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El concepto de poder en Ernesto Mayz-Vallenilla (página 2)




Enviado por ciceron.geo



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La Ontología del Conocimiento (1960), es
una de las obras de nuestro autor, que se convirtió en el
primer intento, que al nivel mundial se hizo de una
investigación ontológica-existenciaria del
conocimiento, que tiene como base de sustentación el
pensamiento de Martin Heidegger. Se destaca en dicha obra el
sentido de un esfuerzo hermenéutico. Luego escribe Del
Hombre y su Alienación
(1966), recoge el contenido de
una ponencia presentada en ocasión de cumplir su quinto
año de fundación de la Facultad de Humanidades y
Educación de la Universidad del Zulia. En dicha obra se
contrastan las concepciones de Marx y Heidegger sobre la
alienación. Así inicia Mayz-Vallenilla el
estudio del tema, que aún preocupa grandemente a los
intelectuales del nuevo siglo, de la ciencia y de la
técnica, por las implicaciones de orden ontológico,
ambiental y ético, entre otras, que lleva
implícito.

El Esbozo de una Crítica de la Razón
Técnica
(1974), recoge varios trabajos preparatorios
de una "Crítica de la Razón
Técnica
", frente a la Crítica de la
Razón Pura
kantiana, con sus correspondientes nuevas
categorías y principios. El quehacer técnico ha
conformado una nueva realidad, una auténtica
supranaturaleza, cuyos rasgos y funciones predeterminan el
ejercicio de la libertad humana y la forma en que el hombre se
relaciona consigo mismo y con lo otros seres del universo con
quienes coexiste.

La cuestión del afán de poder,
como raíz de la técnica, es estudiada en
El Dominio del Poder (1982), que se constituye en el
texto fundamental para tratar la temática que se
desarrolla en este artículo y en la que Mayz-Vallenilla
define un componente ético en la vida del ser humano para
atenuar los vicios y excesos del afán de poder,
es decir, del uso incontrolable por el hombre de los instrumentos
de la técnica.

Otra arista que merece destacarse del pensamiento
filosófico de nuestro autor, es la relacionada al problema
de la educación y, de manera particular, el de la
Universidad y su vigencia como institución en el mundo
contemporáneo. La obra fundamental de la reflexión
de Mayz- Vallenilla en torno a la Universidad es El Ocaso de
las Universidades
(1984). Allí se propone una
concepción radicalmente innovadora de la Universidad, que
trasciende la concepción tradicional y enciclopedista y
los fundamentos de la misma, como consecuencia de un
análisis hermenéutico sobre los efectos de la
ratio technica en la organización de las
estructuras de la Universidad.

Uno de los esfuerzos sostenido y permanente en la
actitud humana y filosófica de Mayz-Vallenilla, es que ha
trazado la meta de ofrecer un diagnóstico de nuestro
tiempo, analizando un conjunto de fenómenos de fundamental
importancia. Para tal diagnóstico, no solamente aborda los
peligros a los cuales se enfrenta el hombre de nuestra
época a consecuencia de la técnica, sino, tal como
lo postula Marcuse en El hombre dimensional, en lograr
la posibilidad de que dicha técnica pueda ser utilizada
para lograr la felicidad del hombre.

Para finalizar esta sección introductoria,
debemos hacer énfasis en que la técnica es obra del
hombre y obedece a su propia razón de dominar a los otros
hombres y en especial a la naturaleza. Si queremos trascender esa
especie de alienación técnica de nuestra
época, es necesario estudiar los fundamentos en los que se
sostiene como consecuencia de la ratio technica. La
técnica se inscribe en un proyecto dirigido por la
Razón, tiene su fundamento en la subjetividad
trascendental. Así, el hombre es el epicentro ordenador y
legislador del universo, y todos los entes que contiene se hallan
sujetos a sus deseos. No obstante, la ratio technica,
como manifestación trascendental no es una fuerza que se
mueve por sí sola. Tal acción, es inducida
específicamente por la voluntad de dominio del hombre.
Dicha voluntad de dominio, es una respuesta del hombre frente a
las limitaciones que le impone su propia finitud; es así
que tratando de superar dichos límites trata de ampliar su
poderío, mediante la voluntad de dominio sobre el Ser,
considerado como la totalidad de los entes, los cuales quedan
definidos sencillamente como simples objetos que deben ponerse a
las órdenes del hombre.

La Razón se identifica con el principio que traza
las normas, racionalizando el desorden y el caos, ordenando
según sus designios, al mundo. Tras las guerras de
religión que cubren la Europa del siglo XVII, la
religión que había impuesto la razón
rectora, que antes unía a los pueblos ahora separa.
Así Europa pierde la base de sustentación sobre la
que descansaba su identidad y que legitimaba el viejo orden
social. En este escenario aparece la razón cartesiana que
llena el vacío dejado por la religión y legitima el
nuevo orden social burgués que emerge.

Si el hombre europeo se había equivocado al dar
su confianza a la religión, no puede correr el mismo
riesgo porque en ello le va la convivencia social y
política. La nueva razón que debe servir de
garantía de no volver a equivocarse admitirá
sólo lo que sea evidente y cierto, como la mejor
fórmula para no caer en el error. Así se hace una
razón mecánica y al instalarse en el nivel formal
del pensamiento propio de las ciencias formales, se
convertirá como ellas, en algo meramente instrumental.
Además, la evidencia como criterio de certeza exige un
asentimiento ciego acompañado de una total ausencia de
crítica y al eliminar la diferencia, la divergencia, la
disidencia, destruye de raíz todo pluralismo
político, ideológico y cultural. Será, en
definitiva una razón que legitime el absolutismo del
Estado. "Así la razón cartesiana se convierte en
ideología de la clase dominante como instancia que
legitima el orden social burgués" (Gutiérrez, 2001:
01). De esta manera, la razón cartesiana dejó
indeleble su huella en la historia de la
filosofía.

Quizás la mayor herencia que Descartes recibe de
la filosofía clásica, sea la unidad de la
razón, pero ahora esa ratio no es ya una
sustancia de la cual el hombre participa. Ahora es una facultad
específicamente humana a la cual Dios da garantías,
pero siempre que el hombre se adhiera a las reglas que prescribe
el Método. "La razón se hace ahora sustancia de la
subjetividad humana" (Casalla, 2001:02) .

Fundamentación
teórica

2.1- Bases del afán de poder: la ratio
technica

La cuestión del afán de poder,
como raíz de la técnica, es estudiada en
El Dominio del Poder (1982), donde Mayz Vallenilla
intenta bosquejar una ética frente a los vicios y excesos
del afán de poder, esto es, del uso incontrolable
por el hombre de los instrumentos de la técnica. La
Ratio Technica (1983) completa el tratamiento del tema
anunciado en el Esbozo de una Crítica de la
Razón Técnica
. En ella se muestra el logos
técnico
como principio ductor y organizativo de
nuestro tiempo.

La ratio technica tiene su origen en la
voluntad de poder. Dicha voluntad se traduce en un afán
del hombre de dominar al universo, y es además, una
manifestación de la racionalidad humana, que exhibe el
hombre de nuestra época, oponiéndose a cualquier
posición de orden contemplativa. En este sentido, si
algún rasgo caracteriza al hombre de nuestros días,
es eo ipso, semejante actitud, que aunque se inicia en
la edad moderna, es en la actualidad cuando se desarrolla
completamente, al darse cuenta de su propio significado y tratar
de lograr sus particulares metas.

Para que esa razón de dominio sobre el universo
pueda actuar, es necesario que en éste existan entes,
cosas y criaturas que puedan ser objeto de modificación o
transformación, es decir, su configuración
óntico-ontológica debe ser similar a su mismo
origen creador. Esto es, la ratio technica, como ente
ordenador es la que suministra su finalidad y es su razón
de ser. Además, para que el dominio pueda ejercerse, en
dicho universo no pueden existir leyes inexorables o inmutables
implantadas por una voluntad superior sin importar su origen;
debe existir, por el contrario, un sistema de normas o
regulaciones implantadas por la propia razón. Así
que en definitiva las leyes que gobiernan el universo, son
producto de la ratio technica y es ésta que
imponiendo su poder les asegura su funcionamiento pleno, creando
y cambiando el curso de los acontecimientos de acuerdo a los
planes de dominio. Esto explica que la ratio technica no
obedezca de ningún modo a la naturaleza sino que
está dispuesta a dominarla, decretando para ello, una
especie de sistema de leyes que están por encima de
ésta (que Mayz-Vallenilla llama supranaturaleza) a fin de
ejercer a plenitud el dominio.

En opinión de nuestro autor, el afán de
poder no es más que una reacción, de tipo
dialéctica, que surge de la propia existencia humana en
virtud de su finitud. Sin embargo, el ser humano procura dar una
respuesta ante tal finitud, desvituándola y
sometiéndola, tratando de proyectar una tendencia hacia la
in-finitud. Dicha respuesta, es un claro intento de aquél,
por ir más allá de las fronteras que indican su
propia existencia mundana.

Es en este sentido, que apoyándose en este
intento de lograr la in-finitud, que el hombre actúa bajo
la influencia de la ratio technica. Así enfrenta
a su mundo sin ocultar su tendencia a actuar como un supremo
artista, cuyas dotes le permitan transformar para su beneficio
todo el orden de tal mundo. La ratio técnica "es
una dimensión y potencialidad del quehacer humano
todavía no suficientemente conocida ni, por tanto,
dominada por su propio agente y portador (…)" (Mayz,
1982:8). De la cita anterior, podemos columbrar que a
consecuencia de ese poco conocimiento del propio agente portador,
sus principios básicos, sus normas, sus finalidades y
límites, las expectativas, pero especialmente los peligros
que conlleva su ejercicio (del afán de poder), son fuerzas
desconocidas a las que el hombre recurre y emplea, sin tener un
completo dominio y saber sobre las mismas.

En este mismo orden de ideas, podemos postular, que la
fuerza y poder que le otorgan es de carácter ingobernable
e imprevisible, pues, así como suministra poder
también tiene la potencial condición de convertirse
en un boomerang, es decir, puede volverse contra sus propios
designios. "La fundamental arista ontológica de la
razón técnica, está en la permanente
voluntad de dominio por parte del hombre frente al universo"
(Mayz, 1974: 5). En relación a la cita anterior, podemos
mencionar a manera de ejemplo, el caso del proceder tanto de la
física y de la matemática, que está presente
en la forma y fondo de la praxis técnica,
mediante leyes científicas deterministas que tienen
carácter predictivo, que el hombre utiliza para lograr el
dominio de la Naturaleza o de la Sociedad en la que
vivimos y actuamos. "La ciencia tiene grandes segmentos
deterministas, porque ha hecho el intento de representar lo
conocido de la naturaleza mediante un sistema que busca la
perfectibilidad; sin embargo, éste no es cerrado sino
abierto, puesto que debe tener interacciones con el entorno para
su continuo perfeccionamiento" (Silva y Ávila , 2002:
94).

La finalidad de tal praxis, utilizando la
capacidad predictiva o de predeterminar el comportamiento de los
fenómenos naturales o sociales, requiere que el uso de los
medios garantice el éxito de dicha acción.
Debemos precisar que cualquiera que sea la índole
fáctica de la relación de poder en que estén
insertados, los medios del afán de poder son
relaciones funcionales que sirven para lograr un fin; el grado de
logro de dicho fin depende de su utilidad. En este
sentido, debemos dejar claro que un medio se utiliza para
producir o evitar un efecto, para desarrollar o detener una
acción; en fin, para plantear, ejecutar, cumplir, entre
otras connotaciones. En cuanto a su utilización, dicho
medio puede ser clasificado como apropiado o inapropiado, eficaz
e ineficaz, conveniente o inconveniente, en cuanto al fin a
obtener.

No obstante, la técnica es una creación
del hombre y en tal sentido es un producto de su genuina
Razón a la que obedece ciegamente, de tal manera que si
deseamos establecer las posibilidades de trascender la
alienación técnica, debemos colocar sobre la mesa
los fundamentos en los que ella descansa como producto de la
ratio technica. Es de hacer notar que nuestro autor, ya
en publicaciones anteriores como Del hombre y su
alienación
, La universidad y la idea del
hombre
, ha puesto en claro algunas manifestaciones de la
alienación técnica.

Así que, es claro que la técnica, en
cuanto constituye un producto dirigido por la Razón, tiene
su origen en lo que nuestro autor llama "subjetividad
trascendental". Esto explica que el hombre sea el centro
legislador del universo y todos los entes que encarna
están a la disposición de sus ambiciones. En
consecuencia, el hombre despliega su voluntad de dominio como un
corolario derivado de los límites de su propia finitud. Es
que "los límites de la voluntad de poderío son
aquellos en los cuales la subjetividad trascendental se reconoce
a sí misma como finita; ellos son otorgados por la
resistencia de la imborrable alteridad que necesita la propia
subjetividad trascendental para ejercitarse" (Mayz-Vallenilla:
1974: 19). De la cita anterior podemos colegir que la ratio
técnica
a pesar de hallarse en la subjetividad
trascendental, necesita de la alteridad. En dicha necesidad que
significa, carencia y menesterosidad, se refleja el
factum de su propia finitud.

Sin embargo, el afán de poder para su desarrollo
y ejercicio práctico necesita encontrarse instalado en
alguna alteridad, (pues, no es un fenómeno de
carácter adventicio) esto es, en un mundo que subsuma la
realidad, en la cual se manifieste la acción intencional
de la existencia en la que se pueda manifestar aquél. De
otro modo, sin dicha alteridad, el afán de poder se
trocaría en una vacuidad absoluta, como ya lo expresamos
en líneas anteriores. La alteridad es sencillamente el
escenario que alberga a todos los seres, cosas, bienes y valores
que conforman lo que nuestro autor denomina "ámbito
cotidiano de la convivencia" (Mayz-Vallenilla, 1982:
14).

No obstante, es importante destacar que las cosas,
bienes y valores constituyen el punto focal sobre los cuales se
desatan las pasiones, los enfrentamientos, los odios y las
confrontaciones, a fin de controlar la posesión de
aquéllos, en función de intereses personales o de
grupos, y los cuales dan origen a conflictos y consensos que son
los que a fin de cuentas, definen las relaciones de poder.
Éstas se constituyen en una gran red significativa a la
que están subsumidos todos los objetos y entes que poseen
sus específicas funciones como miembros de la totalidad a
la que pertenecen. Esto es lo que permite que la alteridad
esté organizada bajo la figura de una totalidad
significativa, que llamamos mundo, en el cual se
entretejen todas las manifestaciones del afán de
poder.

Además, existen realidades fenoménicas del
afán de poder, que responden en cada caso a un determinado
grupo de entes y objetos, que configuran una particular modalidad
del afán de poder; esta particular modalidad de
presentarse aquél constituye el campo del afán
de poder
(Mayz-Vallenilla, 1982: 17). Así que, el
campo se manifiesta como un modo de concreción individual
de las manifestaciones ya mencionadas

Por otro lado, el afán de poder no es el simple
producto del interior de un sujeto aislado y solitario, sino que
es una expresión o modo de expresar su existencia que se
haya presente en ese mundo común y compartido, mediante la
cual se organiza la alteridad a la que suministra una
configuración de totalidad a través de la cual se
manifiesta ante dicho mundo. Esto implica que existencia y mundo
no son realidades separadas e independientes sino aspectos
complementarios para que el comportamiento pueda
manifestarse.

En este momento, es necesario mencionar que una
interpretación que genera mucha confusión en la
concepción del afán de poder, es aquella que
está sostenida e inspirada en equívocas
motivaciones metafísicas, que le confieren propiedades de
agente cósmico, al cual se le asigna una intencionalidad
antropomórfica. Desde esta perspectiva, el afán
de poder
se coloca el ropaje de una voluntad de
poder
que toma la forma de energía inteligente o
fuerza, que controla, orienta y dirige la realidad en sus
distintas modalidades y manifestaciones. De esta manera que, el
afán de poder transformado en voluntad de poder, funciona
como principio ontológico que se troca en causa final para
controlar e impulsar todos los designios del acontecer universal.
Dicho principio permite neutralizar cualquier resistencia u
obstáculo que pretenda oponérseles, debilitarlos o
destruirlos (a los designios).

En este mismo orden de ideas, es conveniente acotar, que
interpretado el afán de poder bajo la forma de voluntad de
poder, ésta despliega toda su fuerza a las distintas
formas de la realidad, "desde las más rudimentarias hasta
las más complejas y refinadas, imprimiendo su huella en
los procesos inorgánicos y en los orgánicos, en el
individuo y en la sociedad, en la moral, en el arte y en la
ciencia" (Mayz-Vallenilla, 1982: 19).

Además, la mitificación y fetichismo de la
voluntad de poder, se convierten en inevitables, pues, se le
considera una fuerza irresistible que subsume a todo el universo.
Así, dicha voluntad de poder se transforma en una especie
de divinidad a la que debe rendírsele culto. Pero
contrariamente, el afán de poder para estudiarlo a la luz
de consideraciones estrictamente humanas, se le debe despojar de
cualquier consideración –como la ya mencionada- para
tratarlo en forma desprejuiciada y eminentemente objetiva. Por
tanto, debemos despojarlo de cualquier tinte metafísico
para reducirlo estrictamente al ámbito humano e intentemos
precisar su significado a partir de los fundamentos ya
esbozados.

Dentro de los límites estrictamente humanos, el
afán de poder no es más que la actitud a
través de la cual, el hombre precisa la posesión de
todo aquello que no tiene pero que necesita para ejercer la
dominación sobre objetos, valores y entes de cualquier
tipo. En este sentido, "la posesión y la dominación
son expresiones existenciales paralelas que provienen de una
misma vertiente y a través de las cuales se concreta el
afán de poder, tanto en el diseño de su
correspondiente mundo, como en las manifestaciones
fenoménicas que dentro de éste se producen"
(Mayz-Vallenilla, 1982: 21).

En un artículo anterior (1), ya dijimos que el
término poder proviene del latín
possumpotespotui
posse, que de manera general significa ser
capaz
, tener fuerza para algo, o lo que es lo
mismo, ser potente para lograr el dominio o posesión de un
objeto físico o concreto, o para el desarrollo de tipo
moral, política o científica. Usado de esta manera,
el mencionado verbo se identifica con el vocablo
potestas que traduce potestad, potencia, poderío,
el cual se utiliza como homólogo de facultas que
significa posibilidad, capacidad, virtud, talento. El
término possum recoge la idea de ser
potente
o capaz pero también alude a tener
influencia, imponerse, ser eficaz entre otras interpretaciones.
Sin embargo, lo importante es señalar que
íntimamente ligados al poder como potestas o
facultas y la idea de fuerza que lo acompaña. "se
hallan los conceptos de imperium (el mando supremo de la
autoridad), de arbitrium (la voluntad o albedrío
propios en el ejercicio del poder), de potentia (fuerza,
poderío o eficacia de alguien) y de auctoritas
(autoridad o influencia moral que emanaba de su virtud)"
(Mayz-Vallenilla, 1982: 22-23).

En virtud de que el afán de poder es un
fenómeno circunscrito exclusivamente a la esfera de los
asuntos humanos, pues emana como reacción frente a su
finitud, debemos precisar aspectos relacionados con la
etimología del poder, pues, es importante para lograr el
propósito de esta investigación documental.
Así como ya expresamos en líneas anteriores, que
existen prejuicios metafísicos que pueden desviar el
interés que tenemos de precisar los alcances del
afán de poder, también debemos tener presente
algunos obstáculos filosóficos y
lingüísticos que pueden impedir dichos alcances si no
los tratamos adecuadamente.

Comencemos diciendo que el propio concepto de
poder es ambiguo, cuestión que compartimos con
nuestro autor. Alrededor del mismo giran distintas nociones y
términos filosóficos que al usarse y mezclarse
erráticamente, han sembrado confusión a lo largo
del tiempo. Con esta aclaratoria tomamos la necesaria
precaución, evitando que se susciten equívocos o
anfibologías en la utilización de términos
ya mencionados en párrafos anteriores. Sin embargo,
debemos afirmar que sea cual fuere la modalidad que asuma el
afán de poder, siempre es posible señalar un
conjunto de aspectos genéricos comunes que deben estar
presentes para que pueda hacerse presente como
fenómeno.

En este orden de ideas, sea cual fuere la modalidad que
asuma el afán de poder, debe existir una relación
entre dos o más términos, llamados los agentes de
la acción que se realiza en cada caso, éstos son el
agente emisor y el agente receptor. En cada acción, el
emisor emite una orden o mandato que afecta el comportamiento del
agente receptor; es decir, existe un agente que manda y otro que
obedece. Pero para producir el mandato u orden, el agente emisor
debe tener suficiente fuerza o potencia, es decir, debe poseer
una fuerza o potencia capaz, que logre que el receptor ejecute la
acción ordenada; de manera simultánea, el emisor
debe tener la capacidad o potestad para hacer cumplir la orden o
mandato.

En este orden de ideas, si las condiciones se dan, el
agente emisor logra el dominio sobre el agente receptor, lo cual
da lugar al cumplimiento del mandato, es decir, el
dominio se revela como obediencia por parte de este
último al cumplirse la orden, lo cual se traduce en una
relación de poder que bajo tal forma queda
expresada en la realidad.

Ahora nos queda analizar algunas cuestiones para la
reflexión filosófica, en especial qué es y
cómo está conformado dicho dominio
ejercido por el agente emisor en cuanto sentido del
afán de poder. Para ello, debemos enfatizar en
que a pesar de la presencia de rasgos comunes que se manifiestan
en los fenómenos de poder, apenas hemos efectuado "una
aproximación abstracta y formal al umbral del
fenómeno" (Mayz-Vallenilla, 1982: 25). Sin embargo,
coincidimos con nuestro pensador, en que aún sería
insensato definir el afán de poder sin delimitar las
particularidades que poseen los rasgos genéricos y comunes
que ya mencionamos en líneas anteriores.

2.2- El afán de poder como acto volitivo y de
carácter instrumental

Iniciamos esta sección, aceptando que la voluntad
es una facultad estimulada y orientada por principios racionales.
Esto implica que el afán de poder tendrá un
carácter o revestimiento semejante al de dichos
principios. En este caso, la relación de poder toma la
forma de un dominio, que tiene como base de sustentación
el mandato del agente emisor, para que sea asumida por el agente
receptor como directriz para la acción. Pero,
contrariamente, si la voluntad se encuentra contaminada por
pasiones, ambiciones, odios e instintos animales, el afán
de poder tomará la figura basada en un dominio de
carácter irracional, propio de la raza animal en la que la
violencia es usada como forma coercitiva, impuestas para el
obligatorio cumplimiento por parte del agente
receptor.

Sin embargo, debemos destacar que el afán de
poder -como manifestación volitiva- es la posible
explicación de cómo esa voluntad que es inmanente
al hombre, logra traspasar el umbral de la voluntad y logra
imponer su capricho, léase dominio y control de otras
voluntades igualmente inmanentes a los agentes receptores del
mandato. Pero independientemente, de que se trate de un proceso
comunicativo de carácter logo-psíquico o se trate
de un complicado mecanismo psico-físico que se pone de
manifiesto mediante una configuración de causalidad
genérica (Mayz-Vallenilla, 1982), lo importante a destacar
aquí, es que dicho proceso, no se realiza sino en el mundo
común y compartido con su correspondiente campo,
-al cual ya nos hemos referido en párrafos anteriores- en
el que se manifiestan y se evidencian sus expresiones
fenoménicas.

Además, debemos enfatizar que en ese mundo
compartido y el campo en particular, no constituyen simplemente
un conjunto de agregados o elementos sino que están
incorporados en una totalidad u holística funcional,
integrada, que nuestro pensador denomina referencias
significativas
que conforman una verdadera
estructura. Ahora bien, dicha estructura de referencias
significativas, no es limitada a una simple expresión de
voluntad individual que la produzca sino que ella se inserta y
sostiene en la convivencia interhumana que emana de la propia
alteridad, ya que sin ésta el afán de poder como ya
expresamos, no tiene ningún sentido.

En este orden de ideas, debemos entonces hacer
referencia a dicha estructura significativa con el
propósito de explorar su sentido fáctico.
Sólo así estaremos en condiciones de explicar la
comprensión y aceptación de tal sentido,
por los miembros que conforman la alteridad, es decir, de los
otros, pues es allí donde se vivencian las relaciones de
poder que son importantes para interpretar exhaustivamente dicho
fenómeno.

En todo caso, el afán de poder es una manera de
comportarse que no se suscribe a una voluntad inmanente y
solitaria, sino que contrariamente está presente y se
manifiesta en el conflicto y consenso de un conjunto de
voluntades que participan en una especie de haz de intereses;
dicho haz tiene como escenario un mundo común y
compartido. De tal manera, que la estructura significativa y
dinámica del fenómeno del poder, reúne todos
los factores de confrontación en el juego de intereses,
pero que al final somete mediante un sentido final o
meta
. Dicha meta se pone de manifiesto en un escenario en el
cual se revela el dominio o señorío que ejerce el
agente emisor sobre el receptor y que tiene como corolario la
obediencia del mandato.

La obediencia es el nexo que permite al dominio
convertirse en un fenómeno comprobable y objetivo
(Mayz-Vallenilla, 1982: 50). Sin ese nexo de obediencia,
hablaríamos del dominio sólo como una posibilidad,
virtual y subjetiva del afán de poder. Conviene
señalar que todo acatamiento, entendido como
expresión de la obediencia, es consecuencia de un mandato;
dicho acatamiento traduce acoger o aceptar el contenido del
mandato, con el fin de cumplirlo como una
obligación.

En este orden de ideas, conviene distinguir que el
cumplimiento de dicha obligación puede ser de
carácter activo, en el cual el agente receptor colabora
para cumplir con el mandato, o de carácter pasivo, en el
cual el mandato es acogido con indiferencia o neutralidad por
parte del agente receptor. Las formas activas de acatamiento se
expresan mediante el asentimiento, la aceptación, el
reconocimiento, entre otras.

También es oportuno destacar en este momento, que
"a pesar de que el agente receptor del mandato colabore para que
la obligación se cumpla, su propio aporte volitivo no
queda anulado, pues, en la práctica puede resultar en
cierta resistencia, que sin llegar a negar radicalmente el
dominio de las voluntades antagónicas (…)
sólo la abierta oposición en el enfrentamiento de
las voluntades puede generar un efecto negativo –valga
decir– una des-obediencia o des-acato, el cual se traduce en
in-cumplimiento del mandato" (Mayz-Vallenilla, 1982:
52).

Luego, nuestro autor nos dice: "Algo completamente
distinto a esto último es lo que se expresa en el caso del
acatamiento pasivo. En éste –cuyas modalidades
principales se manifiestan en el rendirse, el someterse, el
doblegarse, el plegarse, etc- la propia voluntad del agente
receptor se nulifica o aniquila –siendo literalmente
suplantada por la del agente emisor- aceptando el mandato sin
ofrecer resistencia de ninguna clase" (Mayz-Vallenilla, 1982:
52). De la cita anterior, podemos inferir que el aniquilamiento
de la voluntad del agente receptor a la que se hace referencia,
no significa otra cosa que la voluntad sometida a una obediencia
ciega, que se configura sólo en áreas donde impera
la esclavitud o el sojuzgamiento. Pero, sea cual fuere la
modalidad que adopte el acatamiento, responde a una acción
o fuerza que es impuesta por la obligación mediante la
cual, el agente receptor cumple el mandato; esto no es más
que la reafirmación del poder que sobre él se
ejerce y que se traduce en la práctica como una
imposición de un determinado modo de actuar.

Es de hacer notar que la fuerza que es impuesta por la
obligación, puede asumir dos variantes en su
presentación ante el agente receptor. Bien sea como una
coacción o bien sea como una
persuasión. En la primera variante, se
acata un mandato cuando la obligación se fundamenta en la
costumbre, el temor o la conveniencia. En esta primera variante,
quien acata el mandato se ve impulsado por las presiones,
compulsiones o amenazas que se llevan a la práctica de
forma tácita o expresa, directa o indirectamente. En la
segunda variante, la obligación aflora en virtud de la
convicción racional. En este caso, la obligación
descansa en una auténtica percepción del deber
cumplido, que se origina bien sea por la rectitud interna del
mandato o por los valores intrínsecos que posee. Aceptar
este mandato, no quiere decir, en manera alguna, sentirse
coaccionado por factores exógenos, sino cumplir, libre y
espontáneamente una deber u obligación, mediante el
autoconvencimiento racional o por propia voluntad.

Conviene dejar claro, que cualquiera sea la forma que
presente la obediencia, debe responder a un resultado que es
consecuencia de la relación de poder. Así que,
cuando el agente receptor acepta, admite o acoge un mandato,
está precisamente, reconociendo un dominio sobre
él, ejercido por quien emite tal mandato. A partir de
semejante dominio, como sentido del afán de
poder, se conforma un mundo común y compartido, en la que
se configura loa obediencia como tal. Así que
obedecer, es decir, aceptar y acatar el mandato con la
obligación de cumplirlo, quiere decir, estar ya instalado
en un mundo común, en el que existe un proyecto que se da
como existente y se comparte. La obediencia, se hace presente
como un factor fenoménico donde se pone de manifiesto la
estructuración del mundo común a partir
del afán de poder.

En este orden de ideas, debemos hacer énfasis en
que el dominio, -al cual ya nos hemos referido- es el
fin perseguido por el afán de poder, no tiene que ser
necesariamente algo material o tangible sino una relación
de cualquier naturaleza incluyendo la moral o jurídica.;
mediante dicha relación, se crea un nexo de
obediencia entre el emisor del mandato y quien debe
cumplirlo. Pero el afán de poder como actividad humana es
una acción que expresa la activa respuesta de la
existencia ante la precariedad y carencia.

En tal sentido, el dominio se refiere siempre a una
alteridad, por lo que aquella acción ha de tener
un sentido transitivo, que lleva a orientar la actitud del hombre
a poseer y dominar todo aquello que necesita y de lo cual carece.
Dicha acción está subsumida a la existencia, es
realmente una interacción que emana de la
iniciativa del agente emisor en la cual los otros (la alteridad)
deben hallarse inmersos en un mundo común y compartido,
que haga posible su realización. Así, el dominio
que conlleva a la correspondiente obediencia, requieren ambos de
la existencia de ese mundo común y compartido, en el cual
desarrollen una auténtica relación de
poder
.

Además, dicha interacción para realizar
sus fines, es necesario que despliegue una fuerza, potencia o
energía
que permita desarrollar su papel. El producto
de dicha interacción es hacer cumplir una cierta norma
coercitiva, mediante la cual el agente receptor debe acatar el
mandato impuesto por el agente emisor. Dicha capacidad,
posibilidad o facultad de definir un cierto comportamiento y
hacerlo obedecer, es eo ipso, lo que revela la
potencia, fuerza o energía, de la cual dispone el
afán de poder y que se instala en la alteridad
estableciendo el dominio correspondiente.

Sin embargo, es de aclarar, que semejante fuerza,
potencia o energía
no tiene por qué ser
física o material sino actuar con eficacia y potestad,
imponiendo un deber, todo de acuerdo a la naturaleza de aquello
sobre qué se ejerce el respectivo dominio y su
correspondiente obediencia. Conviene dejar claro, que
tal fuerza, potencia o energía, se distingue de
cualquier cualidad que se instale únicamente en la esfera
cerrada autónoma de un sujeto, mónada (2)
o sustancia. Debe entenderse como potencia de una
interacción definida entre el agente emisor y su alteridad
que se inscribe en el mundo compartido y común de ambos;
aunque su origen está en la iniciativa del agente emisor,
su acción y eficacia depende de su recíproca
interdependencia.

Ahora bien, conviene que dejemos perfectamente claro que
la condición única para que la potencia de la
interacción pueda ejercer toda su virtual acción y
lograr el dominio y la consecuente obediencia, debe instalarse en
ese mundo común y compartido, el cual la hace posible y
que la correspondiente alteridad la acepte como respuesta. En
caso contrario, -podemos columbrar- dicha potencia
quedaría derogada, de acuerdo a la posición que
asuma el agente receptor, gradualmente modificada con la
relación de poder que propicie.

En este sentido, si aceptamos que el sentido final o
meta del afán de poder, es el dominio, la propia actividad
que lo constituye debe poseer internamente cierta fuerza,
energía o potencia,
que le permita realizar lo que se
propone lograr. Es así que interpretamos que el
afán de poder debe disponer de una facultad o capacidad
que le permita cumplir con las exigencias que le impone su propio
fin. Esta capacidad se convierte en el factum, para que
el afán de poder pueda cumplir con su cometido o
dominio sobre la alteridad. Al respecto, sin esa
facultad o capacidad como base de sustentación, dice
nuestro autor "el afán de poder vendría a ser una
actividad instrumentalizada ineficaz, contradictoria o
vacía, puesto que sería incapaz de
desempeñar adecuadamente su función en vista del
correspondiente fin para el cual se la utiliza"
(Mayz-Vallenilla, 1982: 40).

No obstante, para que el afán de poder pueda
ejercer a cabalidad dicho dominio, necesita de ciertos
medios y además debe seguir ciertas vías o caminos
convenientes para lograrlo. En otras palabras, necesita un
con-qué e íntimamente relacionado con
éste, se halla el cómo hacerlo. El
con-qué abarca un conjunto de medios e
instrumentos; el cómo, queda dependiendo del uso
del con-qué. Pero el cómo puede
tomar múltiples sentidos, por ejemplo, imponiendo un
comportamiento o conducta o modo de proceder. Sin embargo, el
dominio al que está dirigido el afán de poder, no
se ejerce de manera abstracta sino que debe ejercer su
acción sobre un conjunto de entes u objetos que atraen su
atención. En tal sentido, conjuntamente con las otras
referencias significativas, el afán de poder se haya
conformado por aquello sobre-qué versa su
acción.

En este orden de ideas, nuestro autor nos dice
"semejante término está representado precisamente
por esos entes u objetos de los que intenta apropiarse para
transformarlos en posesión suya y dominarlos. (…)
sobre ellos recaen la confrontación y el juego de
intereses funcionando en consecuencia como uno de los
ingredientes básicos en la génesis y
conformación de la correspondiente estructura"
(Mayz-Vallenilla, 1982: 41).

Podemos entonces decir que el lo qué, el
con qué, el cómo y el sobre
qué
no constituyen términos aislados o piezas
sueltas de un agregado, sino que se encuentran entrelazados en
una totalidad con respecto a la cual, funcionan como miembros de
dicha totalidad en la que sus relaciones son recíprocas,
unitarias, funcionales, constituyendo un sistema y una verdadera
estructura; dicha estructura o totalidad designa aquello
que conocemos como mundo, el cual surge como
consecuencia de una originaria convivencia entre los humanos.
Pero aquí debemos insistir en que el sentido integrador de
dicho mundo, es decir la totalidad estructural ya señalada
es el fin último del afán de poder, esto es, el
dominar.

Así que el dominar es un término
que define el sentido y la finalidad del proyecto que sostiene al
común y compartido mundo en el que se instala y
desarrolla el afán de poder. Pero debemos destacar que en
dicho mundo gobernado por el dominar, se hace presente la
alteridad en la cual sobresalen los seres humanos, las cosas, los
valores y los elementos inanimados o no de la naturaleza, que
están directamente relacionados con la propia existencia
-la cual está orientada por el dominar, tratándolos
como medios o instrumentos que se utilizan para alcanzar el fin
proyectado- que además son inherentes a la misma
convivencia diaria.

Sin embargo, es oportuno mencionar que el dominar puede
tomar diversas modalidades y formas, adoptando en ocasiones una
forma encubierta o llegando a enmascararse, escondiendo
así sus verdaderos propósitos ofreciendo para ello
una serie de artimañas y trapisondas para disimular sus
aviesas intenciones. No obstante, a pesar de cualquier tipo de
enmascaramiento que pueda asumir, es posible descubrir sus
verdaderos designios. Pero sea cual fuere su apariencia
fenoménica exterior, posee una escondida energía
que va dirigida exclusivamente al dominio de la
alteridad;

2.3- El juego del afán de poder: del conflicto
al consenso
.

En el mundo común compartido, al cual ya nos
hemos referido en la sección anterior, los seres humanos
desarrollan su juego de intereses e intenciones, los cuales se
debaten entre el conflicto y el consenso, a fin de imponer su
dominio. Este dominio, como ya expresamos, es el sentido, meta o
fin último del afán de poder, el cual se hace
presente en el mundo común mediante una relación
dialéctica y dinámica entre dos o más
voluntades excluyendo por tanto, la posibilidad de que dicha
relación sea unilateral (Mayz-Vallenilla, 1982: 45).
Veamos a continuación cómo se configuran el
conflicto y el consenso al hacerse presente la relación de
dominio.

Nuestro autor nos dice: "Todo conflicto que surja
alrededor del poder revela una oposición y
confrontación de voluntades que, como tal, expresa una
pugna, lucha o competencia en que aquéllas contienden o
polemizan por el dominio de algo" (Mayz-Vallenilla,
1982: 46). En relación a la cita anterior, debemos
puntualizar que dicha confrontación es producto de un
profundo antagonismo, en el que un conjunto de voluntades
desarrollan un desafío o pugna por la obtención del
poder; de dicha pugna como consecuencia del combate entre las
voluntades enfrentadas, surge una relación de dominio, que
expresa el grado en que unas voluntades se imponen sobre las
otras.

En este orden de ideas, podemos destacar que en esa
lucha por la obtención del poder, las voluntades se
desafían unas a otras y entran en conflicto. En dicho
conflicto podemos resaltar, algunos aspectos que necesitan
precisión. Entre éstos, destacamos la necesidad de
la presencia o existencia de un (sobre qué), o
sea, un algo sobre el cual se originen las
desavenencias, pugnas o disputas, que pueden ser objetos
materiales o entes (ideología, posiciones
políticas, logros económicos, competencia por
controlar un mercado, entre otros).

Así, las voluntades en pugna pretenden apoderarse
de ese algo, que incentiva o estimula la pugna,
instigando al afán de poder para imponer su dominio. Por
otro lado, las voluntades en el litigio planteado deben disponer
de un (lo qué), es decir, de una facultad o
capacidad en la cual apoyarse par realizar la
confrontación y alcanzar el fin pretendido, que no es otro
que el dominio pleno y absoluto; en esta facultad, la cantidad de
energía volitiva es la que determina la fuerza de las
voluntades en conflicto.

Destacamos que dicho lo qué siempre va
acompañado de un con qué y de un
cómo que permiten aumentar o disminuir el
quantum de la energía volitiva. Es de mencionar
que las voluntades en conflicto, disponen de una serie de medios,
vías e instrumentos que se constituyen en referencias
significativas adicionales en la lucha por el dominio, al igual
que inciden sobre otros miembros de la estructura, la disputa de
los antagonistas. De esta manera la lucha se incorpora a un mundo
común y compartido que se convierte en escenario, en el
que se ubica su existencia y justificación.

Además, debemos agregar que así como el
afán de poder puede enmascararse para esconder sus
verdaderas intenciones, también las voluntades que entran
en conflicto pueden utilizar pretextos o excusas (algunas de
ellas pueden ser sutiles) directas u otras para lograr aventajar
a sus oponentes en la lucha por el poder. No obstante, es posible
detectar o descubrir las verdaderas causas que desatan la lucha y
el conflicto, para lograr el dominio sobre los adversarios. Pero
sea cual fuere la modalidad e intensidad de la relación de
dominio, queda definida una dependencia de la voluntad avasallada
con respecto a la dominante, que se traduce en una
obligación de la voluntad sometida a cumplir con los
mandatos que aquélla le impone, mediante un nexo de
obediencia.

Sin embargo, un conflicto puede resolverse cuando la
situación que produjo las desavenencias y las luchas,
logran solución al establecerse un consenso (3). Conviene
aclarar que al igual que en el caso de existencia de un
conflicto, el consenso permite una estrecha relación de
las voluntades en cuanto a las referencias significativas, ya
mencionadas; pero a diferencia del asenso, en el consenso, el
dominio de una voluntad sobre otra es sustituido por un dominio
compartido o condominio que actúa sobre los intereses en
discusión. Entendemos además, que existen
múltiples maneras en que los conflictos y consensos se
entremezclan, pero el aspecto que interesa destacar, -por encima
de los diferentes matices y grados de modalidades de tratos y
convenios- es la forma en que se originan y desarrollan los
conflictos y consensos, a partir del afán de poder con sus
referencias significativas y los vínculos existentes, con
el sentido final, que es lograr el dominio.

Consideraciones
finales

El término razón, que en
latín viene del vocablo ratio el cual traduce el
griego logos, significaba entre los helenos (pueblos que
habitaron Grecia) ver. Así que el logos
o razón tenía su base en un ver.
Según nuestro autor, ver se traducía en
griego como noein, por lo que el logos era una
razón noética, es decir, vidente.
(Mayz-Vallenilla, 1974: 109). De tal manera, que la razón
descansaba en un ver. Esto explica que al referirnos a
la cultura griega, de la cual emergió por primera vez el
concepto homo sapiens, nos referimos a una idea
que se distingue por la preeminencia de la razón. En este
sentido, el homo sapiens, es ese hombre que se cree
dueño de la razón y hace de ella el
núcleo de su ser.

En la idea general del homo sapiens, destacamos
dos modalidades del racionalismo. Uno, teísta, que
prevaleció en el mundo griego y, en el cual el
logos es un elemento que es de origen divino, del cual
el hombre, de alguna manera participa; basta recordar la
teoría platónica y la aristotélica. Otro,
que desteologiza la razón, transformándola en una
razón pura, autárquica y autónoma en
sí misma; dicha desteologización se llevó a
cabo en la época moderna. Así que el logos
o razón se identifica con el principio que traza las
normas, racionalizando el desorden y el caos, ordenando
según sus designios, al mundo. El logos es el
principio ordenador del universo.

En este orden de ideas, nos interesa destacar que cuando
Galileo hizo rodar por un plano inclinado las bolas con el peso
señalado o cuando Torricelli hizo que el aire soportara un
peso que sabía igual a una columna de agua que le era
conocida, la física tomó un auge inusitado. Fue
entonces cuando entendieron que la Razón sólo
descubre lo que ella ha producido según sus propios
designios; así la Razón es obligada a marchar con
los principios y juicios determinados por leyes constantes e
inmodificables y conminar a la naturaleza a responder a sus
inquietudes, en lugar de ser ésta quien la dirija y
oriente.

Para la Teoría Crítica de los miembros de
la Escuela de Francfurt, en la modernidad, la razón ha
perdido su función autocrítica, ya que "El discurso
de la modernidad ha entrado en conflicto, porque el homo
politicus
al no poder resolver sus necesidades principales
mediante el dominio que ejerce la racionalidad técnica, se
ha vuelto contra sí, deshumanizándose
progresivamente mediante procesos continuos de alienación"
(Márquez, 1995: 10-11). Además, el paradigma
racionalista de la modernidad capitalista, ha propiciado un
escepticismo epistémico acerca del poder de la
razón, en la obtención de un mundo humano de
libertad y progreso. La modernidad no ha logrado crear ese mundo
porque ha transformado el conocimiento científico en una
estructura de poder político, estético,
comunicativo, simbólico, técnico, etc pero siempre
al servicio de la dominación (Márquez, 2003:125).
Coincidimos plenamente con Mayz-Vallenilla, Márquez y
Foucault (4), en cuanto al concepto de poder utilizado como
dominio, es decir, la técnica es obra del hombre y obedece
a su propia razón de dominar a los otros hombres y en
especial a la naturaleza. Tal dominio, es una respuesta del
hombre frente a las limitaciones que le impone su propia
finitud

El afán de poder bajo la forma de voluntad de
poder, despliega toda su fuerza a las distintas formas de la
realidad. La mitificación y fetichismo de la voluntad de
poder, se convierten en inevitables, pues, se le considera una
fuerza irresistible que subsume a todo el universo. Reiteramos
que el propio concepto de poder es ambiguo,
cuestión que compartimos con nuestro autor. Alrededor del
mismo se ha sembrado gran confusión en el devenir del
tiempo pero siempre es posible indicar un grupo de aspectos
genéricos comunes, que deben estar presentes para que
pueda hablarse de dicho fenómeno. Reiteramos que sea cual
fuere la modalidad que adopte el acatamiento, responde a una
acción o fuerza que es impuesta y mediante la cual, el
agente receptor cumple el mandato; es la reafirmación del
poder que sobre él se ejerce y que no es más que
una imposición de un determinado modo de
actuar.

Una idea más antes de finalizar. Una de las
áreas en la que se manifiesta con mayor fuerza el
afán de poder, y sobre cuya alteridad pretende el hombre
imponer hegemónicamente su dominio, es el
económico. En este sentido, la alteridad a la que se desea
dominar es vista bajo la forma de mercancía, y como tal,
es una referencia significativa que integra el mundo. La
mercancía es un objeto externo, tangible, una cosa, que
debido a sus propiedades satisface necesidades humanas de
cualquier clase.

Desde esta òptica, la alteridad se exhibe como un
gran almacén de mercancías sobre el que recae la
intencionalidad del comercio humano; en tal sentido, el dinero
toma el puesto de instrumento universal del afán de poder.
Desempeñando tal papel, el existente lo toma como
símbolo de su prepotencia; mediante el dinero el hombre
acumula riquezas, bienes materiales, sojuzga a otros e impone su
voluntad, sus proyectos en la marcha de la comunidad social en la
que vive. El dinero como instrumento de poder, despierta una
insaciable sed de codicia y lucro, pues, le promete al hombre el
dominio i-limitado y ab-soluto de la
alteridad
.

En este momento, es conveniente aclarar que al
constituirse el trabajo humano en una mercancía
más, negociable y adquirible, como cualquier otra que se
brinde en la alteridad, el dinero puede comprar la fuerza del
trabajador. Puede así, el hombre lograr una ganancia o
plusvalía entre lo que paga por aquélla y lo que
obtiene por los productos de la misma. Así, el propio
trabajo humano ayuda a la acumulación del dinero y se
constituye en una fuente que fortalece el correspondiente poder;
la ganancia acumulada sirve para comprar nuevas fuerzas de
trabajo. Por último, el dinero se convierte en capital, en
valor que se valoriza a sí mismo, adquiriendo una
dinámica que adquiere una fuerza tal que incrementa la
acumulación de riqueza y de poder.

Notas

1.- Ver Ävila F, Francisco. "El concepto de
poder en Michel Foucault
" Revista Telos, Vol. 8, #2.
URBE. Páginas 215 a 234. Agosto 2006.

2.- Mónada, del griego mónas,
unidad. Término vinculado sobre todo a la doctrina de
Leibniz, para el cual las mónadas constituyen los
elementos de todas las cosas, simples o compuestas. En
metafísica, es un término utilizado por
Platón pero de origen pitagórico atribuido a las
Ideas. Ver Diccionario de Ciencias Humanas por Louis ? Marie
Morfaux. Traducido por Juan Carlos García Borrón.
Primera edición. Editorial Grijalbo S. A., Barcelona.
1985. Página 224.

3.- Entendemos por consenso en este
artículo, el procedimiento mediante el cual, al originarse
una discrepancia entre las voluntades, éstas logran
acordar sus pretensiones –por la vía del asenso-
coafirmando o confirmando sus respectivos dominios sobre los
intereses en disputa. Tal asenso, se fundamenta en un mutuo
consentimiento, el cual no niega, sino que admite y afirma la
voluntad ajena. Una vez logrado tal consentimiento por la
vía del asenso, la disputa se resuelve al lograrse un
equilibrio estable y duradero. Para mayor información
véase Ernesto Mayz-Vallenilla, El dominio
del
poder, editorial Seix y Barral Hnos S.A.
Primera edición. 1982, Barcelona, España.
Pág. 49 y siguientes.

4.- ver Ávila F, Francisco. "El concepto de Poder
en Michell Foucault". Revista Telos. URBE. Volumen 8,
Nº 2. Pas: 215-234. 2006.

Bibliografía

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en Michel Foucault. Revista Telos. Volumen 8, #2.
Universidad Rafael Belloso Chapín. Maracaibo,
Venezuela.

Casalla, Mario. (2001). Subjetividad e historia:
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. Suplemento cultural. Diario La Verdad.
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Gutiérrez M, Amancio. (2001). De la razón
rectora a una racionalidad gestora. Signos en
Rotación
. Suplemento cultural. Diario La Verdad.
Maracaibo. Venezuela. Página 01.

Mayz-Vallenilla, Ernesto (1982). El dominio de
poder
. Seix y Barral Hnos S.A. Barcelona,
España.

Mayz-Vallenilla, Ernesto (1974). Esbozo de una
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Editorial Equinoccio; ediciones de la Universidad Simón
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Mayz-Vallenilla, Ernesto (1984). El ocaso de las
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. Monte Ávila Latinoamericana C. A.
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Márquez, Álvaro (1995). La crisis de la
modernidad y la razón pedagógica. Revista
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..Volumen 2, Nº 2 Pags: 1-21. Facultad de
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Márquez, Álvaro (2003). Modernidad y
Postmodernidad: entre el humanismo histórico y la
razón escéptica. Revista Agora. Enero-junio
2003. Pags: 125-134. ULA. Núcleo Rafael Rangel, Trujillo,
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Morfaux, Louis ? Marie (1985). Diccionario de Ciencias
Humanas. Traducido por Juan Carlos García Borrón.
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Silva, Edgar y Ávila, Francisco (2002). Los
conceptos de azar y arte en Jorge Wagensberg. Revista
Utopía y Praxis Latinoamericana
. Año 7, #19,
diciembre. FACES. Universidad del Zulia.

 

 

Autor:

Francisco Ávila-Fuenmayor

Partes: 1, 2
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