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Una reflexión del Diálogo y la Tolerancia



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    Una reflexión del Dialogo y la
    Tolerancia
    partiendo del libro Los
    valores en
    la
    educación
    de Pedro Ortega Ruiz y
    Ramón Mínguez Vallejo

    En el libro Los valores de la educación de
    Ortega Ruiz y Mínguez Vallejos (2001) existen dos
    capítulos dedicados al diálogo y
    a la tolerancia, respectivamente, que si bien son analizados por
    separado, es indispensable aceptar que resultan elementos
    fundamentales e intrínsecos para lograr la convivencia; de
    ahí su preeminencia. (No obstante la
    desvalorización de los términos por el uso continuo
    y demagógico de políticos, gobernantes y jerarcas
    religiosos en sus declaratorias para justificar su parcialidad e
    incompetencia).

    La historia de la humanidad
    está plagada de sucesos bélicos provocados por mil
    razones que no analizaremos aquí, pero que -en
    términos muy simples- fueron el resultado de la ausencia
    del diálogo. Ortega y Mínguez, con una serie de
    ejemplos de sucesos cruentos nos plantean justamente esa
    necesidad del diálogo, que permita desechar el
    monólogo y todas las formas de exclusivismos: culturales,
    religiosos, económicos, raciales, etcétera. Un
    diálogo que lleve al encuentro con el otro, con su
    persona y toda
    su realidad; en ese sentido el diálogo es humildad para
    aceptar al otro como yo sin cortapisas, de ahí lo
    indispensable del mismo.

    En su intento por esclarecer el concepto los
    autores van más allá de la definición
    rígida del diccionario y
    procuran precisarlo desde parámetros más amplios e
    incluyentes: desde el reconocimiento de la igual legitimidad de
    los interlocutores y la voluntad de comprender y respetar las
    diferencias, como reconocimiento de la dignidad del
    otro, como depositario de confianza, reciprocidad y
    comunión; como mutuo reconocimiento y confianza reciproca;
    como reconocimiento del otro en su irrenunciable alteridad y
    diferencia (Duch, 1997); etcétera.

    Vemos como en su diversidad, el diálogo nos lleva
    al respeto, la
    comprensión e inevitablemente a la aceptación del
    otro sin condiciones.

    Ortega y Mínguez en su procuraci??ón por
    fundamentar el diálogo, revisan diversos autores (Ortega y
    Gasset, Buber, Zubiri, Díaz, etc.) cuyo conjunto de
    reflexiones nos permiten redimensionar los alcances del
    diálogo más allá de ser el medio para la
    obtención de resultados de índole diversos. De
    ahí que los autores lo propongan como un valor en
    mismo, sin negar su carácter pragmático.

    Aprender es una condición indispensable para
    evolucionar, no nacemos enseñados, escriben los autores,
    por lo tanto se tiene que aprender también a dialogar y
    para ello resultan necesarias algunas actitudes;
    Ortega y Mínguez enumeran algunas: la actitud de
    respeto, la búsqueda de la verdad, la no imposición
    de nuestra verdad, el reconocimiento de la igual dignidad del
    otro, etcétera. Al igual se requiere de ciertas
    habilidades, de éstas mencionan la capacidad de
    empatía y de autocontrol como elementos
    sustanciales en una comunicación dialógica.

    Ortega y Mínguez cuando abordan el tema de
    diálogo y educación, afirman que no necesariamente
    educamos cundo transmitimos saberes, ni educamos cuando imponemos
    nuestro sistema
    particular de valores; educar, nos dicen aludiendo a Peters
    (1969), "implica comprometerse en la utilización de
    procedimientos
    legitimados por la
    moral".

    La relación educativa no es una relación
    de poder, de
    reconocimiento y afirmación del uno con el otro, de
    ahí entonces que la educación exija el
    diálogo. Es el humus nos dicen los autores,
    curiosamente ese humus que nos ponen como ejemplo de
    fértil, de nutriente, es el componente etimológico
    de la palabra humildad (del latín humilitas,
    abajarse; de humus: tierra) y es a la vez (la humildad)
    como anoté con anterioridad, sustancia y a la vez
    condición ineludible del diálogo.

    No obstante, en una sociedad
    plural o "democrática" como la nuestra, donde las acciones
    intolerantes, antisociales, discriminatorias, etcétera,
    etcétera, las encontramos a la par del día; la
    guía, el cuidado y el acompañamiento, a
    través del diálogo, insisten los autores, se hacen
    imprescindibles.

    El humano es un ser en evolución constante. Su desarrollo no
    sólo es cronológico, sino que evoluciona en
    pensamiento,
    capacidad de conocer, de aprender, de sentir, de expresarse, de
    comunicarse y de adaptar su entorno a sus necesidades inmediatas;
    es por tanto un ser que vive permanentemente en un proceso de
    cambio. Es un
    ser social que no puede por tanto vivir aislado de los
    demás, que requiere de la
    comunicación, del diálogo, para un desarrollo
    armónico y compartido. La tolerancia es otro componente
    insustituible para que este desarrollo se dé y sea, a la
    vez, una norma de la convivencia. Confirmamos entonces, que
    ésta es, como bien dicen los autores, una demanda
    social.

    La historia registra conflictos y
    enfrentamientos provocados por convicciones encontradas sobre lo
    que es bueno y verdadero escriben Ortega y Mínguez en el
    capítulo dedicado a la Tolerancia, a pesar de los avances
    tecnológicos y científicos no ha sido posible
    hacer de ésta un modelo de la
    coexistencia; de ahí entonces que la educación para
    la tolerancia constituya una de las exigencias de la actual
    realidad social.

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