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El Poder (página 3)



Partes: 1, 2, 3

24.- Desarme y enfurezca con el efecto espejo. El
espejo es la realidad, pero también es el arma perfecta
para el engaño: cuando usted refleja a sus enemigos,
haciendo exactamente lo que hacen ellos, sus rivales no
lograrán deducir su estrategia. El efecto espejo los burla
y humilla, lo cual los lleva a reaccionar en forma desmedida. Al
poner un espejo frente a su siquis, usted los seduce con la
ilusión de que comparte sus valores. El reflejar sus
acciones en un espejo, les enseña una lección. Son
muy pocos los que pueden resistirse al poder del efecto
espejo.

25.- Disimule sus intenciones. Desconcierte a la
gente y manténgala en la mayor ignorancia posible, sin
revelar nunca el propósito de sus acciones. Si no tienen
la menor idea de que es lo que usted quiere lograr, les resultara
imposible preparar una defensa. Condúzcalos por el camino
de las falsas suposiciones, envuélvalos en una nube de
humo y verá que, cuando al fin caigan en la cuenta de las
verdaderas intenciones de usted, ya será tarde para
ellos.

26.- Muéstrese como un amigo pero actúe
como un espía.
Es de fundamental importancia saberlo
todo sobre su rival. Utilice espías para reunir
información valiosa que le permita mantener siempre una
ventaja sobre él. Y mejor aún: haga usted mismo de
espía. Aprenda a sondear con cuidado a la gente en
corteses encuentros sociales. Formule preguntas indirectas para
lograr que el otro revele sus intenciones y sus debilidades. Toda
ocasión es buena para ejercer el arte del
espionaje.

27.- Mantenga el suspenso. Maneje el arte de lo
impredecible. El ser humano es hijo del hábito y tiene una
necesidad insaciable de sentirse familiarizado con las actitudes
de quienes lo rodean. Si usted se muestra predecible, confiere a
los demás la sensación de tener cierto control
sobre usted. Invierta los papeles: muéstrese
deliberadamente impredecible. Las actitudes que en apariencia
carecen de coherencia o propósitos desconcertarán a
los demás, que se agotarán tratando de explicarse
sus movimientos y acciones. Llevada a un extremo, esta estrategia
puede intimidar y aterrorizar.

28.- Procure recrearse permanentemente. No acepte
los papeles que la sociedad le ha endilgado. Fórjese una
nueva identidad que atraiga la atención y nunca aburra al
público. Sea el dueño de su propia imagen, en lugar
de permitir que otros la definan por usted. Incorpore elementos
dramáticos en sus gestos y acciones públicas, y su
poder se verá reforzado y su personalidad crecerá
en forma asombrosa.

29.- Sea cambiante en su forma. Al adoptar una
forma definida y tener un plan claro para todo el mundo, usted se
convertirá en el blanco de ataques diversos. En lugar de
brindar a sus enemigos algo concreto que atacar,
manténgase flexible, adaptable y en movimiento. Acepte el
hecho de que nada es absoluto y de que no existen leyes fijas .
la mejor forma de protegerse es mantenerse tan fluido y cambiante
como el agua. Nunca apueste a la estabilidad ni a un orden
perdurable. Todo cambia.

30.- Domine el arte de la oportunidad. Nunca
demuestre tener prisa, ya que el apuro delata una falta de
control sobre el tiempo y sobre su propio accionar.
Muéstrese siempre paciente, como si supiera que, con el
tiempo, todos sus deseos se cumplirán. Conviértase
en especialista en el arte de detectar el momento propicio para
cada cosa. Descubra el espíritu de los tiempos actuales y
las tendencias que lo llevarán al poder. Aprenda a
mantenerse a la expectativa cuando el momento justo no haya
llegado, y a golpear con fuerza cuando la oportunidad le sea
favorable.

31.- Sea audaz al entrar en acción. Si se
siente inseguro frente a determinado curso de acción, no
lo intente. Sus dudas y titubeos se transmitirán a la
ejecución del plan. La timidez es sumamente peligrosa; lo
mejor es encarar toda acción con audacia. Cualquier error
que usted cometa por ser audaz se corregirá con facilidad
con más audacia. Todo el mundo admira al audaz; nadie
honra al timorato.

32.- Casi todo depende de su prestigio,
defiéndalo a muerte.
Su renombre y su prestigio
constituyen la piedra angular del poder. Basta el prestigio para
intimidar y ganar. Sin embargo, una vez que decae, usted se
tornará vulnerable y será atacado por todos los
flancos. Convierta su prestigio en una fortaleza inexpugnable.
Manténgase alerta frente a cualquier tipo de ataques
potenciales y desbarátelos antes de que se produzcan. Al
mismo tiempo, aprenda a destruir a sus enemigos abriendo brechas
en la reputación de ellos. Luego dé un paso al
costado y deje que la opinión pública los
crucifique.

33.- Mantenga sus manos limpias. Es necesario
que, en todo momento, usted aparezca como paradigma de la
corrección y la eficiencia. Sus manos nunca se
ensuciarán por ilícitos o descuidos. Mantenga esa
apariencia impecable, utilizando a otros como testaferros o
pantallas para ocultar, cuando se necesario, su
participación personal en hechos de esta
índole.

34.- Actúe como un rey para ser tratado como
tal.
Su forma de actuar determinará cómo lo
tratarán los demás: a la larga, una presencia
vulgar o común hará que la gente le pierda el
respeto. Porque un rey se respeta a sí mismo e inspira el
mismo sentimiento en los demás. Al adoptar una actitud de
rey, mostrando su confianza en su propio poder, logrará
que lo consideren destinado a llevar una corona sobre la
cabeza.

35.- Evite imitar a los grandes hombres. Lo que
se produce por primera vez siempre parece mejor y más
original que lo que viene después. Si usted sucede a un
gran hombre o tiene padres célebres, deberá lograr
el doble para poder superar la imagen de ese modelo. No se pierda
en la sombra de estos grandes ni se quede estancado en un pasado
que no es obra suya: encuentre su propia identidad y
reafírmela con un accionar diferente. Elimine a ese padre
dominante, reniegue de su herencia y gane poder a través
de sus propios méritos.

36.- Nunca se muestre demasiado perfecto. Siempre
es peligroso mostrarse superior a los demás, pero lo
más peligroso de todo es aparecer libre de toda falla o
debilidad. La envidia genera enemigos silenciosos. Lo inteligente
es poner de manifiesto, de vez en cuando, sus defectos y admitir
vicios inofensivos, con el fin de desviar la envidia y parecer
más humano y accesible. Sólo los dioses y los
muertos pueden parecer perfectos impunemente. 37.- Utilice la
ausencia para incrementar el respeto y el honor. Demasiado oferta
reduce el precio: cuanto más lo vean y oigan, tanto menos
necesario lo considerarán los demás. Si ya ha
afirmado su posición dentro de un grupo, un alejamiento
temporal hará que hablen más de usted, e incluso
que lo admiren. Deberá aprender cuándo
alejarse.

38.- No construya fortalezas para protegerse: el
aislamiento es peligroso.
El mundo es un lugar peligroso y
los enemigos acechan por doquier. Una fortaleza se presenta como
la alternativa más segura. Pero el aislamiento lo expone
más de lo que lo protege de los peligros que lo rodean, ya
que lo aisla de información valiosa y lo destaca como un
blanco fácil para los demás. Es mucho más
seguro circular. Mezclarse entre la gente y buscar aliados. La
multitud protege de sus enemigos.

39.- Busque llamar la atención a cualquier
precio.
Todo es juzgado por su apariencia; lo que no se ve no
cuenta. Nunca acepte perderse en el anonimato de la multitud o
ser sepultado por el olvido. Ponga toda su fuerza en destacarse.
Conviértase en un imán que concentre la
atención de los demás, mostrándose
más grande, más atractivo y más misterioso
que la gran masa, tímida y anodina.

40.- Arme espectáculos imponentes. Una
imagineria impactante y gestos simbólicos grandiosos
genera aura de poder, ya que ejerce gran atracción sobre
todos. Presente espectáculos imponentes para quienes lo
rodean, plenos de elementos visuales fascinantes y radiantes
simbolismos, que enfaticen su presencia. Encandilados por las
apariencias, los demás no se darán cuenta de lo que
usted esta haciendo en realidad.

41.- Haga que sus logros parezcan no requerir
esfuerzos.
Su accionar deberá parecer natural y de
fácil ejecución. Toda la práctica y el
esfuerzo que usted invierta en él, asi como todas las
habilidosas artimañas a las que recurra, deberán
permanecer ocultos. Cuando actúe, hágalo como si la
tarea que tiene entre manos fuese algo de lo más sencillo,
como si pudiese hacer todavía mucho más. Evite la
tentación de revelar lo mucho que usted trabaja, pues con
ello sólo generará cuestionamientos. No le
enseñe a nadie sus trucos especiales, o los usarán
contra usted.

42.- Revuelva las aguas para asegurarse una buena
pesca.
La ira y las emociones son estratégicamente
contraproducentes. Siempre deberá mantenerse sereno y
objetivo; pero si puede enfurecer a sus enemigos mientras usted
conserva la calma, obtendrá una ventaja decisiva.
Desubique a sus enemigos: descubra la grieta a través de
la cual pueda sacudirlos y manejarlos.

43.- Predique la necesidad de introducir cambios,
pero nunca modifique demasiado a la vez.
En teoría,
todo el mundo comprende la necesidad del cambio, pero en el nivel
cotidiano, el ser humano es hijo de la costumbre. Demasiada
innovación resulta traumática y conducirá a
la rebelión. Si usted es nuevo en una posición de
poder, o un tercero que intenta construir una base de poder, haga
alarde de respetar la forma tradicional de hacer las cosas. Si se
impone un cambio necesario, hágalo aparecer como una leve
modificación positiva del pasado.

44.- Piense como quiera, pero compórtese como
los demás.
Si usted hace ostentación de ir
contra la corriente, alardeando acerca de sus ideas poco
convencionales y sus actitudes heterodoxas, la gente
pensará que usted sólo desea llamar la
atención y que desprecia a los demás.
Encontrarán la forma de castigarlo por hacerlos sentir
inferiores. Es mucho más seguro confundirse con la masa y
adoptar un cierto aire común. Limítese a compartir
su originalidad con amigos tolerantes y con aquellas personas de
las que está seguro que aprecian su forma de ser diferente
y especial.

45.- Gane a través de sus acciones, nunca por
medio de argumentos.
Cualquier triunfo circunstancial que
usted obtenga a través de argumentación verbal en
realidad es sólo una victoria pírrica: el
resentimiento y la mala voluntad que así generan son
más intensos y duraderos que cualquier acuerdo
momentáneo que haya logrado. Es mucho más eficaz
conseguir la coincidencia de otros con usted a través de
sus acciones, sin decir palabra alguna. No explique;
demuestre.

46.- Sepa con quién está tratando: no
ofenda a la persona equivocada.
En el mundo hay muchas clases
de personas diferentes, y usted no puede suponer que todas
reaccionarán de la misma manera frente a sus estrategias.
Hay ciertas personas que, si usted las manipula o engaña,
pasarán el resto de sus vidas procurando vengarse.
Serán, desde el momento de la ofensa, lobos con piel de
oveja.

47.- Utilice la táctica de la
capitulación. Transforme la debilidad en poder.
Cuando
usted sea el más débil, nunca luche simplemente por
salvar su honor. Opte, en cambio, por la capitulación.
Rendirse le dará tiempo para recuperarse, tiempo para
atormentar e irritar al vencedor, tiempo para esperar a que el
poder de éste se diluya. No le dé la
satisfacción de luchar y ser vencido por él. Al
volver la otra mejilla enfurecerá y desconcertará a
su contrincante.

48.- No vaya más allá de su objetivo
original; al triunfar, aprenda cuándo detenerse.
El
momento del triunfo es a menudo el momento de mayor peligro. En
el fragor de la victoria, la arrogancia y un exceso de confianza
en sus fuerzas pueden llegar a impulsarlo más allá
de la meta que se había propuesto en un principio y al ir
demasiado lejos serán más los enemigos que se
crearán que los que logre vencer. No permita que el
éxito se le suba a la cabeza. No hay nada como la
estrategia y la planificación cuidadosa. Fijese un
objetivo y, cuando lo alcance, deténgase.

Y un último consejo: paciencia y
autocontrol
son las virtudes que debe tener todo buen
jugador.

Conclusión

Para ilustrar una conclusión interesante sobre el
fenómeno del poder en su aplicación
práctica, sin duda, no existe una exposición mas
breve y certera, que la obra maestra de Jorge Luis Borges "El
Muerto
", que relata una de las más descarnadas
descripciones del poder, dejando de manifiesto, la forma como se
mueven y se consolidan los poderosos para conquistar y mantener
el mando.

El Muerto

Jorge Luis Borge. El
Aleph

Que un hombre del suburbio de Buenos Aires, que un
triste compadrito sin más virtud que la infatuación
del coraje, se interne en los desiertos ecuestres de la frontera
del Brasil y llegue a capitán de contrabandistas, parece
de antemano imposible. A quienes lo entienden así, quiero
contarles el destino de Benjamin Otálora, de quien acaso
no perdura un recuerdo en el barrio de Balvanera y que
murió en su ley, de un balazo, en los confines de
Río Grande do Sul. Ignoro los detalles de su aventura;
cuando me sean revelados, he de rectificar y ampliar estas
páginas. Por ahora, este resumen puede ser
útil.

Benjamín Otálora cuenta, hacia 1891,
diecinueve años. Es un mocetón de frente mezquina,
de sinceros ojos claros, de reciedumbre vasca; una
puñalada feliz le ha revelado que es un hombre valiente;
no lo inquieta la muerte de su contrario, tampoco la inmediata
necesidad de huir de la República. El caudillo de la
parroquia le da una carta para un tal Azevedo Bandeira, del
Uruguay. Otálora se embarca, la travesía es
tormentosa y crujiente; al otro día, vaga por las calles
de Montevideo, con inconfesada y tal vez ignorada tristeza. No da
con Azevedo Bandeira; hacia la medianoche, en un almacén
del Paso del Molino, asiste a un altercado entre unos troperos.
Un cuchillo relumbra; Otálora no sabe de qué lado
está la razón, pero lo atrae el puro sabor del
peligro, como a otros la baraja o la música. Para, en el
entrevero, una puñalada baja que un peón le tira a
un hombre de galera oscura y de poncho. Éste,
después, resulta ser Azevedo Bandeira. (Otálora, al
saberlo, rompe la carta, porque prefiere debérselo todo a
sí mismo.) Azevedo Bandeira da, aunque fornido, la
injustificable impresión de ser contrahecho; en su rostro,
siempre demasiado cercano, están el judío, el negro
y el indio; en su empaque, el mono y el tigre; la cicatriz que le
atraviesa la cara es un adorno más, como el negro bigote
cerdoso.

Proyección o error del alcohol, el altercado cesa
con la misma rapidez con que se produjo. Otálora bebe con
los troperos y luego los acompaña a una farra y luego a un
caserón en la Ciudad Vieja, ya con el sol bien alto. En el
último patio, que es de tierra, los hombres tienden su
recado para dormir. Oscuramente, Otálora compara esa noche
con la anterior; ahora ya pisa tierra firme, entre amigos. Lo
inquieta algún remordimiento, eso sí, de no
extrañar a Buenos Aires. Duerme hasta la oración,
cuando lo despierta el paisano que agredió, borracho, a
Bandeira. (Otálora recuerda que ese hombre ha compartido
con los otros la noche de tumulto y de júbilo y que
Bandeira lo sentó a su derecha y lo obligó a seguir
bebiendo.) El hombre le dice que el patrón lo manda
buscar. En una suerte de escritorio que da al zaguán
(Otálora nunca ha visto un zaguán con puertas
laterales) está esperándolo Azevedo Bandeira, con
una clara y desdeñosa mujer de pelo colorado. Bandeira lo
pondera, le ofrece una copa de caña, le repite que le
está pareciendo un hombre animoso, le propone ir al Norte
con los demás a traer una tropa. Otálora acepta;
hacia la madrugada están en camino, rumbo a
Tacuarembó.

Empieza entonces para Otálora una vida distinta,
una vida de vastos amaneceres y de jornadas que tienen el olor
del caballo. Esa vida es nueva para él, y a veces atroz,
pero ya está en su sangre, porque lo mismo que los hombres
de otras naciones veneran y presienten el mar, así
nosotros (también el hombre que entreteje estos
símbolos) ansiamos la llanura inagotable que resuena bajo
los cascos. Otálora se ha criado en los barrios del
carrero y del cuarteador; antes de un año se hace gaucho.
Aprende a jinetear, a entropillar la hacienda, a carnear, a
manejar el lazo que sujeta y las boleadoras que tumban, a
resistir el sueño, las tormentas, las heladas y el sol, a
arrear con el silbido y el grito. Sólo una vez, durante
ese tiempo de aprendizaje, ve a Azevedo Bandeira, pero lo tiene
muy presente, porque ser hombre de Bandeira es ser considerado y
temido, y porque, ante cualquier hombrada, los gauchos dicen que
Bandeira lo hace mejor. Alguien opina que Bandeira nació
del otro lado del Cuareim, en Rio Grande do Sul; eso, que
debería rebajarlo, oscuramente lo enriquece de selvas
populosas, de ciénagas, de inextricable y casi infinitas
distancias. Gradualmente, Otálora entiende que los
negocios de Bandeira son múltiples y que el principal es
el contrabando. Ser tropero es ser un sirviente; Otálora
se propone ascender a contrabandista. Dos de los
compañeros, una noche, cruzarán la frontera para
volver con unas partidas de caña; Otálora provoca a
uno de ellos, lo hiere y toma su lugar. Lo mueve la
ambición y también una oscura fidelidad. Que el
hombre (piensa) acabe por entender que yo valgo más que
todos sus orientales juntos.

Otro año pasa antes que Otálora regrese a
Montevideo. Recorren las orillas, la ciudad (que a Otálora
le parece muy grande); llegan a casa del patrón; los
hombres tienden los recados en el último patio. Pasan los
días y Otálora no ha visto a Bandeira. Dicen, con
temor, que está enfermo; un moreno suele subir a su
dormitorio con la caldera y con el mate. Una tarde, le
encomiendan a Otálora esa tarea. Éste se siente
vagamente humillado, pero satisfecho también. El
dormitorio es desmantelado y oscuro. Hay un balcón que
mira al poniente, hay una larga mesa con un resplandeciente
desorden de taleros, de arreadores, de cintos, de armas de fuego
y de armas blancas, hay un remoto espejo que tiene la luna
empañada. Bandeira yace boca arriba; sueña y se
queja; una vehemencia de sol último lo define. El vasto
lecho blanco parece disminuirlo y oscurecerlo; Otálora
nota las canas, la fatiga, la flojedad, las grietas de los
años. Lo subleva que los esté mandando ese viejo.
Piensa que un golpe bastaría para dar cuenta de él.
En eso, ve en el espejo que alguien ha entrado. Es la mujer de
pelo rojo; está a medio vestir y descalza y lo observa con
fría curiosidad. Bandeira se incorpora; mientras habla de
cosas de la campaña y despacha mate tras mate, sus dedos
juegan con las trenzas de la mujer. Al fin, le da licencia a
Otálora para irse.

Días después, les llega la orden de ir al
Norte. Arriban a una estancia perdida, que está como en
cualquier lugar de la interminable llanura. Ni árboles ni
un arroyo la alegran, el primer sol y el último la
golpean. Hay corrales de piedra para la hacienda, que es guampuda
y menesterosa. El Suspiro se llama ese pobre establecimiento.
Otálora oye en rueda de peones que Bandeira no
tardará en llegar de Montevideo. Pregunta por qué;
alguien aclara que hay un forastero agauchado que está
queriendo mandar demasiado. Otálora comprende que es una
broma, pero le halaga que esa broma ya sea posible. Averigua,
después, que Bandeira se ha enemistado con uno de los
jefes políticos y que éste le ha retirado su apoyo.
Le gusta esa noticia.

Llegan cajones de armas largas; llegan una jarra y una
palangana de plata para el aposento de la mujer; llegan cortinas
de intrincado damasco; llega de las cuchillas, una mañana,
un jinete sombrío, de barba cerrada y de poncho. Se llama
Ulpiano Suárez y es el capanga o guardaespaldas de Azevedo
Bandeira. Habla muy poco y de una manera abrasilerada.
Otálora no sabe si atribuir su reserva a hostilidad, a
desdén o a mera barbarie. Sabe, eso si, que para el plan
que está maquinando tiene que ganar su amistad.

Entra después en el destino de Benjamin
Otálora un colorado cabos negros que trae del sur Azevedo
Bandeira y que luce apero chapeado y carona con bordes de piel de
tigre. Ese caballo liberal es un símbolo de la autoridad
del patrón y por eso lo codicia el muchacho, que llega
también a desear, con deseo rencoroso, a la mujer de pelo
resplandeciente. La mujer, el apero y el colorado son atributos o
adjetivos de un hombre que él aspira a
destruir.

Aquí la historia se complica y se ahonda. Azevedo
Bandeira es diestro en el arte de la intimidación
progresiva, en la satánica maniobra de humillar al
interlocutor gradualmente, combinando veras y burlas;
Otálora resuelve aplicar ese método ambiguo a la
dura tarea que se propone. Resuelve suplantar, lentamente, a
Azevedo Bandeira. Logra, en jornadas de peligro común, la
amistad de Suárez. Le confía su plan; Suárez
le promete su ayuda. Muchas cosas van aconteciendo
después, de las que sé unas pocas. Otálora
no obedece a Bandeira; da en olvidar, en corregir, en invertir
sus órdenes. El universo parece conspirar con él y
apresura los hechos. Un mediodía, ocurre en campos de
Tacuarembó un tiroteo con gente riograndense;
Otálora usurpa el lugar de Bandeira y manda a los
orientales. Le atraviesa el hombro una bala, pero esa tarde
Otálora regresa al Suspiro en el colorado del jete y esa
tarde unas gotas de su sangre manchan la piel de tigre y esa
noche duerme con la mujer de pelo reluciente. Otras versiones
cambian el orden de estos hechos y niegan que hayan ocurrido en
un solo día.

Bandeira, sin embargo, siempre es nominalmente el jefe.
Da órdenes que no se ejecutan; Benjamín
Otálora no lo toca, por una mezcla de rutina y de
lástima.

La última escena de la historia corresponde a la
agitación de la última noche de 1894. Esa noche,
los hombres del Suspiro comen cordero recién carneado y
beben un alcohol pendenciero. Alguien infinitamente rasguea una
trabajosa milonga. En la cabecera de la mesa, Otálora,
borracho, erige exultación sobre exultación,
júbilo sobre júbilo; esa torre de vértigo es
un símbolo de su irresistible destino. Bandeira, taciturno
entre los que gritan, deja que fluya clamorosa la noche. Cuando
las doce campanadas resuenan, se levanta como quien recuerda una
obligación. Se levanta y golpea con suavidad a la puerta
de la mujer. Ésta le abre en seguida, como si esperara el
llamado. Sale a medio vestir y descalza. Con una voz que se
afemina y se arrastra, el jefe le ordena: -Ya que vos y el
porteño se quieren tanto, ahora mismo le vas a dar un beso
a vista de todos. Agrega una circunstancia brutal. La mujer
quiere resistir, pero dos hombres la han tomado del brazo y la
echan sobre Otálora. Arrasada en lágrimas, le besa
la cara y el pecho. Ulpiano Suárez ha empuñado el
revólver. Otálora comprende, antes de morir, que
desde el principio lo han traicionado, que ha sido condenado a
muerte, que le han permitido el amor, el mando y el triunfo,
porque ya lo daban por muerto, porque para Bandeira ya estaba
muerto…….. Suárez, casi con desdén, hace
fuego.

(De "El Aleph", 1949)

"Querido Claudio. He conocido listos que se
fingían tontos y tontos que se fingían listos. Pero
eres el primer caso que he visto de un tonto que se finge tonto.
Te convertirás en un dios." (Palabras de Herodes, en la
Novela " Yo, Claudio", de Robert Graves
)

Bibliografía

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Edit. Siglo XX. México. 1981

2.- Maquiavelo, Nicolas. El Principe. Edit. Sarpre.
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Fondo de cultura económica. México.

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18.- Borges, Jorge L. El Aleph. Edit. Alianza. Madrid.
1949

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Atlántida. 1979

20.- Graves, Robert. I, Claudius. Trad. Floreal Mazia.
Edic. Edhasa. 1986.

 

 

Autor:

Carlos Francisco Ortiz
Carvajal

Partes: 1, 2, 3
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