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El proceso de hominización (página 2)



Partes: 1, 2

La que aquí plantearemos, por opción
personal, es la perspectiva que nos permita entender el proceso
que conduce al surgimiento del Fenómeno Humano.
¿Qué queremos significar con esto? Simplemente que
queremos entregar información que nos permita considerar
el proceso de hominización no sólo desde una
perspectiva científica u "objetiva" que de cuenta de sus
procesos de transformación morfológica o
biológica. Nos interesa también -y de manera
especial- considerar cómo se fueron estructurando sus
manifestaciones intelectuales, afectivas, sociales y
éticas. Se trata de acercarnos a la perspectiva que en su
tiempo mantuvo el padre Teilhard de Chardin -de estrecha
unión entre la perspectiva metafísica y la
científica- o que hoy sostienen biólogos como
Humberto Maturana y Francisco Varela, que no sólo se
preocupan por responder a las exigencias de rigor
científico que les impone la biología sino que
intentan integrar sus aportes en el marco más amplio de la
reflexión filosófica.

 Desde esta perspectiva, lo primero que cabe acotar
es que la evolución morfológica no se puede separar
de la evolución del sistema nervioso y de la
evolución de lo psicológico y lo social. Si lo
separamos es sólo con fines analíticos. Pero es
importante hacerlo. Queremos insistir en la idea básica de
que no es conveniente confundir hominización y
humanización.

 Un primer salto cualitativo, en el proceso que nos
trajo hasta lo que somos hoy, es el origen de los primeros
homínida -lo que algunos consideran género Homo y
otros prehumanos- como producto de una serie de transformaciones
morfológicas que luego veremos. Ciertamente, la
aparición de los homínida abrió un gran foso
entre este género y el resto de los seres vivos. Pero lo
que es verdaderamente interesante de considerar es lo siguiente:
el foso que separa a esos homínida de su sucesor, el homo
sapiens, es aún más grande que aquel que lo separa
de sus antecesores. Cuando surgen los homínida decimos que
nos hemos hominizado pero aún no humanizado.

 Luego se produce el segundo salto con el
surgimiento del Homo Sapiens. Y en este punto se produce algo que
consideramos de la mayor significación. Desde su
aparición, el homo sapiens poseyó un conjunto de
características biológicas esenciales que desde
entonces no han sufrido ningún cambio fundamental. Sin
embargo, y ello es lo significativo, la humanidad siguió
evolucionando a tal punto que, mentalmente, los seres humanos de
hoy están más lejos de ese primer homo sapiens de
lo lejos que estaba ese homo sapiens de su antecesor
homínida.

 En otras palabras, los progresos
psicológicos de los homínida se dieron de manera
correlativa con la evolución orgánica. En cambio la
evolución mental del homo sapiens se da en forma
independiente de la evolución orgánica del sistema
nervioso. De hecho, el sistema nervioso alcanzó, en el
origen del homo sapiens, un nivel de desarrollo hasta hoy no
superado. Es decir, las limitaciones biológicas que
restringieron las posibilidades de desarrollo de los
homínida, ya no restringen más la evolución.
La gran aventura del pensamiento comienza. Desde entonces, la
evolución está más relacionada con las
formas y sistemas de vida que se dan los seres humanos que con lo
propiamente orgánico. Mediante el pensamiento abstracto,
el lenguaje y la vida social, el Hombre se elevó por
encima del plano de la simple evolución orgánica.
Sin embargo, sus posibilidades en esos dominios están
limitadas, de todas maneras, por su estructura orgánica.
Por ello no podemos dejarla de lado y es conveniente partir por
conocer esta dimensión del proceso evolutivo.

 Descripción del proceso de
hominización

 Entenderemos por hominización una
complejización anatómica y funcional progresiva
tanto del sistema nervioso superior como de los órganos
que permiten la relación del ser vivo con su medio. El
proceso de hominización morfológica ha sido
dominado, en opinión de la mayoría de los expertos
en el tema, por dos hechos: la adquisición de la
posición vertical o bípeda y la estructura actual
del sistema nervioso humano y del cerebro.  La
adquisición de la posición bípeda es
fundamental porque es la que permite, aparentemente, el
desarrollo posterior del sistema nervioso. Veamos que
consecuencias tuvo, en el plano orgánico. En primer lugar,
la posición vertical libera al cráneo de poderosas
presiones musculares y provoca un cambio esencial en las
sensibilidades de los homínida. ¿Por qué se
produce este cambio? Porque la liberación de la
presión muscular sobre el cráneo es, probablemente,
la causa fundamental de un fenómeno que se denomina
hipertelia. Veamos en qué consiste.

 La adaptación del individuo al medio exige,
entre muchísimas condiciones, que se de un proceso de
coordinación neuroglandular; esto es, coordinación
entre el funcionamiento de las glándulas y del sistema
nervioso. Cuando dicha coordinación se pierde, entonces
estamos en presencia de lo que se denomina hipertelia. Este
proceso se presentó, a lo largo de la evolución, en
muchas especies; y es muy probable que haya sido la causa de
extinción de varias de ellas. Es interesante hacer notar
que en la historia zoológica, las hipertelias aparecen
como verdaderas enfermedades de grupo. A veces se trata de
desajustes del esqueleto óseo, relacionados con cambios
hormonales, desajustes que a su vez conducen a radicales cambios
en todo el sistema biológico del ser vivo.

 Se supone que este fue el caso de nuestros
ancestros, cuyo cerebro se "hominizó" más
rápidamente que el resto de su organismo. La desventaja
que ello provocaría, en un medio natural, es evidente, y
hubiera llevado a la extinción de la especie de no haber
sucedido que ese fenómeno permitió, como mecanismo
de compensación,  desarrollar una nueva
función coordinadora en las relaciones individuo-medio:
estamos hablando, justamente, de la función mental. Dicho
de otra manera, en los homínida, esta anomalía en
el mecanismo neuroglandular de adaptación al medio, en
lugar de provocar la extinción de la especie, hizo posible
que surgieran nuevos mecanismos de adaptación. Una nueva
actividad de naturaleza sensomotriz comenzó a
estructurarse en un nuevo plano: el de las funciones mentales.
Esto es posible debido a que la posición vertical no
sólo dio origen al fenómeno de la hipertelia.
También originó otros cambios orgánicos en
los homínida. Señalaremos las más
importantes: adaptación del pie para la
sustentación del cuerpo erguido; liberación de la
mano, elemento que, como veremos más adelante, fue
esencial para que el Hombre construyera instrumentos y, con ello,
acelerara la transformación de su sistema nervioso y su
cerebro; ensanchamiento del tórax y de la pelvis; cambio
en la forma de las vísceras y en sus relaciones; cambios a
nivel de los sentidos, especialmente de la visión que se
vuelve estereoscópica; modificaciones en las extremidades.
 Como vemos, el andar bipedal generó o
facilitó -la relación no está clara- 
una serie de cambios. Si estamos de acuerdo en que los organismos
funcionan como sistemas integrados, un cambio en un elemento
producirá cambios en los otros elementos y en el todo. Los
cambios morfológicos que mencionábamos, permitieron
o produjeron la modificación de la arquitectura del
cráneo y del rostro, elementos que resultaron esenciales
para el desarrollo del cerebro. Veamos que sostiene Humberto
Maturana para reforzar lo dicho:

 "La línea de homínidos a la cual
pertenecemos constituye un linaje que tiene 15 millones de
años. Pero no es hasta hace unos 3 millones que se
consolidaron los rasgos estructurales que hoy tenemos: el andar
bipedal y erecto, el aumento de la capacidad craneana, una
conformación dental asociable a alimentación
omnívora, el reemplazo de los ciclos astrales en la
fertilidad de las hembras por menstruaciones y sexualidad
mantenida y un enfrentamiento de los rostros en la
cópula."

 En resumen, todos estos cambios orgánicos
conducen a un cambio en la funcionalidad del cerebro. Es
importante tener presente que la actividad psíquica del
cerebro no proviene exactamente de su estructura o de sus
funciones fisiológicas.  El cerebro, como
órgano, está compuesto por billones de neuronas.
Las neuronas son células nerviosas que mantienen una
permanente actividad físico-química. Y esta
actividad físico-química da origen a lo que se
denomina neurodinamismos.  El neurodinamismo, en otras
palabras, constituye un proceso físico-químico a
través del cual se organiza la actividad de las neuronas.
Los neurodinamismos relacionados con lo que se puede considerar
la vida mental tienen como asiento principal la corteza cerebral;
allí, las neuronas se unen en inextricables redes a
través de contactos funcionales denominados sinapsis. Pero
lo más importante en relación a todos estos
procesos que operan en el cerebro es el problema de la
especialización.  Las neuronas, por medio de los
neurodinamismos, se agrupan de manera homogénea cuando se
trata de neuronas cuya actividad está relacionada con las
funciones de regulación orgánica tales como las
sensaciones, la respiración, los movimientos coordinados,
etc. En estos casos, para decirlo de otra forma, los
neurodinamismos dan origen a grupos homogéneos de
neuronas, los que se especializan en una función
orgánica determinada. Podemos decir que las neuronas
mismas, en cierto sentido, se especializan cuando se trata de
comandar funciones orgánicas.

 Pero no sucede lo mismo cuando se trata de los
procesos mentales. Y esto es lo que abre un mundo de
posibilidades, como veremos. En el caso de las funciones o
procesos mentales, el cerebro es un órgano que carece de
especialización. En otras palabras, el cerebro funciona,
para efectos de los procesos mentales, como un todo funcional
genérico, libre de especialización. Y esto es,
justamente, lo que permite que tenga un alto grado de eficiencia
en lo que respecta a la capacidad de adaptación a
cualquier cambio del medio. En la mayoría de los seres
vivos, la respuesta a los estímulos del medio son
definidas por impulsos de afectividad primaria: agrado y
desagrado. La actividad adaptativa se orienta a evitar lo
desagradable y reforzar lo que produce placer. En cambio en el
caso del Hombre, todas estas modificaciones que hemos descrito y
que posibilitan el pensamiento abstracto, permiten actividades
dirigidas hacia fines espaciales y temporales que no son
inmediatos. En definitiva, actividades que permiten prever el
futuro y actuar en función de fines ulteriores; y, con
ello, la dependencia del individuo en relación a su medio
se hace menos dramática.

Los mecanismos de
la evolución

 Hasta aquí hemos hecho una
descripción de lo que ha sido el producto de todo un
proceso evolutivo que conduce a la hominización. Pero no
basta describir los fenómenos; intentemos comprender los
mecanismos que los producen. La vida, como fenómeno
organizado en base a estructuras complejas, se asienta en lo que
podríamos considerar dos tipos de circuitos de actividad.
Por un lado el circuito interno que comprende el conjunto de
actividades orgánicas relacionadas directamente con la
subsistencia del protoplasma. Es decir, son aquellas actividades
que aseguran la permanencia de la vida en su expresión
físico-química. Pero estas actividades internas del
organismo son insuficientes para garantizar la vida del
individuo. Este debe, además, sobrevivir en el medio. Y
aquí entran en juego las actividades adaptativas que
posibilitan el intercambio y el equilibrio entre ser vivo y
medio. Estas actividades conforman, por así decirlo, un
circuito externo. Las funciones que conforman este circuito son
más generales, menos especializadas. Y su nivel de
complejidad depende del nivel evolutivo del ser vivo. A partir de
esta distinción muy general, intentemos comprender los
mecanismos básicos de transformación estructural
del cuerpo y el sistema nervioso humano. Sin comprender este
tema, no hay comprensión de nuestra naturaleza y sus
posibilidades. Para entender estos mecanismos recordaremos
brevemente la teoría de la evolución y luego
recurriremos, una vez más, a los biólogos Maturana
y Varela.

La teoría de la evolución -principal
aporte en el tema que nos preocupa- plantea que el desarrollo de
todas las especies vivas se ha producido por un permanente
proceso de adaptación de dichas especies a los cambios que
se han ido operando en el medio terrestre. En la comunidad
científica hay consenso respecto de la validez de este
postulado. Donde empiezan a aparecer discrepancias es en el
terreno de los mecanismos que se ponen en movimiento para que la
adaptación al medio se produzca, al menos en las especies
que sobreviven a los cambios que allí se producen.
Según la teoría de la evolución existen dos
mecanismos básicos que han definido el proceso evolutivo
del Hombre. La selección natural y la supervivencia del
más apto. Veamos, brevemente, en qué consiste cada
uno de ellos. Cómo operan para producir el proceso
evolutivo. Haremos este análisis introduciendo la
visión de Maturana y Varela que, a mi modo de ver,
enriquece la perspectiva clásica.

 Estos autores interpretan el proceso de
evolución como la historia de los cambios estructurales
que se operan en un ser vivo, proceso denominado ontogenia. En
esta historia, todo ser vivo parte con una estructura inicial la
que, a su vez, se origina en un determinado medio. Dicho medio o
contexto tiene su propia dinámica estructural y esa
dinámica opera de manera independiente a la
dinámica del ser vivo. Este es un punto crucial. Estamos
haciendo una distinción entre el ser vivo y su medio y
afirmamos que cada uno de ellos tiene su propia
organización y estructura. Con ello hemos optado por
distinguir dos estructuras que van a ser consideradas
operacionalmente independientes una de la otra -ser vivo y medio-
y postulamos que entre ellas se debe dar una congruencia
estructural (corresponde al concepto de adaptación
evolutiva) o, de lo contrario,  la unidad viva
desaparece.

 Sin embargo, dada la independencia operacional con
que funcionan ambas estructuras, la del medio y la del ser vivo,
una perturbación del medio no define  -instruye, como
dice Maturana- cual será su efecto en el ser vivo. Es el
ser vivo, en su estructura interna, el que determina
cuáles serán, en él, los efectos del cambio
en el medio. De allí proviene el concepto que utilizamos
de "gatillar" un cambio: las transformaciones que resultan de la
interacción entre el ser vivo y su medio son
desencadenadas por el agente perturbador del medio pero son
definidas o determinadas por la estructura interna del ser vivo.
Y lo mismo ocurre con el medio: el ser vivo puede ser la fuente
de sus cambios pero no los instruye o determina; eso lo hace la
propia estructura que define al medio. Dicho de otra manera, el
ser humano puede impulsar cambios en el medio pero lo que
efectivamente ocurrirá en ese medio depende,
esencialmente, de su potencial estructural.

 Si este es el mecanismo básico de los
cambios morfológicos que se han producido en el Hombre,
veamos cómo podríamos interpretar el proceso de
selección natural, mecanismo básico en la
teoría de la evolución.  Maturana y Varela
 sostienen que este es un término peligroso y que
puede ser engañoso. Un proceso de selección hace
pensar en el acto de escoger voluntariamente entre muchas
alternativas. ¿Estaría el medio, a través de
sus perturbaciones, escogiendo qué cambios se dan,
cuáles especies viven o desaparecen?  Definitivamente
no, sostienen estos autores. Más aún, sostienen que
el proceso se da a la inversa. Desde el momento que tratamos con
sistemas que están definidos por su estructura interna,
debemos entender que el cambio depende de la estructura del ser
perturbado y no de la estructura del agente perturbador.
Entonces, cuando hablamos de selección natural lo hacemos
en el sentido de que sólo quien observa el fenómeno
desde afuera puede darse cuenta de que, entre los muchos cambios
posibles ocurridos en el medio, hubo uno que gatilló un
cambio en un ser vivo y no los otros. ¿Y porqué fue
ese cambio el que produjo efecto y no los otros? Porque fue ese y
no los otros el que tuvo resonancia, por así decirlo, o el
que encontró un medio de acogida en la estructura interna
del ser que cambió. Fue ese y no otro el que fue
compatible con la estructura de acogida del ser vivo.
Veámoslo a la inversa. Cuando se opera un cambio en el
medio, dicho cambio puede afectar o no a los seres que viven en
ese medio: ¿A cuáles afectará? Sólo a
aquellos cuya estructura interna permita que esos cambios tengan
consecuencias.

 Es interesante señalar que Darwin
primero en observar la relación entre variación
genética y adaptación al medio (acoplamiento
estructural en términos de Maturana y Varela),
señaló que "era como si"  hubiese una
selección natural y que el término selección
lo empleaba como metáfora. También es interesante
hacer un alcance al otro concepto que se utiliza para explicar el
proceso de evolución de las especies: la supervivencia del
más apto. Quién está mejor o peor adaptado,
es algo que no podemos responder en forma absoluta. Sólo
podemos saber lo que un observador externo ve y concluye,
haciendo comparaciones. Pero desde el punto de vista de los seres
que están evolucionando, sólo podemos afirmar que
existen los que están adaptados y por ello sobreviven y
los que no están adaptados y desaparecieron o están
en vías de extinción. Aún cuando seamos
nosotros mismos los que hemos adulterado el medio hasta el
extremo de poner en peligro una especie, frente a esas
alteraciones, algunas especies pueden sobrevivir y otras se
extinguen. Una vez más, ¿De qué depende esa
diferencia? De la estructura interna de cada una.

 Resumiendo el pensamiento de Maturana y Varela, la
evolución es una deriva natural y no un proceso dirigido.
Como tal, es producto del acoplamiento estructural que implica la
adaptación del ser vivo a su medio. No existe una
direccionalidad externa que genere la diversidad y
complementariedad entre los organismos y el medio. Más
bien la evolución se parece al trabajo de un escultor que
reúne, un hilo aquí, una lata allá, un trozo
de madera y los une de la manera como su estructura y
circunstancia se lo permiten, sin otra razón que el ser
capaz de unirlos.  La evolución no es producto de un
diseño previo sino del proceso que Maturana denomina
deriva natural. En otras palabras, en la naturaleza se produce el
ser vivo que se puede producir, sin otra ley que la
conservación de su identidad -es decir, la
conservación de los rasgos que hacen de ese ser lo que es
y no otro- y la capacidad de reproducción para conservarse
como tal. Como dice Maturana: "Esto es lo que nos interconecta a
todos los seres vivos en nuestra esencia: a la rosa, al
camarón de río y al ejecutivo de
Santiago".

El proceso de
humanización

 En algún momento, a lo largo de estas
transformaciones morfológicas que hemos descrito en el
capítulo anterior, surgen varios fenómenos que, en
su conjunto, pueden considerarse como parte de lo que llamamos
conciencia humana. Lo que deseamos significar con este
término es ese conjunto de procesos mentales que nos
hicieron dar un salto en el proceso evolutivo y distanciarnos -o
elevarnos, sostienen algunos- más allá de los otros
seres vivos con los cuales hemos compartido la historia
biológica de vida. Pero, como es de suponer, en este tema
empieza a ser más difícil encontrar consensos,
tanto entre los científicos como entre los
filósofos. Por lo tanto, lo que haremos, será
presentar distintos ángulos de análisis o distintas
visiones del fenómeno. En cada caso significa poner
énfasis en procesos distintos a partir de los cuales se
puede explicar lo que hemos denominado conciencia
humana.

 4.1.      
Conciencia e inteligencia

 Muchos estudiosos del tema sostienen que es la
actividad del cerebro lo que, ante todo, distingue al Hombre del
resto de los seres vivos. A continuación, analizaremos el
fenómeno de la conciencia humana con la mirada o desde la
perspectiva de quienes opinan así.

 Si bien la mano y los órganos sensoriales
juegan un papel importante en el proceso de humanización,
también es cierto que, al menos los órganos
sensoriales -y en algunos casos incluso la mano- son
órganos que poseen otras especies. ¿Dónde
radica entonces la diferencia?  Una respuesta posible es que
radica en la extensión y en la complejidad de las
representaciones de estos órganos en el cerebro humano, o
más exactamente en la corteza cerebral. El cerebro humano
se distingue de aquel de los primates no solamente por su volumen
sino, y sobre todo, por su complejidad. En un momento de la
evolución, se expande la región frontal del cerebro
y esa expansión va asociada a la frente amplia y despejada
que constituye uno de los rasgos característicos de los
humanos. Es importante, entonces, detenerse en aquello que se
aloja en esa zona. La corteza cerebral pre-frontal no es
indispensable para la motricidad ni para la sensibilidad. Tampoco
es indispensable para la inteligencia puesto que ésta es
función de toda la corteza cerebral. Esta
afirmación la prueban los innumerables casos en que se ha
debido extirpar esta zona, sin que dichas funciones sufrieran
mayor daño. Sin embargo, en esos mismos casos, han quedado
en evidencia importantes alteraciones de personalidad. Sabemos
que la personalidad regula el equilibrio entre lo instintivo y lo
racional. Las alteraciones de las que hablamos, en el caso de
extirpación del lóbulo frontal, tienen que ver,
justamente, con un desequilibrio entre afectividad, por un lado,
e inteligencia reflexiva, por otro y, además, con cierta
incapacidad de la persona para proyectarse adecuadamente en el
futuro. Ello hace suponer que es en la corteza pre-frontal, que
caracteriza sólo a los humanos, donde se realizan las
funciones mentales que permiten equilibrar lo afectivo y lo
racional y que hacen posible el accionar en función de una
visión de futuro, valor distintivo del pensamiento
humano.

 A estas alturas, es difícil poner en duda
que la inteligencia del Hombre es, en buena medida, la
expresión o la traducción al plano funcional de la
complejidad neuronal que caracteriza a la corteza cerebral en su
conjunto y, más específicamente, a la corteza
pre-frontal.  Esta complejidad neuronal sirve de base a
muchos procesos. Recordemos que los organismos vivos tienen
circuitos externos donde se asientan las actividades que permiten
la relación y el equilibrio entre el ser vivo y su medio.
Todos los organismos vivos tienen ese circuito externo.
Sólo que aquel que poseen algunos es más complejo
que el de otros. Y, justamente, la complejidad de dichos
circuitos externos depende del nivel evolutivo del ser vivo. En
el caso del homo sapiens, se observa que, aparte de los sentidos,
el sistema nervioso superior tiene un papel cada vez más
preponderante en el sistema externo que hace posible la
adaptación al medio. Es decir, las funciones cerebrales se
acrecientan, se vuelven más complejas al aumentar la
corteza cerebral y de esta manera el cerebro se transforma en
asiento de los estímulos que provienen del medio y en el
organismo que, por excelencia, los  procesa. A partir del
aumento en el volumen y complejidad del cerebro, y en especial
del lóbulo frontal, se observa un proceso ininterrumpido
de perfeccionamiento de las funciones mentales.

 En general, la biología y la
psicología concuerdan en atribuir a la capacidad de
pensamiento reflexivo, a la inteligencia, un lugar privilegiado
en el proceso de humanización. Quienes ponen a la
inteligencia en el centro de la conciencia humana sostienen que
tanto en el dominio emocional y afectivo como en el plano de las
percepciones sensoriales, de las relaciones motrices y de la
adquisición de hábitos, la fosa que separa a los
seres humanos de los no humanos es mucho menos profunda. Quien
ama a los animales y ha tenido larga experiencia junto a ellos,
entenderá mejor esta postura. En cambio, cuando penetramos
el dominio de la actividad cerebral, la fosa entre humanos y no
humanos se hace casi infranqueable. Tratemos de aportar algunas
precisiones a estas nociones generales.

 La conducta de los animales, observados en su
medio, puede ser calificada de inteligente si entendemos la
inteligencia como la capacidad de adaptación a situaciones
externas y de dar respuesta eficiente a los problemas de
sobrevida que plantea el medio al ser vivo. En la medida una
especie ha logrado permanecer, no se ha extinguido, es justamente
porque sus miembros han logrado dar una respuesta efectiva a esas
situaciones y problemas. Esta capacidad de resolución de
problemas, de respuesta y adaptación al medio es
común a muchos seres vivos y algunos científicos la
denominan inteligencia específica. Este tipo de
inteligencia daría cuenta de aquellos rasgos adaptativos
de comportamiento que están muy ligados a lo
orgánico, que son transmitidos por herencia y que no se
modifican sino muy lentamente en la historia genética de
una especie. De allí la denominación de
específica que algunos autores le dan.

Pero la inteligencia humana actúa en un plano
diferente. Pierde sus características orgánicas, se
aleja del comportamiento instintivo para convertirse en lo que
algunos denominan inteligencia individual. Porque en la especie
humana es el individuo quien se adapta y no la especie. Aprende,
ciertamente, de y con su especie. Pero cada individuo aprende en
función de su biografía. Sus respuestas son
individuales, su comportamiento es personal, su capacidad de
adaptación se desarrolla según su propia
biografía y no según la historia de la humanidad.
Esta le da la materia prima; quien la procesa es cada ser humano.
Es decir, la inteligencia humana es la que ha permitido que dos
Hombres no sean intercambiables, por así decirlo. Al mismo
tiempo, ese rasgo de la inteligencia humana hace que cada uno sea
responsable de su proceso adaptativo. La inteligencia individual
ha permitido, en otras palabras, que el Hombre se transforme en
Persona, con su valor propio e irreemplazable. En otras palabras,
la inteligencia ha permitido al ser humano pasar de los
genérico a lo individual. Lo ha individualizado. De
allí su nombre. Es verdad que la inteligencia individual,
así entendida, no es privativa del Hombre. Aparece
también en algunos de los mamíferos más
evolucionados. Sin embargo la inteligencia no alcanza, entre
ellos, el nivel que alcanza en el ser humano; ni presenta su
amplitud y fecundidad.  En otras palabras, a la inteligencia
individual de los seres vivos no humanos le falta algún
punto de apoyo fundamental. Ese punto es, para algunos, el
lenguaje, para otros lo social y, para otros, ambos porque
están indisolublemente ligados. Pero sobre esto hablaremos
luego.

Sostienen algunos que el desarrollo de la inteligencia
individual ha significado, en el ser humano, el correlativo
debilitamiento de la inteligencia específica o instintiva,
sin entrar a calificar si eso ha sido positivo o negativo para el
Hombre. Sostienen, además, que ese desarrollo aparece, en
la historia evolutiva orgánica, estrechamente unido a la
aparición de un centro se asociación denominado
neopallium. Este centro sería el que permite que la
conducta de cada individuo se coordine en función de sus
experiencias pasadas, almacenadas en su memoria, las que puede
proyectar hacia el futuro. Hecho este que, como veremos
más adelante, marca un salto esencial en la historia de la
humanización.  Es decir, con la existencia de este
centro asociativo, al ser humano le es posible formarse una idea
de su acción, del objetivo que persigue y de los medios
necesarios para alcanzarlo. Desde el momento que esto es posible,
el Hombre tiene una visión de futuro. En otras palabras,
el neopallium permite al ser humano sustraerse al dominio de la
respuesta automática e inmediata y del instinto como
único fundamento de la conducta.

 Hasta aquí, hemos realizado un examen muy
general de lo que representa la inteligencia en el desarrollo
humano. Ahora intentaremos explorar niveles más finos de
información que nos permitan definirla mejor y conocer
cómo se originó.

 4.2.-     La
relación entre el ser humano y el
medio

 Sabemos ya, a esta altura del análisis, que
la vida no se asienta sólo en la célula como
estructura sino en la relación que se da entre esa
célula y su medio extracelular. Recordando a Varela y
Maturana, es importante considerar que el organismo vivo y su
medio tienen, cada uno, su propia estructura y
organización. La perspectiva que nos interesa, en este
punto del análisis, es la complejidad de ambas estructuras
y cómo esa complejidad afecta su mutua
relación.

 En la medida que el ser vivo se hace más
complejo en su estructura -es decir que se individualiza- la
heterogeneidad del medio se transforma en un elemento que
potencializa su evolución. Veamos una descripción
más detallada de esta formulación. Se sabe que un
medio ambiente homogéneo asegura la estabilidad de los
intercambios bio-físicos que se dan entre dicho medio y
los seres vivos que se desarrollan en él. Pero, al mismo
tiempo, el exceso de homogeneidad estanca el nivel de desarrollo
de las funciones del ser vivo. Por el contrario, un
hábitat heterogéneo, con elementos que presentan
fuertes diferencias de estructuras y funciones, hace más
difícil la estabilidad de los intercambios
bio-físicos puesto que exige reacomodos permanentes de los
mecanismos adaptativos. Y esa precariedad que surge en los
intercambios entre organismo y medio sólo puede ser
neutralizada con un cambio de funciones dentro de la estructura
misma del ser vivo; en ese momento, la estructura obligadamente
se vuelve más compleja. Ello explica cómo se fue
complejizando la estructura del Hombre, proceso que llevó
consigo un cambio radical en su relación con el medio. El
ser humano, a diferencia de los otros seres vivos, tiene
pensamiento reflexivo. Ello le permite variar su conducta para
adaptarse a cualquier complejidad o cambio del medio; no necesita
cambiar su organismo. Simplemente acomoda su conducta y con ello
no pone en riesgo la existencia de la especie. Y mientras
más heterogéneo es el medio, más importante
se vuelve la función del pensamiento reflexivo, como
mecanismo adaptativo y como fuente de evolución del ser
humano.  Dicho de otra manera, el proceso de
adaptación al medio no opera en el ser humano de la misma
forma que opera en el resto de los seres vivos. Por el hecho de
poseer pensamiento reflexivo -y esto lo veremos en detalle
más adelante- el ser humano es capaz de dominar muchas de
sus propias variaciones y, al hacerlo así, se vuelve
autónomo respecto de las variaciones del medio. Esta es
una característica propia de la adaptación
específicamente humana. Lo anterior nos permite afirmar
que entre el ser humano y el medio nace un nuevo tipo de
relaciones: cognoscitivas o de conocimiento.

 Veamos ahora qué tiene de particular esta
nueva relación que se da entre el ser humano y el medio.
Cuando decimos que el ser humano se vuelve autónomo
respecto del medio, lo que estamos afirmando, en el fondo, es que
ante cada situación que el medio le impone, el individuo
tiene varios campos de acción, tiene varias opciones de
conducta posibles. Ya no es necesario que responda instintiva o
automáticamente. Ahora es capaz de generar tiempo y
espacio entre el estímulo y la respuesta, tiempo y espacio
que es ocupado por la actividad reflexiva. De esta manera su
conducta se transforma en voluntaria, opcional,
liberándose del determinismo que rige las relaciones
directas entre organismo vivo y medio. El ser humano opera con
relaciones de autonomía respecto del medio porque dichas
relaciones están mediadas por el pensamiento reflexivo.
Tal autonomía se acrecienta con la complejización
de las funciones mentales. Todo ocurre de manera tal que, a
medida que los sentidos, en tanto reguladores de la
relación con el medio, pierden importancia y su
función reguladora es reemplazada por la actividad del
sistema nervioso superior, y principalmente de la corteza
cerebral, el organismo gana en independencia respecto al medio.
Se llega sí a una comprobación cuyos alcances se
detienen sólo en el pensamiento. A partir de este momento,
en el proceso de evolución que conduce a la
humanización, la adaptación ya no se produce
prioritariamente frente a situaciones naturales, por llamarlas de
algún modo, sino frente a situaciones creadas, situaciones
que son producto de la actividad intencionada del ser vivo. En
otras palabras, desde la perspectiva del ser humano, el medio se
transforma, al mismo tiempo, en una consecuencia de su actividad
y en causa de la misma. De esta manera, el surgimiento del
pensamiento abstracto ha generado un nuevo orden de
cosas.

 En primer lugar, y ya lo decíamos, el
pensamiento abstracto da origen a un grado de autonomía
del individuo respecto de su medio, cualitativamente diferente al
de cualquiera otra especie.  Desde el punto de vista
estrictamente biológico -de la continuidad de los
fenómenos vitales- esta autonomía no representa una
clara ventaja para el ser vivo pues lo pone  ante una
decisión que cae, en sus consecuencias, dentro de lo
probable o improbable y no de la certeza.

El hecho de poder decidir la conducta introduce, por
así decirlo, un elemento aleatorio en la respuesta
adaptativa. Es decir, la respuesta puede ser eficaz y conducir a
la adaptación o puede desembocar en situaciones de
desequilibrio que dañen su estructura. El ser vivo poco
evolucionado reacciona instintivamente y esa reacción se
orienta, de manera genética, a su supervivencia. No se
arriesga. Pero tampoco construye. El ser humano crea y, al crear,
se arriesga. Pero también al crear, acelera enormemente su
propio proceso de desarrollo como especie.

 En segundo lugar, la autonomía que
proporciona el pensamiento traslada el proceso de
adaptación al medio ambiente desde el dominio de la
especie al dominio del individuo. La adaptación ya no
consiste en un conjunto de procesos físico-químicos
que permiten un intercambio equilibrado entre ser vivo y medio.
Se ha dado un salto cualitativo. Ahora, la experiencia del
individuo suplanta a la experiencia de la especie, la cual pasa a
ser una referencia pero sobre la cual hay opción, voluntad
de escoger. El papel del individuo se acrecienta y sobre la
enorme gama  de posibilidades generales de su especie, se
destacan sus capacidades particulares. Con ello ha surgido el
fenómeno, tan absoluta y esencialmente humano: el de la
responsabilidad individual, el de la posibilidad de
auto-responsabilizarse por la propia supervivencia. El cerebro
regula la relación del individuo con el medio; le permite
adaptarse al medio con flexibilidad. Para lograrlo, la
función del pensamiento procesa los distintos
estímulos que provienen del medio y para ello se sirve del
enorme reservorio que constituye la memoria, sea ésta
biológica o no. Tiene una base sólida para la
acción. Pero debe decidir, optar. Y la opción es
sólo suya. El es responsable de sus
consecuencias.

 Volvamos a la base biológica que posibilita
todo esto. El sistema nervioso superior, y el cerebro en
particular, se constituyen en un elemento regulador que posee,
biológicamente, múltiples interconexiones que se
estructuran a partir de la red de neuronas. En esa red se
asienta, físicamente, la capacidad del pensamiento
reflexivo y, con ello, de la autonomía respecto al medio
que posee el ser humano.  De esta manera el ser humano, al
autoconstruirse como especie, construye y luego fortalece un
organismo regulador del proceso de adaptación al medio, el
sistema nervioso, tanto el simpático como el
cerebro-espinal. Este sistema controla y dirige la actividad de
los otros órganos que constituyen al ser humano y, por
supuesto, de aquellos que lo relacionan con el medio. Se puede
decir que el sistema nervioso está predeterminado
biológicamente por la especificidad del género
humano. Sólo este, como especie, tiene un cerebro que
permite la autonomía de la relación con el medio.
Otras especies no lo lograron. A su vez, el propio sistema
nervioso se convierte en autónomo cuando empieza a operar
su propia funcionalidad. Porque en ese momento esa funcionalidad
es transformada en pensamiento. Este, a su vez, sobre la base de
sus estructuras y de su fisiología, resulta ser
empírico en el sentido de que varía en
función de los cambios que se operan en el medio. Es
decir, el pensamiento cambia, cuando cambia el medio; o al menos
tiene la posibilidad de hacerlo.  Y como el cambio a nivel
del pensamiento no entraña cambios orgánicos, el
ser humano ha conquistado un mecanismo adaptativo especialmente
eficiente y rápido.  Los cambios que otras especies
deben realizar durante cientos de generaciones para dar una
respuesta adaptativa a algún cambio en el medio, el ser
humano puede realizarlos en un suspiro. De esa manera, el ser
humano se aleja definitivamente de las demás especies, al
liberar su relación, y con ello su dependencia, del medio
ambiente.

 Por primera vez en la evolución de las
especies, la función de asegurar la supervivencia se
traslada a la propia actividad del ser vivo, con un alto grado de
independencia respecto de lo que suceda en el medio.

 4.3-      El rol del
trabajo

 Ahora que ya hemos examinado los cambios que en el
dominio de lo orgánico han hecho posible la
humanización, es hora de plantearnos las preguntas sobre
el origen del Hombre en otro dominio. La estructura
biológica de los seres vivos condiciona el tipo de
actividades o de acciones que puede desplegar en su medio. Se
podría decir que la biología se expresa en el
accionar. Entonces, es importante preguntarse qué tipo de
actividades pueden ser específicamente humanas.
Cuáles son las que potencian la capacidad de
humanización. Y la respuesta que se ha dado con mayor
frecuencia  es: el trabajo. Para muchos, el trabajo ha sido
el elemento que permitió, en definitiva, la
humanización. Entendido este como toda actividad
transformadora del medio externo que se hace recurriendo a la
utilización de instrumentos fabricados para ese fin.
Primer elemento que nos interesa, entonces, es el proceso que
lleva al homo sapiens primitivo a fabricar instrumentos. Los
hombres fueron, desde muy temprano, fabricantes de utensilios e
instrumentos. Como sostiene Bergson, desde su origen el ser
humano fue homo faber. El instrumento fue, en sus comienzos, una
prolongación de los órganos. El palo, como arma,
una prolongación de la mano. Lo mismo el vaso. O la ropa
una manera de espesar la piel para protegerse del frío.
 Visto desde la perspectiva del proceso de evolución,
la fabricación de instrumentos aparece como un
procedimiento acelerado que sustituye al lento proceso evolutivo
de formación de nuevos órganos como medio
adaptativo de una especie.

 Obviamente, en sus orígenes, la
inteligencia aplicada al uso de instrumentos aparece como
bastante primitiva. Procede por tanteos, por el método de
ensayo y error. Los grandes primates, por ejemplo, a veces
utilizan instrumentos. O, más concretamente, objetos que
hacen el papel de instrumentos. Pero hay diferencias
substanciales entre estas capacidades de los primates y lo que
sucede con el ser humano. En primer lugar, los primates utilizan
instrumentos pero no los fabrican; simplemente toman objetos y
les dan un uso instrumental. En segundo lugar, los primates
demuestran una gran impericia de su mano para el uso de los
instrumentos. Y, en tercer lugar, los primates hacen uso muy
limitado de esos instrumentos; esto, que es esencial, se debe a
su incapacidad para pensar series de acontecimientos sucesivos y,
por ello, su incapacidad para prever el futuro. En definitiva, la
inteligencia del primate es tan rudimentaria que, al no permitir
su fabricación, le impide transformar el uso de
instrumentos en un fenómeno social; no le permite
socializar esta actividad. Es decir,  no en la forma en que
logra hacerlo la especie humana. Porque es cierto que se han
hecho algunos experimentos en los cuales los primates han
aprendido a usar instrumento y luego han transmitido ese
aprendizaje a otros miembros del grupo. Pero el alcance es
limitado.

 Cuando la inteligencia individual se fortalece en
el ser humano, entonces -y sólo entonces sostienen muchos-
la fabricación de instrumentos se puede socializar de
manera permanente y masiva, dando origen a una actividad que
sería esencial en la definición del ser humano: el
Trabajo. En otras palabras, la inteligencia individual es la que
genera la posibilidad de compartir las actividades de
transformación de la naturaleza, organizarlas hasta darles
el carácter de producción social y, finalmente,
darles sentido de futuro.

Veamos con un mayor grado de detalle, cómo opera
este proceso que relaciona el desarrollo de la inteligencia con
el trabajo. Es interesante destacar que son justamente los
instrumentos que el ser humano ha fabricado los que nos han
permitido conocer, en cierta medida, el proceso de
conformación y desarrollo de su inteligencia. Los primeros
homo sapiens son conocidos por sus restos óseos pero,
sobre todo, por sus manufacturas, por los utensilios de los
cuales se servían para satisfacer sus necesidades.
Entramos, así, de lleno al terreno de la
antropología. Veamos de qué manera las
características de los utensilios nos han permitido
reconstruir la historia de los primeros seres humanos, aunque
resulte difícil correlacionar con exactitud las sucesivas
etapas culturales con los estadios morfológicos de la
evolución humana.

 Durante la mayor parte del período
cuaternario, los hombres primitivos se dedican a tallar la
piedra, cada vez con técnicas más avanzadas. Es el
período que denominamos Paleolítico. Hacia el final
de este período empiezan a tallar el hueso y la madera.
Después del paleolítico, la superficie terrestre
cambia drásticamente: se retiran los últimos
glaciares y se dulcifica el clima, con lo cual mejoran las
condiciones de vida de los hombres. En ese momento se inician
actividades que darán otro giro al desarrollo de la
humanidad. Se fabrican vasijas de barro cocido -ya hay control
del fuego- se domestican animales y se cultiva el suelo. Este
período se denomina Neolítico, y corresponde a la
consolidación, por así decirlo, del período
de humanización. Todos los datos que se han reunido de
este período presentan un cuadro de un ser humano con un
sistema nervioso, con un cerebro cuyas bases son las mismas que
tiene hoy.

 A partir del neolítico, lo que hace el ser
humano es desarrollar permanentemente una estructura y una
potencialidad que ya había quedado definida a principios
del período. El desarrollo humano ya no tiene naturaleza
orgánica; es un desarrollo psicológico, social y
cultural. Es importante enfatizar este hecho: para construir
instrumentos necesita unir la acción de la mano con la
sensación senso-motriz y con la capacidad reflexiva.
Sólo así puede diseñar, puede crear y
proyectarse más allá de la acción inmediata.
Y eso sólo puede lograrlo en la medida que se une en su
acción a los demás. En todo caso, es entre el
paleolítico y el neolítico que el Homo sapiens se
transforma en constructor de instrumentos. Y este hecho es el que
marca la diferencia.  Cuando juzgamos a través de los
elementos artísticos y de las ceremonias de
inhumación del Paleolítico, comprendemos que el
homo sapiens ya era capaz de concepciones abstractas. El arte de
las cavernas brinda la evidencia de que en el paleolítico
superior el Hombre ya había desarrollado enormemente la
imaginación, la observación y captaba las
similitudes. Pero es con el desarrollo y auge de la agricultura
-que según pruebas encontradas recientemente, se produce
en Palestina unos 8.000 años A.C. y en Inglaterra unos
3.500 años A.C.- que entramos directamente en el
Neolítico, etapa en que desaparece definitivamente el
último homínido y empieza a reinar el homo sapiens.
En suma, desde la perspectiva de muchos antropólogos, la
construcción de instrumentos es la actividad que
proporciona la base para la transformación de la capacidad
del cerebro.  No falta quien ha sostenido que el utensilio
es el mejor criterio de lo humano. Porque para fabricarlo fue
necesaria su inteligencia y, de algún modo, la refleja.
Los arqueólogos y antropólogos han intentado leer
en los instrumentos del pasado la historia del Hombre. Y, hay que
reconocerlo, han hecho grandes aportes, algunos de los cuales
hemos resumido recién.

 Hasta aquí hemos descrito un proceso.
Preguntémonos, ahora, cómo surgió
biológicamente la posibilidad de fabricar esos
instrumentos. Hay una respuesta que concita bastante consenso. El
ser humano fabrica instrumentos porque posee, en propiedad, dos
factores nuevos como especie. En primer lugar,  el
pensamiento reflexivo que le permite saber que sabe.  Es
decir, tener conciencia de que hay una relación de
conocimiento entre él y su entorno. En segundo lugar una
mano cuya estructura polifuncional le permite construir
instrumentos y utilizarlos en toda variedad de funciones. En
efecto, el proceso evolutivo orgánico permitió que
en la mano, una vez liberada por la posición vertical del
cuerpo, se concentraran enormes capacidades de acción para
explorar el medio. Pero la mano no sólo explora,
también cambia ese medio. Por su parte, la actividad
manual, con todas las capacidades senso-motrices que implica,
acrecentó -desde un punto de vista sistémico- las
capacidades del cerebro. El hacer con las manos, el transformar y
construir empleando instrumentos, no sólo produjo cambios
en el medio ambiente sino que comenzó a generar
actividades sociales y culturales. Además, extendió
el hábitat del ser humano a cualquier zona
climática. De tal manera que el hacer con las manos es
otro elemento que permite al ser humano independizarse de su
medio. Sin el pensamiento reflexivo no habría podido
hacerlo. Pero sin un quehacer transformador, tampoco lo
habría logrado.

 Poseyendo un cerebro más desarrollado, el
ser humano pudo aprender a conservar los instrumentos, usarlos
para fines variables y, más importante aún,
construirlos. Porque el cerebro le permitía bosquejar
acciones, fundamentadas en hechos, en experiencias del pasado y
diseñadas como posibilidad del futuro. En suma, el trabajo
y la fabricación de instrumentos que implica, están
estrechamente ligados al desarrollo de la inteligencia y del
pensamiento reflexivo. Pero aún falta algo. En
algún momento dijimos que aislado, solo, el ser humano no
habría logrado este espectacular desarrollo. Esta
afirmación nos lleva de lleno al dominio de lo social. En
este trabajo no analizaremos en profundidad el fenómeno
social. Pero lo que sí haremos es centrar nuestra
preocupación en otro fenómeno que se relaciona
intrínsecamente con ese dominio, que tienen sustento
biológico y que también se encuentra en la base
misma del proceso de humanización.  Nos referimos al
lenguaje.

 4.4.-     Conciencia y
Lenguaje

 A pesar del aumento del volumen y de la
complejidad del cerebro, que da al Hombre un potencial
intelectual que no tiene ninguna otra especie, este no hubiera
podido alcanzar la condición humana si se hubiera
encontrado aislado. En realidad, algunos van más lejos y
señalan que si hubiera vivido aislado,
orgánicamente no habría podido evolucionar como lo
hizo, en la medida que no habría podido emprender la
transformación de su medio mediante el
trabajo.        En todo caso,
sin importar la dirección que asuma la relación, lo
concreto es que el ser humano es lo que es hoy porque vive en
sociedad. La prueba nos la ofrecen, afortunadamente, los pocos
pero sugestivos casos de los "niños-lobos" criados por
animales. Como se sabe, son seres que no logran nunca aprender a
hablar; ni siquiera cuando se les integra a la sociedad. Algunos,
incluso, no logran jamás aprender a caminar en las dos
piernas.  Este test excepcional ilumina suficientemente la
potencia del medio social sobre el desarrollo de nuestra
mentalidad hasta la generación de la
conciencia.

 Conviene, antes de avanzar, que aclaremos
someramente lo que estamos entendiendo por sociedad. Partimos de
la base que todo tipo de sociedad  -sea esta animal, que
también las hay, o humana- corresponde a una nueva etapa
evolutiva que tiene su asiento en el proceso de evolución
biológica.  "El reino social -escribía
Durkheim, considerado el padre de la sociología– es un
reino natural que no difiere de otros más que por su mayor
complejidad". Nosotros pensamos, ciertamente, que sin la
evolución biológica de los primeros seres vivos, no
habríamos conocido el fenómeno social. Pero
también pensamos que la diferencia es más
importante que una mera diferencia de grado.  Hagamos una
analogía -entendiendo que como tal tiene limitaciones-
entre lo que sucede en el dominio biológico y en el
dominio psico-social.

Sabemos que las macromoléculas se asocian en
células, éstas en tejidos y los tejidos en
órganos. Ahora bien, nadie podría sostener que una
célula es, en esencia, lo mismo que el órgano. Sus
funciones, su forma de operar, todo es distinto. El principio es
claro: el todo no es igual a la suma de sus partes. Cambia la
funcionalidad, la estructura y la organización. Lo mismo
pasa con el ser humano considerado individualmente. Al surgir el
fenómeno psicológico, mental que hemos estado
describiendo, surge un ente cualitativamente diferente a la mera
organización biológica que le sirve de base. De la
misma manera, la sociedad no es la suma de los individuos que la
componen. Más bien representa la unión
sinérgica de muchos individuos. Y decimos sinérgica
porque el fenómeno social presenta rasgos que nos permiten
considerarlo como cualitativamente diferente al fenómeno
psicológico. En otras palabras, cuando las personas se
juntan dan origen a fenómenos que no pueden explicarse a
partir de mecanismos individuales, sino que tienen sus propios
modos de operar, sus propias regularidades.

 Así, las relaciones que unen entre
sí a los individuos para formar la sociedad no se
establecen en el plano orgánico sino a nivel de lo
psicológico. A su vez, dos individuos al relacionarse,
generan algo que individualmente no podrían generar.
Consideremos ahora el fenómeno de las sociedades animales
como las que forman las abejas, las hormigas y los
pájaros. No cabe duda de que estas presentan rasgos
parecidos a las sociedades humanas: el fenómeno de la
jerarquía, del liderazgo, de la defensa del territorio,
etc. Sin embargo, no son capaces de originar un verdadero
fenómeno social, con esencia y calidad de tal. 
¿Por qué?  Para muchos esto sucede por la
ausencia del lenguaje.

 En otras palabras, para muchos científicos
-y filósofos- la base orgánica que permite el
desarrollo de la reflexión no habría servido de
mucho si, junto a la inteligencia, no se hubiera desarrollado el
lenguaje tal como se presenta en la especie humana; y ello porque
es el lenguaje el que posibilita el surgimiento del
fenómeno social. Sin emitir un juicio sobre esta
propuesta, lo que podemos plantear es que el lenguaje ha jugado
un rol clave en el proceso de humanización. Intentaremos
descifrar cómo ha operado esta relación.

 Si volvemos a los capítulos anteriores,
podremos apreciar la fosa que separa a los primeros homo sapiens
del ser humano de hoy. Como dijimos, una fosa más grande
que aquella que separa al homo sapiens de su antecesor
homínida. Pero el ser humano saltó esa fosa. En un
primer estadio de desarrollo, podemos observar a un
homínida cuya inteligencia es esencialmente sensomotriz,
similar a la señalada por Piaget como atributo de las
primeras etapas del niño. Pero la similitud no es
semejanza. El niño desarrolla la sensomotricidad en un
mundo de adultos, donde existen todos los elementos para que
él aprenda a desarrollar su pensamiento reflexivo,
abstracto. Existe conocimiento acumulado por la humanidad,
existen pautas estandarizadas de conducta frente a cada
situación, existe la familia y muchas otras instituciones
donde el niño se socializa.   El
homínida, por el contrario, no es un niño-adulto
como el "buen salvaje" que describían los
románticos. Es un ser que debe consolidar, recién,
las estructuras neurofuncionales necesarias para su desarrollo
mental y, paralelamente, debe generar los desarrollos
psicológicos que le hagan posible el pensamiento
abstracto. Es aquí donde entra en juego el lenguaje.
Veamos cuáles son los elementos que se van desarrollando y
que lo hacen posible.

 En  primer lugar el signo. En
psicología se le define como una señal que
relaciona un objeto con la persona y a la cual esta le otorga
significado. En el signo hay, así, una intención de
quien lo posee o utiliza de asociar un significado a una
señal que proviene del medio. El signo representa, de esta
manera, un primer nivel de abstracción en relación
a las sensaciones. Entre realidad y signo existe una
relación, y esa relación se organiza bajo la forma
de estímulo. Este estímulo, en el caso de los
animales permanece a nivel de señal que sirve para
desencadenar alguna conducta; puede tratarse de una respuesta
instintiva o de un reflejo condicionado. Se produce una
situación y algo en ella desencadena una conducta en el
animal. Ese algo se ha transformado en señal. Pero no
podemos afirmar que el animal ha interpretado el signo;
simplemente ha reaccionado instintivamente ante él. En el
caso del Hombre, la relación entre estímulo y
respuesta se hace mucho más compleja. Y aquí entra
en juego un elemento que, como ya hemos señalado, es
esencial para la posibilidad del pensamiento reflexivo: la
memoria.  El cerebro cualitativamente más complejo
que posee el ser humano le permite desarrollar la función
de la memoria. Y esta permite que, a partir de una señal,
él pueda reconocer el pasado y proyectar imágenes
hacia el futuro. Se hace posible, en definitiva, interpretar, dar
un significado a la señal que proviene del medio y
transformarla, así, en signo. En suma, a partir del signo
y de la sensación que le dio origen, y siempre sobre la
base que proporciona la memoria, el Hombre elabora los contenidos
de la sensación y los estructura en una percepción
que tiene significado. En otros términos, a partir del
significado asociado al signo, se enriquece la sensación
puesto que se estructura.

 Luego, pasamos a otro nivel de abstracción;
el significado puede adquirir una proyección social en la
medida que sea compartido, que el significado sea colectivo. Si
continuamos avanzando en los niveles de abstracción, una
vez surgido el signo, se hace posible el símbolo. A
diferencia del signo, que designa una cosa conocida y la
recuerda, el símbolo reemplaza a la cosa. No la expresa
sino que la representa, la revela, la descubre. La función
principal del símbolo es capturar la sensibilidad de las
cosas, reemplazar hechos; esto es lo que le permite convertirse
en expresión de todo aquello que no es expresable
verbalmente por el individuo. Las pictografías de la
época paleolítica indican que los símbolos
nacieron antes que la palabra. Más aún, existen
indicios claros de que en esa época, a pesar de que el
hombre ya tenía las condiciones orgánicas para
ello, no existió todavía el lenguaje. Pero
sí los símbolos.

 Tenemos, entonces, signos y símbolos. Dos
niveles de abstracción que se franquean a partir del
fundamento que proporcionan las sensaciones. A partir de estos
dos niveles, y siempre sobre las posibilidades que otorga la
memoria, se generan lo que podríamos denominar estados de
conciencia respecto del medio. El ser humano ahora puede
interpretar la realidad que vive, las situaciones en las que
está inmerso, otorgarles significado; en definitiva,
procesarlas mentalmente. Y esta capacidad de procesar la realidad
mentalmente le abre una posibilidad inédita en la historia
de la evolución: la de elegir la acción que va a
acometer; y esta elección da un dinamismo organizador
continuo a ese estado de conciencia. Nos encontramos con la
génesis del lenguaje. Y con la génesis de lo
intelectual, del pensamiento abstracto

 Para hablar, es necesario que el Hombre se escape
del espacio concreto, de la sensación y de la
percepción, y que diseñe una nueva estructura de la
realidad, una estructura que es obra de él, que es
imaginaria. Es decir, para hablar, el ser humano debe tener la
capacidad y la posibilidad de actuar en un espacio abstracto.
Hablar es, de alguna manera, detallar en instantes sucesivos, lo
que puede ser concebido de una vez y en conjunto. El hablar,
podemos decir, revela un universo mental que, si bien
surgió del medio, ya se independizó de él y
ahora posee significados propios. Esos significados, por las
habilidades motrices del ser humano, se expresan en palabras. Y
esas palabras configuran universos mentales que sacan al ser
humano de espacio y del tiempo inmediato para llevarlo al pasado
y al futuro. Pero esos universos mentales no se nutren solos.
Justamente, su construcción se hace posible porque el ser
humano no está solo. Podríamos decir que la aptitud
para hablar está en la especie, pero la necesidad de
comunicar se encuentra en la sociabilidad. El homosapiens no
tuvo, necesariamente, que desembocar en el lenguaje. De hecho, el
hombre de Neanderthal teniendo las aptitudes para hablar, no lo
hizo. Pero la sociedad sapiens no pudo haber existido sin el
lenguaje.  La percepción que elabora las sensaciones,
pertenece, en lo esencial, al equipo natural del que está
dotado el humano. El lenguaje, que elabora la percepción,
está implícito en lo social. Llegamos a un punto
donde la polémica está lejos de haber sido
resuelta: la relación entre sociedad, conciencia y
lenguaje. Para adentrarse en el tema es útil recurrir, una
vez más, a los aportes de Maturana y Varela.

 Examinemos un texto de estos autores: "en el
dominio del acoplamiento social y la comunicación
la coherencia y estabilización de la sociedad humana como
unidad… se producirá esta vez mediante los
mecanismos surgidos… a partir del… operar en el
lenguaje. Esta nueva dimensión da coherencia operacional a
lo que experimentamos como conciencia y como "nuestra"
mente… las características únicas de la vida
social humana … permiten generar un fenómeno nuevo:
nuestra mente, nuestra conciencia, entendida como una continua
concatenación de reflexiones que asociamos, además,
a nuestra identidad".

 Lo que se está planteando, en definitiva,
es que sociedad, conciencia y lenguaje constituyen una
indisoluble trinidad. Sería ocioso querer atribuir a uno
de ellos el valor de factor original o predominante. La
visión sistémica de los fenómenos nos ahorra
ese vano esfuerzo. Es así como la aparición del
lenguaje en el hombre, genera el inédito fenómeno
de lo mental y de la conciencia de sí como la experiencia
más íntima de lo humano.

 Ciertamente, sin la evolución
histórica de las estructuras biológicas adecuadas,
no es posible entrar en este dominio de la conciencia, de lo
humano. Pero eso no es suficiente. Como fenómeno que forma
parte de una red de relaciones sociales y
lingüísticas, lo mental no es algo que esté
dentro de mi cráneo, no es un fluido de mi cerebro. La
conciencia y lo mental pertenecen al dominio de lo social y es
allí donde se da su dinámica. Como Robinson Crusoe
entendió muy bien al mantener un calendario y leer a
diario la Biblia,  la conciencia de ser humano sólo
es posible en la medida que uno se conduce con otros o como si
hubiesen otros: es la red de interacciones sociales y
lingüísticas la que nos hace lo que somos. Ya sea que
actuemos en esa red o que nos refiramos a ella al
actuar.

 La estructura obliga. Los humanos como humanos
somos inseparables de la trama de relaciones tejida por medio del
lenguaje. El lenguaje no fue inventado por un sujeto solo. Eso no
habría sido posible. Tampoco la conciencia hubiera podido
nacer en la soledad de un individuo. Como señalan estos
autores, no es que el lenguaje nos permita decir lo que somos:
humanos. Somos en el lenguaje. Somos humanos por y en el
lenguaje. Nos encontramos a nosotros mismos en la mutua
relación que sólo el lenguaje posibilita. Nos
transformamos permanentemente en el seno del mundo social que con
el lenguaje construimos con los otros seres humanos.

Y todo ello nos permite un cambio cualitativo en
relación a las demás especies con las cuales
compartimos nuestro mundo: nos hace responsables de nuestras
acciones porque nos permite optar y decidir, basados en nuestra
historia, personal o social, y en función del
futuro.

 

 

Autor:

Sonia
Sescovich Rojas

Partes: 1, 2
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