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Luis Donaldo Colosio: magnicidio y contexto social (página 2)




Enviado por marcos cueva



Partes: 1, 2, 3

El propósito de esta monografía no es
reconstituir a fondo los hechos del 23 de marzo de 1994 en Lomas
Taurinas, en la norteña y fronteriza ciudad de Tijuana
(Baja California Norte), lugar donde Colosio fue asesinado. Sobre
esos hechos se ha dicho todo, o casi, desde lo verosímil
hasta lo absurdo, y por cierto que muchos de quienes quisieron
llegar por cuenta propia a la verdad también fueron
ejecutados. En aras de comprender a la sociedad mexicana de ese
momento y sus limitaciones, esta monografía recoge en
cambio, entre otras, las voces que incluso desde antes de lo
ocurrido el 23 de marzo de 1994 anunciaron la muerte del
candidato del Partido Revolucionario Institucional (PRI): "lo van
a matar", era un rumor que corría incluso desde antes del
famoso discurso de Colosio Murrieta el 6 de marzo de 1994,
discurso que fue interpretado como lo más parecido a una
afrenta al entonces mandatario Salinas y al salinato. No
importó demasiado la rectitud del sonorense en el discurso
de ese día, y de lo que dijo no tuvo eco sino la muy
supuesta crítica al gobierno de turno. En efecto,
importaba nada más que Colosio hubiera roto, supuestamente
también, con el presidente Salinas, siendo el candidato
sucesor y enfrentándose al antecesor, de un modo que
parecía muy apresurado. Atribuyéndole esta falta o
culpa a Colosio, no pocos dieron a entender que el propio Colosio
se había colocado en la situación de ser
"ajusticiado". En suma, que "le tocaba" –como se dice en
México– porque había cometido el más craso
de los errores, "meterse con el presidente": un error más
entre los muchos que se le atribuyeron al sonorense. Quienes
decían que Colosio era un títere y un Don Nadie
también lo criticaron por lo contrario: por su actitud
independiente, pocos días antes de ser
ejecutado.

Hoy, la memoria de Colosio no interesa demasiado, aunque
el Partido Revolucionario Institucional llegue a servirse de ella
y existan distintas y variopintas Fundaciones Colosio,
además de calles y "bulevares" con el nombre del
sonorense, amén de una muy mal hecha estatua en el Paseo
de la Reforma de la capital mexicana, estatua acompañada
además de una frase que se le atribuye falsamente al
finado ("el mundo no nos fue heredado por nuestros padres, nos
fue prestado por nuestros hijos"). La vox populi, sin
creer en la existencia de un asesino solitario, designó a
los culpables del asesinato: en particular (también lo
dejaron entrever como posibilidad el ex líder de la
juventud priísta Democracia 2000, Ramiro de la Rosa, Diana
Laura Riojas y Luis Colosio Fernández, así como
Guillermo del Río Ortegón)[7], al
mexicano de origen francés José María
(Joseph Marie) Córdoba Montoya, ahora ex Jefe de la
Oficina de la Presidencia (que ocupaba sin ser mexicano de
nacimiento) y considerado por algunos como el "supersecretario" o
"vicepresidente" de aquel sexenio, con influencia tanto en
algunos medios académicos –en los cuales
deslumbraba- como en el submundo donde apareció con algo
así como una "Narco-Mata Hari" y a la par agente federal,
Marcela Bodenstedt. No fue un crimen de Estado supuestamente
perfecto, que no haya dejado rastros. Resulta llamativo que el
Partido Revolucionario Institucional haya archivado el reclamo de
esclarecimiento. Junto con Luis Echeverría Alvarez, el
único político en reclamar a principios del siglo
XXI ocasionalmente que sea reabierto el asunto ha sido el
opositor Andrés Manuel López Obrador (Partido de la
Revolución Democrática). De las amistades de
Colosio Murrieta no quedaron muchas fieles a su memoria. Se
dispersaron o aparecieron en los espacios políticos
más insospechados, motejados además muy
despectivamente como "las viudas de Colosio". Por su parte, los
hijos de la pareja Colosio-Diana Laura Riojas han crecido y
fueron cuidados por sus abuelos (los padres de la misma Diana
Laura Riojas, oriunda de Nueva Rosita, en el norteño
estado mexicano de Coahuila). Diana Laura Riojas falleció
de una enfermedad grave –que ya tenía antes de
ejecutado Colosio- al poco tiempo de asesinado
éste.

Así las cosas, este texto no está
destinado a reconstituir toda una historia sobre la que existe
una bibliografía que consideramos suficiente, incluso
abundante. En cambio, hemos destacado y puesto en paralelo los
dos universos culturales a los que aludiera el finado sonorense:
las interpretaciones de los hechos varían mucho,
según se trate de privilegiados o no, y a partir de
aquí queda planteado el problema de la relación de
casi toda una sociedad con la verdad. En País de
mentiras
, Sara Sefchovich sugiere, parafraseando a Justo
Sierra, que la sociedad mexicana tendría "aversión
radical" a la verdad[8]¿Es así? No
sería un caso único en el mundo. Con todo, desde
muy temprano en el siglo XX Martin Luis Guzmán
había hecho observaciones acuciosas sobre el problema. En
El águila y la serpiente, libro clásico
sobre la epopeya revolucionaria mexicana, el periodista y
escritor chihuahuense –también norteño-
sostiene lo evidente: la verdad es un peligro para quienes viven
de simulaciones[9]Al mismo tiempo, Martin Luis
Guzmán llamaba a no fiarse demasiado del instinto popular,
que puede equivocarse e "inventar heroísmos y grandezas en
hombres de barro y suponer infamias y crímenes que no
existen"[10]. Podemos decir que el primer rasgo ha
servido para que el "instinto popular" –es
intuición- detecte o crea detectar, detrás de la
simulación, en dónde se encontraría la
verdad de las cosas. Para los privilegiados, el otro argumento
debiera ser el válido: no por ser de origen popular una
intuición es válida, antes bien al contrario. Es
mediante estos dos mecanismos que la difícil verdad
–la colectiva- del crimen de Luis Donaldo Colosio se fue
diluyendo y perdió el poco interés moral que
despertó. En las investigaciones y entre un montaje tras
otro, los fiscales se toparon por lo demás con una
representación completamente falsa de la verdad,
representación frecuente en México y en
función de la cual actuaron: "en nuestro país
–escribía en1973 el filósofo mexicano Luis
Villoro- rara vez se toman decisiones de alcance social por amor
a lo que se crea justo; casi siempre es por consideración
a las personas o los grupos que creemos favorecer con
ello"[11]. Fue así que no pocos eludieron
la pregunta que acompaña normalmente a todo crimen,
máxime de esta naturaleza: ¿quién se
beneficia? La respuesta no debió ser exactamente personal,
sino en términos de intereses y proyectos de país.
El historiador Enrique Krauze se hizo en algún momento una
pregunta de mucho interés: ¿quién
mató a Luis Donaldo Colosio: el odio de la ambición
o del desinterés?[12] Agreguemos: ¿o
de ambas cosas?

¿Padre e
hijo?

Desde el 28 de noviembre de 1993, cuando Luis Donaldo
Colosio Murrieta se convirtió en precandidato del
oficialista Partido Revolucionario Institucional a la
presidencia, algo turbio empezó a moverse en la sociedad
mexicana, supuestamente en cambio y "transición". Colosio
apareció casi de inmediato como ilegítimo y por
ello sin derecho a forma de existencia alguna, y luego de vida.
Lo primero que se dijo, en México como en Estados Unidos,
es que el sonorense era el "señor Continuidad", completa
hechura del entonces mandatario mexicano Carlos Salinas de
Gortari, interesado en perpetuarse en el poder mediante algo
así como un plan transexenal. La periodista Gisela Arriaga
recogió una nota periodística muy llamativa
aparecida el 29 de noviembre de 1993 y atribuida al grupo
"Consultores Interdisciplinarios":"Colosio –decía
esa nota del rotativo mexicano La Jornada, considerado
de izquierda- ha contado con la capacidad para convertirse en el
hijo (el subrayado es nuestro), la hechura del
presidente Salinas de Gortari"[13]. ¿El
supuesto padre iba a hacer lo que quisiera con el supuesto hijo,
por el solo hecho de que hubiera un – también
supuesto- "parentesco" entre ambos? Todo esto no parece haber
sido en realidad de la predilección de Colosio, quien al
rendir formalmente protesta como candidato priísta a la
presidencia, el 8 de diciembre de 1993, y sin oportunismo ni
dobleces, afirmó: "el gobierno habrá de actuar
sin paternalismos (el subrayado es nuestro), pero lejos
de la indiferencia"[14]. Más que a los ojos
de su supuesto "padre político", Colosio Murrieta estaba
pendiente de legitimarse ante la nación y sobre todo ante
el potencial electorado: el día de su destape y con una
alusión a Morelos, el precandidato del partido oficial
afirmó que pondría todo su esfuerzo y empeño
"al servicio de la sociedad mexicana (…) para hacer una
propuesta que recoja las necesidades y los sentimientos de la
nación"[15]. De que para Colosio su
relación con el entonces presidente Salinas de Gortari no
era de "parentesco" alguno dan cuenta las siguientes palabras de
Agustín Basave sobre el candidato ejecutado: Colosio
"(era) un hombre que sabía distinguir entre la
política, la amistad y la familia
(…)".[16]

César Romero y Héctor Zamarrón se
encuentran entre los primeros en haber establecido el
símil con el parentesco: "Con el cuidado del padre al
velar por el futuro de su hijo –escribieron-, el mandatario
aceptó al novel funcionario en su equipo y, a la par de ir
construyendo su propia carrera, vio en todo momento el sino
político de quien a la larga se hubiera convertido en el
sucesor"[17]. Se argumentaba así que
Salinas le había "fabricado" el curriculum a
Colosio[18]como si éste fuera un Don Nadie
convertido en "hijo predilecto", con un privilegio inmerecido,
una versión por cierto contraria a la de un hombre que
reivindicó de entrada haberse hecho a sí mismo. No
faltó quien desde muy pronto afirmara que "había
que parar a Salinas" y cuidarse al mismo tiempo de ese Don Nadie
de origen demasiado popular y por lo mismo presto a cobrarse las
"humillaciones" supuestamente recibidas. Sorprende la rapidez de
algunas reacciones: habiendo sido "destapado" Colosio el 28 de
noviembre de 1993, para el 2 de diciembre de ese mismo año
el semanario Etcétera editorializaba, no sin
cierto malestar, exigiendo "menos paternalismo" del
régimen en el rito del "tapadismo", "por muy iluminadas
que (pudieran) ser sus decisiones".[19] Apenas
siete días después, Jaime Ramírez Garrido
escribía en el mismo semanario: "Ya es tiempo de que ese
monstruo de relevo, esa generación del cambio, ese grupo
compacto cometa el parricidio".[20] De hecho, el
"destape" estuvo "rodeado de fuertes presiones, sorpresas y
grandes desengaños para los
perdedores".[21]

El problema con la figura paterna volvió a salir
un poco más adelante. Siempre según lo recogido de
la prensa por Gisela Arriaga, originaria de Hermosillo, la
capital del norteño estado mexicano de Sonora,
algún periodista creyó necesario afirmar, en enero
de 1994, cuando la campaña de Colosio no lograba despegar
y cundían los rumores sobre una posible renuncia, que
había llegado el momento del "parricidio
simbólico"[22]. Gisela Arriaga consigue
demostrar que aunque el discurso del sonorense haya ido cambiando
al correr de las semanas, a principios de 1994, en ningún
momento estuvo en tela de juicio la lealtad del candidato hacia
el entonces mandatario mexicano Salinas. "Las críticas
–escribió Arriaga – no lograron el objetivo de
enfrentar a Salinas y al político sonorense. No
cometió "parricidio" como se le recomendaba
insistentemente a través de columnas, notas y
declaraciones. Su discurso fue modificado, evitaba mencionarlo o
vitorearlo como lo hizo después del destape, pero hasta el
último momento, fue leal al amigo: nunca lo
traicionó"[23]

Amigos, ni siquiera hermanos: y de ninguna manera padre
e hijo. El sonorense no cayó en la provocación de
quienes, supuestamente contrarios al salinismo, llamaban al mismo
tiempo a seguir con las reglas más oscuras del
priísmo, las de las deslealtades. Al mismo tiempo, Colosio
Murrieta no parecía estar dispuesto a aceptar un "pacto"
con Salinas de Gortari que hiciera quedar al sonorense como un
hombre de ínfima categoría, que debía
expresar hasta el último incondicionalidad –no
lealtad- y apoyo al mandatario saliente, rogarle confianza y
lograr su "aprecio" ante la opinión pública,
según lo quería el entonces coordinador de
campaña, Ernesto Zedillo. ¿Cómo fue posible
que el lugar de Colosio en el poder fuera interpretado de un modo
tan turbio, y que fuera simbólicamente asesinado dos
veces, una por supuesto "hijo obediente" y otra por supuesto
"hijo desobediente", después del discurso del 6 de marzo
de 1994? Jorge E. Beyer Esparza ha propuesto una hipótesis
interesante sobre el modo en que el mexicano medio se comporta
ante el político: "el repudio al político que
miente para enriquecerse al paso por los puestos públicos
y el desdén por quien no lo hace, reduciendo a éste
a papeles de importancia secundaria e imputando el manejo
correcto de los recursos públicos, no a su honradez, sino
a la falta de imaginación o nulidad de
mando".[24] Es a partir de esta visión que
a Colosio, quien por cierto nunca quiso vivir de manera
ostentosa, se le habría atribuido más ingenuidad de
la que ciertamente tenía.

¿Quien dijo por lo demás que el poder se
maneja como una familia? ¿Lo contrario puede ser entonces
cierto? Isabel Arvide da indicios sobre todo lo anterior en un
breve libro curiosamente intitulado Asunto de familia,
en el cual llama a los protagonistas "Carlos, Manuel y
Donaldo"[25], aunque está claro que con uno
de ellos no hay posibilidad de fraternización: "Donaldo no
supo entender, escribe Arvide. No tuvo la capacidad de despojarse
de su recién investidura para retornar al seno
paterno
(sic). Fue por eso que Salinas insistiese tanto en
jugar con él, en ordenar, en permitir que el
equívoco fuese".[26] Esa de la "gran
familia" es la visión que ha terminado por tenerse
–incluso en la intelectualidad- del poder en México,
y la dimensión moral "estorba" o no existe en esa misma
visión[27]Incluso Enrique Krauze
consideró que Colosio, "hombre suave, conciliador, con
buena pinta de charro mexicano" (sic) era el "hijo
político" de Salinas de Gortari.[28] No
deja de ser "curiosa" la declaración que hizo Manuel
Camacho luego del asesinato de Colosio: "lo ocurrido es una gran
ofensa a su familia, es una gran ofensa a la familia de todos
nosotros, es una ofensa a la
nación"[29].

No puede pensarse en el parricidio; ni tampoco en que
Salinas haya querido evitar ser "simbólicamente
asesinado", luego de haber escogido a "un hijo": el ahora ex
mandatario se refirió siempre a Colosio como amigo, y
justamente como tal parece haberlo despreciado, por cierto. A lo
sumo, habría buscado "apadrinarlo", rompiendo una regla no
escrita: la que obligaba a dejarle el lugar al "ungido" y a no
volver a sobresalir en el escenario político, mucho menos
para dar a entender que seguiría siendo el dueño
del poder, el de manejar hilos en la política y la
economía, lo que Carlos Salinas de Gortari siguió
haciendo mucho tiempo después. Son otros lazos, de
complicidades, los que jugaron contra Luis Donaldo Colosio, quien
no puso el poder por encima de los valores: no había sido
educado para ello. Cuando supo que su hijo quería ser
político, Luis Colosio Fernández le pidió,
severo, que fuera ante todo honrado: "si el pueblo te otorga su
voto –dijo-, sé honesto, no seas del
montón"[30]. Desde mucho antes, Colosio
Fernández le había preguntado al futuro candidato
priísta a la presidencia: "¿Qué vas a hacer
en la política, en un ambiente de traiciones y
corrupción?".[31]

Por lo pronto, a juzgar por un memorándum del 19
de marzo de 1994, algunos en el gobierno de ese entonces se
estaban moviendo sin respeto alguno por las reglas no escritas de
la política mexicana. Ernesto Zedillo, presidente de
México (1994-2000) y autor de dicho memorándum, se
encontraba entre quienes no parecían tener mayor idea de
lo que significaban esas reglas. En la misiva ni siquiera se
guardaron las formas, ya que Colosio Murrieta aparecía
como resultado del "dedazo" y no, como se estilaba, de una
supuesta voluntad "compacta" del Partido Revolucionario
Institucional. Ello no quiere decir que Zedillo, el hombre que
durante su mandato se encargó de sepultar el "caso
Colosio", haya sido autor intelectual de nada, ni siquiera de las
"perversidades de familia": así lo sugiere Isabel
Arvide[32]

2. Cultura del
esfuerzo, cultura del privilegio.

El día que lo iban a matar, el 23 de marzo de
1994, Luis Donaldo Colosio Murrieta seguramente no había
llegado a medir la extrema gravedad de la contradicción en
la que se había ido colocando, a lo mejor sin quererlo.
"El día que lo iban a matar" no es nada más un
decir por imitar una novela del escritor colombiano Gabriel
García Márquez. Gabriel Alós, en un libro
opaco, dice muy extrañamente sobre el crimen de Colosio:
"se cumplió la infamia"[33]. ¿"Se
cumplió"? ¿La infamia estaba escrita? ¿O
hubo quienes la fueron escribiendo con el transcurrir de los
días, estando Colosio con vida? En el libro de
César Romero y Héctor Zamarrón, Zedillo,
muerto Colosio, terminó siendo presidente de México
no "por azares del destino", como suele decirse, sino
extrañamente "por azares del juego político"
(sic).[34] ¿Fue entonces este juego el que
mató a Colosio? Desde que asumió la candidatura de
su partido, en el gobierno durante décadas, Colosio, de
origen sonorense, nacido en 1950 en Magdalena de Kino (al norte
de la República mexicana, en el desierto de Altar y cerca
de Estados Unidos)[35], hizo una y otra vez
hincapié en sus orígenes modestos y en la "cultura
del esfuerzo", como la llamó oponiéndose por
contraste a la "cultura del privilegio", en la cual todo
está dado y no hay que ganarse nada. Además,
Colosio se apresuró a reivindicar su origen regional,
norteño, pero por lo mismo muy identificado con
México: "Soy hombre de frontera, afirmó Colosio,
ahí se vive la identidad día con día, se
contrastan las culturas, se aprecia profundamente la riqueza de
nuestros valores y nuestro amor por México, se construye
en el esfuerzo cotidiano que supera
adversidades"[36]. Gisela Arriaga sostiene que ya
desde entonces pudo haber despertado recelo en el inconciente
colectivo de una parte de la sociedad mexicana, proclive a
rechazar a los sonorenses por ser supuestos "bárbaros".
"Otro factor que debió jugar un papel importante
–escribió Gisela Arriaga- es el temor, conciente o
inconsciente, de que los sonorenses regresaran
–después de 60 años- al poder (…); el
gobierno de Calles (se había caracterizado) por el
conflicto religioso que hiere profundamente los sentimientos de
la gente del altiplano. Eso suscita una memoria colectiva
–sobre todo en el centro del país- en contra de los
gobiernos de Obregón y Calles. Ese sentimiento puede
haberse transmitido de generación en generación y
de alguna manera producir un alto grado de desconfianza hacia
Colosio"[37], junto al hecho de que un hombre "de
esfuerzo" y de raíces populares, abiertamente
reivindicadas como tales, pudiera desplazar a "gente de
élite". Isabel Arvide expone la aversión: "los
rumores. La figura de Donaldo desdibujada quién sabe por
qué motivos. El mal, pésimo discurso de su protesta
como candidato en el que se refirió a los mexicanos del
sur y los del norte y los demás".[38] En
Etcétera, el 2 de diciembre de 1993, el
periodista e investigador Raúl Trejo Delarbre ya
tenía listo el discurso ambivalente sobre los sonorenses:
"nadie como los sonorenses –escribía Trejo Delarbre,
en ese entonces director del semanario- conoce las desventuras de
los maximatos".[39]

Entretanto, frente a las pretensiones "globalizadoras"
de la élite mexicana, Colosio defendió desde el
discurso del 28 de noviembre de 1993 lo que llamó
"nacionalismo popular" y la importancia de que México
resguardara su soberanía y su capacidad para decidir su
destino. Identificaba a México con la patria, no con una
familia, con el poder o con ambas cosas juntas. Por contraste,
buena parte del sexenio de Salinas de Gortari se había ido
en negociar la integración con Estados Unidos, no para
beneficio de México, salvo de unos pocos
privilegiados.

La fibra sensible había sido tocada. En efecto,
Colosio Murrieta, de 44 años al momento de ser ejecutado
(ejecución es la palabra que escogieron algunos,
incluyendo al padre del finado), reivindicó un mundo al
que los beneficiados del salinato, que no fueron pocos,
habían decidido darle la espalda, desconociéndolo y
considerándolo ilegítimo. Dicho de otro modo, al
mismo tiempo que ponía en alto sus raíces populares
Colosio alababa abiertamente en noviembre de 1993 a un Carlos
Salinas de Gortari, a la sazón presidente de
México, que creó todo un mundo de privilegios y
privilegiados, en el más amplio espectro político y
socioeconómico, y con la cereza del pastel el 1º. de
enero de 1994, fecha de entrada en vigor del Tratado de Libre
Comercio con Estados Unidos, el por décadas anhelado
"Primer Mundo". El choque entre las culturas a las que se
había referido Colosio ya estaba así en ciernes
desde noviembre de 1993. Buena parte de la sociedad mexicana se
dedicó desde entonces a tratar como a fuereño a
quien, a juzgar por sus discursos, quiso defender por lo menos
algo de lo más encomiable de décadas de historia
mexicana y priísta. Colosio Murrieta no tenía las
"credenciales" que se ostentaban en la élite mexicana
durante el salinato y que se convirtieron luego en signo de
privilegio en algunos estratos sociales: en particular, el
sonorense no estudió en ninguna universidad estadounidense
de gran renombre, pese a haber vivido y estudiado 8 años
en el extranjero, Estados Unidos incluidos (Pennsylvania). A
diferencia de mucha gente de élite, acomodada, tendiente a
sentirse como extranjera en México ("éste"
país), Colosio tenía una firme identidad nacional:
"estoy decidido –declaró en una ocasión- a
ser leal a los principios que heredé y que inculco a mis
hijos. Ser nacionalista es hacer de la soberanía un valor
fundamental. ¡Esa es mi
convicción!"[40]. Colosio no fue cercano a
quienes giraban en torno al cada vez más potente Banco de
México, ni al mundo de los negocios, y ni siquiera
tenía alianzas familiares como las que había tejido
por ejemplo Manuel Camacho Solís con un ex gobernador de
Chiapas (Manuel Velasco Suárez). En suma, Colosio
Murrieta, tal y como lo escribió Samuel Palma, no se
encontraba en un mundo en el que tiende a confundirse lealtad con
complicidad, confusión que el salinato no hizo sino
agigantar[41]

Dos factores habían entrado en juego para darle a
toda una parte de la sociedad mexicana la sensación de
pertenecer a un mundo de privilegiados: por un lado el uso de los
recursos discrecionales por parte del gobierno de Salinas de
Gortari y sus familiares y allegados, y por el otro la
negociación del Tratado de Libre Comercio con Estados
Unidos, que hizo creer a muchos que México enfilaba,
"ahora sí", a toda suerte de garantías para los
privilegios. Del uso discrecional mencionado dan cuenta las
declaraciones del rápidamente silenciado ex presidente
Miguel de la Madrid Hurtado quien, palabras más palabras
menos, afirmó en el año 2009 que la familia Salinas
de Gortari se enriqueció de modo ilícito y
saqueó al erario público[42]Sin
duda, a los beneficiados de la "derrama" económica
salinista no les agradó el que apareciera "un Colosio" con
un discurso reiterativo sobre la necesidad urgente de justicia en
la sociedad mexicana. Colosio ofreció una reforma que
asegurara la paz social, que diera certidumbre a la sociedad y
que evitara la violencia: esas promesas pueden compararse
frontalmente con la evolución posterior de
México.

3.La (breve)
campaña de Colosio.

Luis Donaldo Colosio no hizo ni dejó mayor obra
en el plano ideológico. El candidato del "partido oficial"
no era adicto al protagonismo y mucho menos a las declaraciones
de prensa –con ésta era distante- o a los
reflectores. Siempre prudente, lector de Sun Tzu, Colosio
Murrieta tampoco fue un político priísta de tantos:
su modo de vida fue discreto. Daniel Cosío Villegas,
según lo ha recogido el historiador Enrique Krauze,
llegó a decir que el mexicano no sabía vivir sino
"del presupuesto, la herencia o el robo"[43]. Los
dos segundos "modos de vida" mostraron el peor de los desprecios
por quien suponían que había crecido a la sombra
del primero. Fue un desprecio de ésos que, parafraseando a
Rosario Castellanos, buscan la menor contradicción que
permita rebajar hasta lo más bajo que se pueda a quien se
quiere finalmente pisotear. Desde noviembre de 1993 hasta el 23
de marzo de 1994, Colosio fue rebajado de las más
distintas maneras.

Las propuestas de campaña de Colosio no fueron
especialmente importantes: propuso ciertamente un funcionamiento
más limpio de este partido, con la vigilancia de los
gastos de campaña, de tal forma que ésta fuera
sobria, austera, y no con gastos a costa de la sociedad (Colosio
lo afirmó claramente en Ciudad Valles, el 10 de enero de
1994, y un día más tarde en San Luis Potosí:
"mayor gasto no es el medio para obtener más votos"); no
quería que se ganaran votos al margen de la ley, y desde
este punto de vista pudo aparecer desde muy pronto como alguien
dispuesto a aceptar una eventual derrota del PRI, siempre y
cuando fuera en buenas lides; propuso asimismo la
auditoría externa al padrón electoral y cierta
vigilancia el día de las elecciones, para que los
resultados fueran conocidos a la brevedad; sugirió vigilar
el proceso con la presencia de observadores nacionales y "grupos
distinguidos de la sociedad civil", como los llamaba, pensando en
particular en universitarios y en empresarios; hizo
hincapié en la necesidad de buscar un nuevo federalismo y
en el fortalecimiento de las regiones y los municipios, contra la
"soberbia" del centro (Colosio ya había empleado esta
palabra el 17 de enero, en Coatzacoalcos), a lo que se agregaron
algunas propuestas para un mejor equilibrio de los tres poderes
(Ejecutivo, Legislativo y Judicial) y sobre la necesidad de
solventar una educación de calidad para los
mexicanos.

Colosio anheló un debate de ideas que nunca
llegó: aquél quería, según sus
propias palabras, "elevar la calidad de la política,
entendida como espacio privilegiado para dirimir diferencias y no
como medio para descalificar al adversario"[44],
según lo afirmado en Pachuca el 13 de enero, y rechazaba
"la politiquería", como la llamó
explícitamente. En el discurso del 6 de marzo de 1994 no
había mayor cosa que no estuviera dicha ya desde el
arranque de la campaña, en enero del mismo año,
cuando el ambiente era ya tan tenso que Luis Donaldo Colosio
llegó a pensar en la renuncia, según distintos
testimonios. Mucho de lo dicho el 6 de marzo de 1994 ya estaba en
las constataciones que había hecho Colosio como dirigente
del PRI, a partir de 1988, y luego como secretario de Desarrollo
Social, cargos en los cuales había visto sin duda lo que
al mundo del privilegio se le escapó, o que no quiso ver:
un país con carencias y necesidades. Así, por
ejemplo, Colosio había dicho tiempo antes que era hora de
poner fin a lo que llamaba "la perversión" de las
decisiones cupulares. Colosio también estuvo consciente de
verse envuelto en lo que había denominado "la perversidad
del sistema"[45]. Lo repitió en una
conversación con los periodistas Raul Cremoux, Miguel
Angel Granados Chapa y José Agustín Ortiz
Pinchetti: "(…) Soy el primero en sufrir las confusiones
de otros. Padezco (…) la perversidad del
sistema".[46]

Al revisarse los discursos o en algunos casos las pocas
palabras de campaña de Colosio, en los documentos que
publicó en su momento el PRI, llama la atención la
insistencia en el valor del trabajo y la llamada "cultura del
esfuerzo", descrita de las más distintas maneras y junto a
una reivindicación de cierta idiosincracia del norte de la
República mexicana. Samuel Palma y Cesáreo Morales,
ambos asesores cercanos de Colosio, constataron hasta qué
punto a éste, alguien que acostumbraba observar
comportamientos y medir actitudes, le gustaban colaboradores que
fueran "gentes de esfuerzo, de orígenes modestos, pero con
cultura, tenacidad y carácter"[47]. Como
parte de un mundo ajeno al privilegio, Colosio rechazaba a
quienes carecían de "emoción política y
social"[48], pero no era hombre de hablar por
hablar. También en eso era norteño, dijo Agustin
Basave: "frontal y franco, no le gustaba el rollo (el "hablar
para enredar", en el argot mexicano, nota
nuestra)"[49]

Las referencias a esta "cultura del esfuerzo" fueron
constantes, desde el comienzo de la campaña en las
Huastecas, en el centro-oriente de México, hasta las
visitas a Papantla (Veracruz) o a Mante y Ciudad Madero
(Tamaulipas). Poco después de haber sido "destapado"
(elegido por el presidente en turno, en el argot político
mexicano), Luis Donaldo Colosio afirmó, de visita en
Hermosillo, la capital de Sonora: "aquí en Sonora, para
tener un lugar, para ser conocido, hay que trabajar; hay que
mostrar, todo los días, que se es hombre de
bien"[50]. En Tamazunchale, el 10 de enero de
1994, Colosio precisaba por ejemplo que se necesitaba, junto a la
justicia social, "organización, trabajo, tenacidad,
perseverancia"[51] para salir adelante; Colosio
hablaba desde el 11 de enero, en San Luis Potosí, de
trabajo responsable y consistente. En Querétaro, el 12 de
enero, pidió "entrega, lealtad, dedicación
mística y emoción"[52] en el
desempeño del proselitismo y de las tareas partidistas
priístas. Colosio, recuerdan sus colaboradores,
sabía escuchar y hacer sentir importante al "otro", pero
como jefe "no perdonaba actitudes perezosas ni
negligencias"[53]. En Cuautitlán Izcalli,
el 14 de enero, solicitó gente probada en el trabajo, la
responsabilidad y en la seriedad de la labor política. El
20 de enero, el compromiso era trabajar con denuedo. Desde mucho
antes, como dirigente del PRI, Colosio había llamado a
desterrar la simulación y el autoengaño.

Hay otros elementos de la personalidad de Colosio
Murrieta que se fueron perfilando durante los primeros
días de campaña: el 17 de enero, en Veracruz, en la
costa del golfo de México, al oriente del territorio
mexicano, el entonces candidato pidió "veracidad,
rectitud, transparencia y honestidad", y soltó a los
asistentes: "(…) mirándonos de frente, a los ojos,
asumimos nuestra decisión y estamos resueltos a salir
adelante con energía y coraje"[54]. En el
norteño estado de Tamaulipas, que también mira al
golfo de México, Colosio volvió sobre otro tema, el
de la procedencia regional: en Ciudad Mante, el 20 de enero,
consignaba que había llegado "a hablarles como lo hacemos
en el norte, de frente, sin rodeos y con
claridad"[55]. Para uno de sus colaboradores
más cercanos, Guillermo Hopkins, procedente también
de Magdalena de Kino, a Colosio "le gustaba que le hablaran de
frente, directo: rehuía la adjetivación y los
protocolos excesivos. Como todo buen norteño le gustaba y
daba un trato frontal, abierto, sin utilizar argumentos
laterales"[56]. Había concordancia entre
las palabras y los hechos: entrevistando a Colosio en Tuxpan,
Calixto Almazán se sorprendió de que el candidato
fuera "una persona tan sencilla"[57]. Lo mismo
ocurrió luego con algunos de quienes conocieron a un
tío de Colosio, familiar fuerte a sus 81 años: "son
gente buena, de campo"[58], dijo el entonces
candidato asociando ambas cosas (Veracruz, 18 de enero). En
Xochimilco, el 23 de enero, Colosio aseveró que la
Presidencia le interesaba para pasar de los dichos a los hechos.
En el discurso del 6 de marzo de 1994, el sonorense afirmó
contundente: "como mis padres, como mis abuelos, soy hombre de
trabajo que confía más en los hechos que en las
palabras, pero, por eso mismo, soy hombre de
palabra"[59]. Al definir a la "cultura del
esfuerzo", Colosio afirmó: "nací en una familia en
la que aprendí que no todo nos es dado"[60]
(Veracruz, 18 de enero). Había quedado señalada de
paso la "cultura del privilegio", que creería entonces que
todo le es dado (¿y debido?). En la importancia del origen
regional también coincidieron Palma y Morales, aunque por
momentos ditirámbicos: "hombre del desierto sonorense
–escribieron-, tenía una gran profundidad de
pensamiento y sabía dosificar el esfuerzo; mostraba
siempre una profunda vida interior, lo que le daba una fortaleza
a toda prueba"[61]. Seguramente esa vida interior
–de un hombre que "increpaba con la mirada, como buscando
escudriñar la esencia de cada quien"[62]-
incomodó a muchos por lo que significaba de genuino frente
a lo simulado. Al nacido en Magdalena de Kino no le gustaba la
ostentación, e incluso rehuía a los "alardosos",
como los llama Beyer Esparza[63]por lo
demás tendientes a confundir sencillez con "poco mundo":
"hay quien dice –escribe Beyer Esparza- que su
"norteñismo" perjudicaba el "savoir faire" que es usual en
quienes pertenecen a los estratos altos de la
sociedad".[64] Colosio podía parecer hosco,
incluso para gente del norte, por ejemplo de Baja California, que
luego quiso equiparar con el sonorense a Zedillo, proveniente
más bien de clase media baja y crecido en Mexicali, en la
frontera con Estados Unidos. En algún momento
Subsecretario de Organización del Comité Ejecutivo
Nacional del Partido Revolucionario Institucional, Hugo Abel
Castro Bojórquez recuerda a Colosio como "hombre de pocas
palabras en lo corto, pero de profundos
afectos"[65], y como un hombre generoso pero
también exigente en el trabajo y nada protagónico.
A Colosio Murrieta le disgustaban la lisonja, el halago
fácil y la hipocresía.[66] "Luis
Donaldo-sigue Castro Bojórquez- era áspero y serio,
pero generaba confianza; no rechazaba, dejaba que uno se le
acercara, no hablaba mucho pero escuchaba muy
bien"[67]. Colosio, según lo recuerda
Melchor de los Santos, sabía escudriñar
psicologías, era un observador nato, y Beyer Esparza ha
hecho notar que "observar es
valorar".[68]

La sencillez fue también lo mejor y el "gran
secreto" de Diana Laura Riojas, al decir de quienes la conocieron
(entre sus amistades se contaba por cierto la cantante mexicana
Daniela Romo). El mundo del privilegio, poco dado a escuchar al
país real, seguramente tampoco entendía la
prudencia y este nulo afán de protagonismo.

Desde el 1º. de enero de 1994, la prensa se
ocupó más de lo que fue un sorprendente
fenómeno mediático, que entusiasmó en
particular a capas medias urbanas y sectores intelectuales,
nacionales y extranjeros: el Ejército Zapatista de
Liberación Nacional y su espectacular "Subcomandante
Marcos", de quien pronto se discutió no exactamente un
programa inexistente o muy vago, sino si era o no "guapo". A
Colosio no le iba tan bien: entre la gente acomodada de la
capital, la ciudad de México, se le atribuía por
ejemplo "no saber vestirse" (¿a diferencia del
"Subcomandante"?), tener "cara de carnicero" (¿llamaba
más la atención un encapuchado que a fin de cuentas
nunca dio la cara, ni siquiera políticamente hablando?),
"no saber cortarse el cabello" y cosas peores e indignas (como
atribuirle una "relación" con Salinas, o insinuar que
parecía proxeneta, "Chulosio"). Colosio era un "naco"
(apócope de "totonaco", forma despectiva de decirle
"vulgar" a alguien en México) e importaba poco o nada lo
que hiciera o dejara de hacer. Que el sonorense era considerado
casi como intruso social y "advenedizo" (luego de que el
salinismo fuera una fábrica de advenedizos) lo prueba una
sorprendente expresión de Guillermo Samperio, quien
describe al entonces candidato como "mestizo medio indiado" (sic,
algo un tanto extraño para un descendiente de inmigrantes
del norte de Italia, de la región del río Po), en
¿Por qué Colosio?[69].
Samperio confirma que el equipo de publicidad se ocupó del
corte de pelo del originario de Magdalena de Kino. Cuando se
especuló que el crimen de Lomas Taurinas pudo haber sido
obra del narcotráfico, especulación a la que
contribuyó Eduardo Valle, El Búho, a
muchos les pareció muy natural y otro modo de denigrar
consistió en decir que Colosio Murrieta era originario de
"Mafiaelena de Kino" (sic)

¿Molestaba además que Colosio haya
afirmado que se equivocaban quienes creían que "la
transformación democrática de México exige
la desaparición del PRI", según se recoge en El
legado de Luis Donaldo
[70]Es difícil
pensar que el entonces candidato, aunque dispuesto a aceptar
derrotas electorales, fuera a dejar morir al Partido
Revolucionario Institucional. Es más bien en el salinato,
al amparo de palabras concretas de Carlos Salinas de Gortari, que
se adujo que desde 1988 terminaba la etapa del partido
prácticamente único. Salinas pareciera haber
querido aparecer a como diera lugar como adalidad de la
"democratización" de México, y en este sentido
fueron los pronunciamientos que desde un principio propiciaron
que Colosio fuera visto con malos ojos: efectivamente, como lo
afirmara José Luis Trueba Lara, y guardando las
proporciones, "en Lomas Taurinas, el principal muerto no fue Luis
Donaldo Colosio, sino su partido (…)".[71]
Quien fue su sucesor, Zedillo, no era visto como hombre de
partido, aunque sí como tecnócrata y
extranjerizante, aplaudido incluso por personajes como el
académico estadounidense Wayne Cornelius. Con la salida de
Zedillo en el año 2000 terminaron décadas de
gobiernos priístas.

Ya había sido chocante para muchos que se
reivindicara el esfuerzo contra el privilegio. Por su parte, la
masa pobre de México no perdía sus costumbres
"electoreras", que no electorales. Una señora del Distrito
Federal le preguntó a bocajarro a Colosio, el 21 de enero:
"¿qué me ofrece si voto por
usted"?[72] El "asunto" de la renuncia estuvo muy
pronto en el aire y no en relación directa con el problema
del autodenominado neozapatismo en Chiapas, aunque Colosio se
refería a aquél como portador de "odio y rencor",
con esas palabras, evitando al mismo tiempo lo más posible
el tema. Ni más ni menos que para el 17 de enero, a una
semana apenas de empezada la campaña y sin que se supiera
de la verdadera dimensión de lo que sucedía en
Chiapas, Jesús Hernández Tea, periodista
radiofónico de Coatzacoalcos, Veracruz (Golfo de
México, centro-oriente de México), le decía
al sonorense: "señor Luis Donaldo Colosio, todos conocemos
los estragos que, en la sociedad mexicana y en las instituciones,
ocasiona una campaña de rumores, sobre todo cuando es
insistente y no hay quien salga al paso para frenarla (…)
la campaña de rumores está en marcha y se propala;
se habla de retiro de candidatos presidenciales, hasta de
posponer las elecciones por el conflicto surgido en Chiapas
(…)"[73]. Que Colosio estaba "de
más" es algo que se rumoreaba –y el rumor llegaba
por ejemplo hasta Coatzacoalcos- casi tres meses antes del
asesinato en Lomas Taurinas. Colosio había sido
sentenciado desde finales de 1993. A partir de entonces, iba a
ponerse en marcha, con connivencias sociales, la perversidad que
César Romero y Héctor Zamarrón describen
así: "no lo olvidemos, señalan: en un sistema
político no democrático como el mexicano, en el que
la política es un rito sólo para iniciados, el
juego oculto, la cortina de humo, la falsa señal, el
aparente titubeo, la doble jugada y el velo de misterio son
ingredientes para que el gran formulador pruebe lealtades, mida
ambiciones y palpe reacciones…"[74], en
vísperas de la elección del sucesor. Todo lo
anterior –simulación, habría dicho
probablemente Martin Luis Guzmán- se le quiso atribuir a
Salinas de Gortari, ciertamente astuto, pero con esta
culpabilización se buscó también exonerar a
una opinión pública y a buena parte de la sociedad
que "jugó el juego" con complicidad.

Colosio pronto se ubicó a distancia de los
salinistas que, haciéndose llamar "la generación
del cambio", habían afirmado –como lo hizo en
algún momento José Angel Gurría- que
pensaban gobernar durante 20 años (otros dicen 18 o 24
años). Para el sonorense no era cuestión de edades,
sino de "actitud ante la vida", según afirmó en el
Distrito Federal, la capital mexicana, también el 21 de
enero. ¿Incomodaba todo esto a los "dinosaurios", a
quienes Salinas (alumno del "antiautoritario" John Womack en la
universidad estadounidense de Harvard) señaló con
el dedo como culpables de lo ocurrido con Colosio,
añadiendo que Luis Echeverría propuso como
candidato substituto a Emilio Gamboa Patrón? Según
Guillermo Samperio, es Salinas de Gortari quien llegó a
proponer a Gamboa (según Federico Arreola, fue Miguel de
la Madrid) y a Manlio Fabio Beltrones[75]este
último nativo del siempre conflictivo sur de Sonora.
Muerto Colosio, los rumores, periodísticos incluidos,
señalaban como favorito de Echeverría (suponiendo
que tuviera injerencia) a Fernando Gutiérrez Barrios (es
la versión que recogen Quintero y Rodríguez, en
Colosio…Zedillo… ¿Por la "reforma del
poder
"?)[76]. Samperio recoge la especie de
que, poco antes de lo acontecido en Lomas Taurinas, Colosio se
entrevistó cordialmente con el supuesto "dinosaurio"
Gutiérrez Barrios. La actitud de éste parece haber
sido más bien leal, a juzgar por sus declaraciones,
recogidas por Samperio: "se tienen que hacer a un lado las viejas
fórmulas –declaró el ex secretario de
Gobernación y veterano de la seguridad nacional en
México-, buscar alianzas, abrir su abanico, incluir y no
excluir (…) Atención especial, agregaba, requieren
los sectores agraviados en su nivel de vida, en sus condiciones
de trabajo, en su austera economía doméstica
(…), sin justicia social, sin compromiso con los hechos
concretos, la democracia se convierte en una abstracción
sin relación con el país real, con el cuerpo
social, con la nación de seres de carne y hueso (…)
Hoy, para vencer hay que convencer, porque los votos cuentan y se
cuentan"[77]. En muy poco se diferenciaba esta
óptica de la de Colosio, quien habló fuertemente
del México los agraviados, el 6 de marzo de 1994. No hay
pruebas contundentes de que otros llamados "dinosaurios", los del
llamado "grupo" Hank (Estado de México, el
"cinturón" de la capital mexicana) hayan sido culpables
del asesinato de Colosio, ni de que se hayan apresurado a
presionar a favor de los suyos, como Ignacio Pichardo Pagaza, o
incluso Francisco Rojas, entre los más sonados. De lo que
sí hay prueba es de la amistad que trabaron Luis Colosio
Fernández y el ex presidente Luis Echeverría
(1970-1976), quien asistió al sepelio del primero en
febrero de 2010 y quien, en vez de un discurso con
retórica, afirmó de modo concreto que con Colosio
padre no se fue el reclamo de justicia. Con el asesinato de Luis
Donaldo Colosio, sostuvo Echeverría, "se frenó el
progreso del PRI, se acentuó su visible declive y se
frustró a quien hubiera sido un magnífico
gobernante".[78]

4.La izquierda:
Manuel Camacho Solís y el Ejército Zapatista de
Liberación Nacional.

En el mitin en el cual Colosio perdió la vida,
una extraña manta decía: "Colosio, el Subcomandante
Marcos y Camacho te vigilan. Di no a Televisa". Curiosamente,
cuando esos dos últimos personajes saltaron al "centro" de
la política mexicana, Luis Donaldo Colosio, por lo
demás consciente de que no había guerra ninguna en
Chiapas (suroeste mexicano, fronterizo con Guatemala),
aseveró, al decir de Federico Arreola: "lo de menos es la
guerrilla, lo de mas es la vanidad de los
protagonistas"[79] Manuel Camacho Solís, ex
investigador de El Colegio de México, ex titular de
Desarrollo Urbano y Ecología y ex regente de la populosa
ciudad de México, una urbe con cerca de 20 millones de
habitantes incluyendo a las zonas conurbadas, tardó hasta
un día antes del asesinato de Colosio (el 22 de marzo)
para afirmar que la presidencia de la República no le
interesaba. Camacho declaró: "entre buscar una candidatura
a la presidencia de la República y la contribución
que pueda hacer al proceso de paz en Chiapas, escojo la
paz"[80]. Este político era considerado
"hermano mayor de Salinas" desde que ambos estudiaron en la
Facultad de Economía de la Universidad Nacional
Autónoma de México, y favorito tanto de la
izquierda como incluso de The Wall Street Journal. El
negociador en Chiapas señaló, sin importarle en
nada afectar a otro priísta, Colosio: "tomo esta
decisión poniendo por encima de mis aspiraciones las
razones superiores de la nación"[81].
Camacho agregó de inmediato que habría de seguir
impulsando la construcción de posiciones de un centro
democrático, lo más demagógico que se
podía afirmar en ese momento de moda política del
"centro". Isabel Arvide describe así lo que perdió
a Camacho Solís: "nunca planteó, de frente, que el
proceso de democratización diese comienzo en su propio
caso, con una elección abierta, libre, del candidato
priísta. No renunció meses antes para hacer
pública su pretensión, reconocida, de aspirar a la
Presidencia. Nunca abandonó las reglas que daban sustento
a un sistema en agonía, a un sistema que dijo querer
cambiar sin rompimiento (…) En respuesta a su disciplina,
lo destruyeron. O pretendieron destruirlo desde el seno del poder
al que sirvió".[82] En realidad Camacho
Solís no se "disciplinó". Como casi toda la
"generación del cambio", que creció a partir de
1985 a la sombra del entonces mandatario Miguel de la Madrid, el
ex regente del Distrito Federal (1988-1993) pasó por
encima de las reglas que al mismo tiempo parecía estar
dispuesto a jugar.

El político que desde sus años al frente
del Distrito Federal acostumbraba dirigirse a los reporteros y
fotógrafos como "compañeros" se había
rehusado el 27 de enero de 1994, desde el aparentemente
conflictivo suroeste de la República mexicana, a que le
fueran "conculcados" sus "derechos
ciudadanos"[83]; se reservaba así la
posibilidad de tomar "la decisión política para
hacer avanzar la democracia y propiciar la unidad de
México"[84]. Camacho no quería
"cancelar su vida en la política" y "lo que en
política representaba"[85] (el ex regente
tenía la costumbre de hablar de sí mismo en tercera
persona). Hasta el 15 de marzo, plazo para el registro de
candidatos a la presidencia de la República, Manuel
Camacho Solís en ningún momento desmintió
los insistentes rumores sobre su posible candidatura. No
dudó además en corroborar que contaba con la
lealtad de Carlos Salinas de Gortari, al punto que antes de
noviembre estaba seguro de que sería el "ungido", por lo
que incluso le habría ofrecido la secretaría de
Gobernación a Colosio. En los relevos inmediatamente
posteriores a lo sucedido en Chiapas, Camacho Solís se
habría visto favorecido por la llegada de Jorge Carpizo
McGregor a la Secretaría de Gobernación y Diego
Valadés a la Procuraduría General de Justicia,
hechos que no fueron del agrado de los colosistas. Carpizo y
Valadés eran considerados en ese momento camachistas.
Mucho tiempo después, Camacho Solís dijo no haber
sentido jamás animadversión hacia Colosio, lo que
parece cierto, pero como otros tantos, simplemente lo
ignoró. El 22 de marzo de 1994, Camacho dijo: "sí
quiero ser presidente de la República, pero no a cualquier
costo"[86]. ¿A cualquier costo para
quién, puesto que el costo lo había pagado desde
principios de enero Luis Donaldo Colosio, lo que explica la
indignación de Diana Laura Riojas, aunque nunca haya
inmiscuido al "pacificador de Chiapas" en la autoría del
crimen de su esposo?

Cuando Colosio resultó ser el candidato elegido,
en noviembre de 1993, Camacho no dio muestra del menor respeto.
Se negó a felicitar públicamente a Colosio. Tampoco
hubo mayor respeto social, porque se publicaron encuestas que,
aún habiendo sido ya nominado Colosio, colocaban a Manuel
Camacho en el centro de los reflectores, por encima de otros
"presidenciables", como Ernesto Zedillo (a la postre presidente)
y Pedro Aspe Armella, por cierto el predilecto de la escritora y
periodista Elena Poniatowska[87]quien al mismo
tiempo se dejaría luego halagar por el "Subcomandante
Marcos". Extraoficialmente se habló de que algún
otro partido –incluso el izquierdista Partido de la
Revolución Democrática- le ofreciera a Camacho la
candidatura. Cuauhtémoc Cárdenas, hijo del general
Lázaro Cárdenas (presidente de México entre
1934 y 1940) y candidato perredista, dijo sobre Camacho: "si
él tiene ganas, que nos lo diga y lo
consideraremos".[88] El "Subcomandante Marcos"
coqueteó con la misma idea" en entrevista con
Multivisión. Camacho aparecía como el "concertador
por excelencia", negociando en Chiapas bajo el cargo de
Comisionado para la Reconciliación y la Paz, luego de
haber sido colocado en la Secretaría de Relaciones
Exteriores como premio a la pataleta o balandronada, como quiera
llamársela, porque la nominación de Colosio "no le
gustó" y por lo mismo protestó, renunciando a la
jefatura del Distrito Federal. Este tipo de desavenencias se
arreglaban antes en privado dentro del priísmo. Camacho
rompió la regla y así, desde noviembre de 1993 el
"dedazo" de Salinas apareció a los ojos de muchos como un
error, en detrimento de Colosio.

Además de gozar de simpatías entre quienes
a lo mejor estaban a la espera de la "derrama" de bienestar,
Camacho Solís era el favorito de la supuesta izquierda,
que veía un modelo a seguir en el presidente
estadounidense William Clinton (algunos más, en el primer
ministro británico Anthony Blair). Cuauhtémoc
Cárdenas se apresuró a decir que Colosio era la
elección de "Salinas y Córdoba"[89],
cosa falsa, habida cuenta de la marcada predilección de
Córdoba por Zedillo. Esa izquierda desconoció desde
un principio al priísta, contribuyendo a los rumores y
empujando sin mayor empacho hacia la sustitución por
Camacho: tiró la piedra y escondió la mano. Ni
siquiera importaba jugar a dos bandas (parecía hacerlo el
cotidiano La Jornada, uno de los de mayor
circulación en el país), la camachista y la ilegal
del "Subcomandante Marcos". Mucho tiempo después, Camacho
Solís argumentó haber sido él también
víctima de un juego perverso. Ciertamente, no fue el autor
intelectual de nada, ni estuvo implicado directamente en lo
ocurrido con Colosio el día de su muerte, pero no
pareciera que hubiera sentido el mínimo respeto por el
sonorense, más allá de una muy vaga amistad. Las
pataletas de Camacho provocaron que Salinas afirmara, en franco
abuso de sus facultades metaconstitucionales (se rompían
de nuevo las reglas), al decir de Quintero y Rodríguez:
"no se hagan bolas (no se enreden, nota nuestra), el bueno es
Colosio"[90], terminando de rebajarlo, porque ya
no aparecía sino como el más vulgar producto del
"dedazo", algo que aunque fuera cierto debía guardarse en
la discrecionalidad. Salinas de Gortari rompió otra de las
reglas de un sistema antiguo de décadas.

Manuel Camacho Solís no se había quedado
atrás en el desconocimiento de las reglas, según lo
hicieron notar Palma y Morales. En efecto, al aceptar mediar en
Chiapas, Camacho "rompió una regla política
fundamental de las campañas a la presidencia de la
República en la historia de los candidatos del PRI. Era la
regla de que, una vez postulado el candidato priísta, los
aspirantes que habían quedado en el camino se
mantenían desempeñando responsabilidades
públicas, con lo que automáticamente quedaban
inhabilitados legalmente (el subrayado es nuestro) para
aspirar a una candidatura independiente, presentar su registro
por otro partido, o aspirar a la remoción del candidato
del PRI" (de acuerdo con el artículo 82 de la
Constitución de la República)[91].
Camacho quedó habilitado constitucionalmente para buscar
una eventual sustitución del candidato del PRI. ¿No
evaluó el ex regente que ello le complicaba sobremanera el
panorama a Colosio, o acaso lo despreciaba porque la
"opinión pública" lo permitía,
dándole al ex regente el contexto para ello? Para terminar
de enturbiar las cosas, muerto Colosio el presidente Salinas le
habría pedido a Diana Laura Riojas –quien dignamente
se negó- una exoneración pública para
Camacho. No fue todo: según Laura Quintero e Ignacio
Rodríguez, había corrientes favorables a Camacho
dentro del PRI, comenzando por el presidente del partido,
Fernando Ortiz Arana, quien además habría intentado
"autocandidatearse" luego de muerto Colosio, por lo que tuvo que
"desmentirse" públicamente el 29 de marzo de 1994. "El
presidente del PRI –declaró Ortiz Arana- no debe
inclinarse a favor de nadie, y menos a favor de sí
mismo"[92]. Al poco rato, pasadas unas horas, el
mismo Ortiz Arana que no podía pronunciarse por nadie
"destapó" a Ernesto Zedillo, sin esperar siquiera los
tradicionales 9 días de riguroso luto mexicano. Por
cierto, en teoría, el discurso del 6 de marzo de 1994 no
le correspondía a Colosio, según las reglas
priístas, sino al presidente del PRI, tratándose
del 65 aniversario del llamado "partido oficial". Según
Eduardo Muriel, la ausencia de Carlos Salinas de Gortari en el
festejo priísta no equivalía forzosamente a algo
negativo, sino dejarle las candilejas "al que
viene"[93]. En todo caso, muerto Colosio, Manuel
Camacho le envió a Zedillo Ponce de León, tan
pronto como éste fue nombrado en remplazo del candidato
ejecutado, una carta que además de estar llena de
consideraciones sobre la democracia, decía: "cuentas con
mi apoyo y contarás con él, conforme se construya
una opción republicana y democrática de
gobierno"[94]. Esa fue la "generación del
cambio": capaz de actuar sin moderación ni
discreción, y de pasar por encima de la ley y de reglas
del sistema construidas desde décadas atrás, como
lo hicieron de facto Salinas, Camacho y Zedillo. Y de
pasar además por encima del decoro, como lo hicieron con
Diana Laura Riojas.

A los tres días del alzamiento en algunas partes
de Chiapas, el entonces apenas conocido como "Comandante Marcos"
(sic) pidió, en entrevista con el periódico La
Jornada
, de centro izquierda, "elecciones verdaderas":
descalificaba de entrada las que estaban en juego, y llamó
al gobierno de Salinas de Gortari "ilegítimo". Colosio no
podía aparecer entonces sino como otro ilegítimo
más, esta vez a juicio de un espectacular y
mediática dirigencia en armas, desde luego que en la
primera fila de la ilegitimidad, o al menos de la ilegalidad. Al
reportero Roger Gutiérrez Díaz, el autodenominado
"Marcos" le declaró el 3 de enero de 1994: "lo que
están planteando para encubrir (sic) a Colosio es
una simple mascarada"[95]. El luego
"Subcomandante" reconoció: "al anunciarse que él
sería el candidato del PRI, sí veíamos una
continuidad; o sea, el nombre de Salinas en la imagen de
Colosio"[96]. Una que otra muestra de desprecio se
añadió después: "¿a quién
hacía daño este hombre?", se preguntó el
líder del levantamiento zapatista. El "neozapatismo" se
mostró "consternado" por la muerte del "señor"
(sic) Colosio, no sin reconocer que parte del objetivo de la
sublevación era "poner en crisis" a "todos los partidos",
textualmente[97]Lo sorprendente (porque
además no parece haber llamado especialmente la
atención) es que el líder de un grupo que
había realizado acciones armadas en una parte de Chiapas,
a principios de enero de 1994, fustigara luego del asesinato de
Colosio –atribuido a la probable mano de Córdoba
Montoya- a todo aquél que no quisiera una solución
pacífica de los conflictos, el chiapaneco incluido: "con
el atentado de Colosio- dijo el "Subcomandante"- es la otra
puerta que se está abriendo: la no solución
pacífica y democrática de los
conflictos"[98].

Finalmente, el obispo Samuel Ruiz, mediador (¿o
parte involucrada?) en el conflicto de Chiapas, lamentó en
una misa celebrada en la catedral de la sureña ciudad de
San Cristóbal de Las Casas: "Grande tristeza- dijo- me
embargó el tener noticia del atentado en que perdió
la vida el respetable y querido amigo Luis Donaldo
Colosio…Estoy pidiendo porque en su descanso permanente,
cerca de Dios, vea colmados los anhelos sinceros por los que
estaba luchando para nuestro país"[99]. Si
se entiende el lenguaje mexicano, ahora Colosio no pasaba, a los
ojos de otro involucrado en el problema chiapaneco, de
"respetable" y "querido amigo", formulaciones un tanto ambiguas:
¿por qué era necesario hablar del ejecutado como
alguien apenas respetable? ¿De quién era
el "querido amigo", si el conflicto de Chiapas no hizo sino
empeorar el desprecio hacia Colosio manifiesto desde noviembre de
1993, y no desde enero de 1994?

5. Hambre y
sed…

"Quien tiene empleo –afirmó alguna vez Luis
Donaldo Colosio- eleva su autoestima ante su propia
familia"[100] Al candidato asesinado nunca le
pareció que la riqueza o la pobreza debieran ser
argumentos para no ser honestos. En una entrevista que tuvo lugar
el 15 de diciembre de 1993, Colosio Murrieta fue claro al
respecto: "las cualidades que más valoro –dijo- son
la lealtad, la honestidad, la honorabilidad para vivir dignamente
sin importar el estrato social al cual se
pertenezca"[101]. El entrevistador le
preguntó a Colosio si aspiraba a ser querido por la gente
(pregunta un tanto curiosa, de Pedro Ferriz de Con), a lo cual el
candidato contestó: "quiero en primer lugar ganarme el
respeto de la sociedad como
individuo".[102]

El 6 de marzo de 1994, cuando su campaña
presidencial ya había dado visos de haber realmente
arrancado, Luis Donaldo Colosio afirmó en su discurso
frente al Monumento a la Revolución, en el centro de la
capital mexicana: "veo a un México con hambre y sed de
justicia", frase que lo hizo "famoso". El sonorense se
había definido en más de una ocasión como un
hombre de raíces populares. No pocas personas de origen
modesto –de raíces populares, según
habría dicho Colosio Murrieta- quisieron contribuir a
esclarecer los hechos de Lomas Taurinas, sabiendo probablemente
qué riesgos se corrían: una tras otra, dichas
personas se perdieron, prefirieron enmudecer o fueron silenciadas
o a su vez ejecutadas (cerca de 11, según el
cálculo de Cortés y Cordero)[103],
en particular en la conflictiva Tijuana. Desde el momento mismo
del crimen hubo en esa ciudad fronteriza, en el estado de Baja
California norte y cercana a San Diego, gente "humilde"- como se
llama en México a quienes viven con pobreza – que
cumplió con lo que consideraba su deber, sin pedir nada a
cambio, por buenos oficios y sentido de servicio. Al mismo
tiempo, varios personajes oscuros –incluyendo uno, el
más oscuro de todos por su manera de enredarse en sus
declaraciones, el sinaloense Jorge Antonio Sánchez
Ortega[104]todos de origen "popular" (Vicente
Mayoral y Rodolfo Mayoral Esquer, Tranquilino Sánchez
Venegas, Othón Cortéz, Rodolfo Rivapalacio
Tinajero, Salvador Hernández Tomasini, Tomassini o
Thomassiny, Mario Alberto Carrillo Cuevas, Fernando de la Sota,
Jorge Romero Romero y hasta el general Domiro García
Reyes) no fueron tratados como "nacos" por la opinión
pública ni por el mundo de los privilegiados, sino
declarados inocentes, uno tras otro, sin indignación de
nadie, o casi. Quedaron libres y el más sospechoso de
todos –Sánchez Ortega- apareció mucho tiempo
después, riéndose a carcajadas, en la vigilancia de
un mitin en la ciudad de Saltillo, en el norteño estado de
Coahuila, lo que hizo que el gobierno del estado se sintiera
obligado a tomar medidas preventivas de protección para la
familia Riojas[105]

La carta de Zedillo dirigida a Colosio, fechada el 19 de
marzo de 1994 le abría la puerta a Salinas para "salir
airoso" y rompía con las reglas del sistema
político mexicano, que antes autorizaba y alentaba la
independencia del candidato a sucesor ante el mandatario por
salir (porque "la presidencia no se comparte"). La
preocupación de Zedillo en la misiva no era Colosio, sino
Salinas, quien según el mismo Zedillo había dejado
de preocuparse por Colosio a raíz de lo ocurrido en
Chiapas y tenía como prioridad, además de "asegurar
la paz social y la estabilidad financiera", "concluir
satisfactoriamente su mandato", con su "enorme orgullo de
auténtico hombre de Estado"[106]. Era tal
la exigencia de servilismo que Zedillo llegó en esa misma
misiva a escribir: "cada vez que haya que señalar tareas
pendientes y deficiencias del gobierno, mediará
notificación previa y se será receptivo a la forma
de decirlo"[107]. Poco antes de ser ejecutado,
Colosio se disponía –se dijo- a remplazar a Zedillo
como coordinador de campaña, ya fuera por Santiago
Oñate o por Fernando Elías Calles. Zedillo no
estuvo presente en los funerales de Diana Laura Riojas, fallecida
el 19 de noviembre de 1994[108]Lo que a juicio de
Federico Arreola terminó por despuntar en Zedillo fueron
los complejos del "nuevo rico", originario por lo demás de
clase media baja y de otra visión del "esfuerzo":
inseguro, por un origen modesto, "le gustaba rodearse de
señoritos tecnócratas, elegantes e inteligentes,
refinados y atrevidos".[109] Sería la
razón por la cual Córdoba habría deslumbrado
a Zedillo, aunque al momento de que éste fuera nombrado
candidato sustituto, el resultado se consiguió
–perversamente, otra vez- con un video en el cual Colosio
alababa antes de los hechos fatídicos a quien fuera su
coordinador de campaña[110]

Fernando Benítez, atribuyéndole las
palabras a Venustiano Carranza, escribió en El rey
viejo
: "no sea usted niño, le dice Carranza a su
interlocutor (nota nuestra), en este país no hay
misericordia para los vencidos".[111] Ninguno de
los potenciales sospechosos de estar involucrados en el crimen
–así fuera por descuidos- estaba vencido, mucho
menos en comparación con Colosio desde que fue candidato.
Salvo a Mario Aburto, a todos se les lavó de una u otra
manera la cara, se les "legitimó", lo que no se hizo con
Colosio en vida. Podría haberse dicho sobre Colosio
Murrieta, como lo hace uno de los personajes de la novela de
Benítez luego del asesinato de Carranza: "todos lo
habíamos suicidado".[112]

Luego del asesinato, las investigaciones oficiales y la
opinión pública hicieron algo peor: todos los
motivos de los sospechosos, y los sospechosos mismos, quedaron
justificados, mientras que de noviembre de 1993 a marzo de 1994
muchos hicieron hasta lo imposible para que Luis Donaldo Colosio
fuera señalado como "ilegítimo". Que haya de uno a
cuatro Aburtos es casi secundario: lo que se le hizo a Colosio
fue una suplantación, al hacerlo pasar casi como culpable
de lo ocurrido y al legitimarse a los sospechosos, aunque sea de
negligencia, considerando que ésta fue gravísima,
según lo demostró Eduardo
Muriel[113]La suplantación aparece de
manera clara en la versión que dio el semanario
Zeta, de Tijuana, sobre lo ocurrido. Colosio es descrito
de tal manera que todo se presta desde un principio a que otros
lo suplanten. "Luis Donaldo Colosio era un buen hombre", escriben
los reporteros del semanario, "pero no era un buen
político. Políticos-políticos no
tenía en su equipo cuando lo nominaron
candidato"[114]. Peor: "podría, sin
seguridad, contar con uno o dos gobernadores, con algunos
senadores o con ciertos diputados pero, la verdad, no
había mucho de dónde escoger"[115].
Colosio, al decir reiterado de los reporteros, era apenas una
hechura de Salinas a la que se sumó un grupo de
"norteños atrabancados" (sic) que no tardaron en olvidarse
del muerto. Para los periodistas de Zeta, y aquí
el escribirlo en una sola palabra agrava las cosas, Colosio era
"buenagente" (sic), y además "correcto,
disciplinado"[116], lo que está redactado
de manera que parecen los defectos de un pobre "obediente".
"Tenía la estampa de buena gente, prosiguen los del
semanario tijuanense; la cuna le fue humilde, la vida
arrancó del campo con sacrificio para ir a las grandes
universidades"[117] Más despectiva
aún, al menos en la visión común del
mexicano, resulta esta descripción: "Colosio,
un-alma-de-Dios. Cuando Salinas le dio la candidatura la conseja
popular fue elocuente: es al único que puede seguir
manejando"[118] En medio de estas observaciones
aparecen ya no norteños atrabancados y temerarios en la
logística, sino chivos expiatorios –salvo Aburto- de
un poder aparentemente presionado por la opinión
pública para encontrar autores intelectuales: Salinas, de
preferencia. Poco antes de que lo arresten, una verdadera alma de
Dios, Tranquilino Sánchez Venegas, no entendía por
qué había salido su foto en The San Diego
Union-Tribune
, que lo estaba indiciando, y en cambio el
policía estaba feliz: "salí en el
periódico", dijo[119]pero sin complejo
alguno, ni baja autoestima, ni problemas familiares…
Nótese bien la redacción de Zeta: "sus
amigos a Tranquilino Sánchez Venegas lo calificaban como
"un pobre policía". Tan pobre que tuvo que abandonar la
corporación y buscar trabajo en el Jai-Alai.
Fracasó. Sin embargo, obtuvo permiso para adquirir un
carrito y vender hot-dogs fuera del Frontón.
Luego, consiguió trabajo frente al Frontón, en una
discoteca llamada Las Pulgas, donde su misión era sacar
borrachos"[120] En cuanto al "clavadista", Mario
Alberto Carrillo Cuevas, "un tropiezo le llegó en el
momento equivocado en el lugar equivocado": justo cuando Aburto
se acercó a Colosio, Carrillo Cuevas cayó a los
pies del candidato, en uno de tantos
tropezones.[121] Para algunos fiscales, el
"clavadista" (sic) no se cayó, sino que "se tiró"
para impedirle el paso a Colosio.

Domiro García Reyes tenía una carrera
brillante en el Estado Mayor Presidencial y la perdió.
Nunca negó que falló el día del asesinato de
Colosio, ni trató de excusarse por ello: entre empellones
y con fuerza, el ex sacaborrachos Tranquilino Sánchez
Venegas o unas mujeres lo apartaron del candidato priísta.
Por lo demás, parece indudable lo que afirmaron los
periodistas del semanario Zeta: "todo el mundo
jaló (se las arregló, nota nuestra) como mejor se
le ocurrió" en la seguridad del mitin en Lomas
Taurinas.[122] El testimonio de García
Reyes es sin embargo inexacto, dando la impresión de que
tiende a confundir la lealtad con el cumplimiento de
órdenes, lo que lo dividió en su fuero interior
ante un temerario Colosio. Incluso, Domiro García Reyes
reaccionó peor a una mala reacción de Colosio
quien, viéndolo alguna vez agachado para recoger unas
tarjetas, le espetó que un general no se agacha ante
nadie. Iracundo, García Reyes le dijo a una amistad muy
cercana al entonces candidato priísta: "(…)
tú que eres amigo del candidato, dile que si me vuelve a
gritar le voy a partir la madre; soy un general, y te juro que si
me vuelve a gritar lo golpeo. Y no me importa lo que me
pase".[123] ¿Se habría atrevido el
general en circunstancias menos desfavorables para el
candidato?

García Reyes, ciertamente marginado por el
entorno del sonorense de la logística de la
campaña, era por momentos un avezado observador de lo que
ocurría en el ambiente. Sostuvo así que si la
seguridad que se le debía a Colosio Murrieta se
debilitó, es porque éste, agobiado por una
opinión pública en contra, sobre todo en la prensa,
buscaba estar cerca de la gente a como diera lugar, demasiado
cerca, de modo imprudente. A partir de los señalamientos
del periodista Gilberto D"Estrabau, el general García
Reyes se percató de que la elección de Colosio como
candidato no parecía un puro capricho de Salinas de
Gortari, sino una toma de partido por un hombre que, sin haberse
convertido de facto en "cabeza política",
tenía en cambio en su haber una meritoria y amplia
experiencia, desde diputado hasta secretario de
Estado[124]El general recuerda también
cómo, casi desde un principio, en diciembre de 1993, se
hablaba ya en la prensa de Zedillo como "candidato sustituto" en
caso de alguna "contingencia irreparable" con Colosio, o "si le
ocurriera algo al candidato del PRI".[125] Sin
tapujos, a lo mejor por haberlo vivido luego en carne propia, en
tiempos del fiscal Pablo Chapa Bezanilla, García Reyes,
militar oriundo de Poza Rica, Veracruz, constató: "la
prensa fue cruel con Colosio, la prensa lo obligó a tomar
determinaciones en las que no le importó su
seguridad".[126] Lo curioso es que Domiro
García Reyes, hablando de sí mismo, se haya
presentado como proveniente de la cultura del esfuerzo, aunque
lleno de agradecimiento para más de un privilegiado y por
momento con arranques de tirria contra Luis Donaldo Colosio. "Mi
padre, sin educación –explicaba Domiro García
Reyes-, ha sido muy luchador, (…) fue un hombre muy
luchador, sin ninguna preparación pues se dedicaba a lo
que cayera (lo que encontrara, nota
nuestra)".[127] García Reyes empezó
a trabajar desde temprano y fue sobresaliente en la carrera
militar. "No soy- alegó- ningún improvisado, he
trabajado muy duro, me he dedicado a ello con lealtad, con
esperanza, con sacrificio y con mucho corazón", a lo que
agregó:"jamás he fallado a mis jefes en el aspecto
de la lealtad (…), desde el punto de vista de la lealtad
he sido fiel toda la vida, además de ser un hombre de
principios"[128]. Más adelante queda clara
la confusión: "la lealtad que se le enseña al
soldado es para toda la vida (…) y cuando se llega a
ostentar un grado de general, es porque uno realmente se lo ha
ganado con el esfuerzo".[129] García Reyes
dijo en su testimonio que la casa familiar la construyó
"con esfuerzo"[130], y al ser entrevistado
volvió una y otra vez sobre el tema, el del hombre
"formado en el esfuerzo y la lealtad".[131]
Cualquiera que haya sido la verdad de García Reyes, tal
parece que lealtad y obediencia se confundieron (es justamente lo
que se le atribuyó a Colosio ante Salinas), quedando el
general a merced de algo que a lo mejor no entendió del
todo. García Reyes se resguardó en la familia:
además de casa, tener esposa y tres hijos fue para el
general una de las grandes pruebas de
honestidad[132]

Othón Cortéz (o Cortés,
según las fuentes) Vázquez fue inculpado en
algún momento en el caso Colosio, ya que al "oaxaquita"
(proveniente de Salina Cruz, en el estado mexicano de Oaxaca, en
la costa del suroeste mexicano) fue designado como "el segundo
tirador" de Lomas Taurinas, y como tal capturado y encarcelado.
Pasada de nueva cuenta la teoría del complot, en la que
había trabajado el fiscal Pablo Chapa Bezanilla,
Othón Cortéz resultó inocente.
Recuperó la libertad (en 1996 fue absuelto por
desvanecimiento de pruebas) y siguió en Tijuana
poniéndose, como era su costumbre desde antes, a la
disposición de cualquier "jefe" al que lograra acercarse,
ya fuera político o incluso policíaco. En un libro
que se difundió bastante en México, El segundo
tirador
, de Constantino
Presa[133]Othón Cortéz aparece
él también como un hombre de raíces
populares, y casi diríase – al igual que Domiro
García Reyes- que por lo mismo inocente,
desafortunadamente utilizado en los tejes y manejes
gubernamentales (pareciera que como Colosio) y encima difamado
ante la opinión pública (otra vez, igual que
Colosio). El mismo Othón Cortéz sacó esta
conclusión -muy perceptiva sobre lo que ocurre desde la
época colonial- de su experiencia: "la única
tranquilidad que hay en México –dijo-es que no hay
guerra con otros países, pero entre sus habitantes
sí hay guerra, el gobierno pelea contra ellos, y se llevan
entre los pies la tranquilidad de la gente común como
nosotros"[134].

En el testimonio de Othón Cortéz no hay
por cierto muchas palabras para Luis Donaldo Colosio. En el
prólogo, sin embargo, Constantino Presa se expresa de una
manera que no necesita de muchos comentarios: tiende a culpar a
Salinas de lo ocurrido (sin pruebas y por principio de cuentas),
pero de Colosio dice: "pobre cuate (sic, tipo, nota nuestra),
qué mala suerte (sic)…la tenía en las manos
(sic) y se lo echaron (lo mataron, nota nuestra). Por andar
hablando antes de tiempo (sic)". Al fin y al cabo, Presa ya
había pensado de Colosio el 6 de marzo de 1994, con un
dejo de resignación común en México: "a ver
si no lo matan" (sic). Lo anterior en nada le impide al autor
argüir en plena contradicción que el asesinato del
candidato priísta tomó "a todos" (sic) por
sorpresa. A partir de esos comentarios, uno podría pensar
que Cortéz compartió la desdicha con Colosio, ya
que al primero, otro "pobre cuate", le tocó la "mala
suerte" de estar cerca del candidato cuando "se lo echaron".
Sólo que lo que para Colosio es mala suerte, para
Othón Cortez es una decidida mala voluntad del poder, en
particular de uno de los fiscales del caso, Chapa Bezanilla. Este
es descrito como si fuera otro, Mario Aburto para ser exactos:
"un loco ególatra" que "atentó en contra de la
sociedad mexicana toda"[135]. En realidad,
Cortéz ni siquiera es un "pobre cuate": heredero
–como Domiro García Reyes- de la cultura del
esfuerzo y no del privilegio, lo único que buscaba era,
gracias al favor de tal o cual político, "tenerla en las
manos", parafraseando a Constantino Presa en sus reflexiones.
Desde un principio, Cortéz es un "carismático
guardia de seguridad, alguna vez chofer, (que) sabe cómo
sacar partido de sus relaciones, a la fecha tiene facilidad de
saludar y solicitar favores a diestra y siniestra, nadie le niega
nada, lo mismo una comida que dinero. Con el pasar de los
años el arte de sobrevivir como pudiera lo hizo experto en
relaciones humanas, con sobrado
éxito"[136]. Cuando no fue para el
político de paso, Othón Cortéz, el hombre
"que a todos servía" y a quien nunca le faltó el
"¿qué se le ofrece?"[137], sencillo
y probo, no cesó nunca de agradecerle al Creador, que le
permitió ser alguien luego de pasar por los empleos de
albañil, taxista, plomero y electricista, hasta llegar a
chofer. Othón sigue adelante con esposa e hijos (Jonathan,
Leslie y Cristian), "mientras Dios le dé licencia" y "sus
jefes se lo permitan"[138], cuando por cierto
debiera ser al revés.

Con una niñez feliz, "muy hermosa", "rodeada de
amor y cariño"[139], estudiante en una
primaria llamada además Casa del Obrero Mundial, el
servicial (la insistencia es de Constantino Presa) Othón
Cortéz ha sido "un hombre orgulloso de su tierra, de su
comunidad" (digamos que como Colosio), sin importar que el padre
se ausentara con frecuencia y por periodos largos, por razones de
trabajo, y que otra persona fuera "su segundo padre" y quien le
enseñara a respetar a la gente. Una observación de
Presa al pasar llama la atención: se refiere a
Cortéz como alguien "servicial hasta el
servilismo"[140], rasgo que por cierto se le quiso
atribuir a Colosio cuando fue designado; como no fuera cierto,
luego se le atribuyó al candidato priísta el no
haber sido servil en el discurso del 6 de marzo de 1994, y haber
sido ejecutado por ello. Si García Reyes confundió
lealtad y obediencia, Cortéz confundió
servicialidad y servilismo. Ambos quedaron libres de toda
sospecha oficial. Otro detenido, Rodolfo Rivapalacio Tinajero,
fue igualmente absuelto: no pasó al parecer de ser "un
hombre que sacó provecho de su puesto, sin arriesgarse,
pero incapaz de moverse sin el consentimiento de sus jefes"
[141]En cuanto al calmado Vicente Mayoral
Valenzuela, también el crimen de Colosio fue injusto con
él: antiguo miembro de la Policía Judicial del
Estado, nunca había pasado de ser "medio golpeador (sic)
pero cuando el tiempo lo permitía
(sic)".[142] Hasta aquí, García
Reyes y Cortéz han sido descritos por quienes les dieron
voz y se describen a sí mismos con los rasgos
–aparentes- que Colosio reclamaba para sí, o sobre
todo que se le atribuían. El proceso de
suplantación se ha casi consumado.

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