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Democracia, autoritarismo y liberación (página 2)



Partes: 1, 2

(Prometo que estas políticas
serán problematizadas por otros artículos
míos en breve.)

Lo que importa ahora es abrirnos a la discusión del
autoritarismo que se encuentra detrás de
problemáticas sociales – clasistas, sexuales,
raciales, etcétera– presentes en la sociedad
cubana, cuyos puntos de conexión sería
difíciles de advertir. Las prácticas
académicas han socializado una visión
dogmática sobre la historia y constitución de la sociedad cubana. El
diseño
autoritario de nación
obstruye el libre juego
político de los actores sociales llamados a decidir el
destino del país. La fuerza del
poder
constituyente del pueblo es reconducida por un poder constituido
en Estado opuesto
al reconocimiento de una mayor autonomía de la comunidad.
Esta será la cuestión de fondo que discutimos en
este artículo.

 El origen
anarquista del
marxismo cubano

 Las políticas del Estado cubano son informadas
por una ideología apócrifa surgida de una
cultura
autoritaria. En tal sentido la ortodoxia en Cuba considera
un accidente histórico el origen anarquista del marxismo
cubano. Esto niega lo ocurrido en el siglo XX.

Considerar el silencio que la ortodoxia marxista hace de Julio
Antonio Mella, por ejemplo, revela las intenciones de la
misma[3]. Escuchamos cosas absurdas al respecto: El origen
bastardo de Mella sería suficiente para explicar cierto
comportamiento
ácrata del joven marxista. Ocultan así el influjo
anarquista de Alfredo López. Entonces la figura de Julio
Antonio Mella será manipulada para facilitar una
línea de consecuencia entre las guerras por la
independencia
de la nación
y las luchas por el socialismo. de
Estado.

En la década de 1960 la clase
dirigente de la Revolución
cubana había establecido un hecho
histórico
: Éramos actores políticos
dentro de una tradición centenaria de luchas sociales por
la independencia y la justicia que
constituían la historia de la nación cubana[4].

Antes que oponerse a tal discurso,
halló la ortodoxia motivos para reconducir su lógica
política.

Incluso dicho registro
histórico también afectará a José
Martí.
En una discusión José Martí
le dice a los anarquistas: "Patria es humanidad". Este es un
punto de encuentro de Martí con los ácratas.
Ocultando el origen anarquista del marxismo cubano, la ortodoxia
logra descontextualizar esa frase martiana. Descalifican
así las lecturas martianas de Mella en clave anarquista
–que venía de López–, para ubicar a Carlos
Baliño en su lugar[5]. Lo que antes fue un encuentro
político en la lucha revolucionaria de Mella y
Baliño, ahora se presenta como identificación
absoluta de ideales entre ambos. El marxismo de Baliño
resultará menos problemático para la ortodoxia que
el anarquismo de López. La discusión de este
último con otros anarquistas en su época lo
acercaba a un marxismo que la ortodoxia no estará
dispuesta a reconocer como auténtico.

Esto es un contrasentido en todo.

Lo que hemos de considerar como algo espurio en la historia
del marxismo cubano sería la propia presencia de esa
ortodoxia. El espíritu libertario dentro del marxismo
cubano: arranca en Alfredo López, pasa por Julio Antonio
Mella, y culmina en Raúl Roa.

Las batallas por la libertad y
contra toda forma de autoritarismo se hallan integradas en una
tradición de izquierda en la Isla –según el
artículo: "Izquierda y marxismo en Cuba", de Fernando
Martínez Heredia; donde las posturas de izquierdas son
identificadas por actitudes de
rebeldía[6]–; tradición que, además,
comienza a finales del siglo XIX y aún continúa.
Sobre la historia de la izquierda en la Revolución
cubana hemos discutido en otro artículo: "Izquierda y
revolución"[7].

En la actualidad los libertarios en Cuba se identifican con
corrientes ideológicas diversas: liberales, comunitarios o
socialistas. Lo cual explica sus actitudes ante diferentes hechos
en la política nacional. Consideremos, acaso, la actual
militarización del Estado cubano.

La alternativa a
la militarización del Estado será una
democratización de la sociedad

 Empecemos antes por decir que, dentro del modelo
socialista cubano, la función
política de las Fuerzas Armadas ha resultado ser una
garantía para la estabilidad y la continuidad de aquel
régimen social que se estableció en Cuba
después de 1959. Durante tres décadas tales
funciones han
sido variables. El
MINFAR creaba infraestructuras físicas, forjaba cuadros de
dirección para el Estado,
etcétera. Constituyó un laboratorio de
políticas: desde la constitución del Ejercito
Juvenil del Trabajo hasta
la iniciativa del Proceso de
Perfeccionamiento Empresarial. Detrás de cada momento
fallido en las aventuras desarrollistas o megalómanas
–siempre industrialistas– de la dirección de la
Revolución, estaba el MINFAR; pero, en particular, nunca
respondían por nada. Incluso en política exterior.
Como también las misiones diplomáticas cubanas se
hallaban integradas por los attachés militares. (Fantasmas en
la nómina.) Siempre estuvo este organismo en
la sombra. Ahora se hallan en primer plano. Piensan que pueden
dirigir a la sociedad como a un cuartel. Distorsionan la anterior
experiencia económica del MINFAR, además. Entienden
ésta como superior a la ejecutoria de otros órganos
de la
administración central del Estado. 

Ahora bien, lo que no entienden los "leales históricos"
que hoy asaltan las estructuras de
poder en Cuba, en tal caso, sería que esta carta escondida
en la manga –que fuera antes alternativa y ahora
oficialista– debe responder por la totalidad y el destino del
proceso. En un contexto así la posibilidad de hallar
muestras de actitudes autoritarias será aún mayor.
Sobraría un inventario de
hechos. Subrayo, en cambio, tres
noticias del
2009:

?         Los actuales
ministros de Informática e Interior se encontraron en la
CUJAE para homenajear a un ex ministro de Educación
Superior. Todos son militares –en activo o no–. El
acto se realizó sin la presencia del titular del sector.
Siguiendo a Jean Baudrillard –y su "teoría
de la conjura"– diría: Conspiran. ¿Contra
quién? Contra los sectores críticos de la
sociedad.

?         Un cuadro de
dirección del Ministerio de Informática se
presentó en la Mesa Redonda
de la
televisión nacional para informar sobre el proceso de
informatización de la sociedad cubana. Entonces habla del
veneno enemigo contenido en la Internet y del empeño
por construir una sociedad cerrada. (Comete un lapsus
mental: su hijo accede a la Red desde su casa.)
Significa esto que insisten en mantener el modelo de
dominación política que nos condujo a la
situación actual.

?        
Después de hacer diplomacia en América
Latina, y ante la inminente caída del "embargo" 
de Estados Unidos
contra Cuba, regresa al país el compañero
Raúl Castro para –en su primer acto público
en Cuba– presidir un Consejo Nacional de Defensa ampliado. Esto
es: ni Consejo de Estado, ni Buró Político, ni
Asamblea Nacional. 

La carga de intensión que acompaña a las
reformas que el compañero Raúl Castro echa
adelante, cabría en un espectro amplísimo de
variantes dado la alta ambigüedad que éstas nos
muestran. Según se deduce de la retórica oficial,
podría ser su interés
realmente el construir una nueva sociedad. Desde luego, esto no
restara importancia a las medidas adoptadas respecto al Consejo
de Ministros, por cuanto aquellas rompen efectivamente el
anterior equilibrio de
fuerzas. Equilibrio que daba ventaja a la clase tecnocratrica
frente a las clases populares en Cuba.

Imaginemos, en cambio, que estamos ante una artimaña
para retener las riendas del poder. En la década de 1990
el dilema de la gobernabilidad fue resuelto remozando la
"representatividad" del poder constituido, liberando de tensiones
el cotidiano con la legalización de aquellas estrategias de
sobrevivencias adoptadas por la población y ofreciendo a la élite
tecnocrática una alternativa para mantener sus privilegios
en la sociedad. Esta vez no encuentran las reformas una
alternativa que acomode al gerenciado. (Omitiendo el poder
efectivo de que dispone el mismo.) Un año antes
había elaborado el DTI (2001-2003) un plan operativo
contra los Nuevos Ricos –en particular, contra el
gerenciado: grupos de
negoción, compradores, etcétera–. El plan en
cuestión no incluía a los "leones"
–aquéllos cuyo proceso de acumulación de
capitales (licitando nuestra economía por el 2% o 5% de cada contrato pactado)
había ocurrido entre 1991 y 1997–, sino a los "chacales"
que habían ocupado el espacio después de la
emigración de aquéllos otros. Aún
así, apenas si serían adoptadas por el gobierno algunas
medidas indirectas contra los "chacales": sacar de
circulación al dólar, cerrar zonas francas, crear
fondos centralizados de divisas,
etcétera.

El déficit
democrático de la Revolución
cubana

 Confieso que soy partidario de aquellos que apuestan por
las buenas intenciones del compañero Raúl Castro en
materia de
reformas. Incluso pienso que el dilema que enfrenta éste
compañero se refiere a la fuerte resistencia al
cambio que le presentan los lebreles del status quo.

Ante la altísima complejidad de los problemas por
resolver, por cantidad y urgencia, las reformas han demorado en
realizarse más de lo esperado. En mi opinión, esto
ha creado un aparente vacío de poder. Lo cual justifica la
formación de grupos alternativos de poder en la elite
política. Algo que comienza por modos vanidosos de tomar
posición y acaban por constituir varias facciones dentro
del Partido. (Sobre este asunto la prensa nacional
nos ofreció una información críptica y ambigua[8].)
En cambio, me resisto a admitir que el compañero Carlos
Lage haya sido un arribista. Porque nadie mejor que Lage en la
administración de la sociedad en estos
últimos 20 años difíciles. Las
prácticas de ninguneo afectan también a la clase
política. Entonces, ¿acaso los leales
históricos "le casaron la pelea"? En tal caso, para dejar
caer el hacha del verdugo sólo bastaba un gesto de la
víctima. Lo mismo que hicieron a principios de la
década de 1980 los tecnócratas a los actuales
verdugos –al adoptar un nuevo sentido común en
materia de cambios: "había que renovar a los cuadros"–,
hacen los leales históricos hoy contra aquél que
verdaderamente podía vencer a la Nueva Clase en su propio
campo. Los aliados que aprueba el compañero Raúl
Castro, ahora, serán capaces de apartar del camino a
quiénes sean mínimamente críticos con las
formas no consensuadas (expeditas) de realizar las reformas en
cuestión.

Entendemos como definitivos en un socialismo libertario
ciertos elementos: diálogo,
autogestión y consenso. (Ante todo, el diálogo como
superación de la incomplitud de los actores sociales en la
sociedad. Luego, la autogestión es: "Ecología
política de una sociedad de iguales". Finalmente, como
único método
válido para la constitución del ser político
se hallará al consenso.) El modo autoritario que adoptan
las reformas en manos del compañero Raúl Castro
resulta algo contrario a nuestra concepción del socialismo
del siglo XXI.

Pero esta es una cuestión que se resolvería en
medio de un intercambio libre, responsable y honesto de ideas que
no ocurre[9]. En mi caso, ninguno de estos compañeros me
ha ofrecido la oportunidad de discutir estas cuestiones como
compatriotas que somos. ¿Piensan con cabeza propia?
¿Sienten miedo a hacer el ridículo o han perdido
tal sentido? (Quizá eso explica sus prejuicios contra la
Ciudad Letrada en bloque.) Frente al nuevo ethos emergente me
atrevo a sugerir un análisis generacional de la Vieja Guardia.
¿Estamos ante una gerontocracia que se atrinchera?

En materia de adopción
de políticas más pertinentes para enfrentar los
problemas que implica una radical actualización del
proyecto
socialista cubano, pienso que lo correcto sería emprender
una profunda democratización de la sociedad.
Democratización que debe incrementar el protagonismo
popular en la resolución de los asuntos públicos.
Cada vez que apelaron antes al pueblo fue para resolver las
crisis que
habían propiciado aquellos que ahora exigía el
concurso de las masas en su solución. La política
adoptada por el compañero Raúl Castro sólo
pudiera ser justificada a partir del déficit
democrático que ha signado a la Revolución cubana
en medio siglo.

Nunca ha sido puesta en debate la
cultura autoritaria que tanto los populistas como los obreristas
han venido a legitimar con sus políticas de Estado. Por
una parte se busca ampliar la participación popular en la
gestión
de la cosa pública; mientras que, por otra parte, se
confía a los elegidos la administración diaria de la sociedad.
Estamos acá frente a una serpiente que se muerde la cola.
Entonces resulta la democratización un simulacro. En medio
de una discusión sobre el dilema que significa Cuba para
la izquierda en Occidente, el sociólogo portugués
Boaventura de Sousa[10] sugiere que entendamos la necesaria
democratización de la sociedad como un proceso de
eliminación de las jerarquías sociales que,
finalmente, debe acabar en la constitución de una
"autoridad
compartida". Lo que implica una conversión de las
"diferencias desiguales" en "diferencias iguales", según
su parecer. Echadas las buenas intensiones de Sousa a un lado,
entonces, subrayo la fragilidad de esta concepción de la
revolución ante las estrategias de dominación desde
la derecha. Porque eso hace la derecha, exactamente, para
sostener su poder político. El proceso de
conversión de las diferencias en desigualdades sociales
–y viceversa– estaría asociado a un modelo de
hegemonía que busca naturalizar –o, en cambio,
desacralizar– una relación asimétrica de
poder.

El análisis histórico de la
estratificación de la sociedad cubana, en particular,
acusa la presencia de procesos de
distinción de las diferencias que invisibilizan la
pluralidad de la misma. Entonces la nación no será
el espacio de reconocimiento de los actores sociales en
juego.

La batalla contra
la
burocracia será contra el autoritarismo que se
encuentra detrás

 Una y otra vez se debaten tales temas en Cuba. En mi
opinión se trata de una discusión que apenas si
considera las apariencias de
una cuestión que se encuentra de fondo. Dilema que afecta
a toda la sociedad.

La vida cotidiana en Cuba está ordenada de manera
funcional a un modelo de dominación política que
tiende a reducir las incertidumbres que produce dicho artificio
por sí mismo. La clase política se enfrenta al
dilema de cómo negociar con una creciente
complejización de la sociedad, mientras intenta mantener
unas estructuras de poder que la confirme en una condición
liderazgo
sólo ejercida por decreto. Éstas adoptan dos
caminos: Primero buscan homogenizar a los actores sociales.
Después tratan de disciplinar a toda la sociedad.

Las políticas de Estado no modifican los "rezagos del
pasado". Desde luego, será así mientras
éstos resulten funcionales dentro de una estrategia de
dominación política que, paradójicamente,
anuncia la construcción de la nueva sociedad
reproduciendo lo peor de la sociedad anterior.

¿El empleo de
métodos
fascistas es pertinente para la realización del proyecto
socialista?

Las reformas que ha planteado el compañero Raúl
Castro se sostienen sobre una visión horizontal del poder.
Esta visión estructural podría propiciar una
absurda confirmación del modelo de dominación
política, o, en cambio, podría implicar la
subversión radical del status quo. Para que ocurra lo
segundo debemos antes romper el círculo vicioso
constituido por las actitudes defensivistas que identifican a la
práctica política en Cuba. Lo cual fomenta cierto
despotismo entre la élite política. Conformando un
estado despótico al final –según Guy Debord–
"donde el poder nunca arregla sus cuentas
más que consigo mismo en la inaccesible oscuridad de su
punto más concentrado: por la revolución de
palacio
, cuyo triunfo o fracaso ponen fuera de
discusión"[11]. Lo que Cuba hoy necesita es otra cosa.

Entonces la batalla contra el autoritarismo será
decisiva.  

La cultura autoritaria se manifiesta como régimen
social fragmentado de la sociedad, como proceso de
ritualización de la política, como
alienación del simbolismo de las identidades,
etcétera. Un dios difícil de localizar en
algún punto. Presente en todas partes; pero sin mostrar su
rostro.

Quizá no halla nada más elocuente que la figura
de un maestro sobre el pedestal que lo distingue en el espacio
escolar. Una clase que resulta la antípoda de un taller.
Pero el modo de ordenar la vida laboral no es
menos. Las formas de actuación del dirigente son pautadas
por esquemas que niegan toda posibilidad de participación
del trabajador bajo criterios de cogestión. Funcionarios
que no funcionan. Políticos que asisten a cursos de
capacitación, por ejemplo, donde una
discusión sobre la homofobia les resulta vedada. Mientras
su desempeño es sexista. Etcétera,
etcétera.

Como las marchas multitudinarias en la Plaza, la sociedad ha
sido sobrepolitizada para poder despolitizar a sus miembros. Un
estado de diglosia que aumenta el nivel de impunidad de
que disfruta la clase política en Cuba.

Las
políticas de Estado que tienden a reproducir las viejas
estructuras de opresión

 El análisis de los procesos la
estratificación social de la sociedad y de
distinción de las diferencias sociales en Cuba, en
particular, durante las últimas dos décadas,
 revela marcas culturales
–jinetera, gay, palestino, etcétera– que indican
actitudes discriminatorias contra actores sociales en desventaja,
dado los cambios que ocurrieron en ese período
histórico convulso. Estamos en un estudio sobre la
conversión de las diferencias en desigualdades sociales en
ciudades pequeñas cubanas (de 20 a 30 mil habitantes), en
ese período, que nos remitió a una cuestión
de fondo: La quiebra del
modelo de hegemonía política que invisibilizaba
ciertas desigualdades sociales creadas por el mismo.
Valdría la pena discutir ese modelo. Sobre ese modelo son
realizadas las políticas del Estado cubano.  

El poder de enunciar realidades sociales –desde el Estado–
se hallará por encima de los procesos de distinción
que estudiamos en este instante.

En el artículo que publicamos en Kaos-Cuba en noviembre
de 2007[12] decíamos que la sociedad cubana de las
décadas de 1970 y 1980 será una sociedad fracturada
en una multitud de ghettos sin visión de totalidad. Esta
era una sociedad donde la sensación de prosperidad
colectiva y el control
policíaco sobre la misma elevaban la eficacia del
modelo de hegemonía que fracasa junto al socialismo real
en la URSS. La sociedad de la década de 1990 no es
más desigualitaria que la sociedad de la década de
1980. Lo que sucede es que la sociedad de los años 90 se
descubre a sí misma de cuerpo entero, –por ejemplo, como
lo haría la sociedad cubana de los años 60–
mientras se produce el desmontaje de aquel estado policial. Desde
luego, halla unas realidades que resultaban de una
revolución socialista igualitarista y no del capitalismo
neocolonial anterior. Las nuevas jerarquías surgidas de la
rearticulación sobre el mercado de otros
entramados sociales, alterando los términos, pueden ser
equiparadas con las producidas en la década de 1960. Era
una sociedad en una situación límite. (Entonces
sugiero desacralizar al Estado-padre de familia.) Las
cosas no andaban bien antes del período especial
(años 90). Lo que ocurre en ese período
tendría muchísimo que ver con políticas de
Estado cumplidas en etapas anteriores. Sugerimos que las formas
de dominación política que aseguraban su
ejecución deben ser discutidas.

La historia debe ser reconstruida sobre las realidades que la
justifican. En tal sentido, la historia del modelo de
dominación política que discutimos acá fue
estructurándose sobre matrices
políticas, económicas y culturales en particular.
Las clases políticas sólo hallaran en la
nomenclatura la única forma de adscripción
al proceso histórico en curso. (Proceso de profesionalización de la política.)
El proceso de estatización de la propiedad
resultó en la constitución de una
economía de enclaves. La batalla por la educación popular
acabó produciendo una cultura de masas.
(Campaña de aculturación etnocida.) Sobre estas
bases se articuló el modelo en cuestión. Este
modelo de dominación política resultó un
instrumento de poder al servicio del
Estado obrerista (1971-1989) dada su eficacia.

En otro artículo mío revelaba el dilema de Cuba
desde el titulo mismo: "La mala palabra en Cuba no es centralización sino exclusión"[13].
Porque toda exclusión descalifica al socialismo por
sí misma. En cambio, aún persisten las viejas
estructuras de exclusión
social en la sociedad cubana. Las políticas del Estado
han sido homofóbicas por acción
(caso: UMAP) y por omisión (siendo asexuadas
éstas). Las políticas de Estado estarían
obligadas a reconocer la presencia de ciertas diferencias
sexuales en la sociedad. Pienso que no tienen los
políticos mucho interés en provocar un cambio en
ese sentido. Los políticos han sido tolerantes con una
colonialidad literaria que excluye a las clases subalternas de la
cultura nacional. (Por ejemplo, los estudios filológicos
en Cuba han adoptado un concepto
eurocéntrico de literatura que sepulta a las
poéticas y la narrativa oral afrocubana del siglo
XIX[14].) Entonces, haya sido omitiendo aquellas diferencias
sociales o tolerando esta colonialidad cultural, las
políticas del Estado cubano son responsables de esas
prácticas de exclusión. La mala fe se confirma
cuando nos enfrentamos a la presencia de una economía
estadística y el empleo de criterios
economicistas en la política de inversión. La mitad de las inversiones
del país se ejecutan donde apenas vive el 20% de los
cubanos: Ciudad de La Habana. Pinar del Río era la
Cenicienta del capitalismo periférico. El estatuto de
"pariente pobre" de Granma sería un resultado del modelo
de hegemonía política que ahora ofrecemos a debate
en este artículo.

La historia de estas políticas de exclusión
tiene un abultado expediente de felonías que fueron
cumplidas en medio siglo de ejercicio del poder. En un
artículo mío publicado en Kaos-Cuba en octubre de
2007[15] califico de "gran estafa" a la política del
Estado cubano respecto de la vivienda en los últimos 5
lustros. Lo que indigna es el cinismo institucional que adoptan
los políticos ante ese dilema. Pero hay más. Los
servicios
públicos ofrecidos por el Estado –transporte,
acueducto, comercio,
electricidad,
etcétera– tienen por fundamento legal contratos de
adhesión donde la voluntad del ciudadano no cuenta. Lo
mismo sucede cuando el incumplidor resulta ser el Estado mismo.
En tal sentido, hablar de "protección
al consumidor" es un gesto patético. Estamos ante un
Estado-menor de edad. cuando así conviene al Estado
mismo.

Las actitudes de disenso son reducidas por un modelo
hegemónico bien dotado de cartelitos que resultan
sumamente eficaces para neutralizar tales posturas.  

Insisto, la crítica
a estas políticas de exclusión debe trascender de
la discusión del modelo hegemónico que las fomenta
para enfrentarse a la ideología fascista que la justifica.
Los debates sobre la burocracia, por
ejemplo, nos están dejando en estado de desamparo cuando
terminan por ofrecernos como alternativa la reducción del
aparato burocrático del Estado cubano. Los medios de
regulación estatales han demostrado ser menos eficaces que
las formas de autorregulación (endógena) creadas en
la sociedad por sí misma. En cambio, operan de fondo unas
estructuras de poder que manipulan los "rezagos del pasado" a su
antojo. (Lo mismo hace con el mercado según los tiempos
cambian: para bien y para mal.) Incluso, no dudan en estimular
los prejuicios racistas, homofóbicos y clasistas "cuando
la situación lo requiere".

La cultura
autoritaria y sus capas geológicas

 Cuando apenas las reformas logran eliminar las "capas
políticas" de un tejido autoritario que tiende a
regenerarse por sí mismo –es decir, sólo
afectando la superficie del mismo–, éstas corren el
riesgo de
convertirse en un simulacro de cambios que nos regresan al punto
de partida. La cuestión se estaría planteando de la
siguiente manera: La adopción de un enfoque cultural de
los cambios políticos nos llevara a otorgarle al proceso
etnocultural cubano la máxima prioridad en la agenda de
debates.

Este análisis busca deconstruir una cultura autoritaria
en el tiempo. Una
cultura autoritaria que se estableció en Cuba con la
sociedad esclavista (siglo XIX).

Desde luego, existe un desarrollo
anterior. La tradición autoritaria nacional halla en los
imperios mesiánicos salvacionistas ibéricos la
matriz
sociocultural de sí misma. (Matriz que apenas con el
mercantilismo
decimonónico logra ser reciclada.) La vida cotidiana de la
Colonia sería estructurada sobre un poder
despótico. Entre 1870 y 1930, más o menos, la
sociedad nacional sufrió un proceso de
"incorporación histórica" –según la
terminología de Darcy Ribeiro[16]– al sistema-mundo
emergente bajo los métodos autoritarios de nuevos imperios
mundiales. Le faltó a la sociedad cubana la
autonomía que disfrutó con la clase dirigente
nativa entre los siglos XVIII y XIX. El modo directo de
imposición de la condición neocolonial a la Isla
por Estados Unidos así lo confirma. Los cambios acaecidos
como resultado de la revolución de 1933 fueron posibles
dada la vitalidad de ciertos mecanismos endógenos que
resultaban orgánicos con tal condición colonial.
Entonces el sujeto político popular fue reconducido a un
modelo de democracia
burguesa. En las etapas de transición que enfrentó
Cuba en el siglo XX –estas son: 1898-1909, 1930-1940 y
1959-1971–, nunca fue posible lograr consensuar el proceso de
cambios. Y una muestra de ello
la hallaríamos en la década de 1960. Quizá
se ofrezca como un buen pretexto el diferendo con el Imperio.
Pero la verdad es otra. Entonces la tradición de
autoritarismo se actualizaba. Luego los cubanos nos
enfrentaríamos a otro imperio: la Unión
Soviética. Pero ¿acaso sería correcto culpar
a los hermanos caídos de nuestros males? Creamos un denso
entramado de relaciones de poder. Las cuales acabaron por reducir
la soberanía popular en un simulacro
político de carácter regresivo. Durante el
período de hegemonía política –en
exclusiva– del obrerismo (1971-1989), todos los sistemas de
significación de la realidad fueron sobresaturados por un
discurso apologético que resultó tautológico
o no-referencial, cuya explicites denotaba una ausencia: el
diálogo. 

La relación entre amo y esclavo, entre patrón y
trabajador, entre burócrata y pueblo son
arquetípicas cuando se intenta identificar el dilema en
cuestión.

Las prácticas de solidaridad entre
las clases subalternas en Cuba  –por ejemplo, de tipo
familiar, mutualista o corporativa–, han sido ante las
prácticas de exclusión de las clases dominantes un
valladar y un espacio de recreación
de la justicia. La nación diseñada y sostenida por
los opresores ha cerrado puertas a estas prácticas de
fraternidad de los oprimidos. Cuando no, entonces, las ha
convertido en recurso amortiguador de sus déficits
sociales o espacio de subyugación del pueblo. En todas las
décadas críticas –años 20, 50 y 90–
han tenido estas prácticas su etapa de clímax en la
sociedad cubana. La clase dominante en Cuba también ha ido
conformando sus mecanismos de defensa ante tales situaciones
límites, hasta articular un modelo de
negociación de las crisis (regresivo) del
cual se han estado sirviendo todas ellas

Socialismo
estatista: modelo de hegemonía política
(autoritario)

 La falta de sentido de pertinencia entre los cubanos se
debe a la mediación estatista que afecta al modelo de
participación política en la
sociedad cubana. Este sería el principio y el fin de una
discusión sobre la producción de sentido en la sociedad cubana
en las últimas 5 décadas. En el fondo se encuentran
ciertas estructuras de poder que tiende a reproducirse sobre
sí mismas. Luego, estas últimas se sostienen dada
una hegemonía política que ha logrado
institucionalizarse para rehacer así el espacio
político de la soberanía popular. En tal sentido,
la visión horizontal del poder que identifica a las
reformas en curso nos estaría obligando a problematizar la
espacialidad de tales estructuras de poder político. Sobre
todo, en el sentido en que planteábamos esta
cuestión de inicio.

Según el criterio adoptado en el Censo del 2002[17],
existen en Cuba una multitud de asentamientos humanos que se
clasifican entre ciudades, pueblos, poblados y caseríos o
bateyes –más un décimo de población
dispersa–. El patrón poblacional de la sociedad cubana
fue invertido –de rural a urbano– en apenas tres
décadas. La ciudad hoy alberga al 75% de los cubanos.
Constituye ella misma un espacio político donde se
reproducen las viejas estructuras de exclusión. Las formas
de colonialismo interno están establecidas al interior
–como segregación urbana– de las ciudades cubanas y
también en el conjunto de las mismas. Ciudades en donde
los espacios lumínicos y oscuros que las identifican cada
vez resultan más intensos. Las prácticas del poder
hegemónico se estructuran por circuitos
urbanos. Estos circuitos se estructuran siguiendo la
clasificación adoptada por un Censo de Población
–ésta es: ciudades grandes, medianas y
pequeñas–. (Clasificación que resulta una muestra
ella misma del dilema en cuestión). Lo que ocurrió
de 1959 acá fue apenas una descentralización de las prácticas
de exclusión que existían antes de esa fecha.
Entonces el radical cambio civilizatorio que el socialismo
debió producir se quedaría a medio camino.

Esto no afecta la distribución de poder entre las grandes
ciudades, que continúa siendo favorable a la capital del
país. En tal sentido, las prácticas de
exclusión más hirientes se presentan en la
adopción de métodos administrativos para el manejo
de los flujos
migratorios internos que el modelo de dominación
induce con el desanclaje de las personas de las regiones de
origen. El efecto regresivo de las políticas migratorias
del Estado obrerista (1971-1989) –libre
contratación, etcétera–  puede ser constatada
por la cantidad de cubanos que abandonaron sus lugares de
orígenes en ese período (2/3 del total). Las
grandes ciudades serían los escenarios más
afectados. Ciudades donde se encuentran las mayores oportunidades
de éxito
personal, sin
duda, dado los patrones de prestigio y de bienestar que
instituyó el Estado obrerista.

El destino de las ciudades medianas ha variado según la
estrategia de desarrollo adoptada por el poder central ubicado en
la ciudad-capital, pero en juego de fuerzas con las ciudades que
integran el circuito nacional. La vida política en estas
ciudades, dado que el tiempo de bonanza es efímero en
ellas, obliga al poder local a articularse a través de la
yuxtaposición de dos modelos
institucionales opuestos: uno que responde a las exigencias del
poder central (simulado), y otro que es expresión de una
lucha (mutante) de intereses locales opuestos. En cambio, la
situación de las ciudades medianas a pequeñas
–de 30 a 50 mil habitantes– es precaria; pues éstas
resultan ser rehenes de un Estado asistencialista que
redistribuye el ingreso y de una nueva economía
cuyos criterios economicistas las rechazan por no rentables. En
este tercer circuito halla el modelo de dominación
política en Cuba las actitudes más abyectas. Ahora
bien, donde este dilema hegemónico resulta
 más evidente será en las ciudades
pequeñas de 20 a 30 mil habitantes. Ciudades que,
aisladas, albergan al 4,3% de la población del
país. (Índice que podría elevarse al 23%
cuando son integradas dichas ciudades en espacios urbanos
más amplios.) Las luchas sociales en Cuba están
teniendo su momento más fecundo en estas ciudades. En
ellas las relaciones
interpersonales son más fuertes y las formas de
exclusión resultan más indignantes y
explosivas.

El análisis del drama histórico y social que
enfrentaron estas sociedades
locales en las últimas dos décadas las define como
una sociedad en transición de cuerpo entero: unas
colapsaron, otras fueron actualizadas y otras más
recicladas. En verdad resulta algo fascinante constatar la
capacidad antropofágica de estas comunidades frente a
momentos tan difíciles. Las reformas que el
compañero Raúl Castro echa adelante, entonces, haya
en dichas ciudades su prueba de fuego. Cuando se analiza desde
esta perspectiva el último proceso electoral, por ejemplo,
resulta obvio que las actitudes cívicas –frente a la
abierta convocatoria por un "voto unido"– han funcionado como
voto-castigo en Cienfuegos, como voto-disenso en Pinar del
Río y como voto-crítico en Isla de la Juventud.
Estas luchas se refieren a la autoridad que decide sus
destinos.

Historia reciente
de la cultura autoritaria en la sociedad cubana

 Intentemos ahora esbozar un mapa al respecto. Un mapa
que facilite situar la discusión al centro del dilema
actual de Cuba. Discutiremos la falta de legitimidad de una
autoridad espuria.

Distinguimos tres momentos del proceso. Es decir, en el tiempo
el drama del autoritarismo estaría planteado así:
En la década de 1960 las formas de legitimación de la autoridad se apoyan en
la imagen
carismática que proyecta el liderazgo político.
Pero esta forma de poder político exige el involucramiento
cada vez mayor de los actores sociales. Cuando la onda expansiva
del proceso llegó a afectar a multitudes, entonces,
resultó para la revolución una necesidad modificar
la institucionalidad que se había otorgado en aquella
etapa inicial. Entonces parecía que todo ejercicio de
autoridad se había disuelto en un denso entramado de
instituciones
sociales que, a su vez, fueron adscritas a un Estado
burocrático policial. Este estado político de la
sociedad civil
fue regentado por la tecnocracia de las décadas de 1970 y
1980. Lo que sucedió en la década de 1990 nos
demuestra que el dilema autoritario adopta una modalidad
más orgánica, con respecto a un modelo
institucional estatista que pierde toda capacidad de
regulación sobre las relaciones sociales. La sociedad se
encuentra entonces centrada en la constitución de nuevos
mecanismos (endógenos) para la regulación social de
sí misma.

En tal sentido, un análisis diacrónico nos
revelaría una espacialidad sostenida por prácticas
autoritarias de constitución política, así
como se evidencia en la temporalidad que el diagnóstico anterior –de tipo
sincrónico– nos ofrece.

Luego, este resulta ser el régimen más cuidadoso
en Cuba al articular una protección legal (casi obsesiva)
contra los excesos de autoridad y que menos ha logrado en tal
sentido. La sociedad cubana del capitalismo neocolonial
periférico había confiado a la "moralidad
ciudadana" el manejo de tales desafueros en la política
nacional, para sólo intervenir cuando estuviese en peligro
el "Estado democrático burgués". En el barrio eran
la policía y la escuela las que
se hacían cargo de cuidar del orden social. Durante la
primera mitad del siglo XX las clases dominantes en Cuba
hacían un uso excepcional de los recursos
autoritarios que fueron heredados de la Colonia.
(Presumían de demócratas.) Quizá le faltaban
otros atributos más sofisticados para asegurar la
dominación política sobre la sociedad –como,
por ejemplo, el poder socializador del mercado–.  Sin duda
en la década de 1950 tales técnicas
de dominación fueron reducidas a una caricatura con
el batistato. Pero aún así el estado
entrópico que resultaba de aquel modelo de
dominación política libraba de toda responsabilidad ante aquella calamitosa
situación a las instituciones oficiales del gobierno.

Sucedió otro tanto con el socialismo (estatista) que ha
seguido detrás. Pero al revés. Las anteriores
prácticas de exclusión fueron suprimidas dada la
carga de infamia que portaban las mismas[18]. 

Serían pues destruidos esos métodos de
"regulación social" de la sociedad, para ser
después sustituidos por una absurda mediación
estatista de las relaciones sociales bajo el nuevo gobierno. Las
marcas culturales del proceso de reconversión de los
métodos convencionales resultan bastante evidentes. Por
ejemplo, "socio" era la palabra-llave que se estableció en
la década de 1960 para "abrir puertas" a los amigos. La
política de cuadros del Estado fue articulada bajo
criterios de confiabilidad y de méritos obtenidos por la
clase dirigente de la sociedad. Menos por resultados de trabajo.
La creación de un ejercito de informantes capaces de
calumniar hasta su propia familia, y libres de toda
responsabilidad penal por ello, estimuló la emergencia de
formas conocidas (chivatos) de corrupción política del
régimen neocolonial cubano. Las políticas que
obstruyen al derecho de asociación han contribuido a
elevar la impunidad de una clase política que se considera
por encima de la soberanía popular. La cosa más
aberrante que aún ocurre sería la existencia de
aquella obligación legal de reclamar a la autoridad
inmediata superior del dirigente que atropella los derechos de un ciudadano la
corrección de tal injusticia. Lo cual convierte a la
responsabilidad
civil del Estado en una ficción jurídica.

La
dialéctica del poder constituyente en una sociedad en
transición (1989-2012)

 Significa esto que, con algo de tiempo por medio, tales
prácticas de exclusión van a resultar más
sutiles. Fue creado un gobierno invisible que se podría
fácilmente constatar pero casi imposible denunciar. En tal
sentido, las políticas públicas del Estado cubano
fueron calificando un amplio espectro de prácticas y
atributos socioculturales que integraban nuestra identidad como
"rezagos del pasado". Suprimiendo de la realidad cotidiana de la
sociedad estos elementos de identidad, estas políticas
etnocidas han reducido al mínimo la creatividad
popular en materia de acción política. Combatiendo
una eclosión del espíritu asociativo en la sociedad
cubana en la década de 1990, por ejemplo, los
burócratas han logrado criminalizar a un mutualismo de
raíz popular. Esto puede explicar porqué el poder
constituyente del pueblo se ha trasvasado en formas
contraculturales anti-Estado: así como en cierto desorden
social que, siendo el mismo confundido con estados de esquizofrenia
generados por un Estado de excepción infinito,
amplían el margen de impunidad de las políticas
disciplinarias aplicadas por la burocracia estatal. (Las manos de
estos señores están repletas de premios y
castigos.) Las actitudes defensivas resultan ser el contenido de
una etapa de repliegue que se extiende de 1989 a 1994. Entonces
el modelo de conscripción anterior se agotará;
para, en cambio, ser suplido por un precario equilibrio entre
Estado y mercado. Una etapa en donde se articula el actual status
quo. Equilibrio que será conformado por el maridaje
regresivo entre una nueva economía que genera el
ingreso nacional y un Estado asistencialista que
distribuye éste, a cambio de conservar para sí una
legitimidad que antes se fundaba en la autenticidad del proyecto
libertario de la Revolución cubana. En tal sentido, todo
en Cuba parecía ser confiado al sentido común. Un
sentido común enfermo que la ineficiencia del Estado
alentaba y que el poder persuasivo del mercado reducía al
mundo cosificado del valor. El
poder se convirtió en algo grosero, que sólo
merecía el desplante de una generación reggae –y
su actitud
hedonista– ante un tiempo adverso.

Un amor
difícil que los cubanos han tenido que penar.

Desde luego, las clases populares han mantenido una
relación instrumental con el poder constituido en el
Estado-nación. Esta relación fue –según
lugares, tiempos y asuntos–: crítica, indolente o
abyecta. Lo que emerge junto a la batalla por el rescate de
Elián a inicios del siglo XXI –niño que
había sido secuestrado por las hordas pro-yanquis de
Miami–, sería aquel sentimiento de patria que
permitió al pueblo antes establecer la medida del
repliegue del socialismo cubano  en la anterior
década. Esta actitud fue recibida como mensaje por la
dirección de la Revolución cubana, que desata lo
que conocemos como Batalla de Ideas. La misma no implicó
una modificación sustancial de la relación de tipo
instrumental que las clases populares han sostenido ante las
políticas públicas del Estado cubano. El estudio de
diagnóstico que antecedió a los programas
sociales que fueron adoptados con el tiempo hacía visible
la situación verdaderamente dramática que afectaba
a la sociedad cubana. Esta política de emergencia se fue
enfrentando a problemas que eran consecuencia de insuficiencias
del proceso iniciado en 1959. Es decir, no sólo los
creados en los años 90. Cuando esta ofensiva estaba
administrativamente a punto de fracasar, dada la cantidad y
complejidad de sus tareas, entonces, la marcha de los programas
va por el futuro. Estamos ante un momento de inflexión del
proceso. Esto hace que la discusión sobre el proyecto de
nueva sociedad entre con urgencia en la agenda nacional. El
dilema societal tiene una dimensión personal que no
podemos obviar. Debemos hacer las apuestas de futuro con un juego
de cartas ya
vencidas. ¿Lograr un empleo en el turismo? ¿Emigrar al
extranjero? ¿Continuar una vida freelance?
Etcétera, etcétera. Asistimos ahora al proceso de
emergencia de una conciencia
crítica que progresivamente se viene convirtiendo en
conciencia política. Justo ahora cuando se interponen los
"cuadros históricos leales" con una militarización
del Estado cubano, para alentar así aquel autoritarismo de
la tradición y agudizar el déficit
democrático de la sociedad cubana.  

Lo opuesto a un
déspota no será un demócrata sino un
libertario

 Entonces, tal cuestión se ha convertido en un
dilema personal que debemos discutir. En este plano se planteaba
Che Guevara el
período de transición hacia la nueva sociedad[19].
(Es decir, entendía ese proceso histórico como una
exigencia de autoeducación que cada persona
debía resolver por sí mismo.) Período de
altísima creatividad histórica donde las formas
económicas debían ser conjugadas con actos de
conciencia que facilitarán dicho proceso. Economía
y conciencia. En un punto más allá estaría
la discusión sobre las prácticas culturales
más pertinentes para tal proceso de cambios. Es decir,
¿cuáles serían las condiciones culturales
sobre las que se produciría el proceso de reproducción ampliada de la nueva sociedad
en camino? Esto nos lleva al análisis de la
condición de sujeto portador de cultura de los
actores políticos que ahora se enfrentan a los
desafíos históricos y sociales del proceso en
cuestión.

Siendo un corolario de la presión
educativa directa y del cambio de circunstancias que suceden
(propias de una revolución en curso), y dada la justeza
del hecho, decía Che Guevara, llega a advertir el individuo que
no se encuentra aún preparado para el cambio que ocurre.
Entonces se lanza en una batalla fiera contra sí mismo. En
esta lucha angustiosa contra sí el individuo no logra
problematizar la cultura de la cual es portador y se culpa.
Muchas de las actitudes políticas que adoptan los sujetos
sociales involucrados en la transición socialista
serían una expresión de la mala conciencia que
genera esa batalla fiera de cada persona contra sí
mismo.

Planteémonos tres preguntas al respecto.

Pregunta 1: ¿Usted es un déspota?

Desde luego, déspota es su vecino. Sucede que las
actitudes autoritarias casi espontáneamente se reproducen
en la vida cotidiana de la sociedad. Discutamos, por caso, hechos
de violencia
infantil. El análisis de este dilema se reduce al castigo.
En verdad, valdría la pena debatir el asunto; sobre todo,
porque en el drama infantil se resumiría el dilema de toda
una sociedad. En tal sentido me atrevo a sintetizar tal asunto:
Empecemos por decir que los hijos serán rehenes de sus
padres. Luego, los niños
son reducidos a un mundo construido por los adultos, (que
éstos adjetivan al suyo). Situado este mundo infantil,
además, al final de la cadena de agresiones sociales.
(Esto explica que Che Guevara exigiera evitar que las confusiones
de la actual generación no afectaran a las futuras[20].)
La mala conciencia de los adultos les obliga tercamente a hablar
del asunto ¡con mucha sinceridad y ternura!

Pregunta 2: ¿Acaso bastará con convertirnos en
demócratas para desbancar a los autoritarios?

El joven Marx halla en la
democracia la verdad de toda constitución política
de una sociedad[21]. Lo dice cuando antes había afirmado
que cada individuo es una constitución política que
mantiene una relación orgánica (como de género a
especie) con la sociedad. No obstante, el joven Marx no olvida
que la demo-cracia sigue siendo política. Esto es, la
sociedad política que adopta formas democráticas en
su realización práctica no deja de ser
política. Por tanto, resulta un modo de legitimar cierta
jerarquización de las prácticas y estructuras
sociales. Ejercicio nada inocente. La crítica de Guy
Debord contra el autoritarismo de Bakunin y Lenin aún
mantiene toda su vigencia. Los cambios en la sociedad eran
confiados a una élite de elegidos. Los métodos que
emplearon los anarquistas y bolcheviques fueron diferentes, pero
ambos coincidían en la necesidad de una acción
autoritaria contra la sociedad existente vista de conjunto.
Entonces no bastaría con ser un auténtico
demócrata para triunfar sobre los despotismos actuales y
futuros.

Pregunta 3: ¿Qué es ser libertario en Cuba
hoy?

Estamos ante un espíritu disconforme en Cuba que
expresa su malestar cotidianamente de una manera ostensible en
espacios públicos. Una actitud que con dificultad
será traducida por las instituciones estatales,
políticas y sociales en programas de transformación
de la realidad cotidiana de los cubanos. La clase política
en Cuba, cada cierto número de años, debe encarar
el resultado de una "consulta popular" que revelará los
problemas que habían logrado ocultar por algún
tiempo. Todo un ejército de burócratas ocupados en
esa misión.
Unas clases populares que con su heroísmo cotidiano hacen
que ciertas estructuras de poder se perpetúen usurpando la
condición de sujeto histórico y político de
la revolución propia de las clases subalternas en el
país. La misión no consiste en solidarizarnos con
los oprimidos y hacer del malestar popular una bandera de lucha
sin antes discutir la colonialidad implícita en estos
desafueros de la multitud.

La utopía
del socialismo libertario en Cuba

 Este artículo tiene por objetivo la
apertura al diálogo entre los libertarios cubanos.

Un editorial reciente de "Cuba libertaria"[22] confiesa la
ideología anticapitalista, antiestatista y antiautoritaria
del Movimiento
Libertario Cubano (MLC) en el exilio. Ideales que abrazamos sin
reparos. Pero. Vayamos por partes. Primero, los soviéticos
antes construyeron una sociedad poscapitalista –"no
socialista", según Adolfo Sánchez
Vásquez[23]–, para ser después reconducidos al
capitalismo salvaje. Luego, no creemos que la presencia de una
actitud anti-Estado sea garantía de la negación
dialéctica de la sociedad capitalista. Existe hoy un
sentimiento así en Cuba. Pero el mismo es ambivalente en
su expresión. El modelo de sociedad que emerge de tal
sentimiento se justifica con una integración ilusoria entre Estado y
mercado. Lo que podría mejorar la situación
sería el último extremo de esa ideología
trinitaria. Ahora bien, existen mil obstáculos por vencer.
 Cuba ha sobrevivido tres imperios. Ante todo, somos los
cubanos portadores de una cultura oprimida. (Una cultura que
describe muy bien Paulo
Freire[24].) La misma resulta ser una expresión de la
condición colonial de nuestra sociedad. Sin duda esto le
resta posibilidad a la causa del MLC. Quizá sería
más sencillo que las actitudes ácratas de los
cubanos sean convertidas en un acto liberador, a lo menos, si
todos los libertarios cubanos nos enfrascáramos en una
discusión sobre los temas que abordamos en este
artículo. Porque hay libertarios en Cuba cuyas confesiones
ideológicas y militancias políticas les
impedirían venir a compartir estas trincheras. Entonces no
haríamos más que reproducir lo peor de la izquierda
cubana: su sectarismo. Las fuerzas del enemigo son superiores a
las nuestras. Sobre todo, mientras las debilidades son mayores.
Las actuales luchas en Palacio han enfrentado a cuadros
históricos leales y lebreles del status quo. En Cuba las
banderas del socialismo autocrático son
sostenidas hoy por la derecha.

Creemos que plantear la exclusión a priori del
Estado-nación, dentro de una estrategia de
emancipación social y liberación política
–sobre todo, entre los socialistas libertarios
cubanos
— nos traería más disgustos que
alegrías. Sin estos hermanos no habría posibilidad
de lograr una verdadera "desconexión sistémica" de
la hegemonía capitalista.

Luego, podrían los liberales libertarios
cubanos
significar una contribución de inestimable
valor en el enfrentamiento de ese ninguneo humillante que
aún sigue produciendo un socialismo igualitarista que
perdura entre estructuras de poder autoritarias. La
cuestión sería no dejarnos desbordar por el proceso
histórico de individuación que sigue Occidente bajo
fórmulas egoístas.

El dilema que atosiga a los libertarios comunitarios
cubanos
(civilismo vs. estatismo), –que, además,
resulta de la difícil coyuntura que los cubanos debimos
enfrentar en la década de 1990–, podría recortar
la contribución de aquéllos a la liberación.
Ahora bien, sólo ellos serían capaces de sacar
provecho de esa visión horizontal del poder adoptada por
las reformas en curso.

Deberíamos evitar discusiones bizantinas al respecto.
La unidad de los libertarios en Cuba debe sostenerse frente a los
desafíos históricos que se presentan hoy como
resultado de la conciencia y la decisión de dar
continuidad al espíritu libertario cubano que,
visto como costado positivo de la historia colonial del
país, arranca en la sociedad criolla (siglo XVII) y
aún continúa. Antes que una cultura autoritaria
logrará hacer cuerpo político en la sociedad, se
había ya establecido el espíritu libertario en
Cuba. Había nacido en los cabildos criollos. Porque
será el hombre de
la Reconquista quién se echará sobre América. Un hombre que
afinca unas costumbres rehechas en unas fronteras de fuego.
Contra moro e indio. La solución de continuidad se
hallará en el palenque. Quién desee calibrar la
vitalidad de ese espíritu libertario debe ponderar estas
variaciones históricas: un cabildo que se enfrentaba a la
Corona; un palenque que desafiaba a la sacarocracia. Las
actitudes anarquistas de Alfredo López podrían
explicarnos cómo la capacidad de resistencia de la
nación cubana pudo enfrentar, ante la ausencia de una
clase dirigente que pudiera –frente a la
transnacionalización del capital (1870-1930)– ofrecer un
proyecto de país, las fuerzas que nos arrastraban hacia
una "incorporación histórica" de la Isla
–diría Darcy Ribeiro (D. Ribeiro: 1992)– en la
boyante civilización industrial. Estará ese
espíritu libertario en la Joven Cuba y en el Ejercito
Rebelde del siglo XX cubano. Quién estudia sin prejuicio y
con honestidad la
respuesta del pueblo cubano ante difíciles situaciones
límites (años 60 y 90) o complejas coyunturas
históricas (años 70 y 80), entonces, no
dudará en reconocer que ese espíritu libertario se
mostraría como diálogo, autogestión y
consenso. Entonces, no hacemos más que reivindicar una
experiencia histórica al hablar de socialismo libertario
en Cuba.

Consideraciones
al final

 Desde luego, hacer una cartografía de los libertarios cubanos no
resultará algo sencillo. Quizá lo mejor
sería comenzar por reconocer el drama histórico que
enfrentan las diversas agrupaciones que hemos identificado entre
los libertarios cubanos, así como su ubicación en
un punto de esta geografía
ideológico-cultural dentro de la actual sociedad
cubana.

En tal sentido, casi todos los liberales se han ubicado fuera
del país. Ellos han debido enfrentar una circunstancia
bien diferente a aquellos que estamos dentro de la Isla. Existe
entre los libertarios comunitarios una tendencia "liberal", dada
la matriz civilista que los identifica a todos y que,
además, resulta de su confrontación con el
estatismo. (La cual tuvo el punto más álgido en los
años 90.) Podemos situar a los primeros alrededor del MLC
en el exilio. En tanto tendrían los segundo en el Centro
Martin Luther King (CMLK) una plaza fuerte. Sin embargo, estos
últimos hallarán entre los planificadores
físicos, por ejemplo, muchos de sus compañeros de
viaje. Ahora bien, aún cuando esta cartografía
facilita el análisis, resulta una localización en
extremo burda. Ante todo, porque entre estas corrientes se dan
momentos de transición muy difíciles de
identificar. Luego, estamos ante redes institucionales
sociales y prácticas de militancia política muy
variables. Quizá sean las posturas más afines
aquellas que sostienen los comunitarios y los socialistas; donde,
incluso, puede haber momentos de identidad compartida como en los
educadores populares. La matriz anarquista entre los libertarios
socialistas y liberales tiene una presencia más inmediata
y evidente. (Existen liberales y comunitarios no libertarios en
Cuba, así como socialistas en la ortodoxia.) Dentro de los
socialistas existen distancias más prolongadas que las
reportadas hacia el interior de comunitarios y liberales. Esto
podría explicar el bajo activismo social de los
socialistas. Éstos se sienten más apegados a las
academias que a los barrios.

(Advertencia: Identificar ciertos liderazgos sería
peligroso. Corremos el riesgo de ofrecer una visión
distorsionada de la realidad que nos alejaría de la
verdad. Espero que el lector sepa distanciarse de esta lectura.)

Entre los hechos más recientes en la historia de los
libertarios cubanos se hallaría un acto reflexivo sobre el
50 aniversario de la Revolución cubana que fuera
organizado por estudiantes de la Universidad de La
Habana (2009). Espacio en donde confiesa el compañero
Alfredo Guevara el origen anarquista de su marxismo. (La historia
de Guevara es conocida.) Podríamos, incluso, identificar
algunos socialistas libertarios dentro de la generación de
Silvio Rodríguez. Lo cual resulta muy difícil de
localizar en la generación que le sucede. Los fuertes
rasgos de sectarismos que hallamos en la generación que
emerge a principios de la década de 1970, bajo el fuego
cruzado de sus mayores, –cuando no su indolencia ante la
realidad– nos hacen dudar de su adscripción plena en
alguna agrupación de libertarios en específico.
Quizá sea, entre los socialistas libertarios cubanos, un
caso paradigmático el mismo Fernando Martínez
Heredia –como lo había sido Thompson para la
historiografía marxista inglesa del siglo XX–. Fernando
ha sido el más tenaz y fecundo de todos nosotros. (Los
miembros de la Cátedra Haydee Santamaría, que tanto
le debemos a un hombre así, evidentemente, somos
más anarquistas y menos trotskistas que él mismo.)
El desafío que significan las nuevas hornadas de
libertarios que surgen en Cuba, (siendo ellas las más
sensibles acaso frente la emergencia de un nuevo ethos
ético-social), dentro de las diversas corrientes y
agrupaciones hoy presentes, obliga a la mayor apertura posible en
los debates. Podríamos estar siendo presos de
ideologías y posturas que son frutos de la vieja
sociedad.

Quedarían por tratar muchísimos temas al
respecto. (Los amigos sabrán suplir estas carencias.) No
obstante, espero que este artículo tenga alguna utilidad. Porque
los costos por
expresar mis convicciones me están resultando bastante
altos. Ya decía Roque Dalton: Nadie se va ha la
montaña a buscar la gloria. "Nadie que no sea un
imbécil" –había querido decir–[25].

 

 

 

 

Autor:

Ramón García Guerra

Santa Fe, Ciudad de La Habana, Cuba

7 de mayo de 2009.

——————————————-

[1] Ernesto Che Guevara: "El socialismo y el hombre en Cuba",
en Obras 1957-1967; La Habana: Editorial Casa de las
Américas, 1970.

[2] Paulo Freire: Pedagogía del oprimido;
México:
Siglo XXI, 1978.

[3] Julio Cesar Guanche: El continente de lo posible. Un
examen sobre la condición revolucionaria
; Panamá:
Ruth Casa Editorial, 2008.

[4] Fidel Castro
Ruz: "En la velada conmemorativa de los Cien Años de
Lucha, 10 de o

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