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El origen de la ciencia política: “El príncipe” como su obra protagonista (página 2)




Enviado por Misleydi Pérez



Partes: 1, 2

Pero cuando se habla de la política como ciencia,
es evidente que se hace referencia no ya a un cierto modo de
considerar los problemas ( en esta caso sería necesario
incluir también a las nada escasas manifestaciones del
pensamiento oriental, tal y como logramos reconstruirlo al
alcanzar las obras religiosas, filosóficas o literarias)
ni tampoco a una exposición puramente sistemática
de tales problemas ( desde este punto de vista pocas obras como
por ejemplo la Política de Aristóteles,
tendrían derecho a una calificación
científica).

No es difícil constatar que, si se concibe a la
ciencia política como una disciplina moderna, ello
depende, en sustancia, del hecho de que se le atribuye la calidad
de ciencia a un determinado modo de considerar y de tratar los
problemas políticos y precisamente a la
consideración, como objeto autónomo y al estudio de
la política como disciplina autónoma.

El motivo por el cual esta concepción de la
política quedan eliminadas no sólo las obras
más antiguas (en especial las orientales), sino
además lo que recordamos al principio es que en ellas ni
siquiera da un estado sistemático, o bien, cuando lo
encontramos se trata de un estudio que lleva a la política
a un sistema más general de problemas y que subordina
orgánicamente las soluciones políticas a las
soluciones religiosas, éticas y
filosóficas.

Una filosofía que atribuye principalmente los
éxitos y fracasos de la política a la astucia o la
ineptitud de los estadistas tiene que ser forzosamente
superficial.

La filosofía política deja de ser una
actividad "teórico-práctica" para devenir en un
quehacer meramente contemplativo, una desapasionada y displicente
digresión en torno a las ideas que le permite al supuesto
filósofo abstenerse de tomar partido frente a los
agónicos conflictos de su tiempo y refugiarse en la
estéril tranquilidad de su prescindencia
axiológica.

El problema es que la filosofía política
no puede, sin traicionar su propia identidad, prescindir de
enjuiciar a la realidad mientras eleva sus ojos al cielo para
meditar sobre las vaporosas entequilas.

Los principales autores de la teoría
política elaboraron modelos de la buena sociedad a partir
de los cuales valoraron positiva o negativamente a la sociedad y
las instituciones políticas de su tiempo. Algunos de ellos
también se las ingeniaron para proponer un camino para
acercarse a tales ideales.

Indiscutiblemente Nicolás Maquiavelo se trata de
uno de ellos, figura que centrará mi atención en
este trabajo, haciendo un bosquejo a su vida política,
aludiendo a dos de sus obras más conocidas como "El
Príncipe" y "Los discursos sobre la primera década
de Tito Livio", sin obviar otras de no menos importancia como "El
Arte de la Guerra", "La Mandrágora", etc.

Eminente político que gira de acuerdo a dos
vertientes: un Maquiavelo republicano o uno defensor de la
democracia. Después de esto podríamos preguntarnos
¿hasta dónde puede llegar a ser verdadero que el
fin justifique los medios?, o más aún, cuán
de cierto hay que esa famosa y para nada olvidada frase le
pertenezca a Maquiavelo.

Una ojeada a los avatares sufridos por los principales
filósofos políticos a lo largo de la historia es
altamente aleccionadora, y permite extraer una conclusión:
que el oficio del filósofo político fue,
tradicionalmente, una actividad peligrosa; porque esta siempre
favoreció en tiempos de crisis, en los que tanto la
reflexión profunda y apasionada sobre el presente como la
búsqueda de nuevos horizontes históricos se
convierten en prácticas sospechosas para los poderes
establecidos.

"El búho de Minerva", recordaba Hegel: "solo
despliega sus alas al anochecer"[2].

Metáfora esta que nos conduce brillantemente al
hecho de que la teoría política avanza
dificultosamente por detrás del sendero abierto por la
azarosa marcha de la historia. Cuando esta se interna en zonas
turbulentas, "la fortuna" de quienes quieren reflexionar e
intervenir sobre los avatares de su tiempo no siempre es serena y
placentera.

Para hacer política hay que estudiar la sociedad
sus dificultades, necesidades y aspiraciones, se trata de
construir una base sólida, sobre la cual el estado
desempeñe su papel organizador y regulador de esa
realidad; una base que vaya más allá de la mera
idea de simples relaciones sociales, o de poder, sino que tenga
implícita todo un proceso histórico inseparable y
continuo.

Con el Renacimiento, aparece en la realidad política
del mundo, una nueva magnitud política: el Estado nacional
que lucha por su autoridad, por su liberación de los lazos
supranacionales del sistema medieval, por su unificación y
organización unitaria.

A principios del siglo XVI, casi toda Europa occidental ofrece
una estructuración basada en monarquías absolutas
(con su poder absoluto: soberanía), que adoptan una
política consciente de explotación de recursos
nacionales, de fomento del comercio, tanto interior como
exterior, de desarrollo del poder nacional, y de
concentración de las fuerzas militares y de la
administración de justicia.

También es necesario destacar, que la aparición
del Estado moderno, caracterizada por los monarcas absolutos que
centralizan la lucha por su primacía (en lo interior,
contra los señores feudales y en lo exterior, contra el
pontífice y el emperador), hubiera sido imposible sin un
apuntalamiento ideológico. Así, se señalan
como los tres grandes jalones del absolutismo monárquico
a: Maquiavelo, con su separación de la política de
la moral; Bodin, con su teoría de la soberanía; y
Hobbes, con su concepto de soberanía absoluta, sin
límites.

Maquiavelo se valió de sus propias experiencias, lo que
se ve reflejado en la mayoría de sus obras. Su
concepción y su práctica han sido
heterogéneas a través de la historia de la
civilización.

El propósito principal de este trabajo es analizar "El
Príncipe" considerado como texto fundador de la Ciencia
Política, aunque hoy en día, esta disciplina se ha
desarrollado mucho mas allá de aquellas
recomendaciones.

Fue escrita entre julio y diciembre de 1513. Debido a su
preocupación por el destino de Florencia y de Italia, y
deseoso de expresar su pensamiento madurado en muchos años
de experiencia política, se ve en la obligación de
interrumpir su ya comenzado comentario de Tito Livio y elaborar
rápidamente este nuevo tratado, más breve.

El Príncipe" es una obra concebida sin
interrupción por la mente de su autor, y vanos han sido
los intentos de algunos estudiosos por distinguir sucesivas fases
en su elaboración. El título no fue bien definido
por Maquiavelo, lo llamó "De Principatibus", "De
principati", "De príncipe". Pero la tradición ha
preferido "El Príncipe", subrayando con ello la
importancia básica que para la obra, tiene la figura
personal del jefe del Estado.

La obra fundamental del célebre filósofo
florentino, la que ha perdurado a través del tiempo, dando
siempre lugar a las más encontradas opiniones, es "El
Príncipe", libro que encierra, cuanto de filosofía
práctica y reglas de gobierno podría apetecer
cualquier jefe de Estado de cualquier tiempo, dispuesto a no
reparar en medio para alcanzar sus fines. Su índole moral
es fundamentalmente recusable.

"El Príncipe" ha tenido apologistas entusiastas, como
Gentile, Alfieri, Wicouefort, Gobineau y Nietzsche; y detractores
implacables, a cuyo frente se hallan, en diferentes
épocas, hombres como Saavedra, Fajardo, Voltaire, Federico
de Prusia, Macaulay, Castelar, Tolstoi, etcétera.

Si podemos pretender, a tanta distancia en
el tiempo, sondear las honduras del pensamiento de Maquiavelo,
tal vez debamos aventurar la hipótesis de que este gran
pensador había llegado a creer que las ciudades libres
estaban demasiado corrompidas para gozar de la independencia.
Para poder afirmar su patrimonio frente a los grandes poderes de
Europa, Italia no tenía más camino que el de unirse
bajo un príncipe. Y la utopía de esta unió,
con la que termina el tratado de Maquiavelo y solo podía
llegar a ser una realidad mediante una combinación de
neutralizarse el poder de la iglesia.

Todas estas circunstancias hacen
todavía más interesante la moral del libro. No cabe
duda de que valía la pena enseñar la ciencia
política desnudándola de todos los lugares comunes
de la hipocresía. Pero, al esforzarse por descubrir las
fuentes de la acción y por separar el arte de gobernar de
la moral, Maquiavelo se ve obligado a reconocer un sistema de
ética invertido. El empeño de establecer una brusca
y tajante separación de los dos campos, el moral y el
político, era algo monstruoso; y acaba como tiene que
acabar: la inhumanidad suplanta a la naturaleza humana. Ante la
imposibilidad de sustraerse a la lógica que alcanza la
moral, cualquiera que ella sea, a la conducta, Maquiavelo da su
adhesión al falso código de las costumbres de su
tiempo. Entiende que el camino derecho para alcanzar una meta tan
deseable como la liberación de Italia es obrar por la
fuerza, la astucia, la mala fe y todas las artes viles de un
aventurero político. Tan bajo había caído la
moral pública de su tiempo. Era imposible triunfar jugando
limpio. Sobre el tablero del arte de gobernar ni cabía
otro juego que el del fraude y la violencia.

Hasta un genio tan claro como el de
Maquiavelo se perdía entre les cenagosas tinieblas de la
intriga en que durante toda su vida se había movido hasta
la claridad de visión de un pensador como este se deja
ofuscar por el falso esplendor de una venturero del tipo de
César Borgia.

No había nada de diabólico en
el genio que supo formular la moral de una obra como "El
Príncipe". Nadie debe buscar en ese tratado la obra
inventiva de la maldad. Es, simplemente, el manual del arte de
gobernar tal y como este arte se conoce y se practicaba en la
Italia de aquel tiempo, donde los principios de la moral
pública se traducían siempre, como la cosa
más natural del mundo en términos de
expansión material, gloria, ventajas y grandezas. A nadie,
entonces, se le ocurría juzgar a los hombres por sus
móviles sino por sus resultados prácticos; nadie
veía en ellos seres morales, sino seres políticos;
dichos de otro modo, entes que no respondían ante ninguna
ley, sino ante un solo dictado: el del éxito. Actos que
hoy condenamos como infames y criminales pasaban entonces por
plausibles y magnánimos, siempre y cuando los inspirados y
reputados necesarios para alcanzar un fin.

El príncipe de Maquiavelo no
desentonaba en lo más mínimo el fondo general de la
moral italiana de su tiempo y sería justo atribuir a su
autor el descubrimiento de un nuevo método infernal. El
estudio de la historia y de las costumbres sociales de Italia
había ido forjando en su mente la concepción de la
política como el arte escueto de los medios para la
consecución de fines. Su idealización de
César Borgia y su Romántica imagen de Castruccio
eran las primeras imágenes de la teoría que en
él se había ido formándose por la
observación del mundo en que vivía.

El príncipe nos lo revela en su
acabada organización. Justo es reconocer, sin embargo, que
el hecho de haber presentado de buena fe semejante ensayo a los
déspotas de su ciudad natal, en este momento concreto de
su propia carrera y bajo la presión de una pobreza que
nada tiene de trágica echa una mancha innegable sobre la
memoria del gran pensador.

Los florentinos execraron a Maquiavelo por
su Príncipe: los pobres pensaban que esta obra
enseñaría a los Médicis a destruir su honor,
los ricos veían en ella un ataque a sus riquezas, y unos y
otros consideraban el libro como golpe de muerte descargado sobre
su libertad. Maquiavelo no debió de calcular esta
condenación de sus ciudadanos, que le siguió hasta
la tumba; las vacilaciones que su carta Vettori revela en cuanto
a la conveniencia de presentar su ensayo a los Médicis
obedecía solamente al miedo de que un rival se aprovechase
del fruto de sus fatigas. No encontramos en ella una sola palabra
de la que se infiera que trataba, con esta obra, de coger en una
trampa a los Médicis y de inducirlos a la comisión
de imperdonables crímenes. Podemos, por tanto, suponer que
esta explicación del propósito en que se inspiraba
la obra fue dada por el propio autor o por sus amigos como una
explicación a posteriori.

Después de lo que hemos dicho acerca
de las circunstancias en que Maquiavelo escribió El
Príncipe creemos justificado considerar esta obra como la
expresión sincera de la filosofía política
de su autor. El intelecto de quien lo escribió es
eminentemente analítico y positivo, sabe circunscribirse
estrictamente a los límites del tema elegido. En El
Príncipe no se propone escribir un tratado de moral, sino
exponer con todo rigor científico las artes que considera
necesaria para que un gobernante absoluto pueda triunfar.
Debemos, por tanto, ver en este ensayo la más profunda y
lúcida exposición de los principios que guiaban a
un estadista italiano en el siglo XVI.

Después de afirmar esto, hay que
decir que fue Maquiavelo el primero que en los tiempos modernos
se atrevió a formular una teoría del gobierno que
atiende única y exclusivamente a los intereses del
gobernante, que establece una nítida separación
entre el arte de gobernar y la moral, que reconoce la fuerza y el
y el fraude entre los medios legítimos para alcanzar los
fines políticos, que hace del éxito la única
justificación de la conducta y que establece como premisas
la corrupción y la bajeza de la humanidad en gran
escala.

Esto fue lo que suscitó la
animosidad de Europa contra Maquiavelo, tan pronta como El
Príncipe empezó a conocerse y a circular. Las
naciones acostumbradas a las formas monárquicas en vez de
las formas despóticas de gobierno, se sentían
agraviadas ante la exposición de un arte de la
tiranía durante tanto tiempo practicado entre los
italianos. El pueblo del norte, cuya fibra moral establecida, no
pedía tolerar el cinismo con que Maquiavelo analizaba su
tema desde un punto de vista meramente intelectual.

Sin embargo, este libro no era, realmente
ni más ni menos que un compendio crítico de hechos
referentes a Italia, la abstracción altamente condensada
de una experiencia política. Podemos, estudiar en
él, como en un espejo los procedimientos del
déspota italiano, que a merced de la aventura o de la
herencia logra apoderarse del mando de un reino. Estamos. Por
tanto, ante un documento de la más alta importancia para
ilustrar lo que era la conciencia italiana de aquel tiempo, en
relación con la moral política.

Maquiavelo se mantiene fiel a su
filosofía positiva y científica de la naturaleza
humana. No cree que haya en el mundo otros factores permanentes
que el cálculo y el talento de los hombres decididos y el
poder emanado de la fuerza física.

También podría alegarse en
justicia que los historiadores y pensadores de la
Antigüedad, a quienes los estudiosos del siglo XVI estimaban
muy por encima de su valor, confirmaban los puntos de vista de
Maquiavelo, en su aplicación de una filosofía
positiva del arte de gobierno.

El éxito que corono la violencia y
el disimulo de los romanos, tal como lo describe Tito Livio,
indujo al florentino a inculcar a las gentes de tiempo los
principios en que aquellos se inspiraban. El método
científico adoptado por Aristóteles en su
política animaba al pensador del Príncipe a
proceder a un análisis semejante, al pasa que el estrecho
paralelismo entre la Grecia antigua y la Italia medieval bastaba
para establecer que la sabiduría del mundo antiguo era
perfectamente aplicable a las condiciones del mundo
nuevo.

 

[1]
http://www.monografías.com/trabajos10/fciencia/fciencia.shtml

[2] Boron. A. Atilio. “Teoría y
Filosofía Política”. La tradición
clásica y las nuevas fronteras. Editorial de Ciencias
Sociales, La Habana, Cuba 2008. Pág. 22

 

 

Autor:

Misleydi Pérez Báez

Estudiante de Filosofía Universidad de la
Habana

Partes: 1, 2
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