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Diez Relatos



Partes: 1, 2, 3, 4

  1. Introducción
  2. Metamorfosis perruna
  3. Vilorium
  4. La
    musa del grano de café
  5. El
    hombre de palo
  6. El
    secuestro de Santa Claus
  7. La
    casa de los enanos
  8. Petrus
    versus Iscariote
  9. El
    comedor de libros
  10. El
    asesino de la maestra
  11. Diario de un chipriota

Introducción

Esta selección de cuentos no
pretende ser una obra maestra de la literatura, mucho menos ser
una pieza que merezca algún premio Nóbel.
Sólo son un conjunto de relatos variados dirigido a
lectores de apetitos diversos.

Como literatura, tiene la intención
preconcebida de divertir, pero aspira también formar un
espíritu literario aportando otro mundo de
ficciones.

El lector podrá encontrar historias
llenas de actualidad, incluso, con un discurso social. La
ficción se construye con personajes que hacen proezas,
animales humanizados, fantasmas que salen, hombres que se
convierten en moscas gigantes, ninos que se vuelven detectives;
el surrealismo da paso a una realidad histórica
decimonónica: luchas entre familias de corte liberal y
conservadora, cuyos vástagos se enamoran, y viven tiempos
tormentosos con un triste final.

Diversos lugares de Caracas se describen,
los carros, el esmog, el característico bullicio de los
suburbios, el tren subterráneo donde la vida transcurre
apretujados unos contra otros. Un comelibros se hace leyenda, una
maestra cruel es recordada.

Espero que sea apetecible el siguiente
entremés, buen provecho.

Metamorfosis
perruna

Dedicado a los ciudadanos de la Gran
Caracas

I

Monstruo salió de la cueva durante la
lóbrega oscuridad del eclipse solar, ascendió por
el barranco desafiando la gravedad, aferrando sus cuatro miembros
como cualquier cuadrúpedo, sosteniéndose con la
fuerza de sus garras sobres las vetustas rocas de aquel
precipicio. Algunas veces, se paraba expeliendo el orín
para marcar su territorio aunque ya no existían otros como
él, sólo lo hacía por pura maña, por
un rutina ancestral instintiva. Llegó a la cúspide,
rebasó la montaña, desde arriba se despidió
del inmenso mar que emitía soñoliento las primeras
ráfagas balsámicas que deleitaba a su potente
hocico. Las zancadas de monstruo eran largas y veloces,
determinadas a seguir en línea recta, hacia el sur, donde
estaba la población de Caracas.

La dinámica ciudad era admirable ante los ojos
del animal, aquellas construcciones, portentosas máquinas,
calles pavimentadas, acueductos, redes eléctricas, y hasta
la misma organización de sus casas, con espacios para
dormir, comer, bañarse y sobre todo, aquella pieza
interesante de loza donde desechaban sus heces malolientes, y
estas desaparecían casi como por arte de magia. Todo
mostraba que el hombre era una especie de elevada
perfección, de envidiable situación, cuyos niveles
intelectivos le permitían mantener una forma de vida
evolucionada. Recorrió los espacios de ese ser
bípedo, avanzado, portador de una inteligencia superior,
capaz de usar trajes, zapatos, y manipular adminículos
delicados para lograr cosas complicadas, cosas que un animal
nunca podría lograr.

Monstruo quiso ser como el hombre, y tomó la
forma de un ciudadano más de la gran ciudad.
Consiguió un trabajo como cargador en una empresa
intermediaria de víveres comestibles, alquiló una
habitación de vecindad cercana a su trabajo, compró
ropa, zapatos y libros, muchos libros para aprender más
acerca del hombre, sus costumbres e historias.

Monstruo portó el nombre de José Pacheco,
y el día lunes a primera hora estuvo cargando el primer
camión que partía de la empresa. Pensaba que
sería feliz porque creía que el hombre sí
sabía vivir, no se morderían unos a otros como en
las jaurías de perros donde había estado, no se
mirarían amenazantes gruñendo por una presa, o,
reinaría la ley del más fuerte.

Al terminar su primer día, Pacheco hizo su
primera cola para marcar tarjeta, de pronto, vio cómo se
daban de golpes dos hombres porque querían marcar primero,
entonces todos le hicieron una rueda pitando frenéticos,
vociferando ¡dale, dale!, hasta que uno tumbó al
otro rompiéndole la cara y los dientes. Luego el ganador,
con un rictus despiadado, marcó su tarjeta lanzando una
carcajada mientras el otro trataba de levantarse del piso con
toda la camisa ensangrentada. Los demás trabajadores no le
hicieron caso, no les hacían caso a perdedores, por eso
continuaron su cola ahora hablando del incidente con una
verborrea frenética, describiendo cada detalle de la
pelea, como cualquier combate visto en TV.

Partes: 1, 2, 3, 4

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