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El movimiento obrero argentino durante Dictadura 1976-1983 (página 2)




Enviado por Eduardo Corvalán



Partes: 1, 2

(1) Delich, F.; "Después del
diluvio, la clase obrera" en Rouquié, Alain (comp),
Argentina hoy. México, Siglo XXI, 1982.

(2) Ídem.
"Desmovilización social, reestructuración de la
clase obrera y cambio sindical", en Waldman, Peter y
Garzón Valdés, Néstor (comp.), El poder
militar en la Argentina, 1976-1982, Bs. As., Editorial Galena,
1983, p. 101-115.

(3) Delich, F. Op.
Cit.

(4) Palomino, H.; "Los cambios en el
mundo del trabajo y los dilemas sindicales", en Suriano, Juan
(comp), Nueva Historia Argentina, Dictadura y democracia,
1976-2001, Tomo 10, Sudamericana, Buenos Aires, 2005,
p.376-442.

(5) Ceballos, E.; Historia
Política del movimiento obrero argentino, Editorial del
Mar Dulce, Buenos Aires, 1985.

El desempleo, postulan Novaro y Palermo(6), era
visto con preocupación por el régimen militar, pues
le atribuían un potencial efecto catalítico para la
agitación social y la actividad subversiva. Gracias a esta
creencia absurda, perder el empleo fue el único factor que
no creo especiales motivos de temor, inseguridad o incertidumbre
en los trabajadores, según los autores, y que puede dejar
una puerta abierta para futuras investigaciones ligadas al
imaginario que indicaba la "bonanza" en materia laboral del
período. Esta apreciación, desde luego, no puede
ser aplicada a victimas de represión que perdieron su
trabajo por "ausencia injustificada", ni a los despidos.
Contrariamente, Alfredo Masón(7) recalca la
"adaptación ideológica" que el trabajador aspirante
a ingresar a una fábrica debía atravesar,
razón de más para pensar que ese temor al que
refieren Novaro y Palermo no podría quedar ajeno a
ningún sujeto, de ninguna manera.

Volviendo a Delich, allí se observa
ya el inmovilismo que plantea el autor, dado que, a pesar de una
alta tasa de ocupación con una caída salarial, los
reclamos por la pérdida de poder adquisitivo no se dieron.
Esta movilización que la clase trabajadora exhibió
hasta 1976 cesó fuertemente, según Delich, debido a
la represión, la militarización de las
fábricas, por los despidos y la clausura de los convenios
colectivos, esta última una modalidad base desde 1943 y
que daba a la demanda obrera un sentido de unificación muy
particular. Notoriamente, la política económica de
Martínez de Hoz fue antiobrera y antisindicalista,
generando la heterogeneización obrera(8), como
también advierte Arturo Fernández(9). Esta
descomposición suscitó unos sindicatos retirados a
las reivindicaciones corporales, circunscritos por límites
políticos y en presencia de un movimiento que va variando
sus esquemas de acción. Además, la
disgregación del sector obrero es ampliada con los ataques
a la dirección sindical, sobre todo con la Ley de
Asociaciones Profesionales y la de Asociaciones Gremiales de
Trabajadores. El cuadro, plantea Delich, conforma una avanzada
conservadora que afecta al trabajador en tanto actor corporativo,
social, económico-político, un ataque que en un
primer momento tendía a encuadrar al movimiento sin
mayores cambios, pero que culminó por despolitizarlo,
subordinarlo aún más al Estado, restándole
autonomía y capacidad de conducción efectiva entre
sus dirigentes.

Así, para Delich, la clase obrera cayó en
una situación de inmovilismo y de mutación. De
inmovilismo, ya que no hubo acción sindical significativa
como sí ocurriera en el medio siglo anterior, y de
mutación, en cuanto al momento de movilizarse las formas
obreras tomaron distancia del pasado. Francisco Delich sella la
desmovilización del movimiento obrero por todo el periodo,
en un sustancial alejamiento con el activismo de los años
previos al golpe de 1976.

________________________________

(6) Novaro, M. y
Palermo, V.; La Dictadura Militar 1976-1983. Del golpe de Estado
a la restauración democrática, Buenos Aires,
Paidós, 2003.

(7) Masón, A.; Sindicalismo y
dictadura, una historia poco contada, 1976-1983, Biblos, Buenos
Aires,2008, p. 113.

(8) Para ampliar este tema,
léase Villarreal, J.; "Los hilos sociales del poder", en
A.A.V.V., Crisis de la dictadura argentina, Siglo XXI, Buenos
Aires, 1985.

(9) Fernández, A.; Las
prácticas sociopolíticas del sindicalismo,
1955-1985, Buenos Aires, Centro Editor de América Latina,
1988.

No obstante, la historiografía de la etapa
dictatorial arrojó algunas observaciones que fueron
descomponiendo la visión holista de Delich, en ellas el
todo empieza a ser considerado a partir del tratamiento de sus
partes, ya sea desde la propia periodización, ya sea desde
la postura asumida por cada pieza al interior de lo que
monolíticamente Delich señala, tan sólo
analizando la participación de las cúpulas, como el
"sindicalismo argentino".

En ese sentido, otros trabajos marcan la
desmovilización y el repliegue del movimiento obrero
durante la última dictadura militar. Así como la
perspectiva de Delich se apoya en la falta de coordinación
en el ámbito nacional del accionar obrero a todo lo largo
del Proceso, el interregno 1976-1979 es el indicado, con base en
la misma explicación causal, para sostener la idea de
"inmovilismo" en autores como Álvaro
Abós(10). Éste, plantea un "período
bajo" del accionar obrero, caracterizado por el inmovilismo de la
clase hasta 1979. El aletargamiento obrero, de acuerdo a la
interpretación de Abós, se cierra con el primer
llamado a huelga general convocada por la Comisión de los
25(11), momento en que la demanda obrera queda conjugada
en las más importantes dirigencias del sindicalismo. Sin
embargo, el carácter inorgánico de los conflictos y
reclamos obreros hasta 1979, caracterización que podemos
encontrar en Ricardo Falcón(12), tienen un peso
importante para estos autores al momento de definir el papel que
jugó el movimiento obrero frente al régimen
militar.

___________________________

(10) Abós, A.; Las
organizaciones sindicales y el poder militar, Centro Editor de
América Latina, Buenos Aires, 1984.

(11) La "Comisión de los 25"
fue una agrupación de sindicatos que desafiaron la
dictadura militar instaurada en Argentina en 1976. Conformada a
fines de 1977 por los sindicatos de taxistas, obreros navales,
camioneros, mineros, cerveceros, entre otros, incluyó
entre sus reivindicaciones la liberación de dirigentes y
delegados presos, la restauración de la legislación
laboral y sindical, al tiempo que luchaba contra la
política económica de la dictadura y por el regreso
de la democracia. Convocó el primer paro general contra la
dictadura, el 27 de abril de 1979, más allá de que
en sus inicios tuvo acercamientos pronunciados con el
régimen. Fue uno de los principales afluentes que
derivarían en la conformación de la CGT Brasil, y
de sus filas salió el secretario general de esta,
Saúl Ubaldini que militaba en el sindicato de cerveceros.
Esta organización, con múltiples divisiones a su
interior, como todo el resto del sindicalismo, fue una de las
fracciones más representativas de la disputa sindicalista
por las formas de proceder ante la dictadura, como sucediera con
su rival "dialoguista" la Comisión Nacional del
Trabajo.

(12) Falcón, R.; "La
resistencia obrera a la dictadura militar (una reescritura de un
texto contemporáneo a los acontecimientos)" en Quiroga,
Hugo y Tcach, César (comps.), A veinte años del
golpe. Con memoria democrática, Buenos Aires, Homo Sapiens
Ediciones, 1996.

Por su parte, Palomino destaca el inmovilismo para
defender al gobierno constitucional derrocado, que los obreros ya
no consideraban "propio" o que al menos no valía la pena
defender ante los peligros de represión que ya se
revelaban. Pese al inmovilismo, hubo una fuerte represión;
la cual, sin embargo, siquiera sumada a la legislación
laboral regresiva, fueron suficientes para acallar por completo
la protesta obrera y sindical dirigida en principio al reclamo
salarial ante la galopante inflación de 1976. La respuesta
fue radical, y ella no sólo alcanzó a
representantes sindicales de izquierda, como el caso de
René Salamanca, sino también a referentes de la
burocracia sindical, como Oscar Smith, representativo de Luz y
Fuerza. De este modo, para 1977, el mensaje era no alentar
conflictos laborales. No obstante, la presión por el
aumento salarial nunca cesó, al menos hasta 1978, y la
movilidad laboral misma, en situación de pleno empleo, ya
resultaba un aumento salarial para un trabajador que se
movía de empleo en empleo. Incluso el empresario buscaba
salirse del control de salarios que buscaba el gobierno para
tratar de mantener en su plantel a los más
calificados.

Entre otros potables cuestionamientos a los puntos de
vista más arriba reseñadas, se puede asegurar que
un estudio de la resistencia obrera a la última dictadura
militar que reduzca la gradación de análisis nos
permitiría en un principio relativizar la idea de
desmovilización. La propuesta pasaría por proponer
un estudio no sólo de las estructuras componentes de la
organización obrera, sean la CGT, los varios sindicatos,
la dirigencia a nivel nacional y provincial, o los gremios, sino
también del "sujeto" trabajador. Para ello, diversos
autores proponen un examen de la constitución de un
espacio público de los trabajadores, de sus particulares
aparatos de acción, distando así de
categorías universalizables, y, al mismo tiempo,
recuperando el proceso por el que se transforma el obrero en un
actor colectivo.

Respecto al sujeto, León Bieber(13) no
niega que el movimiento obrero haya sufrido el avance
dictatorial, pero sale al encuentro de la idea que trae Delich
con la inmovilidad profunda. Si bien aparece innegable que la
dictadura logró un control del movimiento obrero,
más a partir de la intervención de los sindicatos
de punta que le permitió desde allí conformar una
pata gremial dispuesta al "colaboracionismo", aunque para
Bieber este control fue apenas endeble. La Comisión
Nacional del Trabajo(14), fue ese exponente de dispositivo
sindical colaborativo con el régimen, antagónica de
la referida Comisión de los 25. El movimiento sindical
ganó en fuerza desde 1979, y el factor determinante para
tal evolución es que la economía política
del gobierno había llevado a importantes sectores de la
renta privada y a los principales partidos políticos a un
reto cada vez más resuelto con el gobierno de facto.
Sería en esta coyuntura, piensa Bieber, un rotundo error
subestimar la importancia política del movimiento laboral,
como lo hace Delich. No obstante, Bieber no ubica al trabajador y
el sindicato como actores de primera línea en la
política desde 1976, como si lo hará Pablo
Pozzi(15) más tarde. En definitiva, Bieber se opone
a antinomias tan tajantes como las de Delich.

________________________________

(13) Bieber, L.; "El movimiento
obrero argentino a partir de 1976. Observaciones al trabajo de
Francisco Delich", en Waldman, Peter y Garzón
Valdés, Néstor (comp.), El poder militar en la
Argentina, 1976-1982, Bs. As., Editorial Galena,
1983.

(14) Nacida en 1978, a partir de la
Comisión asesora de intervención de la
Confederación General del Trabajo.

(15) Pozzi, P., (2008);
Oposición obrera a la dictadura. Buenos Aires,
Contrapunto. (versión original 1988) Para una lectura
introductoria al libro, leer Pozzi, P., (2001); "Combatiendo al
general", en Revista Puentes, Año I, Nº 4, julio
2001, p. 30-44.

Ya sin ánimos de matizar, sino de rebatir las
opiniones de Delich, otros autores subrayan la oposición y
la resistencia obrera a la pasada dictadura militar analizando
los conflictos obreros que tienen lugar en las fábricas,
ya sean organizados por delegados, comisiones internas o por los
mismos obreros. Aquí, las especificidades de las luchas
obreras en el periodo suenan fuerte, aún más que
las diferencias temporales que pudieran manifestar Abós o
Bieber con el "inmovilismo" propuesto por Delich.

Con el aporte de Pablo Pozzi, dos interpretaciones,
mayormente antagónicas, se posicionan como líneas
ineludibles para el tratamiento del modo en que el trabajador y
sus organizaciones obraron frente a la dictadura. Tomando algunos
planteos de Tim Mason, marxista británico, Pozzi resulta
el punto de partida para muchos analistas, en especial para
aquellos que se oponen a la línea inaugurada por Francisco
Delich, con lo que su pensamiento ha dado un enfoque global como
para modular una corriente de investigación sobre el
movimiento obrero en dictadura que, según el caso, ha
ceñido su estudio en diferentes asuntos.

Si bien Pozzi admite que las disputas laborales, medidas
de fuerza y huelgas fueron defensivas y de carácter
reivindicativo desde la perspectiva económica, al evitar
la resolución de la crisis orgánica y transformarse
en un obstáculo para el proyecto autoritario, las mismas
tuvieron un penetrante significado político. El autor
destaca la oposición obrera hacia el PRN,
situándola como fundamento detonante de su fracaso
programático y de su fin, y le proporciona ese
rótulo de "oposición" en un intento de despegarla
por su naturaleza de la llamada "resistencia peronista" de la que
él mismo fue partícipe en su momento. La presencia
de la oposición obrera al proyecto dictatorial para Pozzi
es innegable si se realiza un estudio del espacio 1976-1983 desde
abajo. Esta mirada más al llano permite identificar el
decidido accionar de la clase obrera argentina en los propios
lugares de trabajo desde sus bases, las cuales, a pesar de sufrir
los duros embates de la represión militar, consiguieron
sobrevivir en la "ilegalidad", y proteger a las comisiones
internas de fabrica y sus delegados, los auténticos
protagonistas de la obstrucción obrera a la dictadura. La
resistencia constante del sector al plan económico del
Proceso compuso entonces una plataforma tangible para el
quebrantamiento y posterior caída del régimen
militar, impulsando a los demás sectores desde un absoluto
protagonismo. En virtud de ello, el argumento esencial de Pablo
Pozzi es que "la resistencia fue una de las causas del deterioro
de la dictadura, puesto que impidió el consenso que
precisaba Martínez de Hoz…"(16)

El rol central asignado a la clase obrera en la
oposición a la dictadura es quizás una de las
mayores aportaciones de este escrito, en el cual Pozzi asevera
que los conflictos obreros constituyeron un proceso sumatorio de
fuerza y de incubación de un proyecto social concreto, que
frustraron la conformación y el alineamiento de un grupo
de poder político económico capaz de robustecer el
proyecto militar. Asimismo, con un fuerte componente de
conciencia asignada a la clase obrera, el autor postula que la
misma comprende los cambios que han acontecido y cultiva nuevas
formas de organizar su lucha tratando de no desguarecerse ante la
represión y en este devenir acumula experiencia y fuerzas
como para lograr defender sus conquistas cardinales. Finalmente
las luchas de la clase obrera traban la imposición de la
nueva hegemonía que se ha querido elaborar, con la
dictadura como herramienta política, desde las fracciones
más concentradas del capital. Al respecto, Ernesto
Ceballos presenta un nuevo giro a este tema y plantea que en
verdad el ataque gestado en tiempos del Proceso fue dirigido al
Peronismo como ideología dominante entre la clase obrera,
en pos de descabezar y vaciar de sentido un discurso fuertemente
arraigado contrario a las intenciones de las transnacionales por
disciplinar esta mano de obra tercermundista en una nueva
modalidad del capitalismo. Entonces, es interesante dejar abierta
la propuesta de desarrollo de la lucha obrera del período
como de defensa de las conquistas logradas en el período
anterior que hace Pozzi, para derivaciones tales como la de
Ceballos.

Tanto en Pozzi, como en Santiago Senén
González(17), pueden observarse leyes que
tendían a descomponer el estado de las cosas para el
trabajador. Parte de este recorrido también es seguido por
Novaro y Palermo, quienes después de referir al
drástico cambio que sufrieron las condiciones en los
ámbitos laborales, observan las formas de resistencia y
defensa que hicieron insostenible la disciplina siempre que no
fuese acompañada de la represión directa y continua
muy elevada en las propias empresas, algo que para el
régimen, sin apoyo empresario, estaba, plantean los
autores, fuera de sus posibilidades(18).

_____________________________

(16) Ibíd., p
87.

(17) Senén González,
S., (1984); Diez años de sindicalismo argentino, Buenos
Aires, Corregidor.

(18) Para profundizar en la
relación empresarios-dictadura, léase Basualdo,
Victoria. "Complicidad patronal-militar en la última
dictadura argentina: los casos de Acindar, Astarsa,
Dálmine Siderca, Ford, Ledesma y Mercedes Benz". Revista
Engranajes de la Federación de Trabajadores de la
Industria y Afines (FETIA), Nº 5 (edición especial),
marzo 2006. También en línea en
www.riehr.com.ar.

Revelan Novaro y Palermo que, más
allá del marcado retroceso en la capacidad organizativa y
movilización sindical, las resistencias gremiales se
manifestaron casi ininterrumpidamente en dispersa, pero tenaz,
actividad que puso límites a la política
gubernamental y la iniciativa empresaria.

Ni la resistencia "desde abajo" en ámbitos
laborales, ni la de los propios dirigentes apuntó a lograr
una articulación más amplia, quizás por
temor a los costos represivos. En el marco de este movimiento
molecular de resistencia, surgieron figuras nuevas para el
sindicalismo argentino, como los "delegados provisorios".
También aparecieron otras formas novedosas de
acción desconocidas en época de "normalidad"
sindical, las cuales son ponderadas por diferentes autores. Al
igual que Pozzi, Arturo Fernández y Ricardo Falcón
coinciden en señalar a las comisiones internas de
fábrica y sus delegados como los protagonistas de la
resistencia obrera a las medidas empresariales y estatales
tendientes tanto a flexibilizar el uso de la fuerza laboral como
a acentuar su eficiencia productiva.

Arturo Fernández(19) descarta la idea de
una "pasividad obrera", pronunciando que, desde el comienzo mismo
del Proceso, el deterioro del escenario salarial y laboral,
generó demandas precisas que retaron de manera precoz, y
con ribetes de espontaneidad, la severidad de la
represión. Estas prácticas del sindicalismo raso se
diferenciaron del proceder de los dirigentes, los cuales, como
sucediera también en décadas anteriores, entablaran
reyertas internas y negociaciones con los gobiernos militares.
Para Fernández(20), el sindicalismo llega a 1974
con signos de agotamiento, contrario a lo que postula Delich,
para quien, recordamos, el período previo al golpe fue el
de mayor fortaleza para el sindicalismo. Este colapso estaba
relacionado con la crisis capitalista que apuró las
condiciones para el surgimiento del golpe, y se habría
manifestado a todas luces mientras la devastadora ofensiva
antisindical ejercida por la dictadura, frente a la cual "el
sindicalismo de base resistió perdurable y hasta
heroicamente (…); contra esa asombrosa solidaridad
clasista se estrelló hasta el terrorismo de
Estado"(21). Esa situación de desplome
redundaría en el descreimiento hacia la dirigencia
"moderada" y la falta de comunicación de las bases con las
mismas, ayudada por la eliminación de los cuadros
intermedios y de bases de ideologías clasistas y de "nueva
izquierda". Empero, según Fernández, ambos,
dirigencia y bases, expresaron la naturaleza paradójica
del sindicalismo, al complementarse y coexistir como parte del
sistema capitalista y, paralelamente, congregar intereses
opuestos al mismo. Por su parte, Héctor Tanzi(22)
agrega en su breve recorrido histórico sobre los lazos
socio políticos del movimiento obrero argentino que, como
parte integral de la estructura económica y
política del sistema social, tanto obreros como dirigentes
están obligados a actuar prudentemente para asegurar las
libertades públicas y las garantías individuales.
Este punto parece abonar la idea de que el sindicalismo unitario
y vertical de los últimos meses de gobierno de Isabel
Perón presionó constantemente los salarios por
encima de los niveles de productividad obrera, haciendo su parte
en la escalada inflacionaria y de tensión política
del ciclo.

__________________________________

(19) Fernández, A.; Las
prácticas sociales del sindicalismo, 1976-1982, CEAL,
Buenos Aires, 1985.

(20) Vid nota 9.

(21) Fernández, A. Op. Cit.
87.

(22) Tanzi, H.; "Modernas
investigaciones sobre el movimiento obrero argentino", en Revista
Historia, Buenos Aires, Año V, Nº 17, marzo-mayo
1985, p. 50-61.

En otro trabajo, Fernández y
Bialakowsky(23), periodizan la actitud sindical frente al
régimen autoritario en tres etapas. La primera, signada
por la desmovilización de la corriente obrera, ante lo que
fuera el objetivo del gobierno militar de desarticular la
movilización popular. En pos de él, durante el
Proceso de Reorganización Nacional se atacó a la
organización sindical desde tres líneas de
acción, que incluyeron la intervención de la CGT,
tanto como de las federaciones y sindicatos asociados; la
represión y la legislación regresiva; y con el
proyecto de apenas tolerar un sindicalismo "apolítico" y
reducido a meras actividades reivindicativas, cuya
expresión fue la ley sindical de 1979. Esta primera etapa
sería seguida por las de
negociación-oposición y la de la transición
democrática marcada por el sendero a la unificación
definitiva del sindicalismo. Ese primer momento de
desmovilización, amplia Fernández, fue
saltado ante la impotencia de la dirigencia para contrarrestar la
acción represiva estatal, pero en el que las bases
sindicales y los dirigentes intermedios lograron una
reacción contra ofensiva que procuró revertir los
proyectos autoritarios y renovó, en diferentes formas y
medidas, la propia estructura sindical. El autor enfatiza la
perdurable resistencia de base a las ofensivas antisindicales
como uno de los límites del programa autoritario
desplegado en la Argentina, a pesar de ser los primeros en la
lista del ataque del régimen, que trató de
subordinar a la dirigencia "legal" superviviente durante el
Proceso.

_______________________________

(23) Bialakowsky, A. y
Fernández, A., (1983); "Sindicatos y autoritarismo", en
Revista del Centro de Investigación y Acción
Social, Año XXXII, Nº 326, setiembre 1983, Buenos
Aires, p. 55 – 63.

En concordancia con Fernández, Ricardo
Falcón trabajó, desde el exilio, en la
recopilación de una larga serie de conflictos obreros,
mayormente industriales, contabilizados por la prensa diaria
bonaerense, el INDEC y publicaciones clandestinas sindicalistas y
de izquierda, que lo llevan a la ultimar que la resistencia fue
un fenómeno dominantemente molecular y defensivo que
alcanzaría su cenit en 1981. Más allá de su
dispersión, la resistencia manifestó una gran
capacidad de adaptación para preservar lo que se
razonaban, por derecho, las conquistas obtenidas por el
movimiento obrero, la aparición de los "delegados
provisorios" o representantes elegidos de hecho es un ejemplo de
ello. Todo ante la impericia dirigencial para proponer un eje
colectivo de conflicto, peor aún, en momentos en que el
"descabezado" movimiento restaba al obrero

de interlocutores válidos, algo que
revelaría para Falcón cierta cara azarosa en la
disposición a una huelga general no declarada. Estas
características permiten a Ricardo Falcón
diferenciar entre luchas orgánicas e inorgánicas,
es decir, con cierto alcance organizativo y sin presunta
ligazón sindical, respectivamente. En lo tocante, aclara
el autor, que el hecho de que algunas de estas luchas fueran
inorgánicas no denotaría espontaneidad, en verdad
estas disputas contaron con preparativos preliminares de
agitadores que no participaban de cargo sindical alguno. Es
así que ciertos conflictos en las fábricas
carecían de organización sindical, a lo que
Falcón señala como novedad del periodo el accionar
de "delegados provisorios", elegidos al margen de los
procedimientos legales, quienes sumados a las comisiones
sindicales clandestinas, debieron encaminar las demandas
laborales cortoplacistas. Por esto hubo durante los años
de la dictadura por parte de los trabajadores un "proceso
ininterrumpido de construcción-reconstrucción de la
organización sindical por lugar de trabajo"(24),
que se empeñó en reivindicaciones centrales, sobre
todo referentes a la obtención de mejoras salariales,
quedando más atrás los reclamos por las condiciones
laborales, el desempleo, la represión patronal y estatal,
y la defensa de los logros sindicales.

Con el perfil que Pozzi le aporta a la cuestión,
y con antelación a Falcón, Rafael Bitrán y
Alejandro Schneider(25) estudiaron la perduración
del activismo político y sindical en fábricas
metalúrgicas y automotrices de la zona norte del Gran
Buenos Aires, más específicamente en las plantas de
Ford y Del Carlo(26). Los autores muestran que la supuesta
inmovilidad se licua al achicar los objetivos de estudio y poner
atención suficiente en las formas inéditas que
asumió la resistencia frente a la dura represión
militar. De esta manera, observando el día a día
fabril, comprimido por la violencia general que caracteriza su
cotidianeidad, pueden Bitrán y Schneider postular la
existencia de un proyecto obrero antihegemónico,
atravesado por una persistente conciencia de clase brotada
todavía en tiempos previos a la aparición del
Peronismo.

Seguidamente, haciendo una lectura conjunta de lo que la
producción historiográfica ha venido realizando,
Daniel Dicósimo(27) aporta un vistazo más
reciente sobre los sucesos que comprenden al movimiento obrero en
el lapso del autoritarismo militar.

_______________________________

(24) Falcón, R. Op. Cit.
34.

(25) Bitrán, R. y Schneider,
A.; "Dinámica social y clase trabajadora durante la
dictadura militar de 1976-1983. Estudio de la zona norte del Gran
Buenos Aires en particular de las fábricas Del Carlo y
Ford Motors" en Rodríguez, L. M. y otros, Nuevas
tendencias en el sindicalismo: Argentina y Brasil, Buenos Aires,
Biblos, 1992.

(26) Para otros análisis de
la vida cotidiana en las fábricas, léase: Lobato,
Mirta; "La vida en las fábricas", Prometeo-Entrepasados,
Buenos Aires, 2001.

(27) Dicósimo, D.;
"Dirigentes Sindicales, racionalización y conflictos
durante la última dictadura militar", en Revista
Entrepasados, Año XV, Nº 29, Buenos Aires,
2007.

Esta vez, Dicósimo agudiza en la naturaleza de
los conflictos laborales, mostrándose renuente a aceptar
que la mayoría de ellos expresaran una oposición
política de parte de los trabajadores a la dictadura,
puesto que las herramientas para ese tipo de acción ya no
estaban, argumenta el autor, a la mano del obrero dentro de las
fábricas.

Durante el primer semestre del nuevo régimen
político, el comportamiento de los trabajadores
osciló entre la pasividad ante la caída del
peronismo y la obediencia a las directivas disciplinarias. Sin
embargo, el deterioro que sufrieron los salarios reales, la
caída del empleo y el aumento de la carga y el ritmo de
trabajo motivaron la reaparición de los reclamos obreros
en la industria, que se expresaron a través de petitorios
a las empresas y de conflictos colectivos, y que tuvieron un
alcance limitado a establecimientos aislados, locales o
regionales, al menos hasta el paro general de 1979.

En todo caso, el activismo político, germen de la
politización de los trabajadores jóvenes,
había sido desactivado antes del golpe de estado o
había retirado a sus portadores de las plantas, quienes,
sí lograron perdurar al interior de las unidades
productivas, no consiguieron por entonces tender al activismo
anterior. Esta insuficiencia hizo que para los trabajadores la
única representación de rechazo al disciplinamiento
industrial fuese la resistencia económica. Así, lo
que interesa al autor es marcar que la reacción obrera
distó de ser un cuestionamiento al proyecto del Proceso,
en una oposición de carácter político que
impugnaba su objetivo último de cambiar profundamente la
sociedad y el Estado, por tanto que excedía de una serie
de acciones que buscaron defender los intereses económicos
dañados de los trabajadores, por ejemplo por la
caída del salario industrial, la prolongación de la
jornada laboral y otras medidas tomadas por el gobierno
autoritario. La única licencia que nos da Dicósimo
para hablar de resistencia política la encuentra no como
oposición al alterado régimen político, sino
a la propia potestad patronal de organizar el trabajo en la
fábrica. Con todo, del análisis comparativo
realizado en la Metalúrgica Tandil y Loma Negra surge que,
en el ámbito de sus lugares de trabajo, los obreros
industriales priorizaron la defensa de sus intereses
económicos por sobre la oposición al régimen
autoritario, contrariamente a la interpretación de Pablo
Pozzi que asociaba conflictos laborales con acción y
acumulación política.

Quien si parece devolver el factor político en el
reclamo obrero es Alfredo Masón, autor para el cual
sólo la gente despolitizada podía no entender que
este enfrentamiento era de esa naturaleza. Por el contrario, para
el obrero, sí politizado, la cuestión no pasaba
solamente por los reclamos económicos. De hecho, para
Masón el trasfondo era más que político,
casi cultural, en tanto el Peronismo no era una ideología
para el obrero, si no una cultura, una cultura que repugnaba a la
clase media. En cuanto al inmovilismo, Masón señala
que hay movimientos ofensivos y defensivos, a los que el PRN
responde, y por ello no habría la posibilidad de
determinar tal cosa. Es más, dice Masón que los
trabajadores nunca renunciaron a la protesta, y para ilustrar
esta afirmación presenta conflictos reprimidos en
fábricas, hospitales, edificios, entre otros.

Por otro lado, como ya mencionan Novaro y Palermo, hubo
una relación entre el régimen y el empresariado
marcada por la mutua necesidad en la asistencia para la
incrementar disciplina y la productividad. En este punto, plantea
Dicósimo que el ausentismo alteraba el rendimiento
productivo desde 1974, pero los empresarios no tenían el
poder capaz de enderezar el problema, en tanto su autoridad era
disputada por el sindicalismo clasista y de liberación en
los establecimientos y núcleos industriales. Cuando este
sector se convirtió en blanco del estado, en 1975, bajo la
imputación de una maniobra contra la industria pesada, la
necesidad de disciplinamiento trascendió las
fábricas y se proyectó a toda la sociedad.
Así, empresarios y militares convinieron en 1976 en
endurecer la disciplina en la sociedad en general y en el lugar
de trabajo en particular. En este sentido, el barrido de
agitadores sindicales y la imposición del miedo en las
fábricas, donde el ejército llegó a instalar
centros clandestinos de detención y desaparición de
personas, facilitaron la aplicación de medidas
correctivas. No obstante ello, la recuperación de su
"poder de dirección" fue aprovechada por los empresarios
para realizar cambios más profundos en la
organización del trabajo, revirtiendo avances recientes de
los trabajadores o removiendo obstáculos más
antiguos y resistentes a la intensificación del mismo. Por
ello, mientras que la fórmula dictatorial encargaba la
vigilancia empresarial porque, de lo contrario, sus resortes no
podrían calar tan hondo en las fábricas, la
patronal precisaba de este control armado, más no sea como
exhibición de fuerza meramente efectista, para acometer en
la remoción del sindicalismo combativo que había
ganado terreno durante la proscripción
peronista.

Con estas consideraciones, quedan planteadas las
posiciones más representativas respecto de los procederes
del movimiento sindical durante el Proceso, Sin embargo,
entendemos que estos comportamientos no pueden ser separados de
lo que eran tradicionalmente las prácticas del
sindicalismo al establecer relaciones con el estado. Esas
expresiones convivieron durante el período 1976-1983, y a
ellas dirigiremos las próximas páginas.

Dualismo
sindical.
Estrategia u orientación
espontánea

Con Francisco Delich podemos abrir el
debate respecto a las disposiciones de fondo que guiaron las
actitudes del sindicalismo ante el gobierno de facto. Para el
autor, el inmovilismo no puede entenderse sin la
represión, pero tampoco "sin el diálogo
difícil pero no interrumpido con las Fuerzas Armadas"
(28). Siquiera la baja en el salario

real, condición del capitalismo que
se intenta instaurar, en tiempos de empleo abundante, clara
estrategia para el control de la protesta social, fue motivo para
la movilización, esto, según Delich, se
debió a la falta de otras dos condiciones; por una parte,
la presencia de instrumentos sindicales idóneos, y, por el
otro lado, de un espacio político permisivo. Al contrario,
con los sindicatos intervenidos y el espacio democrático
clausurado, las organizaciones se debaten forzosamente entre la
reivindicación corporativa, la metamorfosis de sus bases y
las restricciones políticas. No obstante, se registra un
permanente diálogo entre las Fuerzas Armadas, el Estado y
la dirigencia sindical, la cual históricamente define su
perfil desde y para el Estado. Así, la relación
sindicato-clase queda fuertemente condicionada por la
relación sindicato-Estado, más todavía a
partir de la convergencia que se da entre 1943 y 1946, y que
generó múltiples alianzas y antagonismos entre
ambas corporaciones. Mientras que los sindicatos se muestran
dubitativos, inmóviles, sea por la represión o por
la expectativa por hallar los nuevos caminos con este
interlocutor, el sector militar entiende la importancia de un
encuadramiento que le permita contener la movilización
autónoma y debilitada para evitar la presencia
política institucional sindicalista significativa, algo
que condujo a la Ley de Asociaciones Profesionales de 1979.
Precisamente, muestra Delich que las relaciones con las Fuerzas
Armadas generaron divisiones internas que profundizaron
aún más el inmovilismo sindical que
describiésemos al principio de este trabajo.

_______________________________

(28) Delich, F. Op. Cit.
110.

Dicho dialoguismo es aceptado por Pozzi, pero, como en
el caso de la pasividad obrera proclamada por Delich, este autor
va a poner el acento en la existencia de tendencias opositoras al
régimen autoritario. En ese sentido, Pozzi advierte sobre
lo engañosos que pueden resultar algunos discursos, muchas
veces impregnados de determinada carga teórica en cuanto a
lo que significa el movimiento obrero. Por ello, el autor
manifiesta su extrañeza en tanto distintos analistas del
fenómeno supusieran que la dictadura había
caído por simple incapacidad para instalar un modelo, o
que todos, recalca Pozzi, presumieran que décadas de
experiencia colectiva clasista pudieran desaparecer tan de
repente y, por ende, de manera subterránea, que la clase
obrera en conjunto había colaborado con la dictadura.
Contrariamente, Pozzi plantea que la mencionada oposición
era un accionar clasista colectivo, materializado para la defensa
de lo que eran los duros avances sobre las conquistas y la vida
del trabajador por parte del Estado. Por tanto, ante esta
abrasiva coyuntura para sus intereses la oposición obrera
se había exteriorizado en diferentes formas; es cierto,
piensa Pozzi, algunas tomaron un modelo más "dialoguista",
pero también estuvieron los sectores "confrontacionistas".
Por eso, no es viable hablar a partir de 1976, y durante todo el
periodo, de una organización sindical realmente
"confrontacionista".De hecho, plantea el autor, siempre como
efectiva oposición los desacuerdos procedimentales entre
ambas posiciones no eran de fondo, sino más bien
hacían a la táctica adoptada por cada una frente a
la política laboral y económica del régimen
militar. En este punto, resulta clave para Pozzi dejar claro que
las distintas divisiones sindicales, sobre todo a nivel
dirigencial, respondían "no sólo a las diferencias
tácticas, sino también a pugnas internas entre
dirigentes de un mismo gremio, y a una política muy
hábil del Ministerio de Trabajo, el cual intenta romper la
unidad gremial por todos los medios como forma de debilitar el
movimiento obrero organizado"(29).

Precisamente, Mario Rapoport hace énfasis es
estas pautas del desenvolvimiento sindical como, en última
instancia, estrategias que a lo largo del Proceso mostraron la
dualidad de la corporación obrera. Por un lado, con sus
necesidades tácticas, la actividad combativa de la
Comisión de los 25, por el otro el dialoguismo de la
Comisión Nacional del Trabajo, ambos extremos que nunca
adolecieron de puntos de contacto a pesar de ser expresiones que
formalizaron la división del movimiento obrero argentino
entre 1977 y 1978. Es así que ninguno quedó exento
de establecer relaciones con las Fuerzas Armadas. En definitiva,
la estrategia que combinaba el antagonismo y la
negociación era la característica tradicional del
sindicalismo. Mientras que "los 25" presionaban por la
reorganización de la Confederación General del
Trabajo, como única central obrera, la CNT
emprendía una fórmula de concertación con el
gobierno militar, dando ambos sectores contados avances en la
decisiva unidad sindical, como fuera la efímera marcha de
la Conducción Única de Trabajadores Argentinos.
Finalmente, la jornada del 30 de marzo de 1982, sin contar con el
paréntesis que el nacionalismo exacerbado produjera
días después tras el ingreso armado en Malvinas,
sería un punto de inflexión en que el aparato
represivo se mostraría ineficaz para suprimir la
manifestación abierta de los reclamos.

Además, como dice Pozzi, la propia
corporación militar fogoneó sectores sindicales
para promover tales acercamientos, sobre todo desde la
gestión del Ministro de Trabajo de Jorge Rafael Videla,
Tomás Liendo, y muy a pesar del de Economía,
Martínez de Hoz. Siquiera el grupo de "los 25" quedo a un
lado de las negociaciones con el régimen, al menos en sus
primeros pasos. Novaro y Palermo plantean que la tajante
separación entre la elite sindical y las bases obreras
eran un arma de doble filo para el régimen, y que
podía ofrecer efectos colaterales no deseados en lo que al
principio era un objetivo preciso del Proceso. Al poco tiempo, la
conflictividad laboral anárquica abrió el
disconformismo empresario, por tanto, hubo llamamientos
patronales a "legitimar interlocutores válidos", algo que
desde el Ministerio de Trabajo se expresó en un
acercamiento al grupo "de los 25".

Estos tuvieron el cartel oficial de representantes
legítimos del movimiento obrero, sustentado desde la
invitación a conformar la comitiva argentina en la
Conferencia anual de la Organización Internacional del
Trabajo en 1977, tal y como muestra Álvaro Abós. La
OIT fue escenario importante para dirimir cuestiones internas
entre sindicalistas, y entre éstos y el régimen,
dadas las condiciones represivas interiores.

________________________________

(29) Ibíd., p.
101.

Además, Arturo Fernández(30)
postula que se mantuvieron las puertas abiertas a otros sectores,
en especial a los líderes locales de sindicatos
intervenidos, muchos de ellos sería valiosos interventores
militares en las fábricas. Esta cuestión
tendría sus repercusiones dentro del propio movimiento
sindical, abriéndose aun más la brecha entre
opositores y colaboracionistas. Es más, para el autor las
divisiones eran todavía más enmarañadas, por
lo que presenta cuatro tendencias con distintas vinculaciones y
proyectos políticos dentro del movimiento obrero: la
"participacionista", subordinada del Estado y cooperativa con el
proyecto capitalista hegemónico; la "vandorista" o
negociadora, eje de la ligazón estructural de la
formación obrera con el Peronismo, y huérfana
durante el Proceso; la "confrontacionista", rival del Vandorismo
hegemónico en la CGT, resurgió durante el Proceso
por la dura ofensiva antisindical implementada como la
expresión de cierto anticapitalismo en la conciencia
obrera; y la "combativa" o "clasista", con errores
históricos que le impidieron insertarse
políticamente en el país, de todas maneras fue el
centro de la represión durante la
dictadura.(31)

Estas relaciones entre los dirigentes sindicales y el
gobierno, presentes a lo largo del período, están
dentro de los condicionantes que Dicósimo encuentra para
la imposibilidad de trazar una trayectoria lineal en la demanda
del movimiento sindical, la cual además habría
seguido el curso errático de la coacción, la
economía y los intentos de centralización de la
protesta impulsados desde ambas fracciones. Para este autor,
retirado a observar el interior de las fábricas, las
formas que asumieron las demandas del trabajador estuvieron
también permeadas por las variantes de oposición y
negociación. Las maneras de actuar de la acción
sindical colectiva, con fines claros y una gestión
representada por curtidos activistas, asomaron combinadas con
súbitas iniciativas particulares y desprovistas de
ideología precisa, que el autor puntualiza como "acciones
tácticas antidisciplinarias" y con episodios de
negociación "encubierta" que, en las empresas donde
existieron relaciones sociales de tipo paternalista, fueron un
instrumento para maximizar beneficios.

Justamente, Falcón, encuentra que las Fuerzas
Armadas fueron también promotoras de acercamientos con
quienes podían ser entronados como "genuinos
representantes obreros". Por esa razón, la elección
de representantes o delegados provisorios por lugar de trabajo
respondió en mayor medida, de acuerdo al autor, a la
necesidad de empresarios o funcionarios militares de
"interlocutores válidos" con quienes dialogar en caso de
conflicto laboral. Nada parecía espantar más que el
diálogo en el vacío legal.

__________________________________

(30) Fernández, A., Op.
Cit.

(31) Fernández, A.;
"Modificaciones de la naturaleza sociopolítica de los
actores sindicales: hallazgos y conjeturas", en Fernández,
Arturo (comp.), Sindicatos, crisis y después. Una
reflexión sobre las nuevas y viejas estrategias sindicales
argentinas, Buenos Aires, Ediciones Biebel, 2002.

Consecuencias
para la corporación obrero sindical

Otro de los ejes que podemos problematizar,
más aún por la relevancia que puede tomar esta
temática en la actualidad, es el de las consecuencias para
la corporación sindical una vez atravesado el tiempo del
Proceso. Si con las observaciones hechas sobre la actitud obrera
ante el proyecto autoritario y la tematización de los
diversos enfoques del proceder del sector respecto a dicho
programa tenemos lugar para pensar la coyuntura dentro de sus
límites temporales propios, con este análisis de
las consecuencias la evaluación parcial de los resultados
podría asumir una suerte de cierre a la cuestión.
Sin embargo, lejos estamos de pretender eso en este escrito, en
tanto entendemos que aún queda mucho por
discutir.

En el apartado que estudia los primeros
pasos después del retorno a la democracia, Rapoport dice
que desde los "70 "el peso relativo del sindicalismo en la
sociedad comenzó a disminuir"(32). Sin dudas, las
transformaciones ocurridas en el seno de la clase trabajadora
habían producido cambios en el movimiento sindical, que el
tiempo del Proceso ahondó.

Efectivamente, el objetivo del Proceso, plantea
Fernández(33), fue heterogeneizar a los
subordinados(34). De hecho, logró la
estratificación obrera(35). El mismo
Fernández(36) tratando de explicar la
atomización de la clase obrera posterior a la crisis de
2001, recurre a las tendencias históricas dentro del
sindicalismo, que aquí sólo recordaremos como las
"participacionista", negociadora, "confrontacionista" y
"combativa", para mostrar lo exacerbado de ese fenómeno en
el año señalado. Encuentra el autor en la
política económica de Martínez de Hoz un
condicionamiento fuerte para una dirigencia sindical que desde
ese momento, producto de la desindustrialización y la
fragmentación social operada, entró en decadencia
respecto a su capacidad de liderazgo. Lo cierto es que esas
expresiones sindicales enumeradas, en la actualidad se encuentran
en una situación de estallido, con cambios que para 2002
apenas empezaban a detectarse como conducentes a la
división irrefrenable del movimiento sindical en dos
partes, una tendencia "participacionista" y "negociadora", y otra
"confrontacionista peronista", a las cuales debemos agregar las
corrientes sindicales renovadoras. Así, el partidismo
estrecho, las fracturas y la renovación en la sociedad
civil ponen en riego, sin estas tendencias no se desarrollan con
tiempo y un plan político democrático
sólido, el esperado "fortalecimiento de las instituciones
democráticas"(37) en creciente deterioro. Para el
autor, la fragmentación social, puesta a rodar en el juego
de las posibilidades por las políticas económicas
aplicadas intermitentemente desde 1976, se ha convertido en una
atomización conflictiva.

____________________________________

(32) Rapoport, M.; Historia
económica, política y social de la Argentina,
Emecé, Buenos Aires, 2008, p. 724.

(33) Vid nota 30.

(34) Ibíd., p.
37.

(35) Ibídem, p.
40.

(36) Vid nota 31.

Por su parte, Delich(38) plantea la
cuestión en términos que lo hacen analizar si la
marcada mutación e inmovilidad en las prácticas
obreras durante la dictadura está revestida de elementos
coyunturales o estructurales. Si la inmovilidad fuese coyuntural,
ante un determinado contexto que no se controla, tan solo
cabría esperar un cambio en la coyuntura para el retorno a
la "normalidad" de la evolución histórica dada
circunstancias más propicias. Empero, ese cambio, en
principio coyuntural, podría ser la manifestación
de una anomalía indicadora de una transformación
estructural de relevancia, y en ese caso no cabe expectativa
alguna de vuelta a la "normalidad". Para Delich, escribiendo
aún en tiempos de retirada del poder militar y de
transición democrática, la distinción entre
elementos coyunturales o estructurales es algo primordial, puesto
que sólo puede darnos aproximaciones al porvenir obrero.
Para esta época, es más fácil decir que en
1976 se cerró un ciclo histórico, y no que en 1976
se abrió un nuevo ciclo histórico porque ello
supondría un análisis que para 1983 es complicado
desplegar. El autor, no obstante, deja algunas impresiones sobre
lo que sería del sindicalismo y el movimiento obrero desde
entonces hacia el futuro. Por tanto, dado que el autor esboza una
primera observación al plantear que la inmovilidad,
incuestionable desde el prisma utilizado, puede ser una forma de
acción, dadas las condiciones del momento, la cual,
mantenida en el tiempo, marcaría una transformación
de la estrategia obrera, es decir una mutación, no tiene
más que mostrar cierto pesimismo al respecto. Finalmente,
Delich sugiere un futuro poco promisorio para el retorno a la
"normalidad" del accionar organizativo obrero, esto tras el
silenciamiento que sufrieron las organizaciones corporativas que
provocó un vacío social, de interlocutores, en el
que nada podía reemplazar sus conflictos y expresiones.
Delich no sabe la magnitud de los cambios, pero existieron, y con
esa incertidumbre escribe. El régimen del "76
empequeñece al movimiento obrero, lo distribuye
sectorialmente de un modo distinto, rompe sus ámbitos de
sociabilidad y lazos de solidaridad que sostienen en un conjunto
las expectativas individuales, sumado esto al paso de un Estado
gestor a uno totalitario y a un cambio en el modelo de
acumulación, Delich quiere enfatizar la mutación en
estos planos y la necesaria reacomodación de la estrategia
obrera ante ellos.

Las centrales obreras, como las empresariales, fueron
disueltas y sólo al final de la coyuntura, el de la
lógica de la guerra hasta 1977 y la lógica
política de silencio social que prevaleció
más tarde para operar los cambios socio económicos
gestados, sus actividades fueron permitidas con fuertes
condicionamientos.

__________________________________

(37) Ibíd., p.
27.

(38) Vid nota 2.

Por su parte, Amado Heller(39) señalaba
para 1987 que el movimiento sindical sufría todavía
de los efectos de la derrota de 1976, otro intento de
subordinación por parte del polo dominante. En cuanto a
las consecuencias para el movimiento, Heller plantea, a partir de
la cuantificación de los indicadores económicos que
se construyeron en los primeros años del alfonsinismo,
comparativamente con los de 1974, que el proceso de
adecuación de la industria manufacturera a la
política de transnacionalización de la
economía ha arrojado como resultado modificaciones en el
tipo de clase obrera argentina más allá del propio
Proceso. Por tanto, podríamos concluir que el cambio en el
tipo de clase obrera no es coyuntural, sino estructural, algo que
Delich deja planteado pero irresuelto por la cercanía de
los sucesos que describe, y que si en aquel Proceso de
Reorganización Nacional el movimiento obrero no
llegó a sucumbir volvería a sentir los embates neo
liberales durante el menemismo.

Por su lado, Pablo Pozzi(40), en el
prólogo a la última edición de su trabajo,
también pone atención al largo plazo. Coincidente
con su idea de una obturante oposición obrera, el autor
planteaba en 1988 que la dictadura no logró resolver la
crisis orgánica y de dominación que diagnosticaba,
por tanto, en ese sentido, lo que perduraba en 1983 era una
situación de empate. Veinte años después,
Pozzi piensa que la dictadura de 1976 logró algunas
transformaciones, las que fueron la base material para los
cambios emprendidos por Raúl Alfonsín y rematados
por Carlos Menem. En este sentido, ambos presidentes son
productos de la dictadura, y si hubo alguna derrota obrera de
largo plazo ésta ocurrió durante el gobierno de
Carlos Menem, dado que sólo en los "90 se pudieron
deshacer las conquistas logradas durante el primer peronismo y
transformar la sociedad argentina. Así, cabría
pensar que estas mutaciones en el accionar obrero son
manifestaciones que responden a cuestiones que la "normalidad"
institucional no podría superar, esto es, en
términos de Delich, la clase obrera habría
caído en transformaciones de carácter ya
estructural y que esa llamada "normalidad" no podría
remedar. Este elemento puede ser encarado a partir de la
afirmación de Claudio Lozano(41), quien piensa que
el Peronismo fue, desde la transición democrática,
el elemento disciplinador para el movimiento obrero. Una
ideología con suma recepción entre los
trabajadores, al servicio de la fragmentación del
movimiento.

________________________________

(39) Heller, A., (1987); "Industria
manufacturera y estructura de la clase obrera", en Revista
Realidad económica, Nº 76, tercer bimestre 1987,
Buenos Aires, Editado por el Instituto Argentino para el
Desarrollo Económico (IADE), p. 54-66.

(40) Vid nota 13.

(41) Lozano, C., (1995); "Los
niveles de sindicalización", en Revista Realidad
económica, Nº 133, julio-agosto 1995, Buenos Aires,
Editado por el Instituto Argentino para el Desarrollo
Económico (IADE), p. 5-12.

Precisamente, para Ernesto Ceballos, la Ley de
Asociaciones Profesionales, número 22105, dictada el 15 de
noviembre de 1979, es una versión corregida de las
anteriores tentativas antiobreras, todas diametralmente opuestas
a la legislación laboral peronista. Para el autor, el
Proceso de Reorganización Nacional no formó parte
necesariamente de una nueva división internacional del
trabajo, planeada por la Comisión Trilateral, conformada
por las misivas estadounidense, japonesa y europea. Esta
explicación, recogida por la Multipartidaria en 1982/1983,
vendría a plantear como objetivo del Proceso la
destrucción de la industria nacional y la
reimplantación de la economía agroexportadora.
Según Ceballos, esta fórmula cae en
múltiples anacronismos, soslayando que desde 1930 se han
producido transformaciones sustanciales en la economía, y
que el único punto de encuentro entre la Argentina de 1985
y 1930 es la drástica caída del salario real,
condición imprescindible para transformar el país
en periferia, en carne de las multinacionales. En verdad, dice
Ceballos, el Proceso de Reorganización Nacional vino a
liquidar al Peronismo por su compromiso histórico con la
clase trabajadora, aunque la lucha guerrilla-represión le
sirvió de fachada parar acceder al
poder(42).

Agrega Ceballos que el mundo capitalista occidental ha
sumido al país en el estancamiento, tiene como objetivo la
devaluación del trabajo en el Tercer Mundo. Desde la
crisis del petróleo, en 1973, la relación
centro-periferia se ha advertido como la clave del capitalismo
mundial. Por esta crisis, el capitalismo mundial ha fortalecido
su tendencia a la explotación directa del trabajo
periférico. Así, los países avanzados
procuran un mayor aflujo de valor y plusvalía proveniente
de los países no petroleros del Tercer Mundo, llevando las
inversiones a la periferia, la nueva sección productiva
del sistema capitalista mundial. Justamente, era la
legislación peronista la que protegía al
trabajador, y por tanto debe desaparecer para dar lugar a la
explotación del capital transnacional. Este último
ha sido la solución del capitalismo de posguerra al
problema de la movilidad de la mano de obra que parecía
insoluble, pero dependen del pago de salarios de mera
subsistencia, y con ello de una mano de obra domesticada con una
pobre organización sindical(43). Por eso el PRN
viene a destruía al Peronismo, por su relación con
el trabajador, y su legislación que favorece al sector.
Como se dijo entonces, este requisito de la contracción
del salario a nivel de subsistencia tiene otros, y uno de ellos
es el debilitamiento del poder sindical a fin de permitir a las
transnacionales un fácil control de la remuneración
del trabajador.

Resulta que el Peronismo ha estructurado, más
allá de la muerte del líder y su derrota
eleccionaria en 1983, unos lineamientos sociales que resultan un
gran escollo para planes y objetivos imperialistas:el
sindicalismo, la legislación laboral y previsional, el
régimen de convención colectiva de trabajo. Esto es
una fuerte traba para el capitalismo mundial, Argentina no es un
país libre de obstáculos, aquí existe el
poder de los sindicatos. Estas instituciones, más
allá de la represión el militante sindical, no han
podido ser destruidas, aunque si momentáneamente
suspendidas. Esta contribución de Ceballos daría la
impresión de que la conducta del movimiento obrero es
imposible de entender sin prestar atención a la
ideología dominante en su interior.

_______________________________________

(42) Vid nota 5, p.
65.

(43) Ibíd., p.
84.

En ese sentido, Bieber viene a aportar algo en lo
que extrañamente, dice el autor, Delich no ha reparado,
esto es en la filiación ideológica del sindicalismo
argentino con el peronismo. Para la mayoría del movimiento
obrero, la doctrina peronista constituye el sustrato
ideológico que determina sus demandas y acciones. Tanto
los avances como los repliegues, desde 1976, están
condicionados por este hecho. Es por ello que Bieber trata de
señalar la importancia que este elemento tiene para poder
enjuiciar los logros y limitaciones de la lucha cotidiana del
trabajador y los sindicatos frente al régimen militar.
Desde 1979, el movimiento obrero lucha por el retorno a
posiciones intervencionistas y reguladoras del Estado, como
muchos otros sectores, por esto, Bieber piensa que el futuro
cercano es más previsible que lo que lo observa Delich,
dado que el movimiento lucha por la misma alternativa
politicoeconómica que sostiene en las últimas
cuatro décadas. Para Bieber que a más largo plazo
puede ser que el futuro sea difícil de determinar, pero en
lo inmediato no es así. Esto se debe a que Bieber no
advierte cambios en el carácter tradicional del movimiento
laboral, y probablemente no lo habrá en tanto la
opción política de un modelo de desarrollo como el
que impuso Perón cuente con el respaldo de importantes
sectores nacionales fuera del mundo del trabajo y posea
viabilidad histórica, aunque resulte tan efímera
como el último régimen peronista previo al
golpe.

Esta relación estrecha con el Peronismo, gestada
ya con la irrupción de Perón en la Secretaria de
Trabajo y Previsión, sería importante para entender
las formas en que el sector sindical se vinculaba desde entonces
con el Estado. Aparato entendido como impulsor de las medidas, y
escenario privilegiado para llevar las demandas corporativas. Por
eso mismo, para Novaro y Palermo, el régimen militar
entendía la necesidad de aniquilar el sindicalismo
radicalizado, combativo o "antiburocrático", y,
además, que el sindicalismo debía ser objeto de una
reestructuración desde el Estado, de arriba hacia abajo,
penetrante y duradera, que alterase para siempre los rasgos
básicos del mundo del trabajo, un Estado también
objetivo de hondas reformulaciones. Tras el primer asalto al
sindicalismo sobrevino la discusión interna sobre
cómo hacer de los cambios algo perdurable, cuestión
que evidenció tanto las escisiones internas entre las
Fuerzas Armadas como la participación de lo sectores
obreros referidos en el apartado anterior.

Entre las lecturas más fácticas,
reflejadas en los datos estadísticos por otros,
Falcón expone que el periodo de Martínez de Hoz se
caracteriza por una violenta reestructuración en la
composición de la clase obrera. Durante ese transcurso, la
proporción de obreros industriales de la Población
Económicamente Activa se redujo, aumentando el peso en el
movimiento obrero del sector terciario, además, se
incrementó el cuentapropismo, el cual no asegura movilidad
social ascendente, por el contrario representa una
reducción del ingreso real a mediano plazo y en el status
social. Lo anterior se sumó a un aumento en los sectores
subempleados marginales, y un descenso en el nivel de vida de los
asalariados. De acuerdo a Cywin y Moure(44), estas
tendencias reflejan un desfavorable traslado de la fuerza de
trabajo de sectores más organizados y eficientes a
áreas de menos productividad. Así, ya en 1979 se
percibía una fuga de mano de obra a sectores
independientes en crecimiento, algo que otros autores mencionan
como una estrategia orientada a cumplir con el objetivo de
desorganizar el movimiento obrero, y que se pueden seguir
mediante el análisis de los gráficos comparativos
que presenta Amado Heller a partir de los censos
económicos de 1974 y 1985.

Ya a nivel organizativo, la estructura sindical del
movimiento obrero sufrió la detención,
desaparición, asesinato y exilio de camadas enteras de
activistas, y el cercenamiento durante el periodo de la actividad
sindical. En palabras de Falcón, esta interrupción
de la actividad sindical fue circunstancial, con la apertura de
la democracia fue una situación que pudo retrotraerse.
Pero las huellas dejadas por las modificaciones estructurales que
había sufrido la clase obrera durante el Proceso fueron
"más profundas y duraderas". En ese camino, Alfredo
Masón indica que el disciplinamiento pretendido no
logró quebrar la estructura sindical, pero sí
operó sobre las bases de la marginalidad en la Argentina.
El saldo de este proceso fue haber alcanzado a imponer un
reordenamiento social y, esto según
Fernández(45), la fragmentación
popular.

Con todo, se observa que las condiciones actuales del
empleo, muchas con raíces en la descomposición
gestada durante el Proceso, presentan grandes desafíos a
las organizaciones sindicales. Por un lado, señala Osvaldo
Battistini(46), se hace cada vez más dificultoso
para los dirigentes obreros el reclutamiento de adherentes entre
los nuevos trabajadores. No obstante, Battistini plantea como el
problema mayor para las organizaciones sindicales el "cómo
hacer frente a los problemas productivos y de relaciones
laborales en curso y al mismo tiempo responder a los intereses
cada vez más fraccionados de los asalariados"(47).
Sucede que el modelo verticalista de la organización
sindical fue modelo hasta promediando los "80, hasta entonces su
preeminencia no enfrentaba contradicciones entre el
interés sindical y el de los trabajadores, en cuanto ambas
podían ver articuladas sus demandas a partir del espacio
estatal. Precisamente, para Battistini ese modelo funcionaba con
una estructura de empleo homogénea, hoy inexistente,
así es que ese modelo sindical es obsoleto como esquema de
organización y representación sindical.

_________________________________________

(44) Cywin, M. y Moure, JM.;
"Reflexiones y propuestas frente a la crisis industrial", en
Revista Realidad económica, Nº 37, octubre-diciembre
1979, Buenos Aires, Editado por el Instituto Argentino para el
Desarrollo Económico (IADE), 1979, p. 91 –
112.

(45) Vid nota 9.

(46) Battistini, O.;
"Transformaciones culturales en el trabajo y acción
sindical. Un juego de intereses contradictorios", en
Fernández, Arturo (comp.), Sindicatos, crisis y
después. Una reflexión sobre las nuevas y viejas
estrategias sindicales argentinas, Buenos Aires, Ediciones
Biebel, 2002.

(47) Ibíd., p.
47.

Conclusión

Ha sido nuestra intención en este recorrido,
irremediablemente inacabado, mostrar las diferentes
interpretaciones que a lo largo de más de tres
décadas han surgido de lo actuado, o no, por el movimiento
obrero organizado durante la última dictadura
militar.

Lo cierto es que diferentes enfoques
metodológicos y presupuestos ideológicos suelen
devenir en posiciones muchas veces encontradas, algo a lo que
esta historia no puede escapar. Menos todavía cuando el
objeto de estudio es una porción de la sociedad tan
tradicional como fundamental, ayer y hoy. Precisamente, nuestra
preocupación por el ayer encuentra alguna de sus
motivaciones en el presente que observamos, por eso mismo es que
consideramos pertinente brindar un panorama sobre lo que pensamos
como consecuencias para el modelo de organización y
acción sindical una vez terminada la dictadura. Ese
último apartado, tiene su razón de ser en los ejes
anteriormente propuestos, puesto que los procederes, en materia
de la demanda y las relaciones con el Estado autoritario,
podrían traernos pistas de lo hecho entonces, en pos de
elaborar respuestas a las incógnitas que el ahora nos
entrega el cotidiano de la organización
sindical.

No es nuestra intención clausurar aquí
este tema, por el contrario, la aparición de nuevos
estudios "desde abajo" hacen que el arco de posibilidades se
amplíe todavía más. Generando esto
último una atención permanente hacia nuestro
asunto. Por lo pronto, nos parece auspicioso propiciar nuevas
investigaciones, entre ellas algunas mencionadas aquí. Al
respecto, el estudio de los vínculos entre parte del
empresariado local y la dictadura, sobre todo el compromiso de
los primeros para con los métodos represivos efectuados,
nos sigue pareciendo un tema interesante. Lo mismo ocurre con
algunas representaciones comunes que denuncian el verticalismo de
la jerarquía sindical tras el Proceso, y las
enunciaciones, aún presentes entre nosotros, que narran
cierta bonanza en materia laboral para el período debido a
una situación de pleno empleo que supondría chances
de salirse del control de los salarios suscitado por el plan
autoritario de parte del trabajador y, quizás, realidades
diferentes para cada rama de la actividad.

Mas no podemos dejar de alentar los intentos de
desenmarañar esta peculiar historia marcada por avances y
retrocesos al calor de disputas por la instauración de un
tipo de sociedad, todavía actualmente en
proceso.

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Autor:

Eduardo Corvala

Partes: 1, 2
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