manera más particular, las principales áreas
de disputa en términos de la teoría de la globalización tienen relación con:
(a) el hecho de que los países pueden tener más de
tres áreas de colocación en el sistema mundial:
centro, semiperiferie y periferie (Schott 1986); (b) las
características de posición de varios países
en cuanto a compartir un mismo patrón de relaciones pueden
estar relacionadas con la formación de "camarillas" o
grupos de
fuerte o estrecha relación entre ellos y débil
agrupación con el resto, ocurriendo esta situación
especialmente a niveles regionales (Snyder 1989); (c) Aún
dentro de una misma posición de países, por ejemplo
dentro de la periferie, se pueden detectar variaciones
significativas entre las naciones, tales como tamaño de
las economías, demanda
efectiva interna, estructura de
exportación, y niveles de crecimiento y
desarrollo
económico (Smith 1992); y (d) existe fuerte evidencia
de que los patrones de concentración económica
entre naciones, especialmente en los campos del comercio
internacional y de las finanzas
mundiales; estos rasgos estarían asociados a los niveles
de desarrollo que
son abordados con insistencia por autores de la corriente
teórica del neoestructuralismo en el desarrollo (Cardoso
1992).

La
globalización como una teoría del
desarrollo

En términos generales la globalización tiene dos
significados principales:

Como un fenómeno, implica que existe cada vez
más un mayor grado de interdependencia entre las
diferentes regiones y países del mundo, en particular en
las áreas de relaciones comerciales, financieras y de
comunicación;

Como una teoría del
desarrollo, uno de sus postulados esenciales es que un mayor
nivel de integración está teniendo lugar entre las
diferentes regiones del mundo, y que ese nivel de
integración está afectando las condiciones sociales
y económicas de los países.

Los niveles de mayor integración que son mencionados
por la globalización tienen mayor evidencia en las
relaciones comerciales, de flujos financieros, de turismo y de comunicaciones. En este sentido, la
aproximación teórica de la globalización
toma elementos abordados por las teorías de los sistemas
mundiales. No obstante, una de las características
particulares de la globalización, es su énfasis en
los elementos de comunicación y aspectos culturales.

Además de las relaciones tecnológicas,
financieras y políticas,
los académicos de la globalización argumentan que
importantes y elementos nunca antes vistos de comunicación
económica están teniendo lugar entre naciones. Esto
se pone de manifiesto preferentemente mediante novedosos procesos
tecnológicos que permiten la interacción de instituciones,
gobiernos, entidades y personas alrededor del mundo.

Características de la
globalización

Los principales aspectos de la globalización son
resumidos en los puntos siguientes:

Los sistemas de comunicaciones globales están teniendo
un crecimiento importancia en la actualidad; es por medio de
estos procesos que las naciones, grupos
sociales y personas están interactuando de manera
más fluida tanto dentro como entre naciones;

Aún cuando los sistemas más avanzados de
comunicación están operando preferentemente entre
las naciones más desarrolladas, estos mecanismos
también están haciendo sentir sus efectos en las
naciones menos avanzadas. Esta situación puede permitir la
interacción de grupos a partir de las naciones más
pobres en su comunicación con otros centros más
desarrollados de manera más fácil. En esto
cobraría sentido hasta cierto punto el pregonado principio
de la aldea global en cuanto a las comunicaciones y las
transacciones comerciales y financieras;

Respecto a las actividades económicas, los nuevos
avances
tecnológicos en las comunicaciones están
llegando a ser cada vez más accesibles a pequeñas y
medianas empresas locales.
Esta situación está creando un nuevo escenario para
las transacciones económicas, la utilización de los
recursos
productivos, de equipo, intercambio de productos y la
presencia de los "mecanismos monetarios virtuales". Desde una
perspectiva cultural, los nuevos productos para la
comunicación están desarrollando un
patrón de intercambio e interconexión
mundiales;

El concepto de
minorías dentro de los diferentes países
está siendo afectado por los patrones de
comunicación. A pesar de que las minorías pueden no
estar completamente integradas dentro de los nuevos circuitos de
comunicación, reciben las influencias incluyendo el hecho
de que los sectores de mayor poder
económico y político si se están integrando
en la nueva esfera de interconexión. En última
instancia continua el factor de que son las élites de
negocios y
políticas las que determinan las decisiones
políticas dentro de los estados-nación;

Elementos de índole económica y social que se
haya bajo la influencia de las condiciones actuales del
fenómeno de la globalización ofrecen circunstancias
dentro de las cuales se desarrollan las condiciones sociales
dentro de los países.

Con base en los principales aspectos que incluye la
teoría de la globalización, los principales
supuestos de esta teoría se resumen en los siguientes.
Primero, factores económicos y culturales están
afectando cada aspecto de la vida social de una manera cada vez
más integrada. Segundo, en las condiciones actuales y
respecto a los estudios específicos de particulares
esferas de acción
-por ejemplo comercio,
finanzas o comunicaciones- la unidad de análisis basada estrictamente en el
concepto de estadonación
tiende a perder vigencia. . En particular las comunicaciones
están haciendo que esta categoría no posea como
antes, una preponderancia causal en muchos aspectos del comportamiento
a nivel de naciones.

Uno de los elementos claves de la globalización es su
énfasis en el estudio de la creciente integración
que ocurre especialmente entre las naciones más
desarrolladas. Esta integración afecta especialmente las
áreas de comercio, finanzas, tecnología,
comunicaciones y coordinación macroeconómica (DeMar
1992; Carlsson 1995). A nivel subsistémico, es decir
dentro de las sociedades de los países, se observa un
fenómeno de integración social, pero también
de creciente discriminación y marginalidad
económica en varios sectores (Sunkel 1995; Paul 1996;
Scholte 1996).

Durante los últimos años, el término
globalización ha sido utilizado preferentemente en
relación con la revolución
tecnológica en el área de comunicaciones y la
creación del cyberespacio. Sin embargo, uno de los
principales argumentos ya substanciales con las condiciones
actuales de la economía y los flujos informativos, que
incluso formulaba el concepto de la "globalización de los
mercados" en sus
formas actuales, puede ser encontrado en un artículo de
1983 firmado por Theodore Levitt en el Harvard Business
Review.

El aspecto funcionalista de la globalización es el que
distingue esta teoría del concepto de la
internacionalización económica. De conformidad con
Peter Kickens, la globalización contiene procesos que son
cualitativamente distintos de la internacionalización. En
ellos se involucra no solamente la extensión
geográfica de las actividades económicas, procesos
de internacionalización, sino también y más
importante, la integración funcional de actividades que
antes se encontraban dispersas. Esto último siendo el
rasgo peculiar de la globalización dentro de las
innovaciones tecnológicas más recientes. El actual
proceso de
globalización redunda, por ello, en la formación de
unidades funcionales a nivel planetario.

Perspectiva
histórica de la globalización

Una vez situado el término cultura en lo
relativo a sus antecedentes, resulta provechoso observar la
perspectiva histórica del fenómeno de la
globalización, tomando en consideración que el
proceso de integración funcional de actividades dispersas
de la sociedad
global se acelera con el surgimiento y evolución de las relaciones capitalistas de
producción. En el comportamiento de esta
dinámica incidieron múltiples
factores, destacándose los procesos de acumulación
que dieron lugar al desarrollo de ese modo de producción
durante los siglos XV y XVI.

Parafraseando a Marx según
su análisis en el Manifiesto
Comunista se podría indicar: que un lugar de
particular importancia en el desarrollo de una sinergia
global, lo desempeñó la formación y
desarrollo del mercado mundial,
mediante el cual la producción y el consumo de
todos los países tiende a asumir un carácter cosmopolita. En este contexto los
resultados han sido variados, siendo notorio la
sustitución de industrias cuya
introducción se transforma en
cuestión vital para todas las naciones civilizadas, y que
ya no emplean materias primas de un sólo país,
sino, trasladadas de las más lejanas regiones del mundo, y
cuyos productos no sólo se consumen en el propio
país, sino en todas las partes del globo terrestre.

De lo expresado se puede apuntar que los aspectos culturales
han acompañado simultáneamente los procesos
políticos, económicos y militares. Por lo que la
reflexión sobre la dimensión social y cultural de
la globalización está profundamente vinculada con
una mayor composición orgánica y técnica del
capital, con
una mayor intensificación de las relaciones sociales de
producción y con el avance del colonialismo, los cuales,
en su conjunto han puesto en contacto las más diversas
costumbres de vida y de solución de los problemas de
existencia humana.

Se puede indicar que el contenido social y cultural como
proceso, que remite a la dinámica de la
globalización son aspectos que han estado presentes a lo
largo de la historia de la humanidad, y
particularmente, su mayor omnipresencia ha estado asociado a las
relaciones capitalistas de producción. Hace 153
años Marx y Engels (marzo de 1848), refiriéndose a
los aspectos señalados expresaron:

"En lugar de las antiguas necesidades, satisfechas con
productos nacionales surgen nuevas, que reclaman para su
satisfacción productos de los más apartados y de
los climas más diversos. En lugar del antiguo aislamiento
de regiones y naciones que se bastaban asímismas, se
establece un intercambio universal, una interdependencia
universal de las naciones. Y esto se refiere tanto a la
producción material como a la intelectual. La
producción intelectual de una nación se convierte
en patrimonio
común de todas. La estrechez y el exclusivismo nacionales
resultan de día en día más imposibles; de
las numerosas literaturas nacionales y locales se forma una
literatura
universal"

Lo planteado permite observar que el proceso de
universalización de las relaciones sociales de
producción material e intelectual, es un fenómeno
que tiene una socialización intensiva o unidad de lo
diverso con el devenir de las relaciones capitalistas de
producción, debido a la vocación universal del
capital, lo cual está ligado también a la cultura
de consumo que promueve y a los modelos de
desarrollo que estimula, acelerando el proceso de
"socialización del sistema". Tal proceso por su naturaleza y
sus mayores alcances es reconocido a fines del siglo XX, casi
unánimemente por sus analistas como
globalización.

El concepto de globalización en su carácter
general se presenta con un carácter ambiguo, al admitir
distintos contenidos. Ello es manifestación de que este
proceso es una tendencia histórica resultante de diversos
procesos sociales de alcance mundial, que apuntan hacia una
sinergia global interconectando diferentes regiones y
países, en virtud de múltiples y complejas
interrelaciones, incluyendo no sólo el aspecto
económico, sino también social, político,
ideológico y cultural. Como tendencia este proceso produce
interconexiones de organizaciones
sociales geográficamente distantes entre sí e
intensifica interconexiones preexistentes

Por consiguiente, la globalización en su aspecto social
conduce a una reorganización del espacio
geográfico, al viabilizar una creciente interacción
e interdependencia de las distintas unidades constitutivas del
sistema mundial, lo cual lleva a modificar los ámbitos de
acción de sus actores, adquiriendo matices
heterogéneos en correspondencia con las interrelaciones
que se producen.

A nivel esencial la globalización es un proceso
objetivo,
resultado del desarrollo de las fuerzas productivas y de la cada
vez más desplegada intensificación de las
relaciones sociales de producción a lo largo y ancho del
escenario mundial intervinculando localidades distintas y
distantes, en un mundo heterogéneo en lo económico,
social, cultural, demográfico, político e
histórico. Esta heterogeneidad, integra a la
globalización de una naturaleza compleja y
multifacética, tanto por los ámbitos diferentes de
la vida social en que se desenvuelve, como por sus impactos, los
cuales, también son heterogéneos en su perspectiva
socio-clasista y en sus efectos, sobre las diferentes regiones,
países y clases
sociales.

A partir de la idea anterior y atendiendo a los contenidos
diferentes que se le asignan al proceso de globalización
es posible identificar "procesos globalizadores o globalizantes",
como un conjunto de fenómenos en plural

Partiendo de ello en este artículo se utiliza la
dimensión de globalización cultural
refiriéndose a esta como lo concreto, es
decir como un fenómeno que sintetiza distintos aspectos de
la realidad social, en lo que es conveniente apuntar que tal
concepción, no debe valorarse como equivalente de que las
características de este proceso son homogéneas a lo
largo y ancho del escenario mundial.

Criterios en torno a la
dimensión cultural de la globalización

En su acepción cultural la globalización es
conceptualizada de distintas maneras, de un parte, existen
autores que la definen como: "la fase actual de la modernidad
entendida como un intento de unificar los imaginarios culturales
mundiales, que se diferencia de la anterior por la existencia de
múltiples actores".

Este concepto sugiere que la globalización en lo
cultural tiene como centro a la modernidad, la cual en la
teoría es entendida de diversas formas. Por un lado, se le
alude como una noción de progreso, sin embargo por otra
parte, es interpretada como una visión totalizadora de la
realidad; como un fenómeno que no comporta un conjunto de
valores o
intereses en sí misma, y que se conforma por medio de la
matriz del
poder y las estructuras
del sistema de clases donde está enraizada.

Esta concepción vista de manera unilateral tiende a
mutilar el carácter objetivo de la globalización en
su aspecto cultural, debido a que se tiende a concebir
sólo el carácter impositivo con que ha actuado la
modernidad desde la lógica
dominante de los centros de poder. A nuestro entender, es de
particular importancia para el análisis de la
dimensión cultural de la globalización reconocer
que "el papel histórico progresivo del capitalismo
puede resumirse en dos breves tesis: aumento
de las fuerzas productivas del trabajo social y
socialización de este".

Desarrollo
histórico de la globalización

La semántica de la globalización, es
decir, el estudio del significado de una palabra que en los
años noventa ha entrado a formar parte del lenguaje
común prestándose a una multiplicidad de
interpretaciones, induce a definir la globalización como
un concepto polisémico. La expresión
globalización otorga unidad lingüística a una pluralidad de
significados, esto es lo que constituye la riqueza interpretativa
y disciplinar y también su intrínseca
ambigüedad política. En una
primera aproximación, por globalización se entiende
la liberalización del comercio y la
desregularización de los movimientos de capitales a
escala mundial
con el fin de universalizar el modelo de
crecimiento
económico y de sociedad occidental. Con la
expresión pensamiento
único, acuñada por Ignacio Ramonet, director de "Le
Monde Diplomatique", se entiende concretamente, como el proceso
de occidentalización del planeta, la reducción de
las diversidades locales (económicas, culturales,
étnicas, ambientales) a la única racionalidad
tecno-científica de los países desarrollados con la
generalización y la implosión de la lógica
de las empresas transnacionales y del capital financiero. Los
organismos internacionales encargados de imponer la racionalidad
occidental son el Fondo Monetario
Internacional (FMI), el Banco mundial
(BM) y l Organización Mundial del Comercio (Wto).
Las crisis
financieras de los años noventa, en particular la crisis
mejicana (1994-95) y la asiática (1997), han dado impulso
a la
organización de la resistencia
internacional contra los efectos desbastadores de la
globalización sobre las poblaciones de los países
pobres y de reciente industrialización. El intento fallido
de la millennium round del Wto (Seattle, 2 de diciembre de 1999)
gracias a las movilizaciones militantes de las más
diversas organizaciones no gubernativas (sindicatos,
organizaciones de consumidores, ecologistas, ATTAC), ha
demostrado que la organización de una
"globalización desde la base" es posible sobre el propio
terreno de las tecnologías más sofisticadas
(Internet) que han
contribuido a acelerar los procesos de "globalización
desde arriba".

La victoria de Seattle (Stop Wto Round, Paremos la "Ronda del
milenio" de la OMC, Nada
será como antes), también ha revelado la
insuficiencia política de los análisis de la
globalización en la óptica
del "pensamiento único". Según sus teóricos,
el significado de la victoria de Seattle se resume en el retorno
de la primacía de la representación
democrática sobre las lógicas mercantiles,
financieras y tecnocráticas. La salida política de
la resistencia a la globalización consiste en la constitución de grupos parlamentarios
llamado a trabajar sobre problemas del comercio, de los derechos de propiedad
intelectual, de los bosques, de los recursos
hidraúlicos, de la enseñanza, de la sanidad, de la
explotación infantil. El objetivo político es
construir una "verdadera democracia
internacional".

El análisis crítico que sostiene el éxito
político de la revuelta (parlamentarismo supranacional)
contra una globalización que privilegia la
circulación de las mercancías y del capital: la
exportación de bienes, de
servicios
financieros y de capital es una ventaja exclusiva para los
países del centro; en consecuencia, la resistencia
política contra la globalización es interpretada
como una primera victoria de los países del Sur contra las
organizaciones monopolísticas y las clases parasitarias
del Norte. El límite de este planteamiento, que pertenece
a la totalidad de la historia de las teorías del imperialismo,
es el separar el estudio de las perversiones del mercado
global, del análisis de los procesos productivos que
están en el origen de estas mismas disfunciones de la
circulación de las mercancías y de los capitales.
El eslogan anglosajón "Fix it or nix it", "ajusta o
elimina" es la regla de des-organización de instituciones
como el Wto, revela la combinación irresuelta de crítica
reformista y de iniciativa política que caracteriza el
esquema de interpretación de la globalización
según los teóricos del imperialismo.

La globalización se inscribe en la constitución
del mercado mundial, definida por Marx como el máximo
resultado histórico del capital. La generalización
de la explotación de la fuerza de
trabajo a
escala planetaria como "presupuesto y
resultado de la producción capitalista" es el elemento de
continuidad de la globalización en el interior del
desarrollo histórico del mercado mundial. En esta
trayectoria histórica, el crecimiento del comercio exterior
y del dinero mundial
contribuye en la globalización del capital como
relación social, una relación que se articula con
la división internacional del trabajo y con las relaciones
jerárquicas entre estados-nación. La actual fase de
la globalización está marcada por un mercado
mundial en plena recomposición sobre la base de la
intensificación de los flujos de comunicación, de
la deslocalización y concentración industrial, de
la internacionalización de los mercados de bienes y
servicios (aldea global), de la financiarización de los
procesos de acumulación (multiplicación de los
mercados bursátiles), del desmantelamiento del estado
social y de la redefinición del peso específico de
las potencias económicas. En este proceso de
globalización de las relaciones capitalistas de
producción, la división técnica del trabajo
converge en el espacio más rápidamente que el
costo de reproducción de la fuerza de trabajo, de
tal forma que los diferenciales salariales son utilizados para la
construcción reticular de las empresas a
escala transnacional como indicación de la
"concentración sin centro", para la descentralización flexible, controlada y
coordinada de las empresas de los países-centro.

La economía
mundial nunca ha sido solamente una economía
internacional, es decir, una economía fuertemente
orientada hacia el exterior sino que las principales entidades
son las economías nacionales. La determinación de
relaciones asimétricas, vehiculadas por el sistema
monetario y financiero internacional, entre Centro y Periferia,
Norte y Sur, desarrollo y subdesarrollo,
representa de siempre, incluso en el periodo del gold
estándar, el elemento global para el crecimiento
económico internacional. No es ni siquiera imaginable, en
contraposición al esquema de la economía puramente
inter-nacional, una economía completamente globalizada, un
sistema mundo en el que las economías nacionales aisladas
son sometidas y rearticualdas por el sistema de procesos y
transacciones que se autonomizan completamente de los
enraizamientos sociales de las economías locales. Con la
globalización la determinación local
(metropolitana) y regional de los procesos de producción y
de distribución de la riqueza mantiene y
además refuerza de manera conflictiva la dimensión
inter-nacional en el interior de la economía global. La
hibridación entre dimensión inter-nacional y la
vocación global del desarrollo económico mundial
explica el paradójico resultado del análisis
evolucionista de estudiosos como P. Hirst, G. Thompson [Hirst,
P., Thompson, G., La globalizzazione dell"economia, Editori
reuniti, Roma 1997],
según los cuales la economía mundial era,
comparativamente, más "global" en el periodo entre el 1870
y el 1914 (mayor intensidad del movimiento de
capitales para inversiones
directas en el exterior y mayores flujos
migratorios) y aún más "inter-nacional" en el
periodo entre el 1980 y los años noventa (mayor
concentración productiva y logística en los países de origen de
las propias empresas multinacionales).

El mérito de las interpretaciones "continuistas" de la
globalización, más que en la propuesta de reforzar
la gestión
institucional y la regulación inter-nacional de la
economía mundial, consiste en demostrar a que impasse
conducen los análisis de la globalización que no
ponen en el centro de atención las modificaciones de los modos de
producción y las transformaciones de la naturaleza del
trabajo. Las consecuencias de la globalización sobre la
vida de las personas en los países desarrollados,
más que en los países pobres o en vías de
desarrollo, las especificaciones de los movimientos de capitales
y del nuevo capital financiero desde el punto de vista del
ahorro obrero
(renta de pensiones) y la financiarización de las
economías domésticas, el análisis de las
nuevas formas de la violencia
organizada en la edad global, son interpretaciones del
fenómeno de la globalización que tienden a
individuar los elementos de discontinuidad en el proceso
histórico de creación del mercado mundial.

En el modelo de crecimiento postfordista la esfera de la
circulación de las mercancías está sometida
directamente a los procesos de producción y
valorización del capital, es decir, que a la vez define en
términos de biopolítica las modalidades de control, de
regulación y de reproducción de la fuerza de
trabajo a escala planetaria. La crisis de la relativa
autonomía de las regulaciones monetarias del ciclo
económico, la subordinación de las políticas
de los bancos centrales,
en primer lugar, de la Reserva federal a las dinámicas de
los mercados bursátiles y a la valorización de los
fondos de pensiones, son la otra cara de la subsunción
directa de la circulación a la producción de la
riqueza social. Con la liberación de los fondos de
pensiones y del ahorro colectivo para los títulos de deuda
del estado social y los títulos de acciones y
obligaciones
de los mercados bursátiles se certifica el carácter
omnívoro de los procesos postfordistas de
producción de riqueza, la "puesta a trabajar" de la propia
vejez con la
superación de la separación keynesiana entre ahorro
e inversión.

La naturaleza lingüística del trabajo postfordista
y la virtualización de los procesos
técnico-productivos (digitalización de los sistemas
productivos, aceleración de los flujos de información y superposición de la
dimensión producto y de
la dimensión servicio de
las mercancías) modificando radicalmente el cuadro de
procesos de producción de riqueza a escala mundial. Bajo
este perfil, la globalización es definible como paso de
las clásicas dinámicas del imperialismo a la
lógica del Imperio. La globalización como imperio
es la organización mundial de la subsunción de la
circulación en la producción, la "puesta a
trabajar" de la vida de la fuerza de trabajo en la fábrica
global. La cara oculta monetaria de la subsunción real es
la desinflacción, el crecimiento no-inflaccionista, la
producción de una excedencia estructural de riqueza social
que las tradicionales maniobras sobre tasas de
interés para la regulación de los ciclos
económicos ya no logran vehicular sin agravar la
inestabilidad del sistema
financiero global. Con la globalización del imperio
las crisis financieras están circunscritas, aunque eso no
corta de ninguna manera la gravedad de sus efectos sobre las
poblaciones locales. Las exportaciones de
mercancías y capitales que han caracterizado al
imperialismo histórico, la globalización
añade la exportación del ahorro colectivo en
búsqueda de rendimientos tales como contrabalancear los
efectos monetarios del crecimiento no-inflaccionista (no
intermediación bancaria como resultado de la
reducción progresiva de las tasas de intereses). En este
proceso, la inestabilidad financiera y monetaria global
está determinada por movimiento de capitales a corto
plazo, movimientos condicionados cada vez menos por la
especulación "en sí", pero cada vez más
determinadas por tasas de envejecimiento y por los ciclos de vida
de las poblaciones de los países-centro. La presión
demográfica de los países de las periferias del
imperio aumenta con el aumentar de la subsunción real.

El paso del imperialismo al imperio problematiza el esquema
jerárquico de la división internacional del trabajo
y las asimetrías entre Centro y Periferia porque con los
flujos de valores a escala mundial, con la distribución
desigual de la riqueza, efectúa resistencia el cuerpo de
la fuerza de trabajo global, su multiplicidad. Para funcionar, el
imperio debe ejercitar un control sobre la reproducción de
la fuerza de trabajo que tiende a anular la diversidad
identitaria (étnica, religiosa, cultural) generando blur
communities, comunidades de la indistinción. La
lógica financiera que caracteriza la globalización
imperial balcaniza el cuerpo de la fuerza de trabajo global en el
momento mismo en el que dicta las políticas
económicas de los gobiernos de los
estados-nación.

La ejemplaridad de la "guerra
humanitaria" de los Balcanes consiste en haber puesto en
evidencia la contradicción entre las políticas
financieras globales, las intervenciones del FMI y de la comunidad
financiera internacional que a partir de los primeros años
ochenta, han llevado a la progresiva disolución de la
vertiente institucional de la ex Yugoslavia, generando altas
tasas de paro y
pobreza, y la
explosión de la multiplicidad del cuerpo de la fuerza de
trabajo de los Balcanes con la forma de la guerra étnica.
El carácter humanitario de la intervención de la
NATO ha puesto en crisis la centralidad del cuerpo de la fuerza
de trabajo, la centralidad del tenerse cuidado del cuerpo en
todas las dimensiones de la época imperial de la
globalización, el conflicto
irresuelto entre la determinación supranacional de los
procesos de acumulación y la ontología del cuerpo colectivo, su
naturaleza irreductiblemente múltiple. En el imperio de la
globalización los derechos humanitarios son similares a
los elementos inmateriales, la componente de servicio de los
productos, con la diferencia que para los productos el elemento
inmaterial define relaciones de reciprocidad, mientras en el caso
de los derechos el elemento inmaterial los define como conceptos
sin cuerpo, actos lingüísticos que se realizan
disolviendo los lazos de reciprocidad, balcanizando la naturaleza
colectiva del cuerpo humano.
Después de Seattle, solamente la
república de las multitudes puede contraponerse a la
globalización.

La
globalización desde 1492 a 1945, del
mercantilismo al
capitalismo en nuestros días

La necesidad de un método
válido y confiable apareció como una exigencia
fundamental para el quehacer científico. Los
espíritus más progresistas se dispusieron a buscar
nuevos criterios metodológicos. Los límites
espaciales y cronológicos del mundo moderno

El prisma eurocentrista desde el que se concibe la edad moderna
es la consecuencia de la valoración que el pensamiento
europeo-occidental ha hecho de unos procesos básicos y
característicos de la cristiandad occidental a lo largo de
un dilatado periodo de tiempo. En
este sentido, la geografía de la
modernidad estará delimitada por Europa,
concretamente Europa occidental, y por la magnitud de la
expansión de su civilización desde el inicio de los
tiempos modernos.

Pero la conceptualización del mundo moderno y sus
límites espaciales y cronológicos son objeto de
diferentes aproximaciones desde la propia historiografía
de Europa occidental. La historiografía tradicional
francesa, por su lado, considera que la edad moderna transcurre
entre los siglos XVI y XVIII, situando sus comienzos en torno a
la caída de Constantinopla en 1453, al descubrimiento de
América en 1492 y al fenómeno cultural del
renacimiento, en
tanto que emplaza su final en el derrumbamiento de la vieja
monarquía y el proceso revolucionario
iniciado en 1789 (Revolución
Francesa), con el que se iniciaba la contemporaneidad. En
cambio, en la historiografía anglosajona el término
"moderno" hace referencia a un periodo más prolongado y
móvil. En consecuencia, la duración de los tiempos
modernos tradicionalmente se ha situado tras el renacimiento,
hacia el año 1600, y su final tiende a prolongarse en el
tiempo hasta el siglo XX. La delimitación de su ocaso
puede variar según las diferentes historiografías,
en virtud del propio ritmo histórico de cada pueblo: por
ejemplo, en 1848, en las naciones de Europa central; o en 1917
para Rusia.

De cualquier modo, y aunque la historiografía
occidental ha tendido a situar la edad moderna entre los siglos
XVI y XVIII, la consideración de acontecimientos puntuales
de singular relieve en
modo alguno son significativos sin la valoración de los
procesos de cambio a nivel estructural en el devenir de las
sociedades. Así, los inicios de la edad moderna
difícilmente pueden ser comprensibles sin atender al
despertar del mundo urbano en Occidente desde el siglo XIII, al
clima de
intenso debate
religioso que preludia la Reforma iniciada en el siglo XVI, a los
primeros síntomas de cambio en los comportamientos de la
economía hacia formas precapitalistas o al proceso de
conformación de los primeros estados modernos desde
finales del siglo XV. Del mismo modo, el final de la edad moderna
habrá de ser igualmente flexible en virtud de los procesos
constitutivos de la quiebra y
desintegración del Antiguo Régimen, cuya
transición tendrá un ritmo y una duración
variable según las diferentes realidades históricas
de cada pueblo, y que a grosso modo podemos dilatar desde finales
del siglo XVIII hasta el siglo XIX, y aún en algunos casos
hasta el propio siglo XX. En consecuencia, las transiciones hacia
la modernidad y hacia el fin de la misma diluyen sus
límites tanto en el Medievo como en la
contemporaneidad.

Los rasgos esenciales de la modernidad

La modernidad en su origen y en su esencia es un
fenómeno europeo, pero la emergencia, extraversión
y expansión de Europa le conferirán una
dimensión mundial, a través de la presencia y la
interacción de los europeos con otras civilizaciones de
ultramar.

Como fenómeno esencialmente europeo los rasgos de la
modernidad ilustran unas pautas de cambio profundo en la
configuración del universo social,
no sin variaciones según los diferentes pueblos de Europa.
En el ámbito de las creencias, el hecho más
elocuente del inicio de la modernidad es la quiebra de la unidad
cristiana en Europa central y occidental, precedido del agitado
caldo de cultivo de las herejías y las contestaciones
críticas a la Iglesia romana
en la baja edad media y
que culmina en la Reforma protestante y el inicio de un largo
ciclo de las guerras de
Religión
desde principios del siglo XVI. Asimismo, la
secularización del saber, la consolidación de
la ciencia y
el avance del librepensamiento, basados en el pilar de la
razón, generarán actitudes
críticas hacia las religiones
reveladas.

Estos cambios en la atmósfera cultural y su
manifestación en los avances tecnológicos
revolucionarán los hábitos materiales de
las sociedades europeas y su visión y relación con
el entorno a escala planetaria. Los nuevos inventos, en la
navegación y en el campo militar, por citar dos ejemplos,
facilitarán los descubrimientos geográficos y la
apertura de nuevas rutas de navegación hacia los mercados
de Extremo Oriente y hacia el Nuevo Mundo. En un plano más
amplio, el nuevo marco cultural perfilado en el renacimiento y el
humanismo
generarán un escenario en el desarrollo del saber donde
el hombre
ocuparía un lugar central, cuya proyección
alcanzaría su más elocuente forma de
expresión en el espíritu de la
Ilustración en el siglo XVIII y la
configuración de Europa como paradigma de
la modernidad.

Desde una perspectiva socioeconómica, la lenta pero
progresiva implantación de formas protocapitalistas,
vinculadas al desarrollo del mundo urbano desde los siglos XII y
XIII, y el creciente peso de la actividad mercantil y artesanal
en unas sociedades todavía agrarias, irán
definiendo los rasgos de la sociedad capitalista. Aquellas
transformacio.es económicas transcurrirán paralelas
al proceso de expansión de la actividad económica
de los europeos en otros mercados mundiales, bien ejerciendo unas
relacio.es de explotación sobre sus dependencias
coloniales o bien en un plano más igualitario, en primera
instancia, en otras áreas del globo, como expresión
de la emergencia mundial de las potencias europeas. Asimismo,
conviene observar la traslación del eje de la actividad
económica, y también geopolítica, desde el Mediterráneo,
que no obstante seguirá jugando un papel crucial en la
historia de los europeos en su relación con ultramar,
hacia el Atlántico.

Las transformacio.es económicas transcurrieron. Parejas
e indisociables a ciertos cambios en la estructura
social del Antiguo Régimen. Entre éstos, el
protagonismo de nuevos grupos sociales muy dinámicos en su
comportamiento, tradicionalmente asimilados al complejo concepto
de burguesía, los cuales recurrirán a distintas
estrategias tanto
de corte reformista como revolucionario para su promoción social y política y la
salvaguardia de sus intereses económicos. Movimientos que
no convienen simplificar y superpo.er a otros fenómenos
sociales que atañen a otros sectores de la población, tanto agraria como urbana, de
carácter más revolucionario, como se pueden
observar en el siglo XVII en el marco de la revolución
inglesa; o las estrategias de los grupos tradicionales de poder
para frenar o .neutralizar esos movimientos mediante la
cooptación de esa burguesía emergente o mediante el
recurso a prácticas represivas. De cualquier modo, estas
pautas de transformación social conducirían con
mayor o menor celeridad y con las peculiaridades propias de cada
sociedad a la antesala del ciclo de revolucio.es burguesas que se
iniciaría desde finales del siglo XVIII y que
supondría, en términos generales, el
desmantelamiento del Antiguo Régimen.

Desde la perspectiva política, el fenómeno
más relevante es la configuración del Estado
moderno, las primeras monarquías nacionales, las cuales se
irán abriendo paso a medida que se diluya la idea medieval
de imperio cristiano a lo largo de las luchas de religión
del siglo XVI. El nacimiento del Estado moderno concretará
la expresión de nuevas formas en la organización
del poder, como la concentración del mismo en el monarca y
la concepción patrimonialista del Estado, la
generación de una burocracia y el
crecimiento de los instrumentos de coacción, mediante el
incremento del poder militar, o la aparición y
consolidación de la diplomacia, conjuntamente al
desarrollo de una teoría política ad hoc.
Fórmulas que culminarían en el Estado
absolutista del siglo XVII o en los despotismos ilustrados del
siglo XVIII, pero que no pueden ocultar la complejidad de la
realidad política europea y el desarrollo de modelos de
gobierno
alternativos, como las formas parlamentarias que se fueron
implantado desde el siglo XVII en Inglaterra, y que
vaticinan en la práctica y en sus teorizacio.es el
posterior desarrollo del liberalismo.

En su dimensión internacional, la emergencia y la
configuración de la Europa moderna perfilarán una
nueva visión y una inédita actitud hacia
el mundo, y en esa perspectiva la modernidad implica el inicio de
los encuentros, y también desencuentros, con otras
civilizacio.es a lo largo del globo.

Os descubrimientos geográficos y las nuevas
posibilidades habilitadas por las innovacio.es técnicas
transformarán radicalmente la visión que del mundo
tendrían los europeos. Un cambio de actitud que
conjuntamente con las transformacio.es socioeconómicas,
culturales y políticas llevará a los europeos a
expresar su extraversión hacia ultramar y concretar en el
plano internacional la emergencia de Europa. En ese proceso, los
europeos entrarán en contacto con otros mundos y con otras
civilizacio.es, no siempre con un ánimo dialogante, sino
con la pretensión de impo.er sus formas de
civilización, o dicho de otro modo, con la
intención de crear otras Europas, siempre que encontraran
las circunstancias adecuadas para hacerlo. Es cierto que en el
caso de América, el Nuevo Mundo se convirtió
en el punto de destino de las utopías del viejo
continente, pero en el plano ge. Eral de la política
europea hacia estas áreas, como más adelante
ocurriría con. La expansión europea por otros
continentes, se plantearía en términos de
desigualdad en favor de las metrópolis europeas.

Por último, la emergencia y la progresiva
hegemonía mundial europea acabaría influyendo en el
desarrollo de las relacio.es internacionales, en la misma
proporción que su expansión por el globo,
aún lejos a finales del siglo XVIII de lo que sería
la culminación de las prácticas imperialistas y de
la hegemonía europea en vísperas de la I Guerra Mundial.
La crisis del universalismo imperial y pontificio (la
Christianitas medieval) entre los siglos XIV y XVI dejará
paso a una nueva realidad internacional europea definida por el
protagonismo de los estados modernos, la pluralidad de los
estados soberanos, y la configuración del "sistema de
estados europeos", cuya acta de nacimiento bien puede datarse en
la Paz de Westfalia de 1648. Los estados, y concretamente las
grandes monarquías europeas de los siglos XVII y XVIII,
serán el elemento predominante en las relacio.es
internacionales de la edad moderna y al designio de éstos
quedará relegadas la suerte de las posesio.es europeas de
ultramar y las posibilidades de penetración en otros
mercados extraeuropeos.

Cambios y permanencias en el mundo moderno

Buena parte de la historiografía modernista sigue
manteniendo una división trifásica de la
evolución de dicho periodo histórico, aunque
introduciendo matices y observacio.es que se han ido suscitando a
medida que se ha ido revisando la historiografía
tradicional occidental. En este sentido, se distingue un primer
periodo, ajustado a un "largo siglo XVI", entre mediados del
siglo XV y las últimas décadas del siglo XVI, de
nacimiento de los tiempos modernos y en el que se comienzan a
manifestar con notoria claridad los rasgos de la nueva
época y la disolución del mundo medieval; un
periodo de reajuste y crisis, entre las últimas
décadas del siglo XVI y las décadas centrales de la
segunda mitad del siglo XVII, marcado por tensio.es sociales y
económicas de desigual impacto en los diferentes estados,
reajustes en la correlación de fuerzas entre las potencias
europeas a lo largo de la guerra de los Treinta Años, y de
cambios importantes en las fórmulas de organización
del poder en los estados; y una tercera etapa, iniciada en las
décadas finales del siglo XVII hasta las últimas
décadas del siglo XVIII, con el inicio del ciclo
revolucionario, caracterizado por la recuperación
económica y demográfica, aunque en algunos casos
perdurará el estancamiento, el desarrollo del
espíritu de la Ilustración y la consolidación de
dos modelos políticos (el despotismo o el absolutismo
ilustrado) y la monarquía parlamentaria inglesa, junto a
otros factores indicativos de cambio en términos
político-ideológicos, como la Independencia
estadounidense y la Revolución Francesa, o en
términos socioeconómicos a raíz de las
primeras manifestacio.es de la industrialización en
Inglaterra.

Pero en la consideración crítica de los cambios
y los rasgos de la modernidad se ha de ser extremadamente
cauteloso al estudiar las diferentes realidades históricas
de los pueblos y los estados, considerando su propia
idiosincrasia y su propio ritmo evolutivo, tanto dentro como
fuera del ámbito europeo. Y asimismo, se ha de considerar
el alcance social de los cambios y la inercia de las
permanencias, puesto que a lo largo de la edad moderna es mucho
más lo que permanece que lo que cambia respecto a la edad
media, si apreciamos la estructura y los comportamientos
demográficos, la naturaleza agraria de las sociedades
europeas, o la naturaleza de las relacio.es sociales en el marco
de la sociedad estamental. La misma apreciación se puede
plantear para definir los límites de la edad moderna y el
inicio de la contemporaneidad en virtud de la pervivencia del
Antiguo Régimen, a raíz de las pautas de cambio y
continuidad en las esferas económica, social,
político-ideológica y cultural, en los diferentes
pueblos y dentro de las mismas sociedades nacionales.

Edad Contemporánea

Periodo histórico que sucede a la denominada edad
moderna y cuya proximidad y prolongación hasta el presente
le confieren unas connotaciones muy particulares por su
cercanía en el tiempo. Benedetto Croce, filósofo
italiano de la primera mitad del siglo XX, afirmaba que la
"historia es siempre contemporánea" y si ciertamente la
historia tiene como centro al hombre, no
menos cierto es que ésta tiene como centro al hombre
actual. En consecuencia, si la visión del pasado remoto
está condicionada por las circunstancias y la mentalidad
del hombre actual, también lo estará, y en mayor
medida, el pasado reciente tan cercano a su experiencia
vital.

El término, acuñado desde la
historiografía occidental y plenamente asumido como
referencia cronológica, se aplica a un objeto
histórico con entidad en sí mismo y, por tanto, no
se le considera como un último tramo de la historia
moderna. No obstante, la determinación de sus
límites y su evolución siguen siendo objeto de
controversia entre las distintas historiografías
nacionales, en virtud de la diferente concepción en torno
al significado de la contemporaneidad, o la posmodernidad,
como la han denominado algunos especialistas. Desde la
historiografía francesa, el concepto de contemporaneidad y
de historia contemporánea se introdujo en la reforma de la
enseñanza secundaria de Victor Duruy en 1867,
estableciendo sus orígenes desde 1789. En la
historiografía anglosajona, donde la concepción de
la modernidad es más elástica, la contemporaneidad
resulta más dinámica en la medida en que une al
presente un pasado muy próximo. De cualquier modo, en toda
la historiografía occidental persiste la controversia en
torno a la naturaleza y el contenido semántico de lo
contemporáneo. Un concepto que, asimismo, ha sido
afrontado desde diferentes actitudes intelectuales
a lo largo del tiempo, como puede apreciarse en el rechazo de la
historia positivista de conferir la dignidad de la
historia a la actualidad o el creciente interés
desde la década de 1960 por abarcar el pasado más
inmediato desde la historia, en diálogo
permanente con las demás ciencias
sociales. Desde esta perspectiva han ido aflorando,
especialmente desde los años ochenta, los estudios sobre
la historia del tiempo presente, u otras denominaciones como
historia reciente o historia del mundo actual, para referirse a
un periodo cronológico en que desarrollan su existencia
los propios actores e historiadores.

La especificidad y los límites del mundo
contemporáneo

En sus orígenes, la controversia sobre la especificidad
y los límites del mundo contemporáneo se
desarrolló dentro de un marco esencialmente occidental y
eurocentrista, pero la compleja y heterogénea naturaleza
de éste y los cambios sobrevenidos en Occidente han
influido en la revisión de estos postulados hacia
horizontes más amplios, acordes a la globalidad del
mismo.

La cercanía en la memoria
histórica, sus difusos contenidos por tratarse de procesos
inconclusos que percuten en el presente y mediatizan el porvenir,
la asincronía y las peculiaridades con que las sociedades
se insertan o no en los parámetros de la contemporaneidad,
así como su proyección hasta el presente y, por
tanto, su carácter esencialmente dinámico y
abierto, ilustran la especificidad de ésta respecto a
otras eras del pasado.

Tradicionalmente, la historiografía europea occidental,
y en concreto la francesa, ha emplazado los orígenes de la
contemporaneidad en el ciclo revolucionario iniciado en 1789
(Revolución Francesa), enmarcándola más
adelante en los cambios estructurales asociados a la
disolución del Antiguo Régimen. La asunción
de estos criterios, de cualquier modo, son vinculados por las
diferentes historiografías nacionales a su propia
singularidad histórica: 1808, en el caso español a
partir de la guerra de la Independencia; 1848, en los
países de Europa central a raíz de la oleada
revolucionaria que tuvo lugar en aquella coyuntura (revoluciones
de 1848); o el agitado periodo revolucionario entre 1905 y 1917
en la Rusia imperial que desembocó en la Revolución
Rusa. La transición de una era a otra se asocia a dos
procesos fundamentales: la aparición de la sociedad
capitalista, cuyos síntomas iníciales y primer
modelo se forjaron en Gran Bretaña con la primera Revolución
Industrial; y las revoluciones burguesas, que irán
jalonando la transición hacia un modelo social y hacia
fórmulas de organización del poder diferentes de
las del Antiguo Régimen. En la historiografía
anglosajona, los inicios de la contemporaneidad se sitúan
en el siglo XX, no sin disparidad de criterios a tenor de
cómo se interprete el término. El historiador
inglés
Geoffrey Barraclough escribía en 1964 que la historia
contemporánea "empieza cuando los problemas reales del
mundo de hoy se plantean por primera vez de una manera clara", y
que "hasta 1945 el aspecto más destacado de la historia
reciente era el fin del antiguo mundo".

La proyección de la contemporaneidad hasta el presente
constituye uno de sus rasgos más peculiares, pero
precisamente esa cercanía al presente dificulta su
periodización interna. Las opciones planteadas por los
historiadores son múltiples, proponiendo desde la
división en una alta y una baja edad contemporánea,
la distinción entre un siglo XIX largo y un siglo XX
corto, o la diferenciación entre la contemporaneidad
propiamente histórica y la historia actual o del tiempo
presente, cuyos límites internos son objeto de continua
discusión. De cualquier modo, lo evidente es que el cambio
de las estructuras, siempre lento y por debajo de la
aceleración del tiempo histórico en determinadas
coyunturas, se sitúa en un proceso de transición
desde la modernidad al mundo contemporáneo, en el caso de
mantener esa proyección lineal del tiempo, cuyos rasgos
aparecen mejor delineados a medida que avanza el siglo XX, y en
la que cada sociedad habrá trazado un itinerario con su
propio ritmo y peculiaridades. Del mismo modo, se podría
afirmar que el carácter global e interdependiente del
mundo contemporáneo ha facilitado un mejor conocimiento
del mismo y la constatación de la concurrencia de
sociedades cuyos ritmos históricos son diferentes y que
reaccionan de forma plurivalente hacia lo que Occidente ha
definido como constitutivo de lo contemporáneo.

Los fundamentos de la contemporaneidad

Partiendo de estas consideraciones previas y enfatizando el
fenómeno de la transición en la
configuración de la contemporaneidad, desde una
concepción amplia y global, y en la que conviven elementos
de permanencia de la modernidad con las fuerzas y tendencias de
cambio, conviene tener en consideración dos planteamientos
previos: en primer término, la tendencia hacia la
universalización de la civilización occidental, en
clave de imposición, por lo general, a partir de su
supremacía tecnológica y material y de la
proyección de su modelo de sociedad como paradigma de
modernización, que le ha llevado a desarrollar una
relaciones desiguales con otras civilizaciones; y en segundo
lugar, la presencia de otras civilizaciones, cuyas actitudes
varían según el caso y los diferentes momentos
históricos frente a la tendencia uniformizadora de
Occidente y reivindicadoras de su propia identidad, sin
cuya consideración difícilmente podría
comprenderse el mundo contemporáneo.

En el ámbito de lo político, uno de los rasgos
más ilustrativos de la contemporaneidad es la
creación y extensión del Estado-Nación y de
los fenómenos intrínsecamente vinculados al mismo,
como el nacionalismo,
cuyo nacimiento tuvieron lugar en el continente europeo y cuya
generalización a lo largo de todo el globo están
fuera de toda discusión. La reivindicación y
extensión del derecho a la autodeterminación
—esgrimido tanto desde planteamientos democráticos
como marxistas—, el rebrote de los nacionalismos en Europa
central y oriental (tras las revoluciones de 1989 y el final de
la Guerra
fría), el protagonismo de los estados en las
relaciones internacionales o la descolonización ponen de
relieve la vitalidad del Estado-Nación. Una realidad que,
en modo alguno, puede ocultar las dificultades para plasmar ese
concepto no sólo en el mundo extraeuropeo sino en partes
de la vieja Europa, y que han sido a menudo motivo de sangrientos
conflictos. En
un mismo plano, habría que incluir los modelos
político-ideológicos que generados y suscitados
desde Europa habrían de tener una amplio eco en el mundo,
como las formas liberales y democráticas, los fascismos o
el socialismo, que
según diferentes épocas y las distintas realidades
sociales se intentaron plasmar con mayor o menor fidelidad o con
un consciente afán de búsqueda de una
adaptación original. En ciertos casos, el fracaso de estas
fórmulas ha impulsado la búsqueda de soluciones
originales inspiradas en la propia tradición, como puede
observarse en algunos ejemplos del mundo islámico.

En el ámbito económico, el capitalismo se ha
convertido en el marco conceptual y estructural sobre el que se
configura la actual economía mundial. El proceso iniciado
en Europa, concretamente en Gran Bretaña, y su progresiva
expansión, no sin fuertes convulsiones y desequilibrios
desde sus primeros momentos, ha alcanzado una dimensión
planetaria. Tras los reajustes industriales, mercantiles y
financieros posteriores a la II Guerra Mundial, el capitalismo ha
generado unas posibilidades de consumo insospechadas. Un proceso
posibilitado por los avances de la ciencia y de
la tecnología y la creciente interdependencia
económica, favorecido, entre otros factores, por la
progresiva concentración de la riqueza, en manos de un
pequeño grupo de
estados, en entidades económicas como las multinacionales
y en organismos internacionales como el Fondo Monetario
Internacional o el Banco Mundial que
dictan las pautas de comportamiento económico de los
estados. Un sistema que de forma permanente se ha basado en una
relación desigual en favor de los actores que han
mantenido una posición hegemónica en el sistema
económico y fomentado unas relaciones de dependencia,
antes bajo formas de colonización en la era del
imperialismo o en la actualidad mediante la perpetuación
de los desequilibrios Norte-Sur. Una influencia que
también se ha manifestado en la propia concepción
de las teorías y modelos
económicos, y que se ha agudizado tras el fracaso del
socialismo real y el escaso efecto de las propuestas realizadas
en pro de un nuevo orden económico internacional
más justo.

Uno de los cambios aparejados al desarrollo de las sociedades
industriales en Europa desde el siglo XIX fue el cambio en el
comportamiento demográfico y el crecimiento de la
población. A lo largo del siglo XX, la explosión
demográfica ha sido uno de los fenómenos de mayor
relevancia y, de hecho, se ha convertido en uno de los grandes
problemas globales que se le plantean a la humanidad de cara al
próximo milenio. Asimismo, a lo largo del siglo XX se ha
configurado y generalizado la sociedad de masas tendente a
disfrutar de altos e igualitarios niveles de vida, consumo y
bienestar, pero cuya materialización presenta grandes
disfuncionalidades ya se trate de poblaciones que tienen acceso
al desarrollo o viven sumidas en el subdesarrollo.
Indudablemente, los problemas
sociales que aparecen en cada universo social son
radicalmente diferentes, pero en el caso de estas últimas
se plantea la frustración ante el hito de la
modernización y la experiencia vivida respecto a la misma.
Estas condiciones plantean un desequilibrio constante para
aquellas sociedades, provocando fenómenos complejos de
alcance mundial como las migraciones desde el Sur hacia el Norte
o la búsqueda de soluciones revolucionarias, que en
ocasiones ponen de relieve las reticencias hacia Occidente o la
debilidad de las estructuras incorporadas desde Occidente, por
ejemplo el Estado-Nación, como se ha puesto de manifiesto
en los estados centroafricanos a finales del siglo XX.

La fisonomía del mundo contemporáneo
sería difícilmente comprensible sin apreciar la
transcendental importancia del desarrollo de la ciencia y la
tecnología, en especial en lo concerniente a la
información y a las comunicaciones. La interdependencia y
la globalidad del mundo, sintetizadas en la expresión de
la "aldea global" de Marshall McLuhan, han sido posibles gracias
a dichos avances. Asimismo, los avances en la ciencia han
sobrepasado los límites del mundo occidental para mostrar
un claro policentrismo en los focos de desarrollo de la ciencia,
como bien refleja el papel que ha jugado Japón
tras la II Guerra Mundial. Un desarrollo científico cuyas
aplicaciones han alcanzado un altísimo grado de
difusión a lo largo del globo, aunque los beneficios del
mismo todavía sean objeto de una asimétrica
distribución. La cultura y su amplio elenco de
manifestaciones ha sido uno de los ámbitos que mejor ha
reflejado y ha dotado de un nuevo lenguaje y una nueva
imaginería a la contemporaneidad. La crisis de la
posmodernidad manifiesta en el pensamiento filosófico, en
las ciencias y en
las expresiones artísticas han puesto de relieve las
limitaciones sobre las que se habían basado los preceptos
de la modernidad euro-occidental, y la necesidad de replantear
sobre nuevas bases el
conocimiento del cosmos y la naturaleza
humana. En este proceso ha influido no sólo el propio
devenir de la sociedad occidental y la crisis de
civilización experimentada a lo largo del siglo XX, sino
también el encuentro con otras formas de cultura y con
otras civilizaciones.

Por último, el ámbito que mejor ilustra los
nuevos signos del
mundo contemporáneo son los cambios que han sobrevenido en
la configuración de la sociedad internacional actual. Los
dos últimos siglos han mostrado la transición desde
una sociedad internacional forjada desde la hegemonía
eurocéntrica, a partir de un modelo de equilibrio de
poder entre las grandes potencias europeas y que culminó
en los imperialismos de principios del siglo XX, hacia una
sociedad internacional plenamente universalizada, cuyo
alumbramiento corrió parejo a la crisis del poder de
Europa a través de dos sangrientas guerras mundiales. La
nueva sociedad internacional establecida sobre unos pilares
decididamente universales, se fraguó tras 1945 sobre la
lógica de la bipolaridad de dos superpotencias no
europeas, los Estados Unidos y
la Unión de Repúblicas Socialistas
Soviéticas, y más adelante, al finalizar la Guerra
fría, sobre una realidad policéntrica, cuyos
contornos y definición son todavía objeto del
debate sobre el denominado "nuevo orden mundial". La sociedad
internacional tras 1945 ha sido el resultado de dos juegos de
fuerzas: la dialéctica Este-Oeste, sobre la que se
manifestó la Guerra fría, y la dialéctica
Norte-Sur, cuya notoriedad fue mayor a medida que fue emergiendo
una nueva realidad, el Tercer Mundo, cuya irrupción tuvo
lugar con los procesos de descolonización. Una
tensión que aflora en toda su complejidad en el final del
siglo XX, mostrando no sólo las fisuras existentes entre
el Norte y el Sur en términos socioeconómicos, sino
en un plano más amplio, al evidenciar las tensiones entre
civilizaciones. Una nueva sociedad internacional más
vertebrada, en la medida en que se ha ido institucionalizando la
multilateralización de las relaciones internacionales, y
más compleja a tenor de la incorporación de nuevos
actores, como los organismos internacionales, las organizaciones
no gubernamentales, las multinacionales o las internacionales de
los partidos, que sustraen protagonismo a la tradicional
primacía de los estados. Y en última instancia, una
sociedad internacional que expresa en su totalidad la
interdependencia y la globalidad de los fenómenos y los
acontecimientos del mundo contemporáneo.

En este trabajo se ha analizado el surgimiento de las
diferentes civilizaciones y culturas del mundo que fueron
evolucionando a través del tiempo.

Durante la prehistoria los
hombres eran nómades, pero a medida que pasaba el tiempo
se agruparon en tribus transformándose en sedentarios.

Con el surgimiento del trueque (neolítico) comienza la
escritura, que
se utilizaba para la contabilidad
de sus productos. En el momento que surge la escritura comienza
la historia, la cual se divide en varias edades caracterizada por
diferentes acontecimientos.

Como conclusión se puede decir que varias culturas y
civilizaciones que han tenido lugar en la historia del hombre,
(como la egipcia, maya, azteca, etc.) han dejado sus legados que hemos
utilizado como base de culturas y civilizaciones que se verifican
en la actualidad.

 

 

 

 

Autor:

Alexander Villamizar

Hector Montoya

Jesus Davila

Lilian Sanabria

Pedro Martinez

Facilitador: Pedro Altuve

Monografias.comMonografias.com

República Bolivariana de Venezuela

Ministerio del Poder Popular para la Educación
Superior

U. B. V. Misión
Sucre. Aldea "Concordia I" fin de semana.

Barinas, Estado Barinas.

PFG: Estudios Jurídicos.

Partes: 1, 2
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