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La comunicación auténtica (página 3)



Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6

La razón, en concepto de Kant, tiene la necesidad
de permanecer en debate consigo misma, porque de sí misma
deben surgir los argumentos contra la tesis que estemos
sustentando en el diálogo. El principio de honestidad nos
exige no presentar aquellos argumentos en los que no creamos en
el fondo y de los cuales sospechemos. Las exigencias del debate
con el otro, formuladas en la tradición racional, las
encontramos ya en Platón, quien en varios de sus textos
sostenía que si vamos a argumentar contra la idea expuesta
por alguien, sólo debemos hacerlo en el sentido de la
razón, es decir, dando a los argumentos del otro tanta
fuerza como se pueda, hasta el punto de que si éste se
equivoca en su manera de argumentar o ejemplificar, tenemos que
ayudarlo a argumentar y a ejemplificar mejor. De lo que se trata
es de no caer en discusiones absurdas, en las que se aprovecha la
imperfección o el error en la exposición del otro
para hacerlo quedar mal; por el contrario, hay que pensar en el
lugar del otro y decir desde su punto de vista lo mejor que se
pueda decir.

En su profundo y prolijo estudio, investigación o
crítica de la razón, Kant estableció los
ideales del racionalismo o las reglas de la razón, que
son: 1. Pensar por sí mismo. 2. Pensar en el lugar del
otro. 3. Ser consecuentes con lo que pensamos. Estas exigencias
racionales nos impelen a pensar por nosotros mismos, a ser
capaces de ponernos en el punto de vista de los demás y a
sostener las verdades conquistadas. Pensar por sí mismos
implica renunciar a una mentalidad pasiva y acrítica que
recibe las verdades o simplemente las acepta de alguna autoridad,
de alguna tradición, de algún prejuicio, sin
someterlas a su propia elaboración. Para ser capaces de
ponernos en el puesto del otro debemos mantener por una parte
nuestro punto de vista pero ser capaces, por otra parte, de
entrar en diálogo con los demás puntos de vista, en
la perspectiva de llevar cada uno hasta sus últimas
consecuencias, para ver en qué medida son coherentes
consigo mismos. Llevar las verdades, ya conquistadas, has sus
últimas consecuencias quiere decir que si los resultados
de nuestras investigaciones nos conducen a la conclusión
de que estamos equivocados, lo aceptemos.

Los procesos democráticos requieren pensar,
debatir argumentar, sintetizar; es decir, necesitan tiempo. Para
entender la verdad de un asunto, es menester oír a las dos
partes, sus razones y sus argumentos; tener acceso a los datos y
los hechos; estudiar, sopesar, "rumiar". Para ponderar a un
hablante, debemos escuchar sus ideas, hacer preguntas
perspicaces, analizar su sinceridad, entender las implicaciones
de lo que tiene para decir.

Es procedente que cuando dialoguemos tratemos de no
utilizar la expresión "tiene razón", "tiene la
razón", "no tiene razón" o "no tiene la
razón
". ¿Por qué? Porque, como vemos,
la razón "es una facultad intelectual del hombre o de las
personas"; es decir, que todos tenemos razón. En lugar
podemos decir: "Usted o tú razona bien". "Su argumento
me parece bien fundado". "Su punto de vista es racional". "Su
razonamiento me convence". "Su argumentación se funda en
juicios
, premisas, proposiciones o conclusiones
coherentes
".

El lenguaje y la
palabra en la comunicación

El lenguaje es el instrumento primero de la
comunicación, porque es el elemento indispensable para el
pensamiento racional y posee un inmenso potencial para la
comunicación y la comprensión entre personas. El
lenguaje usado debe ser correcto, es decir, adecuado; expresado
sin ofender la dignidad del interlocutor y sin irrespetar sus
opiniones. La grosería, la vulgaridad, la
altanería, la pedantería y las palabras soeces,
procaces, altisonantes o que riñen con la cortesía
atenta contra el debido respeto y alteran la comunicación
amable entre los interlocutores.

Según el entorno, el momento, la disponibilidad
de ánimo de las personas presentes, el motivo que anima la
comunicación, el nivel de conocimiento y confianza mutua y
otros factores contextuales, los niveles de tolerancia en el uso
del lenguaje podrán ser más o menos estrictos, pero
en ningún caso se debe sobrepasar el límite de lo
correcto, de lo amable y del respeto.

El lenguaje tiene vínculos con la vida:
familiares, sociales, políticos, culturales,
etcétera. En tanto se tenga comprensión de esos
vínculos, es decir, de que el lenguaje rodea esos
vínculos, estaremos entendiendo que toda expresión
del lenguaje procura beneficiar a todos los hablantes.

El lenguaje es toda una red. Esta red vincula los
pronombres personales de quienes participan en los procesos del
habla. Esa red son los vínculos con los otros y con
nosotros. Cuando la red se rompe, se rompe la
comunicación. Cuando esto ocurre el sujeto hablante queda
en el vacío de palabra. Esto lleva a un aspecto
básico del lenguaje que tiene que ver con el
reconocimiento de la identidad. Uno funda el reconocimiento de
sí o del "yo" sólo a través de una
interacción con otros. La palabra nos construye como
personas, pero la palabra también construye colectivamente
la identidad social de un país. Nos construye
éticamente, es decir, para lo bueno, para la buena vida,
para la idealización, para el sueño, para la
fantasía; pero también nos construye para la
razón, para justificar mediante argumentos las razones por
las cuales creemos lo que creemos y lo que pensamos: apreciar la
condición de claridad y la condición de sinceridad
de la palabra. Son condiciones indispensables en las relaciones
de comunicación y de argumentación. Debemos tener
cuidado con las palabras, porque las palabras representan y van
adecuando la manera como nosotros concebimos a los demás,
a la naturaleza, al mundo social y el universo en el cual
estamos.La palabra hace posible el entendimiento mutuo, la
convivencia, el intercambio, la comunicación y la
solución de conflictos. Por eso debe estar respaldada y
animada por la "verdad", que es el fundamento de la convivencia,
el sentido mismo de la comunicación. En la
interlocución debe haber una condición de verdad,
de autenticidad, de veracidad.

Toda conversación debe estar animada por los
presupuestos de sinceridad, veracidad y rectitud. Sinceridad no
es sólo decir la verdad. Un sujeto es sincero cuando
siente lo que está diciendo. Si hablamos es para
comunicarnos, y si lo que decimos es mentira, no nos comunicamos
auténticamente, debido a que ésta despoja de
sentido al lenguaje y la comunicación.

La palabra tiene el valor de la verdad. El
diálogo auténtico implica decir la verdad. Pero no
basta con decir la verdad, hay que vivenciarla, proyectarla,
expresarla. Esa verdad no se puede expresar de manera
cínica, porque de una u otra manera daña al otro.
Es importante decir la verdad con un sentimiento de
reconocimiento y con una comprensión de que la posibilidad
de que el otro sea uno igual a mí.

Una persona debe aprender a argumentar con palabras su
forma de ver la vida y reconocer la estabilidad social a
través del lenguaje. Es decir, los lenguajes pueden
contribuir a degradar una sociedad o pueden constituir una grave
amenaza de la convivencia. Expertos en la comunicación nos
dicen lo siguiente, con respecto a la palabra:

"La palabra tiene un poder que muchas veces no
percibimos. Es indispensable que tengamos muy presente el poder
de la palabra, porque una palabra ofensiva puede ocasionar una
discordia. Una palabra cruel puede destruir una vida. Una palabra
amarga puede crear odio. Una palabra brutal puede matar el amor.
Una palabra agradable puede suavizar el camino. Una palabra a
tiempo puede evitar un conflicto. Una palabra alegre puede
iluminar la existencia. Una palabra sabia puede orientar al
desconsolado. Una palabra dulce puede brindar ánimo. Una
palabra amorosa puede curar y bendecir. Una palabra guarda
fuerzas insospechadas, es dinámica, es activa. La palabra
es un don divino y se debe usar con respeto santo.Como hablante,
como ser que se comunica, no rebajes la palabra poniéndola
al servicio del mal. Habla para unir, no para dividir: para amar,
no para odiar. Que tus palabras sabias sean gotas de miel para el
amargado y fuente de luz para el que anda en la penumbra. Aprenda
a escuchar a los demás porque su palabra también
vale".
LA REALIDAD ÓNTICA DE LA PALABRA

En la convivencia humana es un deber imprescindible
defender la palabra empeñada en dos logros básicos.
Por un lado, es muy importante que la palabra sea razonable,
razonablemente humana, para construir el espacio de convivencia
social. Por otro lado, esa palabra debe evitar la
imposición dogmática o la impotencia y el silencio.
Hay un aspecto de racionalidad en la forma como nosotros hacemos
el reconocimiento del otro a través de la palabra. El otro
merece respeto como yo, como un ser humano con idénticas
posibilidades de palabra y de escucha.El que habla tiene que
tener palabra. En la fidelidad-confianza se afirma el poder
soberano de la palabra como medio privilegiado de comunión
de dos presencias. Cuando, como en nuestros días, se
devalúa la palabra, el hombre se "enconcha" en sí
mismo, se ensimisma, nadie comprende a nadie como persona. Los
otros pasan a ser mónadas incomprendidas, en vez de
presencias abiertas. Pero no basta que el prójimo nos
hable. Sólo se habla en la proximidad, cuando se
está cara a cara, a diferencia de la mirada que abarca en
lejanía. Pero esta proximidad que requiere la palabra para
ser oído en muchas veces puramente material y entonces la
palabra aleja más que la mirada. La palabra es medio de
intercomunicación y de comunión de dos presencias
cuando es escuchada. Uno empieza a ser prójimo de otro,
cuando se pone en actitud de escucha, cuando se inclina hacia el
otro hasta quedar rostro a rostro.

En la comunicación, siguiendo las
enseñanzas de Platón, debemos decir lo que
conviene, cuanto conviene, a quienes decir conviene y cuando
decir conviene. "Decir lo que conviene es decir las cosas que han
de ser útiles al que dice y al que oye. Decir cuanto
conviene es decir lo que baste, ni más ni menos. Decir a
quienes conviene es acomodar las palabras a la edad de aquellos a
quienes se dicen, ya sean ancianos, ya mozos. Y decir cuando
conviene es que no sea demasiado presto, ni demasiado tarde".
Así la verdad, como categoría axiológica
suprema, se concibe como correspondencia y relación del
pensamiento con las cosas, en donde "verdadero –tal como lo
planteó Platón- es el discurso que dice las cosas
como son", y como sentenció Aristóteles lo
verdadero es "afirmar lo que es y negar lo que no es".

Es fundamental destacar cómo se construye la
identidad del otro a través de la palabra. La identidad de
la palabra es nuestra propia identidad. Esa identidad se
construye cuando hay la autonomía del decir. Cuando hay
esta autonomía, obviamente hay la responsabilidad frente a
las palabras que utilizamos. El problema de la identidad no
está en que somos iguales, sino en que somos diferentes.
Somos distintos, pero semejantes. Todas las personas somos
semejantes porque existimos, pero diferentes porque tenemos
esencias distintas. Los seres humanos somos diversos y semejantes
por una esencia (aquello por lo cual cada uno es tal y no otro) y
una existencia (aquello por lo cual cada ser es realmente algo).
La esencia designa el modo de ser, y la existencia designa el
ser, la realidad. Cuando se desconoce la diferencia, se desconoce
el punto de vista del otro. La palabra oral o escrita,
según Tomás de Aquino, depende del pensamiento o la
palabra interior porque es su signo inmediato, y depende
también de la voluntad porque es signo convencional y
artificial. Se presentan así, entre otros, el problema
ético de la mentira y el problema real y
lingüístico de la equivocidad, la univocidad y la
analogía. Por ello, no todas las palabras ayudan a conocer
el pensamiento y la realidad sino tan sólo las palabras
sinceras, unívocas y análogas. Cuando se trata de
palabras mentirosas y equívocas no hay que cuidar de
ellas.

Tanto el pensamiento como la palabra exterior tienen que
estar de acuerdo con la realidad que expresan. Si lo
están, expresan la verdad, es decir, la realidad. Si no lo
están, expresan falsedad, esto es, algo que no es la
realidad. Mentir es manifestar algo que no está de acuerdo
con lo que se piensa o con la realidad queriendo conscientemente
decirlo e intentando engañar. Si se dice una falsedad,
pero sin saber que lo es y sin intención de
engañar, habrá un error pero no propiamente
mentira. Según Aristóteles, verdad es decir del ser
que es y del no ser que no es; en tanto que mentira es decir del
no ser que es y del ser que no es. Por ello, la falsedad es el
ocultamiento del ser bajo apariencias.

La palabra equívoca, afirma Tomás de
Aquino, es aquella que significa cosas totalmente diversas en
cada caso, cosas que entre sí no tienen relación
alguna. Por el contrario, la palabra unívoca es la que en
todos los casos significa cosas iguales, las mismas cosas. Y,
finalmente, la palabra análoga, es la que, según
los casos, significa cosas que son simultáneamente
diversas e iguales. Por tanto, cuando usamos una palabra
equívoca el oyente o el lector se puede equivocar porque
esa palabra tiene sentidos totalmente diversos. Si empleamos una
palabra unívoca, no hay posibilidad de
equivocación. Si utilizamos una palabra análoga por
una parte hay posibilidad de equivocarse y por otra no la hay.
(Analogía es la relación de semejanza entre cosas
iguales). La palabra es y será siempre el vehículo
de la realidad. Sólo cuando existan las palabras, el
hombre comprenderá su mundo y se experimentará como
un ser situado en él. Gracias a la palabra y a su
libertad, el hombre es capaz de presentarse a sí mismo, de
entregarse, de relacionarse o comunicarse.

Javier Aranguren, en su conferencia Si
habláramos bien, creeríamos,
señala que
la posibilidad del diálogo en libertad es lo que define la
riqueza y superioridad de lo político. El diálogo
no está constreñido en su desarrollo:
Sócrates empieza hablando de la oportunidad de la
retórica para acabar por responder a la
preocupación por la posibilidad de tener un alma bella. La
conversación dialogada no tiene previsto su tema. Se
desarrolla en un ámbito de libertad y desinterés
(hablamos los amigos, y la amistad consiste más en dar que
en tomar, y por tanto es una actividad propia del
magnánimo). Por eso, lo propio del diálogo
en libertad es que no termine (ese era el objetivo de la
dialéctica: la verdad es el término, es decir, el
movimiento dialéctico es aparente, como lo es la
realidad temporal misma), sino que siempre puede crecer,
su ámbito propio no es el de un término
(peras) sino el de estar en el fin (telos).Esto
quiere decir que el diálogo en libertad es una actividad
que hay que caracterizar no como algo medial, como un
útil, como un medio de eficacia (de nuevo, eso es la
dialéctica: instrumentalizarlo todo, incluso el amor y la
amistad), sino como algo perteneciente al ámbito de los
actos perfectos (praxis) y, por lo tanto, caracterizado
por su perfectibilidad intrínseca (Aristóteles): no
se habla para convencer al otro de algo o para sacar algún
provecho oculto, sino que hablamos los amigos porque nos
enriquecemos mutuamente en un ámbito de donación
natural.Desde unas relaciones entendidas así aparecen
perspectivas nuevas en el ámbito de lo humano. En el
diálogo es posible la solidaridad, evitando
mirar por encima del hombro al otro que dialoga; es
posible el desinterés, entendido no como indiferencia ante
las consecuencias de mis actos, sino como la capacidad de
apreciar al otro en lo que es y no por los beneficios que me
reporte; es posible sustituir el control necesario en un mundo
cargado de sospechas, pero no por el caos desorganizativo, sino
por la confianza; es posible también el desarrollo de un
ámbito de amistad social (por ejemplo, en las
relaciones que surgen en las pequeñas empresas entre
trabajadores y directivos y entre todos estos y consumidores) y
un ámbito de amor (donación) entre personas.Este
ideal puede parecer difícil. Y lo es. Ya los griegos
lo sabían. Por eso es un ideal que implica el
fomento de la paideia, es decir, de la educación
en la excelencia o la virtud. Esta es una de
las claves interpretativas de la ética
aristotélica: el ideal de nobleza es la clave de
la actuación social. ¿Qué quiere decir esto?
Que no importa sólo lo que se haga, sino la
motivación de fondo de quien actúa. La altura de un
hombre que ejecuta sus acciones no por el control en el miedo
sino por el Bien, es inmensamente grande. Actuar así es
algo raro, pero por eso también es algo
laudable y hermoso (Aristóteles).Por su parte, el
filósofo Miguel Ángel Martí García,
en su Arte de Hablar, plantea que desde siempre la
sabiduría popular ha emitido juicios, muchos de ellos
recogidos en los refranes, sobre el hecho de hablar. El aspecto
más criticado es la incontinencia verbal, tal vez
por ser el defecto más extendido; efectivamente, son
muchas las personas que se dejan llevar de una forma exagerada
por el deseo de hablar, cayendo en todo tipo de incorrecciones y
produciendo cansancio a los que se ven obligados a escucharles.
En cambio, son más bien pocas las personas que se
caracterizan por su prudencia y oportunidad a la hora de
comunicarse con los otros. En decir lo que se tiene que decir y
en escoger el momento oportuno estribaría el arte de
hablar
, aunque para ser más precisos, a estas dos
condiciones habría que añadir el hacerlo con los
términos más apropiados. No todas las
personas cuentan con el número de vocablos suficientes
para expresar lo que quieren decir; de ahí la importancia
de poseer un vocabulario extenso, que pueda satisfacer nuestras
necesidades de comunicación. Como es lógico estas
necesidades no serán las mismas para un intelectual que
para quien no lo sea; de todas formas, si el vocabulario es muy
reducido, no cubre las exigencias mínimas que todo hombre
necesita, no sólo para comunicarse con los otros, sino
para entenderse a sí mismo, porque quien no posee la
palabra para mencionar el concepto que representa, es que de
alguna manera desconoce también el concepto y la realidad
a que sustituye.Por lo tanto, para hablar bien junto a la
prudencia y la oportunidad es necesario disponer de un
vocabulario apropiado. La prudencia y la oportunidad nos
garantizan que nuestros juicios, valoraciones, calificaciones, se
ajusten a la realidad, porque nuestras palabras no van más
allá de la realidad, y tampoco se quedan más
cortas, porque se da una perfecta adecuación entre nuestro
juicio de la realidad y la realidad misma. Si además
contamos con un vocabulario apropiado, esta adecuación no
se dará únicamente en el campo axiológico y
ético, sino también ontológico. Cada
realidad tendrá su palabra, con lo cual nuestra
conversación será exacta y evitaremos circunloquios
que hacen pesada la comunicación entre las
personas.

El filósofo Jorge Peña Vial, en su ensayo
Leer, Pensar, Hablar, indica que hablar es decir "algo"
a "alguien". Es a la par signo objetivo y signo comunicativo. Y
la plenitud de la comunicación se da en las palabras que
dan a conocer la realidad en sí misma, en la palabra
verdadera. Esto no excluye otros usos de las palabras, que van
desde el parloteo insustancial, el disimulo intencionado, el
recurso a sofismas deliberados que bajo palabras nobles ocultan
designios viles, hasta la mentira pequeña o clamorosa.
Tanto Steiner –cuando afirma que el idioma alemán no
fue inocente de los horrores del nazismo– como Pedro Salinas, han
destacado la doble potencia del lenguaje: letal y vivificadora,
de verdad y mentira, la ocasión de engañar como de
aclarar, de confundir y extraviar como de iluminar y encaminar.
Pero en sí misma, independientemente de los usos viciosos
de las palabras y de sus frecuentes adulteraciones, la palabra es
luz. En este sentido Tomás de Aquino hace una instructiva
distinción entre "locutio" e
"illuminatio", que corresponde a dos modos diversos de
hablar. No se puede negar que hablar con un amigo de las
trivialidades del día (que he dormido bien, que el
día es bonito o que voy a dar un paseo) constituye
lenguaje, pero se trata de locutio, "mero lenguaje", y
no se realiza en él todo lo que el lenguaje puede y debe.
En cambio, si yo participo a otro de una idea que se me ha hecho
evidente, que irradia desde dentro e ilumina la realidad, que me
permite verla de modo distinto y nuevo, acontece algo más
que mero lenguaje, se da al mismo tiempo illuminatio,
"enlightenment", dilucidación del mundo y del
espíritu.

Sólo la persona que dispone de un grado avanzado
de posesión de la propia lengua puede alcanzar la plenitud
como hombre, porque puede conocerse y darse a conocer. Es lo que
acertadamente afirma Pedro Salinas: "En realidad, el hombre que
no conoce su lengua vive pobremente, vive a medias, aun menos.
¿No nos causa pena, a veces, oír hablar a alguien
que pugna, en vano, por dar con las palabras, que al querer
explicarse, es decir, expresarse, vivirse, ante nosotros, avanza
a trompicones, dándose golpazos, de impropiedad en
impropiedad, y sólo entrega al final una deforme semejanza
de lo que hubiese querido decirnos? Esa persona sufre como de una
rebaja de su dignidad humana". Por eso Thomas Mann, en su carta
de renuncia al rector de la universidad para huir de Alemania,
escribía: "Grande es el misterio del lenguaje; la
responsabilidad ante un idioma y su pureza es de naturaleza
simbólica y espiritual; responsabilidad que no lo es
simplemente en el sentido estético. La responsabilidad
ante el idioma es, en esencia, responsabilidad
humana".

Presupuestos de la palabra:

El filósofo Hans Gadamer plantea los siguientes
presupuestos de la palabra:

1º. La palabra de la pregunta. Todos
vivimos en permanente pregunta porque vivimos en permanente
búsqueda de respuestas.

2º. La palabra de la fábula. Es la
palabra artística, con la que construimos.

3º. La palabra de reconciliación.
Es la palabra que nos permite llegar a acuerdos.

La
comunicación como una de las dimensiones de la vida
personal

El filósofo francés Emmanuel Mounier, a
través de su libro El personalismo, reflexiona
sobre la necesidad de luchar contra el individualismo en procura
del personalismo. Como vivimos en un contexto de guerra
permanente, la hostilidad se entroniza y se instala la
indiferencia, perdiéndose los caminos de la
camaradería, la mistad y el amor. Ante la necesidad de
poseer y someter, la comunicación se bloquea. Así
el mundo de los demás no es un jardín de delicias,
sino una permanente provocación a la lucha, a la
adaptación y a la superación. "El infierno son los
demás", como diría Sastre.

El individualismo se define como un sistema de
costumbres, de sentimientos, de ideas y de instituciones que
organiza el individuo sobre el egocentrismo y el separatismo. En
ese universo el individuo oscurece la comunicación con su
sola presencia y desarrolla una especie de opacidad por todas
partes donde se instale.

En esa circunstancia despersonalizadora la persona es
abstracta y sin ligaduras ni comunidades naturales. Se confunde
persona con individuo, surgiendo la necesidad de superar esa
confusión porque la persona sólo se desarrolla
purificándose incesantemente del individuo que hay en
ella; algo que se logra tornándose disponible y más
transparente a sí misma y a los demás. Todo ocurre
entonces como si, no estando ya "ocupada de sí misma,
plena de sí misma", se tornase, y solamente entonces,
capaz de acoger a otro, como si entrase en gracia. Si nos
encerramos en el yo no hallamos el camino hacia el
otro.

Cuando la comunicación se rebaja o se corrompe,
nos perdemos profundamente: todas las locuras manifiestan un
fracaso de la relación con el otro, nos volvemos
extraños a nosotros mismos, alienados. Casi se
podría decir que sólo existimos en la medida en que
existimos para los demás, y, en última instancia,
ser es amar.

La persona se fundamenta sobre una serie de actos
originales que no tienen su equivalente en ninguna otra parte del
universo: salir de sí, comprender, tomar sobre si, dar y
ser fiel. Salir de sí implica que la persona es
una existencia capaz de separarse de sí misma, de
desposeerse, de descentrarse para llegar a ser disponible para
todos. Comprender es dejar de colocarme en mi propio
punto de vista para situarme en el punto de vista del otro. No
buscarme en algún otro elegido semejante a mí, no
conocer a otro con un saber general, sino abrazar su singularidad
con mi singularidad, en un acto de acogida y un esfuerzo de
re-centramiento. Ser todo para todos sin dejar de ser, y de ser
yo; pues hay una manera de comprenderlo todo que equivale a no
amar nada y a no ser nada: disolución en los otros, no
comprensión del otro. Tomar de sí, es
asumir el destino, la pena, la alegría, la tarea del otro.
Dar es el don sin medida y sin esperanza de
devolución. La economía de la persona es una
economía de don y no de compensación o
cálculo. La generosidad disuelve la opacidad y anula la
soledad del sujeto, aun cuando no reciba respuesta: contra el
orden estrecho de los instintos, de los intereses, de los
razonamientos, es, estrictamente hablando, perturbadora. Ser
fiel
es la consagración continua a la persona, al
amor, la amistad. La aventura de persona es una aventura continua
desde el nacimiento hasta la muerte. Esta continuidad no es un
despliegue, una repetición uniforme como los de la materia
o de la generalidad lógica, sino un continuo
resurgir.

La comunicación, el trato, debe evitar la
instrumentalización. Tratamos a otro como un objeto,
cuando lo tratamos como un ausente, como un repertorio de
informaciones para nuestro uso, o como un instrumento a nuestra
disposición; cuando lo catalogamos sin apelación,
lo cual significa desesperar de él. Desesperar de alguien
es desesperarlo. Tratarlo como a un sujeto, como a un ser
presente, es reconocer que no podemos definirlo, clasificarlo,
que es inagotable, que está henchido de esperanzas: es
concederle crédito. Como el ser no es amor en poco tiempo,
la comunicación tropieza con varios fracasos:

  • 1. Siempre escapa algo del otro a nuestro
    más completo esfuerzo de comunicación. En el
    más íntimo de los diálogos, la
    coincidencia perfecta no se nos ha dado: nada nos asegura
    jamás que ella no vaya mezclada de malentendido, nada,
    salvo en raros momentos de milagro en que la certeza de la
    comunicación es más fuerte que todo
    análisis, y que son un viático para toda la
    vida. Tal es la profunda soledad del amor; cuanto más
    perfecto es, más la siente.

  • 2. Algo, en el fondo de nosotros, resiste al
    esfuerzo de reciprocidad, una suerte de mala voluntad
    fundamental.

  • 3. Nuestra existencia misma no transcurre sin
    una opacidad irreductible, una indiscreción que
    intercepta constantemente el intercambio.

  • 4. Cuando hemos constituido una alianza de
    reciprocidad, familia, patria, asociación religiosa,
    etc. Ésta alimenta enseguida un nuevo egocentrismo y
    levanta una nueva pantalla entre hombre y hombre.

Así y de hecho, en el universo en que vivimos la
persona está mucho más a menudo expuesta que
protegida, desolada que comunicada. Ella es avidez de presencia,
pero el mundo entero de las personas le está masivamente
ausente. La comunicación es más rara que la
felicidad, más frágil que la belleza. Una nada la
detiene o la quiebra entre dos sujetos; ¿cómo
esperaría entre un gran número?

La
empatía, actitud clave en la
comunicación

Una habilidad social clave es la empatía, o sea,
comprender los sentimientos del otro y su perspectiva, y respetar
las diferencias entre lo que cada uno siente respecto a las
mismas cosas. La empatía es la capacidad o la habilidad de
saber lo que otra persona siente, de "ponerse en el lugar del
otro". Nos permite reconocer emociones en los demás. La
empatía, otra capacidad que se basa en la autoconciencia
emocional, es la habilidad fundamental de las personas…
Las personas que tienen empatía están mucho
más adaptadas a las sutiles señales sociales que
indican lo que otros necesitan o quieren. Esto nos hace mejores
en profesiones tales como la enseñanza, las ventas y la
administración.

La Enciclopedia Microsoft Encarta se refiere a la
empatía como la capacidad que tiene el individuo para
identificarse y compartir las emociones o sentimientos ajenos. La
percepción del estado anímico de otro individuo o
grupo tiene lugar por analogía con las emociones o
sentimientos, por haber experimentado esa misma situación
o tener conocimiento del mismo. La empatía se diferencia
de la simpatía en que ésta sitúa la
fusión afectiva a un nivel más intenso.

La empatía –agrega Encarta- es la base
esencial para la formación de la conducta altruista y
moral. Es también indispensable para la
identificación y comprensión psicológica de
los demás, ya que supone la penetración de una
conciencia A en otra conciencia B, penetración
psíquica lo suficientemente avanzada para que A
experimente los sentimientos de B. Sin embargo, Sigmund Freud la
define como "comprensión o autopercepción
intelectual", en oposición a la identificación
sentimental. Capacidad de empatía es por excelencia la que
tiene la madre al percibir las necesidades y sentimientos de su
hijo, y la capacidad de los hijos de percibir las preocupaciones,
alegrías o inquietudes de sus padres. Según Howard
Gardner, la empatía es autoconciencia de las emociones de
los otros.

El sociólogo estadounidense David Lerner
–puntualiza Encarta- estudió la empatía en
las relaciones humanas durante los procesos de
modernización de las sociedades. La sociedad moderna
obliga a sus miembros a mantener numerosas relaciones y a adoptar
roles variados. En este tipo de sociedades, la capacidad de
empatía de los miembros, que Lerner denominó
también "movilidad psíquica", es esencial para su
funcionamiento, ya que es la "capacidad de adaptación a
situaciones diversas, nuevas o cambiantes, en un medio en
constante transformación".

Un artículo publicado en la página
www.liderazgoymercadeo.com refiere que la empatía es una
habilidad, propia del ser humano, que nos permite comprender y
experimentar el punto de vista de otras personas o entender
algunas de sus estructuras de mundo, sin adoptar necesariamente
esta misma perspectiva. Esta habilidad empleada con acierto, nos
facilitara el progreso de las relaciones entre dos o más
personas, convirtiéndose en algo así como nuestra
conciencia social, ya que situarse en el lugar de la otra
persona, ayuda a comprender lo que esta siente en este momento.
Eso sí, ser empáticos no significa estar de acuerdo
con el otro, ni tampoco implica dejar de lado nuestras propias
decisiones para asumir como nuestras las de los otros. Podemos
estar en completo desacuerdo con alguien, pero debemos tratar de
respetar su posición, debemos aceptar como validas sus
propias creencias y motivaciones. En consecuencia, la persona o
el interlocutor empático, se ajusta a las situaciones;
sabe escuchar, pero mejor aún sabe cuando hablar;
influencia y regula las emociones del otro; escucha con
atención y está dispuesta a discutir los problemas;
es abierta y flexible a las ideas; apoya y ayuda; es solidaria;
recuerda los problemas y le da solución; propicia el
trabajo en equipo; alienta la participación y la
cooperación,; orienta y enseña; no se impone a la
fuerza; confía en el grupo y en los individuos; estimula
las decisiones de grupo; se comunica abiertamente, y demuestra
capacidad de autocrítica. Ser empáticos es
simplemente ser capaces de entender emocionalmente a las
personas, lo cual es la clave del éxito en las relaciones
interpersonales. Cuando los interlocutores carecen de esta
habilidad tienen dificultades para poder interpretar de manera
correcta las emociones de los demás. No saben escuchar,
muchas veces son ineficientes, son sujetos fríos, son
personas insensibles. Estos individuos dañan las emociones
de quienes los tratan.

¿Cómo se desarrolla? Desde la infancia,
cuando reaccionan ante el llanto de los demás
niños. Empatía viene del griego empatheia
(sentir dentro), pero el psicólogo Edward Bradford
Titchener sostiene que surge de una especie de imitación
física de la aflicción de otro, que evoca entonces
los mismos sentimientos en uno mismo. La raíz de la
empatía está en una tendencia básica de la
persona de relacionarse con los demás, de abrirse a ellos
en la aceptación y en el amor más abierto y
universal posible. La ética y la empatía son las
raíces del altruismo. Las raíces de la moralidad se
encuentran en la empatía. La misma capacidad para el
efecto empático, para ponerse uno mismo en el lugar de
otro, lleva a la gente a seguir determinados principios morales.
El nivel de empatía matiza los juicios morales. Algunos
criminales, como violadores y abusadores de niños, son
incapaces de experimentar empatía. El psicópata o
sociópata carece de empatía, compasión o
remordimiento. Los psicópatas tienen una
comprensión superficial de las palabras emocionales, una
reflexión de superficialidad en el reino afectivo.
Éstos mienten, roban, engañan y muestran poco o
ningún sentido de responsabilidad, aunque suelen ser
inteligentes y agradables a primera vista. Algunos son
estafadores, criminales, impostores, fementidos, espurios,
socaliñeros, locuaces, etcétera La personalidad
antisocial rara vez muestra el menor vestigio de ansiedad o
sentimiento de culpabilidad por sus actos. Acusan a la sociedad o
a sus víctimas por las acciones antisociales que cometen.
Se cree que se origina por una privación emocional en la
niñez. La empatía se construye sobre la conciencia
de uno mismo; entre más nos abramos a nuestras emociones,
más hábiles seremos para interpretar los
sentimientos ajenos. Los alexitímicos (personas que no
pueden expresar sus emociones o sus sentimientos) no son
empáticos, porque no tienen idea de sus sentimientos ni de
los demás. La compenetración, raíz del
interés por los demás. Surge de la sintonía
emocional, de la capacidad de empatía. Las emociones que
se expresan mediante lenguajes no verbales, no son comprendidas
por los alexitímicos. Como la empatía favorece la
vida afectiva, los alexitímicos, que no son
empáticos y no comprenden, no disfrutan de su afectividad
ni generan espacios para que su pareja disfrute. La afectividad
es el conjunto de emociones, como los deseos, los sentimientos,
las pasiones, la voluntad, los juicios y otros componentes de la
vida psíquica o mental de una persona, necesarias para
expresar la amistad, el amor, el cariño, la ternura y
demás estados anímicos o estados de ánimo.
La afectividad, que es algo eminentemente personal e
íntimo que abarca todos los elementos anímicos y
todas las relaciones que se enraízan en el instinto y el
inconsciente, la expresamos con nuestros actos, gestos, ademanes
o palabras, es decir mediante lenguaje gestual y verbal, para
relacionarnos con el mundo exterior, con los demás y con
nosotros mismos. A través de la afectividad comunicamos,
manifestamos o expresamos los sentimientos de placer o dolor que
acompañan a nuestras emociones.

El psicólogo Luís Duarvía nos dice
que tener empatía significa darnos cuenta de que el otro
existe, de que está allí, de que tiene los mismos
derechos míos, pero tiene al mismo tiempo su propia
originalidad. Así mismo, tener empatía significa
meternos en su lugar para poder sentir como siente él, ser
capaces de captar cómo piensa y lo que le pasa por dentro,
cuál es su visión del mundo, de los demás,
de los acontecimientos y cuáles son sus creencias. El
psicólogo Leo Buscaglia, por otra parte, precisa que tener
empatía significa aceptar que el otro sea diferente y que
las diferencias son buenas y positivas; y además ser
capaces de manifestarle nuestra aprobación y
admiración por lo bueno que tiene, ser capaces de
alabanzas sinceras y hasta de echarle piropos cuando éstos
salen como expresión espontánea.

Los alexitímicos parecen carecer de sentimientos,
aunque esto pueda deberse en realidad a su incapacidad para
expresar emociones más que a una ausencia de las mismas.
Se caracterizan por su dificultad para describir sus sentimientos
y los de los demás, y poseer un léxico emocional
muy escaso. A veces no pueden distinguir entre una emoción
y otra, entre una emoción y una sensación
física. Dan la impresión de ser personas diferentes
y extrañas, y que viven en medio de una sociedad dominada
por los sentimientos. Rara vez lloran, pero cuando lo hacen sus
lágrimas son abundantes. No se trata de que los
alexitímicos no sientan, sino de que son incapaces de
saber –y especialmente incapaces de expresar en palabras-
cuáles son exactamente sus sentimientos. Carecen
absolutamente de la habilidad fundamental de la inteligencia
emocional, la conciencia de uno mismo, que nos permite saber lo
que sentimos mientras las emociones se agitan en nuestro
interior.

LAS RELACIONES SOCIALES Y LA
COMUNICACIÓN

En el plano de las intrincadas y complejas relaciones
sociales, a menudo la convivencia y la comunicación se ven
alteradas, debido a que están profundamente influenciadas
y, en cierta forma, condicionadas por los prejuicios, que tienen
una estrecha relación con los estereotipos, los
fanatismos, la intolerancia, los dogmas, el conformismo, el
sexismo, el racismo, el etnocentrismo, la discriminación,
autoritarismo, las creencias, los esquemas, la
masificación, la construcción de la realidad
social, los marcos referenciales, el yo colectivo, el pensamiento
grupal, la influencia social, la masificación y la
heterofobia. Fernando Savater en su Ética para
Amador
señala que para darnos la buena vida, hay que
desechar "el racismo, que clasifica a las personas en primera,
segunda o tercera clase de acuerdo con fantasías
pseudocientíficas; los nacionalismos feroces, que
consideran que el individuo no es nada y la identidad colectiva
lo es todo; las ideologías fanáticas, religiosas o
civiles, incapaces de respetar el pacífico conflicto entre
opiniones, que exigen a todo el mundo creer y respetar lo que
ellas consideran la verdad y sólo eso…".

La experiencia comunicativa en el plano de nuestras
relaciones sociales puede sufrir alteraciones si los
interlocutores no están despojados de prejuicios, porque
éstos se emiten antes de haberse obtenido
información o conocimiento real de una cosa, hecho o
circunstancia, y son producto de la obtención de
conceptos, apreciaciones y deducciones equívocas y fuera
de toda lógica.

Pero ¿qué es el prejuicio? Según la
Enciclopedia Microsoft Encarta, un prejuicio es un
"juicio u opinión preconcebida y arbitraria que tiene por
objeto a una persona o a un grupo y puede ser de naturaleza
favorable o adversa", y agrega que actualmente este
término indica, en la mayoría de los casos, una
actitud desfavorable u hostil hacia personas que pertenecen a un
grupo social o étnico diferente. La característica
diferenciadora de un prejuicio –señala- es que se
basa en estereotipos relativos al grupo contra el que va
dirigido.

Un estereotipo es, según la misma fuente, la
perpetuación de una imagen simplista de la
categoría de una persona, una institución o una
cultura. Agrega la definición que el concepto de
estereotipo suele ser negativo, debido a que degrada el
pensamiento individual hacia una esclavitud o casi esclavitud de
formulaciones predefinidas (el bloque de impresión
original) que se opone a un razonamiento crítico por
nuestra parte o por parte de otros a la luz de experiencias
nuevas o diferentes; y aparece anclado en prejuicios, es
esencialmente irracional, a menos que pueda demostrarse que la
idea original era un resumen exacto y sabio de experiencias
anteriores. En ciertas sociedades algunos sectores de la
colectividad están marcados por un estereotipo negativo y,
por consiguiente, sujetos a castigos que llegan hasta el
asesinato o el genocidio. La formación social de
estereotipos está muy arraigada en la mente humana y, casi
con seguridad, tuvo un valor selectivo para la supervivencia en
las primeras etapas evolutivas de las sociedades primitivas, en
su lucha por el control del territorio y por la cohesión
del grupo.

El psicólogo Charles G. Morris, a través
de su obra Psicología, un nuevo enfoque,
considera al estereotipo como un tipo especial de esquema en el
cual creemos que un conjunto de características se aplica
a todos los que pertenecen a un grupo social, y agrega que, como
en el caso de los esquemas, los estereotipos afectan a lo que
recordamos sobre las personas y se convierten en profecías
autocumplidas. En este sentido, Daniel Golemán
señala que el estereotipo es la variación del
esquema, y que los esquemas representan el conocimiento a todos
los niveles.

El Diccionario de ciencias jurídicas,
políticas y sociales
define el prejuicio o prejudicio
como la acción y efecto de prejuzgar; o sea, de
juzgar de las cosas antes del tiempo oportuno, o sin tener de
ellas cabal conocimiento; al tiempo que señala que el
concepto tiene importancia jurídica en cuanto a la
obligación en que se encuentra el juzgador de no
anticiparse con sus juicios y reservar éstos para el
momento procesal que le permita establecer con el debido
conocimiento, la sentencia o resolución que le parezca
justa.

En concepción de la psicología social, que
estudia la forma cómo pensamos unos de otros, cómo
nos influimos unos a los otros y cómo nos relacionamos con
los otros, el prejuicio, que en las relaciones sociales comporta
desagrado por los demás, es una actitud negativa
injustificable hacia los individuos o hacia un grupo de
éstos.

El psicólogo social David G. Myers, en su libro
Psicología social, señala que el prejuicio
es una actitud, y como tal implica una combinación
distintiva de sentimientos (afectos), inclinaciones a actuar
(tendencia conductual) y creencias (cognición). El
prejuicio es una actitud negativa, y la discriminación es
una conducta negativa. La conducta discriminatoria con frecuencia
tiene su fuente en actitudes prejuiciosas. El prejuicio y la
discriminación se apoyan entre sí: la
discriminación fomenta el prejuicio y éste legitima
a la discriminación. La esencia del prejuicio es una
actitud negativa o inadecuada injustificable hacia un grupo y los
individuos que lo integran. Las evaluaciones negativas que marcan
el prejuicio pueden derivarse de asociaciones emocionales, de la
necesidad de justificar la conducta o de creencias negativas
llamadas estereotipos, y estereotipar es generalizar. Es por eso
que para simplificar el mundo, generalizamos todo el tiempo:
"los ingleses son reservados, los gringos expresivos, los
judíos usureros, los bajitos hábiles, los altos
fatuos, los abogados ladrones…"

Un estereotipo, según el mismo psicólogo,
es la creencia respecto a los atributos personales de un grupo de
personas, y pueden ser sobregeneralizados, imprecisos y
resistentes a la información nueva. Los estereotipos son
generalizaciones acerca de un grupo de personas y pueden ser
ciertos, falsos o sobregeneralizados a partir de una brizna de
verdad. Los estereotipos tienen consecuencias cognitivas y
fuentes cognitivas. Al dirigir las interpretaciones y la memoria,
nos conducen a encontrar evidencia de apoyo, aun cuando no exista
ninguna. Los estereotipos resisten al cambio. Sin embargo, cuando
se conoce a una persona, a menudo se ignora el estereotipo del
grupo y se le juzga de manera individual. Los estereotipos son
más poderosos cuando juzgamos a individuos desconocidos y
cuando consideramos a grupos complejos. Los estereotipos
(creencias) no son prejuicios (actitudes).

El prejuicio, los estereotipos, la
discriminación, el racismo y sexismo son términos
que con frecuencia se superponen. La discriminación es una
conducta negativa injustificable hacia un grupo o sus miembros.
El racismo son actitudes prejuiciosas y conductas
discriminatorias del individuo hacia personas de una raza
determinada o práctica de instituciones que subordinan a
las personas de una raza determinada. A una persona "negra" no se
le debe decir "negro", porque negro es un adjetivo y no una
persona; es mejor decir "afrodescendiente". El sexismo son
actitudes prejuiciosas y conducta discriminatoria del individuo
hacia personas de sexo determinado o prácticas
institucionales que subordinan a las personas de un sexo
determinado.

Las creencias estereotipadas, las actitudes prejuiciosas
y la conducta discriminatoria han "envenenado" desde hace mucho
tiempo nuestra existencia social. El prejuicio surge de una
intrincada interacción de fuentes sociales, emocionales y
cognitivas. El prejuicio emerge de diversas fuentes, debido a
que, como otras actitudes, cumple varias funciones. Las actitudes
prejuiciosas pueden expresar nuestro sentido de quiénes
somos y proporcionamos aceptación social. Pueden defender
nuestro sentido del yo contra la ansiedad que surge de la
seguridad o el conflicto interno. Y pueden promover nuestro
autointerés apoyado lo que nos proporciona placer y
oponiéndose a lo que no.

Entre las fuentes sociales encontramos que la
situación social fomenta y mantiene el prejuicio en
diversas formas. Un grupo que disfruta de superioridad social y
económica a menudo justifica su posición con
creencias prejuiciosas. El prejuicio puede llevar a las personas
a tratar a los demás de modos que provocan la conducta
esperada, que por tanto confirma aparentemente la opinión
que sostenemos. Una vez establecido, el prejuicio continúa
en parte fomentado por la inercia de la conformidad y en parte
apoyado por las instituciones, tales como los medios masivos de
información social.

Como el prejuicio también tiene raíces
emocionales, la frustración fomenta la hostilidad en las
personas y éstas tratan de descargarla en "chivos
expiatorios" y a veces la dirigen más directamente contra
grupos competidores percibidos como responsables de nuestra
frustración. Al proporcionar un sentimiento de
superioridad social, el prejuicio también puede ayudar a
ocultar los propios sentimientos de inferioridad. A menudo se
encuentran diferentes tipos de prejuicio juntos en aquellos que
tienen una actitud autoritaria. Aunque el prejuicio es alimentado
por las situaciones sociales, los factores emocionales a menudo
agregan "combustible al fuego": la frustración y la
agresión pueden fomentar el prejuicio, al igual que pueden
hacerlo los factores de personalidad como las necesidades, el
status y las tendencias autoritarias. El prejuicio cumple otras
funciones, además de aumentar nuestro autointerés
competitivo.

Con respeto a la fuente cognitiva del prejuicio, se
evidencia cómo el estereotipamiento que subyace en el
prejuicio es un producto secundario de nuestra
simplificación del mundo. Primero, el agrupamiento de
personas en categorías exagera la uniformidad dentro de un
grupo y las diferencias entre los grupos. Segundo, un individuo
distinto, tal como una sola persona de la minoría, tiene
una cualidad irresistible. Estas personas nos hacen conscientes
de las diferencias que de otra manera habrían pasado
desapercibidas. Tercero, atribuir la conducta negativa de
miembros de un grupo de carácter natural mientras
justificamos sus conductas positivas. "Persona y conducta son
fenómenos diferentes- aclara Fausto Izcaray, y agrega que
podemos apreciar la esencia de un ser humano y estar en
desacuerdo con sus conductas. Las conductas de una persona no son
esa persona. Las conductas de una persona son el producto de su
aprendizaje incluyendo sus sistema de creencias y valores"
(La Inteligencia Emocional y La Programación Neuro
Lingüística
). Las creencias estereotipadas y las
actitudes prejuiciosas están no sólo debido al
condicionamiento social y no sólo porque cumplen una
función emocional, al permitir a las personas desplazar y
proyectar sus hostilidades, sino también como productos
secundarios de los procesos normales de pensamiento. Los
estereotipos resultan menos de la maldad que de manera en que
simplificamos la complejidad de nuestro mundo. Son como ilusiones
preceptúales, un producto residual de nuestra facilidad
para simplificar. El enfoque cognitivo afirma que para entender
el prejuicio, debemos observar más de cerca la manera en
que pensamos acerca del mundo.

El filósofo y psicólogo Daniel
Golemán, en su libro La inteligencia emocional,
sostiene que los prejuicios son una especie de aprendizaje
emocional que tiene lugar en las primeras etapas de la vida,
haciendo que estas reacciones sean difíciles de erradicar
por completo, incluso en la gente que, en la edad adulta,
considera erróneo mostrarlas. Los viejos prejuicios no son
tan fáciles de suprimir o modificar debido a que son una
variedad de aprendizaje emocional y están profundamente
establecidos. Sin embargo, lo que sí puede modificarse es
lo que hagan con respecto a ellos. Los prejuicios nos conducen a
la segregación, la hostilidad, la discriminación,
el fanatismo, los estereotipos y la intolerancia.

Según Charles G. Morris, el prejuicio, que es una
actitud injusta, intolerante o desfavorable hacia personas o
grupos, tendría sus fuentes en la frustración, la
agresividad, la personalidad autoritaria y el
conformismo.

Ante la dificultad de erradicar o modificar los
prejuicios, profundamente arraigados, se debe procurar, a nivel
corporativo, que las normas de un grupo sean decididamente
modificadas adoptando una postura activa contra cualquier acto de
discriminación, desde los niveles gerenciales más
elevados hacia abajo. Las tendencias pueden no ceder, pero los
actos del prejuicio pueden ser reprimidos si el clima se
modifica. Además, hay que descartar el prejuicio para
posibilitar la diversidad, y tratar de ver las cosas con
perspectiva, una postura que estimula la empatía y la
tolerancia. En la medida en que la gente llega a comprender el
dolor de aquellos que se sienten discriminados, tiene más
posibilidades de expresarse contra esto. La camaradería
constante, los esfuerzos hacia metas comunes, la mezcla social,
la eliminación de los estereotipos negativos y el trabajo
conjunto como iguales, generan un espacio para la
modificación de los prejuicios, el favorecimiento de la
diversidad y la práctica de la tolerancia.

En la dinámica de los prejuicios influye la
construcción de la realidad social. El aludido
Golemán, en otro de sus libros (La psicología
del autoengaño)
indica que el contexto condiciona
hechos y conversaciones, determina cuáles actitudes son
apropiadas o inapropiadas, qué percibir y qué
ignorar.

En el ámbito social encontramos los marcos
referenciales. Un marco referencial es una definición
compartida de una situación, que organiza y gobierna los
eventos sociales y nuestra participación en ellos…
Es la cara pública de los esquemas colectivos… Se
origina cuando los participantes activan esquemas compartidos con
respecto a determinada acción o situación. En
áreas sociales, cuyo marco referencial conocemos,
procedemos sin inconvenientes, espontáneamente y dominando
la situación. El lenguaje influye en la vida cotidiana, y
marca las coordenadas de mi vida en la sociedad y llena esa vida
de objetos significativos… No es sino esquemas hechos
audibles: los actos sociales son esquemas hechos visibles. Los
esquemas organizan el lenguaje. El marco referencial confiere el
contexto, y nos indica cómo leer lo que sucede. Es algo
altamente selectivo; aparta la atención de todas las otras
actividades que se producen simultáneamente y no
corresponden a ese marco. Todo lo que está fuera del marco
no merece atención. Lo que está fuera del marco
referencial también está al margen de la conciencia
consensuada, inmerso en una especie de submundo colectivo. El
mundo social está lleno de marcos referenciales que
orientan la atención hacia ciertos aspectos de la
experiencia y la apartan de otros.

Los marcos referenciales condicionan nuestra
cotidianidad en el mundo laboral. Uno aprende la disciplina
laboral al ser sometido a las fuerzas que, sutilmente, dirigen
nuestra atención y moldean nuestra experiencia dentro de
la organización. La persona es vista sólo desde el
rol social que desempeña; no se tienen en cuenta otros
aspectos personales de su ser. La unidimensionalidad de la gente
en sus roles sociales es sintomática de una
alienación cada vez más amplia en nuestra
condición moderna… La unidimensionalidad de los
individuos en sus roles nos exige que ignoremos el resto de
ellos. Uno de los beneficios de la unidimensionalidad del marco
referencial es la autonomía interna, en donde la persona
dirige el resto de atención a intereses y placeres
privados en medio de la vida pública. Hay libertad por
cuanto al desempeñar solamente su rol social, el individuo
no tiene que hacer intercambios plenos y auténticos con
cada persona que trata en el desempeño de su rol. Las
anteojeras que provee el rol permiten a la persona que
desempeña ese rol deshumanizarse en lugar de liberarse. No
se traspasa el rol para llegar a la persona que hay dentro del
mismo. Preferimos no ver, preferimos ignorar, en lugar de
enfrentar a la persona, y prestamos atención sólo
al rol, que ofrece una salida fácil, incluso, un momento
agradable.

Los marcos referenciales definen el orden social. Nos
dicen qué está pasando, cuándo hacer y
qué y a quién. Dirigen nuestra atención
hacia la acción que se encuentra dentro del marco y la
apartan de lo que, si bien es accesible a la conciencia, es
irrelevante… Cada cultura es un conjunto de marcos
referenciales. En la medida en que los marcos difieren de cultura
a cultura, los contactos entre la gente de distintos
países pueden resultar un fracaso… Los marcos
referenciales no sólo dirigen la interacción, sino
que también dictan de qué manera debe considerarse
a la gente en sus distintos roles… Cuando nuestros marcos
referenciales no coinciden, el orden público se
tambalea… Muchas veces no estamos demasiado seguros
respecto de cuál es el marco de referencia correcto para
un momento dado… La socialización del niño
equivale a incorporarlo a los marcos corrientes y
válidos… Es esencial que los niños aprendan
qué cosas se pueden ver y cuáles hay que
ignorar… Los esquemas sociales domestican la
atención… Los marcos referenciales tienen la
capacidad de desviar la atención de aquellos hechos que
implican urgencia.

Interactuar implica acudir a mentiras piadosas para
negar la información que nos incomoda. A pesar de que las
mentiras sociales son detectables, a veces las pasamos por alto.
El lenguaje no verbal es un canal apto para mentir. El rostro, el
tono de voz, los cambios de posturas y las discrepancias entre el
rostro sonriente y el tono de voz enojado revelan
fácilmente la mentira. Las mujeres son más
hábiles para leer mensajes no verbales o expresiones
corporales. Los niños reciben grandes y pequeñas
mentiras y aprenden cuando es beneficioso socialmente mentir y
cuándo ignorar las mentiras ajenas; también
aprender a percibir lo que los demás quieren que perciban.
A veces es mejor ver sólo lo que otros quieren que veamos
y no lo que sienten. Dudar de las apariencias implica sentir
mayor incertidumbre frente al entorno. El tacto respeta la
integridad de los marcos referenciales. Conocer el engaño
y saber lo que los demás sienten realmente es comprender
la realidad del mundo interpersonal. Las mentiras piadosas son
una forma de engaño social y protegen los marcos
referenciales.

Los marcos referenciales, responsables de nuestro
condicionamiento social, guían la atención hacia lo
interesante y la desvían de lo irrelevante, porque a veces
es importante que cierta información esté al margen
de los marcos referenciales para evitar inconvenientes o para
ignorar cosas que se deben ignorar o que otros no quieren que se
sepan. Hay temas tabú que se deben ocultar. No estamos
dispuestos a ver o recordar hechos sociales negativos. A veces la
verdad es reemplazada por la desorientación, el silencio o
la mentira.

Cuando la sociedad limita el espectro de su
atención a través de marcos autoritarios, se
restringen las opciones disponibles para sus miembros. El sello
distintivo de la democracia es el libre flujo de la
información… Para que una autoridad totalitaria
pueda ejercer el control, tiene que reprimir todo punto de vista
y toda realidad alternativa. Los esquemas dirigen la
atención hacia lo que predomina y a desviarla de lo
irrelevante. De acuerdo con los intereses del gobernante, se
condiciona la información expresada o recibida. Los puntos
de vista o las versiones de la realidad que no encajan en la
visión consensuada pueden ser descartados y calificados de
excentricidad, o aberraciones. No vemos lo que preferimos no
ver, y no vemos que no vemos
.

En el ámbito de las relaciones sociales nos vemos
compelidos a la construcción de un yo colectivo.
Es así como el mismo Golemán nos dice que las
personas dentro de un grupo asumen una mente colectiva y sienten,
actúan y piensan diferente a como se hace en forma
individual. El grupo es conducido por el inconsciente. Es
crédulo y fácil de influenciar, acrítico,
todo es probable, no conoce la duda y la incertidumbre. Un grupo
se diferencia de una muchedumbre reunida al azar por los esquemas
compartidos: un entendimiento común, un interés
común por un objetivo, una inclinación emocional
similar en determinada situación.

Según Sigmund Freud, la psicología del
grupo involucra una disminución de la personalidad
individual consciente, la focalización de los pensamientos
y los sentimientos en una dirección común. Los
esquemas compartidos dominan sobre los esquemas personales. Para
Freud, en la mente grupo el individuo renuncia al ideal de su yo
y lo sustituye por el ideal del grupo, encarnado en un
líder. La activación de esquemas compartidos
cohesiona el nosotros, y cuanto mayor sea la capacidad de manejo
de una situación y el conocimiento compartido, más
estable será el grupo. El yo grupal sólo incorpora
aquellos esquemas compartidos. Lo que una persona dice tiene un
significado inconsciente para los demás. En un grupo, al
aprender a ver las cosas de la misma manera, los integrantes
también aprenden a cómo no ver.

Los esquemas establecidos en el yo familiar nos muestran
como sensibles a la opinión de los demás.
Según el sitio donde se resida, hay familias locales y
cosmopolitas. Las locales conservan tradiciones, rutinas y
hábitos de compra, vida social y actividades recreativas.
La cosmopolita tiene hábitos más flexibles y ve
más allá de los confines del vecindario. La familia
comparte un yo grupal que moldea sus vidas. En la familia hay
trueque entre atención y angustia: la familia, como grupo,
elige e ignora información incongruente con su yo
compartido, en un esfuerzo por proteger se integridad y su
cohesión. Entre los miembros de una familia existe un alto
grado de correspondencia. Sus integrantes se parecen en su manera
de absorber y utilizar información.

Un paradigma familiar está constituido por la
suma total de esquemas compartidos. A veces un ritual familiar
puede servir para ocultar un temor, una parte del esquema
familiar que es compartido por todos pero resulta demasiado
amenazante como para ser tratado abiertamente. La familia es una
especie de mente grupal, de muchas de las propiedades de la mente
individual. La familia estructura una realidad a través de
los esquemas conjuntos que sus integrantes terminan por
compartir.

Cada familia tiene su propio estilo en relación
con qué aspectos de la experiencia común pueden
exponerse y cuáles deben ser ocultados o negados. Los
miembros de la familia son dados a ocultar o negar
inconvenientes, como el alcoholismo de uno de sus integrantes,
arguyendo que no se siente bien por cierto motivo. Cuanto
más horrendo sean los secretos que una familia guarda para
sí, mayor es la probabilidad de que recurra a estratagemas
como la de la familia feliz para mantener una cierta
apariencia de estabilidad. La familia oculta la realidad, por
culpa, vergüenza y temor. Por eso oculta secretos como
alcoholismo, drogadicción, delincuencia, enfermedades,
etc. de alguno de sus integrantes. Esas familias pasan por ciclos
de negación o de culpa; operan fuertemente en su defensa
colectiva. Se da crédito a las mentiras y a las
justificaciones debido a la angustia que genera el reconocer la
realidad. La negación es la salida más
fácil. Como se da el trueque atención-angustia, el
autoengaño, bajo el disfraz de la familia feliz, mantiene
la angustia a raya.

El concepto de pensamiento grupal es lo que mejor
ilustra el mecanismo de las defensas colectivas y las ilusiones
compartidas en acción dentro de un grupo. El pensamiento
grupal no constituye un argumento contra los grupos ni contra las
decisiones tomadas dentro de ellos, sino un llamado de
atención frente a una patología colectiva, un
nosotros que se ha distorsionado. El pensamiento grupal
distorsiona y tergiversa el pensamiento de grupo. Debido a la
sutileza de sus mecanismos, el pensamiento grupal resulta
difícil de detectar y contrarrestar. A medida que los
individuos miembros del grupo se sienten cómodos e
identificados con él, ese mismo sentimiento de comodidad
que existe entre todos ellos puede tener como consecuencia una
reticencia a expresar opiniones que pudieran llegar a destruir
ese clima de unión y pertenencia. El impulso de caer en el
pensamiento grupal busca disminuir la angustia y conservar la
autoestima. La primera víctima del pensamiento grupal
es el pensamiento crítico.
Sólo se permite la
expresión, amplia y total, de los esquemas compartidos con
los que todos se sienten cómodos.

En el grupo, condicionado o dominado por el pensamiento
grupal, puede registrarse el fracaso por la ilusión de la
invulnerabilidad, la ilusión de unanimidad,
supresión de las dudas personales, custodios de la mente
grupal, racionalizaciones y estereotipos. El pensamiento grupal
es una patología peligrosa para las empresas. En la
dinámica empresarial se dan casos de actitudes de la
familia feliz y pensamiento grupal. La racionalización y
los estereotipos compartidos son tácticas del
pensamiento.

Debido a lo anterior, debemos despertar, acrecentar y
fortalecer nuestro espíritu crítico, nuestra
mentalidad crítica, para evitar ser masificados,
convertirnos en masa. Como el hombre no existe exclusivamente
para sí mismo sino que vive en comunidad con los
demás, debe evitar convertirse en masa. El hombre, como
ser viviente que convive con otros, experimenta sentimientos de
agradecimiento y de reproche, de compañerismo y de
amistad, y como es un ser condicionado por su entorno cultural,
social, político, religioso, económico,
científico y filosófico, debe estar alerta para no
masificarse.

Pero ¿qué es la masa? En el libro La
psicología descubre al hombre,
el psicólogo
social Heinz Dirks sostiene que la masa es una pluralidad de
individuos unidos por un vínculo psíquico
común de todo tipo puramente instintivo y sentimental. Por
ello es imperativo huir de la masificación, porque dentro
de la masa la persona renuncia cada vez más a su
independencia y sólo se rige por lo que hacen y dicen los
demás, con el concomitante fenómeno de la
despersonalización. La masa significa una unión
interna sin estructuración. Dentro de la masa no existe
ningún orden jerárquico o funcional con
obligaciones y prescripciones determinadas sino una pluralidad de
individuos de igual clase, que, por una voluntad instintiva
común, se hallan regidos del mismo modo. La
dirección espontánea se realiza a través de
una influencia sugestiva, quedando excluida toda crítica
racional y sus acciones tienen lugar sin gobierno ni
dirección. El hombre masa no es un ser libre y
autónomo. En la masa se pierde la individualidad.
"El hombre masa es el hombre cuya vida carece de proyectos y va a
la deriva. Por eso no construye nada, aunque sus posibilidades,
sus poderes, sean enormes" (La rebelión de las
masas).
Es necesario estar expectante para no perderse en la
masa. La inclusión de un individuo en la masa es tanto
más fácil cuanto más limitada sea su
personalidad. La masa no respeta la diferencia. "La masa
-¿quién lo diría al ver su aspecto compacto
y multitudinario?- no desea la convivencia con lo que no es ella.
Odia a muerte lo que no es ella" (La rebelión de las
masas
). En consecuencia, no reconoce el derecho a la
diferencia.

Según las investigaciones del psicólogo
social Gustavo Le Bon, expuestas en su Psicología de
las multitudes,
las características principales de la
masa son la exclusión de la razón en el obrar, el
reaccionar de un modo rápido y emocional y una capacidad
especial para ser influenciada. Es sorprendente el hecho de que
personas tranquilas y razonables puedan sucumbir a la
sugestión de la masa y se comporten sin freno bajo su
influencia. Es por eso que los fanáticos del
fútbol, luego de un episodio de desmanes, no logran
comprender después cómo se han podido comportar de
tal manera, cosa que nunca habrían hecho en su estado
normal. Hay que hacer todo lo posible, a través de las
auténticas relaciones sociales, para evitar que nos
sumerjamos en el mundo difuso y pegajoso de la masa; mundo que
imposibilita la comunicación auténtica.

Las reflexiones del pensador José Ortega y Gasset
(compendiadas por Rafael Méndez) refieren que la masa, "la
multitud", "el vulgo", es una entidad voluble y vana que
constituye el modo de ser de la sociedad occidental. Según
el mismo Ortega y Gasset, "masa es todo aquel que no se valora a
sí mismo -en bien o en mal- por razones especiales, sino
que se siente «como todo el mundo» y, sin embargo, no
se angustia, se siente a saber al sentirse idéntico a los
demás (La rebelión de las masas). El
hombre masa no se exige nada. "No pretende hacer con su vida
ninguna cosa particular. No intenta construirse de ninguna
manera. Para él, la vida consiste en vivir en cada
instante lo que ese instante ya es. La perfección sobre
sí mismo es inconcebible. El hombre masa no se valora a
sí mismo, no se construye en ningún sentido.
Siente, decide, obra, piensa y expresa como todo el mundo. Pero
su condición definitiva, que le otorga todo su sentido y
significación, es que, ante semejante
característica, que llenaría de angustia a un
hombre genuino, el hombre masa, se siente tranquilo. A partir de
su inauténtica realidad construye su cotidianidad y su
proyecto de vida. Su máxima satisfacción reside en
fundirse con la multitud, en saberse y sentirse como todos los
demás… La seguridad y comunidad de un tipo de vida
semejante redunda en que la masa no soporta nada distinto de ella
misma. Cualquier mínima variación le resulta
intolerable. Sabiéndose vulgar, el alma masiva se afirma
en su vulgaridad, la defiende y afirma, y la pretende en todos
los lugares y condiciones. Su voluntad es absolutista y
expansiva. La masa arrolla todo lo diferente, egregio,
individual, calificado y selecto. Quien no sea, piense, sienta y
se exprese como todo el mundo, es rechazado y se encuentra en
peligro de perecer" (Clásicos del pensamiento
universal resumidos
, de Rafael Méndez). Stefan Zweig,
en su libro Erasmo de Rótterdam, triunfo y
tragedia,
señala que "para la masa siempre
será más accesible que lo abstracto lo concreto y
aprehensible; por ello, en lo político siempre
encontrará más fácilmente partidarios todo
programa que, en lugar de un ideal, proclame una hostilidad, una
oposición bien comprensible y manejable, que se dirija
contra otra clase social, otra raza, otra religión, pues,
con el odio puede encender fácilmente el fanatismo sus
criminales llamas".

Sigmund Freud plantea en su Psicología de las
masas y análisis del yo
que la masa "carece de todo
sentimiento de responsabilidad y respetabilidad, y se halla
siempre pronta a dejarse arrastrar por la consciencia de su
fuerza hasta violencias propias de un poder absoluto e
irresponsable. Se comporta, pues, como un niño mal educado
o como un salvaje apasionado y no vigilado en una
situación que no le es familiar. En los casos más
graves, se conduce más bien como un rebaño de
animales salvajes que como una reunión de seres humanos".
La filosofía de la masa es que nadie debe querer
sobresalir; todos deben ser y obtener lo mismo. Dentro de la masa
impera "la desaparición de la personalidad individual
consciente, la orientación de los pensamientos y los
sentimientos en un mismo sentido, el predominio de la afectividad
y de la vida psíquica inconsciente, la tendencia a la
realización inmediata de las intenciones que puedan
surgir" (Psicología de las masas y análisis del
yo
). La masa, ávida de autoridad, tiene, según
las palabras de Gustavo Le Bon, una inagotable sed de
sometimiento.

Le Bon precisa que el más singular de los
fenómenos presentados por una masa psicológica, es
que "cualesquiera que sean los individuos que la componen y por
diversos o semejantes que puedan ser su género de vida,
sus ocupaciones, su carácter o su inteligencia, el simple
hecho de hallarse transformados en una multitud le dota de una
especie de alma colectiva", y agrega que "esta alma les hace
sentir, pensar y obrar de una manera por completo distinta de
como sentiría, pensaría y obraría cada uno
de ellos aisladamente. Ciertas ideas y ciertos sentimientos no
surgen ni se transforman en actos sino en los individuos
constituidos en multitud" (Psicología de las
multitudes
).

La masificación, según el filósofo
Eudoro Rodríguez Albarracín, se refiere a un
fenómeno sociológico e histórico inherente
al tipo de sociedad industrial, a la cultura de las grandes
ciudades, a la insurgencia de grandes conglomerados sociales y,
por lo tanto, a procesos que tienen que ver con el tipo actual de
civilización. La masificación como fenómeno
cultural alude al papel decreciente de la individualidad ante el
paso acelerado de una cultura estandarizada hecha para
multitudes. La masificación sumerge a las personas en el
anonimato y en el aislamiento que generan una vida y forma de
vida impersonal, comportamientos masivos y controlables por los
medios de información social. Es por eso que en las
grandes ciudades el hombre no está tan solo como cuando
camina en medio de las grandes multitudes. "Al contemplar en las
grandes ciudades –señala Ortega y Gasset- esas
inmensas aglomeraciones de seres humanos que van y vienen por sus
calles y se concentran en festivales y manifestaciones
políticas, se incorpora en mí, obsesionante, este
pensamiento: ¿Puede hoy un hombre de veinte años
formarse un proyecto de vida que tenga figura individual y que,
por lo tanto, necesitaría realizarse mediante sus
iniciativas independientes, mediante sus esfuerzos particulares?
Al intentar el despliegue de esta imagen en su fantasía,
¿no notará que es, si no imposible, casi
improbable, porque no hay a su disposición espacio en que
poder alojarla y en que poder moverse según su propio
dictamen? Pronto advertirá que su proyecto tropieza con el
prójimo, como la vida del prójimo aprieta la suya.
El desánimo le llevará, con la facilidad de
adaptación propia de su edad, a renunciar no sólo a
todo acto, sino hasta a todo deseo personal, y buscará la
solución opuesta: imaginará para sí una vida
estándar, compuesta de desiderata comunes a todos, y
verá que para lograrla tiene que solicitarla o exigirla en
colectividad con los demás" (La rebelión de las
masas
).

El filósofo Reynaldo Suárez Díaz
nos advierte que la cárcel más terrible del "yo" es
el grupo social, las creencias, valores y normas del grupo, de la
masa. Vivimos custodiados por el otro yo, el yo social, que nos
dicta aquello que debemos ser: "sea como yo", "piense como yo",
"actúe como yo"… El grupo, la masa, es una
dictadura amenazante, una cárcel colectiva. Dentro del
grupo, de la masa, somos incapaces de dar nuestro grito de
libertad individual y personal… dejamos que otros decidan
por nosotros.

El fenómeno de la influencia social, que,
según el psicólogo Charles G. Morris, designa las
acciones realizadas por una o más personas par cambiar
actitudes, comportamiento o sentimientos de uno o más
individuos, se configura mediante actitudes como la
sumisión voluntaria a las normas sociales, aun a costa de
las propias preferencias (conformismo), un cambio de conducta en
respuesta a una petición explícita de otra persona
o grupo (condescendencia) y cambio de conducta en respuesta a una
orden de otra persona, generalmente a una figura de autoridad
(obediencia). El conformismo es una respuesta a la presión
ejercida por las normas que generalmente no se expresan. Por el
contrario, la condescendencia es un cambio de conducta en
respuesta ante la petición explícita de alguien. La
obediencia es la aceptación de una orden. A semejanza de
la condescendencia, es una respuesta a un mensaje
explícito. La obediencia es la influencia social en su
manifestación más notoria y poderosa.

El psicólogo Robert S. Feldmán, que
coincide con su colega Charles Morris, señala que la
conformidad, el acatamiento y la obediencia son los tipos
fundamentales de influencia social. La conformidad (hacer lo
mismo que los demás) es el cambio de comportamiento o
actitudes por un deseo de seguir las creencias o patrones de
otras personas. Es un fenómeno en que la presión
social no asume la forma de una orden directa. Se caracteriza
porque cuando más atractivo es el grupo para sus miembros,
mayor es u capacidad de generación de inconformidad; por
que ésta es mayor cuando las personas deben responder
públicamente que cuando pueden responder en privado;
porque al dar una opinión, como decir qué tipo de
ropa está de moda, tiene más posibilidades de
generar conformidad que responder a un interrogante acerca de los
demás, y porque las personas que se relacionan con la
conformidad son más pronunciadas en grupos en que el apoyo
a una posición es unánime.

El acatamiento (ceder a la presión directa) es un
comportamiento que se adopta como respuesta a la presión
social directa. Cuando en ocasiones la presión social es
fortísima y existe la una presión directa y
explícita que acatamos un particular punto de vista o nos
comportamos de un modo específico, nos encontramos con el
fenómeno del acatamiento.

La obediencia (obedecer órdenes directas) es el
cambio en el comportamiento que se debe a las órdenes de
los demás. Las técnicas de acatamiento son un
recurso para ir en forma delicada a las personas hacia la
aceptación de una solicitud. Sin embargo, en algunos
casos, las solicitudes se hacen de tal forma que buscan lograr
obediencia, es decir, cumplir la voluntad de quien manda. Aunque
la obediencia es mucho menos común que la conformidad y el
acatamiento, se presenta en diversas clases de relaciones.
Sólo demostramos obediencia a quines tienen algún
poder sobre nosotros, pero únicamente porque tienen el
poder de recompensarnos o castigarnos.

La heterofobia es otra actitud que también puede
afectar la convivencia y la comunicación. La
expresión heterofobia procede del griego
hétero (otro, distinto, diferente) y
fobia (aversión apasionada, temor infundado).
Fernando Savater la define como el sentimiento de temor y odio
ante los otros, los que irrumpen desde el exterior en nuestro
círculo de identificación (Diccionario
filosófico).

En el universo de la heterofobia, la disposición
mimética nuestra –señala Savater- es la que
nos permite ser socialmente amaestrados. Nuestra naturaleza
humana nos revela como seres de imitación. Imitar es
identificarse con los demás, reconocer e instituir como
tales a nuestros semejantes. La proximidad física, los
parecidos externos, el paralelismo de los apetitos y por encima
de toda la comunidad lingüística despiertan y
mantienen vivo el instinto imitador que nos capacita para la
aglutinación social. Esa imitación que nos une
también es la causa de muchos de los enfrentamientos entre
nosotros. La mimesis social generalizada es conflictiva por su
tendencia hacia a la uniformidad. El misoneísmo, el odio y
la zozobra que se siente ante lo nuevo, debe ser sin duda la
más antigua de las manifestaciones de la heterofobia.
Adoptar las novedades es difícil dentro del círculo
reforzado de la identificación social; pero convivir con
lo diferente, pluralizar las posibilidades dentro del ser
colectivo es cosa aún más delicada. De igual modo
que la semejanza en comportamientos y criterios pacifica
internamente el grupo a la par que ofrece tranquilidad moral a
cada uno de sus miembros, la convivencia con lo distinto
introduce unas señal de alarma y de inestabilidad tanto en
el conjunto como en la estructura psíquica de cada cual.
Si ellos pueden vivir con nosotros sin ser como nosotros,
¿por qué nosotros tenemos que ser como somos? La
heterofobia –es decir, la desconfianza, el miedo y hasta el
odio contra los que no pertenecen a nuestro grupo- hunde sus
raíces en mecanismos en atávicos de
socialización, cuando la pertenencia al grupo implicaba
ante toda hostilidad frente a quienes no eran de la tribu o no
eran como los de la tribu debe ser.

Para convivir en armonía no podemos sentir fobia
por los otros, por los demás. Como seres gregarios tenemos
que vivir con los otros, sin sentir fastidio por ellos y sin
pretender anularlos. "Vivir es ir disparado hacia algo, es
caminar hacia una meta. La meta no es mi caminar, no es mi vida;
es algo a que pongo ésta y que por lo mismo está
fuera de ella, más allá. Si me resuelvo a andar
sólo por dentro de mi vida, egoístamente, no
avanzo, no voy a ninguna parte; doy vueltas y revueltas en un
mismo lugar. Esto es el laberinto, un camino que no lleva a nada,
que se pierde en sí mismo, de puro no ser más que
caminar por dentro de sí" (La rebelión de las
masas
).

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