N. del R.: No soy solidario de ciertas
expresiones temerarias que el escritor, amigo mío, ha
plasmado en su obra, pero me ha hecho prometerle, en su lecho de
muerte, que no
haré correcciones para suavizar o soslayar parte alguna
que considere de mal gusto. Si así no lo hiciere, su
alma
vagaría sin descanso y el mundo quedaría en
sombras, por toda la eternidad.
Valga entonces, mi promesa cumplida, el
cuento se
publica tal cual, sin faltarle una coma, para el descanso eterno
de su alma, que ha partido para reunirse con Jolie.
-1-
Jolie
"Jolie, entre nosotros ha pasado todo,
sin pasar. Y aunque lo hayas olvidado todo, sin olvidar, no
quieres que yo diga nada, sin decir. Es lo que haré, sin
hacerlo, para que nadie, aparte de nosotros, lo
entienda."
Ella nació en los 80s, un
veintisiete de mayo. Pequeñita, roja, enojada y con el
cabello negro, lloraba su suerte de haber parado en este
mundo.
Impaciente y ansiosa desde entonces,
buscó instintivamente el consuelo del primer alimento en
el seno de mamá.
Terminó por acostumbrarse al mundo
de mamá y papá y Marie, la hermana más
grande. Desde el día que Jolie llegó para quedarse,
Marie perdió su trono de hija única, de reina de la
casa. Desde ese momento, para Marie, todo estaba claro,
dolorosamente claro: ya no era la preferida, la única. Esa
muñequita rosada que llamaban Jolie, ocupaba su lugar, sus
privilegios.
El pequeño reino giró en
torno a Jolie.
Papá, mamá y Marie se convirtieron en planetas que
giraban sin descanso allí donde estuviera
Jolie.
Jolie creció sin sentir. La tierra era,
después de todo, un lugar amplio donde se podía
jugar, comer, dormir, soñar. Un lugar para tener amigos
inseparables como su perro y cosas a montones como sus juguetes y
peluches. Tenía el don natural de ordenar las cosas y
darles un nombre, y otorgarles un rol imaginario que
debían representar y cumplir.
Su cama, sus estantes, eran escenarios
donde las muñecas y los ositos, vivían su destino
que sólo Jolie sabía y les había asignado
secretamente.
Además de papá, mamá y
Marie, el mundo estaba poblado de gente. Había gente de
todas clases y edades. Jolie jugaba con las niñitas de su
edad.
Había niños
también, pero eran una especie distinta y ruidosa que
jugaba en grupos y sus
juegos eran
rudos y torpes. Nunca sintió temor o inferioridad frente a
ellos cuando la molestaban. Eran niños traviesos, y punto.
Mientras sus amiguitas lloraban sin consuelo ante cada
agresión, ella se plantaba frente al agresor y lo mandaba
a la China.
Muy pronto, exageradamente pronto, supo
cómo manejar a esos pillos. Igual que a sus ositos, les
asignó roles y personajes que debían representar.
Así, todo fue bien porque ella, insensiblemente,
movía los hilos.
La gente siempre tiene algún punto
débil que aparece al correr de la relación. Justo
ahí, en ese punto, Jolie ataba sus hilos invisibles y
empezaba a manejar a todos. Se hizo experta, tanto, que al crecer
se le olvidó que ella era la titiritera, y que, en cierto
modo, lo que le sucedía a ella misma, era consecuencia de
sus manejos.
Jolie, la arañita envuelta en su
propia tela.
La mamá contemplaba orgullosa a su
Jolie adolescente cuyos pechos insinuaban la mujer que
llegaría a ser. Las que tienen senos grandes son las que
marcan el rumbo –decía la mamá-, son las que
deciden lo que se debe hacer, las que eligen a un hombre
cualquiera y lo convierten en alguien importante.
El cuerpo de Jolie se detuvo a los catorce.
Nunca superó los 155 cm de altura y sus caderitas de rana
la hacían invisible al gusto masculino. Pero sus pechos,
en compensación, eran un par de placenteras
promesas.
Más tarde, Jolie aprendió
que, diseñando su propia ropa y creando un estilo
informal, pero único, podría sacarle jugo a su
aspecto.
En tanto, la verdadera máquina de
seducir era su mente. Insanamente astuta, Jolie sabía
adaptarse a cualquier situación, persona o cargo,
y, luego de haber asimilado todos los detalles, movía los
resortes a su favor y con el mínimo esfuerzo.
Un comentario aquí, una insinuante
delación oportuna allá, y las cosas giraban y
marchaban en pendiente favorable a los intereses de Jolie. Caiga
quien caiga, llore quien llore, Jolie se hizo profesional de la
infamia.
Cuando la conocí, Jolie tenía
25 años; su vida ya estaba encaminada y completa. Recuerdo
el momento en que nos presentaron, y su sonrisa. Ningún
indicio de peligro, ninguna advertencia, ningún
presentimiento. Me miraba directamente a los ojos y
sonreía, segura de sí misma. Cuando me pasó
la mano, yo bajé la mirada un tanto inquieto. La inquietud
es natural en mí cuando alguien ingresa a mi espacio, a mi
vida. Es lo que ella hizo, puesto que fuimos
compañeros.
Página siguiente |