Camino de
cruces
A lo largo de su historia, el estigma
más grande que ha llevado Panamá
como nación
es el de país de tránsito. ¿Premio o
castigo? De allí han provenido todas nuestras riquezas,
las cuales, en la mayoría de los casos, hemos pagado con
onerosas rentas y afrentas. Ruta que las potencias —unas y
otras— han codiciado y usurpado.
Es claro que desde septiembre de 1513, una vez Balboa
haber avistado el Mar del Sur desde un pico perdido del
Darién, el Istmo de Panamá
representó el paso obligado al principal comercio del
mundo de esa época. No en vano los españoles
intuyeron siempre ese «estrecho dudoso» que
inevitablemente comunicaría con la tierra de
las especias descubiertas a Europa por los
Polo y que según E. Power[1] fuesen
cerradas por el fanatismo islámico. La ruta de
Panamá representó el puntal español
para la conquista del
Perú, tierras que cimentaron la economía desde la cual España se
convertiría en la mayor potencia mundial
durante casi dos siglos. 200 años durante los cuales
Panamá no llegó a perder su importancia de
puente.
Panamá como pasadizo para la conquista del
imperio incaico y Centro América; Panamá como paso obligado
del oro y la plata
de Potosí y Perú, simbolizado por el fasto de las
Ferias de Portobelo; Panamá siendo visto por Bolívar
como el Corinto americano; Panamá como puente de paso para
viajeros y el oro de las minas californianas y la puesta en
marcha del primer ferrocarril interoceánico; Panamá
en el intento francés por construir el canal;
Panamá y su canal norteamericano y su larga y sangrienta
lucha por rescatarlo. Nuestra historia ha sido signada por el
tránsito de hombres y mercancías.
Es muy probable que nuestra idiosincrasia toda se haya
fundado najo esa condición, sólo necesitó de
un asentamiento creciente hasta convertirnos y darnos el perfil
de lo que somos hoy día los panameños.
Tránsito… todo lo fue entonces como hoy. Creo que desde
entonces a esta parte, los tiempos no han cambiado
sustancialmente para nosotros. No habría que hilar delgado
para imaginarnos la cantidad de mulas cargadas de oro y plata que
transitaron el Istmo. Muy poco se quedó aquí. No
hay que hacer mucho esfuerzo, hoy día, para imaginarnos la
cantidad de riquezas de toda índole que transita el Canal
de Panamá y muy poca de ella se queda con
nosotros.
Rodrigo Miró[2] historiador de la
literatura
panameña consigna una fecha y un nombre para lo que fue el
primer acontecimiento teatral ocurrido en nuestro territorio. Se
da durante el mes de septiembre de 1532, con motivo de la visita
de importantes jefes indígenas de la Culata de
Urabá al Gobernador de Castilla del Oro, Vasco de Gama. La
representación fue una suerte de improvisación
sobre los llamados Juegos de moros y cristianos, piezas
angulares en la evangelización española en
América.
Y es que nuestro primer teatro no tuvo
otro objetivo
más que el de cristianizar al Nuevo Mundo.
Miró[3]citando Letras de Nueva
España dice que el Teatro americano de despunte fue
don de la evangelización y del catequismo, y agrega que
sus fines estaban muy lejos de ser estéticos o de simple
esparcimiento.
Hasta 1971 Miró[4] había
estado en el
error de considerar como primer acontecimiento teatral el
suscitado en 1544 en el alojamiento de Blasco Núñez
Vela, primer Virrey del Perú, a la sazón de su paso
por Panamá, cuando en su honor se había
recitado una comedia.
La crónica del siglo XVII pierde de vista la
actividad teatral en nuestro territorio, pero es de suponerse que
el teatro continúo siendo bastión importante en la
campaña catequista de los religiosos venidos a
América. Tampoco debe menospreciarse que por aquel siglo
se participara en alguna medida del teatro que en España,
con Lope, Cervantes y
Calderón, había alcanzado resonancia
trascendente.
Del siglo XVIII comienzan a llegarnos testimonios de
actividades teatrales, como lo fue lo acontecido en 1747 cuando
el pueblo y el comercio se unieron para celebrar la
proclamación de Fernando VI. El gremio de sastres hizo
representar algunas comedias, entre las que se conoce: Lances
de amor y
fortuna y Amado y aborrecido, de Calderón de
la Barca; Sólo piadoso es mi hijo, de Juan de
Matos Fragoso, Francisco de Avellaneda y Sebastián de
Villaviciosa, y una pieza de autor desconocido, El
montañés más
hidalgo.[5]
Mención aparte merece La política del
mundo, primera obra de teatro de autor panameño.
Escrita en 1809, fue estrenada o quizás sólo
leída el ocho de diciembre de ese mismo año, en
Penonomé, población a 160 km. al oeste de la ciudad
de Panamá y la segunda en población en ese momento.
Su autor, Víctor de la Guardia y Avala, quien en aquel
tiempo
ejercía el cargo de Alcalde Mayor de Natá, al
utilizar la alegoría, dramatiza la invasión
francesa a España y al tiempo que critica este acto,
ensalza la figura del rey Fernando VII el deseado, aún sin
cetro.[6]
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