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Mis primeros pasos (página 2)



Partes: 1, 2

En Colasay vivía mi abuelo paterno, don Mesías
Guevara Olano, junto a él estaban sus hijos que
había tenido con doña Francisca Soto Millán.
Por esos días, proveniente de Argentina había
llegado su hijo David Guevara Soto, mi padre. Él, se
había recibido de ingeniero agrónomo. Los padres de
mi abuelo Mesías, eran don Domingo Guevara y doña
Bernardina Olano. Los padres de mi abuela Francisca, eran don
Francisco Soto y doña Jesús Millán. Ambas
familias habían llegado a Colasay procedentes de Cutervo y
Chota.

Es en esa circunstancia, en la que David y María se
conocieron, enamoraron y contrajeron matrimonio. Mi
madre era profesora de primaria, ella había sido asignada
al caserío Chunchuca. Para llegar allí se necesita
cruzar la montaña y el río, eso se hace con una
larga caminata, que prácticamente dura todo un día,
durante el trayecto, el sol es un fiel
acompañante, aunque a veces la juguetona lluvia nos
sorprende con un chapuzón, que sin avisar cae sobre los
viajeros.

Mi madre salió embarazada, junto a mi padre esperaba a
su primogénito. Por dificultades de salud y falta de
infraestructura en la posta, decidieron que mi madre diera a
luz en la
provincia Chiclayo. Para la cual mi padre gestionó una
licencia en la supervisión de Jaén, quienes le
dieron por 40 días. Fue así, como nací en
Eten, luego antes que finalice la licencia me llevaron a Colasay,
donde crecí junto a mis padres, hermanos, tíos y
primos.

En la Escuela
Adventista de Jaén, estudié la primaria, mi
formación fue bajo los preceptos y enseñanzas del
cristianismo.
En las vacaciones con mi familia nos
íbamos a "La Cidra" el fundo de mi padre, allí
habían guabos, naranjos, limones, piñas, guayabos,
entre otros. En Jaén mi progenitor era profesor en el
Colegio Agropecuario, por eso allí pasé mucho
tiempo de mi
infancia.

Cuando terminé de estudiar la primaria, mis padres
decidieron llevarnos a Chiclayo para estudiar la secundaria,
estos estudios los realicé en el Politécnico
Labarthe y el Colegio Militar Elías Aguirre. Cuando
llegaban mis vacaciones escolares, me iba a Jaén donde
acompañaba y apoyaba a mi padre, en sus negocios y en
su trabajo como
ingeniero agrónomo. Recuerdo que una vez, caminamos desde
el puente blanco hasta Tabacal, caserío ubicado muy cerca
de Chontalí. En ese entonces mi padre y las comunidades
del margen izquierdo del río Chunchuca estaban
construyendo la carretera que uniría a muchos
caseríos, como Juan Díaz, Chunchuca, Platanurco,
Samanga, San Francisco, Tabacal, Cruz Pampa, Huayos y
Chontalí. Esta obra fue hecha con los recursos propios
de los vecinos y no del gobierno.

Estudié ingeniería electrónica en la universidad
Ricardo Palma, hice una segunda especialización en
proyectos de
inversión en la Universidad Nacional de
Ingeniería, me gradué como Magíster en
Administración de negocios en la
Universidad Peruana de Ciencias
Aplicadas. En el Programa
Internacional de la Universidad de Sevilla, realicé
estudios de Doctorado en Administración.

He realizado actividades profesionales en diversas instituciones,
como el Instituto Nacional de investigación y Capacitación en Telecomunicaciones, Infodata, Lucent Technologies
del Perú, AMPER, Eci Telecom Ibérica, Worldatacom,
Planex SAC. Dicha actividad la alterno con la docencia
universitaria que realizo en universidades como UNFV, UNMSM,
UPeU.

Por razones de trabajo y de capacitación en
telecomunicaciones y en gestión
empresarial he visitado España,
Chile, Ecuador,
Argentina, Brasil, Colombia, y
diversos estados de USA. Esta experiencia me ha dado la
oportunidad de conocer otras realidades y de adquirir nuevos
conocimientos, los mismos que vengo aplicando permanentemente en
las actividades que me toca realizar.

Estoy casado con Blanca Marina Ruiz Meza, con quien tengo tres
pequeñas hijas, Brenda, Camila y Silvana. Soy muy
hogareño, me preocupo por el bienestar de mi familia.
También me preocupo por el desarrollo de
mi país por lo cual participo activamente en política, dando
conferencias, escribiendo artículos, escribiendo libros y
haciendo programas
radiales. Trabajo muy duro como consultor y profesor
universitario. Estoy en permanente contacto con Jaén donde
vive mi padre y algunos de mis hermanos.

Me fascina estar en contacto con la naturaleza,
cuando estoy en Lima, me escapo a Cieneguilla y cuando estoy en
Jaén, me voy a Shumba donde tenemos un pequeño
fundo.

Soy un convencido, que nuestro país saldrá
adelante, solo si trabajamos con tesón, responsabilidad y honestidad. Y que
nuestro desafío está en cultivar hombres y mujeres
de bien.

El canto del
río

Mis primeros pasos los di en Colasay, allí crecí
corriendo por sus hermosos parajes, respirando aire puro,
tomando leche fresca,
comiendo fruta sana, aun recuerdo las hermosas flores como la
cuna del niño, verbenas y rosas, que
había en su parque ,donde también se lucía
su glorieta de madera,
además del cabildo y de la iglesia. En
los huertos había chirimoyas grandes y dulces, granadillas
jugosas, mísperos, guayabas, naranjas, limas, guabas y
limas reales.

Igual fue en Jaén donde mi padre y mi madre eran
profesores de secundaria y primaria respectivamente, allí
estudié la primaria, los días eran alegres. Cada
día al ir de mi casa a la escuelita adventista, pasaba por
huertos, chacras de cacao hoy convertidas en calles transitadas
por moto taxistas, autos y
camiones. En esa oportunidad, era agradable caminar por el
pequeño bosque, escuchar el trinar de las aves, ver los
verdes piñones, las nonas, ver  una que otra
comadreja,  un escurridizo mono cacahuero, o un
camaleón que cambiaba de color, buscando
mimetizarse con el verdor de los arboles. Se
caminaba con cuidado para no ser tocados por la ponzoñosa
ortiga.

Los fines de semana, con mis amigos  de barrio nos
íbamos a la quebrada que cruza la ciudad a darnos un
baño, en Jaén el calor es
intenso por lo que este resultaba muy refrescante. Al llegar las
vacaciones, con mi familia entera  nos íbamos a la
finca de mi padre llamada "la Cidra", junto a la choza, pasa el
río Chunchuca. Con mis primos, hermanos y amigos, nos
íbamos al río a pescar y como siempre a darnos un
chapuzón. A veces, clandestinamente nos subíamos a
los caballos, mis tíos no querían que lo
hiciéramos, porque decían que los
cansábamos.

Conforme crecía, mi apego al río era grande,
muchas veces junto a mi padre otras veces con mis tíos y
primos, desde el viejo puente blanco ubicado en la antigua
carretera de penetración Olmos Corral Quemado, nos
internábamos rumbo a Juan Díaz, un caserío
muy acogedor. Cuando la carretera lo permitía nos
íbamos en camioneta o sino simplemente caminábamos,
aproximadamente por espacio de cuatro horas, que lo
hacíamos bajo el intenso sol, a veces llovía por lo
que buscábamos protegernos bajo las copas de los arboles.
Al lado del camino discurría el río Chunchuca,
hermoso, limpio y emitiendo un sonido, que para
mí era musical. Es el canto del río, a mí
mismo me decía, esta alegre, da vida a las tierras, al
hombre y en
sus propias entrañas.

He tenido la oportunidad de ir río arriba muy cerca al
Corcovado, ubicado en el distrito de Chontalí, la gran
montaña donde nace el río con inocencia,
límpida y pequeña, para luego ir creciendo por
acción
de sus afluentes., diversos riachuelos que lo van alimentando
hasta convertirlo en  hermoso y  apacible en verano,
pero torrentoso y bullanguero en invierno.

En mi infancia no conocí el televisor, es que en
Jaén no había ningún canal de televisión, el fluido eléctrico no
era constante, este durante el día no había y solo
a veces por la noche se iluminaba las calles, era normal estudiar
con velas. En aquella época la lámpara Petromax
sobresalía sobre los mecheros, candiles y velas.

 Mi diversión así como  la de mis
amigos, era armar nuestros propios coches con viejos rodajes, era
construir nuestras cometas, confieso  que era mágico
verlos por los aires volar. Con dedicación se le quitaba
la punta del clavo del trompo y lo pintábamos con colores vivaces.
Cuanta emoción derrochábamos en los partidos de
futbol, los
cuales eran  jugados con garra y tesón. Las vistosas
canicas de cristal muchas veces eran reemplazadas por los
choloques.

Es hermoso estar en contacto con la naturaleza, sentir la
lluvia caer sobre nuestras mejillas. Escuchar los truenos y ver
los relámpagos. Escuchar cantar a las chicharras al
momento del calor infernal. Ver a los sapos en las
ciénagas. Ver en la noche oscura destellar a la majestuosa
luciérnaga. Observar  a las pequeñas
golondrinas volar de forma aleatoria a ras de tierra. Ver
germinar una pequeña semilla. Reconocer los arboles,
diferenciar un naranjo de un limón, un mango de un palto,
un ciruelo de un café.
Ver al pájaro carpintero cual hábil arquitecto
construir su nido. Ver el aleteo, impresionantemente veloz del
pequeño colibrí. Todo esto,  es la
expresión de vida que nos da  nuestra madre tierra.
El río Chunchuca sigue cantando, aunque en ella ahora
 hay cierto lamento, los pequeños caseríos han
crecido, muchos ahora tienen agua potable y
 desagüe, como ocurre en  otras partes los
desperdicios son arrojados al río. Con pesar vemos que no
existe la voluntad de protegerlo o disminuyendo su acción
utilizando las lagunas de oxidación.

Mas aún, hoy vemos que el hombre se
ha empeñado en dinamizar la economía, sin importarle las consecuencias
que ellas acarrean, para lo cual se apoya en la avaricia, la
codicia y la injusticia. Sin importarle que se rompa el equilibrio
entre el desarrollo y la naturaleza y que la tierra este
sufriendo por las grandes laceraciones que le está
haciendo la actividad minera  formal e  informal.

Sus ríos están siendo asesinados, en sus aguas
muchas veces ya no hay vida. Materiales
como los plásticos
y residuos nucleares pasaran años para que puedan ser
degradados. Las ciudades están llenas de polución y
del mundanal ruido, que
elevan el nivel de estrés de
los citadinos. La palabra calentamiento
global se  ha convertido en un modismo.  
 

Con tristeza vemos que el hombre se ha convertido en el peor
depredador, actúa olvidándose que es parte de la
naturaleza. Ha olvidado que nuestros bosques, que nuestra
biodiversidad,
que nuestros recursos minerales
constituyen nuestro capital y sin
embargo lo ven como renta.

Nuestra madre tierra ya no es joven, ya es cuarentona, la
resaca ya no lo soporta como en su época juvenil, ahora
esta más sosegada, esta calmada, esperando que sus hijos
la respeten y la cuiden. Es que estamos entrando en la recta
final, pronto empezaran los achaques, después simplemente
vendrá la muerte, con
grandes inundaciones, con sequías, plagas y pandemias.

El hombre en su carrera y lucha irracional,  ha olvidado
que tiene tres vínculos que respetar, el vínculo
entre su yo exterior con  su yo interior, su vínculo
con la tierra y su vínculo con el cosmos. Estos
vínculos lastimosamente los ha roto, los ha perdido, los
ha cortado.

  Los antiguos peruanos en su cosmovisión
tenían como parte de su vida el respeto a la
naturaleza, el respeto a la madre tierra, le rendían
culto, le hablaban, le cantaban, le agradecían. El peruano
de hoy con su indiferencia simplemente lo ignora, no lo valora,
está más preocupado por su competitividad, por su progreso, por su riqueza y
muchas veces solo en sobrevivir.

Lo que hoy está sucediendo es más que
preocupante, la tierra está envejeciendo, los ríos
 están muriendo, los bosques desapareciendo, diversas
especies de la fauna se
están extinguiendo y con las hermosas flores está
sucediendo lo mismo. Si a esto le llamamos progreso, no concuerdo
con ello, porque lo que está ocurriendo  es un
crimen, con alevosía  estamos asesinando a nuestra
madre tierra.

En estas líneas evoco  mi infancia porque me
recuerda que debo defender y cuidar el aire, el agua y la
tierra, fuente de vida y que constituye la gran herencia que
debemos dejar a nuestros hijos y a las generaciones venideras. En
estos momentos, cierro los ojos y escucho el canto del
río, luego suspiro y suplico: Perdonamos madre tierra
porque si sabemos lo que hacemos

Jesho no
paga

Las Pirias, al igual que los demás distritos de
Jaén, es muy acogedor y esta conformada por gente muy
honesta y trabajadora. Su principal actividad es la siembra y
cosecha del café, esta tarea requiere la contrata de
peones para realizar las faenas diarias. Entre esos peones estaba
Jesús Llatas, al que conocíamos como "Jesho no
paga". Jesho no estaba en sus cabales mentales, era un
niño grande.

Le pusieron "Jesho no paga", porque cuando viajaba de
Jaén a las Pirias no pagaba su pasaje. Los que trabajaron
junto a él dicen que era un buen trabajador, a pesar de
sus limitaciones mentales y de su apego al aguardiente. Su
estatura era baja, la tez trigueña y el cabello ondulado,
era dueño, de una mirada lejana triste y
melancólica, era cutervino de nacimiento. Su
pantalón remendado era sostenido por un pedazo de soga
amarillenta y siempre andaba descalzo.

Cuando Jesho se quedaba en Jaén, era presa de la
inclemencia de las palomillas infantiles, confieso que entre
ellos, me encontraba yo. A Jesús no le gustaba que le
hagamos recordar su costumbre por no pagar sus pasajes. En la
casa de la familia
Montenegro, ubicada frente al parque progreso hoy Miguel Grau,
había un espacio a manera de cochera, allí
él dormía.

La "mancha" del barrio nos juntábamos e íbamos
en busca de Jesús Llatas, empezábamos a gritarle
"Jesho no paga", al escuchar este coro irrespetuoso que
producía la pandilla infantil, se levantaba de su lecho,
empuñaba un palo en su mano izquierda y en la otra,
cogía una piedra que con ira lanzaba a nuestra
humanidad.

Nuestra osadía era tal que lo esperábamos muy
cerca, nos poníamos en su línea de mira, él
lanzaba las piedras y nosotros con un ágil movimiento las
esquivábamos. La persecución era por las calles de
Jaén, era una maratón, un juego
peligroso que se repetía periódicamente. Mientras
lanzaba las piedras emitía un grito de guerra en la
que con furia decía: "La cholada". Los techos de calamina
daban cuenta de las piedras, cuando estos caían sobre
ellos, otras veces eran los vidrios de las ventanas y las puertas
de madera.

Había momentos de tregua, a veces nos cruzábamos
por las calles, intercambiamos miradas, ambos entendíamos,
que el momento no era propicio para una maratónica
persecución, tampoco de romper la paz y la quietud de un
día soleado. Mientras tanto, en las radios se escuchaba
las voces de
Palito Ortega y Marisol, entonar "tengo el corazón
contento, lleno de alegría, quiero que sepas que mi vida
comienza, desde que te conocí..", era el musical del
momento.

Lo anecdótico, es que al final, mis amigos de barrio,
por tener mi cabello ondulado me pusieron el mote de "Jesho".
Jesús Llatas, ya no está en esta vida y nosotros ya
nos somos los niños
traviesos, pero cada vez que nos encontramos, nos ponemos a
recordar, cuando formábamos el pelotón con nuestras
pequeñas humanidades y que temerariamente corríamos
delante de Jesho, sorteando las piedras que él nos tiraba.
Hoy, ya no sorteamos las piedras lanzadas por "Jesho no paga",
hoy enfrentamos y sorteamos los avatares de la vida.

La gran
actuación

Juan Díaz, es un hermoso caserío de Colasay,
está cerca al río Chunchuca, y rodeado de fincas de
café, naranjos, guabos, zapotes, pastizales y hermosos
bosques. Se llega hacia el pueblo, cruzando un puente que
está instalado sobre el río, inicialmente era
artesanal, había sido hecho con troncos de la zona, ahora
es de fierro y cemento.

En el camino nos encontramos con una piedra grande, desde
allí podemos divisar las montañas, y el paisaje que
invita a descansar con la tentación de quedarnos dormidos.
La fresca brisa acaricia nuestras mejillas, el calor del sol te
abraza con dulzura, la calma nos relaja, haciéndonos
cerrar los ojos, abstrayéndonos del mundo real y viajar
por un mundo de ensueño, los sentidos se
concentran en el oído.

Es entonces cuando escuchamos al viento soplar, haciendo que
las hojas verdes se muevan por doquier, son como aplausos que dan
inicio a una gran función.
El caudal del río también produce una agradable
melodía, las aguas discurren cuesta abajo. Canta un
gorrión, aletea una mariposa, zumba una avispa, el
saltamontes ágilmente se eleva dando saltos. De manera
organizada cruza una caravana de hormigas arrieras, en su lomo
transportan pequeñas partes de una hoja. A lo lejos pasa
una bandada de loros lanzando fuertes sonidos, todas graznan a la
vez. Husmea el zorro astuto, raudamente una perdiz corre casi en
el aire.

Un camaleón se desliza lentamente, vibra un
colibrí en intenso aleteo vibratorio. El temible Macanche
se mueve con sigilo, por el matorral. La escena de amor, lo pone
una venada que junto a su cría, caminan con cautela en
busca de alimento. Una abeja vuela detrás del
néctar de las flores. Un ciempiés se pasea
armoniosamente. Las termitas o el "comején" están
en plena faena, su nido se ha convertido en la cabellera negra de
un pequeño tronco. Una flor nace con frescura, un naranjo
cae de maduro.

El campesino tala
un árbol, corta leña y cultiva su chacra. A lo
lejos, se divisa el humo que de una choza se levanta, es en
señal que una campesina está preparando el alimento
para su familia. Una turca, ave de cuello blanco se alimenta en
la colpa. El choclan construye su nido, colgado de los árboles, lo particular es que el ingreso es
por la parte inferior. Se escucha un silbido largo y profundo es
un ave, cantando en señal de vida alegre.

El viento sopla, el sol calienta, caen pequeñas gotas
avisando la llegada de una lluvia. En las hojas queda el
rocío, la cual nos moja cuando las tocamos.
Tímidamente la tierra se empapa, emanando un olor a tierra
mojada. Las hojas verdes brillan por las gotas cristalinas. Los
arboles se menean de un lado a otro.

Aquí, no hay lugar para preocuparse por la hora, por
marcar tarjeta, por cerrar un negocio, por la bolsa de valores,
por la inflación, por la crisis
financiera internacional, por la carrera armamentista, por el
rating. Todo es natural, nada es artificial. La soledad es
hermosa, bella, misteriosa y profunda, nos permite escuchar el
latir de nuestros corazones, así como sentir a nuestro
torrente sanguíneo circular. Los pies desnudos pueden
sentir el calor maternal de la tierra. Hay vida, hay una gran
actuación.

Entre el follaje, se escucha una voz misteriosa, que al
oído nos dice : ¡¡Mira el espectáculo,
aplaude y vibra con entusiasmo, pero no te olvides, que eres
parte de esta gran actuación, jamás olvides que
eres parte de la naturaleza!!.

La peña
blanca

Cada fin de semana era costumbre ir de Jaén a Colasay,
para visitar a mi abuelo, Don Mesías Guevara Olano.
Él era un ciudadano ejemplar y muy querido por todos sus
vecinos, siempre andaba preocupado por el quehacer comunal, era
muy hábil con la concertina la cual utilizaba para
acompañar y entonar hermosas melodías. En la
década de los sesenta fue elegido alcalde, era el inicio
de la elección de esta autoridad
municipal a través del voto directo secreto y universal,
se había dejado de lado la nominación entre
"vecinos notables".

Su espíritu era inquieto, siempre estaba preocupado en
hacer y construir cosas. Una vez, aprovechando su experiencia en
la construcción de molinos, cuyas ruedas de
madera eran movidas por la acción del agua,
intentó generar luz eléctrica, utilizando un
alternador, que era accionada por la fuerza del
agua, al llegar el día de ponerla en marcha, logró
generar energía por pocos instantes ya que el río
creció y se llevó la turbina de madera.

Era constructor, panadero, agricultor, comerciante, pero sobre
todo un hombre de bien. En la plaza de armas
tenía un pequeño quiosco de madera, donde
atendía a sus vecinos, era el punto de encuentro,
allí se mantenían largas y amigables tertulias, en
ellas siempre estaba presente la inquieta idea de hacer alguna
obra. Como la de crear el colegio secundario, hoy llamado
Tahuantinsuyo.

Para ir a Colasay, en el caserío Playa Azul (ubicado en
la carretera Olmos Corral Quemado) nos desviamos y emprendemos un
camino ascendente, la marcha es lenta porque el camino es
escabroso y angosto, en nuestro ascenso encontramos el sitio
denominado "peña blanca". En este sitio, el camino es
angosto solo puede pasar un vehículo. Aquí los
ingenieros le ganaron espacio a la montaña rocosa, al otro
lado hay abismo con una pronunciada y amenazadora
profundidad.

En uno de nuestros viajes de fin
de semana, nos topamos con una persistente llovizna,
viajábamos en un camioncito que llevaba frutas de la costa
como uvas. Por la pendiente y la llovizna, el ascenso era lento.
Al llegar a la Peña Blanca nos detuvimos, no se
podía pasar, una gran piedra había caído en
la plataforma de la carretera.

Con mucha curiosidad bajamos a ver lo que estaba sucediendo,
para mi alegría y sorpresa, vi a mi abuelo al frente de
una cuadrilla que trabajaba con ahínco, su objetivo era
quitar la roca del camino. Mi abuelo, al vernos se nos
acercó para explicarnos, que con el objetivo de liberar el
camino de la piedra, estaban haciendo "minga". La estrategia era
caldear la piedra, la operación consistía, en hacer
huecos debajo de la piedra, para ello utilizaban picos, palas y
barretas.

Luego en los huecos, pondrían maderas, las mismas que
serían encendidas con la finalidad de calentar la piedra
hasta ponerla al rojo vivo, y cuando alcanzaba alta temperatura se
le echaba agua fría. Al entrar en contacto el agua con la
piedra, esta se rompía en varios pedazos, los cuales
serían lanzados al precipicio. Esta técnica un poco
precaria, resultaba efectiva, frente a la inexistencia de
maquinarias pesadas.

¿En qué consiste la minga (minka)?, es una
tradición de los antiguos peruanos que consistía en
reunir a los pobladores para hacer una faena comunal. En este
caso se reunieron para retirar la piedra del camino. El trabajo
comunitario definitivamente es un gran aporte del Perú
antiguo, que hoy nos permitiría afrontar con éxito
los actuales problemas.

Rumbo a
Bellavista

A mi madre la trasladaron de Loma Santa a Bellavista Viejo,
donde había una escuelita primaria. Bellavista está
ubicada muy cerca de Jaén, allí hay un hospital
donde nació mi hermano José Ernesto. Mi padre
estableció una rutina, nos movilizábamos en su
pequeña camioneta marca Isuzu. Los
lunes bien temprano salíamos rumbo a Bellavista, para
dejar a mi madre en su trabajo y luego al atardecer del
día viernes nos íbamos a recogerla, lo cual me daba
mucha alegría pues significaba que el fin de semana lo
pasaríamos juntos.

En la travesía yo me iba en la tolva de la camioneta,
bien sujetado para no caerme, sentía el viento golpear en
mis mejillas. En Bellavista además de los arrozales, hay
muchas ciruelas, mangos y cocos, los cuales son muy agradables a
nuestro paladar. Cerca de sus valles, imponente discurre el
Marañón, haciéndolo exuberante y atractivo,
pero a la vez peligroso por su torrente caudaloso. La familia
siempre debe estar unida, enseñanza que permanentemente guardo en lo
más profundo de mi ser.

Caminos
profundos

Como gigantes inertes se levantan los cerros, en sus faldas,
podemos divisar caseríos, distritos y algunas veces casas
aisladas rodeadas de cafetales, naranjales, invernaderos donde el
ganado pasta con tranquilidad. Quebradas pequeñas pero
bullangueras discurren cuesta abajo. Resulta enigmático y
misterioso ver brotar el agua, entre la montaña, es un
"ojo" que generosamente nos da vida a través del agua. En
la quietud de un día soleado, o bajo el melancólico
día lluvioso siempre hay un jaeno y junto a él su
familia, arando la tierra, pastando el ganado, cosechando el
café, abriendo caminos, construyendo canales.

En las alturas de Jaén, a excepción de
Bellavista, están ubicados la mayoría de sus
distritos. Llegar a Pucará y Pomahuaca siempre ha sido
fácil, por su cercanía a la carretera de
penetración Olmos – Corral Quemado. De igual modo a San
Felipe, pues la pendiente no es pronunciada como si lo es a
Sallique.En cambio el
camino para Chontalí es largo y sinuoso, hay fango y en
muchos tramos se hace angosto y empinado, sin embargo, la
compañía del río siempre está
presente.

Para llegar a Colasay, hay que pasar por la Peña
Blanca, tramo angosto que está junto a un abismo profundo.
A Huabal arribamos por Shumba donde empieza el ascenso; para las
Pirias, pasamos por Tumbillan. El río Chinchipe es testigo
de nuestro camino rumbo a Santa Rosa. Tamborapa y la quebrada de
Cochalán nos indican el camino a San José del
Alto.

He tenido el privilegio de transitar por esos caminos
profundos, que retan a la pendiente, el fango de la huella
profunda, la lluvia y el lodazal. A muchas de ellas he visto
construir porque tuve la oportunidad de acompañar a mi
padre, ya que él como ingeniero con teodolito en mano las
trazó. Fresco está en mi recuerdo cuando
íbamos por Magllanal rumbo a Vista Alegre, La Palma hasta
llegar a la Cascarilla.

Al ascender por el camino a Vista Alegre, sentado en la tolva
de una camioneta pick up, a lo lejos se divisa un pequeño
hilo, se trata del rio Marañón, que se pierde en la
lejanía, débilmente el viento juega con mi cabello,
más yo impávido sigo viendo la profundidad del
paisaje, vuela mi imaginación hasta siento la frescura de
las aguas del río, mojar mis pies y mi cabello acalorado
por el sol.

Qué duda cabe, los caminos son serpenteantes y los
valles hermosos son humedecidos por las aguas de los ríos
y quebradas, unen a los pueblos. Definitivamente el peruano del
Perú profundo, lleva en sus venas la tradición vial
de los antiguos peruanos, de allí su vocación de
servicio y su
espíritu constructor. A pesar de las dificultades diarias,
hombres y mujeres trabajan con esperanza por un Perú
mejor, muchas veces acompañados de un huayno melodioso y
melancólico. El Peruano es lo mejor que tiene el
Perú.

La danza de la
lluvia

El clima es
errático, el matemático Lorentz, decía: "El
aleteo de una Mariposa en la selva del Brasil, puede ocasionar un
diluvio en Chicago", para entender el comportamiento
errático del clima, se usa la teoría
del caos, que se sustenta en ecuaciones
matemáticas un poco complicadas para el
común de la gente.

El clima de Jaén, no es la excepción. Con
frecuencia el cielo iluminado por el sol radiante cambia y se
pone gris, se oscurece, se escucha el rugido del trueno,
pareciera que arriba un gran derrumbe se estuviera produciendo,
una estampida, o la erupción de un gran volcán.El
ruido siempre causa inquietud , así haya costumbre por
escucharlos, los truenos son como el aviso de una gran
función. Los destellos de los relámpagos no se
hacen esperar, el flash de manera
fugaz ilumina el cielo. Empieza la función todos vamos a
apreciar la danza de la
lluvia.

La lluvia alegre y muy coqueta cae del cielo. En pocos minutos
las calles polvorientas de Jaén se humedecen, luego se
convierten en pequeños riachuelos, arrasando a su paso
desmontes, y todo lo que encuentra a su paso, el agua se pierde
por las chacras de Jaén. La gente corre debajo de los
cobertizos para protegerse de la lluvia que moja todo sin piedad.
En circunstancia similar con mis amigos corríamos debajo
de la lluvia, mirábamos con melancolía la
acción de la lluvia que danzaba bajo nuestras cabezas. Al
finalizar la lluvia, el suelo quedaba
húmedo y en varios sitios había charcos, las
golondrinas hacían su aparición y con las "hormigas
culonas" que al sentirnos, presurosas corrían a esconderse
entre los hoyos que había.

Hoy, mucho se habla del cambio climático, esto se
produce por el calentamiento global, lastimosamente el ciclo
hidrológico, por la acción irresponsable del
hombre, se ha visto afectado. Muchas veces la hermosura de la
danza de la lluvia ya no lo apreciamos porque origina grandes
inundaciones o porque se producen sequías. Un gran honor
ha sido y es para mí, poder
disfrutar de la danza de la lluvia, correr bajo ella o
simplemente sentado en la vereda verla caer y luego como un
río por las calles discurrir.

Con llanques y
jebes

Donde hoy, es el mercado 28 de
Julio, había una parada, donde los comerciantes se daban
cita, algunos llegaban de Chiclayo trayendo sus productos, que
principalmente eran verduras y hortalizas, otros bajaban de los
pueblos de la altura para vender sus productos. En la parada
había puestos muy rústicos donde los comerciantes
se acomodaban y vendían sus productos. Este se daba
durante los sábados y domingos, los demás
días quedaba vacío. Los que vivíamos cerca
de la parada, lo convertíamos en una cancha de fútbol.

En esa época mis amigos y yo usábamos llanques
(ojotas), los cuales eran hechos con las llantas en desuso,
había unas, que tenían la planta gruesa otras eran
delgadas. Era parte de nuestra vestimenta, nos permitía
caminar a voluntad, nos servía para jugar fútbol.
Aunque en épocas de lluvias, por los charcos formados,
caminábamos con dificultad porque estos se volteaban, en
lugar de que vayan sobre el suelo iban encima de nuestros
pies.

Jamás dejábamos nuestros jebes (huaracas),
siempre los llevábamos en nuestros cuellos, lo
usábamos para cazar palomas, para ir detrás de la
fruta, para jugar tiro al blanco. En nuestros bolsillos,
transportábamos pequeñas piedras, que eran nuestras
municiones que lanzábamos con el jebe.

Andábamos como un pequeño ejército
vestidos con llanques y jebes, nos desplazábamos con
inocencia infantil, y hermanados por la algarabía de
nuestros corazones. Salíamos a los parajes en busca de
aventura. En una oportunidad con mi amigo Norbil Montenegro, nos
fuimos de cacería por la cruz, el sol era intenso, las
palomas estaban sentadas en las copas de los arboles, por eso,
con curiosidad y sigilo caminábamos, para no ser
escuchados por aquellas avecillas,

En eso, en la espesura del árbol un cuerpo misterioso
de color amarillo y negro, llamó nuestra atención, aparentaba ser un nido o un ave
rara.De mutuo acuerdo simultáneamente le disparamos, ambos
tiros que dieron en el blanco, que al sentir el impacto del
golpe, levantó cabeza y una centelleante lengua
viperina, era una serpiente que aproximadamente medía dos
metros.

El terror nos invadió a ambos, ya que habíamos
escuchado muchas historias de serpientes. Decían que
algunas eran voladoras otras devoradoras, volvimos a recargar
nuestros jebes y con rapidez disparamos, para no darle la
oportunidad para que reaccione, ambos tiros golpearon su cabeza,
haciendo que esta se desplome muerta. Cogimos una rama y la
transportamos a la ciudad en señal de victoria,
habíamos domado a la bestia.

La palomillada siempre estaba presente, la curiosidad por la
aventura, el riesgo no
contaba, lo que importaba era la conquista, era
el triunfo. Nos íbamos a las fincas a coger mango verde,
las mismas que comíamos con sal. Adrede, nos
metíamos al estadio a jugar, sabíamos que esto al
guardián le molestaba, por eso con el látigo
agitado al viento nos sacaba corriendo, y para que no nos
alcance, felinamente trepábamos las paredes y
corríamos alrededor cuidando el equilibrio para no
caer.

También nos íbamos al Colegio Agropecuario (hoy
Villanueva Pinillos), donde jugábamos intensos partidos de
fulbito, o sacábamos fruta de su huerta, por cierto hoy ya
ida. En el colegio estaba el regente Alarcón, quien nos
hacía formar llamándonos el "batallón
cuchara", el cual iba marchando hasta la cocina del internado
donde el amo y señor era el flaco Jiménez, quien
generosamente nos daba un jarro caliente de leche y avena
acompañado de un pan. A los internos los llamaban "Los
aguayuceros". Me hice hincha del colegio agropecuario, hoy
convertido en el ADA.

Las calles de Jaén eran testigos de nuestras acciones, a
veces temerarias. Buscábamos las calles con mayor
pendiente y desde su cima, metidos en el hoyo de una vieja llanta
nos lanzábamos cuesta abajo, el peligro no importaba ni
tampoco era advertido.

A lo lejos me veo con mi jebe, mis llanques y mi polo con la
inscripción de "Perú Campeón". La
melancolía de los tiempos idos, me arrebata un suspiro y
luego pienso que hermosa es mi tierra y qué grande es mi
país.

Que Dios te
bendiga

El día va llegando a su ocaso, el manto de la oscura
noche empieza instalarse, las familias después de la
jornada se juntan alrededor de la mesa para cenar. Después
de la cena, empieza el pasatiempo. En Jaén durante el
día, el calor es fuerte, durante la noche corre una
misteriosa brisa fresca, que mágicamente con suavidad nos
refresca.

Las familias acostumbran a salir con sus sillas a sentarse en
la puerta a charlar. Mi madre no era la excepción, ella
con sus amigas se sentaba en la puerta de nuestra casa y nosotros
junto a ellas. Las conversaciones eran sobre las cosas cotidianas
de Jaén, que por cierto en esa época la vida era
muy tranquila, a pesar de la escasa iluminación en sus calles no había
muchos asaltos.

Este hecho era rutinario, todos los días se daba el
encuentro para la tertulia y con mis hermanos nos
acomodábamos en el regazo de nuestra madre. Durante la
conversación yo elevaba mi mirada al cielo azul,
disfrutaba ver el espectáculo sideral. Pensaba, es el
reino de la luna, que majestuosa y generosa nos regalaba la
claridad de su luz, junto a ella las estrellas y los luceros
bellos y hermosos también aparecían. Mientras los
demás estaban concentrados en su amena
conversación, mi atención era más fuerte en
el cielo azulado. Durante el día es difícil
mantener fijar la mirada, el calor del sol es muy fuerte en
cambio por la noche si se puede mirar al cielo. En mi
concentración podía divisar las constelaciones que
en la escuela me habían enseñado sobre su
existencia.

En ese devenir, veía a estrellas fugaces velozmente
surcar el espacio cósmico. De muy niño me dijeron,
que cuando vea suceder ese espectáculo, debía decir
"Que Dios Te Bendiga" y así lo hacía.
Después de ver a las estrellas fugaces, seguía
manteniendo mi mirada al cielo azul, buscaba alguna diferencia
sin la existencia de la estrella que acababa de marcharse. La
verdad que no encontraba ninguna diferencia, había muchas
estrellas.

Pero luego me preguntaba ¿qué hubiera pasado si
el que hubiera caído hubiera sido el Sol o la Luna?, si
eso hubiera ocurrido, se habría producido una gran
diferencia.

Este hecho al hacerlo extensivo a los hombres, podemos ver que
cuando alguien muere si es que no ha trascendido al igual que la
estrella fugaz, definitivamente tampoco va a marcar la
diferencia. Incluso con melancolía nos damos cuenta que
los amigos y familiares lo recuerdan por poco tiempo y luego el
tiempo se encarga de restañar las heridas de su partida y
además poner sobre los recuerdos una lápida
sepulcral.

Si queremos que la humanidad nos recuerde en vida tenemos que
ser creativos, construir sueños, escribir pentagramas de
esperanza y sobre todo ser hombres de bien. Así como el
Sol y Luna, nos ayudan a vivir.

Las
luciérnagas

En la naturaleza encontramos diversas manifestaciones, que a
decir verdad muchas de ellas son impresionantemente
espectaculares. Podemos mencionar a las luciérnagas, que
en la oscura noche sus destellos destacan maravillosamente. En mi
niñez fue normal verlas brillar, incluso muchas veces a
algunas de ellas las tuve entre mis manos traviesas y
curiosas.

Los ríos de la selva y ceja de selva son muy
pródigos en peces (aunque
en los últimos años muchos de ellos están
siendo asesinados por la acción irracional del hombre, que
sistemáticamente ha ido contaminando diversos
manantiales). La costumbre es salir a pescar de noche porque los
peces salen de sus guaridas.

En una oportunidad acompañé a mi tío
Alindor, un hombre recio, muy típico de campo. En la
oscuridad, nos internamos por los caminos en busca de la rivera
de la quebrada de Jaén, la idea era ir corriente abajo
lanzando la atarraya para pescar cashcas (carachama), delicioso
pez, pero de forma caprichosa. Mi tío era quien se
encargaba de esta tarea y yo ayudaba llevando la alforja donde
poníamos las cashcas.Para nuestro trajín
llevábamos una linterna que tímidamente nos
alumbraba. La atarraya era efectiva, los peces quedaban atrapados
en ella, con movimientos bruscos querían alcanzar su
libertad, pero
nosotros con movimientos ágiles los cogíamos y
poníamos en la alforja a buen recaudo.

Lo acordado con mi padre, era que él nos iba a recoger
en el caserío Linderos, que está ubicado al borde
de la carretera que va a San Ignacio, muy cerca de Jaén.
Al momento que quisimos salir nos encontramos con los destellos
de las luciérnagas. Mientras tanto las pilas de nuestra
linterna, llegaron al ocaso.

Al final, nos quedamos con la alforja y la atarraya al hombro,
terminamos desorientados y a ciegas, buscamos ayuda en la luz de
una choza y en la luz de los faros de un carro. En ese
desconcierto solo estaban las luciérnagas. Presurosos nos
lanzamos a través de las chacras de arroz,
buscábamos como camino los bordos de los pozos, varias
veces fue necesario cruzar las ciénagas, mi temor era
cruzarme con una serpiente.

Cruzamos con esfuerzo y logramos salir a la carretera que por
cierto estaba húmeda por la lluvia que horas antes
había caído. Ya en la carretera, vimos venir a una
camioneta, era mi padre que venía en nuestro encuentro. El
encuentro fue emotivo porque él estaba preocupado ya que
no habíamos llegado en el lugar pactado ni en el momento
pensado, y por supuesto yo estaba asustado. Subimos al carro y
nos fuimos a Jaén donde mi madre con entusiasmo nos
esperaba. Le dimos las caschas y procedieron a limpiarlos, con
parte de ellas prepararon una sopa revitalizadora.

Muchos hombres caminan por el mundo desorientados, porque a
veces les llega demasiada luz o porque simplemente no les llega
nada, es decir, están sumergidos en la oscuridad.

Como el
árbol

Subo al vuelo 2118, de American Airlines, rumbo a Orlando. Me
han programado un curso de capacitación, el mismo que se
desarrollará en el Resort Swam, ubicado en el
corazón de Disney. Al llegar, noto que nos hemos
congregado personas de diversas partes del mundo, vamos a
conversar sobre alta tecnología
relacionada con las telecomunicaciones.

Los ambientes son grandes y modernos. En la noche, los faroles
brillan majestuosos dándole al ambiente un
aire edénico para  lo cual  colabora la luna,
con sus  reflejos en los pequeños lagos
artificiales.

Al final de la intensa jornada, el cuerpo llama al descanso.
Me voy a mi  habitación, que por cierto es grande y
moda, propia de un hotel cinco estrellas. Me dispongo a
descansar, pero antes de ello me acerco a la ventana y miro el
esplendor de la noche, me recuesto en el apocento y me pongo a
meditar.

En esa meditación el recuerdo me llama, imaginariamente
me transporto a las montañas de Jaén, Colasay
y  Juan Díaz. Me atrapa el hechizo del verdor de las
plantas, la
pureza de las aguas cristalinas y el aroma de las flores. En la
película de mi recuerdo, brota una escena en la que
aparezco con mis primos, sentado bajo la luna, en medio de la
noche oscura, en las humildes casas los candiles son los grandes
protagonistas, en ellos débilmente juguetea el fuego.
Jugamos al gran bonetón y para romper la soledad,
acordamos cantar: "Paloma blanca, alas de plata, piquito de
oro. No te
arremontes por ese monte, porque yo lloro. Los cazadores tiran su
tiro, tiro perdido. No te hirieron, no te mataron porque yo
estaba junto a tu nido…", la noche se llena de
júbilo.

Continuamos con el repertorio y entonamos: "Como la flor del
café, vacila mi pensamiento,
ay no puedo vivir contento desde que te conocí.". La
serenata continúa, y con pasión cantamos: "Pobres
violetas que mal te han hecho, para que la pongas en un
rincón. Siendo un florero tu corazón..".
Todas  las melodías las habíamos escuchado y
aprendido de nuestros padres y de nuestro abuelo.

 Mientras tanto el fogón resalta en la cocina, en
ese instante débilmente da fuego, en un tizón
hay el rezago de un pequeño destello que se resiste a
morir. Esta listo para encenderse en el  alba y cocinar
el alimento del día.

La cinta cinematográfica sigue corriendo, ahora viene
el  recuerdo de mi caminata, de Juan Díaz a la
montaña. El camino  es cuesta arriba, se hace lenta
pero firme. El paisaje es hermoso, los varejones crecen rectos y
altos, las aves vuelan en bandadas. Al llegar a la cima, como
premio recibo  una caricia de la fresca brisa, a lo lejos se
divisa  Chunchuquillo,  prospero centro poblado.
Al lado del camino, con generosidad nos espera una mata de Mora,
cargada con mucha fruta. No puedo  resistir a la
tentación y cogo  muchas moras entre rojas y
moradas.

En la montaña, al caer la noche de mi sueño,
voy  a la cama que con generosidad los amigos de mi padre
me  han preparado, esta y la Choza son  muy modestas.
La cama es una tarima hecha de guayaquiles (bambú) y tiene
como colchón las jergas de  los caballos, estos se
ponen en el lomo de los jamelgos, para que se les pueda instalar
la montura. La choza es de quincha y el techo de calamina que al
llover se conierte en una coladera.   Con el cuerpo
cansado me quedo profundamente dormido. Al día siguiente,
el sol intenso de Florida entra por la ventana del Hotel, me
despierto y me veo acostado en una cama muy cómoda.

Me acosté en una cama modesta y me desperté en
una moderna. No estaba en la montaña de Juan Díaz,
sino en Orlando. Me toco, me siento y luego digo: Soy el mismo.
Soy como el árbol que no olvida sus raíces.

Mesías Antonio Guevara Amasifuén

Monografias.com

Ejecutivo Señor, Peruano, DEA de la Universidad de
Sevilla, MBA en la Escuela de Post grado de la UPC, Segunda
Especialización en Proyectos de
Inversión UNI, Ingeniero Electrónico
titulado en la Universidad Ricardo Palma. Ha sido Director
Académico de la Escuela de Ingeniería
Electrónica de la Universidad Ricardo Palma, Director
comercial de Eci Telecom Ibérica, Account Manager de
Lucent Technologies del Perú, Experto en
Telecomunicaciones en INICTEL. Actualmente es profesor
universitario en las Escuelas de Post Grado de UNMSM, UNFV y
UpeU. Gerente
General SINGULAR S.A. Con sólida experiencia local e
Internacional en empresas
multinacionales, líderes en soluciones
tecnológicas en telecomunicaciones públicas y
privadas. Resultados exitosos mediante liderazgo
gerencial de dirección, motivación y fijación de objetivos.
Habilidad para el análisis, toma de
decisiones y manejo de personal,
sustentado en una sólida formación profesional y
académica, fundamentalmente en tecnología, gestión
empresarial y liderazgo. Amplio conocimiento
de las telecomunicaciones peruanas y de la realidad nacional.

 

 

 

 

Autor:

Mesías Antonio Guevara
Amasifuén

Noviembre 2009

Partes: 1, 2
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