"Estamos vivos y la vida es lo
único
que necesitamos para
empezar".
(J. Leeds)
¿Recuerdan la frase con que Albert Camus
abre su ensayo El
Mito de
Sísifo?
En 1942, reflexionando sobre el problema fundamental de
la existencia, Camus escribe: "Sólo existe un problema
verdaderamente filosófico: el suicidio". Y
todavía en 1947, en su novela La
peste, Camus repetirá: "Cada uno lleva dentro de
sí la peste".
Con la metáfora de la peste, Camus propone que el
suicidio en sí no es un asunto meramente
psiquiátrico. En última instancia, el suicidio
destapa una problemática filosófica.
Si cualquier ser humano, según Camus, es portador
de una grave infección, el candidato suicida se mide, de
modo particular, con esa especie de virus o morbo
interior que se vuelve su dificultad distintiva y su rompecabezas
privilegiado.
Ahora bien, ¿cuál puede ser la naturaleza de
esa "peste" o "contaminación" en el caso de quien proyecta
suicidarse? ¿Qué origina su deseo de matarse?
¿Cuál es, en términos filosóficos, el
fondo o la esencia de su deseo de muerte? Y
sobre todo, ¿qué tipo de saneamiento o higiene se le
puede plantear concretamente al candidato suicida?
La "peste" que insinúa Camus, es lo que ya
Sören Kierkegaard, en 1844, en su obra, El concepto de la
angustia, designa como un "sentimiento de angustia" y que
posteriormente la corriente humanista-existencial
calificará como "angustia existencial". Una "enfermedad
mortal", diría Kierkegaard, de carácter universal que consiste en el temor
a la muerte.
Resulta extraño entonces que el candidato suicida llegue a
abrazar aquello que más se teme. ¿Qué
espantoso dolor experimenta el futuro suicida al punto de
percibir la muerte como una ganancia? En resumidas cuentas:
¿qué tipo de crisis esconde
quien concibe y programa el
suicidio?
El suicidio es una conducta
compleja, de aquí que la pregunta que nos hacemos por el
fondo o la esencia del deseo de muerte de quien aspira a matarse
plantea, a su vez, muchas preguntas que sólo pueden
recibir respuestas incompletas. Pero, independientemente de los
diversos puntos de vista acerca del suicidio y descontando los
casos en que el suicidio es un acto directamente psicótico
como en las enfermedades mentales graves
tales como la esquizofrenia con
delirio de persecución y en los estados de depresión
mayor, el suicidio es un acto psicótico como desenlace de
un acto inicialmente neurótico.
De este modo, el arranque del suicidio, más que
buscarlo en causas contingentes y externas, que son factores
desencadenantes, pero no determinantes, hay que buscarlo en el
sujeto mismo. En ese producto de su
propia historia que
es su específica personalidad.
Concretamente, el origen del suicidio hay que buscarlo en la
actitud
neurótica que el suicida esgrime frente a sí mismo
y frente a la vida, dos áreas o dimensiones estrechamente
vinculadas que son las columnas del sistema humano.
La actitud del suicida es la de quien trama y se subleva contra
estas dos dimensiones.
En primer lugar, contra la carga de existir, que es la
primera y fundamental dimensión de lo humano, contra el
hecho de ser limitado y defectuoso, y contra la segunda
dimensión que es la inevitable coyuntura de sobrellevar
una existencia defectuosa y limitada. En otras palabras, el
suicida se revuelve contra el peso deprimente de la finitud, que
es fuente de la angustia existencial que
referíamos.
Desde este punto de vista, el suicidio es una forma de
desenredarse permanentemente de los enredos que se engendran en
las dos dimensiones del sistema humano. Quien se quita la vida no
puede ni con los tremendos enredos del hecho mismo de existir (no
soporta su ser), ni con los enredos de la propia vida (no soporta
su existencia). Por supuesto, tampoco puede con los dolores y
sufrimientos que derivan de la combinación de esos
enredos, que aquejan ambas dimensiones y que siempre demandan
cambios profundos.
El suicida elimina de manera concluyente el instinto de
conservación y aquí está el rasgo
psicótico a que aludíamos. Golpea la
dimensión del ser, el cimiento o fundamento mismo del
sistema humano. Sin embargo, quien se mata llega apenas con aquel
tanto de energía que necesita para terminar de eliminarse
a nivel biológico. Porque, en realidad, el suicida
está muerto a nivel existencial y personal antes de
matarse biológicamente. En esta muerte existencial y
personal denunciamos el perfil neurótico del suicidio, que
está a la base del entero proceso
patológico. De aquí que describamos el suicidio
como un acto psicótico consecuencia o secuela de un acto
inicialmente neurótico.
Decíamos que los factores exógenos, las
dificultades que el candidato suicida atraviesa en un determinado
momento no son determinantes, aunque pueden ser un factor
desencadenante. Las crisis, en sí mismas, no son las
responsables del desarrollo
psicótico que desemboca en el suicidio, sino que lo
verdaderamente patológico es la manera neurótica
como la
personalidad del candidato suicida enfrenta sus
crisis.
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