El ansia de perfección. Una adicción a la
base de las adicciones – Monografias.com
La adicción es la dependencia con
predisposición obsesiva-compulsiva que experimenta una
persona con respecto a una substancia, una actividad, una
relación o a una idea.
Vamos a ocuparnos de una adicción que localizamos
a la base, si no de todas, de numerosas adicciones. Nos referimos
a la adicción a una idea: a la
perfección.
Cualquier tipo de adicción encuentra un enganche
fácil, debido a que provee o de una satisfacción
inmediata, un placer, libra de un dolor, nos evita por un lapso
de tiempo de un sufrimiento existencial o nos remite a una
promesa que nos ofrece consuelo y nos conforta. Así que
todo tipo de adicción baja el estrés, disminuye el
dolor y, sobre todo, nos pone cómodos con nosotros mismos.
Eso mismo: nos pone cómodos con nosotros mismos.
Temporalmente, por supuesto. En este sentido, la adicción
es el opio de nuestra frágil condición humana. De
la inseguridad.
En el fondo, toda adicción tiene como mira
alejarnos aunque sólo sea precariamente del efecto o de la
causa de algo inaguantable. ¿Y qué puede ser
más insoportable que nuestra incorregible facultad de
fallar, nuestra pesada carga de ser seres defectuosos?
¿Qué nos irrita más a lo largo de nuestra
vida que los propios errores, fracasos y decisiones desatinadas
que cometemos?
Empecemos por preguntarnos por el origen de la verdadera
adicción: la necesidad obsesiva, irresistible, por
reparar, arreglar, ajustar, la existencia. Trabajo a nivel
ontológico que se acomete con ímpetu contra nuestro
ser.
La pregunta indica claramente que estamos manejando una
etiología de la adicción a un nivel profundo que, a
su vez, precisará de un tratamiento del mismo orden. Pero
bien, ¿de dónde surge esa necesidad? La necesidad
de enmendar el propio ser. ¿A qué debe que el
hombre se resista a ser lo que es y busque algún tipo de
adictivo para satisfacer su necesidad de ser quien no es? A esta
pregunta Jean Paul Sartre responderá que "ser hombre es
fundamentalmente deseo de ser Dios".
No soy el primero en preguntarse qué fue primero,
el huevo o la gallina, ni el primero en responder que la
adicción –cualquier forma- en su origen, aloja una
impelente idea bajo forma de aspiración. Se trata de una
pretensión, un anhelo, un deseo penetrante, que se vuelve
obsesión. Frecuente obsesión que se vuelve
compulsiva. De aquí que podamos alegar que la
adicción no requiere de la propaganda para encontrar
clientes.
La mejor difusión de las adicciones y el mejor
cliente está dentro de nosotros. Al menos inicialmente, la
adicción no proviene de afuera. No son las cosas,
substancias, relaciones o actividades, las que generan
adicción. Posiblemente no en primera instancia. Lo adicto
es el hombre. Cómo señalaba Nietzsche, "la tierra
está enferma y esa enfermad se llama hombre". Suena
poético, y tal vez retórico y hasta abstracto, pero
es el fondo de la realidad antropológica que sustenta la
adicción que queremos plantear.
En este sentido amplio, podemos, por lo tanto, empezar
declarando que en nuestras vidas hay porciones, por lo menos
parcelas, donde se cultiva algún tipo de adicción.
Cabría pues concluir que todos somos adictos. Qué
la condición humana de indigencia da origen a alguna forma
de adicción. Así pues, la palabra adicción
la usaremos en otro sentido que alude a un tipo de
afectación profunda.
La adicción que vamos a tratar, antes que
colocarla a nivel orgánico, en la cavidad interna del
cráneo, en el cerebro, o más específicamente
hablando, en el centro nervioso constitutivo del encéfalo,
la localizamos en la mente. Soy de la modesta opinión que
las sustancias psicoactivas no le llegan a lo que es el verdadero
factor psicoactivo desencadenante de trastornos
psicológicos y de adicciones: el pensamiento.
Las ideas pueden operar sobre el sistema nervioso,
afectando, en un círculo vicioso, el sistema
psíquico. Salta de nuevo la vieja historia del huevo y la
gallina.
La psiquiatría, desde su enfoque
predominantemente biológico, se da gusto refiriendo la
mayoría de los problemas mentales a factores
orgánicos o a sustancias, limitándose a tratar la
persona con fármacos reguladores de los neurotransmisores
del cerebro. Ciertamente son innegables las mejoras
sintomáticas que aporta la psiquiatría, pero el
sujeto, en muchos casos, permanece dominado o sometido al mismo
patrón mental adictivo. Se requiere entonces ir más
allá de la psiquiatría.
En realidad, la mayor parte de los problemas del ser
humano se relacionan con un asunto mental. Específicamente
con la falta de aceptación, cuyo reverso es el auto
rechazo. El auto rechazo hace mella en el hombre suscitando o
fomentados el ansia de perfección, que, en palabras
pobres, es ansia de ordenar y controlar el mundo subjetivo, el
mundo mental e interpersonal.
Ordenar y controlar es la manera de pretender corregir,
enderezar, arreglar, lo que se percibe perfectible. Aquí
se plantea la primera tarea: reparar el propio ser.
En nuestra cultura racional occidental, el pensamiento
psicoactivo dominante, de manera larvada o abierta, en las
actitudes y conductas, es la búsqueda de la
perfección.
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