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La eutanasia y el aborto desde el principio bioético



Partes: 1, 2

    1. Desarrollo
    2. Problemática
      del adolescente
    3. Morbimortalidad
      del aborto
    4. Papel
      de la familia en la génesis del aborto
    5. Conclusiones
    6. Referencias
      bibliográficas

    Introducción

    El término bioética
    tiene un origen etimológico bien conocido: bios-ethos,
    comúnmente traducido por ética de
    la vida. El autor del término, V.R. Potter[1],
    oncólogo de origen holandés, intuyendo la
    influencia que podían tener las variaciones ambientales en
    la salud del
    hombre,
    acuñó la palabra con la finalidad de unir mediante
    esta nueva disciplina dos
    mundos que en su opinión hasta ese momento habían
    transitado por caminos distintos: el mundo de los hechos, de
    la ciencia, y
    el mundo de los valores, y
    en particular la ética. Potter entendía la
    bioética como Global bioethics, a saber, una ética
    de la vida entendida en sentido amplio, que comprendiera no
    sólo los actos del hombre sobre la vida humana, sino
    también sobre aquella animal y medioambiental.
    Posteriormente se redujo la bioética a la dimensión
    médico-sanitaria. Hoy en día asistimos a la
    recuperación del concepto de
    bioética entendida como bioética global, más
    adecuada a todos los problemas que
    se plantean, pensemos por ejemplo en las catástrofes
    naturales debidas a la contaminación ambiental o a la negligencia
    humana.

    La cuestión del aborto ofrece un
    «escenario» significativo para hacer jugar a los
    principios
    bioéticos, sin olvidar que puede darse el caso de un gran
    desacuerdo en los principios, junto con un amplio consenso en
    determinadas resoluciones. Por ejemplo, puede mantenerse el
    consenso cuanto a la validez ética del aborto antes de
    transcurridos los tres primeros meses del embarazo,
    razonando desde principios muy diversos. Presupondrán
    algunos que, aunque el hombre
    sólo es hombre por el alma racional,
    el embrión o el feto
    todavía no ha recibido ese alma racional y, por
    consiguiente, su destrucción no tiene que ver con un
    asesinato; negarán otros que el hombre sea hombre en
    virtud de la recepción de un alma espiritual, pero
    convendrán en que antes de las seis semanas no existe
    actividad cerebral en el embrión; unos terceros
    argumentarán a partir del supuesto de que el feto es
    propiedad de
    la madre, que tendría sobre él el ius utendi et
    abutendi
    . Otras veces, los principios imponen resoluciones
    que excluyen todo consenso con quienes admiten principios
    opuestos sobre el particular: tal es el caso de las resoluciones
    derivadas de los
    principios asumidos por la Iglesia
    Católica (el Catecismo de 1992 excluye el aborto en
    todos los supuestos). Ahora bien, la mayor parte de los
    principios alegados, adolecen de su carácter ad hoc y, más que
    como principios, podrían interpretarse como postulados
    establecidos a fin de justificar una resolución ya
    previamente tomada («es legítimo el aborto porque el
    feto de menos de tres meses no es un ser humano, por lo que
    hablar de asesinato está fuera de lugar»; o bien
    «es ilegítimo porque el feto es un ser dotado de
    alma racional», &c.).

    En cualquier caso, los principios bioéticos aplicables
    al aborto, sean o no postulados ad hoc, habría
    que clasificarlos en dos grandes grupos:

    (1) Principios distributivos, es decir, aplicables
    distributivamente a cada uno de los organismos biológicos
    humanos (embriones, fetos, &c.)

    (2) Principios atributivos, aplicables a cada organismo en
    relación con otros organismos de su grupo.

    Entre los principios distributivos contamos, ante todo, a los
    que postulan el carácter sagrado de la vida, o de la vida
    humana, que tendría el embrión o el feto: cada
    embrión o cada feto, en la medida en que sea humano, se
    considerará como una realidad exenta dotada por sí
    misma de la máxima dignidad.
    Adviértase que la perspectiva distributiva salta por
    encima de la línea que separa la «vida
    potencial» y la vida actual, que alguien (con P. Singer)
    invoca como criterio verdaderamente pertinente para la
    discusión (el embrión, aunque no sea persona, ni ser
    humano en acto, es persona o ser humano en potencia); porque
    una tal potencialidad sigue siendo predicada del sujeto
    distributivamente.

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