Síntesis
Sobre la obra y el pensamiento de
José Martí
se ha escrito mucho, no así en su arista filosófica
propiamente dicha.[1] Medardo Vitier, en su
"Martí,
estudio integral, revela con profundidad la esencia
filosófica de la obra martiana, particularmente su
concepción del hombre, el
sentido de la vida y los valores
que le sirven de cauces de realización humana. Logra en
función
del objetivo
propuesto, "situar a Martí en su mundo, mostrando su
mentalidad y eticismo, y las corrientes de cultura que
alcanzó y reflejó".[2] El autor
devela los caracteres de cubanidad, americanidad, hispanidad y
universalidad del Maestro, incluyendo la dimensión
filosófica y sobre todo la axiología que encauza su programa
filosófico-pedagógico. Con gran maestría
Medardo Vitier descubre los temas esenciales, subalternos y
ocasionales en la obra del apóstol.
Un discernimiento
profundo del Apóstol cubano
En "La Filosofía en Cuba", M.
Vitier, no incluye la figura de José Martí (1853-
1895). Posteriormente toma conciencia del
error y lo expone en sus lecciones y conferencias, hasta
desarrollarlo de manera sistematizada en su obra: Martí
estudio integral (1954). "No organizó un sistema; no
estudió metódicamente filosofía; pero tuvo
genuinas aptitudes de pensador que se evidencia en numerosas
páginas, y poseyó criterios -algunos dolorosamente
elaborados- acerca del mundo y de la vida
humana".[3] No era posible, siguiendo viejos
cánones en torno a la
especificidad de la filosofía, negar el status de
filósofo al pensador cubano más grande de todos los
tiempos. ¿O es que hay filosofía sólo en
tratados densos
de Lógica,
Axiología, Epistemología u Ontología?, ¿o que el saber
filosófico sólo es expresable a través de
sobrios conceptos lógicos o categorías y las
imágenes no expresan también
esencialidades? ¿o es que sólo desarrolla
filosofía el filósofo profesional? Dejemos que
responda M. Vitier: "su mente -refiere a Martí- es
especulativa y propende a formular asertos pertenecientes a dos
"regiones" filosóficas (…) la ontológica y la
axiológica (…) En efecto, lo que tiene de sentencioso -y
no es poco- se le vierte por esos declives, donde
losproblemas, siempre abiertos, incitan y parecen
retar al intelecto: el ser y los valores, la
íntima contextura del universo y del
hombre, por una parte, y el sentido de toda acción,
por otra".[4]
Es imposible negar la presencia de especies
filosóficas al discurso
martiano. Un discurso pleno de sentido cultural y vocación
ecuménica que hace centro suyo al hombre en
búsqueda constante de su ser esencial y su
ascensión ético-humana. Un pensamiento que conjuga
en su despliegue crítico, imágenes y conceptos para
aprehender la realidad en su máxima riqueza de mediaciones
y matices.
Sobre la obra y el pensamiento de José
Martí se ha escrito mucho, no así en su arista
filosófica propiamente dicha.[5] Medardo
Vitier, en su "Martí, estudio integral, revela con
profundidad la esencia filosófica de la obra martiana,
particularmente su concepción del hombre, el sentido de la
vida y los valores que le sirven de cauces de realización
humana. Logra en función del objetivo propuesto, "situar a
Martí en su mundo, mostrando su mentalidad y eticismo, y
las corrientes de cultura que alcanzó y
reflejó".[6] El autor devela los caracteres
de cubanidad, americanidad, hispanidad y universalidad del
Maestro, incluyendo la dimensión filosófica y sobre
todo la axiología que encauza su programa
filosófico-pedagógico. Con gran maestría
Medardo Vitier descubre los temas esenciales, subalternos y
ocasionales en la obra del apóstol.
El sentido histórico-cultural -inmanente a su
estilo- aflora espontáneamente en su aprehensión
martiana. Sencillamente hay que ser sensible -y M. Vitier lo fue
en grado sumo- para captar sensibilidad y esta se percibe
culturalmente. En la cubanidad de Martí, premisa necesaria
de su americanidad y universalidad -partir de la raíz con
ímpetu ecuménico- revela el valor de la
tradición. "Al hallar una ejemplar tradición
revolucionaria y al vincularla con su obra, fijó para la
cultura pública la importancia del pasado. El pasado no
significa compromiso de repetición. Los problemas
cambian. Lo que persiste es -enfatiza M. Vitier- por una parte,
el nexo espiritual que conduce a la gratitud, y por otra, la
actitud de los
antepasados. La actitud de elevación y de honradez no
envejece, aunque los problemas sean diferentes. Eso es lo que
sintió Martí, y -lo reitero- no sólo se
valió de esa fuerza sino
que fijó para la posteridad el valor social de la
tradición. Mientras más original es un guiador -sea
en el pensamiento o en la acción- más se atiene a
las formas superiores de lo humano, si los halla en sus
antecesores. Originalidad -excelente idea de M. Vitier, asumiendo
al Apóstol- no es desvinculación; no lo es, si bien
se mira, ni aún en las direcciones más
excéntricas del arte."[7]
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