- Desarrollo
- Problemática
del adolescente - Morbimortalidad
del aborto - Papel
de la familia en la génesis del aborto - Conclusiones
- Referencias
bibliográficas
Introducción
El término bioética
tiene un origen etimológico bien conocido: bios-ethos,
comúnmente traducido por ética de
la vida. El autor del término, V.R. Potter[1],
oncólogo de origen holandés, intuyendo la
influencia que podían tener las variaciones ambientales en
la salud del
hombre,
acuñó la palabra con la finalidad de unir mediante
esta nueva disciplina dos
mundos que en su opinión hasta ese momento habían
transitado por caminos distintos: el mundo de los hechos, de
la ciencia, y
el mundo de los valores, y
en particular la ética. Potter entendía la
bioética como Global bioethics, a saber, una ética
de la vida entendida en sentido amplio, que comprendiera no
sólo los actos del hombre sobre la vida humana, sino
también sobre aquella animal y medioambiental.
Posteriormente se redujo la bioética a la dimensión
médico-sanitaria. Hoy en día asistimos a la
recuperación del concepto de
bioética entendida como bioética global, más
adecuada a todos los problemas que
se plantean, pensemos por ejemplo en las catástrofes
naturales debidas a la contaminación ambiental o a la negligencia
humana.
La cuestión del aborto ofrece un
«escenario» significativo para hacer jugar a los
principios
bioéticos, sin olvidar que puede darse el caso de un gran
desacuerdo en los principios, junto con un amplio consenso en
determinadas resoluciones. Por ejemplo, puede mantenerse el
consenso cuanto a la validez ética del aborto antes de
transcurridos los tres primeros meses del embarazo,
razonando desde principios muy diversos. Presupondrán
algunos que, aunque el hombre
sólo es hombre por el alma racional,
el embrión o el feto
todavía no ha recibido ese alma racional y, por
consiguiente, su destrucción no tiene que ver con un
asesinato; negarán otros que el hombre sea hombre en
virtud de la recepción de un alma espiritual, pero
convendrán en que antes de las seis semanas no existe
actividad cerebral en el embrión; unos terceros
argumentarán a partir del supuesto de que el feto es
propiedad de
la madre, que tendría sobre él el ius utendi et
abutendi. Otras veces, los principios imponen resoluciones
que excluyen todo consenso con quienes admiten principios
opuestos sobre el particular: tal es el caso de las resoluciones
derivadas de los
principios asumidos por la Iglesia
Católica (el Catecismo de 1992 excluye el aborto en
todos los supuestos). Ahora bien, la mayor parte de los
principios alegados, adolecen de su carácter ad hoc y, más que
como principios, podrían interpretarse como postulados
establecidos a fin de justificar una resolución ya
previamente tomada («es legítimo el aborto porque el
feto de menos de tres meses no es un ser humano, por lo que
hablar de asesinato está fuera de lugar»; o bien
«es ilegítimo porque el feto es un ser dotado de
alma racional», &c.).
En cualquier caso, los principios bioéticos aplicables
al aborto, sean o no postulados ad hoc, habría
que clasificarlos en dos grandes grupos:
(1) Principios distributivos, es decir, aplicables
distributivamente a cada uno de los organismos biológicos
humanos (embriones, fetos, &c.)
(2) Principios atributivos, aplicables a cada organismo en
relación con otros organismos de su grupo.
Entre los principios distributivos contamos, ante todo, a los
que postulan el carácter sagrado de la vida, o de la vida
humana, que tendría el embrión o el feto: cada
embrión o cada feto, en la medida en que sea humano, se
considerará como una realidad exenta dotada por sí
misma de la máxima dignidad.
Adviértase que la perspectiva distributiva salta por
encima de la línea que separa la «vida
potencial» y la vida actual, que alguien (con P. Singer)
invoca como criterio verdaderamente pertinente para la
discusión (el embrión, aunque no sea persona, ni ser
humano en acto, es persona o ser humano en potencia); porque
una tal potencialidad sigue siendo predicada del sujeto
distributivamente.
Página siguiente |