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La necesidad de aprender a filosofar (página 2)



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Utilizo con frecuencia algunos términos como "hombre", "joven", "alumnos", "estudiantes", etc., como conceptos universales, como conceptos genéricos, para referirme a la persona, tanto en su sexo femenino como masculino, sin ningún tipo de discriminación o preferencia por un ser de un determinado sexo. Así mismo, denomino "medios de información" a los mal llamados "medios de comunicación", ya que éstos, en esencia, no son medios de comunicación, no comunican, escasamente "informan"; comunicación es un intercambio biunívoco, bilateral, es decir, en doble sentido, entre dos o más interlocutores, de mensajes, ideas, opiniones, informaciones, etcétera. Tal como funcionan la mayoría de "medios de comunicación" (salvo pocas excepciones), condicionados por nuestro sistema de producción capitalista, sólo nos brindan "informaciones" (muchas veces sesgadas, imparciales, manipuladas, tergiversadas y "maquilladas") unilaterales, en donde el oyente, lector o espectador solamente recibe "informaciones" en una sola dirección, sin la posibilidad de tener un contacto directo y activo con su "interlocutor"; no hay espacio para la retroalimentación: proceso de "ida" y de "venida".

Introducción

"Querer saber, querer pensar: eso equivale a querer estar verdaderamente vivo".

Fernando Savater.

Como persona inquieta por el saber filosófico y consciente de su inconmensurable importancia para el mejoramiento de la calidad de vida, he realizado una amena y apasionante labor "investigativa" en este vasto campo. Fue así como surgió la idea de escribir un texto en donde me propongo, sin mayores pretensiones, resaltar su importancia en la educación y acercarme un poco al fascinante y complejo mundo del filosofar y exponer las razones argumentadas por las cuales es necesario que los jóvenes estudiantes aprendan el apasionante y difícil arte de filosofar.

Mi paciente labor me llevó a estudiar, leer, pensar y razonar filosóficamente. Esa tarea permitió que entrara en contacto con profesores y libros de filosofía, quienes me hicieron valiosos aportes para emprender la quijotesca aventura de escribir un texto (que en ningún momento pretende "dárselas" de original) para tratar de entusiasmar a las personas por el estudio de la filosofía, especialmente a los jóvenes.

Esta especie de "diálogo" con los filósofos y una profunda reflexión sobre el vasto horizonte de la filosofía me permitieron solazarme en la grata experiencia del saber y del quehacer filosófico. Fueron grandiosos los aportes de los libros consultados; algunas frases, párrafos e ideas las tomé de manera textual y de otras me "apropié". Muchos aspectos de interés los complementé con mis reflexiones y otros los confronté con mis inquietudes filosóficas y con las de otros autores. Todo ello buscando el dinamismo del texto para que el amable lector pueda encontrar orientaciones para adentrarse en el asombroso mundo de la filosofía.

Es importante destacar la influencia de Manuel García Morente,
Fernando Savater, Juan Pablo Feimann, Simón Mario Gómez, Roberto
José Salazar Ramos, Hernando Barragán Linares, Eudoro Rodríguez
Albarracín, Juan José Adrados, Germán Marquínez
Argote, Luís José González Álvarez, Fernando Estrada
Gallego, Manuel Hernán Rivera Navarro, Fredy Salazar Paniagua, Olga Lucía
Celis Salazar, Blanca Inés Prada Márquez, Reinado Suárez
Díaz, Rafael Méndez Bernal y Diana Uribe Forero, brillantes filósofos;
y agradecer a mis maestros de filosofía de la Universidad Santo Tomás,
por su valioso aporte personal y de sus textos. Asimismo, expreso mi más
sincero reconocimiento al profesor Jorge A. Deháquiz M., ya que el contenido
de su libro "¿Enseñar Filosofía o Aprender a Filosofar?",
publicado por la editorial ASED, de Bucaramanga, en 1995, y de sus enseñanzas
en la universidad orientaron parte de mi labor y me vi en la "imperiosa"
necesidad de "adueñarme" de algunas de sus ideas, planteamientos
y hasta de ciertos párrafos. Expreso un especial agradecimiento a www.monografías.com
porque me aportó valiosa información para la elaboración
del presente texto.

Es muy posible que los amables lectores, ya posean espíritu crítico y hermenéutico o no, encuentren algunas contradicciones en el presente texto. Pero ¿acaso la filosofía está exenta de contradicciones? Una de las características del pensamiento filosófico es eso: ¡contradicciones! Éstas son necesarias porque sirven para enriquecer el debate de las ideas. Si el pensamiento es dialéctico, entonces en él están ínsitas las contradicciones. El filósofo como ser dialéctico se nutre de las contradicciones, privilegiando este concepto e instituyéndolo como principio fundamental de la existencia de todas las cosas. El genial escritor José Saramago nos dice en su Caverna que "sabríamos mucho más de las complejidades de la vida si nos aplicásemos a estudiar con ahínco sus contradicciones en vez de perder tanto tiempo con las identidades y las coherencias, que ésas tienen la obligación de explicarse por sí mismas". Para éste, el alma humana es un pozo infestado de contradicciones. ¡Qué paradójico! La existencia misma se manifiesta en aspectos contradictorios.

El texto consta de ocho apartados, todos estrechamente vinculados y articulados entre sí, debido a que algunos temas, tratados de manera amplia en cada apartado, se retoman, así sea de forma "pasajera", en los diferentes "capítulos". El en primero, donde se pregunta por el valor de la filosofía y se argumenta por qué debe estudiarse, se exponen y revisan ciertas objeciones en contra de la filosofía e "intento" defenderla; muestro las razones por las que es conveniente aprender a filosofar, debatiendo si es posible enseñar a filosofar y especificando los sectores de la realidad propicios para el grato y productivo ejercicio del filosofar.

En el segundo trato de sensibilizar al estudiante sobre los beneficios que le ofrece la filosofía y el filosofar, incitándole a que asuma una actitud seria y comprometida ante el quehacer propio de esta actividad. Aprender a filosofar le permitirá plantearse preguntas y buscar respuestas que lo inquietan e inquietan a quines vivimos en su entono y en su mundo. El sentido del filosofar lo llevará a entender su realidad y la de su contexto, suscitándole inquietudes que lo motivarán a aprender a pensar como una manera de superar su pequeño universo cotidiano, en donde no se asume una actitud crítica para cuestionar y replantear lo establecido y lo inauténtico.

Si aprender a pensar, a filosofar, es una tarea difícil, ¿cómo será la tarea de enseñar a pensar, a filosofar? Igualmente difícil; es posible que un poco más compleja. El tercer apartado o "capítulo" de este trabajo es un llamado al compromiso que tiene el docente de filosofía en su quehacer académico para que se convierta en artífice y facilitador del proceso didáctico y pedagógico en el que el estudiante pueda aprender primero a amar la filosofía, y de esta manera, profundamente motivado, aprenda a filosofar.

Con el aporte del profesor de filosofía Jorge Dehaquiz y de otros pedagogos expertos en didáctica de la filosofía, expongo de manera breve y sin mayor profundización, en el tercer apartado del presente texto, la metodología que, a juicio de ellos, de mi experiencia y reflexiones, constituyen una propuesta eficaz para enseñar al estudiante a filosofar.

De la reflexión sobre la problemática de la búsqueda de identidad de los adolescentes, es decir, de los estudiantes a quienes se les enseña a filosofar, se encarga el quinto capítulo de este documento. En él se explica qué es la búsqueda de identidad y cómo alcanzarla, y se diserta sobre el complejo universo adolescente y se esbozan pautas y criterios para que el docente de filosofía, con su sagacidad y experiencia, contribuya de una manera apropiada al logro de esa tarea existencial del joven a través del filosofar.

Como la finalidad suprema del filosofar es aprender a pensar por sí mismos y por generar y fortalecer una conciencia o un espíritu crítico con el ánimo de ser personas libres, autónomas y hábiles en la toma de nuestras decisiones, el apartado sexto lo dedico a la disertación argumentada de la necesidad de desarrollar y desplegar estas facultades tan útiles para la construcción de un proyecto de vida personalizado, en donde no seamos víctimas de la alienación, la instrumentalización y la domesticación, factores con los que nuestra sociedad manipuladora, utilitarista y consumista pretende despersonalizarnos.

El filosofar como arte de vivir y como medicina de la mente es el tema de la séptima "estación" del recorrido de este libro. En esta sección trato de mostrar de manera sencilla y breve cómo la filosofía (o el filosofar) nos puede servir, además de enseñarnos a "pensar por sí mismos", para intentar cincelar el difícil y complejo arte de vivir, y para acudir en su auxilio en procura de solucionar algunos problemas psicológicos y "enfermedades mentales" a través de la "asesoría filosófica".

Finalmente, en el capítulo octavo esbozo de manera sucinta el proceso histórico de las ideas y corrientes filosóficas y su influencia en nuestra cotidianidad, ya que la filosofía occidental ha sido la que ha plasmado nuestra civilización, y en ello se aprecia la influencia de pensadores como Platón y Aristóteles, quienes, a pesar de algunos desaciertos, establecieron las bases o cimientos de la cultura en que vivimos; sus ideas, de una u otra manera, direccionan nuestra manera de ser y de entender y vivenciar la realidad que nos circunda y condiciona.

Acudiendo a las palabras de Augusto Ramírez, autor del libro Consumismo, familia y sociedad, concluyo afirmando que lo que es indispensable para asimilar el contenido de este libro, es la disposición a correr el riesgo de pensar. Es el convencimiento de que solamente pensando el mundo con nuestra cabeza tendremos la oportunidad de mantenerla sobre los hombros.

¿Qué puede pues guiar a un hombre? Una única cosa, la filosofía.

Marco Aurelio.

Cuál es el valor de la filosofía y por qué debe estudiarse?

Antes de entrar a determinar cuál es su valor y por qué debe estudiarse, es procedente presentar algunas de las múltiples objeciones en contra de su "enseñanza" y del quehacer filosófico en general, porque son muchos sus detractores, debido a que la consideran como una especulación inútil, "sin oficio ni beneficio". Luego de conocerlas, procederé, con la ayuda de grandes intelectuales, docentes de filosofía y defensores de ésta, a demostrar por qué es importante la filosofía y por qué es necesario aprender a filosofar. Comencemos, pues, con las objeciones, las cuales merecen ser revisadas con conciencia crítica, porque algunas ¿podrían tener relativo fundamento?

Objeciones en contra de la filosofía.

Muchos no son partidarios de la enseñanza de la filosofía ni del filosofar, debido a los (¿aparentemente?) escasos resultados prácticos que se obtienen de esta actividad tan "extraña" y compleja. Fernando Savater, defensor de la "enseñanza" de la filosofía, sostiene que los detractores de la filosofía dicen que no sirve. La falta de motivación por este quehacer podría estar fundada en el hecho de pensar (¿y constatar?) que la filosofía no prepara al estudiante para desarrollar una actividad lucrativa, tal como sí lo hacen otros saberes útiles que ofrecen algunas ciencias y la tecnología. Lo inútil no sirve, tal como lo reconoció Goethe en su "Fausto", cuando afirmó que "lo que no presta utilidad, es un trasto inútil; ¡sólo presta servicio aquello que, cuando se necesita, se tiene!". Así, nuestro contexto capitalista, bajo el imperio del dinero, no sería escenario propicio para la reflexión filosófica, porque el acelerado avance científico y tecnológico incrementa el consumismo que sólo se satisface con dinero. "El vulgo se satisface con el oropel y el éxito", sentenció Nicolás Maquiavelo, y "para poder y atreverse a decir grandes verdades es necesario no depender del éxito", aconsejó Juan Jacobo Rousseau. "La mayoría de las gaviotas no se molesta en aprender sino las normas de vuelo más elementales: como ir y volver entre playa y comida. Para la mayoría de las gaviotas, no es volar lo que importa, sino comer妱uot; Este fragmento de Juan Salvador Gaviota, de Richard Bach, es toda una alegoría que nos invita a una reflexión profunda sobre la existencia inauténtica, carente de reflexión crítica y de sentido.

Afirmar que la filosofía "no sirve" o que es "inútil", es el eco de lo que se piensa al interior de una sociedad que inculca opiniones producto de un proceso ideológico y, por ende, de un condicionamiento cultural; es ignorar el estrecho vínculo entre filosofía y sociedad. Es por ello que, al desconocer el condicionamiento social sobre el pensamiento y el carácter social de las ideas, no se puede comprender en toda su dimensión la importancia y la utilidad de la reflexión filosófica, de la filosofía misma. "A quien desconozca la dinámica de las ideas dentro de la estructura social –advierte un manual de filosofía (Filosofía, perspectiva latinoamericana)-, la filosofía siempre le parecerá una especulación ajena a la vida y, por tanto, inútil y sin sentido". Aristóteles planteaba en su Política que lo que creemos útil no es más que lo que nos complica y nos es inservible. "Los bienes exteriores y las cosas que se dicen útiles son precisamente aquellas cuya abundancia nos embaraza inevitablemente, o no nos sirven verdaderamente para nada".

Teniendo en cuenta el carácter social y público de la filosofía, "negar el nexo entre filosofía y sociedad –aclara Eudoro Rodríguez Albarracín en su Problemática sobre la historia de las ideas filosóficas- sería condenar la historia de la filosofía a un recuento estéril e irreal de doctrinas abstractas sin conexión con los problemas básicos de cada época". Ubicar la filosofía dentro de una estructura social en un contexto cultural determinado facilita entender que ésta "no escapa de por sí al conjunto de sobredterminaciones materiales, sociales e históricas del todo social", tal como señala este último autor en su extenso ensayo titulado Introducción a la filosofía. El psicoanalista Erich Fromm nos dice en Miedo a la libertad que, toda vez que el sujeto de las ideas es la entidad básica del proceso social, para entender la dinámica de éste "tenemos que entender la dinámica de los procesos psicológicos que operan dentro del individuo, del mismo modo que para entender al individuo debemos observarlo en el marco de la cultura que lo moldea". La relación del hombre con la cultura es doble, de acuerdo con la opinión del texto didáctico Filosofía, perspectiva latinoamericana: "Por una parte la cultura es producto del hombre. Pero, por otra, el hombre es producto de la cultura". La cultura, que es una dimensión universal y diferenciante del ser del hombre, está compuesta por industrias (medios técnicos de la producción), instituciones (conjunto de normas y organizaciones) y valores (formas peculiares como un grupo aprecia y estima los distintos aspectos significativos de la existencia).

El impresionante y necesario avance del saber científico y de su brazo armado (la tecnología) sería una "realidad" aparente de que lo práctico se imponga sobre lo teórico, lo concreto sobre la especulación. Esta "invisible" apariencia nos muestra una evidente y patética realidad: debemos ser más pragmáticos, buscar lo práctico, lo útil, lo rentable, lo que produzca dinero, máxime si ésta es una sociedad capitalista, cuyo Dios es el Todopoderoso Dinero. Y para conseguirlo hay que hacer lo que sea, cueste lo que cueste; no importa si por correr tras él haya necesidad de perder la dimensión espiritual del hombre, despersonalizarse.

Son los medios de información, precisamente producto del desarrollo
tecnológico, los que, además de fomentar violencia de manera directa
e indirecta (más indirecta que directa), nos "venden" la idea
de que la felicidad y el éxito en el amor proceden de la influencia omnipotente
del dinero. La televisión, por ejemplo, pretende inculcar la percepción
de una vida carente de sentido humano y de los ideales que supuestamente deben
guiar la educación, provocando en quienes no tienen espíritu crítico
que se familiaricen con funciones sociales normativas y estereotipos que obedecen
a criterios discutibles o a patrones de conducta de otros; así mismo,
con diversos ardides, sofismas y falacias, procura "sensibilizar"
persistentemente el principio de que el éxito depende del consumo, y
de que es siempre el más fuerte el que triunfa; y propone una idea de
la felicidad basada en valores egoístas sin referencia a la solidaridad
con los demás. Cuando encendemos el televisor, tal como nos decía
el egregio filósofo Estanislao Zuleta, nos "bombardean" con
mensajes que nos dicen que "la felicidad se encuentra en consumir, en comprar
algo", y que si usamos determinada loción nos "lloverán"
pretendientes para prodigarnos "amor". El psicólogo, investigador
e intelectual Augusto Ramírez (un autor y obra que citaré con
frecuencia), al respecto, en un libro Consumismo, familia y sociedad, señala
que "bajo la apariencia de una pluralidad de opiniones, del libre flujo
de la información, de la libre concurrencia del mercado, nos proponen
miles de productos y una sola idea: comprar. El pensamiento único que
imponen tiene múltiples presentaciones, infinitas etiquetas pero una
sola opción: comprar. El consumo como la finalidad de la vida, el mercado
como único escenario racional posible堅l televidente-consumidor siempre
tendrá que ver el mundo por la ventana que el mercado elige堅l modelo
consumista es irracional en la medida que pretende imponer el consumo como único
fin de la vida y el despilfarro de los recursos agotables como la única
vía de un desarrollo sostenible堌a adicción consumista al mercantilizar
todos los medios de gratificación, a limitado los recursos de adaptación
humana, dejando a la gente indefensa ante las presiones del medio堌os falsos
valores del hedonismo materialista al empobrecer la vida espiritual, al mercantilizar
todas las vías de gratificación y autoafirmación humana,
ha cerrado todos los horizontes vivénciales, enclaustrando el sentir
y el pensar dentro de la unidimensionalidad del mercado. Esta cosificación
del Ser, ha convalidado la irracionalidad del consumismo, imponiéndolo,
no solo, como la mejor manera de vivir, sino como la única posible堄onde
el acto de comprar ha sido impuesto como la forma universal de gratificación
personal y la única manera de apuntalar la autoestima, el no tener dinero,
el no poder comprar es

sentido como una derrota personal, como una humillación desmoralizante. La imposición de los valores del mercado como cualificador de todas las relaciones humanas, ha mercantilizado el vivir, convirtiendo la sociedad en un gran bazar y a toda la gente en mercancía".

Eduardo Galeano en sus Días y noches de amor y de guerra precisa
que la mayoría debe resignarse al consumo de fantasía, pues se
venden a los pobres ilusiones de riqueza, a los oprimidos ilusiones de libertad,
a los vencidos sueños de victoria y a los débiles sueños
de poder. "El éxito en el amor, en la sexualidad o en las relaciones
humanas; la imagen de sí o la identidad; todo se compra y entonces del
dinero es el dios, consígase como se consiga, porque a uno no le preguntan
los vendedores cómo lo consiguió", precisa en su libro póstumo
Educación y democracia, un campo de combate. En esa "lógica"
ilógica comprar algo es lo que da valora la vida y no el pensar por sí
mismo, en el vivir una existencia reflexiva. "En el fondo lo que cuenta
–aclara Zuleta- es conseguir la plata como sea, pues el esfuerzo no está
valorado, si no el consumo, y por lo tanto hay que consumir. Lo único
que diferencia a los hombres entre sí, según el mensaje de la
publicidad, es lo que compran. Y si lo único que diferencia y abre las
puertas al amor, a la felicidad, a la realización, es el consumo, entonces
el dinero es Dios". Vale aclarar que me identifico con Zuleta no porque
sea de izquierda, marxista, socialista o comunista; mi simpatía con éste
es por su conciencia crítica, por su condición de iconoclasta,
desmitificador, reaccionario y contestatario; porque era un "pensador".

Los medios de información no cumplen a cabalidad una función social; muchas veces están al servicio de los monopolios, del Gobierno y de los políticos, quienes hábilmente los aprovechan para fortalecer el poder, incrementar el consumismo, alienar y masificar al pueblo, adoctrinar y emitir publicidad política falaz y demagógica. Son hábiles en sus argumentaciones demagógicas, con las que, a través de certeras falacias y sofismas, convencen aprovechando los sentimientos o creencias del populacho. Mediante falacias promocionan productos "con recursos que nada tienen que ver con el producto mismo (porque está de moda, porque se acompaña de bellas mujeres su exhibición, porque lo usa gente refinada, etc.)", precisa el jurista Gustavo Isaac Pinzón González (Filosofía del derecho). En nuestra sociedad biclasista, según la psicóloga Leonor Noguera Sayer, en su libro "En Busca de una Vida Propia", los medios de información "se rinden y se pliegan ante los enamorados del poder, quienes con su ayuda configuran hoy el monopolio más recio, más incisivo y más sutil". Con su publicidad alienadora y con su falsa información manipulan y crean un mercado artificial de necesidades y productos sin fin. No podemos desconocer que los medios de información, a través de su contundente ideología, actúan de manera gradual y uniforme para permear los modelos educativos con el ánimo de inculcar los valores convenientes a los organismos empresariales, educando para la obediencia y la disciplina, es decir, para la domesticación. Es así como en la "escuela" no se propician espacios para la reflexión, la discusión razonada y el uso de la libertad. Si el estudiante no cultiva su espíritu crítico difícilmente podrá detectar e rechazar los esquemas de dominación que lleva implícitos la "educación" que diseña, imparte e impone el gobierno, el establecimiento y/o el sistema o modelo cultural, político, económico y social imperante.

Dentro de la dinámica arrolladora de los medios de información, "los objetivos vitales y los valores –agrega Noguera Sayer- pierden su orientadora claridad, para convertirse en esquemas, en fórmulas transaccionales que conducen a flojos y cómodos acuerdos. El análisis de las ideas, la búsqueda del conocimiento profundo, la construcción de las interpretaciones y de los conceptos, se reemplaza frecuentemente por códigos y mecanismos comunes, que eximen de la temida tarea de pensar". En concepto del psiquiatra Paulino Castells, citado por Jorge Alcalde (en la revista Muy interesante), "debido a los numerosos episodios de agresión que se exponen en la televisión, los niños sobreestiman la violencia real y eso aumenta sus relaciones de miedo y soledad". El contundente y revelador punto de vista del aludido Zuleta llama la atención cuando aclara que los medios de información "han fomentado la violencia mucho más en una forma indirecta que directa; no tanto porque presenten escenas violentas o héroes que obtienen siempre la victoria por medios violentos sino sobre todo porque presentan el éxito y el consumo como el último fin de la vida". Un televidente colombiano observa noticieros y películas sobre tiroteos, violencia infantil, violencia entre adultos, matanzas, secuestros, tomas guerrilleras y otras escenas violentas. ¿Qué hacer? "La responsabilidad es compartida entre los padres, los educadores y las autoridades encargadas de velar por los contenidos. Pero recae en los primeros la decisión final de optar por encauzar el tiempo de ocio de los pequeños", agrega Alcalde.

Comparto el aserto de Augusto Ramírez de que la televisión como medio de información no es nocivo en sí mismo; por el contrario, puede ser un excelente medio de distracción educativa. Lo que es nocivo es su contenido y su excesivo uso. Como la energía nuclear, la televisión se puede usar para enriquecer la vida o para extinguirla. La televisión, en sí misma, en dosis moderadas, no es dañina, por el contrario puede ser un excelente instrumento pedagógico, tanto para la educación formal temprana, como para la formación cultural de niños adolescentes y adultos.

La dimensión espiritual, que tiene "hambre de verdad", sólo se enriquece si hay acceso a ella. La riqueza espiritual, en comunión con la naturaleza y la sociedad, permite que el hombre se oriente en su búsqueda de la verdad. El mundo de lo aparente atrae y extravía inexorablemente a quien no logre desarrollar su dimensión filosófica. Para quienes no tienen el don de la reflexión profunda, el fenómeno de la globalización es un hecho tangible, evidente y palpable que nos debe convencer que lo práctico debe imponerse, debido a que somos una "aldea global" que necesita "ver" más allá de nuestro entorno para buscar el progreso económico y el desarrollo en diversos tópicos de la cotidianidad, dentro de los cuales es muy importante el revolucionario universo de las comunicaciones. ¡Eso sí!, "la filosofía ni salva ni resucita, sino que sólo pretende llevar hasta donde se pueda la aventura del sentido de lo humano, la exploración de los significados"1. Gracias a ella alcanzamos la magnanimidad. La filosofía "consiste en ampliar el campo de la visión mental, en concentrarse en ideas elevadas y cuestiones sublimes, en abandonar la mentalidad pueblerina para contemplar el vasto mundo de que somos ciudadanos"2. La filosofía interesa a quienes tienen vocación filosófica. Tal como lo plantea el filósofo y "consejero filosófico" estadounidense Lou Marinoff, en su libro Más Platón y menos Prozac, el intercambio de ideas es un valioso lujo (pese a no figurar en los listados de cotización de Wall Street) y es gratis en casi todos los casos, y aclara que los cafés filosóficos están devolviendo a la filosofía su cometido original de proporcionar alimento al pensamiento de las personas en la vida cotidiana animándolas a profundizar en su vida. En nuestro contexto, dominado por el poder de la ciencia y la tecnología, filosofía y práctica son dos palabras que no suelen vincularse, pero lo cierto es que la filosofía siempre ha proporcionado herramientas para que la persona se enfrente a los problemas prácticos de la vida cotidiana.

"¿Para qué filosofar?", preguntan algunos detractores de la filosofía. "Con hambre no se puede filosofar", advierten otros. Veamos en qué fundamentan sus inquietudes. Con escasas excepciones, los grandes filósofos nacieron, vivieron y filosofaron en el seno de familias adineradas, poderosas o allegadas al poder político, económico o religioso. En el libro "Clásicos del Pensamiento Resumidos", de Rafael Méndez, encuentran evidencias para sustentar parte de este aserto3. Heráclito "era miembro de una familia real y por tanto destinado al ejercicio del poder妱uot; Platón era "miembro de la más alta nobleza妱uot; Séneca "participó en la corte de los emperadores妱uot; Santo Tomás de Aquino "era hijo del conde Landolfo de Aquino堮ació en el Castillo de Roccasecca妱uot; Francis Bacon "妵e nombrado canciller de Inglaterra y obtuvo el título de barón de Verulam". Maquiavelo pertenecía "a una excelente familia de la burguesía toscana妱uot; Descartes "era hijo de una familia de renombre妱uot; Tomás Hobbes "buena parte de su vida intelectual la dedicó a sus labores como preceptor de la nobleza". John Locke era el hombre de confianza de "Lord Asheley, conde de Shaftesbury, consejero plenipotenciario de Carlos II妱uot; Por su parte, el Diccionario Filosófico, de Leonor y Hugo Martínez Echeverri, dice que Aristóteles "fue amigo de Amintas II, rey de Macedonia堆ue preceptor de Alejandro Magno a solicitud de Filipo de Macedonia". Arthur Schopenhauer perteneció "a la alta burguesía de su país; su padre era un rico comerciante y su madre una culta novelista". Paul Henri Holbach pudo dedicarse por completo al estudio de la filosofía gracias a "su título de barón y su sólida estabilidad económica". Friedrich Engels era "hijo de un industrial妱uot; Claude Henry de Saint-Simón pertenecía "a la nobleza妱uot; Marco Aurelio fue "emperador romano de la dinastía de los Antoninos妱uot; Germán Marquínez Argote señala en su Benthanismo y antibenthanismo que Jeremias Benthan recibió una herencia que le permitió una sólida situación económica que le permitió, "durante el resto de su larga vida de soltero, una existencia confortable en su residencia de Londres".

Así, muchos otros filósofos procedían de familias con gran poder económico o político. Esto es evidente, pero la filosofía satisface el "hambre de verdad" mas no el hambre de comer. Sólo quienes tienen "hambre de verdad" y se preguntan por la dinámica real, son partidarios de la filosofía. Marx afirmaba que la filosofía no debe ser aristocrática, es decir, hecha por hombres al margen de la vida común, sino que debe estar hecha a la medida del hombre medio, del hombre que tiene necesidades y vive en sociedad.

Como autodidacto "consagrado" y como "filósofo profesional", egresado de una de las más prestigiosas universidades del mundo (Santo Tomás) e inmerso en una cultura profundamente influenciada y dominada por el poder del dinero, en los albores del siglo XXI, debo aceptar provisionalmente que el quehacer filosófico (no la filosofía) no produce dinero (el amo y señor en muchas circunstancias), pero sí genera un valioso "capital" para el "alimento" de la dimensión espiritual (en el auténtico sentido filosófico de la palabra), para el fortalecimiento del espíritu humano, para la actividad del espíritu, para el cultivo del espíritu. Necesitamos tener presente, tal como nos advierte el profesor Miguel Ángel Ruiz García, que el filosofar no se limita a teorizar sobre la naturaleza, la estructura y el funcionamiento del cosmos, ni a la actividad profesional para ganar en sueldo, sino que se trata de un modo de existencia, una forma de vida, un cuidado de nosotros mismos, un cultivo de afectos, pasiones y placeres. La filosofía, el filosofar, como se sabe, reflexiona sobre el ser (ontología), sobre el saber (gnoseología) y sobre el obrar (ética). La filosofía, el filosofar, nos facilita hacernos cargo de nuestra existencia. Como, desgraciadamente el dinero es la llave que "abre" muchas puertas del degradado contexto en donde se desenvuelve mi cotidianidad, necesito éste para sobrevivir y para que sobreviva y se eduque mi familia, el filosofar sólo me aporta satisfacciones espirituales, incrementa mi amor por el conocimiento y la sabiduría, me fortalece éticamente, me permite entender la política, satisface mi necesidad de saber y comprender, me ayuda a encontrar sentido a la vida, me permite percibir, interpretar y sistematizar la realidad de manera coherente, desarrollar y fortalecer mi conciencia crítica, pensar por mí mismo, pero no me aporta dinero. ¿Qué se puede hacer para sobrevivir (alimentarse, vestirse y educarse) sin dinero?

¿Ante el abrumador poder del dinero puede resultarnos de utilidad económica filosofar? Muy poco. Los grandes filósofos nunca fueron pobres económicamente. No filosofaron desde, entre y dentro de la miseria económica. Pero, si bien es cierto que el filosofar no es lucrativo, no podemos desistir de tan asombroso y maravilloso quehacer. A pesar de que para el filósofo no hay actividades "prácticas" que le generen dinero (como profesor hay pocas oportunidades), la filosofía ha tenido, tiene y tendrá un espacio en la educación como cualquiera otra materia académica. Así como en la educación de nuestro entorno se imparten otros saberes (muchos de ellos poco lucrativos), la filosofía debe conservar y fortalecer su lugar. En concepto del profesor Félix María Moriyón (¿Para qué enseñar filosofía?), una característica posible de la filosofía es el hecho de que permanentemente se cuestiona su legitimidad, por lo que los filósofos se ven obligados a defender la legitimidad de su actividad. Algo similar se puede decir de la enseñanza de la filosofía; desgraciadamente no goza del suficiente reconocimiento social como para que su presencia sea algo aceptado sin discusión previa, como ocurre con la enseñanza de otras disciplinas. Las matemáticas, la religión, la historia, la geografía, entre otras asignaturas, ¿son realmente lucrativas? ¡No! Es posible que la informática y la contabilidad, sí. Pero el estudiante no se puede convertir sólo en una máquina productiva, también debe humanizarse. ¿Cómo se humaniza? Con la ayuda de la filosofía, aprendiendo a filosofar. Los detractores de la filosofía es necesario que recuerden las palabras del filósofo Francis Bacon: "No se han de estimar inútiles aquellas ciencias que no tienen uso, siempre que agucen y disciplinen el ingenio". La filosofía agudiza y disciplina el ingenio.

Como una salida a semejante encrucijada, temporalmente es conveniente proponer que el estudiante aprenda cosas "prácticas", con el apoyo de la filosofía. "Primero trabajar, luego filosofar", parece ser la divisa. Pero lo ideal debería ser lo contrario: primero filosofar, luego trabajar; es decir, primero ser y después hacer para tener. En nuestro entorno capitalista y en un mundo globalizado, dominado por la política, la ciencia, la tecnología y el avasallante poder del dinero, pareciere no haber espacio para ideales. "Primero comer, después reflexionar" es la ley. Proponer lo contrario, sería iluso. El filósofo es consciente de ello, porque la filosofía, en lugar de alejarlo, lo acerca profundamente a la realidad y lo sitúa en ella. El arrollador poder del capitalismo tiene su ley: primero el dinero, después la humanización. Primero conseguir dinero que ser persona. El filosofar nos convierte en auténticas personas, pero esa no es la ley del capitalismo. ¿Qué se puede hacer? Quienes filosofamos somos pocos, muchos los poderosos por la influencia del dinero. El dinero manda y da poder, y el poder es para "poder". ¿Será cierto que el poder vuelve estúpidos a los hombres?

El quehacer del docente de filosofía involucra la actividad de procurar que el estudiante comprenda que, si bien es cierto que en nuestro contexto, el filosofar no es lucrativo materialmente, aprenda a filosofar como una forma de humanizarse, porque muy poco le aportarán los conocimientos "prácticos" si el influjo del dinero (¿corruptor?) lo despersonaliza.

Los detractores de la filosofía han llegado al extremo de ridiculizarla y menospreciarla de tal manera hasta proponer que es útil堰ara asaltar bancos. Tibor Fischer, en su novela Filosofía a mano armada, presenta a un profesor de filosofía, fracasado y borrachín, planeando y asaltando bancos según pautas de algunos sistemas filosóficos. "Como método para atracos los sistemas filosóficos se muestran en la novela mucho más útiles de lo que suelen ser en otros campos"4. La civilización islámica también concibe la filosofía como algo poco práctico, a juzgar por un pasaje de la novela Ekkehard, del escritor alemán Josef Viktor von Scheffel, publicada en el siglo XIX. Un musulmán preguntó a otro qué era filosofía, ante lo cual obtuvo como respuesta que "cuando alguien no sabe por qué está en el mundo y se le mete en la cabeza saberlo" es lo que en Occidente se llama filosofía. El otro, con un sentido más práctico, observó que "el que tiene una espada en la mano y un caballo entre sus piernas, ése sí sabe por qué está en el mundo". Lo que desconocía este musulmán era que las ideas y los dogmas de El Corán (el libro sagrado de los musulmanes) y la imposición de estas doctrinas alienatorias fueron la base de la civilización islámica que se convirtió en imperio sometiendo a los demás con el poder de la espada. "La pluma es famosa por ser inmensamente más poderosa que la espada, y el poder de las ideas (de las doctrinas) sobrevive a la autoridad de los gobiernos. Ni siquiera los mayores imperios, al depender del poder de la espada, pueden durar para siempre. Los poderes espiritual e ideológico son más fuertes a largo plazo", precisa el filósofo Lou Marinoff, en su libro "Más Platón y menos Prozac".

Muchos han llegado al extremo de "profetizar" el fin de la filosofía. Así lo planteó el filósofo Augusto Comte en el siglo XIX, porque lo que éste llamaba la etapa metafísica había sido superada por la etapa positiva, en la que la filosofía viene a ser reemplazada por las ciencias positivas. Y desde Comte se sigue "hablando" del fin de la filosofía. Sin embargo, la filosofía sigue y seguirá muy viva. Algunas formas de filosofar es posible que tengan un fin. "Se puede hablar, por ejemplo, de un fin del cartesianismo, de lo que se ha llamado la metafísica de la subjetividad; hay un fin de la metafísica de la subjetividad como hay un fin del platonismo堄e manera que podemos hablar de un fin del platonismo, de un fin de la metafísica de la subjetividad, pero no de un fin de la filosofía", aclara el filósofo Danilo Cruz Vélez en una entrevista publicada en Internet.

El humanista Desiderio Erasmo de Rótterdam considera que las posturas filosóficas tradicionales y que antecedieron a su tiempo (doctrina escolástica-aristotélica) son disquisiciones vacuas e insostenibles, porque no son una filosofía vital. Los filósofos tradicionales "no saben nada, pero afirman que lo saben todo; no se conocen a sí mismos, a veces no logran darse cuenta de los hoyos o de las rocas que tienen delante, porque la mayoría están en las nubes. Y, sin embargo, proclaman con orgullo que ven bien las ideas, los universales, las formas separadas, las materias primeras, las quididades, las haeccitates, todas estas cosas tan sutiles que ni siquiera Linceo, en mi opinión, lograría penetrar con su mirada", señala mordazmente en su "Elogio de la Locura".

El antagonismo hacia los filósofos, muchas veces injustificadamente incomprendidos y vilipendiados, podría radicar en su dialéctica y en su poderoso arsenal de preguntas complejas con muy pocos resultados prácticos en sus respuestas. Además, por ser acusados de charlatanes, ilusos, pedantes, pomposos, inútiles, irreverentes, hipócritas y egocéntricos. "Aunque haya mucho de exageración y de generalización injusta en estas acusaciones es preciso aceptar que no carecen en buena parte de razón", aclara un profesor de filosofía: Fernando Savater. Así se critique a los filósofos por sus términos aparentemente abstractos, incomprensibles, obsoletos y extranjeros, es necesario comprender que "filosofar es una tradición antigua y ciertos términos son aportaciones muy valiosas que nos permiten pensar a partir de lo ya pensado y no empezar a cada momento desde cero" 5. El filósofo Jorge Restrepo Trujillo, en su libro Filosofía para profanos, plantea que los problemas, la terminología y los supuestos de la filosofía con frecuencia son motivo de distanciamiento de las personas comunes y corrientes, y aclara que, como en otras ciencias, así tiene que ser; pero reconoce que eso impone un esfuerzo de vulgarización, en la acepción noble del término, y de difusión de preocupaciones que, para aspirar a su validez universal, deben llegar hasta las conciencias menos favorecidas.

A pesar de que algunos términos son confusos, la filosofía debe distinguirse por su lenguaje original y específico, ya que no se trata de saberes esotéricos ni exotéricos, sino de conocimientos especializados. "Los filósofos son famosos por sus vocabularios privados. Por su puesto, hay algunas palabras que tienen una reputación tradicional en filosofía. Aunque estas puedan no ser usadas por todos los escritores en el mismo sentido, son, sin embargo, palabras técnicas en la discusión de ciertos problemas. Pero los filósofos, a menudo, encuentran necesario acuñar nuevas palabras o tomar alguna palabra de uso común y convertirla en una palabra técnica. Esta última conducta corre el riesgo de resultar muy engañosa para el lector que supone conocer qué es lo que la palabra significa, y por consiguiente, la trata como una palabra común"6. Restrepo Trujillo advierte que la filosofía ha tenido que distinguir entre un auditorio especializado y la gente común, razón por la cual debe propenderse por una instancia pedagógica que los comunique, para evitar que este saber no sea más que una especulación científica importante.

Quienes afirman que la filosofía es inútil, también deberían afirmar lo mismo de la religión (por citar sólo un respetuoso ejemplo), a la cual generalmente defienden (sin saber en realidad por qué) y siguen con mucha "fe". Si tenemos en cuenta que la religión tiene más seguidores que la filosofía, serían muchos los que estarían bajo la influencia de algo baladí, y peor aún: movidos "espiritualmente" por doctrinas y dogmas inútiles y, además, profundamente alienadoras y masificadoras, ya que la religión (no importa cuál) contiene esos dos elementos despersonalizantes. Por comodidad y pereza mental un gran "rebaño" prefiere creer, debido a que no le cuesta ningún esfuerzo mental ni académico; en cambio, filosofar implica razonar, dialogar, estudiar, buscar, observar, refutar, controvertir, analizar, cuestionar, criticar, investigar, trabajar, dudar, curiosear, asombrarse, es decir, pensar, y pensar es difícil y a muchos no les agradan las cosas difíciles. "El número de los que piensa es muy reducido y, además, no se preocupan de turbar al mundo", señala Voltaire en sus Cartas filosóficas. Vivir y pensar como el rebaño es cómodo, pensar es incómodo. Salir del rebaño requiere "arriesgarse". El reconocido escritor Rubén Darío nos alertó sobre este particular: "El oficio de pensar es de los más graves y peligrosos sobre la faz de la tierra bajo la bóveda del cielo. Es como el del aeronauta, el del marino y el del minero. Ir muy lejos explorando, muy arriba o muy abajo: mantiene alrededor la continua amenaza del vértigo del naufragio o del aplastamiento. Así, la principal condición del pensador es la serenidad". Sigmund Freud, en este sentido nos dice que la oposición al rebaño, el cual rechaza todo lo nuevo y desacostumbrado, supone la separación de él y es, por lo tanto, temerosamente evitada. El mundo moderno está más interesado en las respuestas que en los procesos de pensamiento que hay tras la respuesta. Este estilo de vida impide al hombre percatarse de su triste condición humana, de su falta de libertad. No puede desarrollar y fortalecer su conciencia crítica. ¡Eso sí, hay que reconocerlo: la filosofía es una ciencia difícil! Requiere esfuerzos. "Nada importante es regalado al hombre; antes bien, tiene él que hacérselo, que construirlo", sentenció el filósofo José Ortega y Gasset. La filosofía comienza exigiendo un esfuerzo, continúa exigiendo más esfuerzos y termina exigiendo más esfuerzos. Donde casi todo se pone siempre en tela de juicio, donde no rige ningún supuesto ni método tradicional, donde hay que tener siempre ante los ojos los complejísimos problemas de la ontología, el trabajo no puede ser fácil. El estudio de la filosofía requiere de un esfuerzo continuo para analizar, interpretar y explicar de una manera lógica las creencias y valores humanos.

Si la filosofía no produce dinero, tampoco lo hace la religión. En nombre de la filosofía no se han cometido tantas tropelías y vejámenes; en nombre de la religión, muchas a través de su intolerancia, su dogmatismo, su mesianismo, su fundamentalismo y su fanatismo. Aquí no se trata de defender la filosofía por defenderla simplemente, sino para que se le "haga justicia" a la hora de valorarla y se piense antes de tratar de proscribirla por el simple hecho de incomodar a las mentes adormecidas y tratar de alejar a las personas del "rebaño".

Nuestra realidad exige que pensemos profundamente. Pero, ¿qué significa pensar? Meditar. Razonar. Reflexionar. Pensar es un volver sobre las cosas. El volver sobre las cosas supone antes un partir de las cosas. El origen del filosofar está en el partir de las cosas. Para pensar es necesario partir de la vida cotidiana, para pensar desde afuera. Si pretendemos pensar, debemos separarnos de la cotidianidad. Para filosofar es necesario salirnos del mundo de la cotidianidad. Para entender la filosofía hay que romper con el mundo cotidiano. El que quiera aprender a filosofar debe empezar por tomar conciencia de lo cotidiano y lentamente empezar a romper con ello. Para el que vive perdido en el mundo de la cotidianidad, el filosofar no tiene sentido, y no lo tiene porque no piensa. A propósito, ¿qué es cotidianidad? Jaime Rubio Angulo, profesor de la Universidad Santo Tomás, sostiene que la cotidianidad es, ante todo la organización diaria de la vida, la repetición y reiteración de las actividades. En lo cotidiano las cosas, las acciones, las personas, los movimientos y toda circunstancia ambiental son datos que se aceptan como algo conocido. La cotidianidad es una especie de tiranía de un poder impersonal, anónimo, que impone a cada persona su comportamiento, su modo de pensar, sus gustos, su protesta.

Los detractores de la filosofía preguntan si ésta puede resolver la crisis actual. Es posible que sí. ¿Pero qué es lo que está en crisis: la ciencia, la técnica o la política? Según el filósofo Danilo Cruz Vélez, lo que está en crisis en el mundo actual no es la ciencia, la técnica o la política; "lo que está en crisis en el mundo actual es el mundo"7. ¿Pero cuál mundo? "El horizonte de la vida humana –responde Cruz Vélez- constituido por un sistema de seguridades que le permiten al hombre establecer relaciones firmes y claras con la realidad y orientarse sin titubeos respecto a sus tareas y sobre el modo cómo debe obrar"8. El hombre en este contexto "no sabe a qué atenerse respecto a las cosas y al prójimo, ni sabe qué es lo que debe hacer ni cómo debe comportarse"9. El hombre busca una salida a este mundo en crisis a través de la filosofía, porque dicha salida no puede encontrarse en la ciencia, la técnica o la política. A pesar de que el Positivismo pretenda considerar a la filosofía como un estado del espíritu humano ya superado por las ciencias positivas o fácticas, la salida a la crisis le incumbe exclusivamente a la filosofía. (Positivo quiere decir cierto, efectivo, verdadero y que no ofrece duda). "En la superación de una crisis histórica obran otras fuerzas, algunas de las cuales son totalmente desconocidas. Pero mediante una reactivación de sus viejas preguntas por el ser del hombre y de su mundo peculiar, por el ethos, por el ser de la historia, por el ser de la comunidad y del Estado, etc., que parecen haber caído en el olvido, la filosofía podría esclarecer algunas dimensiones esenciales de la crisis y ayudarle al hombre actual a ver con claridad en el túnel oscuro en que se encuentra y a mirar en la dirección hacia un nuevo mundo" 10. (Ethos, es el modo de habitar el lugar que nos es propio a los "mortales"). El saber filosófico y su quehacer, arraigado desde hace tanto tiempo y con tan buenos resultados, no puede desconocerse a la hora de buscar soluciones concretas a cualquier crisis que involucre al ser del hombre.

Pero para esta tarea la filosofía, cuyo final pregonan ciertos "filósofos", tendrá que repensarse y reflexionar sobre sí misma, regresando a su figura originaria, tal como lo propone Cruz Vélez. "¿Regresando de dónde? De los campos de las diversas ciencias particulares surgidas de su propio seno, con las cuales ha tenido siempre la tendencia a confundirse"11. Reflexionar sobre sí misma implica su purificación, volver a su mismidad. Reflexionar sobre la justicia, sobre el Estado y sus diversas formas de gobierno, sobre la ley el derecho, sobre las relaciones entre individuo y Estado, como lo propuso Platón en La República, quien trató de unificar el poder político y la filosofía. A pesar de que desde Platón hasta el presente muchas cosas han cambiado, todo, estructuralmente, es lo mismo. En este ámbito solamente los filósofos pueden ejercer adecuadamente la función de afanarse, "por medio del pensar constructivo y de la crítica, en torno al ser de todo lo humano y en torno de las condiciones esenciales de la posibilidad de una coexistencia de los hombres concorde con el ser del hombre"12

Así, la filosofía sería teoría y praxis. No se ocuparía sólo de interpretar el mundo, sino de transformarlo, como reclamaba Marx. Los filósofos no sólo serían meros observadores; también se convertirían en pensadores de acción, en guardianes diligentes y comprometidos respecto al ser concreto del hombre.

En nuestro contexto, para las personas carentes de conciencia crítica y que tienen un espíritu utilitario, la filosofía está en crisis. "Actualmente, muchos hablan de una crisis de la filosofía, de la superación de las fronteras ideológicas y del establecimiento de una imagología, del poder de la imagen para seducir a la opinión pública y así alcanzar determinados fines políticos, económicos, sociales y culturales. Se proclama el triunfo de lo pragmático sobre lo teórico. La vida es practicidad ante todo, porque el hombre contemporáneo se desenvuelve en una cotidianidad que le exige un máximo de eficiencia y de rendimiento. Lo ideo-filosófico pasa a un segundo plano, especialmente porque la actividad teorética se ve envuelta, de continuo, en una serie de planteamientos antagónicos, contradictorios, excluyentes entre sí, causando en el gran público confusión y desorientación"13. La crisis de la filosofía sólo está en la mente de quienes reducen a la consecución de sucedáneos como el poder, el éxito, el placer por el placer, la fama堅l quehacer filosófico muestra que éstos producen satisfacción momentánea, no una existencia auténtica, una vida profundamente vivida. Sócrates planteaba que los valores auténticos estaban en la vida interior y en todo lo que permite el desarrollo de la mente y del espíritu, y no en la vida exterior (fama, poder, dinero, honores y otros sucedáneos) ni en aquellas relacionadas con el cuerpo (belleza, fuerza, vitalidad, etc.).

Una gran parte de la inmensa cantera de donde se extraen las rocas que pretenden obstaculizar el devenir filosófico se encuentra, a demás de la modernidad y la postmodernidad, en la afirmación marxista que los filósofos no han hecho sino interpretar el mundo de diferentes maneras, lo que importa es transformarlo. "El activismo irresponsable de hoy no puede privar al hombre del desarrollo de una de sus dimensiones constitutivas, la racionalidad. Al docente y al estudiante de filosofía de hoy les corresponde recuperar, en este contexto adverso, a la razón como instrumento social de creación, tal como lo definió Kant. Esta recuperación comienza cuando se generan en el alumno procesos de pensamiento más allá de lo obvio, cuando se efectúan construcciones intelectuales del alto nivel y cuando se da el paso decidido de un estar ingenuo frente a las cosas; estar en el que el individuo cree saberlo todo y se siente seguro ante aquello que se le aparece porque le incumbe en cuanto lo usa; estar dominado por la opinión, a un estar consciente, crítico-reflexivo, productor de un nuevo conocimiento y de un nuevo comportamiento ético-existencial y ético-intelectual de la persona en el mundo, como lo describe magistralmente Platón en la Alegoría de la Caverna" 14.

En este mundo donde el hombre tiene prisa por llegar, no se sabe adónde, pero cuanto antes; que no vive de acuerdo a como piensa; que no sabe dónde está, para dónde va y qué es lo que quiere; que ignora que vivir no sólo es estar en el mundo, y que no es coherente con lo que piensa, siente y hace, si se interesa por la filosofía, no se perderá en la oscuridad del desmedido afán por el dinero. El distinguido psicólogo e intelectual Walter Riso indica que es coherente quien trabaja para ser coherente. Goethe, en Los sufrimientos del joven Werther, nos dice que la vida del hombre es sólo un sueño, y los hombres, como los niños, no saben de dónde vienen, para dónde van, ni persiguen fines verdaderos, y sólo dan tumbos por esta tierra.

El periodista colombiano Andrés Salcedo afirma, con relativo fundamento, que "las únicas respuestas serias y confiables no las han dado los filósofos sino los matemáticos y astrofísicos como Stephen Hawking. Los grandes filósofos de nuestro siglo (XX) son los físicos atómicos, los astrónomos, los neurólogos. Sus respuestas son más claras y esclarecedoras que los complicados enunciados de los filósofos en las universidades. Uno de estos profesores podría leer y explicar la filosofía de Kant pero sería incapaz de aclararle a un joven neurotizado por un entorno patológico lo que es la vida porque no lo saben. Los filósofos occidentales han dejado de hacerse preguntas, son incapaces de calmar la angustia de la sociedad cultural"15. El psicoanalista francés Oreste Saint-Drome se pregunta si puede un filósofo responder directamente a una sola de las preguntas que nos asaltan en nuestra vida cotidiana. "El método científico se aplica a todo y a todo, especialmente a la sociedad. Fuera los aficionados y los charlatanes; sitio para los especialistas y los expertos堐latón y Santo Tomás al armario. La política se inspira en Newton y en Darwin"16.

La filósofa Matilde Niel llama la atención porque el desarrollo de la tecnología ha hecho surgir la moralidad tecnológica, cuyas virtudes son la investigación aprovechable, la sujeción a la necesidad de producción y rendimiento, el interés por la cantidad y la eficiencia. En esta moralidad los nuevos pecados mortales son la investigación desinteresada, el arte, la poesía y el pensamiento filosófico, entre otras manifestaciones humanizantes. El catedrático Roubault, de la Universidad de Nency, Francia, alardea de su desprecio por las ciencias humanas. "Lo que ante todo se necesita son auténticos matemáticos, físicos, químicos, biólogos, geólogos, y nada más. Lo demás es sólo palabrería estéril y peligrosa"17. Se dice que los filósofos se interesan en saber más que nadie de todo lo imaginable aunque en la realidad no son más que charlatanes amigos de la vacua palabrería. "Y entonces, ¿quién sabe de verdad lo que hay que saber sobre el mundo y la sociedad? Los científicos, los técnicos, los especialistas, los que son capaces de dar informaciones válidas sobre la realidad"18.

A juzgar por el crudo materialismo que impera en nuestra sociedad capitalista, ávida de tecnología, inventos y descubrimientos de interés para incrementar el consumismo, es posible que estas objeciones no estén tan distantes de la realidad. Pero no se puede desconocer que brillantes científicos del siglo XX, como Neils Bohr, Ernest Rutherford y Albert Einstein (por citar solamente éstos), para poder formular sus teorías, primero debieron haber leído a los grandes filósofos como Platón, Aristóteles, Francis Bacon, René Descartes, John Locke, David Hume, Inmmanuel Kant y Augusto Comte, entre otros, fundamentadores y teóricos del conocimiento científico. Posiblemente algunos científicos no son filósofos de oficio, pero esto no implica que no sepan filosofar. Los científicos también saben filosofar, así no sean filósofos. Los buenos científicos, para controvertir a los filósofos, primero los deben leer y entender. José Ortega y Gasset en su Rebelión de las masas nos recuerda que Einstein necesitó saturarse de Kant y de Mach para poder llegar a su aguda síntesis, y que Kant y Mach -con estos nombres se simboliza sólo la masa enorme de pensamientos filosóficos y psicológicos que han influido en Einstein- sirvieron para liberar la mente de éste y dejarle la vía franca hacia su innovación. La importancia de Einstein para la filosofía es indudable, puesto que de sus descubrimientos resultó una nueva concepción del universo. Galileo Galilei para rebatir las ideas aristotélicas que imperaban en su tiempo retomó la filosofía de Pitágoras, Platón y Arquímedes. La obra newtoniana no se comprende sin el aporte de la influencia del naciente liberalismo y el surgimiento del empirismo. En el discurso científico, por ser contrastable internamente, de acuerdo con los profesores del Gimnasio Moderno de Bogotá, Carlos Cardona S. y Uriel A. Cárdenas, la ciencia y la filosofía se enriquecen con el debate, sin el cual no podrían existir, debido a que son una actividad crítica. El debate y la crítica conforman el eje central del filosofar.

Consideraciones en defensa de la filosofía

Luego de este panorama un poco desalentador y "pesimista", me dispongo por mi cuenta y riesgo, con todos mis ímpetus de filósofo y en compañía de expertos, a aventurarme por el abrupto sendero de las dificultades que implica "predicar en el desierto", sorteando las anteriores y otras objeciones, en procura de "defender" el singular arte de filosofar en la educación y en los quehaceres cotidianos, por cuanto la filosofía no es una herramienta del consumismo para "hacer plata", sino una "caja de herramientas" útiles para la construcción de proyectos de vida individual y colectivo que nos permitan una mejor comprensión de la realidad en búsqueda de una existencia auténtica. "La filosofía tiene dos dimensiones complementarias y distintas: una es su actividad específica, el filosofar; otra, el conjunto de planteamientos, doctrinas o sistemas filosóficos que se han venido elaborando desde su inicio en Grecia. Adentrarse en la filosofía significa a la vez saber y hacer filosofía. Sabe filosofía quien conoce a los filósofos y lo que ellos han dicho. Hace filosofía quien reflexiona sobre el sentido de la realidad, quien filosofa"19.

Quienes se oponen a la enseñanza de la filosofía, desconocen su importancia en esta sociedad materialista que pretende dejar la solución de los más apremiantes problemas a la ciencia; ciencia que algunas veces, viciada por ciertas circunstancias, es puesta al servicio de intenciones fútiles y utilitarias. La utilidad de la filosofía "es negada por el tecnócrata, por el hombre práctico; y sin embargo, cada época conoce filósofos y filosofías que ejercen una real fascinación e influencia"20. No olvidemos que el hombre "práctico" es un hombre de inteligencia instrumental, una persona de acción que ve en la sociedad un campo de batalla.

Nuestro sistema productor de mercancías (capitalismo), que condiciona la forma como pensamos, sentimos, actuamos y amamos, en donde impera la abstracción del valor, la metafísica del valor, la forma del valor, la relación del valor, la socialización del valor, la construcción del valor, la totalidad del valor, la aporía del valor, la valorización del valor, el pensamiento del valor, el sujeto del valor, el pragmatismo del valor, el universo del valor, el terreno del valor, el concepto del valor o el fetiche del valor, es el escenario propicio para que se desenvuelva el "hombre práctico", el único "capaz" de producir, producir y producir, pero incapaz de pensar críticamente, de filosofar. "Dentro del sistema capitalista –indica Augusto Ramírez- la acumulación de riquezas, el atesoramiento personal de bienes no sólo es lícito y natural, es la finalidad del trabajo y de la vida. Por ello la competencia, la lucha de todos contra todos, el superar al prójimo no sólo es bueno, es la principal obligación, es el motor del desarrollo". Perdido y confundido en el mundo de competencia, el "hombre práctico", además de producir mercancías, se convierte él mismo en mercancía. Extraviado en su mundo de apariencias y fetiches, e instrumentalizado por el contundente y arrollador poder del consumismo, desprecia todo lo que implique esfuerzo mental, y para pensar hay que esforzar al máximo nuestra mente; es necesario pensar por sí mismo, y embrollado como se encuentra el "hombre práctico" no puede "pensar por sí mismo", no se atreve a filosofar. Y como la forma de producción escinde la acción de la reflexión, no hay espacio sino para "la acción" (producción), quedando marginado del sistema productivo el hombre contemplativo, reflexivo, el que quiere sumergirse en las profundidades de la realidad para comprenderla y tratar de transformarla.

El filósofo Guillermo Hoyos Vásquez advierte en Cuadernos de filosofía latinoamericana que "cuando se privilegia por encima de todo la eficiencia, la eficacia, el éxito, se opta por un pragmatismo cuya única ética es la del impacto, ciega a los problemas más fundamentales de las sociedades contemporáneas, como la pobreza absoluta, los derechos socioeconómicos, las posibilidades de participación política de las mayorías, etc.". En el sistema de explotación llamado sociedad capitalista, y cuyo objetivo es el de producir bienes sirviéndose de los demás hombres, es el hombre quien obliga al hombre a trabajar. En nuestra sociedad, en la que prima una tendencia positivista, que pretende anular toda actividad filosófica, es decir, del espíritu, para reemplazarla por lo inmediato, práctico, real, tangible, palpable y experimental, la cumbre de la ciencia está sólo en la utilidad inmediata. Como secuela de esta realidad, "vivimos en una sociedad de consumo, de compra y venta, y hemos dejado de lado el romanticismo literario, y el esfuerzo por encontrar en la meditación y la reflexión el verdadero contenido de las cosas y la solución de los problemas", nos dice el jurista Gustavo Isaac Pinzón González en su Filosofía del derecho. La llamada sociedad de consumo –señala Augusto Ramírez-, es realmente, una sociedad de compradores compulsivos. Según Ken Knabb (El placer de la revolución), quienes escapan de la pobreza económica no pueden escapar del empobrecimiento general de la vida.

El "hombre práctico" o el "hombre automático" (Marx) , producto del sistema de producción capitalista (productor de mercancías, que pretende moldearlo todo, que deforma nuestra conciencia) que cosifica e instrumentaliza a las personas con la omnipotente influencia de la "diosa" razón, movido por la "competencia desenfrenada y asesina" (Robert Kurz – Razón sangrienta), no tiene tiempo para pensar y no le interesa pensar, y se pierde y se autodomestica en esta "brutalidad con la que esta forma de reproducción convertida en modelo social universal devasta al mundo". Así este tipo de sujeto intente pensar se va encontrar con dificultades ya que "el pensamiento dentro de las formas del sistema productor de mercancías se empantanó por completo" (Kurz). La modernidad "ilustrada", que entronizó en exceso y con tiranía la soberanía de la razón, el cual por primera vez formuló de manera explícita la abstracción del valor como una pretensión totalitaria sobre el hombre y la naturaleza, se "legitimó" mediante un concepto de libertad y progreso paradójico y represivo, y lo convirtió en una estafa para el deseo de emancipación social. En la dinámica capitalista, producto de la razón instrumental y sangrienta, "cuanta más alienación produce el sistema –nos dice Ken Knabb-, más energía social debe ser desviada sólo para mantenerlo en marcha, más publicidad para vender mercancías superfluas, más ideologías para tener a la gente embaucada, más espectáculos para tenerla pacificada, más policía y más prisiones para reprimir el crimen y la rebelión, más armas para competir con los estados rivales; todo lo cual produce más frustraciones y antagonismos, que deben ser reprimidos con más espectáculos, más prisiones, etc." Es por ello que advierte que "mientras este círculo vicioso continúe, las necesidades humanas reales serán sólo incidentalmente satisfechas, o ni siquiera lo serán en absoluto, al tiempo que casi todo trabajo se canaliza hacia proyectos absurdos, redundantes o destructivos que no sirven a otro propósito que mantener el sistema". Según Marx, el capitalismo reduce nuestra vida a una arrebatiña económica. Según el filósofo Manuel María Madeido, la economía política (la racionalidad de la explotación), con su proposición sofística (ley de la oferta y la demanda) de los economistas, inclinados a favorecer a los fuertes contra los débiles, es la ciencia de la crueldad, la injusticia y la rapiña. Para Augusto Ramírez, la voracidad consumista sólo es sustentable mediante la rapiña.

Para no fracasar en la intención de relevar el valor de la filosofía, el filósofo Bertrand Russell, en su libro Los Problemas de la Filosofía (citado por Antonio Cardona Londoño y Young Seek Choue, en el libro La Ciudadanía Mundial), plantea que primero debemos liberar nuestras mentes de los prejuicios de quienes erróneamente se denominan hombres prácticos, y define a este pipo de hombre como "aquel que reconoce únicamente necesidades materiales, que se da cuenta de que los hombres deben disponer de alimento para el cuerpo, pero no recuerda la necesidad de suministrar alimento para el espíritu"21. El poeta José Asunción Silva, en su novela De Sobremesa, a través de su personaje José Fernández reconocía que los hombres prácticos le inspiraban la extraña impresión de miedo que produce lo ininteligible, porque "un hombre práctico es el que poniendo una inteligencia escasa al servicio de pasiones mediocres, se constituye en una alternativa vitalicia de impresiones que no valen la pena sentirlas". De la concepción del "hombre práctico" se genera la sociedad anónima para la producción de la vida de emociones limitadas堼/em>

De una falsa concepción de la vida, según Bertrand Russell, y en parte de una falsa concepción de la especie de bienes que la filosofía se esfuerza en obtener, surge la posición de que muchos, "bajo la influencia de la ciencia o de los negocios prácticos, se inclinan a dudar que la filosofía sea algo más que una ocupación inocente, pero frívola e inútil, con distinciones que se quiebran de puro sutiles y controversias sobre materias cuyo conocimiento es imposible" (Los Problemas de la Filosofía)

El hombre práctico, el tecnócrata, el utilitarista, no se pregunta por su ser auténtico. En su mundo, como dice uno de los textos de bachillerato (Filosofía 2. Voluntad), el ser nunca se da como ser. El tecnócrata reduce a los hombres que trabajan a la categoría de simple cantidad. Para él, los seres humanos son cuerpos, o mejor dicho, fuerzas corporales, y funciones dentro de los sistemas de herramientas y máquinas. Como tales son mensurables y sujetos a cálculos. El tecnócrata explota al hombre, incluso cuando le paga un salario justo. La tecnocracia es una de las causas de la angustia del hombre moderno, porque no puede solucionar todos los problemas vitales que dice abarcar. El tecnócrata no se busca como ser porque no entiende esa búsqueda. En su mundo, el ser nunca se da como ser. El ser aparece ante él sólo como materia prima, y el mismo se manifiesta ante sí únicamente como el que calcula y la domina. La pregunta que interroga por el ser no apunta a un ser particular como el tecnócrata. Por esta razón se pierde a sí mismo preocupándose por un mundo pequeño y particular. No se da cuenta de las dimensiones metafísicas de su existencia y restringe el universo a los límites de su mundo ambiente inmediato. Para el tecnócrata el universo es el sistema de lo que puede medirse y calcularse; fuera de este sistema no hay nada. Según Augusto Ramírez, la mentalidad tecnocrática y utilitaria a formado una cultura instrumental y de mercado.

Muchos piensan equívocamente que hablar de filosofía es referirse a un tema totalmente abstracto, dominado sólo por unos pocos; por eso la consideran una pérdida de tiempo y de energía. ¡Cuán equivocados están! Pareciere que "para la mayoría de la gente la filosofía está ausente de sus preocupaciones, de sus estudios, de su vida"22. Algunos consideran que su enseñanza es más procedente en la universidad que en el otrora bachillerato, hoy día educación básica secundaria y educación media vocacional.

El papel de la filosofía es fundamental para buscar salidas, racionales y acordes a la realidad, de la cárcel en la cual pretende encerrarnos el utilitarismo. Los filósofos no ignoramos que el espíritu utilitarista, que se orienta a la inmediata finalidad del interés y se opone a una concepción de la vida racional, se aleja de la dimensión estética y desinteresada de la vida. Desconociendo la auténtica finalidad de las personas durante su existencia, impone su imperativo de que el éxito material debe ser la finalidad suprema de la vida, esté donde esté, cueste lo que cueste.

Sobre la concepción utilitarista, encarnada en los Estados Unidos, ya en los albores del siglo XX el filósofo uruguayo José Enrique Rodó, a través de su libro Ariel, hacía un vehemente llamado a la juventud latinoamericana para que superara ese espíritu, que llevaba a la imitación del modelo utilitarista y despersonalizado de la vida norteamericana.

A pesar de que reconocía de los Estados Unidos su grandeza y el poder de su trabajo, su filosofía del esfuerzo y de la acción, su originalidad y audacia, y su grandeza material, aceptando que sin la conquista de cierto bienestar material era imposible, en la sociedades humanas, el reino de lo espiritual, les reprochaba su tendencia a "convertir el trabajo utilitario en fin y objeto supremo de la vida"23, su preocupación por el éxito y la embriaguez por la prosperidad material, y los concebía como una sociedad con singular impresión de insuficiencia y de vacío. "Su prosperidad es tan grande como su imposibilidad de satisfacer a una mediana concepción del destino humano堖ive para la realidad inmediata del presente y por ello subordina toda su actividad al egoísmo del bienestar personal y colectivo"24. En consecuencia, no le apasiona el ideal de lo hermoso, el sentimiento de lo bello, la pasión clara de la hermosura de las cosas. "Menosprecia todo ejercicio del pensamiento que prescinda de una inmediata finalidad, por vano e infecundo"25. Como le apasiona la idealidad de lo verdadero, su ciencia no lleva un desinteresado anhelo de verdad, y la investigación es sólo el antecedente de la aplicación utilitaria. José Ortega y Gasset recomienda que Estados Unidos todavía tiene que ser muchas cosas; entre ellas, algunas de las más opuestas a la técnica y al "practicismo".

Además de las virtudes que en esa época, justicieramente, les reconocía Rodó a los Estados Unidos, es procedente exaltar el arrollador progreso material, intelectual y científico, producto de su irrefutable creatividad y laboriosidad, con lo cual le han hecho un valioso aporte al desarrollo en campos profesionales como la medicina, la psicología, la genética, la ecología, la informática, las telecomunicaciones y la astrofísica, entre otras ciencias que, interrelacionadas de manera sinérgica, contribuyen en la solución a la problemática de las enfermedades, a conocer y explorar externa e internamente nuestro cuerpo y nuestro universo. Esta actitud de trabajo y progreso, pero despojada de los mezquinos fines del utilitarismo y del pragmatismo, que nos instala inconscientemente en la rueda del hacer, del tener y del consumir, es la que los latinoamericanos debemos imitar, con el ánimo de salir del subdesarrollo porque, no menos degradante que el desmedido utilitarismo, esa condición también despersonaliza al hombre. Pero, ¡eso sí!, debemos concienciarnos que esa imitación implica una sesuda y honda reflexión filosófica, con un profundo sentido crítico, para no copiar los modelos, paradigmas y esquemas meramente utilitarios que han hecho de esa poderosa nación, una civilización que quiere imponernos su cultura, que se cree el amo y señor de vidas, países y riquezas, que se endiosa con el poder, creyéndose el país todopoderoso con el soberano derecho de invadir, dominar, oprimir, quitar y poner presidentes. No es digno de imitar su doble moral, su nivel de vida profundamente vacío y sin sentido, y su pobreza espiritual a pesar de su inconmensurable riqueza material.

En este sentido, el profesor Hernando Barragán Linares, en su libro Filosofía Moderna, advierte que no es recomendable el modelo norteamericano para Latinoamérica, a pesar de que ha influido demasiado en nuestra forma de ser y de pensar. Queremos imitarlo y lo admiramos por el desconocimiento y la visión negativa de nuestra propia historia. Pensamos que Norteamérica es el modelo para los latinoamericanos, que su progreso debe ser imitado, y con él todas las formas de vida, su deshumanización, su mecanización de las relaciones, su capitalismo generador de grandes conflictos sociales, su ansia de dominación, su afán de producción y el carácter práctico de todas sus relaciones, mediante el cual ha logrado crear el ídolo del dinero. Augusto Ramírez en su obra citada precisa que la sociedad norteamericana es la expresión más avanzada de la sociedad de consumo y como tal exhibe los problemas más acuciantes de ese modelo. En una sociedad donde toda pobreza es una derrota –agrega-, donde solo el éxito económico es respetado y el que no triunfa es un perdedor, la bohemia intelectual, la humildad creativa no encuentra espacios de realimentación y estimulo.

Muchas personas, por falta de sentido crítico, de espíritu crítico, de criticidad, que se adquiere en contacto con el maravilloso mundo de la filosofía, sumidos en la dinámica utilitarista, tienen una concepción equívoca del éxito. El mismo concepto de felicidad (según Kurz), vago y aleatorio dentro de nuestro mundo competitivo, precisa que el éxito sólo se halla dentro de la competencia, lo que presupone siempre los objetos de la felicidad en una forma capitalista, en cuyo exterior se da por sentado que no existe ninguna forma alternativa. El éxito, que no es más que la conquista de circunstancias, lo conciben como uno de los más altos y caros ideales, que sólo alcanzan los protagonistas del mundo del espectáculo y de la farándula, de la política y la economía, los "famosos" y los millonarios, los grandes deportistas y los empresarios, entre otros pocos privilegiados. Con su mentalidad de hombres del "rebaño", están convencidos de que el éxito solamente está reservado para un selecto grupo de favorecidos por el dinero, el talento, la creatividad y las habilidades para ciertas actividades que dan popularidad, fama y dinero. Ese tipo de seres humanos se sienten unos fracasados al no ser tenidos en cuenta como "exitosos" dentro de la concepción utilitarista del éxito. Como se sienten inferiores a los "exitosos", ven a éstos como referentes que hay que imitar e íconos que es necesario idolatrar hasta el ignominioso extremo de perseguirlos, sin importar las consecuencias, con tal de obtener un "autógrafo". ¡Jóvenes, esta actitud del "rebaño" es profundamente degradante! Ellos no son más o menos importantes que nosotros. ¡Somos iguales! No somos superiores o inferiores a los demás; simplemente somos diferentes, por cuestión de circunstancias y de oportunidades. Si filosofamos tendremos perfectamente clara esta inobjetable realidad. Las figuras o personajes públicos tienen una responsabilidad y compromiso ético y social, por cuanto, en cierta manera, son el modelo, el referente y los "educadores" de muchos jóvenes, quienes los ven como ejemplo a emular para ser famosos igual que ellos. Por eso se requiere que la juventud se forme filosóficamente para que no se deje deslumbrar por el oropel de la fama, del supuesto "éxito", imitando ciegamente a los seudoídolos, que no siempre la conducen por el difícil camino que lleva al triunfo. Según Augusto Ramírez, "la televisión impone la alfombra roja y los famosos como modelos colectivos". ¿Acaso ignoran que muchos de estos ídolos de barro no son un ejemplo digno de imitar, debido a que son protagonistas de frecuentes escándalos, divorcios reiterados (en perjuicio de sus hijos menores), consumo de drogas, alcoholismo, agresividad y hasta pedofilia? La escritora Érica Jong en su novela Miedo a volar señala que muchos artistas desesperados se consuelan "con el opio, el alcohol, la lascivia homosexual, la lascivia heterosexual, el fervor religioso, la moralización política, el suicidio y otros paliativos". Siguiendo la metafórica recomendación de Gustavo Flaubert, es procedente no tocar a nuestros ídolos para evitar que el dorado de su piel se quede prendido en nuestras manos.

En cuanto al éxito, en este pragmático y frío mundo de competencia, Bertrand Russell, en su libro La conquista de la felicidad, sostiene que el hombre de negocios, en este mundo de competencia, piensa que lo que obstaculiza su felicidad es la lucha por la vida, entendida como la lucha por el éxito. Mientras no sólo desee éxito, sino que esté persuadido de todo corazón de que el deber del hombre es la persecución del éxito, y de que quien no lo consiga es un infeliz, su vida será demasiado ansiosa y desconcentrada para ser dichoso. Si bien es cierto que es importante el éxito y el dinero, el hombre no puede sacrificar su vida en aras de conseguirlos. El éxito y el dinero son sólo ingredientes de la felicidad, pero no la felicidad total. La raíz del mal está en la importancia que se concede al éxito en la competencia como la mayor fuente de felicidad. El hombre de negocios, en constante búsqueda del éxito y del dinero, descuida sus hijos, su esposa y su descanso. Es un esclavo del éxito o del dinero. No lee y no disfruta de los placeres de la lectura y de otros deleites. De esta infelicidad, en parte, es responsable la educación, que se centra en formar personas para la competencia, para la búsqueda incansable del éxito, para la obtención del dinero. A menos que se le enseñe al hombre qué es lo que tiene que hacer con el éxito después de conseguirlo, su consecución le llevará inevitablemente al aburrimiento. La infelicidad del hombre de negocios proviene de creer que la vida es lucha, competencia, y que sólo se respeta al vencedor.

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