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Relatos X




Enviado por Andy Storm



Partes: 1, 2

    N. del R.: No soy solidario de ciertas
    expresiones temerarias que el escritor, amigo mío, ha
    plasmado en su obra, pero me ha hecho prometerle, en su lecho de
    muerte, que no
    haré correcciones para suavizar o soslayar parte alguna
    que considere de mal gusto. Si así no lo hiciere, su
    alma
    vagaría sin descanso y el mundo quedaría en
    sombras, por toda la eternidad.

    Valga entonces, mi promesa cumplida, el
    cuento se
    publica tal cual, sin faltarle una coma, para el descanso eterno
    de su alma, que ha partido para reunirse con Jolie.

    -1-

    Jolie

    "Jolie, entre nosotros ha pasado todo,
    sin pasar. Y aunque lo hayas olvidado todo, sin olvidar, no
    quieres que yo diga nada, sin decir. Es lo que haré, sin
    hacerlo, para que nadie, aparte de nosotros, lo
    entienda."

    Ella nació en los 80s, un
    veintisiete de mayo. Pequeñita, roja, enojada y con el
    cabello negro, lloraba su suerte de haber parado en este
    mundo.

    Impaciente y ansiosa desde entonces,
    buscó instintivamente el consuelo del primer alimento en
    el seno de mamá.

    Terminó por acostumbrarse al mundo
    de mamá y papá y Marie, la hermana más
    grande. Desde el día que Jolie llegó para quedarse,
    Marie perdió su trono de hija única, de reina de la
    casa. Desde ese momento, para Marie, todo estaba claro,
    dolorosamente claro: ya no era la preferida, la única. Esa
    muñequita rosada que llamaban Jolie, ocupaba su lugar, sus
    privilegios.

    El pequeño reino giró en
    torno a Jolie.
    Papá, mamá y Marie se convirtieron en planetas que
    giraban sin descanso allí donde estuviera
    Jolie.

    Jolie creció sin sentir. La tierra era,
    después de todo, un lugar amplio donde se podía
    jugar, comer, dormir, soñar. Un lugar para tener amigos
    inseparables como su perro y cosas a montones como sus juguetes y
    peluches. Tenía el don natural de ordenar las cosas y
    darles un nombre, y otorgarles un rol imaginario que
    debían representar y cumplir.

    Su cama, sus estantes, eran escenarios
    donde las muñecas y los ositos, vivían su destino
    que sólo Jolie sabía y les había asignado
    secretamente.

    Además de papá, mamá y
    Marie, el mundo estaba poblado de gente. Había gente de
    todas clases y edades. Jolie jugaba con las niñitas de su
    edad.

    Había niños
    también, pero eran una especie distinta y ruidosa que
    jugaba en grupos y sus
    juegos eran
    rudos y torpes. Nunca sintió temor o inferioridad frente a
    ellos cuando la molestaban. Eran niños traviesos, y punto.
    Mientras sus amiguitas lloraban sin consuelo ante cada
    agresión, ella se plantaba frente al agresor y lo mandaba
    a la China.

    Muy pronto, exageradamente pronto, supo
    cómo manejar a esos pillos. Igual que a sus ositos, les
    asignó roles y personajes que debían representar.
    Así, todo fue bien porque ella, insensiblemente,
    movía los hilos.

    La gente siempre tiene algún punto
    débil que aparece al correr de la relación. Justo
    ahí, en ese punto, Jolie ataba sus hilos invisibles y
    empezaba a manejar a todos. Se hizo experta, tanto, que al crecer
    se le olvidó que ella era la titiritera, y que, en cierto
    modo, lo que le sucedía a ella misma, era consecuencia de
    sus manejos.

    Jolie, la arañita envuelta en su
    propia tela.

    La mamá contemplaba orgullosa a su
    Jolie adolescente cuyos pechos insinuaban la mujer que
    llegaría a ser. Las que tienen senos grandes son las que
    marcan el rumbo –decía la mamá-, son las que
    deciden lo que se debe hacer, las que eligen a un hombre
    cualquiera y lo convierten en alguien importante.

    El cuerpo de Jolie se detuvo a los catorce.
    Nunca superó los 155 cm de altura y sus caderitas de rana
    la hacían invisible al gusto masculino. Pero sus pechos,
    en compensación, eran un par de placenteras
    promesas.

    Más tarde, Jolie aprendió
    que, diseñando su propia ropa y creando un estilo
    informal, pero único, podría sacarle jugo a su
    aspecto.

    En tanto, la verdadera máquina de
    seducir era su mente. Insanamente astuta, Jolie sabía
    adaptarse a cualquier situación, persona o cargo,
    y, luego de haber asimilado todos los detalles, movía los
    resortes a su favor y con el mínimo esfuerzo.

    Un comentario aquí, una insinuante
    delación oportuna allá, y las cosas giraban y
    marchaban en pendiente favorable a los intereses de Jolie. Caiga
    quien caiga, llore quien llore, Jolie se hizo profesional de la
    infamia.

    Cuando la conocí, Jolie tenía
    25 años; su vida ya estaba encaminada y completa. Recuerdo
    el momento en que nos presentaron, y su sonrisa. Ningún
    indicio de peligro, ninguna advertencia, ningún
    presentimiento. Me miraba directamente a los ojos y
    sonreía, segura de sí misma. Cuando me pasó
    la mano, yo bajé la mirada un tanto inquieto. La inquietud
    es natural en mí cuando alguien ingresa a mi espacio, a mi
    vida. Es lo que ella hizo, puesto que fuimos
    compañeros.

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