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El Gran Hotel Viena y el Hotel Balneario Melincue (página 2)



Partes: 1, 2

Vivimos en un mundo de velocidad
creciente. Cada vez tenemos menos tiempo para
todo. No nos damos ni un minuto para escuchar a las generaciones
anteriores, evitando así la reflexión responsable y
la reconstrucción de nuestra herencia
colectiva. De ese modo desactivamos nuestro protagonismo y el
pasado se convierte en un cúmulo de anécdotas,
fechas y nombres que tratamos de retener en la cabeza, creyendo
que con eso «sabemos Historia». Muchos no
advierten que de ese modo la Historia se convierte en una
aburrida efemérides y que, cuanto más se la lee,
más lejana y ajena a nosotros nos parece. Entonces, la
mandamos al geriátrico.

Es la del historiador una batalla que (a la larga) se sabe
filosóficamente perdida, pero que de todos modos debe
librar. Una batalla sin cuartel contra el olvido. Aunque para
ello tenga que buscar los mecanismos que le permitan conseguir
que ciertos aspectos (preferentemente atractivos) de un
determinado proceso
histórico se plasmen entre sus congéneres, como si
fueran grabados con tinta indeleble (que tardará un poco
más en borrarse).

Cuidando del pasado protegemos el futuro o al menos
dispondremos de herramientas
para la toma de mejores decisiones.

Agónicas, decadentes, decrépitas o
nostálgicas, todas las ruinas reclaman, desde su mutismo,
un explicación que nos conduzca a romper con ese olvido
que también encarnan. Símbolos del descuido por el pasado y de la
falta de memoria, los
edificios y lugares abandonados se convierten en faros que, lejos
de orientarnos hacia una historia moralista, deberían
convertirse en las guías que nos lleven a conocer los
mecanismo que se confabulan para que se den las crisis,
alcanzando así explicaciones alejadas de argumentos
religiosos o mesiánicos y permitiéndonos rescatar
del olvido no sólo las causas reales de dichas
decadencias, sino también el imaginario con que se
alimentaron y siguen alimentando.

De seguro, la
arqueología urbana tendría
muchísimo por decirnos, pero como no somos
arqueólogos, intentaremos (mientras esperamos que
algún día aquellos especialistas dediquen parte de
su tiempo a esas "ruinas posmodernas") reconstruir
provisoriamente la historia de los dos hoteles seleccionados, a partir de una
escueta comparación entre ellos.

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Gran Hotel Viena – – Hotel Balneario
Melincué

Dos
Atlántidas contemporáneas

El emprendimiento de cualquier empresa conlleva
siempre superar ciertos riesgos. Es
parte del «ser empresario» tenerlos en
cuenta. Pero cuando las inversiones
realizadas se enfrentan al poder de una
naturaleza mal
conocida e indomable, la mayor parte de las veces el accionar
humano debe dar cuenta ante un destino por lo general
catastrófico. La Historia está llena de ejemplos.
Pompeya y Herculano (en Italia),
Akrotiri (en Grecia) o la
mítica leyenda de la Atlántida (continente
imaginario que según Platón se
hundió, en medio del océano, en una sola noche) son
algunos de los testimonios más conocidos. Y hay muchos
más.

En una sociedad como
la nuestra, «fascinada por los desastres en la vereda
de casa
», no podemos dejar de considerar dos historias
locales (argentinas) que, por sus paralelismos, sorprenden y
convocan nuestra atención, llevándonos a meditar
seriamente en esa agorera frase que nos dice: «respeta
a la naturaleza, porque ella no tendrá misericordia de
ti
».

Como es lógico, una sentencia como ésta
implicaría darle a la naturaleza cierta conciencia
vengativa que, hasta la fecha, no ha podido ser probada (a menos
dentro del modelo
antropocéntrico dominante en nuestra cultura
occidental). Así todo, el saber popular sigue recurriendo
al pensamiento
mágico a la hora de entender porqué se producen ese
tipo de desastres.[5]

Debe ser nuestro sentimiento de culpa, tan bien tallado a lo
largo de 2000 años de catolicismo, el que nos lleva a
considerar y actualizar la noción de
«castigo». Según parecería,
las cosas no ocurren porque sí. Por eso, cuando las
explicaciones no están al alcance de la mano y el
sinsentido —tan presente en infinidad de sucesos—
hace acto de presencia, es muy común recurrir a soluciones
sobrenaturales, únicas capaces de dar satisfacción
a nuestros irracionales requerimientos. Entonces, el mundo
desencantado en el que vivimos se transforma. Adquiere conciencia
propia y comienzan a entreverse el accionar de dioses o seres
mitológicos, que parecían haber desaparecido con la
conquista
europea y la decadencia del pensamiento mágico. La vieja
cosmovisión teocéntrica hace acto de presencia.
Desoye lo que la ciencia nos
dice y las deidades autóctonas resucitan arrastradas por
las fuerzas del miedo. Y miedo fue, seguramente, lo que debieron
sentir los habitantes de la Miramar cordobesa y los pobladores de
Melincué durante la segunda mitad de la década de
1970, cuando sus lagunas aledañas (Mar Chiquita y
Laguna Melincué, respectivamente) empezaron a
crecer hasta devorarse el esfuerzo de décadas de trabajo y
esperanza. Porque, como dijo Norbert Elias, «La
naturaleza carece de sentimientos. No es buena ni mala para
el hombre, es
un suceso ciego, sin sentidos ni rumbo, cuya fuerza y poder
son abrumadores en comparación con el poder de la
humanidad. Su curso transcurre en una indiferencia total hacia el
individuo
».[6]

En 1933, los empresarios Bartolomé Tersano y
Arístides Maghenzani, decidieron realizar una inversión considerable en la pequeña
localidad de Melincué, provincia de Santa Fe,
construyendo, en una de las seis islas de la laguna
homónima, un complejo hotelero de alto nivel, según
los parámetros de la época. Lo bautizaron
Hotel Balneario Melincué y ya por su
nombre se advertía la intensión de explotar las
prácticas de baños termales, eoloterapia
("baños de brisa "), aguas
mineralomedicinales
, helioterapia
("baños de sol"), aislamiento, lejanía de
los centros urbanos, reposo, balneoterapia y
fangoterapia ("baños de barro"), tan en
boga por aquellos días.

No era para menos: el agua salada
de la laguna, según prestigiosos médicos,
tenía propiedades terapéuticas, lo que
constituía un buen producto para
ofertar a los ricos ganaderos de la región y provincias
vecinas. Con sus exclusivas 34 habitaciones y toda una serie de
comodidades sumamente atractivas (comedor con orquesta, playa con
casillas de madera,
estación de servicio,
usina propia, muebles de origen italiano, un piano de cola para
animar las veladas, bowling y, algo más tarde, pista de
aterrizaje) el Hotel Balneario Melincué
abrió sus puertas sólo seis años antes de
que lo hiciera el Gran Hotel Viena, en
Córdoba.

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Ya hemos hecho referencia a la historia del
Viena en otros trabajos. Por ese motivo, nos
limitaremos a dar de él aquellos lineamientos generales
que concuerden con el emprendimiento santafecino, sin abundar en
mayores datos.[7]

Construido a partir de oscuros capitales alemanes, el
Gran Viena también se forjó la fama
de ser, ante todo, un centro de salud; un típico
hotel-sanitario que exaltó los beneficios
terapéuticos de su emplazamiento y las virtudes del
agua de la
laguna y el fango que sale de ella. De hecho, todo el pueblo de
Miramar asentó su desarrollo
turístico en esas bases. Recordemos que la familia de
Máximo Palhke —constructor del gran hotel—
acudió al sitio buscando las propiedades curativas de la
Mar Chiquita y que, junto a las 84 habitaciones que el complejo
llegó a tener, levantaron un pabellón termalizado
con médico, enfermera y masajista.

Pero, en ambos casos, aquellos ojos de agua que les dieron
vida fueron, a la larga, los mismos que se la quitaron.

La terribles inundaciones de los años "70 produjeron
desasosiego e incomprensión, tanto en el
Viena como en Melincué.
Parecía que las lagunas reclamaban sus tierras al hombre y en
medio de tal desastre, no tardaron en asentarse historias de
claro contenido animista y resurgieron las leyendas.
Después, la tradición oral se encargó de
conservarlas hasta la fecha. Las volvió inofensivas, no
del todo creídas, pero aún
están
.

Dicen en Melincué que su célebre
e insular hotel —de igual manera que toda la comunidad
ribereña— están signados por los influjos de
una maldición nativa. El origen de la misma podemos
rastrearlo en los traumáticos acontecimientos que marcaron
la conquista y ocupación de esas tierras por los
españoles, primero, y sus descendiente "blancos",
los criollos de la independencia,
tiempo después. El dolor de siglos toma, así, forma
concreta y hunde sus raíces en el sentimiento de culpa del
que hicimos referencia en un párrafo
anterior. Culpa por la matanza indiscriminada de las etnias
locales, pero también, leído desde otro punto de
vista, como una clara declaración de resistencia
aborigen a la invasión practicada por la
"civilización". Sea como sea, la leyenda de la laguna de
Melincué sigue sonando; y especialmente cuando baja
el sol y la
capacidad de raciocinio se aletarga un poco, hasta es tenida en
cuanta seriamente a la hora de explicar el motivo de las
desastrosas inundaciones que asolaron esa comarca
santafecina.

Melincué nació en 1775 como fortín. Su
objetivo:
proteger la ruta que comunicaba el puerto de Buenos Aires con
la ciudad de Córdoba, es decir que, como zona de frontera, fue
de suyo la violencia.[8] Durante las
campañas destinadas a erradicar a los "salvajes" de sus
territorios no se escatimaron esfuerzos y en 1850 se produjo una
fuerte avanzada militar contra la toldería mayor del
cacique ranquel Melín. El ataque fue sorpresivo.
Los ranqueles fueron emboscados a orillas de una laguna (hoy
Laguna Melincué) y pasados todos por las armas, incluso su
pequeño hijo, Cué.

Según cuenta la tradición, sólo la esposa
del cacique, Nube Azul, puso salir con vida, aunque con
profundas heridas. Montada sobre su caballo alcanzó una de
las islas y allí, con el último aliento en la punta
de su boca, lanzó una furibunda maldición contra
los blancos, en nombre de Melín y Cué, ya
fallecidos. Sentenció a las aguas que crecieran hasta
tapar todo; que no tuvieran contemplación y mantuvieran a
los nuevos moradores del sitio en alerta permanente. Desde
entonces, pausadamente, la maldición fue cobrando
efecto.[9]

El mismo año en que se inauguraba el Hotel
Balneario Melincué
(1933), una crecida
anegó el pueblo, amenazó el emprendimiento y dio su
primer aviso. Pero habría que esperar hasta 1941 para que
el complejo isleño tuviera que ser abandonado, al sufrir
la primera inundación seria. Permaneció cerrado
hasta 1967, año al partir del cual se inició su
verdadera Edad Dorada, que se prolongó hasta
1975, que fue cuando la venganza de Nube Azul
terminó por completarse. Ese año, en el mes de
marzo, una impresionante lluvia elevó el nivel de la
laguna, anegó todo el hotel y parte el pueblo. Pero esta
vez el agua no se detuvo. Avanzó hasta sumergir las islas
y en 1980 el edificio fue tragado por el oleaje. Así
permaneció por espacio de más de veinte
años, antes de emerger en ruinas.

Los más románticos o supersticiosos del pueblo
proponen actualmente un acto de desagravio al desgraciado
Melín, su hijo y esposa: levantar en el sitio un
monumento que limpie su memoria y la resguarde para la
posteridad. Quizás así, las aguas nunca más
regresen.[10]

Para no ser menos, la laguna de Mar Chiquita, a la vera del
Gran Hotel Viena, tiene también su propia
leyenda local. En su caso no es una india rebelde
y vengativa, sino una diosa aborigen llamada
Ansenuza.

Recopilada por Marcelo Montes Pacheco para una
brevísima historia de la ciudad de Miramar, la historia
cuenta que una diosa del agua muy bella vivía en un
palacio de cristal en el fondo del "mar" (Mar de Ansenuza,
conocida hoy con el nombre de Mar chiquita) y cuyo carácter solía ser cruel y
egoísta, reclamando como ofrenda a los primeros pobladores
de esas tierras cordobesas el primer amor de todos
los mancebos. Pero un día llegó hasta la laguna un
príncipe indio malherido en una guerra,
lamentándose no poder sobrevivir a ese duro trance para
conocer y admirar la belleza de la deidad. Ella, conmovida, se
enamoró perdidamente de él y enfurecida por el
brutal destino que le esperaba al muchacho, se
convulsionó. Las aguas se volvieron inquietas y tras un
fuertísimo trueno, el cielo lloró con ella y toda
la laguna fue un caos, durante todo un día y su noche. Al
amanecer, el joven príncipe aborigen —que se
encontraba tendido en la playa— advirtió que sus
heridas estaban curadas y cicatrizadas. Abrió los ojos.
Algo había cambiado. La playa era blanca y las aguas,
dulces hasta ese momento, se habían vuelto saladas y
turbias. Entonces el muchacho recordó a la hermosa
mujer que lo
acariciara antes de que cerrara los ojos y de pronto se
sintió sano, pero con un poderosísimo deseo de
meterse en la laguna. Y lo hizo. Caminó hasta que el agua
le llegó a la cintura y después nadó. Pero
no se hundía, sino que flotaba como si unos brazos
femeninos le acariciaran el alma.
Siguió nadando hasta que un rayo de sol lo
convirtió en flamenco, guardián eterno de la diosa
del mar. Desde entonces las aguas del mar de Ansenuza son
milagrosamente curativa.[11]

Pero de la misma forma que dio propiedades milagrosas a sus
aguas favoreciendo el futuro turismo termal, la diosa
también quita. Y cada vez que lo hizo, sobrevino el
desastre.

La inundación de 1977-1985 no fue repentina. El
crecimiento del nivel de la oceánica laguna resultó
ser un proceso de mediano y largo plazo, pero irreversible. Nada
se pudo hacer contra la fuerza del agua. De nada sirvieron los
bloques de cemento que el
municipio colocó todo a lo largo de la costanera de 3 Km.
Inútil resultaron las máquinas
que bombeaban el agua , devolviéndola al "mar".

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La vieja diosa Ansenuza tomaba lo que por derecho
natural le era propio y toda la tecnología de la
época se volvió inoperante ante la fuerza del
oleaje. El hombre tuvo que someterse —una vez
más— ante la naturaleza sin control. No
faltaron aquellos que, con un claro pensamiento mágico,
negaron la realidad. "A mí no puede pasarme
nada
", decían unos. "El agua se
detendrá
", sostenían otros. Y resistieron
aún con el agua en los tobillos y sus muebles sobre tacos
de madera para salvarlos de la humedad.

Pero la laguna no se detuvo.

Los rezos (seguramente muchos) no fueron escuchados, tal vez
porque la diosa local no entendía el dialecto de los
inmigrantes, ignorantes de la lengua
aborigen (erradicada y olvidada desde los días de la
conquista).

El saldo final fue catastrófico. Más de la mitad
del pueblo (un 60 %) quedó bajo las aguas,
exhibiéndose como un cadáver, flotando ante la
azorada y dolida mirada de los habitantes.

Era insoportable convivir con esas ruinas por delante. Miles
de sueños, proyectos y
décadas de esfuerzo se vieron truncados en pocos
años. Los techos de las casas particulares, que
emergían del agua como ballenas hechas de tejas,
devolvían a diario la recreación
de la tragedia. Hoteles, centros de salud, el casino, la Terminal
de ómnibus y 37 manzanas habitadas se desgastaban por las
olas y la salinidad de la laguna. Era como vivir con el
cadáver de un ser querido a la vista de todos. Por eso, en
1992, el gobierno
municipal decidió demoler lo que quedaba de la vieja y
anegada Miramar, contratando los servicios del
Tercer Cuerpo de Ejército.

En 1980, la inundación —iniciada en enero de
1977— llegaba a los pies del Gran Hotel
Viena.
Emprendimientos de corta vida mantuvieron al
edificio ocupado y en funciones. Pero
en 1985 el agua salada de la laguna alcanzó los subsuelos
del hotel y debió cerrar por completo sus puertas.

Tanto en Melincué como en Miramar, el desamparo se hizo
paisaje. El agua y el fango curativos, que prometían
alivio y recuperación a las dolencias del cuerpo,
terminaron ocasionando un dolor profundo en las almas
ribereñas y, como dice el escritor Luis Gusmán,
desde entonce los intendentes «trataron de construir
—en los folletos turísticos— una naturaleza
benefactora, casi artificial, que les haga olvidar el desastre
provocado por la
inundación
».[12]

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HOTEL BALNEARIO MELINCUÉ – – GRAN
HOTEL VIENA

Insularidad

La vocación al aislamiento, que se advierte en ciertos
sectores altos de la sociedad, es un comportamiento
recurrente a lo largo del tiempo. Ya sea por miedo al
"otro" o por la búsqueda de un exclusivismo
tendiente a agrupar a la «gente conocida»
dentro de un ámbito que alimente la endogamia
económica y social, el ponerse voluntariamente aparte se
conseguía de dos formas: conservando altos los precios de
admisión (ambos hoteles eran caros y no estaban al alcance
de todo el mundo) o manteniendo a raya al «proletariado
interno
» utilizando vallas físicas que iban
desde cercamientos vegetales, murallas, guardias armados de
seguridad (como
dicen fue el caso en el Gran Hotel Viena) o,
simplemente, el uso estratégico de la lejanía que,
en el caso del Hotel Balneario Melincué,
se materializaba en la construcción del complejo en el centro de
una isla de la laguna.

Como si fuera un feudo de privilegiado confort, la floreciente
industria de
la alta hotelería
(claro producto de la burguesía del siglo XIX)
imponía restricciones.

Sólo cuando éstas se rompían el universo de
sociabilidad cambiaba. Entonces, con esas
«alteraciones» a la exclusividad, se le daba
al hotel el golpe de gracia que lo llevaba a perder a su selecta
clientela y con ella todo el glamour que lo había
convertido en un «mundo
diferente
».[13]

Entre 18 y 20 cuadras eran las que separaban al Gran
Hotel Viena
y su «barrio
alemán
» del resto de Miramar. Era aquella una
zona aislada, diferente del resto del casco urbano y a la que muy
pocos iban si no eran convocados por algo especial y cuando eso
ocurría la vigilancia se exacerbaba al
máximo.[14] La vida en el Gran
Viena
transcurría aparte. Un invisible muro de
costumbres, comportamientos distintivos y prejuicios lo
mantenían aislado. Quizás ese haya sido el motivo
por el cual nunca fue sentido como propio por los habitantes del
pueblo y sólo recientemente se haya convertido (ya en
ruinas) en un símbolo regional y local.

En el caso del Hotel Balneario Melincué
la separación era mucho más tajante. La
automarginación del edificio quedaba evidenciada por estar
construido en una isla (literalmente hablando) y comunicado con
«tierra firma» por una pasarela de 1500
metros (quince cuadras) realizada con palos de
quebracho.[15] Por ella debían transitar
caminantes y autos para
llegar hasta las instalaciones y comodidades del hotel.

Esta ruta hacia la exclusividad fue lo primero que
desapareció con la crecida de 1975, obligando a los
concesionarios del hotel (adquirido por la provincia de
Córdoba en 1971) a usar lanchas y botes de remos para
llegar hasta la isla. A partir de entonces, el aislamiento se
aseguró para siempre.

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Hotel Balneario Melincué – – Gran
Hotel Viena

Éxodos y
renacimiento

La gente se aquerencia a los lugares hasta un cierto punto. No
todos tienen la fuerza de voluntad de resistir un desastre.
Así todo, los dos ejemplos que venimos comparando nos
muestran un último aspecto en común: el
éxodo tras las inundaciones y, transcurrido cierto tiempo,
un actual resurgimiento no exento de nostalgia por la edad de
oro que ya no
está.

En su momento de mayor expansión turística,
Melincué llegó a tener casi 7000 habitantes y un
promedio de 15.000 visitantes por fin de semana, durante la
temporada de verano. Todo parecía funcionar bien, hasta
que el agua empezó a avanzar sobre el pueblo. Actualmente
su población estable no llega a las 3000
personas y hasta no hace mucho tiempo fue una planicie chata y
aburrida recostada sobre las costas de la laguna.

Asimismo, Miramar también sufrió el flagelo de
una migración
masiva. Su población se redujo de 4.200 habitantes en 1976
a 2300 personas según el censo de 1991.

Crisis, desamparo, desesperación, resignación y
tristeza. Así vivieron estos dos pueblos los años
posteriores al «diluvio». Pero no hay mal que por
bien no venga. Hoy las aguas se han retirado (fenómeno que
se inició aproximadamente desde el año 2006) y la
vida renace con optimismo. Muchos han regresado al pago y nuevas
empresas
empiezan a remover los escombros y renovar la vida
económica y turística local. Claro que sus antiguos
símbolos ya no están como antes.

El Hotel Balneario Melincué, de vuelta
comunicado con la costa por la vieja pasarela (emergida), es hoy
un palomar. Las aves lo han
hecho propio y recolonizado tras 20 años de estar
sumergido bajo las turbias aguas de la alguna. Su estado es
calamitoso, pero su perfil y la historia que trasunta nos
recuerda lo que seguramente algún día puede volver
a pasar.

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El Gran Hotel Viena convoca actualmente a
miles de turistas por temporada. Una extraña
fascinación atrae a la gente a ese lugar, tan lleno de
preguntas sin responder. Como sombra de una época que no
volverá, es núcleo de recuerdos nostálgicos
y una callada lección a la soberbia humana. La diosa
Ansenuza le ha dado una nueva oportunidad. ¿Hasta
cuándo? Eso nadie lo sabe a ciencia
cierta.

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No olvidar.

Esa es la consigna que las ruinas de ambos hoteles parecen
expresarnos cuando los observamos en sus actuales
condiciones.

Como aquel personaje que sostenía una corona de laurel
hecha de oro sobre la cabeza de los generales romanos que
regresaban exitosos del frente de batalla, mientras le
decía al oído
«Recuerda que eres mortal»,

El Viena y el Hotel Balneario
Melincué
parecen repetirnos lo mismo.

Fernando Jorge Soto Roland

Bibliografía

ELIAS, Norbert (1985), "Las Fuerzas de la Naturaleza", en
Humana Conditio. Consideraciones en torno a la
evolución de la humanidad
,
Barcelona, Ediciones península.

GUSMÁN, Luis (1999). Hotel
Eden
, Buenos Aires, Grupo
Editorial Norma, p.23.

HOBSBAWM, Eric (1995). Historia del Siglo
XX
, Barcelona, Editorial Crítica.

RICOUR, Paul (2000). La Mémoire,
L""Historie, L""Oubli
, París, Ed. Seuil.

SEBRELLI, Juan José (1970). Mar del
Plata, el ocio represivo
, Buenos Aires, Editorial Tiempo
Contemporáneo SRL

SOTO ROLAND, Fernando Jorge (2009). Gran Hotel
Viena
, edición
digital, www.espaciolatino.com . Así cómo:
Apostillas a la historia del Gran Hotel Viena,
edición digital, www.espaciolatino.com; Gran Hotel
Viena. Domesticación del paisaje, vida cotidiana y
turismo. Una aproximación a su "Edad Dorada"
(1960-1980
), edición digital,
www.espaciolatino.com y Hitler y los misterios del
Gran Hotel Viena
, edición digital,
www.espaciolatino.com.

ZAPATA, Mariana (2006). Memorias de la Mar. Mira-Mar.
Pacto Fundacional y Resurgir de un Pueblo
, Córdoba,
Asociación Amigos del Patrimonio
Histórico de Ansenuza Suquía Xanaes.

Apéndice

CUADRO COMPARATIVO

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GRAN HOTEL VIENA

HOTEL BALNEARIO MELINCUE

  • Inauguración de su primer etapa:
    1938.

Inauguración: 1933

  • Claro mojón visual en el pueblo de Miramar
    (Córdoba).

Claro mojón visual en el pueblo de
Melincué (Santa Fe).

  • Inundación iniciada en 1977.

Inundación iniciada en 1975.

  • El agua alcanza los sótanos del hotel en
    1985.

El agua tapa por completo el hotel en 1980.

  • Ubicación frente a la laguna de Mar
    Chiquita (Mar de Ansenuza).

Ubicación frente a la Laguna de
Melincué.

  • Leyenda de la diosa Ansenuza.

Leyenda de Nube Azul.

  • Aislamiento geográfico (y social).

Aislamiento geográfico (y social).

  • Éxodo de habitantes tras la
    inundación.

Éxodo de habitantes tras la
inundación.

 

FJSR

 

 

 

 

Autor:

Fernando Jorge Soto Roland

Historiador. Profesor en
Historia por la Facultad de Humanidades de la Universidad
Nacional de Mar del Plata.

[1] El Gran Hotel Viena está siendo
actualmente reacondicionado en algunos de sus sectores, gracias
a la ingente tarea llevada a cabo por la Asociación
Civil Amigos del Gran Hotel Viena. Estos entusiastas
miramerenses son los responsables de conservarlo no sólo
desde un punto de vista estructural y arquitectónico,
sino también desde un ángulo histórico
puesto que a instancias de sus miembros se está llevando
a cabo una recopilación de información muy valiosa que permite
empezar a escribir una parte de la historia oral de esa
emblemática construcción cordobesa.

[2] HOBSBAWM, Eric (1995). Historia del Siglo
XX, Barcelona, Editorial Crítica, p.13.

[3] Ibídem, p.13.

[4] RICOUR, Paul (2000). La Mémoire,
L''Historie, L''Oubli, París, Ed. Seuil, p.1.

[5] Nota: Incluso con la muerte
-hecho de por sí muy natural- he visto a
agnósticos y ateos militantes bajar la guardia ante
ella, justificándose con frases como: «Y
bué. Dios así lo quiso».

[6] ELIAS, Norbert (1985), "Las Fuerzas de la
Naturaleza", en Humana Conditio. Consideraciones en torno a la
evolución de la humanidad, Barcelona, Ediciones
península, pp. 16.

[7] Véase: SOTO ROLAND, Fernando Jorge
(2009). Gran Hotel Viena, edición digital,
www.espaciolatino.com . Así cómo: Apostillas a la
historia del Gran Hotel Viena, edición digital,
www.espaciolatino.com; Gran Hotel Viena. Domesticación
del paisaje, vida cotidiana y turismo. Una aproximación
a su "Edad Dorada" (1960-1980), edición digital,
www.espaciolatino.com y Hitler y los
misterios del Gran Hotel Viena, edición digital,
www.espaciolatino.com.

[8] Nota: como testimonio de aquellos
días da cuenta un mangrullo y un completo museo
histórico de sitio.

[9] Los moradores más antiguos
aseguran que en noches de lluvia, el espíritu de la
india sopla y sopla para que el agua llegue al pueblo y dicen
también que hasta que no haya un acto de desagravio por
tamaña matanza, su espíritu lleno de furia, dolor
y amor por su familia y su
pueblo seguirá rondando, y los males no cesarán
de llegar sobre la población y el espejo de agua.

[10] Curiosamente en Miramar hay un proyecto
presentado para colocar en la laguna de Mar Chiquita una
escultura de la diosa local.

[11] ZAPATA, Mariana (2006). Memorias de
la Mar. Mira-Mar. Pacto Fundacional y Resurgir de un Pueblo,
Córdoba, Asociación Amigos del Patrimonio
Histórico de Ansenuza Suquía Xanaes.

[12] GUSMÁN, Luis (1999). Hotel Eden,
Buenos Aires, Grupo Editorial Norma, p.23.

[13] SEBRELLI, Juan José (1970). Mar
del Plata, el ocio represivo, Buenos Aires, Editorial Tiempo
Contemporáneo SRL., p.51.

[14] Nota: Un residente nativo de Miramar,
propietario actualmente de un excelente complejo de
cabañas sobre la costa de la laguna de Mar Chiquita, y
cuyo padre se dedicaba, hace años, a la
reparación y mantenimiento de los equipos eléctricos
del pueblo, me comentó que su progenitor solía ir
al Gran Hotel Viena cuando el ascensor se descomponía y
que mientras le hacía el servicio tenía a dos
vigilantes por detrás suyo, que no lo deja ni a sol ni a
sombra. Es necesario advertir que un ascensor en aquellos
años -y en ese pueblo- era toda una novedad
tecnológica, muy poco común.

[15] Nota: «A ese balneario
había que ir con lujos y con plata, porque los pobres no
entraban». Testimonio de Marcela Ponce. Fuente: Internet.

Partes: 1, 2
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